domingo, 13 de octubre de 2013

RUSSEL Y SU CONQUISTA DE LA FELICIDAD



Teniendo en cuenta la importancia del libro La conquista de la felicidad, del filósofo inglés Bertrand Russel (premio Nobel de Literatura en 1950), a continuación me propongo sintetizarlo de manera un poco amplia, por cuanto se trata de una pieza literaria de palpitante interés para todos nosotros, ya que la búsqueda de la felicidad es la suprema finalidad de la existencia humana.


PRIMERA PARTE.

LAS CAUSAS DE LA DESGRACIA.

¿Por qué es desgraciada la gente?


Algunas circunstancias de la realidad actual dificultan la conquista de la felicidad; la desgracia está presente en muchas partes. Las diversas causas de la desgracia se hallan en el sistema social y en la psicología individual. Para ser felices hay que tener gusto por la vida; descubrir cuáles son las cosas que se desean, y obtenerlas; desprendernos de los deseos difíciles de satisfacer, y preocuparnos más por nosotros mismos. Las realidades externas a veces nos producen dolor, pero éste no destruye la calidad de vida como el que produce el disgusto consigo mismo. El interés extremo nos lleva a buscar la satisfacción en circunstancias que, en lugar de posibilitarnos, nos despersonalizan por cuanto sólo nos brindan placer momentáneo con consecuencias negativas posteriores. Entre las preocupaciones exteriores que atentan contra nuestro propósito  de ser felices se encuentra el estigma del pecado, el narcisismo y la megalomanía. “Quiero que se entienda por pecador al hombre que está absorto en la consciencia del pecado”. El estigma del pecado genera contradicción en el ser humano, porque “tiene entre sí la imagen de lo que debería ser, y esta imagen está en constante desacuerdo con el conocimiento real de sí mismo”. El pecado llena de sentimientos de culpa a las personas con su ridículo código ético. Se genera conflicto cuando el pensamiento rechaza los dogmas enseñados durante la niñez, ya que éstos hacen ver que todo es malo, incluyendo hasta el mismo disfrute de los placeres, en especial la genitalidad. Para ser felices hay que liberarnos de la tiranía de esas falsas creencias. El narcisismo “consiste en el hábito de admirarse y de ser admirado”. Esto no está mal si es con moderación. El narcisismo genera vanidad, y ésta “cuando transpone ciertos límites, mata el placer de toda actividad espontánea y conduce fatalmente a la indiferencia y al aburrimiento”. Muchas veces es fuente de timidez, y se cura con el aumento de la propia estimación. El megalómano “prefiere ser poderoso a ser simpático, y procura ser temido más que ser amado”. El ansia de poder puede encontrar serios obstáculos, y esto genera insatisfacción. “Dondequiera que aparece una manifestación de represión psicoanalítica no puede existir una felicidad genuina”.  Las causas sicológicas de infelicidad son muchas, pero tienen algo en común. “El hombre típicamente desgraciado es el que, habiendo sido privado en la juventud de alguna satisfacción normal, ha llegado a evaluar unas satisfacciones más que otras, y, por lo tanto, ha dado a su vida una dirección única, además de un énfasis exagerado del éxito sobre las actividades opuestas a él… Un hombre puede sentirse tan contrariado que no busque otras satisfacciones que la distracción y el olvido. Entonces se convierte en un devoto del placer. Es decir, procura hacer llevadera la vida sintiéndose menos vivo. La embriaguez, por ejemplo, es un suicidio temporal; la felicidad que produce es puramente negativa, es una cesación momentánea de la felicidad”. En conclusión, la “infelicidad es debida en gran parte a ideas erróneas, a una ética y a unos hábitos de vida equivocados, que conducen a la destrucción del impulso y del deseo natural de cosas posibles, de las que dependen en definitiva toda felicidad de hombres y animales”.

