miércoles, 12 de octubre de 2016

¿ES POSIBLE LA FELICIDAD EN NUESTRO MUNDO CULTURAL Y NATURAL?



Contenido
Introducción
PRIMERA PARTE
El universo cultural
1 El quehacer cultural y sus inconvenientes
2 Los condicionamientos sociales y culturales
SEGUNDA PARTE
El universo natural
1 La mísera condición humana
2 La fuerza incontrolable de nuestras emociones
A.    Las emociones son parte de nuestra naturaleza o esencia humana
B.     Las emociones desde el universo de la filosofía
C.     Las emociones desde el universo de la ciencia
D.    Las emociones desde el universo de la literatura
3 La cultura monogámica en contra de nuestra naturaleza poligámica
Conclusión

Introducción
En el presente ensayo me propongo, sin pretensiones de hondura sociológica, antropológica, epistemológica y filosófica, disertar, con fundamento en mis estudios, investigaciones, lecturas y razonamientos, sobre la dificultad de conquistar la felicidad en nuestro mundo cultural y natural, con sus acríticas costumbres, tradiciones, convencionalismos y condicionamientos sociales; la fragilidad de nuestra mísera condición humana ante el rigor de la naturaleza exterior; nuestro convulso universo interior o emotivo; y la cultura monogámica ante la naturaleza poligámica. Aunque el concepto de felicidad es abstracto, y no sabemos con la debida certeza qué es la felicidad, debemos buscarla, porque su conquista es el fin primordial o suprimo de nuestra existencia. El hecho de que no sepamos qué es la felicidad, no implica que no la busquemos e investiguemos que factores pueden dificultar dicha búsqueda.

El documento consta de dos partes: el universo cultural y el universo natural. En la primera se reflexiona sobre los inconvenientes del quehacer cultural, con sus costumbres, tradiciones, convencionalismos y otros condicionamientos sociales y culturales. En la segunda se diserta sobre la miserable condición humana, tan frágil y deleznable, ante la insondable naturaleza; sobre el complejo universo de las pasiones, desde la filosofía y la ciencia; y, finalmente, sobre el modelo de relación monogámico, impuesto culturalmente en contra de la condición natural poligámica. No me extenderé en la disertación sobre el universo cultural. El discurso o narrativa sobre el universo natural será más amplio, principalmente en el tema de las emociones, la monogamia y la poligamia. En el terreno de las emociones ahondaré en los planteamientos del filósofo Baruch Spinoza, considerado como el antecesor de la neurociencia; del sicólogo Daniel Goleman, quien aborda el problema de la inteligencia emocional; y del neurofisiólogo Antonio Damasio, encargado de estudiar las emociones y los sentimientos desde la neurobiología. Así mismo, me extenderé en la reflexión sobre los inconvenientes que se presentan en la convivencia en pareja por el hecho de ser seres poligámicos por naturaleza, condicionados en una cultura monogámica.

Es pertinente aclarar que no pretendo imponer la “verdad” de los autores consultados, ni mi “verdad”; tan solo me anima la modesta intención de disertar sobre estos aspectos, que, a mi juicio, pueden convertirse en inconvenientes para la esquiva conquista de la felicidad. Es posible que muchos no estén de acuerdo con mi disertación, porque cada quien tiene su cosmovisión de la felicidad y de su manera de buscarla. Lo importante es que podamos expresar libremente nuestros pensamientos en una sociedad pluralista, diversa, incluyente y democrática; así los demás estén de acuerdo o en desacuerdo.


PRIMERA PARTE
EL UNIVERSO CULTURAL

1 El quehacer cultural y sus inconvenientes
La finalidad suprema del ser humano es ser feliz. Sin embargo, algunos estilos de vida establecidos por nuestra cultura, “con su fementido brillo de feria, ordinario y de hojalata”[1], dificultan la búsqueda de la felicidad.  
La cultura, que es producto de la actividad práctica y teórica de la humanidad, de una u otra manera, encadena a las personas, sin que éstas puedan liberarse a pesar de sus grandes esfuerzos. Consciente de que la cultura era una cárcel construida por el ser humano, Rousseau sostenía en El contrato social[2] que siendo el hombre libre por naturaleza, andaba por doquier encadenado. A pesar de que el hombre ansía la libertad, ama la esclavitud. “Es bueno repetir frecuentemente que el hombre es un ser lleno de contradicciones que se mantiene en situación conflictiva consigo mismo. El hombre busca la libertad. Hay en su interior un ansia inmensa de libertad. Y sin embargo, no sólo cae fácilmente en la esclavitud, sino que inclusive ama la esclavitud. El hombre es un rey y un esclavo”[3].   La cultura es una cárcel, sentenció el poeta Pier Paolo Pasoilini; sentencia que coincide con Goethe, “para quien toda cultura es una prisión cuyas rejas ofuscan a los transeúntes, y el prisionero, el que se cultiva, choca contra sí mismo…”[4].
Es evidente que la cultura se construye sobre la renuncia de lo pulsional o de la insatisfacción instintiva. La cultura, en cierto sentido, se constituye en el instrumento o mecanismo artificial para someter, dominar, controlar, atemperar o refrenar las emociones, sentimientos o pasiones. En este horizonte, Freud la define como el “conjunto de las normas restrictivas de los impulsos humanos, sexuales o agresivos, exigidas para mantener el orden social”[5].
La cultura es ambigua en cuanto se dan antinomias entre ésta y el poder, la felicidad, los instintos; “antinomias que se ven corroboradas cuando vemos la cultura como forma de dominación y de imposición…”[6]. Los instintos, que predominan en la conducta humana, son “patrones innatos de comportamiento determinado biológicamente”[7]. Lo instintivo es autógeno en el ser humano, es decir, originado por sí mismo. “Su aparición no depende de que lo queramos o no”[8]. Lo instintivo o pasional (deseos en la mitología griega), además de pertenecer a la naturaleza o esencia humana, es el motor del ser y del quehacer humano. Como los instintos son difíciles de someter racionalmente, nos determinan en mucho de lo que somos y hacemos. Vivimos con ellos y para ellos. Con evidente sabiduría nos advirtió el genial Baruch Spinoza que  “nadie vive sin una vida interior de fantasías, sueños, pasiones y anhelo del amor”[9]. Los instintos son las fuerzas que actúan tras las tensiones causadas por las necesidades del ello. “Son esencialmente conservadores ya que, de todo estado que un ser vivo alcanza, surge la tendencia a restablecerlo en cuanto haya sido abandonado”[10]. Los instintos son concebidos como “una inclinación innata que conduce a la conservación de la existencia y de modo de vida”[11]. El psiquiatra Luis Carlos Restrepo Ramírez advierte que “las fuerzas de la vida no pueden ser eclipsadas por más que lo intente la cultura, pues lo negado por el lenguaje conceptual aparece con más ímpetu a través del lenguaje corporal, cual fuerza rebelde y autónoma que obliga a la escisión del individuo y de la sociedad”[12]. Ernesto Sábato dice que “las fuerzas del cuerpo y de la tierra son invencibles y cuando son reprimidas, reaparecen con el resentimiento de los perseguidos”[13]. Los investigadores científicos los agrupan en diversas clasificaciones, entre las que se destaca la de Huber Rohracher[14]: vitales, sociales, de placer y culturales. Los instintos se constituyen en el motor del pensamiento y de la acción. Pero como la cultura pretende someter los instintos, el hombre moderno no se siente cómodo, “a sus anchas”, en el ambiente donde vive: la cultura. “La cultura, como regulación unitaria de la vida en común, es el derecho que restringe las posibilidades de satisfacción de cada uno en aras de los demás. La cultura limita la libertad y es frustrante[15]. Para vivir la vida auténticamente se requiere de la exaltación del instinto sobre la razón, de la pasión sobre el intelecto, y de la espontaneidad frente al convencionalismo.
La cultura, ese fenómeno social que encadena y que, en algunos aspectos, dificulta la búsqueda de la felicidad, ¿qué es? Es todo ese quehacer material, social y espiritual que el hombre realiza en su intento de “dominar” a la naturaleza y adecuarla a sus condiciones de vida: “el quehacer específico del hombre en su interacción con la naturaleza”[16]. La cultura es definida como “la acción del hombre que desarrolla y perfecciona su ser”[17]. El psicólogo social David G. Myers señala que este concepto se refiere a “la conducta, ideas, actitudes y tradiciones perdurables compartidas por un numeroso grupo de personas y transmitidas de una generación a la siguiente”[18]. El concepto de cultura se relaciona con el hombre en el nivel de su humanización, que se “expresa en los modos específicamente humanos de pensar, de proceder y actuar en sociedad”[19] y con el “conjunto de modos de vivir y de pensar”[20].
El hombre, por el hecho de ser hombre, es un ser que hace cultura y se hace gracias a ésta. “La cultura es la habitación del hombre, su morada”[21]. Al interior de la cultura, el hombre crea su mundo dentro de un horizonte de posibilidades. La cultura ofrece un arraigo y unos fines. “Por una parte, debe permitir que el ser humano se encuentre en el mundo y se interprete a sí mismo como ser humano, se capte a la vez en el ámbito de las representaciones y de las manifestaciones de lo vivido, en su cualidad específicamente humana. Por otra parte, debe permitirle orientarse, tanto en su vida intelectual como en su vida colectiva, integrar sus actividades en una intención unificadora capaz de dar un sentido aceptable a sus empresas”[22]. El mundo como totalidad de lo real es para el hombre “su horizonte y, al mismo tiempo, su estímulo, su hontanar y su desafío; su cuna y su crisálida”[23]. La cultura aparece estrechamente ligada al particular modo de vida del hombre respecto a su ser y a su quehacer. “Si mirado a su ser, la cultura es una condición y posibilidad universal de todos los hombres, mirado a su quehacer es una expresión total que abarca todas las realizaciones humanas”[24]. Ese conjunto de creaciones materiales, sociales y espirituales es “la característica de los hombres, del nivel de su humanización”[25], expresada en el pensar, en el proceder y en el actuar social. “La cultura viene a ser de este modo el resultado de la transformación que el hombre imprime a la naturaleza, al conjunto de nuevas formas de vida creadas por él, la nueva morada artificial que el hombre se fabrica en la naturaleza”[26].
La cultura, dimensión universal y diferenciante del ser del hombre, que no se limita a un sector del quehacer humano sino a la totalidad de sus creaciones, está conformada por el nivel de las industrias (entorno o sistema técnico, que comprende medios técnicos de la producción), de las instituciones (entorno o sistema social, que comprende el conjunto de normas y organizaciones), de los valores (entorno o sistema axiológico, que comprende formas peculiares como un grupo aprecia y estima los distintos aspectos significativos de la existencia) y de lo ecológico (entorno o sistema natural, que comprende un ecosistema al que está integrado el ser humano como a su casa que lo nutre). “Los modos y los usos culturales no son simples expresiones ideológicas, sino modos de ser y estar ante la realidad, soportes primarios y constitutivos que señalan el arraigo y la permanencia de grupos determinados más allá de los condicionamientos socioeconómicos”[27].
El psicoanalista Erich Fromm nos dice que, toda vez que el sujeto de las ideas es la entidad básica del proceso social, para entender la dinámica de éste “tenemos que entender la dinámica de los procesos psicológicos que operan dentro del individuo, del mismo modo que para entender al individuo debemos observarlo en el marco de la cultura que lo moldea”[28]. La relación del hombre con la cultura es doble. “Por una parte la cultura es producto del hombre. Pero, por otra, el hombre es producto de la cultura”[29]. La relación del hombre con la cultura es doble, por cuanto, por una parte la cultura es producto del hombre, y éste es producto de la cultura. “Al crear la cultura, el hombre se crea a sí mismo, y al crearse a sí mismo, es un productor de cultura… El hombre es sustancialmente un ser cultural, y la cultura el producto de la actividad humana”[30]. La cultura es, también, “una herencia que se renueva con la capacidad creativa del que la recibe”[31]. 
Así algunos autores afirmen que “los modos y los usos culturales no son simples expresiones ideológicas, sino modos de ser y estar ante la realidad, soportes primarios y constitutivos que señalan el arraigo y la permanencia de grupos determinados más allá de los condicionamientos socioeconómicos”[32], el fenómeno cultural posibilitaría la felicidad si estuviera exento de ideologías dominantes y condicionamientos de todo orden. A juicio de Freud, cualquiera sea el sentido que se dé al concepto de cultura, “es innegable que todos los recursos con los cuales intentamos defendernos contra los sufrimientos amenazantes proceden precisamente de esa cultura”[33].
La cultura, “descrita como el proceso de la progresiva autoliberación del hombre”[34], más allá de encadenarnos, debería posibilitar la autorrealización del ser humano y la búsqueda de la felicidad. Pero, lastimosamente, ésta nos programa y nos aprisiona en la cárcel de las costumbres acríticas desde el mismo instante en que nacemos dentro de un determinado contexto dado de antemano en el mundo cultural y natural. “Para el hombre, nacer es ‘venir al mundo’, a un mundo determinado social e históricamente en el que quedamos instalados… Al nacer, venimos al mundo en una determinada situación y, de situación en situación, vamos navegando en la frágil barquilla de la existencia, por los inmensos horizontes de la totalidad intramundana hacia las ultimidades”[35]. Los modelos de relaciones los determina el contexto económico en el que se desarrollan. “Incluso cuando el individuo nace, ya se encuentra necesariamente enraizado en el determinado horizonte cultural que lo moldea y lo afecta desde las manifestaciones más elementales de la vida cotidiana hasta el complejo de valores, ideas, normas institucionales que ya encuentra como fruto incesante de esta actividad específica del hombre”[36].
El horizonte cultural nos condiciona desde niños. “El niño crece en una cultura en la que la realidad social le es, sencillamente, dada”[37]. De acuerdo con Martín Heidegger, somos entregados a nosotros mismos: somos "arrojados" a la tarea le vivir, y nos encontramos en un contexto cultural e histórico específico, que nos proporciona una gama determinada de posibles papeles e interpretaciones de nosotros mismos… Heidegger también subraya el hecho de que estamos contextualizados  en una cultura y una historia. “En nuestra vida cotidiana, nuestras tareas rutinarias siguen las normas y convenciones que nos ha fijado el mundo social en que vivimos, hacemos las cosas como cualquier otro las haría en ese contexto, y así Heidegger dice que en  la "cotidianidad" nosotros somos el cualquier otro.  Quién soy yo en mis participaciones ordinarias está determinado  por los papeles que adopto de mi cultura histórica. Mis autointerpretaciones son siempre un producto del mundo social en el que he crecido. Así pues, en opinión de Heidegger, el yo cotidiano no es tanto una unidad aislable sino más bien un punto en que se cruzan fuerzas culturales e históricas que lo ubican en un contexto comunal. Por lo general, somos simplemente los ocupantes de un puesto en el mundo social… La angustia revela al ser humano como la proyección arrojada que es: un proyecto único e indelegable de hacer algo de una vida que está inextricablemente atrapada en un contexto cultural”[38].

Desde que nacemos comienzan nuestros múltiples condicionamientos, y por ello “todos estamos condicionados por múltiples influencias, individuales y sociales, por nuestro origen, nuestra educación, nuestro ambiente social, nuestra época, las experiencias de nuestra vida, los intereses que nos llevan a explorar estas o aquellas áreas del conocimiento, por nuestra religión o irreligión; en fin, por una multiplicidad de influjos variados y toda una red de vínculos determinantes”[39]. Juan Jacobo Rousseau planteaba que somos esclavos de las instituciones. “El hombre civilizado nace, vive y muere en la esclavitud. Cuando nace se le cose en una envoltura; cuando muere se le mete en un ataúd, y en tanto que él conserva la figura humana vive encadenado por nuestras instituciones”[40]. Según el filósofo Nicolás Berdiayev, el entorno social y la educación contribuyen a que el niño pierda su libertad. “La incitación que obra  sobre el hombre desde su medio social y que recibe desde su infancia, puede convertirlo en esclavo. Un sistema de educación puede despojar completamente a un hombre de su libertad, e incapacitarlo para ejercer la libertad de juzgar”[41]. Los investigadores Walter Ritter Ortiz y Tahami E. Pérez Espino plantean que cada individuo nace en una determinada cultura y las orientaciones y creencias básicas de ésta lo forman y permanecen profundamente arraigadas durante toda la vida en su personalidad. “Lo que ocurre con el individuo, ocurre también en el campo del conocimiento. Las fuentes a partir de las cuales se desarrolla un campo del conocimiento permanecen en el seno de éste y definen lo que es real y lo que es verdadero, lo que tiene sentido y lo que es un disparate, lo que constituye la forma básica o la esencia de la realidad. Si nuevos datos contradicen estas creencias, sobreviene un conflicto. En esa pugna se producen confusiones y una pérdida de comunicación”[42].

Al ser humano, prisionero en tan intrincada red cultural, se le presentan serias dificultades para el logro de su felicidad, debido a que las cadenas culturales atan su vida anímica y social, impidiendo su autenticidad, emancipación, autonomía y libertad.

2 Los condicionamientos sociales y culturales

Entre los múltiples condicionamientos culturales encontramos los convencionalismos y los marcos referenciales. Los convencionalismos son el “conjunto de opiniones o comportamientos admitidos por conveniencia social, por acuerdo, por tradición o costumbre”[43]. Los convencionalismos, ese “conjunto de opiniones o procedimientos basados en ideas falsas que, por comodidad o conveniencia social, se mantienen como verdaderas”[44], a pesar de que en ciertas circunstancias orientan nuestra vida en comunidad, lamentablemente en otras nos encadenan a la cotidianidad. El condicionamiento a la sociedad o medio cultural puede ser muy útil a veces, pero si esto es llevado a un punto extremo, puede convertirse en una neurosis, particularmente si el resultado de esta adaptación a los "debes hacer esto o aquello" es la infelicidad, la depresión o la ansiedad… Un "debe," es malsano sólo cuando se cruza por el camino de los comportamientos sanos y eficientes. Así, cuando descubras que estás haciendo cosas desagradables y que no son productivas debido a algún "debe", quiere decir que has renunciado a tu libertad de elección y estás permitiendo que te controle alguna fuerza exterior”[45]. Muchos temen a la “sociedad”, al “qué dirán”, a la presión social. Rousseau pensaba que no había “más que locura y contradicción en las instituciones humanas”[46].
 
 Con respecto al temor al “qué dirán” o el miedo a la “opinión pública”, el filósofo Bertrand Russel[47] aclara que la preocupación por lo que opinen de nosotros los demás,  es tal que “muy pocos pueden ser felices sin que aprueben su manera de vivir y su concepto del mundo las personas con quienes tienen relación social y muy especialmente las personas con quienes viven”. La forma en que percibimos la realidad hace que tengamos opiniones diferentes de las cosas. “Merced a las diferencias de apreciación, una persona de determinados grupos y condiciones puede considerarse prácticamente como un descartado dentro de un cierto ambiente, y en otros ser admitido como un ser humano perfectamente natural”. Esas diferencias generan opiniones diversas, que muchas veces preocupan por lo que otros pueden pensar y decir de uno. Esto no genera espacios de simpatía, y “casi todo el mundo necesita para su felicidad un ambiente de simpatía”. Hay que ignorar lo que los demás digan de nosotros, porque no dependemos de su opinión para ser felices. “La opinión pública es siempre más tiránica contra los que temen manifiestamente, que contra quienes se encuentran indiferentes para con ella”. Se debe romper con los convencionalismos, así los demás nos critiquen. “La gente convencional se indigna contra quienes rompen todo convencionalismo, porque ven en ellas una crítica de su propia personalidad”. En un ambiente de tolerancia y de no convencionalismos, podemos ser felices sin temor a la opinión de los demás. “El miedo a la opinión pública, como toda otra manifestación de miedo, es opresiva e impide todo desarrollo. Es difícil hacer nada de importancia mientras persiste este miedo, y es imposible adquirir la libertad espiritual, en que la verdadera felicidad consiste, porque es esencial para la felicidad que nuestra manera de vivir surja de nuestros impulsos más profundos y no de los gustos y deseos accidentales de los que son, por casualidad, nuestros vecinos o nuestros amigos”.
 En opinión de la psicóloga Leonor Noguera Sayer[48], algunos convencionalismos posibilitan la sobrevivencia, nos ponen “a salvo del riesgo de vivir”; pero la gran mayoría, convertidos en arma de doble filo, ahogan la identidad y desdibujan el verdadero yo. Quienes obedecen a su tiranía, viven “ajenos a cualquier análisis a fondo sobre sí mismos”. Al pertenecer al conjunto de los que “hacen lo mismo”, adoptan una actitud que se torna rutinaria, “psíquicamente muy económica”, y permiten que “la energía para reflexionar y crear quede virtualmente disponible para tareas ajenas a la propia vida, que, en cuanto transcurre tranquilamente, se considera resuelta”. También se disuelven en lo cotidiano, que se les convierte “en un hondo motivo de vacío interior, con sentimientos dolorosos de ansiedad, desasosiego, insatisfacción, inseguridad e incertidumbre. Los convencionalismos son el “ropaje formal que silencia los tonos y los llamados para una reflexión […]”.
Los marcos referenciales construyen la realidad cotidiana, que determina cuáles actitudes son apropiadas o inapropiadas, qué percibir y qué ignorar. La teoría de los marcos referenciales la expone el sicólogo y filósofo Daniel Goleman[49] en su libro La psicología del autoengaño. "Un marco referencial es una definición compartida de una situación, que organiza y gobierna los eventos sociales y nuestra participación en ellos [...]. Es la cara pública de los esquemas colectivos [...]. Se origina cuando los participantes activan esquemas compartidos con respecto a determinada acción o situación". El marco referencial confiere el contexto, y nos indica cómo leer lo que sucede. "Es algo altamente selectivo; aparta la atención de todas las otras actividades que se producen simultáneamente y no corresponden a ese marco". Todo lo que está fuera del marco no merece atención. "Lo que está fuera del marco referencial también está al margen de la conciencia consensuada, inmerso en un especie de submundo colectivo". 
El mundo social está lleno de marcos referenciales  que orientan la atención hacia ciertos aspectos de la experiencia y la apartan de otros. "Los marcos referenciales definen el orden social. Nos dicen qué es lo que está pasando, cuándo hacer y qué y a quién. Dirigen nuestra atención hacia la acción que se encuentra dentro del marco y la apartan de lo que, si bien es accesible a la conciencia, es irrelevante [...]. Cada cultura es un conjunto de marcos referenciales. En la medida en que los marcos difieren de cultura a cultura, los contactos entre la gente de distintos países pueden resultar un fracaso [...]. Los marcos referenciales no sólo dirigen la interacción, sino que también dictan de qué manera debe considerarse a la gente en sus distintos roles [...]. Cuando nuestros marcos referenciales no coinciden, el orden público se tambalea [...]. Muchas veces no estamos demasiado seguros respecto de cuál es el marco de referencia correcto para un momento dado [...]. Los esquemas sociales domestican la atención [...]. ".
El quehacer cultural, encaminado a “proteger al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí”[50], estableció prácticas, rutinas, ceremoniales, rituales, costumbres, tradiciones, estilos de vida, patrones de conducta, convenciones, industrias, valores e instituciones, que, entre otras cosas, le han servido para restringirle su ansiada libertad. La cultura se ha convertido en fuente de malestar, por cuanto “la culpa de ser como somos y también de lo que nos pasa como sociedad es culpa de nuestra cultura”[51].
El largo y abrupto camino hacia la felicidad, en ocasiones se encuentra obstaculizado por la presencia, por la existencia de los demás; quienes, con sus murmuraciones, injurias, maledicencias, comentarios e infidencias se entrometen en la vida del otro, de su semejante. Si la persona, consciente de la soberanía sobre su cuerpo y sus emociones, decide, libre y autónomamente, establecer un vínculo alternativo —obedeciendo a su naturaleza instintiva—, se va encontrar con la censura de los demás; la intromisión de algunos de sus congéneres surge inmediatamente, condenando, rechazando, denostando y profiriendo juicios de valor cargados de una notoria dosis de subjetividad. El disfrute sensorial o afectivo de su aquí y de su ahora se le convirtió en una carga porque los demás desaprueban la toma de esa decisión. El “qué dirán” eclipsó el goce temporal de la vida. Los demás se convirtieron, por un hecho de inoportuna intromisión, en los censores de su disfrute. Todo aquel que rompa los moldes tradicionales, que trasgrede los esquemas convencionales, pone en riesgo su legítimo derecho al libre desarrollo de su personalidad. Los demás dejan de ser sus “aliados” para convertirse, tácitamente, en sus “opositores”. Su búsqueda de la felicidad, con esta molesta intromisión, depende del espacio que los demás le brinden. Los demás lo bajaron del “cielo” para sumergirlo en el “infierno”, en ese infierno que son los demás. “El infierno son los demás”, como diría Sartre. La actitud de intromisión limita la toma de decisiones y afecta profundamente la libertad. “Mi libertad queda estrangulada y mi ser se aliena al ser un ser que ‘es visto por otro’. Sentirse mirado, sentir la mirada del otro, es experimentar que dejo de ser dueño de la situación, porque hay otra libertad que la mía que le hace frente haciendo de mí un instrumento entre los instrumentos”[52].
En el sentir de Freud, “nuestra llamada cultura llevaría gran parte de la culpa de la miseria del sufrimiento…”[53]. En la esencia de la cultura en que vivimos el logro de la felicidad, según este pensador de la sospecha, se ha puesto en duda. Plantea que la vida como nos es impuesta conlleva dolores, desengaños y tareas complicadas. “Tal como nos ha sido impuesta, la vida nos resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles”[54]. Es probable que si las exigencias culturales fueran menores, se incrementarían las posibilidades de dicha. Es importante aclarar que Freud, que aparece en este texto como un crítico virulento de la cultura, es hijo de la cultura de su tiempo y sus planteamientos sobre la felicidad pudieron originarse en su experiencia, pero “él era también un crítico severo de la cultura y veía a la sociedad como una fuente de infelicidad”[55]. La sociedad, en concepto de D. H. Lawrence, es “una bestia maligna y rayana en la locura”[56]. En opinión del psicólogo Calvin Hall, “Freud desenmascaró nuestras hipocresías, nuestras ideas falsas, nuestras racionalizaciones, nuestras verdades, y ningún esfuerzo de los humanistas y los racionalistas podrá restablecer la máscara”[57]
En opinión de Federico Nietzsche, la racionalidad occidental, a través del modelo cultural, eclipsó el espíritu dionisiaco en el hombre. “El espíritu dionisiaco representa lo erótico, la desmedida, los deseos excesivos, el placer sin límite, la afirmación de la vida, lo desbordante, la embriaguez y la negación de la conciencia personal”[58].
Como quiera que un componente de la felicidad lo constituye la armonía y el disfrute de las relaciones afectivas, el amor y el erotismo son las pasiones que predominan en nosotros, ejerciendo una poderosa fuerza lo instintivo, lo erótico, es decir, el disfrute de la genitalidad; de manera que el erotismo genital vendría a ocupar el centro de la existencia humana, tal como lo reconoce Freud. “Cuando señalamos la experiencia de que el amor sexual [genital] ofrece al hombre las más intensas vivencias placenteras, estableciendo, en suma, el prototipo de toda felicidad, dijimos que aquélla debía haberle inducido a seguir buscando en el terreno de las relaciones sexuales todas las satisfacciones que permite la vida, de manera que el erotismo genital vendría a ocupar el centro de su existencia”[59].
Es evidente que los múltiples condicionamientos sociales de toda índole, procedentes de tradiciones, costumbres y absurdos convencionalismos sociales, dificultan nuestra ansiada búsqueda de la felicidad.


