“Yo creo en Dios” o “Yo no creo en Dios”. Son comunes estas expresiones coloquiales para
las personas acríticas, que les gustan las cosas fáciles. Pero a quienes nos
apetece pensar críticamente las ponemos en duda. Antes que afirmar o negar la
existencia de Dios, nos preguntamos ¿qué
es Dios? y ¿quién es Dios? Aquí
ya no se trata simplemente de afirmar o negar la existencia de un ente
metafísico, sino de problematizar aquello que para muchos se conforman con
afirmar o negar. En las dos aserciones solamente se trata de expresar creencias
(una afirmativa y otra negativa); es asunto de creer o no creer, y esto es
fácil. Pero preguntar ¿qué es Dios? y
¿quién es Dios? implica pensar, y
pensar es difícil. Quienes creen acríticamente no les gusta pensar y quienes pensamos
críticamente no nos gusta creer. El que piensa con espíritu crítico es un
filósofo, y a éste le gusta filosofar. El que cree con mentalidad acrítica es
un ser del “rebaño”. Y, por pereza mental, el “rebaño” prefiere
creer[1],
debido a que no le cuesta ningún esfuerzo mental ni académico; en cambio,
filosofar implica razonar, dialogar, estudiar, buscar, observar, refutar, controvertir,
analizar, cuestionar, criticar, investigar, trabajar, dudar, curiosear,
asombrarse; es decir, pensar, y pensar es difícil y a muchos no les agradan las
cosas difíciles.
Dios, para el
filósofo, no sólo es un acto de fe, de creer y no creer, sino un problema de
relevante hondura filosófica. Dios, como
problema para el filósofo, no se agota en pocas respuestas; por el contrario,
cada respuesta le genera más inquietudes. Para el filósofo, las cosas humanas
significan más que las cosas divinas. Filosofar es difícil, y por eso el filósofo
no se deja aprisionar en lo obvio, no se guía por el sentido común, no busca
respuestas fáciles, ama la divergencia y la controversia; “sospecha de
afirmaciones procedentes de un consenso unánime y de creencias universalmente
compartidas, que no provienen de una búsqueda reflexiva sino de un modo no
crítico de vivir”[2]. A
quienes les gustan las cosas fáciles, no les apetecen estas dificultades…
Pensar críticamente, pensar filosóficamente, no es
fácil. Para pensar, en el arte de filosofar, se debe erradicar el facilismo,
porque filosofar es difícil. Mario Bunge señala que las sociedades más
prósperas tienen agudos problemas sociales como el facilismo de algunas
personas. “Pensar no es fácil, puesto que implica cuestionar lo que uno mismo
es. Pensar con sentido crítico, creativo, yendo contra la corriente, no es lo
que el circuito del poder alienta… Reconociendo que pensar no es fácil y que
toda la matriz social está preparada para que no lo hagamos, de todos modos
¡sigamos pensando!”[3]. El
que cree o no cree acríticamente tiene aversión a lo complejo; desea encontrar
soluciones fáciles a los problemas, quiere recetas. “Las cosas bellas son difíciles de saber”,
nos dice Platón en el Cratilo, y la
filosofía es algo bello. La filosofía, el ejercicio filosófico, el filosofar,
es la forma más elevada que tiene el ser humano de cultivar el pensamiento.
Pensar es difícil, porque pensar críticamente no es tarea fácil. “Pensar es una difícil tortura en que algunos hombres se deleitan, afirma
José Ingenieros. Para las grandes intelectualidades entregadas a los abstrusos
problemas del raciocinio y a las altas especulaciones subjetivas, la
vida es un tormento. Para los mentecatos y los idiotas la vida
es un placer. El metafísico lucha contra la corriente. El tonto se deja llevar
por ella”[4]. Para muchos,
aprender a pensar críticamente les puede parecer hasta ‘aterrador’, porque nos
enfrenta a la acción de cuestionar ideas que puede que hayamos dado por
sentadas durante toda la vida, y a desafiar figuras autoritarias por las que quizá nos hayamos sentido
intimidados. “Nos puede empujar a abordar problemas que pensábamos que no
tenían solución. Es el equivalente intelectual del ‘salto de bunge’ (o caída
libre): una vez que hemos saltado, no hay vuelta atrás y tenemos que confiar en
que la cuerda nos sostendrá”[5].
Como “amigo
de la filosofía” y del filosofar, e inquieto por tan insondable problemática,
he tratado, con conciencia crítica, de indagar profunda y metódicamente en la
historia de las religiones y en la psicología, sociología, antropología,
fenomenología y filosofía de la religión, pero, lejos de encontrar mi verdad o “la
verdad”, solamente he encontrado más dudas razonables y más incógnitas que me alejan
de la mentalidad acrítica, que afirma o niega, que cree o no cree, ingenuamente,
inocentemente.
Mis
convicciones y mis dudas no me “autorizan” para desconocer el inalienable
derecho a libertad que tienen los demás de creer o no creer. Yo no creo porque
pienso críticamente. Acepto a quienes creen o piensan diferente. En una
sociedad democrática debemos aceptar y reconocer a quienes tienen creencias o
no las tienen y a quienes piensan filosóficamente o los que piensan de acuerdo
al sentido común. Bienvenida la diversidad, porque ésta es la que nos hace
iguales.
LUIS ÁNGEL
RÍOS PEREA
Luvina1111@yahoo.com
[1]
Creer. “Tener por cierta una cosa que el entendimiento no alcanza o que no está
comprobada o demostrada”. Diccionario de la Lengua Española.
[2] SUÁREZ DÍAZ, Reynaldo, VILLAMIZAR
LUNA, Constanza. El mundo de la
filosofía. Publicaciones UIS, Bucaramanga, 1996.
[4] SUÁREZ,
Arturo. Rosalba. Banco de la
República, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá, 1918, p. 59.
[5] RABINOWITZ, Phil. Pensar críticamente. Caja de herramientas. http://ctb.ku.edu/es.