La desgracia bayroniana


Quienes son desgraciados atribuyen su desgracia a la naturaleza del universo, y se fijan en lo más desagradable de la realidad. Muchos desgraciados, luego de experimentar algunos placeres pasajeros, se muestran muy pesimistas, y creen que todo es vanidad. No se debe desear mucho, porque el logro de lo deseado no garantiza la felicidad; muchas veces la falta de lo que se desea genera felicidad. La vida no es melodrama, en el cual después de sufrir se llega a un final feliz. Si la vida es efímera y fugaz, es porque así se disfruta mejor. Muchos son pesimistas porque la ciencia no ha dado respuestas a los problemas de la vida. Hay que creer en el amor audaz y vigilante, que no conoce el bien y el mal, y que no pretende santificar ni divinizar a nadie. Para ser feliz hay que vivir el presente, olvidándose de las restricciones que en el pasado impedían el disfrute de la vida, como lo fueron los tabúes sexuales. El amor debe ser fuente de placer. “Y no sólo es el amor fuente de placer, sino que su ausencia es una fuente de dolor… Hay que valorar el amor, porque acrecienta los mejores placeres… Quien no ha gozado nunca de las cosas bellas en compañía del ser amado, no sabe a dónde llega su mágico poder”. El amor capaz de romper con el ego, “es una forma de cooperación biológica en que las emociones del uno son necesarias para el logro de los instintivos propósitos del otro”. Para ser feliz, el ser humano necesita compartir y cooperar, porque, por naturaleza, éste no puede estar solo, vivir solo; necesita de los demás. El amor nos conduce a la cooperación. El amor en su más alta expresión revela valores que de otro modo permanecerían ocultos, y tiene en sí mismo un valor intangible… “El hombre prudente será tan feliz como las circunstancias lo permitan, y si encuentra en cierto modo desagradable la contemplación del mundo, se dedicará a contemplar otras cosas”.

La competencia


El hombre de negocios, en este mundo de competencia, piensa que lo que obstaculiza su felicidad es la lucha por la vida, entendida como la lucha por el éxito. “Mientras no sólo desee éxito, sino que esté persuadido de todo corazón de que el deber del hombre es la persecución del éxito, y de que quien no lo consiga es un infeliz, su vida será demasiado ansiosa y desconcentra para ser dichoso”. Si bien es cierto que es importante el éxito y el dinero, el hombre no puede sacrificar su vida en aras de conseguirlos. El éxito y el dinero son sólo ingredientes de la felicidad, pero no la felicidad total. “La raíz del mal está en la importancia que se concede al éxito en la competencia como la mayor fuente de felicidad”. El hombre de negocios, en constante búsqueda del éxito y del dinero, descuida sus hijos, su esposa y su descanso. Es un esclavo del éxito o del dinero. No lee y no disfruta de los placeres de la lectura y de otros deleites. De esta infelicidad, en parte, es responsable la educación, que se centra en formar personas para la competencia, para la búsqueda incansable del éxito, para la obtención del dinero. “A menos que se le enseñe al hombre qué es lo que tiene que hacer con el éxito después de conseguirlo, su consecución le llevará inevitablemente al aburrimiento”. La infelicidad del hombre de negocios proviene de creer que la vida es lucha, competencia, y que sólo se respeta al vencedor.

Fastidio y excitación


El fastidio y el aburrimiento son enemigos de la felicidad. El fastidio, que es una fuerza motriz de la historia, “es un deseo controlado de sucesos no precisamente agradables, sino lo suficientemente interesante para que la víctima del hastío pueda distinguir un día del otro”. El aburrimiento “puede evitarse buscando excitaciones con suficiente energía”. La excitación es lo contrario del aburrimiento. “Una vida con demasiadas excitaciones es una vida agotadora, en el cual son necesarios estímulos cada vez mayores para producir la emoción, que es parte integrante del placer. El exceso de excitación mina la salud e insensibiliza el paladar para todo placer. Para ser felices hay que ser capaces de tolerar cierto nivel de aburrimiento, porque la vida, como todo, tiene partes aburridas”. Esto lo deberíamos aprender desde niños. Para vencer el aburrimiento hay que buscar placeres que no traigan consecuencias negativas posteriormente. El amor es una buena fuente para derrotar el aburrimiento; pero el placer sexual debe contener amor. “Cuando el placer momentáneo ha terminado, hay fatiga, disgusto y una sensación de vida hueca. El amor es una parte de la vida de la tierra; el sexo sin amor, no lo es”. Hay que huir del fastidio que no es provechoso. “Una vida feliz debe ser en una gran extensión una vida tranquila, porque sólo una atmósfera de quietud puede vivir la verdadera alegría”.