SEGUNDA PARTE


EL UNIVERSO NATURAL

1 La mísera condición humana

¡He aquí la mísera condición humana!

Temporal, contingente, voluble, contradictoria, deleznable, desquiciada, violenta, neurótica, agresiva, finita, absurda, veleidosa, inefable, conflictiva, cosificada, superficial, masificada, inauténtica, intolerante, alienada, agresiva, egoísta, turbulenta, mortal, pasajera, insoportable, vesánica…
 
Existencialmente absurda, ontológicamente sin sentido y filosóficamente irreflexiva; olvidada de las dimensiones del ser personal: corporeidad, interioridad, comunicación, afrontamiento, compromiso, libertad y trascendencia; arrastrada por la corriente de las circunstancias; gobernada por indómitas pasiones; obnubilada por una doble moralidad; eclipsada por el brillo oropelesco de los entes; sometida por el imperio de la razón instrumental; confundida en su búsqueda incansable del dominio de los objetos; perdida en la racionalidad tecnológica; carente de espíritu crítico; desperdiciada en la estulticia; condenada a la caducidad…

Destinada a la felicidad, pero expuesta al dolor y al sufrimiento; realizándose entre el ser y la nada; confundida entre la realidad y la fantasía; atrapada en la red de los absurdos convencionalismos sociales; agobiada por el qué dirán; cautiva en una cultura artificial, en ella viviendo y en ella muriendo; en constante lucha entre lo ideal y lo real; embrollada en su relación entre el ser y el conocer; comprometida con la impostura; prisionera en la cárcel del lenguaje; insegura ante la opción por la levedad o por el peso; alienada con sucedáneos como el poder, el honor, los elogios, la fama, la adulación, el éxito, el consumo, el fanatismo, la frivolidad, la superficialidad, los fetiches y la inautenticidad; extraviada en la existencia…

Amando para después odiar (ambivalencia afectiva); anhelando un papel en la vida, pero desempeñando otro distinto; haciendo lo que puede y no lo que quiere; girando en la rueda del hacer, del tener y del consumir; buscando objetividad en su mundo subjetivo; oscilando al garete entre lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño; fluctuando entre el ser y la nada; librando constantes batallas entre la razón y los instintos; pretendiendo inútilmente rebasar los estrechos límites que le impone su mísera condición; anhelando quiméricamente el ideal de justicia; vacilando entre la verdad y la mentira, sin saber qué es la verdad; precipitándose inexorablemente hacia el insondable abismo de la nada; venerando ídolos y despreciándose a sí misma; ufanándose vanamente de poseer la verdad, cuando ni siquiera sabe qué es la verdad;  huyendo de su ansiada libertad…

Frágil barquilla al vaivén de las embravecidas y turbulentas olas del inmenso y proceloso mar de la vida…”.  

¿Será que nuestra mísera condición humana permite fácilmente la conquista de la felicidad?


2 La fuerza incontrolable de nuestras emociones

A.    Las emociones son parte de nuestra naturaleza o esencia humana

El desconocimiento de nuestro universo anímico y la incapacidad de atemperar las pasiones o emociones es causa de infelicidad. Todas las emociones pueden ser útiles y contribuir al bienestar de la persona que las experimenta, para lo cual hay que conocerlas y aprender a gobernarlas”[60]. El tema de las emociones a menudo es ignorado por el estamento social, político y educativo. Así lo pienso y así lo plantea un experto en el universo emocional, como Antonio Damasio, estudioso de los sentimientos desde la neurociencia (neurobiología y neurofisiología). “Es necesario que los líderes políticos y educativos lleguen a entender lo importante que son los conocimientos sobre la emoción y el sentimiento, porque muchas de las reacciones que consideramos tan enfermas, tan patológicas, en nuestra sociedad, tienen que ver con las emociones, principalmente con las emociones sociales”[61]. Para este neurocientífico, sin la fuerza impulsora de los sentimientos, no tendríamos música, arte, religión, ciencia, tecnología, economía, política, justicia o filosofía moral. Las emociones son importantes para nosotros porque constituyen la esencia de la naturaleza humana. “Los afectos son algo intrínseco a la naturaleza humana, tan inevitables como el respirar, el crecer y el morir. Verlos de otra forma, como algo nocivo que debe ser reprimido, es partir de un supuesto equivocado […]. Los afectos forman parte de nuestro ser, pero son inestables. Del mismo modo que el individuo ha de lograr un equilibrio a través del gobierno de sus pasiones, también la organización social es necesaria para imponer previsibilidad y orden en los antagonismos afectivos […]. Aunque las emociones pertenecen a la trastienda de la vida individual, a un reducto íntimo en el que parece que ni se puede ni se debe entrar, al ser la espuela que mueve a actuar, tienen consecuencias para el conjunto de la sociedad[62]. Son tan connaturales las emociones a nuestro ser y quehacer, que sin emoción no hay acción y sin acción no hay emoción. Nuestras emociones son el motor de nuestras acciones. En opinión de la filósofa Victoria Camps, “el sujeto se constituye, por tanto, sobre la base de sus pasiones”[63].

Según el filósofo Thomas Hobbes, somos animales movidos por pasiones materiales. “La pasión es nuestra fuerza motriz y nace de la misma agitación que se crea al ser concebida en el cerebro y transmitida al corazón. Como tal, es una fuerza que se transmite hacia el exterior. Tanto el apetito como la aversión y el miedo son pasiones, movimientos de atracción y de repulsión o, alternativamente, de acercamiento y alejamiento respecto de los objetos […]. Este motor propulsor, la pasión, es idéntico para todas las personas, ya que está fijado en nuestra propia naturaleza…  De todos los deseos habidos y por haber, el más importante, el más fundamental, es el deseo de poder. Tanto la ambición política como las aspiraciones materiales, tanto el deseo de reconocimiento como, incluso, la búsqueda del saber —el conocimiento también es poder, para Hobbes— son en realidad distintas manifestaciones de este mismo apetito. Y de todos los temores, el mayor de todos ellos es el miedo a perder la vida. Esta disposición de ánimo nos convierte en unos seres contradictorios que, por un lado, amamos la libertad y, por otro, buscamos dominar a los demás”[64]. Son tan indomables nuestras pasiones que, para someterlas, de acuerdo con Hobbes, es necesario establecer un pacto, convenio o un contrato social para la creación del Estado, un poder soberano, un Leviatán o un hombre artificial, el cual, mediante la pasión del miedo, someta las emociones, porque sin “un poder soberano que obligue a cada uno de nosotros a limitar la satisfacción de algunos de nuestros deseos, no podemos confiar en que los demás entierren su hacha de guerra […]. La buena voluntad individual no parece suficiente para organizar una sociedad ordenada, armónica y que mantenga bajo control a sus elementos más díscolos […]. Ahora sí, bajo el imperio del Leviatán se cumplen las normas y los convenios […].  El objetivo de establecer un pacto social reside en el bien común, en llevar la vida tranquila que todos deseamos. Este es el método racional que hemos hallado para deshacernos del miedo y la desconfianza respecto a nuestros congéneres, es el freno que, siempre que el Leviatán lo mantenga pisado con fuerza, nos separa de aquella guerra sin cuartel […]. Y es el Estado la institución que promueve este mismo temor que nos evita caer en la barbarie, nos hace contener algunas pasiones naturales y nos obliga a observar las beneficiosas leyes naturales. Solo el miedo al castigo que nos pueda infligir este gigante nos empuja hacia la civilización […]. Según las conclusiones de Hobbes, necesitamos un poder absoluto porque no nos es posible abandonar el amenazante estado de naturaleza y prevenir la guerra civil […]. Además, Hobbes aboga porque el soberano sea también el cabeza de la Iglesia de su país, para que pueda controlar el miedo al pecado y a la condena eterna, pues, de lo contrario, estos sentimientos compiten con el temor «civilizatorio», el peso de la ley, con lo que se vuelve a poner en peligro la pacífica vida en sociedad […]. Del miedo al caos, Hobbes hace emanar el origen de la sociedad y el poder del Estado. Del miedo al castigo, la autoridad coercitiva y el respeto a la ley. Cultivar el miedo, por tanto, contribuye tanto a la sumisión de los súbditos como al orden de la sociedad […]. El miedo como fundamento del poder es un arma de doble filo: por una parte, garantiza el orden interno y el apoyo de los ciudadanos, como creía Hobbes; por otro, limita las libertades de estos últimos y, en un caso extremo, puede convertir la política en un régimen del terror […]. Hobbes repite hasta la saciedad que el poder debe ser indiviso, la autoridad suprema y el soberano absoluto, si se quiere cumplir eficazmente la labor de proteger a la ciudadanía […]. En un régimen como el que plantea Hobbes, la libertad de los súbditos queda seriamente coartada, y además, la tendencia es que esta se irá viendo perjudicada de forma paulatina e inexorable. A nivel material, tampoco parece que la situación mejore: el soberano se mantiene por encima de la ley y se reserva el derecho de recaudar y expropiar indiscriminadamente, con lo que la seguridad jurídica, en contra de lo que opinaba Hobbes, quedaría en entredicho[65]. Hobbes advierte que vínculos de las palabras “son demasiado débiles para refrenar la ambición humana, la avaricia, la cólera y otras pasiones de los hombres, si estos no sienten el temor de un poder coercitivo”[66].  En el Estado hobbesiano, constituido para someter las emociones, el poder del soberano es un poder omnímodo, totalitario. El súbdito debe renunciar a sus pasiones, en favor de las pasiones del soberano, cuyo poder no tiene límites, como condición para que se evite la guerra de todos contra todos, motivada por el ímpetu desaforado e incontrolable de las pasiones.

Hobbes escribió que  “no tener deseos es estar muerto[67]. Frente a la fuerza e ímpetu de las emociones es difícil que una persona, por más dueña de sí misma que sea, pueda adoptar una actitud estoica, equilibrada, impasible, ecuánime e impávida y demostrar ataraxia, inalterabilidad e imperturbabilidad del ánimo, “pues cuando la pasión se enseñorea de nosotros es imposible detenerla o moldearla”[68]. Si forman parte de nuestro ser, las pasiones no se pueden suprimir, sino moderar; tampoco se pueden contraponer las pasiones a la razón, ni la razón contraponerse a las pasiones. Por lo tanto, no existe dicotomía entre las emociones y la razón.  “Pero la imbricación de ambas no es fácil. La pasión pura y desbocada es peligrosa en la vida del individuo y más aún en la de la colectividad. A su vez, la razón estricta y fría es ineficaz y carece de magnetismo para atraer a las personas hacia las causas que merecen algo de atención y un mínimo de entusiasmo colectivo”[69].

Un estudioso de las emociones como Baruch Spinoza planteó que había “contemplado los afectos humanos, como son el amor, el odio, la ira, la envidia, la gloria, la misericordia y las demás afecciones del alma, no como vicios de la naturaleza humana, sino como propiedades que le pertenecen como el calor, el frío, la tempestad, el trueno y otras cosas por el estilo a la naturaleza del aire”[70]. Para Spinoza,  los sentimientos y emociones constituyen los aspectos centrales de la humanidad, los pilares que definen ésta. Según éste, todos los afectos son necesidades de la naturaleza, sin que sean consecuencia de la impotencia e inconsecuencia  humana o falta de voluntad para evitarlos, sino que obedecen al orden natural independiente de que así lo queramos. Denominó a las emociones como apetitos, deseos o afectos. “Spinoza los agrupó todos bajo un término muy adecuado, apetitos, y con gran refinamiento utilizó otra palabra deseos, para la situación en la que los individuos conscientes sabedores de dichos apetitos. La palabra apetito designa el tipo de comportamiento de un organismo ocupado en un determinado instinto; el término deseo se refiere a los sentimientos conscientes de tener un apetito y a la eventual consumación o frustración de dicho apetito… Es evidente que los seres humanos poseen los apetitos y los deseos conectados de manera tan inconsútil como las emociones y los sentimientos”[71]. Plantea que, por falta de gobierno de los afectos, deseos o pasiones,  vivimos bajo la servidumbre de nuestras emociones del alma o apetitos humanos. “Llamo servidumbre a la impotencia humana para moderar y reprimir sus afectos, pues el hombre sometido a los afectos no es independiente, sino que está bajo la jurisdicción de la fortuna, cuyo poder sobre él llega hasta tal punto que a menudo se siente obligado, aun viendo lo que es mejor para él, a hacer lo que es peor”[72]. La racionalidad de Spinoza necesitaba la emoción como motor. Mientras éste anhelaba combatir una pasión peligrosa con una pasión irresistible, Kant (otro racionalista) pretendía combatir los peligros de la pasión con la razón desapasionada.

Las emociones, el motor de las acciones humanas, dieron origen a la religión, la ética, el derecho, las leyes, los códigos y el Estado, como  mecanismos o instrumentos culturales y sociales para regular, aquietar controlar, educar, atemperar o “poner freno” a éstas, ya sea mediante lo irracional o lo racional, acudiendo a la amenaza de castigos divinos y humanos o reproche social y moral. Según Antonio Damasio, si los seres humanos carecieran de emociones y sentimientos no tendrían sentido dichas instituciones sociales. “Sospecho que en ausencia de emociones sociales y de los sentimientos subsiguientes, incluso en el supuesto improbable de que otras capacidades intelectuales pudieran permanecer intactas, los instrumentos culturales que conocemos, tales como comportamientos éticos, creencias religiosas, leyes, justicia y organización política o bien no habrían aparecido nunca, o bien habrían sido un tipo muy distinto de construcción inteligente […]. Ninguna de las instituciones implicadas en la gestión del comportamiento social tiende a ser considerada como un dispositivo para regular la vida, quizá porque con frecuencia no consiguen cumplir adecuadamente su tarea o porque sus objetivos inmediatos enmascaran la conexión con el proceso vital. Sin embargo, el fin último de dichas instituciones es precisamente la regulación de la vida en un ambiente concreto. Con sólo ligeras variaciones de acento, sobre lo individual o lo colectivo, directa o indirectamente, el fin último de estas instituciones gira alrededor de promover la vida y evitar la muerte, aumentar el bienestar y reducir el sufrimiento […]. Las convenciones sociales y las normas éticas pueden ser consideradas, en parte, como extensiones de las disposiciones homeostáticas básicas a nivel de la sociedad y de la cultura. La consecuencia de aplicar las normas es la misma que el resultado de dispositivos homeostáticos básicos tales como la regulación metabólica o los apetitos: un equilibrio de la vida para asegurar la supervivencia y el bienestar […]. La Constitución que gobierna un Estado democrático, las leyes que están en consonancia con dicha Constitución, y la aplicación de dichas leyes en un sistema judicial son asimismo dispositivos homeostáticos. Están conectados por un largo cordón umbilical a las otras filas de regulación homeostática sobre las que han sido modelados: apetitos/deseos, emociones/sentimientos, y la gestión consciente de ambos […]. La empresa de vivir en un acuerdo compartido y pacífico con otros es una extensión de la empresa de preservarse a sí mismo. Los contratos sociales y políticos son extensiones del mandato biológico personal. Resulta que estamos estructurados biológicamente de una determinada manera (tenemos el mandato de sobrevivir y de maximizar la supervivencia placentera en lugar de la supervivencia dolorosa), y de esta necesidad procede de un cierto acuerdo social”[73]. Así mismo, porque somos seres emocionales es que hay necesidad de candados, cerraduras, cajas fuertes, rejas, puertas, vidrios blindados, vidrios polarizados, cámaras de vigilancia, circuitos cerrados de televisión y demás objetos para controlar y “frenar” algunas de las desaforadas pasiones humanas: ambición, codicia, avaricia, voracidad, envidia, egoísmo, ruindad, etc.

Es necesario estudiar el convulso y complejo universo de los estados anímicos para tratar de dominar las pasiones y así evitar situaciones que nos compliquen la anhelada búsqueda, no solo del bienestar emocional, sino de la felicidad. “Si el ser humano es, de algún modo y dentro de sus límites, dueño de su vida, ha de ser capaz de dar forma y sentido a sus sentimientos para no desviarse de su cometido, para poder florecer como humano”[74]. ¿Si nos gobiernan las pasiones, podremos obtener bienestar emocional y conquistar la esquiva felicidad? ¿Podrá ser feliz quien sufra por el incontrolable ímpetu de sus ingobernables pasiones, causándose daño moral y sicológico así mismo, perjudicando a los demás o perdiendo su libertad por perpetrar delitos, obnubilado por el furor de sus emociones? Buscando ponerle inteligencia a las emociones surgió la llamada inteligencia emocional. “Llevar una vida correcta, conducirse bien en la vida, saber discernir, significan no solo tener un intelecto bien amueblado, sino sentir las emociones adecuadas en cada caso”[75]. El ser humano está dotado de razón y de emociones, es decir, es una persona racional y emotiva. Por este motivo “debe desarrollar lo que los griegos llamaron la actividad contemplativa, el pensamiento, y aprender a admirar lo admirable y a rechazar lo que no lo es, para lo cual debe tener razones que le indiquen qué es digno de admiración y qué no es admirable bajo ningún aspecto”[76].

El hombre como ser racional y emocional, debe entender que ni la racionalidad se consolida sin el apoyo de las emociones, ni las emociones son irracionales. Mientras que unos teóricos del universo emotivo afirman que las emociones son racionales y pertenecen al universo cognoscitivo, otros señalan que son irracionales y tienen un origen puramente fisiológico y conductual. En las emociones, además del factor biológico o natural, influye el entorno social y cultural. Independiente del acierto o desacierto de sus teorías, lo cierto es que las emociones unen o separan a los seres humanos. Por ejemplo: el amor une, el odio separa; la concordia une, la discordia separa; la generosidad une, la avaricia separa; la empatía une, la arrogancia separa, etc. Los hombres, decía Spinoza, son enemigos por naturaleza, porque están sometidos por las pasiones (o ideas inadecuadas de la naturaleza de las cosas),  que los individualizan y producen rivalidades de intereses.  “Por lo que hace a la vida en sociedad y a la organización política, los afectos pueden ser vistos como un obstáculo para vivir juntos, pero también como el estímulo para la buena convivencia”[77]. De ahí que este pensador planteara la necesidad del Estado (además de la recta razón como guía del comportamiento o autogobierno de las pasiones mediante el conocimiento racional de nosotros mismos) para que contribuyera al sometimiento de los afectos humanos o afecciones del alma. Consciente de que los hombres estamos necesariamente sometidos a las pasiones, entramos en conflicto y nos esforzamos en cuanto podemos en oprimirnos unos a otros. “Lo que importa es establecer el Estado de modo tal que todos, gobernantes y gobernados, quieran o no quieran, actúen de modo conveniente al servicio del bien común […]. [En consecuencia], el hombre libre es más libre en el Estado, donde vive según las leyes que obligan a todos, que en la soledad, donde solo se obedece a sí mismo”[78].

Quienes defienden la teoría de que las emociones son racionales (los cognoscitivistas o cognitivistas), no piensan que éstas se repriman, sino que se encaucen o canalicen para evitar su desbordamiento y los asaltos emocionales. “En el encauzamiento de las emociones tiene una parte importante la facultad racional, pero no para eliminar el afecto, sino para darle el sentido que conviene más a la vida, tanto individual como colectiva”[79]. Así mismo, los cognitivistas plantean que  la estructura de las emociones está constituida por  deseos, cogniciones, creencias y juicios. Concita la atención para comprender en parte el complejo e intrincado universo emocional la importancia de las creencias. Con respecto a las creencias, como fuente de emociones, algunos autores piensan que la pasión amorosa se basa en la creencia de que la persona amada lo tiene todo, se puede confiar en ella, es atractiva, es interesante y guapa, por lo que uno desea que esa creencia no se frustre, sino, al contrario, se refuerce por el contacto con la persona querida. “Las emociones pueden proceder de creencias o cogniciones equivocadas, de hecho, muchas veces ocurre así. En cualquier caso, la causa de una emoción determinada es siempre una cierta visión de las cosas que genera rechazo o deseo de permanencia […]. Su vinculación con el deseo las convierte, efectivamente, en disposiciones a obrar, que proporcionan a la persona una orientación, la cual viene dada por las creencias que uno tiene sobre la realidad, y se proyecta hacia un objetivo propiciado por el deseo. Las creencias proveen a la persona de una imagen del mundo que habita, mientras los deseos le proporcionan objetivos o cosas a las que aspirar. El puente que vincula las creencias al deseo es el estado emotivo. Dicho de otra forma, las creencias crean un mapa del mundo y los deseos apuntan a recorrerlo o, por el contrario, a evitarlo. Es más, si las emociones tienen que ver con una forma determinada de entender el mundo y provocan un comportamiento reactivo consecuente con esa visión, las emociones presuponen una cultura común, un sistema de creencias y prácticas compartidas. Es decir, que sentimos y nos emocionamos de acuerdo con el entorno en el que hemos nacido y en el que vivimos”[80].