La fatiga


La fatiga física moderada es buena, pero sí es excesiva es mala. El trabajo moderado es gratificante, pero si es excesivo es fuente de insatisfacción. La fatiga nerviosa es perjudicial. Esta fatiga es producida por las preocupaciones, pero éstas si pueden evitar, si se piensa en los problemas sólo cuando se van a resolver, no en la cama o durante las comidas. “El discreto piensa en sus problemas tan solo cuando hay motivos para ello; cuando no es oportuno, piensa en otras cosas, y por la noche no piensa absolutamente en nada”. El cerebro es más eficiente cuando se piensa en los problemas en el momento oportuno, en vez de pensar desordenadamente en todo momento. Muchas preocupaciones desaparecerán si se relativiza su importancia”. Después de todo, las cosas no tienen mucha importancia, deberíamos decirnos frecuentemente. “El hombre que pueda dirigir sus pensamientos y esperanzas hacia algo que trascienda de sí mismo, puede hallar una paz en las inquietudes de la vida que es imposible para el egoísta puro”. Debemos evitar preocupaciones. “Las preocupaciones son una forma de miedo, y todas las formas de miedo producen fatiga”. Por eso se deben afrontar los miedos. “El mejor procedimiento para combatir el miedo es pensar en él tranquila y razonablemente, pero con gran concentración hasta familiarizarnos con él”. Para vencer el miedo se necesita el valor. “Con más valor habría menos preocupaciones y, por lo tanto, menos fatiga; porque una gran proporción de las fatigas nerviosas que agobian a los hombres y mujeres son debidas a miedos conscientes o inconscientes”. La fatiga nerviosa se puede aliviar con un buen sueño, pero hay que evitarla. “Uno de los peores aspectos de la fatiga nerviosa es que obra como una especie de cortina entre el hombre y el mundo exterior. Las impresiones llegan a él opacos y mudas; no ve en la gente que trata sino engaños y amaneramientos; no le interesa la comida ni el sol, y tiende a concentrarse sobre unas cuantas cosas con absoluta indiferencia para todo lo demás”.

La envidia


La envidia es otro factor de desgracia. Es la base de la democracia y hasta de la justicia, porque “no puede haber entre nosotros ninguno que sea el primero”, tal como decían los antiguos griegos. La envidia tiene sus orígenes en la niñez cuando hay preferencia por unos hijos sobre los otros, generándose una problemática de injusticia, o cuando los padres profesan muy poco afecto a hacia éstos, entre otras causas, como la modestia, la competencia y la fatiga. “La envidia es la más desafortunada de todas las peculiaridades de la naturaleza humana; la persona envidiosa no sólo quiere hacer daño, y lo hace siempre que puede con impunidad, sino que ella misma se hace desgraciada a la causa de la envidia. En vez de gozar de lo que tiene, sufre de lo que tienen los demás”. ¿Cómo erradicar la envidia?  “Quien quiera aumentar la felicidad humana, debe querer aumentar la admiración y disminuir la envidia”. La felicidad es el principal remedio para la envidia, pero la envidia obstaculiza la felicidad. “Con el solo hecho de comprender las causas de la envidia se da un paso importante para curarla”. Un buen remedio “es la disciplina mental, el hábito de no pensar cosas inútiles”. El éxito nos libera de la envidia, “porque siempre habrá en la historia o la leyenda alguna persona con más éxito que nosotros”. Acabaremos con la envidia “gozando los placeres que se nos presentan, haciendo nuestro trabajo y evitando comparaciones con personas que, tal vez equivocadamente, suponemos que son más felices que nosotros”. A veces es sencillo ser feliz. “Las cosas esenciales para la felicidad humana son sencillas, tan sencillas que las gentes complicadas no pueden sospechar qué es lo que realmente les falta a ellas”.