También es importante tener en cuenta los juicios como fuente de emociones. Estamos habituados a escuchar e inferir que el origen básico y fundamental de las pasiones es lo irracional, instintivo y biológico, que nos extraña oír y pensar que la razón, las creencias y los juicios sean causa de las emociones. Martha Nussbaum, citada por Victoria Camps, plantea la tesis de que “las emociones implican juicios sobre cosas que nos importan, juicios en los cuales, al apreciar un objeto externo como valioso para nuestro propio bienestar, reconocemos nuestra propia menesterosidad e incompletitud ante aspectos del mundo que no controlamos totalmente”[81]. De esta tesis se desprende la idea de que las pasiones son errores de juicio o conmociones del alma desviadas de la recta razón de la naturaleza. Aristóteles pensaba que las pasiones eran causa de nuestra levedad para trocar nuestros juicios.  “El Libro II de la Retórica, dedicado a la persuasión, acaba diciendo que las emociones o las pasiones son las causantes de que los hombres se hagan volubles y cambien en lo relativo a sus juicios, en cuanto que de ellos se sigue dolor y placer. Así son, por ejemplo, la ira, la compasión, el temor y otras más de naturaleza semejante y sus contrarias”. Si las emociones son racionales, intelectuales o cognitivas, pueden ser atemperadas por medio de la prudencia. Una persona prudente aplica el justo medio o la virtud a sus emociones para no dejarse dominar por su ímpetu frenético. En palabras de Aristóteles, la prudencia (como virtud práctica) es un modo de ser racional verdadero y práctico, respecto de lo que nos conviene y no nos conviene para nuestro bienestar físico y emocional. En consecuencia, la persona prudente tiene como función deliberar rectamente sobre sus acciones y pasiones.

El problema de las pasiones o emociones (disposiciones mentales o maneras de ser), antes de que se convirtiera en un tema de dominado de la sicología, el sicoanálisis, la psiquiatría, la pedagogía, el derecho, la bioética, la sociobiología y la neurociencia (neurofisiología y neurobiología), fue campo de trabajo especulativo de la filosofía.  En tanto que algunos filósofos pensaban que había que reprimir las emociones, pasiones o instintos, mediante el poder de la razón, otros planteaban que este tipo de fenómenos psíquicos no era posible de dominar racionalmente, ya que forman parte de la vida anímica y no hay porqué reprimirlos, sino encauzarlos racionalmente. “¿En qué consiste, pues, la sabiduría o la ruta de la verdadera felicidad? Precisamente no está en disminuir nuestros deseos, ya que si estuvieran por debajo de nuestro poder, una parte de nuestras facultades quedaría ociosa, y nosotros no gozaríamos de todo nuestro ser”[82]. Las teorías sobre las emociones planteadas por algunos filósofos reconocidos nos aportan información de interés para tener en cuenta a la hora de reflexionar sobre nuestro complejo e insondable universo emocional. Desde la neurociencia, Antonio Damasio plantea que no es pertinente la eliminación de las emociones y los sentimientos. “La eliminación de la emoción y el sentimiento de la imagen humana implica un empobrecimiento en la subsiguiente organización de la experiencia. Si las emociones y sentimientos sociales no se despliegan adecuadamente, y se desbarata la relación entre las situaciones sociales y la alegría y la pena, el individuo no va a poder categorizar la experiencia de los acontecimientos en el registro de su memoria autobiográfica según la nota de emoción/sentimiento que confiera «bondad» o «maldad» a dichas experiencias. Esto impediría cualquier nivel ulterior de construcción de las nociones de bondad y maldad, es decir, la construcción cultural razonada de lo que debiera considerarse bueno o malo, dados sus efectos positivos o negativos”[83].

Chishire Calhoun y Robert Salomón, en su libro ¿Qué es una emoción?, sostienen que “la naturaleza de la emoción es un tema común a numerosas disciplinas, incluyendo la psicología filosófica y la filosofía de la mente, la psicología de la motivación, la teoría del aprendizaje y la psicología educativa, la psiquiatría, la metapsicología y la teología”[84]. En el texto se consignan cinco modelos teóricos de las emociones: sensorial, fisiológico, conductual, evaluativo y cognoscitivo.  “Las teorías de la sensación (Hume) y las teorías fisiológicas (Descartes, James) hacen hincapié en el "sentimiento" real de una emoción, aunque no están de acuerdo en si es principalmente un sentimiento psicológico (por ejemplo, sentirse abrumado) o un sentimiento de cambios fisiológicos reales (por ejemplo, sentir que se le retuerce a uno el estómago de disgusto). Las explicaciones causales de las emociones figuran prominentemente en el análisis de ambas teorías. En las teorías conductuales, como su nombre lo indica, se presta especial atención a las conductas distintivas relacionadas con diferentes emociones. Las emociones son analizadas ya sea como la causa de esas conductas (Darwin) o como algo que consiste única o principalmente en patrones de conducta (Dewey, Ryle). Las teorías evaluativas (Brentanq Scheler) comparan las actitudes en pro y en contra de las emociones (sentir agrado, desagrado, amor, odio, etcétera) y los juicios de valor positivos o negativos. En este tipo de análisis, el "objeto" de la emoción es importante. Finalmente, las teorías cognoscitivas, que cubren un amplio espectro de teorías particulares, se enfocan en la conexión entre las emociones y nuestras creencias sobre el mundo, nosotros mismos y los demás. Por ejemplo, las emociones parecen depender de ciertas creencias (la envidia depende de la creencia de que otra persona ha tenido mejor suerte que nosotros, por ejemplo), y pueden modificar nuestra percepción del mundo y nuestras creencias al respecto […]. La emoción y el conocimiento son mucho más personales de lo que sugeriría el énfasis tradicional en la razón y la comprensión —a diferencia de las pasiones—. De hecho, algunas emociones, por ejemplo, la curiosidad científica y el amor a la verdad, son esenciales para que adelante el conocimiento. Por demasiado tiempo hemos hecho énfasis en las demandas impersonales del conocimiento en vez de la pasión por saber, y tanto el conocimiento como la pasión han sufrido con esto. Podemos decir también que gran parte del ímpetu que impulsa la nueva ola de interés en las emociones es el deseo de averiguar cómo podemos provocar esas emociones tan valiosas que hemos dejado durante demasiado tiempo sujetas a las contingencias fortuitas de la infancia; me refiero no sólo a la curiosidad y la pasión por la verdad, sino también a la pasión por la justicia y la compasión, el amor que dura toda la vida, e incluso, en el momento correcto y en cierta medida, a la indignación justificada. Éstas no son intrusiones momentáneas en nuestras vidas, sino su núcleo mismo y la fuente de nuestros ideales. Una vez que comenzamos a pensar en las emociones en esta forma, y a sentir el interés más tradicional por aquellas emociones que parecen ser una forma de locura o una obsesión irracional, la importancia de estudiar las emociones debe quedarnos más clara, no sólo como una curiosidad intelectual, sino también como una necesidad práctica y personal. La vida que no ha sido examinada no vale la pena vivirse, dijo Sócrates. Esta es la idea con la cual se ha reunido esta colección de ensayos, ya que reconocemos que las emociones, aunque a menudo descuidadas en la filosofía, siempre han sido esenciales para la vida”[85].

Aunque el término más utilizado para denominar el universo anímico es “emociones”, a éstas también se les denomina pasiones, sentimientos, pulsiones, deseos, afectos, instintos, inclinaciones, condición afectiva, actos mentales, apetitos humanos, disposición afectiva o mental, estados de ánimo, tribulaciones del ser, fenómenos mentales, perturbaciones del espíritu, hechos de la conciencia subjetiva, hechos psíquicos, vivencias sicológicas, entidades psíquicas o afecciones o condiciones del alma.  En todos los casos, el término en cuestión evoca algo que el individuo padece, que le sobreviene, que le afecta y que no depende de él”[86].


B.     Las emociones desde el universo de la filosofía

El tema de las pasiones es tan importante en la vida humana, que Platón, lo relacionaba con la justicia o lo justo. “Y es que son las emociones o los sentimientos las que proporcionan la base necesaria al conocimiento del bien y del mal para que el ser humano se movilice y actúe en consecuencia con ello. Lo decía ya Platón en La República al preguntarse por qué hay que rechazar la tiranía. Y respondía más o menos esto: la rechazamos porque tememos la inseguridad en que vive el tirano y porque nos repugna participar en un sistema en el que se ejerce una relación tiránica”[87]. Este pensador plantea en dicha obra que un hombre es justo si todas y cada una de sus partes (razón, deseo y emociones) desempeñan sus funciones correspondientes sin interferir las unas con las otras. Un hombre justo es aquel cuya mente está en buen estado; un hombre sano es aquel cuyo cuerpo está en buen estado. Ser bueno consiste en tener una mente o alma bien ordenada. Quien tiene el alma bien ordenada, obra bien y ejecuta acciones buenas y justas. El alma bien ordenada significa que en un hombre justo, los deseos nunca dominan la voluntad. Sin embargo, los deseos no se pueden ahogar o reprimir, sino que se les debe permitir desempeñar las funciones que les corresponde: informar cuando el cuerpo necesita satisfacer racionalmente algunas necesidades básicas, como comer, beber, dormir, etc. La razón debe controlar las acciones del hombre, de la misma forma que los gobernantes deben controlar lo que pasa en el Estado. Las emociones pueden funcionar pero sometidas al imperio de la razón. En el hombre bueno, las emociones se aliarán con el corazón cuando haya un conflicto con los deseos. “El hecho de que lo subconsciente aflore en los sueños hasta de los hombres perfectamente normales y dueños de sí mismos, prueba que todo el mundo alberga dentro de sí instintos de este tipo brutal y espantoso”[88].

Aristóteles, en su tratado de Retórica, define la emoción como aquello que hace que la condición de una persona se transforme a tal grado que su juicio quede afectado, y algo que va acompañado de placer y de dolor. Para Aristóteles, la emoción es toda afección del alma acompañada de placer o de dolor, y en la que el placer y el dolor son la advertencia del valor que tiene para la vida el hecho o la situación a la que se refiere la afección misma. “Así las emociones pueden considerarse como la reacción inmediata del ser vivo a una situación que le es favorable o desfavorable; inmediata en el sentido de que está condensada y, por así decirlo, resumida en la tonalidad sentimental, placentera o dolorosa, la cual basta para poner en alarma al ser vivo y disponerlo para afrontar la situación con los medios a su alcance”[89]. Dominar nuestras pasiones, nuestras emociones, es vivir racionalmente, es decir, de acuerdo con las directrices de la razón. “Cualquiera puede ponerse furioso… eso es fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad perfecta, en el momento correcto, por el motivo correcto, y de la forma correcta… eso no es fácil”[90]. Aristóteles plantea que poseemos pasiones, facultades y modos de ser. “Las pasiones nos sobrevienen sin quererlo, no son deliberadas. Pasiones son el miedo, el coraje, la envidia, el amor, el odio, los celos. Las facultades, por su parte, nos hacen capaces de entristecernos, alegrarnos, amar, compadecernos, es decir, apasionarnos de una manera o de otra. Los modos de ser, finalmente, determinan que nos comportemos bien o mal con respecto a las pasiones. Por ejemplo, si nos encolerizamos en exceso o permitimos que los celos se apoderen de nosotros impidiéndonos pensar o actuar, no nos estamos comportando correctamente. Una vez hecha esta clasificación de lo que ocurre en el alma, Aristóteles concluye que las virtudes no son ni pasiones ni facultades, sino modos de ser”[91].

Para los Estoicos el problema de las emociones fue un tema de sus disquisiciones filosóficas, las que definieron como juicios errados sobre el mundo, como formas falsas y destructivas de ver la vida y sus infortunios. “En las emociones nos rebelamos contra las tragedias de la vida y nos regocijamos de su buena fortuna; pero los sucesos del mundo están totalmente fuera del control humano, y por lo tanto debemos remplazar las emociones con la razón y lo que ellos llamaron "indiferencia psíquica" (apatheia o apatía)”[92]. De la afirmación de Marco Aurelio (“Si alguna cosa te entristece, no es ella la que te entristece, sino el juicio que te formas acerca de ella”), se infiere que para este pensador estoico,  las pasiones son malas y negativas para la libre expansión del alma. “Dado que hay cosas que no pueden evitarse, como el dolor o la muerte, la guía moral para conducirse en este mundo de seres vulnerables es aprender a corregir el juicio y a ver las cosas de forma que dejen de perturbarnos. Es posible liberarse de las pasiones apreciando o valorando la realidad de otra manera. De esta forma se conseguirá la ataraxia, un estado de imperturbabilidad que solo alcanza el que de verdad es sabio. Lo cierto de todo ello es que las emociones muestran la vulnerabilidad esencial del hombre […]. Las emociones ciertamente ponen de manifiesto nuestra forma de ver el mundo, en tanto humanos, puesto que tendemos a estar tristes por las mismas razones, o en tanto individuos con un carácter específico o con una sensibilidad especial hacia ciertos fenómenos”[93]. El propósito de los estoicos (si tenemos en cuenta el difícil y violento contexto histórico de los romanos de su tiempo y cultura) era un ir ascendiendo en la escala de la perfección hasta anular los deseos y los esfuerzos por hacer frente a la vulnerabilidad.

René Descartes piensa que una emoción es un sentimiento de agitación física y excitación. En Descartes, las emociones son pasiones o acciones del alma (que proceden de las percepciones o sensaciones), y llama “pasiones a todos aquellos tipos de percepción o formas de conocimiento que se encuentran en nosotros, porque a menudo no es nuestra alma la que las hace lo que son, y porque siempre recibe de ellas las cosas que son representadas por ellas. […]me parece que podemos definirlas generalmente como las percepciones, sentimientos o emociones del alma que relacionamos especialmente con ella, y que son causadas, mantenidas y fortificadas por algún movimiento de los espíritus… que están contenidos en las cavidades del cerebro”[94]. Descartes, quien sostiene que ningún pensamiento puede agitar y trastornar el alma tan poderosamente como las pasiones, nos advirtió que todas las “vivencias de la psicología que llamamos sentimientos, pasiones, emociones, toda la vida sentimental”[95], son pensamientos embrollados, confusos, oscuros. “En su teoría de las pasiones propone Descartes simplemente al hombre que estudie eso que llamamos pasiones, eso que llamamos emociones, y verá que se reducen a ideas confusas y oscuras; y una vez que haya visto que se reducen a ideas confusas y oscuras, desaparecerá la pasión, y podrá el hombre vivir sin pasiones que estorban y molestan en la vida”[96]. Desde una concepción mecanicista del cuerpo, señala que “es  necesario advertir que el principal efecto de todas las pasiones en los hombres es que incitan y disponen su alma para desear aquellas cosas para las cuales preparan su cuerpo, de tal manera que el sentimiento de temor lo incita a desear escapar, el del valor a desear luchar, y así sucesivamente”[97]. Según este pensador, las pasiones primitivas son el asombro, amor, odio, deseo, alegría y tristeza; todas las demás están compuestas de algunas de éstas. “El asombro es una sorpresa repentina del alma que hace que se aplique a considerar con atención los objetos que le parecen raros y extraordinarios […]. El amor es una emoción del alma causada por el movimiento de los espíritus que incita al alma a unirse voluntariamente a objetos que le parecen agradables. En cuanto al odio, es una emoción causada por los espíritus que incita al alma a desear estar separada de los objetos que se presentan ante ella como dañinos […]. La pasión del deseo es una agitación del alma causada por los espíritus, que la dispone a desear para el futuro las cosas que le parecen agradables […]. El gozo es una emoción agradable del alma que consiste en disfrutar de lo que el alma posee en el bien que las impresiones del cerebro le representan como propio […]. La tristeza es una languidez desagradable que consiste en la incomodidad e intranquilidad que el alma recibe del mal, o del defecto  que las impresiones del cerebro le ponen enfrente como pertenecientes a ella”[98]. La teoría fisiológica de las emociones cartesiana considera a éstas como intrusas fastidiosas “que nos distraen de llevar a cabo nuestras mejores intenciones, frustrando una visión objetiva de las cosas y obligándonos a portarnos en formas lamentables, o por lo menos irracionales”[99]. Las ideas confusas y oscuras provienen de las sensaciones, de la sensibilidad, del mundo sensible; es decir, de lo que se percibe por los sentidos, y no proviene del pensamiento puro, de la razón.

Baruch Spinoza disertó profundamente sobre las emociones, que denominó afecciones del alma o afectos. Reflexionó  sobre éstas, con hondura geométrica y filosófica, en su Ética demostrada según el orden geométrico. “Spinoza hace derivar las emociones del esfuerzo (conatus) de la mente para perseverar en el propio ser por un tiempo indefinido. Este esfuerzo se denomina voluntad cuando sólo se refiere a la mente y se denomina deseo (appetitusi) cuando se refiere al mismo tiempo a la mente y al cuerpo. Así, el deseo es la emoción fundamental. A él se unen las otras dos emociones primarias: la alegría y el dolor. La alegría es la emoción por la cual la mente por sí sola o unida al cuerpo logra una mayor perfección, y el dolor es la emoción por la que la mente desciende a una perfección menor”[100]. Con su visión determinista, negando el libre albedrío, afirmó que el universo estaba determinado por Dios o la naturaleza, sin que nosotros pudiéramos cambiarlo. Por eso no podemos irritarnos de nuestros infortunios o maldecir la tragedia, sólo comprenderlos racionalmente. “Como los estoicos antes de él, ve las emociones como pensamientos defectuosos sobre el mundo, como malentendidos. Define las emociones como modificaciones del cuerpo que aumentan o disminuyen nuestros poderes activos, por ejemplo la cólera, que nos espolea, y la tristeza, que nos estorba.  Añade que todas las emociones están definidas fundamentalmente por referencia  al placer y el dolor; y distingue las emociones pasivas, que se originan fuera de nosotros, de las emociones activas, que son el  resultado de nuestra naturaleza y de un sentido placentero de incremento en la actividad. Todos los males de la vida, nos dice Spinoza, se deben a las emociones pasivas, que nos causan dolor y hacen bajar nuestra vitalidad”[101].

Spinoza plantea que el ser humano es un ser racional y emocional. Piensa que la personalidad es un continuo en el que los afectos y la razón se complementan. Como los afectos son parte de nuestra naturaleza, no podemos dejar de sentir o experimentar pasiones; esas pasiones nos mueven al deseo, esencia del hombre y afección primaria. “Movido por el deseo, el ser humano aspira y ambiciona cosas, se relaciona con otros cuerpos y se ve afectado por ellos”[102]. Reitera la necesidad de conocer las causas de los afectos, no para eliminarlos (algo imposible), sino para reconducirlos y gobernarlos desde la razón, cambiando la manera de concebirlos, apreciarlos e interpretarlos, porque pueden ser producto de la imaginación o provenir de una idea inadecuada. “Los afectos sólo son perjudiciales –sólo son pasiones– cuando proceden de ideas inadecuadas, las cuales evitan que nos formemos una idea clara y distinta de los mismos […]. La diferencia entre la idea adecuada y la idea inadecuada es básica porque de ella depende que los afectos sean pasiones o acciones, es decir, que disminuyan nuestra potencia de actuar o la aumenten. Un sentimiento es una pasión mientras no nos formamos de él una idea clara y distinta o una idea adecuada. Ahora bien, ¿qué es una idea adecuada? Una idea es adecuada cuando se forma sin la intervención de causas exteriores, cuando no requiere de experiencia ninguna para ser concebida […]. Transformar las ideas inadecuadas en ideas adecuadas es el objetivo de la ética para Spinoza. ¿Cómo hacerlo? No anulando el afecto que las ha producido, sino cambiando la idea del mismo […]. Las ideas claras no eliminan las pasiones, pero las despojan de lo que en ellas hay de nosotros. Lo que distingue al sabio del ignorante es el cambio del punto de vista. El ignorante actúa por miedo, mientras el sabio actúa para evitar contradicciones, porque intenta comprender desde la razón y despreocuparse de los hechos […]. Las pasiones no son vicios, sino fuerzas que pueden potenciar o disminuir la acción. Hay que comprender la fuerza de los afectos y el poder que tiene el alma para moderarlos […]. Puesto que son inevitables, los afectos no son ni buenos ni malos. Se siguen de la esencia humana, que es el deseo, lo que Spinoza denomina la ley del conatus o del esfuerzo, según la cual cada cosa se esfuerza cuanto está a su alcance por perseverar en su ser. Deseamos cosas y, por eso, nos movemos, actuamos e interactuamos con otros seres. Lo que nos mueve es el deseo –lo esencial en nosotros– y no una mente que, al razonar, funciona como el motor del cuerpo. De hecho, el bien y el mal no existen fuera de nosotros […]. Tanta fuerza tienen los afectos en nosotros que las razones para actuar en un sentido o en otro son estériles si ellas mismas no van acompañadas de deseos movidos a su vez por los afectos… Cuando falta o falla el conocimiento, la imaginación intenta suplirlo y, al hacerlo, confunde las afecciones de las cosas con las cosas mismas. El vulgo, sostiene Spinoza, se ha acostumbrado a explicar lo que ocurre a partir de nociones que no se corresponden con la naturaleza de las cosas, sino que son producto de la imaginación. Nociones como Bien, Mal, Orden, Confusión, Belleza, Fealdad, Alabanza, Vituperio, Pecado, Mérito, todas son modos de imaginar y no indican la naturaleza de cosa alguna, sino la contextura de la imaginación”[103]. La “ley del conatus” (motor fundamental de la existencia) es el deseo esencial de vivir y de vivir bien. Así como los efectos nos motivan a la acción, también pueden inutilizarlos e inmovilizarlos, como en el caso de la tristeza por falta de alegría. “Spinoza divide los afectos en dos grandes tipos: alegres y tristes. Los afectos alegres aumentan la potencia de obrar del cuerpo; los tristes la disminuyen. Los primeros son creativos; los segundos pueden llegar a destruirnos. El miedo, el odio, la ira, la envidia, son afectos tristes, en tanto que el amor, la seguridad, la esperanza, el contento de sí, son afectos alegres. No todos los seres humanos experimentan los afectos de la misma manera. Yo puedo aborrecer lo que otros adoran porque siento que me destruye, mientras otros no lo ven así. Más aún, un mismo sujeto puede verse afectado de forma distinta, en momentos distintos, por el mismo afecto”[104].

Erich Fromm precisa que Spinoza plantea que el proceder humano está determinado causalmente por pasiones o por la razón. Por esta causa, el individuo está cautivo si no gobierna sus pasiones, y sólo es libre cuando sus acciones están controladas por la razón. “Pasiones irracionales son las que dominan al hombre y lo obligan a actuar contrariamente a sus verdaderos intereses, que debilitan y destruyen sus facultades y le hacen sufrir […]. La libertad no es otra cosa que la capacidad para seguir la voz de la razón, de la salud, del bienestar, de la conciencia, contra las voces de pasiones irracionales […]. Para Spinoza, la tarea del hombre, su objetivo ético, es precisamente reducir la determinación y alcanzar el óptimo de libertad. El hombre puede hacerlo conociéndose a sí mismo, transformando las pasiones, que lo ciegan y lo encadenan, en acciones ("afectos activos") que le permitan obrar de acuerdo con su verdadero interés como ser humano. Una emoción que es una pasión deja de ser una pasión cuando nos formamos una imagen distinta y clara de ella[105]. Fromm, citando a Spinoza, señala que verse impulsado por pasiones irracionales es estar enfermo mentalmente. “En la medida en que logremos un desarrollo óptimo, no sólo seremos (relativamente) libres, fuertes racionales y felices, sino también mentalmente saludables; en la medida en que no podamos alcanzar esta meta, no seremos libres, y seremos débiles, nos faltará la racionalidad, y estaremos deprimidos. Más que demonizar las pasiones sin más, lo que conviene es ver cómo podemos reconvertirlas a fin de que nos ayuden a vivir en lugar de destruirnos” [106].  Victoria Camps, reflexionando sobre las emociones en Spinoza, señala que en principio, los afectos son inevitables, pero de nuestra capacidad de entenderlos depende padecerlos o disfrutarlos. “Es correcto decir que el sujeto no es responsable de las emociones que tiene, que en principio son incontrolables, lo cual, sin embargo, no es contradictorio con la afirmación de que el sujeto pueda llegar a dominar y razonar sus emociones utilizándolas en un sentido o en otro sin dejarse simplemente arrastrar por ellas”[107]. 

En opinión de Juan Jacobo Rousseau, los sentimientos naturales le permiten al hombre varios vivir en un estado armónico y pacífico con la naturaleza, quien posee libertad y sentimientos innatos, como el amor de sí y la piedad natural, que le permiten atemperar las pasiones y armonizar los conflictos.  Es pertinente educar el universo emocional del ser humano, porque la flaqueza del hombre radica en la incapacidad de controlar sus pasiones. “La flaqueza del hombre, ¿de dónde proviene? De la diferencia entre su fuerza y sus deseos. Son nuestras pasiones las que nos hacen débiles, porque para contenerlas serían precisas más fuerzas que las que nos otorgó la naturaleza. Disminuir, pues, los deseos, equivale a aumentar las fuerzas; al que puede más de lo que desea, le sobran, porque ciertamente es un ser muy fuerte […]. Nuestras pasiones son los principales instrumentos de nuestra conservación, porque el intentar después destruirlas es una empresa tan vana como ridícula, pues es censurar la naturaleza y pretender reformar la obra de Dios. Si Dios le dijese al hombre que aniquilase las pasiones que le da, querría Dios y no querría, y se contradiría a sí mismo. Jamás dictó un precepto tan desatinado, y no hay escrita ninguna cosa semejante dentro del corazón humano; lo que Dios quiere que haga un hombre, no hace que otro hombre se lo diga; se lo dice él mismo y lo escribe en lo más íntimo de su corazón […].  Pero ¿razonaría bien quien dedujese, porque es natural al hombre tener pasiones, que son naturales todas las que sentimos en nosotros y observamos en los demás? Natural es su fuente, es verdad, pero corre engrandecida por mil raudales extraños, y es un caudaloso río que sin cesar se enriquece con nuevas aguas y en las que apenas se encontrarían algunas gotas de las primitivas. Nuestras pasiones naturales son muy limitadas, son instrumentos de nuestra libertad que coadyuvan a nuestra conservación; todas las que nos esclavizan y nos destruyen, no nos las da la naturaleza; nos las apropiamos nosotros en detrimento suyo […]. Las pasiones sólo se contrarrestan con otras; por su imperio se ha de resistir su tiranía, y siempre se han de sacar de la misma naturaleza los instrumentos propios para regularla […]. El Ser supremo quiso en todo honrar a la especie humana, y si da desmedidas inclinaciones al hombre al mismo tiempo le da la ley que regula, para que sea libre y mande en sí mismo; si le deja abandonado a pasiones inmoderadas, con estas pasiones junta la razón para que las rija; si abandona a deseos sin límites la mujer, con estos deseos une el pudor que los contiene, y para cúmulo añade una actual recompensa al buen uso de sus facultades, es decir, el gusto que toma por las cosas honestas quien las hace norma de sus acciones. Esto va bien, creo yo, al instinto de las bestias […]. ¡Leyes! ¿Dónde las hay? ¿Y dónde son respetadas? En todas partes sólo has visto el interés particular y las pasiones humanas[108].

David Hume, que pensaba que las emociones se originan en los sentidos, planteó que la razón es y deberá ser esclava de las pasiones. “Por su parte, David Hume efectúa uno de los análisis de las emociones más transgresores planteados hasta el momento porque aboga por la exploración y medición de los sentimientos en la  misma forma que pueden medirse los fenómenos físicos: el origen y juego de las pasiones están sometidos a un mecanismo regular; y de esta manera son tan susceptibles de un análisis exacto como lo son las leyes del movimiento. Además, para Hume, las ideas y creencias representan un destacado papel en la génesis de la emoción, que es entendida como un tipo de sensación caracterizada por la agitación física (impresión), generada por la agitación de los espíritus animales. Las emociones pueden derivarse tanto del dolor como del placer causado por acontecimientos presentes y directos; otras se producirían de manera indirecta por dolor o placer con la presencia de ciertas creencias sobre el objeto que las causa. Por tanto, Hume introduce una dimensión cognitiva además de la fisiológica”[109]. Según Hume, es la emoción, no la razón, el meollo de la ética. “Es la emoción,  no la reflexión, la que más significado le da al mundo”[110]. Hume define la emoción como diversos grados de agitación física y posiblemente mental. “Hay,  en su opinión, emociones calmadas, como los sentimientos morales que abarcan poca agitación, y emociones violentas, como la cólera y el amor […]. El gozo, el dolor y la esperanza son emociones directas; son causadas simplemente por sentimientos de placer o dolor. Por ejemplo, al recibir un regalo inesperado sentimos placer y esto, a su vez, nos causa alegría. En contraste, las emociones indirectas, como el amor, el odio y el orgullo, son causadas por placeres o dolores más ciertas creencias sobre el objeto y su asociación con alguna persona”[111].  Este pensador escocés, en su “Tratado de la Naturaleza Humana”, divide las pasiones en directas e indirectas. “Entiendo por pasiones directas las que nacen inmediatamente del bien o el mal, del placer o el dolor; por indirectas, las que proceden de estos mismos principios, pero mediante la combinación con otras cualidades. Yo no puedo ahora justificar o explicar con más detalle esta distinción; sólo puedo hacer observar en general que entre las pasiones indirectas comprendo el orgullo, humildad, ambición, vanidad, amor, odio, envidia, piedad, malicia y generosidad con las que dependen de ellas; y entre las pasiones directas, el deseo de aversión, pena, alegría, esperanza, miedo, menosprecio y seguridad […]. Cuando una persona se halla profundamente enamorada, las pequeñas faltas y caprichos de su amante, los celos y querellas, a los que estas relaciones están tan sujetas, aunque desagradables y relacionados con la cólera y el odio, conceden una fuerza adicional a la pasión predominante […]. Es fácil observar que las pasiones, tanto directas como indirectas, están fundamentadas en el dolor y el placer y que para producir una afección de cualquier género se requiere tan solo presentar algo bueno o malo. A la supresión del dolor y placer sigue inmediatamente la desaparición del amor y odio, orgullo y humildad, deseo y aversión y de las más de nuestras impresiones reflexivas o secundarias[112]. El motor de la acción es la pasión y no la razón, debido a que la razón es inerte e inactiva ante el ímpetu de las pasiones.

Immanuel Kant hace una distinción entre la emoción y la pasión, porque ésta es lenta y aquélla reflexiva.  En cualquier caso para Kant la emoción desde un punto de vista moral, tiene cierta función, aun cuando sea subordinada y provisional. Desde un punto de vista biológico, no duda acerca de la importancia de la emoción. La alegría y la tristeza se ligan al placer y al dolor, respectivamente, y éstos tienen la función de impulsar al sujeto a permanecer en la condición en la que está o a abandonarla. La alegría excesiva (es decir, no atenuada por la preocupación del dolor) y la tristeza oprimente o angustia (no mitigada por ninguna esperanza), son emociones que amenazan la existencia. Pero la mayoría de las veces las emociones ayudan y sostienen la existencia y algunas de ellas, como la risa y el llanto, favorecen mecánicamente la salud”[113].

En el pensamiento de Federico Nietzsche, con toda su profunda carga simbólica, el espíritu dionisiaco vendría a ser lo instintivo y el espíritu apolíneo lo racional. Plantea que la imagen estereotipada de la Grecia clásica era la de una cultura prototipo de racionalidad, equilibrio y serenidad intelectual y estética. Sin embargo, en ella se contrastaban lo racional y lo irracional, la razón y los instintos, a través del espíritu apolíneo y el espíritu dionisiaco (símbolo de Apolo –dios de la luz y la verdad, lo racional— y de Dioniso –dios del vino y la embriaguez, lo irracional). Así como la generación de los seres vivos depende de los dos sexos, entre que existe constante lucha y reconciliación, el desarrollo del intelecto y el arte está ligado a la duplicidad del espíritu apolíneo y del espíritu dionisiaco. “Con sus dos divinidades artísticas, Apolo y Dioniso, se enlaza nuestro conocimiento de que en el mundo griego subsiste una antítesis enorme, en cuanto a origen y metas, entre el arte del escultor, arte apolíneo, y el arte no—escultórico de la música, que es el arte de Dioniso: esos dos instintos tan diferentes marchan uno al lado de otro, casi siempre en abierta discordia entre sí y excitándose mutuamente a dar a luz frutos nuevos y cada vez más vigorosos, para perpetuar en ellos la lucha de aquella antítesis, sobre la cual sólo en apariencia tiende un puente la común palabra «arte»: hasta que, finalmente, por un milagroso acto metafísico de la «voluntad» helénica, se muestran apareados entre sí, y en ese apareamiento acaban engendrando la obra de arte a la vez dionisíaca y apolínea de la tragedia ática… La difícil relación que entre lo apolíneo y lo dionisíaco se da en la tragedia se podría simbolizar realmente mediante una alianza fraternal de ambas divinidades: Dioniso habla el lenguaje de Apolo, pero al final Apolo habla el lenguaje de Dioniso: con lo cual se ha alcanzado la meta suprema de la tragedia y del arte en general”[114]. Según él, no bubo en esa cultura tendencias racionales e irracionales, dominantes la una sobre la otra o en equilibrio, sino dos almas destinadas a enfrentarse: “el alma dionisiaca, son su sentido del dinamismo de la naturaleza, poderoso e inagotable, desbordante en infinitas formas de vida (un poco el mundo como voluntad, de Schopenhauer); y el alma apolínea, calculadora, ordenancista, racionalista, aquietadora, más prudente que generosa, más cautelosa que valiente (un poco el mundo como representación)[115]. Nietzsche, crítico de la cultura y de la razón ilustrada, privilegiaba el espíritu dionisiaco por encima del espíritu apolíneo, por cuanto el primero afirma la potencia de vivir, mientras que el segundo frena la originaria voluntad de vivir.

El humanista Erasmo de Rotterdam, en su conocido Elogio de la locura, advierte que ir en contra de los instintos, de la naturaleza, genera infelicidad; dando a entender que el quehacer cultural, con el cultivo de la ciencia, imposibilita que el ser humano se autodetermine por los dictados de la naturaleza. “La naturaleza odia el artificio y se muestra más hermosa en donde jamás ha sido profanada”[116].  Al citar como ejemplo a los animales que se dejan domesticar por el hombre, perdiendo parte de su instinto natural, muestra que éstos no son dichosos al dejarse conducir por otra mano distinta a la de la naturaleza.  “¡Cuánto mejor es la vida de las moscas y de las aves, entregadas al azar y al instinto natural en la medida en que se lo permiten las insidias de los hombres!”[117] Es por ello que este autor señala que es más hermoso lo natural que la mímesis del arte. El hombre es infeliz porque, pretendiendo desconocer sus instintos, quiere ir en contra de su naturaleza; razón por la que a ningún animal reputa como más infeliz que al hombre porque todos los demás se contienen dentro de los límites de su condición, y sólo el hombre pretende pasar los límites trazados por la naturaleza. Aunque comparto moderadamente la inquietud de Rotterdam, es pertinente no dejarnos dominar totalmente por nuestra naturaleza instintiva, porque podríamos afectarnos a nosotros mismos y afectar a los demás. “Todo con moderación, inclusive la moderación”, tal como reza un proverbio oriental.
Martín Heidegger, quien insiste que la existencia humana es ante todo práctica e interesada, plantea que el ser en el mundo o existecia consiste en precuparnos por nuestro lugar en el mundo y no tanto en conocer éste, y por ello una de sus principales especulaciones teóricas son las emociones o estados de ánimo. “Heidegger habla sólo ocasionalmente sobre las emociones específicas, pero los  estados de ánimo son, para él, la base misma de la conciencia humana, y no interrupciones ocasionales o estados en que a veces estamos sombríos o alegres”[118]. Este pensador no nos brinda tanto una nueva perspectiva de los estados de ánimo o emociones, sino más bien una novísima e interesante visión de nosotros mismos y de nuestro mundo. Piensa que nos conocemos mejor cuando logramos vernos mientras estamos ocupados y preocupados en nuestra cotidianidad, y no a través de la introspección o adentrándonos en nuestro interior. “El verdadero conocimiento de uno mismo no se alcanza siguiendo perpetuamente la pista e inspeccionando un punto llamado el yo, sino más bien vislumbrándonos brevemente a nosotros mismos cuando estamos atrapados en los continuos cambios de la vida. Aquí la idea de un componente mental o subjetivo de nuestras vidas simplemente no desempeña ningún papel […]. Al estar ocupados y activos en el mundo, adoptamos papeles concretos e interpretaciones de nosotros mismos que expresan de qué se trata la vida en nuestra opinión […]. Ser humano es estar situado en un contexto mundano: un taller, estudio, supermercado, jardín u oficina. En nuestras situaciones normales de todos los días, antes de la reflexión filosófica o la abstracción científica, nos encontramos atrapados en la corriente usando medios, a fin de alcanzar determinados objetivos o metas.”[119]. Su análisis de los estados de ánimo o emociones se relaciona con el contexto en el que se propone identificar las estructuras esenciales que posteriormente posibilitan nuestro ser en el mundo cotidiano: el entendimiento, la disertación y nuestro encontrarnos. “La primera estructura es la que nos facilita el descubrir un ámbito a las actividades que tienen un propósito, en el cual el conjunto de estructuras logran aparecer en su funcionalidad. La segunda se refiere a la que articula nuestras formas compartidas de encontrar cosas. Y la última, Befindlichkait, es el que nos rebela nuestro modo de ser contextualizado en cualquier momento determinado[120]. El entendimiento nos abre un campo a actividades con un propósito; la disertación articula nuestras formas compartidas de encontrar cosas; y nuestro encontrarnos  revela nuestro modo de ser contextualizado en cualquier momento determinado. “Un estado de ánimo es una forma particular en que estamos a tono con el mundo en nuestras actividades. Para Heidegger, siempre estamos en un estado de ánimo u otro: él da ejemplos como temor, aburrimiento, esperanza, alegría, entusiasmo, ecuanimidad, indiferencia, saciedad, exaltación, tristeza, melancolía y desesperación […]. Podemos pasar de un estado de ánimo a otro,  pero nunca estamos totalmente e libres de los estados de ánimo… Los estados de ánimo surgen del complejo holístico de "ser en el mundo" y pasan por toda su gama. Nosotros vimos que hay una relación recíproca entre nuestras autointerpretaciones y los contextos prácticos en los que nos encontramos. Ser humano es estar contextualizado en una situación significativa: una situación incómoda, peligrosa, vergonzosa, atemorizante, o simplemente aburrida. Los estados de ánimo contribuyen a dar forma al significado de estas situaciones […]. Nuestros estados de ánimo modulan y dan forma a la totalidad de nuestro ser en el mundo, y determinar cómo pueden contar las cosas para nosotros en nuestros intereses cotidiano […]. A través de nuestros estados de ánimo descubrimos la gama de posibilidades expuestas en nuestro mundo”[121]. Así los estados de ánimo nos asedien, no podemos limitarnos a sufrirlos. Mediante el conocimiento y la voluntad podemos ser amos de nuestras emociones, sin que podamos liberarnos de ellas por completo. Aunque dominemos un estado de ánimo con otro contrario, nunca estaremos totalmente libres de ellos. Pero dejarnos dominar por los estados de ánimo es vivir una existencia inauténtica. En Heidegger, los estados de ánimo más importantes son la angustia y el miedo. “Sin embargo, esa no es la única disposición afectiva, fundamental o no, de la que él se ocupa a lo largo de su pensamiento. Aparte del miedo y la angustia, Heidegger también se referirá, con menor, igual o mayor detenimiento, a otras disposiciones afectivas como son la esperanza, el gozo, el entusiasmo, el hastío, la tristeza, la melancolía, la desesperación, el aburrimiento profundo y el tedio, la alegría, el espanto, el retenimiento, retención o reserva, el asombro—originario, la duda, la frialdad del cálculo, la sobriedad del planificar, el presentimiento, la embriaguez, la serenidad, etc.[122]

Jean Paul Sartre se interesó por la forma en que las emociones modifican nuestra experiencia den universo en que vivimos. Como somos responsables de lo que somos y hacemos, también somos responsables de nuestras emociones. Por lo tanto, niega que las emociones sean reacciones instintivas y fisiológicas, sobre las que no tenemos ningún control. “Nuestras emociones, dice Sartre, son transformaciones mágicas del mundo, formas voluntarias en que modificamos nuestra conciencia de los sucesos para tener una visión más agradable del mundo.  Sartre argumenta en forma típica que estas transformaciones son una forma de conducta escapista, formas de evitar algún reconocimiento crucial sobre nosotros mismos”[123]. Según su concepción, las pasiones son estrategias empleadas para eludir la acción, la responsabilidad y huir de la libertad. La conciencia emocional es, ante todo, conciencia del mundo, que se trasforma para transformar el mundo. La conciencia se trasforma a sí misma para trasformar el mundo. La persona emocionad y el objeto emocionante se hallan unidos indisolublemente. Las emociones son una determinada manera de aprehender el mundo, una manera en que el mundo se nos presenta, aunque también puede ser un intento o un modo de modificarlo o transformarlo. La conciencia emocional es ante todo conciencia del mundo, o sea estar volcado sobre el mundo. Las emociones son  una forma organizada de la existencia, un modo de estar en el mundo. Las cosas, señala Sartre, están en el mundo y no en la conciencia. “La conciencia emocional es ante todo irreflexiva, la conciencia emocional es ante todo conciencia del mundo. Esta tesis puede ser ilustrada con recurso a algunas observaciones: Es evidente, por ejemplo, que cuando un hombre tiene celos, y dichos celos –en determinadas circunstancias– le fuerzan a espiar por la cerradura de una puerta –entregándose a esta vergonzosa acción– volcando su ser en ello, en ese momento, los celos mismos lo constituyen tanto psíquica, como corporalmente. Sin embargo, este hecho es irreflexivo, es decir, no supone todavía una toma de conciencia respecto de lo vil de aquel acto. Sin embargo, cuando es sorprendido en aquella acción, es decir, cuando es visto por un otro, o más precisamente, cuando él mismo se aprehende como siendo objeto de una mirada, extraña, sólo entonces, su acto se objetiva, dado que es la mirada del otro la que da consistencia a su ser, de allí que la constitución de nuestra identidad, esto es, el ver claramente dentro de nosotros mismos, nos viene dado desde fuera, por la mirada del otro, del que nos valora, nos aprecia, nos traspasa, de allí que ya no nos resulte tan extraño que Sartre señale que el infierno son los otros, esto por la constante molestia que la presencia de los otros supone y sin embargo, no podemos pasárnoslas sin ellos. Así, en el momento en que se toma conciencia de los celos que nos constituyen, que nos poseen, la vivencia de los celos se 'congela', de tal manera que la emoción no es la toma de conciencia de esa emoción particular, en este caso los celos. A lo que se apunta es que cuando se asume una posición reflexiva se paraliza la corriente vital del vivir como se vive naturalmente una emoción. Es así como la emoción es una forma organizada de la existencia humana. A partir de este marco conceptual Sartre analiza la alegría, la tristeza, la ira como formas que el ser humano adopta irreflexivamente con el fin de adoptar una posición distinta ante el mundo que le permita hacerle frente de una forma más eficaz y adaptada. La emoción es una forma de aprehender el mundo”[124]. Las emociones, además de ser una manera de aprehender el mundo, son una forma de transformarlo. Cuando una persona está ante un mundo urgente y difícil no deja de actuar, así sea acudiendo a la evasión para eliminar artificialmente un problema. Intenta transformar el mundo mediante sus acciones, y las emociones operan mágicamente manipulando el mundo. “La constitución de nuestra identidad tiene lugar desde la alteridad, desde la mirada del otro que nos objeta (y nos objetiva); un otro que nos seduce y al que seducimos, al que miramos y por el que somos vistos. Somos, en ese sentido, seres para otros y no solo por la teatralidad y el simulacro propios de la vida social, sino porque la inquisidora mirada del otro que nos constituye; en ella y por ella nos reconocemos. Así –frívolamente– reducimos todo lo real a mera apariencia utilitarista de nuestra personalidad y ya no hay esencia o como dirá Sartre la existencia precede a la esencia” […]. Finalmente, y a modo de síntesis es necesario precisar la noción sartreana de la emoción. Podemos preguntarnos cómo surge la emoción y paralelamente con ello en qué consiste una emoción. Podemos responder que la emoción es una transformación del mundo cuando los caminos trazados se hacen demasiado difíciles o cuando no vislumbramos caminos ya no podemos permanecer en un mundo tan urgente y difícil. Todas las vías están cortadas y sin embargo hay que actuar. Tratamos entonces de cambiar el mundo o sea de vivirlo como si la relación entre las cosas y sus potencialidades no estuvieran regidos por unos procesos deterministas sino mágicamente o bien por la posibilidad de ser construidos por nosotros o reconstruidos. No se trata de un juego, nos vemos obligados a ello y nos lanzamos hacia esa actitud con toda la fuerza de que disponemos”[125]. Sartre entiende la emoción como una forma de aprehender el mundo y como una transformación del mismo. “Si las emociones producen una modificación del mundo aprehendido por la conciencia y, al mismo tiempo, nos hacen cautivos de esa nueva magia creada por nosotros mismos, la reflexión puede liberarnos del cautiverio, enseñarnos a aprehender el mundo de modo inteligente”[126].

Robert C. Solomon, filósofo, que propone una teoría cognoscitiva de las emociones, en la que plantea que los juicios desempeñan un papel esencial en el universo emocional, sostiene que las emociones son racionales, intencionales, acciones  deliberadas y dirigidas a cambiar el mundo, creencias, ciegas, miopes,  tienen un propósito (sirven a nuestros fines) y juicios normativos (y a menudo juicios morales). Nosotros escogemos nuestras emociones. Las emociones no son sentimientos, sensaciones, irracionales, destructivas, ocurrencias fisiológicas, ni trastornos sicológicos. Como son intencionales, son obra nuestra y somos responsables de ellas. Las emociones son juicios, y como tal son racionales, así como los juicios pueden ser racionales. Como los juicios son acciones, todas las acciones están encaminadas a transformar el mundo. Debido a que las emociones son juicios urgentes, las respuestas emocionales son una conducta de emergencia. El autor enfatiza en que las emociones son racionales, intencionales, juicios, acciones, tienen un propósito y siempre son respuestas urgentes. “Las emociones son racionales en el sentido de que encajan dentro de la conducta global de una persona que tiene un propósito, pero esto no quiere decir que los diversos propósitos de una persona son siempre consistentes o coherentes […]. Las emociones sirven propósitos y son racionales; pero como esos propósitos frecuentemente son cortos de vista, parecen no tener propósitos y ser irracionales bajo una visión más amplia. Por satisfacer una pasión destruimos carreras, matrimonios, vidas. Las emociones no son irracionales; la gente es irracional […]. Las emociones son siempre respuestas urgentes, incluso desesperadas, a situaciones en que una persona se encuentra impreparada, impotente, frustrada, atrapada. Es la situación, no la emoción, la que es desorganizante e irracional […]. Las emociones son intencionales y racionales, no desorganizadoras e "irracionales". Las emociones son juicios y acciones, no ocurrencias o sucesos que experimentamos. En consecuencia, quiero decir que las emociones son elecciones y responsabilidad nuestra. No obstante, nunca nos damos cuenta de que hacemos tal elección. Las emociones, como hemos dicho, son juicios apresurados y generalmente dogmáticos. Según esto, no se pueden hacer al mismo tiempo que se reconoce que son dogmáticos y no absolutamente correctos. Lo que distingue las emociones de otros juicios es el hecho de que las primeras nunca se pueden considerar deliberada y cuidadosamente. Las emociones son elecciones esencialmente no deliberadas. En este sentido, las emociones son realmente "ciegas" así como miopes; una emoción no se puede ver a sí misma. Pocas cosas son más desconcertantes que observar de improviso nuestra cólera reflejada en un espejo, o reflexionar sobre la propia cólera para ver su absurdo in media res. Si las emociones son juicios o acciones, se nos puede hacer responsable de ellas. Nosotros no podemos simplemente tener una emoción o dejar de tener una emoción, pero podemos abrirnos al argumento, la persuasión y las pruebas. Podemos obligarnos a nosotros mismos a la autorreflexión, a juzgar las causas y propósitos de nuestras emociones, y también a hacer el juicio de que estamos todo el tiempo eligiendo nuestras emociones, lo cual tendría el efecto de debilitarlas. Esto no quiere decir que optemos por una vida sin emociones: es abogar por una concepción de las emociones que deje claro que nosotros las hemos elegido. En un sentido nuestra tesis aquí se confirma a sí misma: pensar que nosotros elegimos nuestras emociones es hacer que sean nuestra elección. El control emocional no consiste en aprender a emplear técnicas racionales para someter por la fuerza a un "ello" brutal que nos ha victimado, sino más bien en estar dispuestos a darnos cuenta de lo que nos pasa, a descubrir y examinar críticamente los juicios normativos incrustados en cada respuesta emocional. Llegar a creer que uno tiene este poder es tener ese poder”[127].