El concepto de pecado


El concepto de pecado es “una de las causas sicológicas de desgracia más importantes de la vida adulta”. El concepto de pecado “hace al hombre desgraciado y le obliga sentirse inferior. Al ser desgraciado, está predispuesto a quejarse con exceso de otras gentes, y con ello se incapacita para gozar del placer de las relaciones personales. Al sentirse inferior, sentirá recelos contra los que cree superiores. Admirará con dificultad y envidiará fácilmente, y se encontrará cada vez más solitario”. La conciencia revela que un acto pecaminoso genera remordimiento y arrepentimiento, y esto atenta contra la felicidad. Los rígidos y absurdos códigos morales, aprendidos desde la infancia, generan sentimientos de culpa en el adulto. “Quien acepta por completo la moralidad social y actúa contra ella, se siente muy desgraciado al desprestigiarse, y el miedo a este desastre o el dolor que le produce su aparición, puede ocasionar fácilmente que considere sus actos como pecaminosos”. El concepto de pecado tiene su origen en lo inconsciente. La educación moral absurda e irracional que recibe el niño antes de los seis años, es la causa de la desgracia del adulto. “Aprendió que el interés por las cosas sexuales es una abominación”. La violación a tan irracional código moral era objeto de castigo. “Una gran parte de esta enseñanza moral infantil está desprovista de fundamentos racionales, y no puede ser aplicada a la conducta habitual de los hombres corrientes”. Hasta el uso cotidiano de las palabras se les tildaba de inmorales, de pecaminosas. “Donde más daño produce la enseñanza moral infantil es en la cuestión sexual. Si un niño recibe la educación convencional de nodrizas o de sus padres rígidos, la relación entre el pecado y los órganos sexuales se establece tan definitivamente a los seis años de edad, que ya no se puede deshacer por completo en el resto de la vida”. Cuando el adulto, que conserva la irracional concepción de pecado, su satisfacción sexual encuentra que ésta “estará envenenada por la sensación de pecado, de manera que no podrá ser feliz en ninguna relación, ya sea dentro del matrimonio o fuera de él”. Considerará su genitalidad como actos impuros, máxime cuando piensa o cree que se sale de los rígidos y ridículos códigos morales. “Siempre que comencemos a sentir remordimiento por un acto que nuestra razón nos indique que no es malo, examinemos la causa de nuestra sensación de remordimiento y convenzámonos, en detalle, de que son absurdos. Hagamos que nuestras ideas conscientes sean tan vivas y firmes, que impresionen a nuestro inconsciente lo bastante para luchar con las impresiones que nuestra madre o nuestra nodriza nos dejaron en nuestra infancia… No consintamos seguir siendo criaturas infelices, influidas una vez por la razón y otras por fatuidades (tonterías) infantiles”.  No es que el hombre tenga que vivir sin un código moral; lo que necesita es una moral racional, una moral posibilitadora,  que no lo avergüence del disfrute de su sexualidad. El hombre debe buscar la felicidad en lo racional y no en la irracional concepción de pecado. La moral religiosa es irracional y está divorciada de la realidad, porque la ética planteada por las personas que influyeron en la infancia de muchas personas “era estúpida, porque no se fundaba en ningún estudio de los deberes del individuo para la sociedad, porque estaba dormida por los antiguos resabios de tabúes irracionales y porque contenía en su interior elementos morbosos derivados de la enfermedad espiritual que atormentó al imperio romano”. El hombre, para ser feliz, debe tener su propio código moral, racional y terrenal. No debe tener una moral supersticiosa. “Aun en el caso de que un hombre falta a su propio código moral, yo dudo de que el sentido de pecado sea el mejor método para llegar a hacer una vida mejor. Hay en el sentido del pecado algo abyecto, algo de falta de respeto a sí mismo… Nada disminuye tanto, no solo la felicidad, sino la eficiencia como una personalidad dividida contra sí misma”. Se debe reflexionar sobre lo que se cree racionalmente y no permitir que ideas irracionales guíen nuestra conducta. “El hombre, dividido contra sí mismo, busca emoción y distracción; busca pasiones fuertes, mayores razones sólidas, sino porque de momento lo sacan de sí mismo y le eviten la necesidad dolorosa de pensar”. Para ser felices hay que hacer pleno uso de nuestras facultades y verificar el mundo real en que vivamos.

La manía persecutoria


La manía persecutoria, como forma clasificada de locura, motiva a la persona a creer irracionalmente que todos están contra ella, que todos la persiguen. “Es imposible ser feliz creyendo que todo el mundo nos trata mal”. Esta manía, que tiene sus orígenes “en un concepto demasiado exagerado de los propios méritos” se puede prevenir si tenemos en cuenta que nuestras razones nos son tan altruistas como parecen; no subestimar nuestras propias mentes; no creer que los demás se van a interesar tanto por nosotros como por sí mismos; no suponer que hay mucha gente que se preocupa de nosotros lo suficiente para tener especial interés en perseguirnos.