Buscando dominar las emociones (como el miedo, por ejemplo), la filosofía ofrece algunas propuestas. Veamos algunas:
“La incertidumbre que está en el origen del miedo muestra, como se ha repetido, la vulnerabilidad del sujeto, la cual es a su vez la explicación de las dificultades de éste para llegar a controlar la emoción. Esa falta de control ha llevado a los filósofos a idear maneras de conjurar los efectos nocivos de las emociones, efectos que se muestran en la incapacidad para reaccionar autónomamente, en la turbación o el entorpecimiento del juicio, en la negación, en una palabra, de la respuesta inteligente. Hemos visto que los estoicos proponían liberarse del miedo a través de una especie de disciplina cognoscitiva que llevaría al convencimiento de que o bien todo era igualmente temible o que en realidad nada lo era. Hobbes se aprovechó del miedo intrínseco a la vida humana «en estado de naturaleza», para fundamentar el poder político y la obligación de obedecer al Estado. Spinoza, por su parte, proponía la transmutación de la inseguridad propia del estado de miedo a una seguridad obtenida por el esfuerzo de conocer aquello que debe afectarnos esencialmente desactivando cualquier atisbo de superstición o engaño. La forma en que el propio Spinoza vive su fe religiosa, desafiando la ortodoxia de la sinagoga cuando considera que es equivocada y manipuladora, y aceptando para sí las consecuencias de una actitud considerada herética, aceptando la expulsión y la marginación, con la tranquilidad que proporciona el sentirse en paz con uno mismo, es un ejemplo, quizá, de las enseñanzas de sus libros y de qué hay que hacer para pasar de la inseguridad a la seguridad del ánimo. Por lo que respecta a Aristóteles, la propuesta del término medio como criterio de virtud insta a evitar tanto la temeridad como la cobardía, dos actitudes desmesuradas que debe tratar de evitar el hombre valiente. Ni el que lo teme todo y no se atreve a embarcarse en ninguna empresa que merezca la pena ni el que no teme nada y está demasiado presto a arriesgar su vida por causas nimias son ejemplos de personas virtuosas que han aprendido a controlar el miedo”[128].

C.     Las emociones desde el universo de la ciencia
Cuando la sicología adquirió su status científico, se desligó de la filosofía, y desde entonces las emociones salieron del ámbito especulativo para ingresar en terrenos científicos. A pesar de que la reflexión filosófica continúa en la base de las nuevas teorías sobre el universo emocional, la investigación científica (teórica y experimental) se suscribe, entre otras ciencias, a la sicología, la sociobiología, la antropología, la biología y, últimamente, la neurobiología y neurofisiología.
El médico, sicólogo y filósofo William James define las emociones como percepciones de trastornos fisiológicos que suceden cuando nos percatamos de acontecimientos y objetos de nuestro ambiente. Según él, no lloramos porque nos sentimos tristes, sino que nos sentimos tristes porque lloramos, enojados porque golpeamos y asustados porque temblamos, y no que lloramos, golpeamos o temblamos porque tenemos pesar, cólera o temor, cualquiera que sea el caso. El sentido común nos dice que las emociones son algo que  sentimos desde dentro y que se manifiestan corporalmente. La piel  se nos eriza ante la persona amada, el cuerpo nos tiembla cuando  sentimos temor, el rostro se ruboriza cuando sentimos vergüenza,  los músculos se tensionan al sentirnos iracundos. Parece obvio que  las emociones son sucesos relacionados directamente con cambios  fisiológicos o trastornos corporales. La teoría del sentimiento fisiológico está de acuerdo con el sentido común en muchos aspectos, puesto que resalta el componente  corporal y considera que las agitaciones o excitaciones físicas son  definitivas a la hora de analizar las emociones. Desde este enfoque  se concibe la emoción como un sentimiento, como un modo de sentir  análogo al experimentado en las sensaciones; es decir, la emoción  es vista como una sensación discernible que posee características espacio—temporales definidas: tiene una ubicación definida en el cuerpo y dura un periodo de tiempo determinado […]. La teoría de William James constituye una versión paradigmática  entre las teorías fisiológicas de la emoción. James, teniendo en cuenta  conocimientos básicos sobre el sistema nervioso humano, controvierte  la tesis que concibe las emociones como estados mentales y en su  lugar afirma que los cambios corporales siguen directamente a la  percepción del hecho existente, y que nuestro sentimiento de esos cambios a medida que ocurren es la emoción”[129]. La realidad exterior –para James, lo mismo que para Descartes— es la que provoca los cambios corporales que dan lugar a la emoción. El pensamiento filosófico de James sobre las emociones se resume en su conocida afirmación de no lloramos porque estamos tristes, sino que estamos tristes porque lloramos.

El filósofo, semiólogo y sicólogo  John Dewey teoriza  que las emociones, como formas de experimentar el mundo, están dirigidas hacia cosas del ambiente que poseen cualidades emocionales que nos atemorizan, alegran o entristecen. “Dewey argumenta que los trastornos fisiológicos y las conductas abiertas que caracterizan a determinada emoción son necesarios para que podamos manejar una situación emocional en forma deliberada. Por ejemplo, retener el aliento, mantener fija la atención y prepararse para la fuga son todos movimientos cautelosos y juiciosos al manejar una situación atemorizante”[130]. Las emociones, según su teoría, incluyen un sentimiento, una conducta deliberada y un objeto que tiene cualidad emocional. El primero es el componente sensorial o sentimiento; la segunda es el componente intelectual o idea del objeto de la emoción y tercero es la disposición o forma de comportamiento (una disposición a comportarse, o una forma de comportarse). La idea del objeto de la emoción, así como el sentimiento peculiar de una emoción, son productos de la conducta emocional. “La emoción es, psicológicamente hablando, el ajuste o tensión del hábito e ideal, y los cambios orgánicos en el cuerpo son los ajustes literales, en términos concretos, de la lucha de adaptación. Podemos recordar una vez más las tres fases principales presentadas en este ajuste, que ahora nos dan la base para la clasificación de las emociones. Quizá no sea posible ajustar la función vegetativa—motora, el hábito, a la función senso—motora o ideo—motora; puede haber un esfuerzo, o puede haber un éxito. El esfuerzo, además, tiene también una doble forma, la que depende de si el intento se encamina principalmente a usar las reacciones formadas a fin de evitar o excluir la idea u objeto, poniendo otro en su lugar, o de incorporarlo y asimilarlo —por ejemplo, Terror y cólera, miedo y esperanza, remordimiento y complacencia, etcétera—”[131].

Stanley Schachter y Jerome Singer, sicólogos experimentales, proponen que las emociones tienen un componente de excitación o fisiológico y un componente cognoscitivo (encargado de determinar cómo se clasifican las emociones y se distinguen unas de otras). Plantean que un estado emocional puede ser considerado como una función de un estado de excitación fisiológica y de una cognición apropiada para este estado de excitación. La cognición, en un sentido, ejerce una función de conducción. Las cogniciones que surgen de la situación inmediata, como se interpreta por la experiencia pasada, proporcionan la estructura dentro de la cual la persona entiende y clasifica sus sentimientos. La cognición es la que determina si el estado de excitación fisiológica será clasificado como  cólera, gozo, temor o lo que sea. “Se ha sugerido que los estados emocionales se pueden considerar como una función de un estado de excitación fisiológica y de una cognición apropiada para este estado de excitación. De esto se deducen las siguientes proposiciones: 1. Dado un estado de excitación fisiológica para el cual un individuo no tiene explicación inmediata, él clasificará este estado y describirá sus sentimientos en términos de las cogniciones con que cuenta. Puesto que los factores cognoscitivos determinan en gran parte los estados emocionales, podemos prever que precisamente el mismo estado de excitación fisiológica se puede clasificar de "gozo" o "furia" o "celos" o cualquiera de una gran diversidad de etiquetas emocionales que dependen de los aspectos cognoscitivos de la situación. 2. Dado un estado de excitación fisiológica para el cual un individuo tiene una explicación completamente apropiada, no surgirán necesidades evaluativas y el individuo probablemente no etiquetará sus sentimientos en términos de las otras cogniciones con que cuenta. 3. Dadas las mismas circunstancias cognoscitivas, el individuo reaccionará emocionalmente o describirá sus sentimientos como emociones sólo en la medida en que experimente un estado de excitación fisiológica”[132].

A partir de la teoría sicoanalítica freudiana surgió la necesidad de estudiar las emociones desde el complejo e insondable universo de lo inconsciente, que es la fuente de los instintos o pulsiones. Sigmund Freud propone un psiquismo inconsciente, cuya existencia es necesaria y legítima. “No obstante, como lo demostró Freud ampliamente en sus meticulosas historias clínicas, una emoción, aunque sea inconsciente, de todos modos puede influir drásticamente en la conducta de una persona en la misma forma que si fuera totalmente consciente […]. En todas las teorías de la mente de Freud se dieron por sentadas las mismas cosas: que la causa fundamental de la emoción es la "energía psíquica"; que hay procesos inconscientes de los cuales la persona quizá no se da cuenta o no pueda darse cuenta; que la mente está separada en diferentes partes o "agencias" que entran en conflicto; y que las experiencias infantiles, especialmente las de naturaleza sexual, influyen profundamente en la conducta y en la psicología de los adultos… En la obra de Freud es posible distinguir tres formas diferentes de ver la emoción, basadas en los tres componentes de instinto, idea y afecto: 1. Una emoción es ella misma un instinto o un impulso innato, esencialmente  inconsciente. 2. Una emoción es un instinto más una idea: un impulso que viene del interior del inconsciente, pero encaminado a un objeto  consciente. En este análisis, una emoción llega a ser inconsciente cuando la idea se separa de su instinto", de tal manera que la persona podría experimentar sin saber cómo o por qué. 3. Una emoción es simplemente un afecto, simplemente un sentimiento, o lo que William James llamó un epifenómeno, un producto derivado de los procesos de la mente. En este análisis, una emoción no puede ser inconsciente, aunque sus causas puedan serlo. El síntoma más común en los sicoanalíticos, la angustia que flota libremente es un afecto que ya no está conectado con ninguna causa u objeto conocidos”[133]. Para Freud, un afecto comprende, ante todo, ciertas enervaciones o descargas motoras, y ciertas sensaciones, que además son de dos clases: “las percepciones  de las acciones motoras que  se han realizado, y las sensaciones directamente placenteras o dolorosas que dan al afecto lo que llamamos su nota dominante”[134].  En su teoría, el afecto es una cantidad (de energía) que acompaña a los sucesos de la vida psíquica. El afecto tiene un aspecto cuantitativo que puede ser más o menos intenso en el plano energético y otro cualitativo (placer o displacer).Freud redujo todas las emociones y sentimientos en dos afectos principales: placer y displacer (o dolor). El placer se produce por la satisfacción de la necesidad y del deseo, mientras que el displacer por la frustración. Los instintos de origen somático cargarían constantemente un sistema neuronal produciendo una tensión que provocaría el displacer y su descarga el placer. Posteriormente reconoció que en algunos casos el aumento de la tensión puede también ser placentero. El displacer sería el origen de la repulsión (odio) mientras que el placer de la atracción (amor). Otros afectos se derivarían de esos dos afectos principales”[135]. Plantea que el hombre tiene actitudes instintivas que intervienen en su supervivencia fisiológica (la respiración, la sed, el hambre, etc.) y en actitudes afectivas comunes a todas las culturas como mímicas afectivas primitivas (sonrisa, riza, mímica de disgusto y de ira, etc.)  Según él, el nacimiento es la fuente y prototipo del afecto de la angustia, que  es siempre la expresión de la libido reprimida y señal ante un peligro (externo o interno) que causa la represión de la libido. “En cuanto a la angustia neurótica, Freud la clasifica en tres formas. La primera forma sería la angustia flotante. Se denomina también angustia de espera, o espera ansiosa. Cuando se intensifica este estado de angustia se denomina la neurosis de angustia. La segunda forma de angustia es la que caracteriza las fobias. En la tercera forma de angustia ya no hay ninguna relación entre la crisis de angustia y el posible peligro que quiere advertir y puede manifestarse únicamente en forma de uno de los equivalentes de la angustia (temblores, vértigos, palpitaciones, u opresión, etc.). En la neurosis obsesiva, la angustia es reemplazada por los síntomas y aparece siempre que se le impide al sujeto llevar a cabo sus actos obsesivos[136]. Freud nos dice que no somos dueños de algunos de nuestros comportamientos, porque hay actos inconscientes e involuntarios que no podemos controlar voluntaria o racionalmente.

El sicólogo y filósofo Franz Brentano piensa que las emociones son actos intencionales (y no meras sensaciones), son  actos intencionales  basados  en fenómenos intelectuales  y dirigidos a valor. Según éste, muchas emociones (como el amor y el odio) no son irracionales ni subjetivas. “Brentano creía que podemos dirigirnos intencionalmente hacia los objetos en tres formas básicas: teniendo algo en mente (una representación o una idea), aceptándolos o rechazándolos (un juicio), o adoptando una actitud emocional en pro o en contra de ellos (amando u odiando). El amor y el odio (que tienen un significado técnico para Brentano) son analizados cuidadosamente en sus escritos psicológicos y éticos […]. A veces amamos u odiamos cosas que no merecen necesariamente ser amadas u odiadas; estos sentimientos son como meras opiniones. Por otra parte, a veces experimentamos nuestro amor, por ejemplo nuestro amor a la verdad y la honradez, como un amor correcto. Estos tipos de emociones nos dan una idea de los valores morales. No son emociones subjetivas o irracionales”[137]. El autor divide los fenómenos psíquicos en representaciones, juicios y actos de amor y odio, también denominados apetitos. “La tercera clase de actos psíquicos está compuesta por fenómenos muy dispares entre si y abarca desde la simple atracción o repulsión, al pensar un pensamiento, hasta la alegría y la tristeza basadas en convicciones, y los más complicados fenómenos de elección de fin y medio. La amplitud de fenómenos pertenecientes a esta clase es de tal envergadura que carece incluso de una denominación unitaria. Para referirse a ella usaría indistintamente varias expresiones: amor y odio", interés, apetito" y voluntad […].  La principal virtud de1 cognitivismo emocional brentaniano consiste en que conjuga dos elementos que hasta entonces parecían irreconciliables. El mundo emocional caracterizado por muchos y por la psicología popular incluso hasta nuestros días— por ser una maraña irracional, se presenta en Brentano dependiente del mundo cognitivo. Emoción y razón ya no son dos facultades opuestas, sino que aparecen en este modelo como dos fenómenos interrelacionados de un modo fundamental"[138]. Brentano pensó que todas las emociones son actos mentales intencionales que abarcan una actitud en pro o en contra de las cosas del mundo.

Max Scheler, filósofo, antropólogo y sociólogo, afirma que las emociones son cognoscitivas en sentido estricto. “A través de nuestras emociones nosotros vemos valores, así como vemos colores y formas a través de nuestro sentido de la vista. Por consiguiente, nuestras emociones son actos mentales genuinamente informativos”[139]. Plantea que la única manera de responder la pregunta de qué es el hombre, es investigando la vida emocional del hombre. Señala que nuestro conocimiento y comprensión de los demás es el resultado de un contacto emocional inmediato de los otros, pero no se funda en inferencias de nuestra comprensión de nosotros mismos.  Quiso mostrar que el sentimiento es una forma de cognición que nos permite “ver” valores en el mundo objetivo que nos circunda, y que el sentimiento es una forma de cognición muy diferente e irreductible a cognición intelectual o racional. “Scheler argumenta vehementemente en contra de los análisis cartesianos de la emoción, que reducen las emociones a afectos irracionales que nos suceden y que no contribuyen en nada, excepto accidentalmente, a nuestro conocimiento del mundo”[140]. En Scheler el valor tiene primacía, porque posee una realidad a priori  y material. Las emociones representan en él una nueva actitud frente al mundo, y por ello rechaza la dualidad razón—sensibilidad. “Esta superación del idealismo y el realismo que impedía establecer que la sensibilidad podía acceder al conocimiento de las esencias, tal y como lo hace la razón o la lógica realmente no corresponde y será preciso comprender que lo emocional también puede acceder a ellas”[141].

Daniel Goleman, sicólogo y filósofo, inquieto por la comprensión científica del reino de lo irracional, teoriza en su popular libro “La inteligencia emocional”[142]  sobre la inteligencia emocional como una guía para dar sentido al absurdo. El texto explica que las emociones son importantes en las relaciones humanas y profesionales, y pueden ser administradas con inteligencia. La realidad violenta y absurda evidencia un desconocimiento de nuestras emociones y la falta de dominio de éstas. Algunos no somos capaces de controlar los estados emocionales. En ese contexto se incrementan “la ineptitud emocional, la desesperación y la imprudencia en nuestras familias, nuestras comunidades y nuestra vida afectiva”. En el aumento de casos de depresión se evidencia una extendida enfermedad emocional. Las habilidades emocionales o inteligencia emocional incluyen autodominio, celo (diligencia),  persistencia y capacidad de automotivación. La inteligencia emocional se relaciona con el sentimiento, el carácter y los instintos morales. Goleman intenta penetrar científicamente en las emociones, y su propósito es “comprender qué significa proporcionar inteligencia a la emoción y cómo hacerlo”. La inteligencia emocional es la habilidad que ayuda a las personas a vivir en armonía. Es la habilidad de armonizar “cabeza” (razón) y “corazón” (sentimientos). Es aplicarle inteligencia a las emociones.

Así se hayan creado normas legales y éticas para someter, dominar y domesticar la vida emocional, las pasiones dominan a la razón. La manera de interrelacionarnos está moldeada por nuestros juicios racionales, historia personal y pasado ancestral. “Con demasiada frecuencia nos enfrentamos a dilemas posmodernos con un repertorio emocional adaptado a las urgencias del pleistoceno”. Cada emoción prepara al organismo para una clase distinta de respuesta.  “En esencia, todas las emociones son impulsos para actuar, planes instantáneos para enfrentarnos a la vida que la evolución nos ha inculcado. La raíz de la palabra emoción es motore, el verbo latino mover, además del prefijo e, que implica alejarse, lo que sugiere que en toda emoción hay implícita una tendencia a actuar”.
La mente racional es la forma de comprensión de la que somos típicamente conscientes: más destacada en cuanto a la conciencia, reflexiva, capaz de analizar y meditar. Le lleva más tiempo registrar y responder. Realiza conexiones lógicas entre causas y efectos. La mente emocional es impulsiva y poderosa. Es más rápida que la mente racional. Se pone en acción sin detenerse ni un instante a pensar en lo que está haciendo. “Las emociones que surgen de la mente emocional acarrean sensación de certeza especialmente fuerte, una consecuencia de una forma sencilla y simplificada de ver las cosas que puede ser absolutamente desconcertante para la mente racional. Después de haber actuado bajo la poderosa influencia de la mente emocional nos preguntamos por qué hicimos eso”. Su rapidez descarta la reflexión deliberada y analítica que el sello de la mente pensante. Entre más intenso es el sentimiento, más dominante es la mente emocional, y más ineficaz la mente racional. Puede interpretar una realidad emocional en un instante, emitiendo los juicios intuitivos que nos dicen con quién debemos ser cautelosos, en quién podemos confiar, quién está afligido. Es nuestro radar para percibir el peligro. Nos impulsa a responder a acontecimientos urgentes sin perder tiempo evaluando si debemos reaccionar, o cómo debemos responder. No decide qué emociones deberíamos tener. Su lógica es asociativa; toma elementos que simbolizan una realidad, o dispara un recuerdo de la misma, para ser igual a esa realidad. El arte, las canciones, literatura, los símiles, las metáforas y las imágenes le hablan directamente. Es indiscriminada y conecta cosas que simplemente tienen características llamativamente parecidas. Es infantil, y cuanto más lo es, más fuertes son las emociones. El modelo infantil de la mente emocional es autoconfirmador y suprime o pasa por alto recuerdos o hechos que socavarían sus convicciones y se aferra a aquellos que las sustentan. “Las convicciones de la mente racional son tentativas; una nueva evidencia puede descartar una creencia y reemplazarla por una nueva, ya que razona mediante la evidencia objetiva. La mente emocional, sin embargo, considera sus convicciones como absolutamente ciertas, y así deja de lado cualquier evidencia en contra. Por eso resulta tan difícil razonar con alguien que está emocionalmente perturbado: no importa la sensatez del argumento que se le ofrezca desde un punto de vista lógico: éste no tiene ninguna validez si no es acorde con la convicción emocional del momento. Los sentimientos son autojustificadores y cuentan con un conjunto de percepciones y pruebas propias”.
La mente racional y la emocional funcionan, en gran parte, de manera armónica, “entrelazando sus diferentes formas de conocimiento para guiarnos por el mundo”. Son facultades semiindependientes. Cuando aparecen las pasiones, la mente emocional domina a la mente racional. “El funcionamiento de la mente emocional es en gran medida específico del estado, dictado por el sentimiento particular ascendente en un momento dado. La forma en que pensamos y actuamos cuando nos sentimos románticos es totalmente diferente de la forma en que nos comportamos cuando estamos furiosos o desalentados; en el mecanismo de la emoción, cada sentimiento tiene su propio repertorio definido de pensamiento, reacciones, incluso recuerdos. Estos repertorios específicos del estado se vuelven más predominantes en momentos de intensa emoción”. 
Goleman recomienda el autodominio para no ser esclavos de la pasión, es decir, ser capaces de superar las tormentas emocionales. El autodominio, que es la misma templanza, nos permite el dominio del exceso emocional. Nos ofrece cuidado e inteligencia para conducir equilibradamente la vida. Su objetivo es el equilibrio. “Mantener bajo control nuestras emociones perturbadoras es la clave para el bienestar emocional”. Aunque dominar nuestras emociones es una tarea absorbente, debemos hacerlo porque “el arte de serenarnos es una habilidad fundamental para la vida”. Como el autodominio procura el equilibrio emocional, es importante que el decaimiento y el entusiasmo se equilibren. “El cálculo del corazón es la proporción de emociones positivas y negativas lo que determina la noción de bienestar…” No se trata de evitar los sentimientos tormentosos para estar contentos (a veces el sufrimiento nos hace más fuertes), sino que éstos no pasen desapercibidos y desplacen los estados de ánimo agradables. Cuando la ira, la tristeza y la preocupación son muy intensas y se prolongan más allá de lo conveniente, por falta de autodominio, se transforman en ansiedad crónica, ira incontrolable o depresión.
Debido a que no se enseña a manejar los estados emocionales o el dominio de las emociones, “esa capacidad de zanjar pacíficamente las diferencias” y llevarnos bien con uno mismo y los demás, se registran demasiados contratiempos entre los jóvenes: agresividad, violencia, depresión, ansiedad, drogadicción, trastornos en la alimentación, enfermedades venéreas y embarazos no deseados.
El malestar emocional evidencia en los jóvenes un desempeño más pobre en los siguientes aspectos:
—Aislamiento o problemas sociales. Preferencia por estar solos; tendencia a la reserva; mal humor extremo; pérdida de energía; sentimiento de infelicidad; dependencia exagerada.

—Ansiedad y depresión. Conducta solitaria; diferentes miedos y preocupaciones; necesidad de ser perfectos; sensación de no ser amados; sentimientos de nerviosismo, tristeza y depresión.

—Problemas de la atención o del pensamiento. Incapacidad de prestar atención o permanecer quietos; actuación sin reflexión previa; nerviosismo excesivo que les impide concentrarse; pobre desempeño en las tareas escolares; incapacidad de pensamientos que indiquen preocupación por los demás.

—Delincuencia y agresividad. Vinculación con chicos que se involucran en conflictos; utilización de mentiras y subterfugios; marcada tendencia a discutir; demanda de atención; destrucción de las propiedades de otro; desobediencia en el hogar y en la escuela; obstinación y capricho; exceso de charlatanería; actitud burlona; temperamento acalorado
Antonio Damasio, neurocientífico, desde la neurobiología y la neurofisiología teoriza que las emociones son fundamentales en los procesos reguladores de la vida. El autor, que plantea la distinción y separación entre los sentimientos y las emociones, y propone la necesidad de comprender las emociones sociales para poder abordar el conflicto social, señala que los sentimientos son experiencias mentales de los estados corporales, surgidos tras la interpretación que realiza el cerebro de las emociones. Las emociones son estados físicos que surgen de las respuestas del cuerpo a los estímulos externos. “Para mí es muy importante separar las emociones de los sentimientos. Debemos separar el componente producto de las acciones del componente producto de nuestra perspectiva respecto a esas acciones, que es el sentimiento. Curiosamente, también es donde emerge el ser, y la propia consciencia. La mente empieza al nivel del sentimiento. Es cuando tienes un sentimiento (aunque seas una pequeña criatura) cuando empiezas a tener una mente y un ser”[143].

Damasio, que precisa que las emociones preceden a los sentimientos, destaca la importancia de distinguir las fases de la emoción y las del sentimiento, y agrega que las emociones pertenecen al cuerpo y los sentimientos a la mente.Cuando experimentas una emoción, por ejemplo la emoción de miedo, hay un estímulo que tiene la capacidad de desencadenar una reacción automática. Y esta reacción, por supuesto, empieza en el cerebro, pero luego pasa a reflejarse en el cuerpo, ya sea en el cuerpo real o en nuestra simulación interna del cuerpo. Y entonces tenemos la posibilidad de proyectar esa reacción concreta con varias ideas que se relacionan con esas reacciones y con el objeto que ha causado la reacción. Cuando percibimos todo eso es cuando tenemos un sentimiento. Así que percibiremos simultáneamente que alguien ha gritado (y eso nos inquieta), que nuestra frecuencia cardiaca y nuestro cuerpo cambian, y que, cuando oímos el grito, pensamos que hay peligro, que podemos o bien quedarnos quietos y prestar mucha atención, o bien salir corriendo. Y todo este conjunto –el estímulo que lo ha generado, la reacción en el cuerpo y las ideas que acompañan esa reacción— es lo que constituye el sentimiento. Sentir es percibir todo esto, y por eso vuelve a situarse en la fase mental. De modo que empieza en el exterior, nos modifica porque así lo determina el cerebro, altera el organismo y entonces lo percibimos”[144]. 

Consciente de que las emociones no pueden controlarse con la razón, Damasio plantea sus posturas para atemperarlas. “La primera es la que puede asociarse con Kant, en la que, literalmente, dices que no, y por pura voluntad lo niegas; y luego está una postura que podríamos asociar con gente como Spinoza, o como David Hume, mucho más humanizada, porque se percatan de que la mejor manera de contrarrestar una emoción negativa concreta es tener una emoción positiva muy fuerte… Debemos darnos cuenta de que las emociones vienen en todo tipo de sabores: hay emociones buenas y emociones malas. Y, de hecho, podríamos decir que el objetivo de una buena educación para los niños, los adolescentes, e incluso para nosotros mismos, es organizar nuestras emociones de tal modo que podamos cultivar las mejores emociones y eliminar las peores, porque como seres humanos tenemos ambos tipos. Tenemos una capacidad positiva fantástica, pero también somos capaces de hacer cosas terribles. Somos capaces de torturar a otra gente, de matarla. Todo esto es inherente al ser humano, no es que algunos de nosotros seamos buenas personas y otros malas personas… Así que el propósito de una buena educación y el papel de una sociedad próspera es permitir que se cultive lo mejor y se reprima lo peor de la naturaleza humana”[145].

Damasio, en su libro En busca de Spinoza, efectúa un profundo estudio de las emociones (representadas en el teatro del cuerpo, “bajo la guía de un cerebro que es congénitamente sabio, diseñado por la evolución para ayudar a gestionarlo[146]) y los sentimientos (representadas en el teatro de la mente) desde la neurobiología y la neurofisiología, buscando en el universo anímico planteado en la obra de Baruch Spinoza, quien concluyó que mente y cuerpo están estrecha e íntimamente imbricados, y que las emociones afectan el raciocinio. Las emociones son acciones o movimientos visibles para los demás, debido a que se producen en la cara, voz y en conductas específicas. Los sentimientos siempre están escondidos y son invisibles a todos los que no sean su legítimo dueño. El autor investiga la naturaleza de los apetitos y emociones, desde diversas perspectivas como filosofía, neurofisiología, neurobiología y subjetividad, articuladas entre sí, afirmando que las emociones preceden a los sentimientos.

Damasio se propone destacar la importancia de los sentimientos en nuestra vida anímica y mostrar cómo la neurobiología explica los mecanismos de supervivencia necesaria. Teoriza que los desórdenes emocionales  obedecen a disfunciones del cerebro emocional. Su estudio de las emociones y los sentimientos lo realiza desde una perspectiva neurocientífica humanista. Las emociones son fundamentales para nosotros y esenciales para comprender el pensamiento. Las bases de nuestra mente son los sentimientos de dolor o placer. “De todos los fenómenos mentales que podemos describir, los sentimientos y sus ingredientes esenciales (el dolor y el placer) son los menos conocidos en términos biológicos y específicamente neurobiológicos […].  Los comportamientos de placer y dolor, los instintos y las motivaciones, y las emociones propiamente dichas reciben a veces el nombre de emociones en sentido amplio […]”[147]. Sentimiento es una variante de la experiencia de dolor o placer, o experiencias como las que vivenciamos en la forma y textura de un objeto.

Como neurocientífico, Damasio se propone investigar la naturaleza e importancia de los sentimientos y fenómenos relacionados. “La esencia de mi opinión actual es que los sentimientos son la expresión de la prosperidad o de la aflicción humanas, tal como ocurren en la mente y en el cuerpo. Los sentimientos no son una mera decoración añadida a las emociones, algo que se pueda conservar o desechar. Los sentimientos pueden ser, y con frecuencia son, revelaciones del estado de la vida en el seno del organismo entero: una eliminación del velo en el sentido literal del término. Al ser la vida un espectáculo de funambulismo, la mayoría de los sentimientos es expresión de la lucha por el equilibrio, muestra de los ajustes y correcciones exquisitos sin los que, con un error de más, todo el espectáculo se viene abajo. Si hay algo en nuestra existencia que pueda ser revelador de nuestra pequeñez y grandeza simultáneas, son los sentimientos […]. Es razonable preguntarse si el intento de comprender los sentimientos tiene algún valor más allá de la satisfacción de la propia curiosidad. Por varias razones, creo que sí. Dilucidar la neurobiología de los sentimientos y de sus emociones antecedentes contribuye a nuestra opinión sobre el problema de la mente y del cuerpo, un problema fundamental para comprender quiénes somos. La emoción y las reacciones relacionadas están alineadas con el cuerpo, los sentimientos con la mente. La investigación de la manera en que los pensamientos desencadenan emociones, y en que las emociones corporales se transforman en el tipo de pensamientos que denominamos sentimientos o sensaciones, proporciona un panorama privilegiado de la mente y el cuerpo, las manifestaciones evidentemente dispares de un organismo humano, único y entrelazado de forma inconsútil […]. Es probable que explicar la biología de los sentimientos, y de sus emociones estrechamente emparentadas, contribuya al tratamiento efectivo de algunas de las principales causas del sufrimiento humano, entre ellas la depresión, el dolor y la adicción a las drogas […]. La comprensión de la neurobiología de la emoción y los sentimientos es clave para la formulación de principios y políticas capaces tanto de reducir las aflicciones como de aumentar la prosperidad de las personas. Efectivamente, el nuevo conocimiento se refiere incluso a la manera en que los seres humanos tratan tensiones no resueltas entre las interpretaciones sagradas y seculares de su propia existencia”[148]. Para saber por qué sentimos es indispensable separar, en la investigación neurobiológica, la emoción y el sentimiento. “Las emociones preceden a los sentimientos, debido a que tenemos emociones primero y sentimientos después porque la evolución dio primero las emociones y después los sentimientos… Las emociones proporcionan un medio natural para que el cerebro y la mente evalúen el ambiente interior y el que rodea al organismo, y para que respondan en consecuencia y de manera adaptativa”[149].

Las emociones propiamente dichas se clasifican en emociones de fondo (muy importantes, pero no visibles en nuestro comportamiento), emociones primarias y emociones sociales. “Las emociones de fondo se pueden distinguir del humor o el talante, que se refieren al mantenimiento de una emoción dada durante largos períodos de tiempo, medidos a lo largo de muchas horas o días, como cuando se dice: Pedro ha estado de mal humor… Las emociones de fondo son expresiones compuestas de estas acciones reguladoras en la medida en que éstas se desarrollan e intersecan momento a momento en nuestra vida. Imagino que las emociones de fondo son resultado, en gran parte impredecible, de varios procesos reguladores concurrentes, a los que nos dedicamos en el extenso campo de juegos que parece ser nuestro organismo. Incluyen ajustes metabólicos asociados con cualquier necesidad interna que surja o acabe de satisfacerse; y con cualquier situación externa que se esté evaluando y manejando mediante otras emociones, apetitos o cálculos intelectuales. El resultado siempre cambiante de este caldero de interacciones es nuestro «estado de ánimo», bueno, malo o intermedio. Cuando nos preguntan «cómo estamos», consultamos este estado de ánimo y respondemos en consecuencia… Las emociones primarias (o básicas) son más fáciles de definir porque existe la tradición establecida de incluir determinadas emociones muy visibles en este grupo. La lista suele contener miedo, ira, asco, sorpresa, tristeza y felicidad; las que a uno primero se le ocurren cuando se cita la palabra emoción. Existen buenas razones para esta posición central. Dichas emociones son fácilmente identificables  en los seres humanos de numerosas culturas, y también en especies no humanas […]. Las emociones sociales incluyen la simpatía, la turbación, la vergüenza, la culpabilidad, el orgullo, los celos, la envidia, la gratitud, la admiración, la indignación y el desdén. El principio de anidamiento también se puede aplicar a las emociones sociales. Como subcomponentes de las mismas se podría identificar toda una comitiva de reacciones reguladoras, junto con elementos presentes en las emociones primarias, en combinaciones diversas”[150].

Considerando los diversos tipos de emoción, Damasio plantea una hipótesis sobre las emociones en forma de definición:

1 Una emoción propiamente dicha, como felicidad, tristeza, vergüenza o simpatía, es un conjunto complejo de respuestas químicas y neuronales que forman un patrón distintivo.

2 Las respuestas son producidas por el cerebro normal cuando éste detecta un estímulo emocionalmente competente (un EEC), esto es, el objeto o acontecimiento cuya presencia, real o en rememoración mental, desencadena la emoción. Las respuestas son automáticas.

3 El cerebro está preparado por la evolución para responder a determinados EEC con repertorios específicos de acción. Sin embargo, la lista de EEC no se halla conformada a los repertorios que prescribe la evolución. Incluye muchos otros aprendidos en toda una vida de experiencia.

4 El resultado inmediato de estas respuestas es un cambio temporal en el estado del propio cuerpo, y en el estado de las estructuras cerebrales que cartografían el cuerpo y sostienen el pensamiento.
5  El resultado último de las respuestas, directa o indirectamente, es situar al organismo en circunstancias propicias para la supervivencia y el bienestar[151].

El surgimiento de una emoción, según Damasio, depende de una compleja red de acontecimientos, que comienza con un estímulo emocionalmente competente que llega al cerebro. “Algunas de las regiones cerebrales actualmente identificadas como lugares que desencadenan emociones son la amígdala, profundamente situada en el lóbulo temporal; una parte del lóbulo frontal denominada corteza prefrontal ventromediana; y además otra región frontal en el área motriz suplementaria y cingulada… Los lugares de ejecución de las emociones que se han identificado hasta la fecha incluyen el hipotálamo, el cerebro anterior basal y algunos núcleos en el tegmento de la médula espinal. El  hipotálamo es el ejecutor maestro de muchas respuestas químicas que forman parte integral de las emociones. Directamente o a través de la glándula pituitaria, libera al torrente sanguíneo sustancias químicas que alteran el medio interno, la función de las vísceras y la función del sistema nervioso central […]. Ninguno de estos lugares desencadenadores produce una emoción por sí mismo. Para que suceda una emoción el lugar ha de producir una actividad subsiguiente en otras áreas, por ejemplo, en el cerebro anterior basal, el hipotálamo o en núcleos del bulbo raquídeo. Como ocurre con cualquier otra forma de comportamiento complejo, la emoción resulta de la participación combinada de varios lugares de un sistema cerebral […]. Cuando se despliega la emoción tristeza, al instante siguen sentimientos de tristeza. Enseguida, el cerebro produce asimismo el tipo de pensamientos que normalmente causa la emoción tristeza y sentimientos de tristeza. Ello es debido a que el aprendizaje asociativo ha conectado las emociones con los pensamientos en una rica red de dos direcciones. Determinados pensamientos evocan determinadas emociones, y viceversa”[152].

Pacientes neurológicos con lesiones en la amígdala no pueden desencadenar emociones como el miedo y la cólera, ni sus sentimientos correspondientes. Una lesión en el lóbulo frontal altera la capacidad de sentir emociones cuando el estímulo emocionalmente competente es de naturaleza social, como vergüenza, culpa o desesperación. “Los daños de este tipo afectan el comportamiento social normal […]. Existen pruebas crecientes de que los sentimientos, junto con los apetitos y las emociones que con más frecuencia los causan, desempeñan un papel decisivo en el comportamiento social. En varios estudios publicados a lo largo de las dos últimas décadas, nuestro grupo de investigación y otros han demostrado que cuando individuos previamente normales sufren lesiones en regiones cerebrales necesarias para el despliegue de determinadas clases de emociones y sentimientos, su capacidad para gobernar su vida en sociedad se ve gravemente perturbada. Su capacidad para tomar decisiones apropiadas se ve comprometida en situaciones en las que los resultados son inciertos, tales como hacer una inversión financiera o emprender una relación importante. Los contratos sociales se desbaratan. Con gran frecuencia, los matrimonios se deshacen, las relaciones entre padres e hijos se tensan y se pierden los empleos […]. El comportamiento social constituye un área de particular dificultad. A estos pacientes no les resulta fácil determinar de quién puede fiarse a fin de guiar en consecuencia su comportamiento futuro. Los pacientes carecen del sentido de lo que es socialmente apropiado […]. En los casos más graves y conmovedores, aquellos en los que las alteraciones del comportamiento social dominan el cuadro clínico, existe daño en algunas regiones del lóbulo frontal”[153].  Debido a la organización cognitiva y neural, se puede comprender por qué una herida en la región prefrontal ocurrida durante los primeros años de vida tiene graves consecuencias: las emociones y los sentimientos sociales innatos no se despliegan normalmente; no se consigue adquirir un repertorio de reacciones emocionales adaptadas a acciones previas específicas; y una acumulación individual diferente del conocimiento personal del mundo social. “No hay duda de que la integridad de la emoción y el sentimiento es necesaria para el comportamiento social humano normal, con lo que quiero indicar aquel que se ajusta a las normas y leyes éticas y que puede describirse como justo. Me estremezco al pensar cómo sería el mundo, desde el punto de vista social, si toda la población, excepto una pequeña minoría, padeciera la condición que sufren los seres humanos con lesión del lóbulo frontal aparecida de adultos”[154].

Con respecto a los sentimientos, Damasio plantea como hipótesis (a manera de definición) que un sentimiento es la percepción de un determinado estado del cuerpo junto con la percepción de un determinado modo de pensar y de pensamientos con determinados temas. Los sentimientos, en gran parte, están constituidos por la percepción de un determinado estado corporal y la percepción de un estado del cuerpo forma la esencia de un sentimiento. El sentimiento implica la percepción de un determinado estado corporal y la de un determinado estado mental acompañante. “En resumen, el contenido esencial de los sentimientos es la cartografía de un estado corporal determinado; el sustrato de sentimientos es el conjunto de patrones neurales que cartografían el estado corporal y del que puede surgir una imagen mental del estado del cuerpo. En esencia, un sentimiento es una idea; una idea del cuerpo y, de manera todavía más concreta, una idea de un determinado aspecto del cuerpo, su interior, en determinadas circunstancias. Un sentimiento de emoción es una idea del cuerpo cuando es perturbado por el proceso de sentir la emoción”[155]. Los sentimientos son percepciones y son comparables con otras percepciones (en algunos casos). Los sentimientos, que son percepciones interactivas, no son una percepción pasiva o un destello en el tiempo. “Durante un rato después de empezar un episodio de dichos sentimientos (durante segundos o minutos), hay una implicación dinámica del cuerpo, casi con toda seguridad de manera repetida, y una variación dinámica subsiguiente de la percepción”[156]. Todos los sentimientos son sensaciones de algunas de las reacciones reguladoras básicas o de apetitos o de emociones propiamente dichas, desde el color fuerte a la beatitud. “Ya sea a través de designio innato o por aprendizaje, reaccionamos a la mayoría de objetos, quizá a todos, con emociones, por débiles que sean, y con los sentimientos posteriores, por tenues que sean”[157].

La manera de sentir los sentimientos está relacionada con el diseño íntimo del proceso vital en un organismo pluricelular con un cerebro complejo; la operación del proceso vital; las reacciones correctoras que determinados estados vitales engendran automáticamente, y las reacciones innatas y adquiridas a las que los organismos se dedican si se da la presencia, en sus mapas cerebrales, de determinados objetos y situaciones; el hecho de que cuando se producen reacciones reguladoras debidas a causas internas o externas, el flujo del proceso vital se vuelve o bien más eficiente, sin obstáculos o más fácil, o bien menos difícil, y la naturaleza del medio neural en el que todas estas estructuras y procesos se cartografían. Los sentimientos son necesarios ya que son la expresión mental de las emociones y de lo que subyace bajo éstos. Algunos sentimientos optimizan el aprendizaje y la memoria. “Se podría resumir diciendo que los sentimientos son necesarios porque son la expresión a nivel mental de las emociones y de lo que subyace bajo éstas. Sólo en este nivel mental de procesamiento biológico y a plena luz de la conciencia hay suficiente integración del presente, el pasado y el futuro anticipado. Sólo a este nivel es posible que las emociones creen, a través de los sentimientos, la preocupación por el yo individual. La solución eficaz de problemas no rutinarios requiere toda la flexibilidad y el elevado poder de recopilación de información que los procesos mentales puedan ofrecer, así como la preocupación mental que los sentimientos puedan proporcionar […]. No es una simple cuestión de considerarlos como un árbitro necesario del bien y el mal. Se trata de descubrir las circunstancias reales en que puedan ser un árbitro, y utilizar el acoplamiento razonado de circunstancias y sentimientos como guía para el comportamiento humano”[158].

D.    Las emociones desde el universo de la literatura
La compleja e insondable naturaleza humana emocional también es tema de preocupación literaria, por cuanto está profundamente vinculada con la esencia  del ser del hombre. Como ejemplo puedo citar el ensayo El Corazón del Hombre, de Erich Fromm, y las novelas El Lobo Estepario, de Herman Hesse, y El Extraño Caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson.
Fromm pregunta si el hombre es lobo o cordero. Hesse nos presenta a Harry, un hombre que dice poseer caracteres de hombre y de lobo. Stevenson plantea el eterno problema del bien y del mal en un médico (el Dr. Jeckyll) bueno que se transforma en un hombre malo (Mr. Hyde).
Aunque Fromm no afirma si el hombre es lobo o cordero, reconoce que el hombre es manipulable y que los jefes (lobos) tienen la capacidad de someterlos de acuerdo a sus intereses. No señala que el hombre tenga otras naturalezas; solamente su tendencia al bien o al mal, direcciones en las que camina en su vida. Mientras que Hesse niega que en un hombre sólo exista la dualidad hombre—lobo, sino que es múltiple: está compuesto de millares de seres, Stevenson acepta que el hombre, además de bueno y malo, puede tener multitud de facetas “incongruentes e independientes”. En este sentido Stevenson se adelantó al planteamiento de Hesse respecto a la multiplicidad de seres que componen al hombre.
Estas concepciones, que tienen profundas raíces religiosas (especialmente las de Fromm y Stevenson), pretenden demostrar que el hombre, además de dualidad es multiplicidad. Por consiguiente se puede colegir que el hombre es un ser complejo y contradictorio, y en él operan diversas fuerzas y se da una lucha entre instintos y razón, y que siempre tendrá disposición para obrar conveniente o inconvenientemente.
Fromm realiza sus planteamientos desde la cosmovisión científica, en tanto que Hesse lo hace desde la cosmovisión filosófica, y Stevenson desde la cosmovisión religiosa, pero desde la experimentación científica.
Fromm, con su mirada de sicoanalista, explora y analiza el comportamiento humano, encontrando la disposición en el hombre de ser lobo y cordero, sin que llegue a dividir a los hombres en lobos y corderos, o en lobos o corderos.  Hesse, desde su universo como intelectual, diserta que Harry dice poseer las características lobunas y hombrunas, que le hacen comportarse y sentirse a veces como lobo y a veces como hombre. Stevenson, a través del fantástico mundo del novelista, narra que dentro del hombre se encuentran intrínsecos el bien y el mal; tratando de dividir esas dos fuerzas, para que cada una vaya por su lado, sin incomodar a la otra, su personaje (el médico Jeckyll), prepara una poción científica que al ingerirla transforma un hombre bueno en un ser malo, perverso y criminal.
El lobo o el cordero de Fromm y el hombre bueno y el hombre malo de Stevenson se comportan como buenos o como malos. El hombre y el lobo de Hesse no se comportan ni como bueno ni como malo; su comportamiento no es tan metafísico sino psicológico. El ninguno de ellos predomina lo instintivo sobre lo racional. Incluso el hombre malo de Stevenson (el señor Hyde) es más pequeño que el hombre bueno (el doctor Jeckyll); lo que simboliza que el bien predomina en el hombre. Fromm tiende a inclinarse a que el hombre sería malo por naturaleza, y a pesar de que no es categórico en su afirmación, si acepta que al hombre lo mueven poderosas fuerzas destructoras. El “síndrome de la decadencia”, que origina las formas malignas y peligrosas, y mueven al hombre a la destrucción y el odio, según Fromm, está conformado por el amor a la muerte, el narcicismo maligno y la fijación simbióticoincestuosa. A pesar de su teoría sicoanalítica, Fromm no se muestra determinista, ya que acepta que esas fuerzas son modificables, y que cada uno se mueve en la dirección que elige: la de la vida o la de la muerte, la del bien o la del mal.
En Hesse surge la inquietud si el hombre ya nace con alma de lobo o el hombre se convierte en lobo mediante la educación. Pudo haberse transformado en lobo cuando sus educadores pretendieron con violencia sacar la bestia que residía al interior del hombre. Sin embargo, en el lobo estepario de Hesse están implícitas las dos naturalezas: la humana y la lobuna. Y además de éstas, otras: la de perro, la de zorro, la de pez, la de serpiente […].  En fin, como sabemos, Hesse no aceptó esta mixtificación y planteó que no existían en el hombre dos naturalezas sino muchísimas, miles de facetas humanas. En Fromm no se concluye que el hombre sea lobo o cordero o las dos cosas o una de las dos. En Stevenson parecen no triunfar el bien sobre el mal o el mal sobre el bien; tanto el hombre bueno (Jeckyll) como el malo (Hyde) mueren. No obstante, se podría decir que el bueno tuvo que morir para que también sucumbiera el mal.
Fromm, Hesse y Stevenson, mediante sus cosmovisiones científicas, filosóficas y religiosas, intentaron acercarnos a la comprensión de la complejidad humana y a tratar de desentrañar en lo profundo de su insondable esencia las fuerzas, las pasiones, los instintos, las tendencias y las motivaciones que direccionan el comportamiento humano.
De acuerdo con la visión sicoanalítica freudiana, el origen de la cultura se encuentra en la represión y la sublimación de los instintos o pulsiones instintivas. Es por ello que así como la cultura es necesaria para nuestro bienestar, “es también malestar, al basarse en la renuncia de los instintos y en la coerción de los mismos”[159]. Así mismo, este punto de vista científico considera a la persona como un ser determinado conductualmente “por sus instintos y fenómenos inconscientes que se desarrollan a partir de su vida instintiva”[160].
“Amigo mío –decía el inmortal Werther de Goethe—, el hombre es el hombre y la inteligencia que puede llegar a tener no vale mucho cuando golpean las pasiones y lo llevan hasta los límites de lo humano…”. El mismo Goethe, en su inmortal Fausto, advertía que “nuestras mismas acciones, lo propio que nuestros sentimientos, entorpecen la marcha de nuestra existencia”. Pero no se trata de vivir sin emociones, sino de dominar las emociones y controlar las que nos “estorban y molestan en la vida” como la ira, el odio, el resentimiento, la animadversión, la envidia, etc. “Nada tan insoportable para el hombre como estar en reposo total, sin pasiones, sin asuntos, sin diversiones, sin empleos. Entonces siente su nada, su abandono, su insuficiencia, su dependencia, su impotencia, su vacío. Al instante extraerá del fondo de su alma el tedio, la negrura, la tristeza, el pesar, el despecho, la desesperación”, sentenciaba Pascal en sus Pensamientos. “Muere lentamente quien evita una pasión”, nos decía Pablo Neruda. “Creo que la pasión bien entendida es el motor que mueve al hombre y por ende al mundo. ¿Cómo evitar, entonces una pasión? ¿Cómo no vivir con intensidad cada momento de nuestra vida si es ésta la única que habremos de vivir?”[161]. Es un axioma irrefutable que no podemos vivir sin la vida emotiva, porque somos seres emotivos; las emociones son un aspecto crucial de nuestra naturaleza biológica y social.

Son tan importantes las emociones en nuestra vida que  un ser sin emociones, porque ha conseguido conjurarlas todas y librarse de las que más le perturban, no es un ser humano”[162]. Pero si se desconoce el complejo universo emocional humano, tendremos dificultades en nuestra ansiada búsqueda de la felicidad.