El miedo a la opinión pública


La preocupación por lo que opinen de nosotros los demás,  es tal que “muy pocos pueden ser felices sin que aprueben su manera de vivir y su concepto del mundo las personas con quienes tienen relación social y muy especialmente las personas con quienes viven”. La forma en que percibimos la realidad hace que tengamos opiniones diferentes de las cosas. “Merced a las diferencias de apreciación, una persona de determinados grupos y condiciones puede considerarse prácticamente como un descartado dentro de un cierto ambiente, y en otros ser admitido como un ser humano perfectamente natural”. Esas diferencias generan opiniones diversas, que muchas veces preocupan por lo que otros pueden pensar y decir de uno. Esto no genera espacios de simpatía, y “casi todo el mundo necesita para su felicidad un ambiente de simpatía”. Hay que ignorar lo que los demás digan de nosotros, porque no dependemos de su opinión para ser felices. “La opinión pública es siempre más tiránica contra los que temen manifiestamente, que contra quienes se encuentran indiferentes para con ella”. Se debe romper con los convencionalismos, así los demás nos critiquen. “La gente convencional se indigna contra quienes rompen todo convencionalismo, porque ven en ellas una crítica de su propia personalidad”. En un ambiente de tolerancia y de no convencionalismos, podemos ser felices sin temor a la opinión de los demás. “El miedo a la opinión pública, como toda otra manifestación de miedo, es opresiva e impide todo desarrollo. Es difícil hacer nada de importancia mientras persiste este miedo, y es imposible adquirir la libertad espiritual, en que la verdadera felicidad consiste, porque es esencial para la felicidad que nuestra manera de vivir surja de nuestros impulsos más profundos y no de los gustos y deseos accidentales de los que son, por casualidad, nuestros vecinos o nuestros amigos”.


SEGUNDA PARTE.

TODAVIA ES POSIBLE LA FELICIDAD.

Aunque se afirme que en el mundo moderno es casi imposible la felicidad, todavía es posible la felicidad. Existe la felicidad natural e imaginativa, o animal y espiritual, o de corazón y de cabeza. La natural, animal o de corazón es posible para todos; la imaginativa, espiritual o de cabeza sólo es factible para quienes saben leer y escribir. La felicidad puede encontrarse en el trabajo o actividad mental o física que se realice. Para algunos su felicidad radica “en el vigor físico, en su eficiencia en el trabajo y en vencer obstáculos no insuperables en forma de roca”. Los hombres de ciencia son más felices porque lo mejor de su inteligencia está completamente abstraído en su trabajo; en cambio, los artistas no lo son porque sus emociones son complejas y la masa no los reconoce, debido a que su trabajo no es tan importante como el de los hombres de ciencia, ya que en éstos se encuentra la respuesta a muchos problemas del hombre actual. Los científicos son felices en su trabajo “porque la ciencia moderna es progresiva y porque nadie duda de su importante, ni ellos mismos ni los profanos”. La complejidad de las emociones y las divagaciones del artista no posibilitan su felicidad, por cuanto “la complejidad de los documentos es como la espuma de un río. La producen los obstáculos que interrumpen la suave corriente fluida”. En el hombre de ciencia se realizan todas las condiciones necesarias para la felicidad. Mientras el artista es anónimo, el científico es admirado y necesitado. El artista tiene que vivir afirmándose a sí mismo, porque no es admirado ni reconocido; es despreciado o despreciable. En estas circunstancias “pocos hombres pueden ser genuinamente felices, teniendo que llevar una vida que requiere una constante admiración de sí mismo frente al escepticismo de la masa, a menos que se encierren en su círculo y olviden la frialdad del mundo exterior a ellos”. El hombre occidental encuentra más obstáculos para su felicidad que el hombre oriental. “Las personas más inteligentes de Occidente tienden a ser desgraciados por no encontrar adecuado empleo a sus mejores facultades”. La felicidad no sólo es para los hombres de ciencia o para los intelectuales de oriente. “El placer del trabajo es accesible a todo el que quiera desarrollar una aptitud especial, siempre que no necesite en su trabajo el aplauso de las gentes”. La fe racional es fuente de felicidad para muchos. Pero se necesita una fe exenta de creencias falsas o fantásticas. Quienes se alejan de la fe fantástica, encuentran “una ocupación para sus horas de ocio y un completo antídoto contra la idea de que la vida no tiene sentido”. Todo lo que nos genere placer, siempre y cuando no perjudique a un tercero, tiene su valor para la conquista de la felicidad. Manías y caprichos son un medio para eludir la realidad y los contratiempos. Un interés amistoso por las personas y las cosas influye en la felicidad. “El interés amistoso por las personas es una variante del cariño, pero no del cariño que quiere poseer y buscar siempre una correspondencia categórica. Este último es, con frecuencia, un motivo de desgracia. Lo que contribuye a la felicidad es observar a la gente y encontrar placer en sus rasgos individuales, procurar ayudar en sus intereses a las personas con quienes nos ponemos en contacto, si el deseo de influir en ellas ni de asegurarnos su entusiasta admiración. La persona cuya actitud hacia los demás sea genuinamente  de este tipo será una fuente de felicidad y un recipiente de recíproca simpatía… La gente desea que la quieran, no que la soporten con resignación paciente. El querer a muchas personas espontáneamente y sin  esfuerzo es, tal vez, la mayor fuente de felicidad personal”. En cuanto al interés amistoso por las cosas es importante tener en cuenta que “si toda nuestra felicidad ha de depender exclusivamente de las circunstancias personales, es probable que pidamos a la vida más de lo que pueda darnos. Y pedir demasiado es el mejor camino para obtener lo menos posible. El que pueda olvidar sus preocupaciones interesándose sinceramente en algo… notará que al volver de su excursión a ese mundo impersonal, ha adquirido un reposo y una calma que le capaciten para afrontar de buen humor toda molestia, y al mismo tiempo habrá gozado de una felicidad genuina, aunque sea temporal”. El secreto de la felicidad consiste en “que tus intereses son lo más amplios posible y que tus relaciones hacia las cosas y personas interpersonales sean amistosos en vez de ser hostiles”.