3 La cultura monogámica en contra de nuestra naturaleza poligámica
En el tradicional y artificial modelo social monógamo, el disfrute pleno de la sexualidad, y, por ende, la búsqueda de la felicidad, se encontrarían con diversos inconvenientes en nuestra cultura monogámica como  a diario lo observamos, vivenciamos y experimentamos. Realidad que permite deducir que, posiblemente, somos, por naturaleza, seres poligámicos, encadenados en una cultura monogámica.
El aserto de que somos seres poligámicos por naturaleza es problemático. Quienes lo defienden esgrimen fundados argumentos. Los investigadores Malcolm Potts y Roger Shorts plantean que  “el hombre es un animal de naturaleza polígama que se ha empeñado en ser monógamo”[163].  El psicólogo Christopher Ryan, en un polémico escrito plantea que “la naturaleza humana Homo Sapiens —y el grueso de nuestro proceso evolutivo— indican que nuestra especie está bioprogramada para la poligamia, para recibir y responder a estímulos sexuales de múltiples parejas”[164], a la vez que expresa la dificultad de “esgrimir argumentos biológicos que nos lleven a la naturalidad preeminente de la monogamia; quizás el argumento que más permea la historia a favor de la monogamia proviene de la herencia religiosa. La implementación de la monogamia en la Tierra puede ser entendida como una forma de vivir bajo los principios morales dictados por una entidad superior, viviendo en imagen y semejanza”[165]. El predominio de la monogamia en nuestra cultura, según el Diccionario visual del sexo, podría adjudicarse “a un condicionamiento cultural más bien que a la naturaleza humana básica”; a la vez que aclara que en nuestra civilización “la monogamia está apoyada por las autoridades legales y religiosas…”[166].
La dificultad de la problemática que genera la monogamia también fue motivo de preocupación para el presidente de los Estados Unidos Calvin Coolidge, por cuanto, en los albores del siglo XX, compartía “con los biólogos del futuro la opinión de que la monogamia en la pareja no es una situación tan ‘natural’ como todavía hoy muchos siguen pensando”[167]. La realidad de las últimas investigaciones, como las de los científicos norteamericanos David Barash y Judith Lipton “son contundentes y podrían resumirse diciendo que entre los mamíferos y, particularmente, entre los primates sociales no es fácil constatar la monogamia como práctica habitual”[168]. En algunas sociedades, la poligamia está proscrita por la ley, y en otras está permitida, lo que “lleva a pensar que muy probablemente el ser humano disponga de cierta flexibilidad que le permite adaptarse a formas diferentes de estructura familiar”[169]. Algunas mujeres, a pesar de vivir en la civilización musulmana, en donde es legítima la poligamia, es posible que no sean felices en esa “cultura” que les restringe muchos de sus derechos. “La capacidad multiorgásmica de las mujeres y la llamada ‘vocalización copulatoria femenina’, también sugieren que estamos hechos para la poligamia”[170]. El funcionamiento de algunos neurotransmisores, como la feniletilamina, dopamina, serotonina, norepinefrina y oxitocina, genera un fuerte e incontrolable impulso al momento del enamoramiento que afianzan la monogamia; pero al disminuir este impulso “la razón entra en juego ya que biológicamente estamos condenados no sólo a buscar pareja sino también a sentir los incentivos de alrededor”[171].
Hay quienes reconocen que, instintivamente no somos monógamos, pero aceptan que la dificultad radica en la incapacidad de salirse de los patrones culturales socialmente establecidos y ser sinceros consigo mismos. “Está claro que a nivel exclusivamente sexual el ser humano no se acopla bien a la monogamia, como no lo hacen la mayoría de las especies animales; sin embargo la pareja monógama parece representar un núcleo social estable…”[172]. Por lo general, “la poligamia es el modo natural de sexualidad del “ser humano universal”, no algo al alcance del hombre corriente, que lo ve desde su estrecha mente como un modo legal de concubinato cuando es algo esencialmente diferente: la poligamia “hace sociedad”, mientras el adulterio o/y concubinato destruye la sociedad”[173].
Quienes aceptan que somos seres de naturaleza poligámica, presos al interior de una cultura monogámica, reconocen la enorme dificultad que implica la conquista de la felicidad. Cuando cualquier integrante de la pareja, ya sea dentro del noviazgo, la unión marital de hecho o del matrimonio, obedeciendo a su naturaleza, decide establecer un vínculo alternativo, ya sea afectivo o genital, se suscita un grave conflicto emocional en el otro componente de la pareja, supuestamente por haber sido “traicionado”, desencadenándose así los celos, el dolor, el sufrimiento, el odio, el resentimiento, el rencor y el insaciable deseo de venganza, sin entender que en el amor el daño se lo hace uno mismo y no los comportamientos de los demás. Se desencadena así dentro de la relación afectiva la lucha de todos contra todos: unos por defender su libertad y otros por restringir la de los demás. Inútilmente se quiere buscar quietud en los seres inquietos. La persona que se siente "ofendida" por la "traición" no razona coherentemente, atropellando la libertad del otro. Cuánto fundamento le asistía a Freud al afirmar que las relaciones sexuales son “fuente de la más intensa envidia y de la más violenta hostilidad entre los seres humanos”[174]. En la monogamia se da la dialéctica del amo y del esclavo. Necesitamos un esclavo para que éste a su vez nos esclavice. El amo domina sobre el esclavo y el esclavo termina dominando sobre el amo. “El esclavo prefiere ser esclavo. Y es el esclavo quien renuncia a su deseo y se somete al deseo del otro. De este modo el esclavo reconoce al amo como tal y se hace reconocer por él como esclavo. El vencido depende del otro”[175]. La conciencia dominante termina siendo dominada. “Amo y esclavo son términos correlativos. Ninguno de los dos puede existir sin el otro… Esclavizar a otro es también esclavizarse a sí mismo… El amo no es otra cosa que la imagen de un esclavo que lleva el mundo a la disolución…  Por su voluntad de esclavizar, el hombre no sólo esclaviza a los demás sino a sí mismo… Con el mismo poder con que esclaviza al otro, se esclaviza también a sí mismo”[176].
La monogamia contribuye al fortalecimiento de la mentira, toda vez que se acude a ella cuando se establece un vínculo alternativo (“clandestino”), y así evitar los consabidos contratiempos que genera el disfrute libre y autónomo de la afectividad o de la genitalidad  por fuera de los férreos límites establecidos por nuestra cultura monogámica. El sicoanalista Alberto Goldin, interpretando a Freud, señala que las prohibiciones y los deseos incrementan la poligamia. “Del mismo modo como la ropa fabrica al desnudo, la prohibición de la poligamia, la incentiva. Es una cualidad o un defecto humano, desear precisamente aquello que no debería, lo que acaba transformando lo prohibido en imprescindible. Hay una antigua guerra entre deseos y prohibiciones, y, como es obvio, los deseos van ganando, porque es al prohibir que se convence a algunos indecisos respecto de cuál es el mejor lugar para desear. No se puede domesticar el deseo, por el contrario, lo que verdaderamente lo extermina es su satisfacción”[177].
Al ser humano lo caracteriza su disposición intrínseca y cultural para mentir. Si tenemos en cuenta que la mentira es una forma de supervivencia, que, en ocasiones, nos resulta provechosa, acudimos a ella cuando necesitamos que esté al servicio de nuestros intereses o conveniencias. Pareciere que las mentiras fueren inherentes a la condición humana. “Las mentiras, pequeñas y grandes, constituyen el lubricante de nuestra vida social”[178]. Nuestra cultura se construyó sobre mentiras. ¿Acaso no es una falacia afirmar que “Dios le dictó las tablas de la ley a Moisés? ¿O que Alá le “dictó” el Corán a Mahoma? ¿Y qué decir de la “historia” de Adán y Eva y otros relatos bíblicos? ¿Y qué tal el cuento de que el “santo” Papa era el representante de Dios en la tierra? ¿Cuál Dios? Ni qué decir de la mentira más grande que se haya anunciado: Dios o dioses [...]. Y de las mentiras históricas, ¿qué? ¿Qué persona (con espíritu crítico –y aun sin él—) podrá dar por ciertas las leyendas de Alejandro Magno, Carlomagno, Napoleón, Simón Bolívar y otros “héroes”? Si nuestra cultura y nuestra civilización se han construido sobre mentiras, ¿entonces por qué pensar ingenuamente que las personas no vayan a mentir? ¡Claro que mienten cada vez que les resulte de utilidad! ¿El ser humano es, por naturaleza, un ser falaz? ¡He ahí la cuestión!
La monogamia contribuye a la cosificación de las personas. La persona, supuestamente víctima de una "infidelidad", incapaz de entender que su pareja no es un objeto de su propiedad, lo violenta con invectivas, insultos, denuestos y agresiones físicas; no sólo a él o a ella, sino que también extiende sus dicterios hacia la persona con la cual se mantiene el vínculo alternativo, con expresiones que atentan contra la dignidad humana  como: "Esa perra me quitó a mi marido". "Esa zorra me quitó a mi novio". “Yo mato a ese hp que me quitó a mi esposa”. “Ese malnacido me quiere quitar a mi novia, y eso no lo permito”, etc. La sicoanalista María del Carmen Molina señala que “los celos existen porque vivimos en una sociedad monogámica y la sexualidad humana es poligámica”[179]. El aludido Goldin, agrega que la sexualidad humana, además de poligámica, es “un poco perversa”[180]. Los celos, además de esclavizar, tiranizan. Los celos, en concepción del filósofo Nicolás Berdiayev, son una manifestación de tiranía en forma pasiva. Una persona celosa es un tiranizador que vive en un mundo de ficción y alucinación”[181].
Dado el “machismo” imperante en nuestra sociedad, como producto cultural, la mujer termina más lesionada que el hombre ante un evento de “infidelidad”, porque pareciere que, socialmente, estuviere “aceptada” la “infidelidad” masculina y censurada la femenina. Cuando la mujer es “infiel” el ego “machista” se ve “pisoteado”; en cambio, cuando el “infiel” es el hombre a la mujer se le afecta profundamente todo su universo emocional. El conflicto y la violencia, en los dos casos, surge ipso facto, porque, debido a la programación cultural, la “víctima” reacciona “dolida” y furiosa. ¡Qué desperdicio tan absurdo de vida! ¿Así cómo se alcanza la felicidad, el fin supremo de nuestra existencia?
En nuestro medio, como un “mecanismo de defensa”, el responsable de la “infidelidad” trata de negarla por temor a las irracionales consecuencias. Como la sociedad monogámica impone todos esos condicionamientos, al “acusado” de ser “infiel” la negará, porque aceptarla le traería, inexorablemente, graves secuelas. En esa dinámica el ser humano se niega a sí mismo, debido a que debe negar sus actos. ¿Pero cómo ser sincero y “dar la cara”, si decir la “verdad” le acarrea un profundo conflicto interpersonal? Negar los actos será la única salida para evitar la alteración del orden público. La terapeuta María Consuelo Cárdenas precisa que en las parejas el complejo tema de la “infidelidad” es difícil y bastante conflictivo. “En nuestro contexto social colombiano esa es una actitud de gran aceptación, principalmente entre los varones. A su vez, la parte ofendida aprovecha esta situación para reducir todo conflicto que en el pasado lo haya enfrentado con su cónyuge a la presente cuestión de la infidelidad, sin ver que ésta no se presenta en el vacío… En nuestra cultura, si bien la infidelidad  es un fenómeno relativamente frecuente y prácticamente aceptado, sobre todo en los hombres, es igualmente rechazado y condenado, sobre todo en las mujeres”[182] Desgraciadamente, debido a la “educación” social, la mujer es quien más percibe y siente el “dolor” de la “infidelidad” y las dificultades.
Como seres posesivos, para confundirnos y complicarnos más la existencia, acudimos al adjetivo posesivo “mi”. Y entonces nos creemos en el “legítimo” derecho a encadenar con el “mi” a las personas, como si fueran sólo objetos, y en especial a la persona que decimos amar: “Mi novia”. “Mi novio”. “Mi esposa”. “Mi esposo”, etc. Como vivimos encadenados al modelo cultural establecido, acríticamente aceptado, nos creemos dueños de los demás. Cuando establecemos un vínculo afectivo, engañados como vivimos, damos por sentado que el otro nos pertenece. “La consecuencia habitual de una pasión es que, cuando la unión se regulariza, se posee un título de propiedad de otro cuerpo además del propio. Decimos mi mujer o mi marido, para referirnos al resultado de esta transacción. La mujer tiene ahora un cuerpo masculino, el de su marido, y viceversa”[183].  Nuestra cultura, en donde impera el “machismo”, es común que el “hombre” se crea dueño de “su” mujer. ¡Qué gran contradicción: mientras el “hombre” exige “fidelidad” a “su” esposa, él busca, insaciablemente, serle “infiel”! Será cierta la afirmación de Arthur Schopenhauer que dice que “la fidelidad en el matrimonio es artificial para el hombre y natural en la mujer, y por consiguiente (a causa de sus consecuencias y por ser contrario a la Naturaleza), el adulterio de la mujer es mucho menos perdonable que el del hombre”[184]. El mismo folclor vernáculo abunda en canciones, por citar solamente esta vertiente artística, que “legitiman” la deslealtad del varón y condenan la de la mujer. Este ejemplo es contundente: “Ay, yo sé bien que te he sido infiel, / pero eso en el hombre cas no se nota. / Pero es triste que lo haga una mujer, / porque pierde valor y muchas cosas… // Dios le dijo a al hombre: / “¡Pórtese bien, haga la paz, pero nunca haga la guerra!”… / Y también le dijo a la mujer: “¡Cuida bien del hombre que la quiere! / Sabe que no puede serle infiel, / porque pierde mi bendición eterna[185].
El lenguaje, como las personas, también ha sido cosificado en nuestra cultura imperante. En algunas ocasiones, la confusión existencial comienza por la confusión en el lenguaje, que es una creación cultural. ¡Qué paradójico! Muchas veces, el lenguaje, que es la esencia del ser humano, nos aprisiona en su cárcel. Los seres humanos vivimos en el lenguaje. “Sostenemos que no hay forma de escapar del lenguaje, no hay salida posible. Los seres humanos vivimos atrapados en el lenguaje”[186]. Anterior al habla, la característica fundamental del lenguaje es que “cuando somos arrojados al mundo el lenguaje ya está ahí, con sus significados culturalmente establecidos”[187]. Se dice que el lenguaje con que el individuo se expresa depende fuertemente del discurso que domina en los grupos de los que forma parte, lo mismo que de su ambiente social y su cultura. “La condición humana no se constituye en el dominio de nuestra biología, sino en el del lenguaje”[188].
Acostumbrados a la apariencia de que somos “dueños” de las cosas, adoptamos, irreflexivamente, la postura de que también somos dueños de las personas; que nuestra pareja tiene la “obligación” de permanecer siempre con nosotros y sernos “fieles”. El mito del amor eterno es una mentira. ¡Cuando a uno no lo quieren, no lo quieren! El psicólogo Walter Riso[189] es explícito cuando nos aclara que en toda relación se debe aceptar el riesgo, la incertidumbre, la imprevisión y ser atrevidos. “No hay relación sin riesgo. El amor es una experiencia peligrosa, eventualmente dolorosa y sensorialmente encantadora. Este agridulce implícito que lleva todo ejercicio amoroso puede resultar especialmente fascinante para los atrevidos y terriblemente amenazante para los inseguros. El amor es poco previsible, confuso y difícil de domesticar. La incertidumbre forma parte de él, como de cualquier otra experiencia”. Estas personas, al perder a su “amado”, dicen: “¡No lo puedo creer!” “¡Jamás pensé que esto me pasara a mí!” “¡Me parece imposible!” Hay que ser realistas, la pareja no dura para siempre. No podemos confundir posibilidades con probabilidades. Uno debe afirmar: “Hay muy pocas probabilidades de que mi relación se dañe, remotas si se quiere, pero la posibilidad siempre existe”.
La cultura monogámica atenta contra la libertad y la justicia. La imposición de una vida sexual idéntica para todos, implícita en estas prohibiciones, pasa por alto las discrepancias que presenta la constitución sexual innata o adquirida de los hombres, privando a muchos de ellos de todo goce sexual y convirtiéndose así en fuente de una grave injusticia”[190]. El amor genital heterosexual, culturalmente aceptado, encontró su menoscabo en “las restricciones de la legitimidad y de la monogamia”[191]. La cultura impone a la pulsión erótica determinados requisitos morales, prohibiendo la homosexualidad y las transgresiones anatómicas, y limitando, por la legitimidad y la felicidad, el amor genital heterosexual, que es la forma de relación predominante en nuestra sociedad, profundamente influenciada por la cosmovisión religiosa, institución que, con su moralidad y sus dogmas, ha obstaculizado en disfrute pleno de la genitalidad y la búsqueda de la verdad con absurdas restricciones. “Una moral en la que no hay lugar para la verdad, nunca será una moral verdadera. Es posible que no nos guste la verdad, que la encontremos ofensiva e inconveniente, que la persigan, que le den un sentido diferente, que la supriman por medios legales; pero el intentar sostener que los hombres tienen la última palabra sobre la verdad, es una blasfemia y la última ilusión. La verdad vive siempre y los hombres no”[192]. Este condicionamiento cultural, impuesto por la religión, sería la evidencia de que “el plan de la Creación no incluye el propósito de que el hombre sea feliz”[193]. Pareciere que los caminos que emprende el hombre en búsqueda de la felicidad, que según Freud se encuentra en el amor sexual, son obstaculizados por la religión que impone un solo camino para la obtención de este supremo fin de la existencia,  reduciendo el valor de la vida y alterando la imagen del mundo real a través de la intimidación de la inteligencia y de la represión de lo instintivo. “Según Ryan, la historia sexual de la humanidad es la historia de la represión autoritaria de la libertad orgiástica —que disfrutábamos en las sociedades nómadas igualitaria— por parte de los mecanismos de poder religiosos y políticos formados con el nacimiento de la agricultura hace 10 mil años. La cultura —esa ropa mental indisociable del cultivo propio de la agricultura— es una especie de cover—up de nuestra energía libidinal, en el que participan tanto sacerdotes como terapeutas”. La cultura actual solamente tolera “las relaciones sexuales basadas en la unión única e indisoluble entre un hombre y una mujer, sin admitir la sexualidad como fuente de placer en sí, aceptándola tan sólo como instrumento de reproducción humana que hasta ahora no ha podido ser sustituido”[194].  
Según Freud, la satisfacción de los propios instintos “no debería estar limitada por ningún tipo de ley moral, sino sólo por la convicción de la necesidad de reglas que tienen como único objetivo el de evitar conflictos con los otros”[195]. Socialmente existe una concepción errónea de la poligamia. “La poligamia no significa anular las relaciones de fidelidad y lealtad emocional, significa entender los principios biológicos que también son parte importante de nuestro complejo organismo; y comprenderlo podría acabar con buena parte del daño emocional que los celos y las infidelidades propician”[196]. Es muy diciente el sentir de Noguera Sayer cuando nos previene que “elegir a alguien, quererle y convivir con él no le confiere a ninguno de los dos la exclusiva, excluyente y asfixiante posesión que impida el intercambio con otros seres del entorno, capaces de aportar savia vital al proceso de vivir”, y aclara que “exagerada, vanidosa y difícil es la exigencia que busca en una sola persona las condiciones que le permitan constituirse en fuente única de satisfacción para las necesidades afectivas e intelectuales de la otra”[197].
Teniendo en cuenta que nuestra cultura dificulta alcanzar la felicidad, se evidencia hostilidad hacia ella fundada en la imposición del cristianismo que deslegitimó el valor de la vida terrenal, en la separación entre instintos del yo e instintos sexuales, y en la renuncia a las satisfacciones instintivas, cuya satisfacción es “la finalidad económica de la vida”[198]. En opinión de Federico Nietzsche, “el cristianismo, que despreciaba el cuerpo, ha sido la más grande calamidad del género humano… Sólo el cristianismo, con su resentimiento fundamental dirigido contra la vida, ha hecho de la sexualidad algo impuro: ha enlodado el principio, la premisa de nuestra vida[...]”[199]. El filósofo André Comte—Sponville afirma que “las iglesias cristianas, en particular la católica, hicieron del sexo algo malo, un pecado, incluso dentro del matrimonio”[200].  Negar nuestros impulsos instintivos sería como negar lo que nos hace humanos. “Si la sexualidad no es presente absoluto, no forma parte de la Vía ; y, si no forma parte de ese camino espiritual que somos, uno no es más que algo muerto que hace amagos de estar vivo…”[201]. El amor sexual, “el prototipo de toda felicidad”[202], al estar enfocado hacia un objeto exclusivo generaba sufrimiento ante la pérdida de éste. Por ello se estableció el “amor universal por la humanidad y por el mundo[203]” (amor cristiano), que también tiene sus objeciones porque “un amor que no discrimina[204]” es injusto, y “no todos los seres humanos merecen ser amados”[205]. San Agustín sentenció: “Ama, pero fíjate bien qué merece amarse”. Así, al amor sexual (“genital”) le fue coartado lo instintivo, y éste fue reemplazado por un amor inhibido; pero en el inconsciente quedó arraigado el “amor plenamente sexual”. De esa manera el amor se divorció de la cultura, por cuanto el amor se oponía a los intereses de aquella, la cual “lo amenazaba con sensibles restricciones”[206].
Razonando en términos filosóficos profundos se podría decir que la monogamia, con todas sus ataduras y condicionamientos, atenta contra la libertad, que es la esencia misma del ser humano. ¿Y si éste no es libre, entonces qué es? “Sólo una relación sentimental, en la que uno reivindique la vida y la libertad del otro, puede hacer felices a los dos”[207]. La persona no puede renunciar a su libertad, porque ésta constituye parte de su esencia, y es un ser para la libertad y está condenado a ser libre, tal como lo planteaba Sartre, el “apóstol” de la libertad y el filósofo más genial del siglo XX.
Con el ánimo de vivir en una aletargadora armonía, algunos integrantes de la pareja se abstienen del disfrute, autónomo, libre y responsable, de su naturaleza poligámica, reprimiendo y renunciando “a las satisfacciones instintuales”[208]. Muchos, de manera hipócrita, desleal y cínica, aparentan la llamada fidelidad, pero, incitados por su instinto, anhelan ser infieles. “En su origen latino, fidelidad significa confianza y la confianza va estrechamente ligada a la sinceridad. El amante monógamo generalmente oculta cualquier atracción que siente por alguien para no inquietar o herir a su pareja, por lo tanto, no tiene sentido relacionar monogamia con fidelidad, si partimos de que esta ‘fidelidad’ no es sincera”[209]. Es procedente tener claro que la llamada “fidelidad” solamente funciona si es producto de una opción o decisión libre y autónoma asumida conscientemente, “producto de una elaboración adecuada y no como efecto de una amenaza o prohibición, sean éstas de índole  religiosa o moral”[210].  Cuánta razón tenía el inmortal Hamlet al sugerirnos que el ser humano juega un papel en la vida y sueña con otro.
En la cultura monogámica “toca” ser fiel si se quieren evitar los conflictos. ¿Consecuencias? ¡Neurosis! “Se corre, sin embargo, el riesgo de la neurosis, porque, como ha explicado el psicoanálisis, las frustraciones sexuales son su causa. De donde cabe inferir que siempre habrá un antagonismo entre la cultura (en el sentido ya conocido) y la sexualidad. Las innumerables restricciones que la civilización conlleva, difícilmente son compatibles con la felicidad”[211]. Y esta alteración nerviosa genera un desorden crónico de personalidad que produce una visión distorsionada de la vida y una actitud distorsionada ante ella… La persona cae en la neurosis “porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura”[212]. Los síntomas neuróticos aparecen “como formaciones sustitutivas de individuos insatisfechos”[213]. Es motivo de la reflexión la pregunta de Erich Fromm: “¿Qué otra cosa es la neurosis –de cualquier tipo— sino la pérdida por el hombre de la libertad para obrar racionalmente?”[214]
La cultura, según Freud, es fuente de infelicidad, ya que genera neurosis, debido a que el ser humano cae en ésta “porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura, deduciéndose de ello que sería posible reconquistar las perspectivas de ser feliz, eliminando o atenuando en grado sumo estas exigencias culturales… La neurosis venía a ser la solución de una lucha entre los intereses de la autoconservación y las exigencias de la libido, una lucha en la que el yo, si bien triunfante, había pagado el precio de graves sufrimientos y renuncias[215].  
La neurosis, este tipo de entidades clínicas o desajustes emocionales, con respecto a la realidad, son producto de desajustes internos o traumas psíquicos como secuela del eterno conflicto entre el instinto de vida y el instinto de muerte, la lucha entre la persona y la naturaleza, la competencia con los demás para el logro de metas sociales, personales y económicas, las exigencias de la conciencia, la realidad y el instinto, y el choque entre lo real y lo ideal.  La neurosis es difícil de vitar, porque “la civilización actual es neurótica en muchas de sus manifestaciones”[216].
¿Será que una persona neurótica podrá ser feliz? “La experiencia psicoanalítica ha demostrado que las personas llamadas neuróticas son precisamente las que menos soportan estas frustraciones de la vida sexual. Mediante sus síntomas se procuran satisfacciones sustitutivas que, sin embargo, les deparan sufrimientos, ya sea por sí mismas o por las dificultades que les ocasionan con el mundo exterior y con la sociedad. Este último caso se comprende fácilmente; pero el primero nos plantea un nuevo problema. Con todo, la cultura aún exige otros sacrificios, además de los que afectan a la satisfacción sexual… Como ya sabemos, los síntomas de la neurosis son en esencia satisfacciones sustitutivas de deseos sexuales no realizados”[217]. Aquí es procedente aclarar que Freud no pretendía afirmar radicalmente que la búsqueda de la felicidad fuera imposible; “él simplemente apuntó que ésta es tan evasiva y difícil de comprender que nuestros esfuerzos por procurarla son solo parcialmente exitosos”[218]. Debido a que la cultura impone sacrificios, se puede colegir que, dentro de ésta, las personas “difícilmente se sienten dichosas dentro de ella, teniendo además de esta limitación de las pulsiones, riesgos a un estado que se lo podría denominar como “histeria psicológica de la masa”, el cual se eleva en la ligazón que se establece por la identificación recíproca entre los participantes”[219].
La etología demuestra que “la especie humana es promiscua en el terreno sexual desde el origen de la historia y con toda seguridad desde estadios arcaicos de la prehistoria y lo sigue siendo. La promiscuidad es un escenario en que los apareamientos sexuales se rigen por el impulso y la posibilidad de ejecutarlo, a pesar del control social que esté establecido culturalmente”[220]. Ángel Aznar señala que, genéticamente y físicamente estamos predispuestos a huir de la monogamia, y que el matrimonio es una institución impuesta por la religión. “Si bien es un aspecto socialmente admitido como una verdad absoluta, el ‘matrimonio’ como tal no existió hasta que no nacieron las religiones e históricamente se creó como un método de control social. De esto no hace ni diez mil años y sólo fue así para una pequeña parte de la población mundial, lo que viene a darnos una pista muy importante: De no haber existido las religiones, no existiría la monogamia. Lo malo es que desde que se instituye una norma socialmente, todo lo que salga de esa norma es antisocial y se considera una desviación. Por desgracia eso sí que nos condiciona a la hora de actuar, y son muy pocos los que se sobreponen a ello y deciden elegir una actitud aunque se considere “antisocial” (la poliandria, poliginia, homosexualidad, bisexualidad, etc.)”[221]. El Diccionario visual del sexo es de la opinión que “la monogamia no parece ser una norma instintiva de conducta de los seres humanos, y se han dado ejemplos de sociedades sofisticadas donde era la norma”[222].
La religión de nuestra cultura, representada en el Cristianismo y, por ende, su “moral cristiana”, hizo de la sexualidad (la genitalidad) algo sucio, indecente, inmoral, prohibido. Así, generó un desprecio por el cuerpo, por el disfrute del cuerpo, haciendo que las personas sientan vergüenza de su cuerpo. “Sólo el cristianismo, que se basa en el resentimiento contra la vida, ha hecho de la sexualidad algo impuro: ha arrojado basura sobre el comienzo, sobre, el presupuesto de nuestra vida [...]”[223]. El matrimonio “hasta que la muerte os separe” es una aberración más del cristianismo[224]. La poligamia es una opción tan deseable por el ser humano que el cristianismo la desaprueba y la legislación de algunos países la tipifica como una conducta punible. El aludido Christopher Ryan aclara que “complazca a la instituciones religiosas o no, seguimos siendo naturalmente poligámicos”[225]. Las garantías constitucionales contemplan el derecho al libre desarrollo de la personalidad. ¿En una cultura monogámica será posible el disfrute pleno de este postulado democrático?
Que la monogamia es una imposición cultural lo demuestra el hecho que antaño los gobernantes eran poligámicos y sus súbditos monogámicos. Los primeros obedecían a su naturaleza instintiva y lo segundos a los mandatos de sus “amos”. La Biblia está llena de ejemplos de reyes poligámicos. ¡Qué paradoja! Los supuestos paradigmas de la sabiduría sí disfrutaban de su naturaleza intrínseca, en tanto que sus gobernados debían reprimir su naturaleza instintiva en la práctica de la monogamia. Esos dechados de “sabiduría” sí sabían cómo buscar y encontrar la felicidad; ellos sí eran felices. “El moderno civilizado ha trocado una gran parte de posible felicidad por una parte de seguridad; pero, no olvidemos que, en la familia primitiva, sólo el jefe gozaba de semejante libertad de los instintos, mientras que los demás vivían oprimidos como esclavos”[226]. ¿Acaso la felicidad no es para todos? Es tan antinatural la monogamia que ésta pretende arbitrariamente reducir la multiplicidad a la unidad. En una cultura unidimensional la persona se convierte en un ser unidimensional. ¿No es acaso el pluralismo una de las características del Estado democrático?
La poligamia, tal como la concibe la cultura monogámica, es fuente de promiscuidad, enfermedades y reproducción indiscriminada. Esa es una realidad que no se puede negar. Pero la monogamia, en la que no se producirían estos fenómenos, genera celos, posesividad, conflictos, agresiones, separaciones, divorcios, odios y hasta la muerte. ¡Cuántos crímenes pasionales no se han cometido por cuenta de los celos! La persona aparentemente enamorada duda de los sentimientos del ser amado. ¡Qué contradictorios somos: pasamos del amor (que tiene su proceso y su dinámica) al odio en breves instantes! En la prisión de nuestra cultura monogámica es donde aflora la estupidez humana: temporalmente nos hacemos daño y sufrimos por una sola persona que no nos corresponde, mientras que nos quedan millones para escoger. ¿Toda esta problemática que genera la cultura monogámica no resulta peor que los inconvenientes que ocasiona la poligamia? ¿La cultura monogámica, en el fondo, no sería la responsable de los celos y de todo este sinsentido, que dificultan la felicidad? Es muy posible que el disfrute de la naturaleza poligámica no permita el surgimiento de ese fenómeno psíquico y emocional. ¿Y si reflexionamos con espíritu crítico sobre la siguiente consideración?:
“¿Por qué seguir limitando nuestro afecto, nuestro apoyo y nuestro sexo a una sola persona? La cultura de la monogamia convierte el cariño, el apoyo y el sexo en bienes escasos y exclusivos (¡como si fueran lujos!), pero en realidad son bienes renovables e inagotables. A medida que abandonemos la cultura de la monogamia seremos capaces de expandirlos y así hacerlos mucho más abundantes al alcance de todos, al tiempo que enterramos las celosías y miedos propios de la monogamia… Los antiguos argumentos biologistas, que justificaban la monogamia para garantizar el futuro de nuestra especie, ya no tienen sentido hoy en día. La monogamia, y la respectiva familia patriarcal, no es el único modelo posible de subsistencia económica y de crianza, cada vez aparecen más modelos posibles y diversos que desbancan los más tradicionales. Es cierto que las bodas y los consultorios matrimoniales son negocios que se alimentan de y fomentan la monogamia… Es cierto que la familia y los amigos nos presionan para que tengamos relaciones monógamas, pero la vida sexual y afectiva de los individuos, al ser cada vez más independiente de la esfera económica, pasa a pertenecer a un ámbito más privado y menos sufrido a la presión social [...]. Ya no hay argumentos puramente racionales que sustenten y den sentido a la monogamia, en el mejor de los casos es absurda y en el peor acaba con vidas. Lo que mantiene realmente viva la monogamia son nuestros sentimientos y emociones conformados por el entorno cultural en el que hemos crecido… Quizás el mayor inconveniente a la hora de superar la monogamia es la incapacidad de imaginar otros modelos de relaciones afectivas y sexuales. Es lógico, ya que prácticamente no tenemos otros referentes; llevamos toda la vida consumiendo productos culturales que profesan una clara apología de la monogamia, desde los cuentos y dibujos animados infantiles hasta el cine de autor más underground[227]La solución a la monogamia no es establecer un nuevo modelo de relaciones afectivas y sexuales que sea políticamente correcto, descalificando aquellos que siguen teniendo relaciones monógamas… Pero esto no significa la aceptación acrítica de cualquier tipo de relación: no queremos relaciones que sean posesivas, ni coercitivas, ni cerradas (esto significa: no forzosamente exclusivas), en definitiva, no monógamas.[228]. (Subrayados fuera de texto).
En este sentido, el Diccionario visual del sexo también señala que “los cuentos de hadas terminan invariablemente con uniones monógamas, los amantes célebres de siempre constituyen parejas y asociamos a cualquier tercera persona en este tipo de relación con la amenaza y el desastre”[229].