Entusiasmo

El entusiasmo, como el signo más universal y distintivo de las personas felices, es una de las principales fuentes de felicidad humana. La persona entusiasta tiene comportamientos que le generan bienestar, porque se siente motivada para actuar. “Cuantas más cosas interesen a un hombre, mayores posibilidades de felicidad tiene y menos expuesto se halla a cualquier accidente, pues si una le falta, puede dedicarse inmediatamente a otra. La vida es demasiado breve para interesarnos en todo, pero está bien que nos interesemos por todo cuanto pueda hacernos pasar el tiempo”. Para tener entusiasmo no podemos ser introvertidos. El introvertido se centra en su vacío interno. “El hombre cuya atención se vuelve hacia dentro no encuentra nada que le atraiga, mientras aquel cuya atención se proyecta hacia fuera puede encontrar dentro, una cantidad de elementos variados e interesantes que se mezclan y resuelven en bellos e instructivos ejemplares”. Si se tiene gusto por la vida “hasta las mismas experiencias deseables para él su aplicación”. El interés por la vida produce mucha satisfacción, pues aunque otras ocupaciones tengan atractivos, no pueden llenar por completo la vida de un hombre, y existe el peligro de agotar el tema que absorbe nuestra atención”. Es importante destacar que “hay cosas esenciales a la felicidad, como la salud, el dominio de nuestras facultades, los ingresos suficientes para cubrir nuestras necesidades y ciertos deberes sociales perentorios para con nuestras mujeres y nuestros hijos”. El absurdo y rígido código moral vigente afecta a las mujeres y las convierte en “víctimas lamentables de un sistema de represión moral cuya iniquidad son incapaces de apreciar”. En conclusión, el entusiasmo es uno de los secretos para la felicidad y el bienestar.

Afecto

El afecto genera seguridad en la persona. Por eso “los que afrontan la vida con una actitud de seguridad son mucho más felices que los tímidos, siempre que el exceso de confianza no les conduzca al desastre… En muchos casos la sensación de seguridad ayuda a librarse de peligros a que otros sucumbirían… Pero la actitud de seguridad ante la vida procede generalmente de la costumbre de encontrar siempre los afectos necesarios”. El afecto es tan importante, que éste influye mucho en la seguridad de los niños. “El niño a quien le falta, por cualquier razón, el cariño paterno, se hace tímido y reservado, desconfiado y miedoso, y sin aptitud alguna para explorar el mundo alegremente. Tal vez comience a meditar a una edad demasiado temprana sobre la vida, la muerte y el destino humano, y se haga reconcentrado y melancólico, y busque luego consuelos irreales en algún sistema de filosofía o teología”. Si al niño le faltó afecto, puede ocurrir que el hombre considere el hogar como un refugio de la verdad, y desee “una compañera para descansar en ella sus miedos y timideces”. Por eso busca en su mujer lo que tuvo en una madre ignorante, y se extraña de que su mujer lo considere como un niño grande”. Una niñez desgraciada “produce como consecuencia defectos de carácter que motivan el fracaso posterior para hacerse amar… De un modo general las mujeres tienden a amar a los hombres por su carácter, al paso que los hombres tienden a amar a las mujeres por su aspecto”. Es tan necesario el afecto para la felicidad, que “el mejor tipo de afecto es recíprocamente vital; recibe el cariño con alegría y lo da sin esfuerzo, y encuentra el mundo más interesante a causa de la existencia de esta felicidad recíproca”.

La familia.

La familia, como elemento generador de bienestar, debe estar centrada en el amor y el entendimiento. Según el autor, es fundamental el afecto y la buena interacción. “El cariño de los padres por los hijos y de los hijos por los padres es capaz de construir uno de los más importantes motivos de felicidad”. La paternidad debe ser algo responsable y llena de afecto. “El adulto que desee estar en buenas relaciones con sus hijos o proporcionarles una vida feliz, debe reflexionar profundamente acerca de la peternidad y actuar prudentemente en consecuencia… Si consideramos la naturaleza humana, es evidente que la paternidad es capaz de proporcionar psicológicamente la felicidad más grande y duradera de la vida… El valor del afecto paterno para los hijos reside en el hecho de que es más seguro que cualquier otro afecto. Los amigos se quieren por sus cualidades y los atractivos; si las cualidades o los atractivos disminuyen, la amistad y el amor pueden desvanecerse”.

El trabajo

El trabajo debe ser fuente de entera satisfacción, porque si éste es desagradable puede convertirse en fuente de desgracia. “Siempre que no sea excesivo, el trabajo más desagradable es menos penoso para el mayor parte de las gentes que la ociosidad. En el trabajo hay una amplia gradación, desde la mera liberación del aburrimiento del aburrimiento hasta los más profundos goces, según la índole del trabajo y las aptitudes del trabajador. La mayor parte del trabajo que tiene que realizar casi todo el mundo, no es interesante por sí mismo, pero aun en este caso son muchas sus ventajas. La primera es que llana muchas horas al día sin que tengamos que preocuparnos de lo que debemos de hacer. La mayor parte de la gente, cuando tiene que elegir el empleo de su tiempo, duda en decidirse por algo lo bastante agradable para que valga la pena. Y cuando se deciden, les inquieta el pensar que podían haber elegido algo más agradable. El empleo inteligente del tiempo es una de las conquistas más recientes de la civilización, y actualmente pocos han llegado a ocupar este nivel”.  El trabajo agradable nos aleja del tedio y la apatía. “El trabajo es deseable ante todo y sobre todo como preventivo del aburrimiento, porque el aburrimiento del trabajo necesario y desprovisto de interés no tiene comparación con el aburrimiento de quien no sabe cómo emplear su tiempo. A esto hay que añadir la ventaja de que el trabajo nos hace saborear mejor los períodos de descanso. Siempre que el trabajo no sea abrumador, el placer del descanso que le sigue es mucho mayor que el que obtiene el perezoso”. El trabajo constructivo es satisfactorio para la persona que es dueña de sí misma en su trabajo.

Intereses impersonales

Son todas aquellas circunstancias que le atraen al hombre “en sus horas de ocio y contribuyen a disminuir la tensión de otras preocupaciones más serias”. El tema se relaciona con “lo que le interesa al hombre fuera de las actividades de su vida”. La fatiga y la tensión “se fundan en la incapacidad de interesarse por lo que no tenga importancia práctica en la vida”. Esto genera excitación, falta de sagacidad, irritabilidad y la falta de sentido de proporción, con su concomitante fatiga. “A medida que el hombre se fatiga desaparece lo que le interesaba exteriormente y pierde el reposo que ello le proporciona y se cansa todavía más”. La toma de decisiones acertadas también se dificulta. Se debe olvidar el trabajo una vez concluida la jornada laboral para descansar mejor. En el tiempo no laboral, debemos dedicarnos a actividades lúdicas que nos liberan de las preocupaciones del trabajo. Ninguna preocupación debe inquietarnos durante las horas de descanso. La búsqueda del conocimiento es demasiado importante para vivir mejor y conocer la realidad que nos afecta. Como nuestra vida es muy corta y hay otras realidades que debemos conocer, no debemos darle exagerada importancia al trabajo porque corremos el riesgo de volvernos fanáticos de éste. Como la educación concede más importancia a la adquisición de habilidades para hacer y descuida “el perfeccionamiento sentimental y cerebral”, se reduce a la visión global del mundo; llevándonos a luchas estériles, desconociendo otras realidades y procesos graduales, que a la postre nos traerán graves consecuencias. Si nos convencemos que éste no es el camino que nos conduce al bienestar, “gozaremos de una dicha profunda, cualquiera que sea nuestra suerte personal. La vida llegará a ser una comunión con lo mejor de cada época y la muerte personal un accidente desprovisto de importancia”. Sería más recomendable una educación sin religiones ortodoxas, en la “que la juventud se interesa vivamente en el pasado, comprendiendo con toda claridad que el porvenir del hombre tiene todas las probabilidades de ser inconmensurablemente más extensa que el pasado”; una educación en que se conozca mejor el planeta en que vivimos, y se convenza a la juventud de la grandeza del hombre,  de su temporalidad y de la profundidad de la vida. Entendiendo la grandeza humana, la importancia de la libertad, la grandeza del ser, la brevedad de la existencia y se libere de temores, “experimentará una profunda alegría… Será profundamente feliz interiormente”. Por más dificultades y dolores que enfrente el hombre, éste debe superarlos; liberándose de la fatalidad y distrayéndose en casos en que no lo perjudiquen. No debe acudir a las drogas y al alcohol. “El hombre de vitalidad y entusiasmo adecuado vencerá todos infortunios con un nuevo interés por la vida y por el mundo que no puede limitarse hasta el punto de que una desgracia sea fatal”.

Esfuerzo y resignación

Hay que hacer esfuerzos inteligentes, útiles, destinados a logros beneficiosos. Los esfuerzos absurdos no conducen a la felicidad. Los esfuerzos deben estar encaminados al logro de algo verdaderamente provechoso. La resignación es necesaria, pero sólo en casos en que no hayan otras salidas ante la realidad. No hay que irritarse por contratiempos que no valen la pena, porque se pierde demasiada energía indispensable para emplear en circunstancias realmente necesarias. “El enfado, la irritación y el enojo son emociones que a nada conducen”. Hay que eludir estas emociones, esforzándonos para no dejarnos dominar de éstas.

El hombre feliz

La felicidad, muchas veces, depende de las circunstancias o de uno mismo. “Cuando las circunstancias exteriores no son defintivamente adversas, el hombre debería ser feliz siempre que sus pasiones se dirijan hacia fuera, no hacia dentro. Nuestro esfuerzo debiera tender, tanto en la educación como en las relaciones sociales, a evitar las pasiones egocéntricas y a la adquisición de afectos e intereses que impidan a nuestro pensamiento encerrarse perpetuamente dentro de sí mismo… Las pasiones más corrientes son el miedo, la envidia, la sensación de pecado, el desprecio de sí mismo y la propia admiración. En todas ellas, nuestros deseos son egocéntricos; no existe un interés verdadero por el mundo exterior, sino tan sólo la preocupación de que pueda perjudicarnos o no favorezca a nuestro yo”. Uno de los defectos de algunas religiones es que incrementan nuestro egocentrismo, impidiéndonos vivir mejor. “El hombre feliz es el que vive objetivamente, el que tiene afectos libres y se interesa en cosas de importancia, el que asegura su felicidad gracias a esos afectos e intereses, y por el hecho de que le han de convertir a su vez en objeto de interés y de cariño para muchas otras personas. El cariño recibido es una causa importante de felicidad; pero no es precisamente la persona que lo pide aquella a quien se lo dan. De una manera genera, puede decirse que el que recibe cariño es quien as u vez lo da. Pero es inútil procurar darlo por cálculo, a la manera que se presta dinero con interés, porque el cariño calculado no es legítimo, y así lo cree quien lo recibe”. En síntesis, “el hombre feliz es el que no siente el fracaso de unidad alguna, aquel cuya personalidad no se escinde contra sí mismo ni se alza contra el mundo. El que se siente ciudadano del universo y goza libremente del espectáculo que le ofrece y de las alegrías que le brinda, impávido ante la muerte, porque no se cree separado de los que viven en pos  de él. En esa unión profunda e instintiva con la corriente de la vida se halla la dicha verdadera”.

LUIS ANGEL RIOS PEREA

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