Conclusión
Mi punto de vista no pretende condenar la monogamia en defensa de la poligamia. Respeto la preferencia y la opción de vida de cada cual. Es probable que algunos crean que son felices en la cultura monogámica. ¿Sabrán en esencia qué es la felicidad? “¡Qué desgraciados somos los que tenemos una idea de felicidad y no podemos conseguirla, y tenemos una idea de la verdad y no podemos conocerla!”, sentenció el filósofo Blas Pascal.  “¿Qué tanto sabemos en realidad de lo que nos hace felices o infelices?”, preguntó el psicólogo social David g. Myers. Mi tesis es que la cultura monogámica, con su modelo relacional establecido, dificulta el logro de la anhelada felicidad con todas las implicaciones y condicionamientos que comporta la monogamia. La dificulta, pero no la imposibilita.
La poligamia sobre la que diserto no se refiere necesariamente a tener varias esposas, pues su manutención resultaría onerosa y sería fuente de diversos conflictos. Concibo la poligamia desde la dimensión de poder disfrutar libre, autónoma y responsablemente de la dimensión afectiva y de la práctica de la genitalidad, sin tener que darle explicaciones ni “rendirle cuentas” a nadie.
Sueño con la poligamia, pero mi realidad es la monogamia, que debo aceptar a pesar de que, en mi concepto, dificulta la consecución de la felicidad; ¡la dificulta mas no la imposibilita! Una cosa es dificultarla y otra imposibilitarla. Respeto las decisiones de las personas que optan por cualquiera de esas formas de relacionarse, que no son las únicas. La monogamia y la poligamia son dos modelos concretos de relaciones, entre muchos otros. No podemos ignorar que hay muchas maneras de vivir, pero hay algunas que no dejan vivir. Comparto el aserto de Ángel Aznar que dice que “el hombre se dirige hacia donde le lleva su instinto y su naturaleza animal pero también hacia donde le lleva su razón y su voluntad”[230].
Tampoco pretendo (¿y con qué derecho?) “satanizar” nuestra cultura. Si bien es cierto que, en búsqueda de seguridad, ha encadenado los instintos y  la libertad, y que se nos dificulta la búsqueda de la felicidad, también lo es que, gracias a las creaciones culturales, el hombre ha intentado, con relativo éxito, “dominar” y poner a su servicio a la naturaleza, obteniendo algunos paliativos para el “progreso”, a través de la producción material e intelectual. Por consiguiente, comparto el punto de vista freudiano que señala que:
Si con toda justificación reprochamos al actual estado de nuestra cultura cuán insuficientemente realiza nuestra pretensión de un sistema de vida que nos haga felices; si le echamos en cara la magnitud de los sufrimientos, quizá evitables, a que nos expone; si tratamos de desenmascarar con implacable crítica las raíces de su imperfección, seguramente ejercemos nuestro legítimo derecho, y no por ello demostramos ser enemigos de la cultura. Cabe esperar que poco a poco lograremos imponer a nuestra cultura modificaciones que satisfagan mejor nuestras necesidades y que escapen a aquellas críticas”[231].
De todas maneras, la cultura ha sido objeto de frecuentes críticas, pues existe una visión negativa de ella. Tanto en el quehacer material como en el espiritual, al homo faber (dimensión activa y transformante del hombre) y al homo sapiens (el hombre en cuanto esencialmente pensante) se les señala de favorecer “un racionalismo y un activismo degeneradores de la base instintiva vital del hombre, causa fundamental… de las contradicciones de la cultura sumergida en un laberinto de oposiciones que la hacen al mismo tiempo que aparentemente grandiosa, vulnerable, pues su base es la negación, la represión originaria de su ethos vital, instintivo”[232]. Theodor Adorno considera el malestar que ocasiona nuestra cultura como “una claustrofobia de la humanidad dentro del mundo regulado, de un sentimiento de encierro dentro de una trabazón completamente socializada, construida por una tupida red”, y agrega que “cuanto más espesa es la red, tanto más se ansía salir de ella, mientras que, precisamente, su espesor impide cualquier evasión”[233].
Si queremos encontrar la esquiva felicidad, es necesario replantear nuestros modelos de relación y reinventar nuevas formas de relacionarnos afectiva y genitalmente, porque los desgastados esquemas en que nos relacionamos con los demás se convierten en obstáculos que enmarañan el espinoso camino que podría conducirnos al logro del fin supremo de la existencia. “No siempre y no todos los individuos poseen la disposición para acogerse a los requisitos que conforman la estructura de la pareja clásica, en la cual cada uno cumple y practica las normas y los comportamientos que cuentan con el apoyo social”[234].
El filósofo Baruch Spinoza reflexiona profundamente sobre la naturaleza instintiva, llamando a éstos como afectos o emociones del alma (la esencia del hombre y su afección primaria), entre los que se encuentra el amor y su opuesto el odio, que son animados por el “conatus” (que define la naturaleza humana y de todas las cosas), el móvil impulsor de todas las acciones humanas, el empeño universal que busca la autoconservación, la potencia de obrar, ser y preservar en su ser. “El conatus incluye tanto el ímpetu para la autopreservación frente al peligro y las oportunidades, como las múltiples acciones de autopreservación que mantienen juntas las partes de un cuerpo. A pesar de las transformaciones que el cuerpo tiene que experimentar a medida que se desarrolla, renueva sus partes 'constituyentes y envejece, el conatus continúa formando el mismo individuo y respetando el mismo diseño estructural.  ¿Qué es el conatus de Spinoza en términos biológicos actuales? Es el conjunto de disposiciones establecidas en los circuitos cerebrales que, una vez activadas por condiciones internas o ambientales, buscan tanto la supervivencia como el bienestar”[235]. Conatus significa  empeño, esfuerzo y tendencia.  “Toda la vida afectiva, todas las emociones, de las personas se basan en el conatus”[236]. Spinoza considera a los afectos como la esencia del ser humano, que forman parte de la naturaleza humana; por lo que es erróneo pensar que podamos vivir sin sentir y tener pasiones. “Los afectos son algo intrínseco a la naturaleza humana, tan inevitables como el respirar, el crecer y el morir”[237]. Cada cual, nos dice, gobierna todo según su afecto. “He contemplado los afectos humanos, como son el amor, el odio, la ira, la envidia, la gloria, la misericordia y las demás afecciones del alma, no como vicios de la naturaleza humana, sino como propiedades que le pertenecen como el calor, el frío, la tempestad, el trueno y otras cosas por el estilo a la naturaleza del aire”[238]. Spinoza acepta que las pasiones son el motor que nos mueven a obrar con tal ímpetu con sólo es controlable con el poder de la razón. Pero una débil razón a veces sucumbe a la fuerza e ímpetu de las pasiones. “La fuerza con que el hombre preserva en la existencia es ilimitada, y resulta infinitamente superada por la potencia de las causas exteriores”[239].

Los antiguos griegos dieron demasiada importancia al universo instintivo, relacionando con la fuerza indomable e incontrolable del eros o el deseo erótico, como esencia de toda persona que lo mueve a ser y hacer, lo cual le determinaba su destino. El eros, el deseo o las pasiones (amor, odio, celos, venganza, miedo, placer, delirio, deseo erótico, lujuria, lascivia y desenfreno erótico) constituyen la motivación principal que mueve a las personas y son la esencia misma del ser humano.

¿Podemos huir de nuestras pasiones por tener contentos a los demás? Ya nos decía pablo Neruda que “muere lentamente quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño”, y agregaba que “y quien no se permite, por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos”. Y Thomas Hobbes señalaba que el hombre no puede vivir sin deseos ni pasiones (cuyas llamas deslumbran su entendimiento), ya que ambas dimensiones son sustanciales a la naturaleza humana. Según Hobbes, el Estado, Leviatán, “hombre artificial” o “Dios mortal” surge como necesidad de dominio de pasiones. Como las pasiones naturales de los hombres (que son “más potentes que su razón”), de acuerdo con Hobbes, mantienen a los hombres en una lucha de todos contra todos, es necesario el pacto o el contrato de voluntades, mediante el cual, bajo el miedo o temor al castigo,  constriñe a sus asociados o súbditos al estricto cumplimiento de las leyes de naturaleza a través del poder absoluto del soberano, cuyos actos no pueden ser acusados de injusticia ni castigados por sus gobernados. “Las leyes de naturaleza (tales como las de justicia, equidad, modestia, piedad y, en suma, la de haz a otros lo que quieras que otros hagan por ti) son, por sí mismas, cuando no existe el temor a un determinado poder que motive su observancia, contrarias a nuestras pasiones naturales, las cuales nos inducen a la parcialidad, al orgullo, a la venganza y a cosas semejantes. Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno. Por consiguiente, a pesar de las leyes de naturaleza (que cada uno observa cuando tiene la voluntad de observarlas, cuando puede hacerlo de modo seguro) si no se ha instituido un poder o no es suficientemente grande para nuestra seguridad, cada uno fiará tan sólo, y podrá hacerlo legalmente, sobre su propia fuerza y maña, para protegerse contra los demás hombres… Todos los hombres están por naturaleza provistos de notables lentes de aumento (a saber, sus pasiones y su egoísmo) vista a través de los cuales cualquiera pequeña contribución aparece como un gran agravio; están, en cambio, desprovistos de aquellos otros lentes prospectivos (a saber, la moral y la ciencia civil) para ver las miserias que penden sobre ellos y que no pueden ser evitadas sin tales aportaciones”[240]. En concepto de Hobbes, los hombres somos egoístas, despiadados, brutales, peligros y, por naturaleza, seres antisociales. “Escondemos nuestra verdadera naturaleza licantrópica detrás de unas exiguas máscaras de civilidad que nos obliga a llevar el Leviatán… En el sistema hobbesiano, lamentablemente no hay espacio para la filantropía, la bondad, el altruismo y el afán desinteresado”[241].

Spinoza, estudioso profundo de los afectos, señala que se impone entender los afectos o emociones del alma (pasiones), sin detestarlos y ridiculizarlos.  “Los afectos no repugnan a la razón, puesto que forman parte de la necesidad de la naturaleza. Lo que falla es la forma de conocerlos. Todo lo que ocurre es necesario y sería absurdo que nos propusiéramos cambiar el mundo. Lo que sí podemos hacer es percibirlo de otra forma… Hay que comprender la fuerza de los afectos y el poder que tiene el alma para moderarlos. Más que demonizar las pasiones sin más, lo que conviene es ver cómo podemos reconvertirlas a fin de que nos ayuden a vivir en lugar de destruirnos. Los afectos pueden generar servidumbre, pero también poseen energía afirmativa que está en nuestra mano aprovechar. En principio, los afectos son inevitables, pero de nuestra capacidad de entenderlos depende padecerlos o disfrutarlos”[242]. Según Spinoza, todos los seres humanos no estamos determinados por la naturaleza a obrar según las leyes de la razón; por el contrario, somos impulsados por los instintos de las pasiones. La humanidad es un conjunto de pasiones y deseos, sin ellos no se puede explicar su desarrollo y su historia. Para evitar vivir la vida intensamente, muchos se quedan en la idealidad por no arriesgar lo cierto por lo incierto. “Cuánta sensatez, formalidad y solemnidad nos aprisiona en nuestra vida cotidiana. Arriesgar lo conocido por lo desconocido tiene su encanto, su magia. Solo viaja, experimenta y conoce quien está dispuesto a abandonar una cómoda posición para irrumpir en el mundo de lo ignoto. En el nido nunca se aprende a volar por más que se batan las alas”[243] La tradición filosófica sostiene que las emociones no irrumpen simplemente de la oscura irracionalidad sino que están vinculadas con ciertas formas de pensamiento y de acción.

Aquí es procedente reflexionar sobre el siguiente texto de Gustavo Flaubert, porque la moral tradicional condena las pasiones que engrandecen al ser humano:
—¡Pues no! ¿Por qué predicar contra las pasiones? ¿No son la única cosa hermosa que hay sobre la tierra, la fuente del heroísmo, del entusiasmo, de la poesía, de la música, de las artes, en fin, de todo?
—Pero es preciso —dijo Emma— seguir un poco la opinión del mundo y obedecer su moral.
—¡Ah!, es que hay dos —replicó él—. La pequeña, la convencional, la de los hombres, la que varía sin cesar y que chilla tan fuerte, se agita abajo a ras de tierra, como ese hato de imbéciles que usted ve. Pero la otra, la eterna, está alrededor y por encima, como el paisaje que nos rodea y el cielo azul que nos alumbra…
—¿Es que no le subleva a usted esta conspiración de la sociedad? ¿Hay algún sentimiento que no condene? Los instintos más nobles, las simpatías más puras son perseguidos, calumniados, y si, por fin, dos pobres almas se encuentran, todo está organizado para que no puedan unirse. Sin embargo, ellas lo intentarán, moverán las alas, se llamarán. ¡Oh!, no importa, tarde o temprano, dentro de seis meses, diez años, se reunirán, se amarán, porque el destino lo exige y porque han nacido la una para la otra”[244].
¿Pero cómo escapar a los patrones culturales impuestos? Quien intenta atender el llamado de su naturaleza intrínseca, es violentado con reclamos, imprecaciones, improperios, invectivas, agresividadEs cierto que podemos decidir qué tipo de paradigma sexual vivimos, pero es importante recordar que esta pujanza poligámica —que no es necesariamente un residuo de un pasado más bruto o menos sofisticado— existe entre nosotros y no debe de ser satanizada por la falsa moral (incluso hay quien argumenta que la verdadera evolución significa liberarse de los celos y de la posesión en todas sus formas)”[245]. ¡Qué triste vivir en una cultura que obstaculiza la búsqueda de la felicidad! Mientras el modelo cultural seudomoralista no permita que las personas satisfagan su instinto natural, viviendo en una sociedad poligámica, no expirarán las mentiras, la deslealtad y lo que las personas del rebaño denominan infidelidad” (¿Cuál infidelidad, si la fidelidad es con uno mismo?), con los concomitantes crímenes pasionales… y hasta con las violaciones… Es decir, así el ser humano seguirá extraviándose del camino que conduce a la anhelada y esquiva felicidad… Si uno no viene a este mundo a ser feliz, ¿entonces a qué viene?

LUIS ANGEL RIOS PEREA
luvina1111@yahoo.com
Colombia, 2016.


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[2] ROUSSEAU, Juan Jacobo. El contrato social. http//www.librodot.com
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[11] DIRKS, Heinz. Ob. cit. p. 100.
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[14] Citado por DIRKS, Heinz. Ob. cit. P. 100
[15] GOMÁ MUSTÉ, Francisco. Ob. Cit.
[16] RODRIGUEZ ALBARRACIN, Eudoro. Ob. Cit. p. 206.
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[21] MARQUÍNEZ ARGOTE, Germán y otros. Ob. cit. P. 128.
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[25] Ibídem, p. 217.
[26] MARQUINEZ ARGOTE, Germán y otros. Ob. cit. págs. 128 y 129.
[27] MORALES BENITEZ, Otto. Estudios críticos. Plaza & Janes, Bogotá, 1985, p. 233
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[29] MARQUÍNEZ ARGOTE, Germán y otros. Ob. cit.
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[31] MORALES BENITEZ, Otto. Estudios críticos. Plaza & Janes, Bogotá, 1985, p. 155.
[32] Ibídem, p. 233.
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[39] DESCHNER, Karlheinz. Historia criminal del cristianismo. www.librostauro.com.ar
[40] ROUSSEAU, Juan Jacobo. Emilio o de la educación. Pdf. P. 70. www.ebookmundo.com.
[41] BERDIAYEV, Nicolás. Ob. Cit. P. 73.
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[43] http://www.wordreference.com/definicion/convencionalismo.
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[52] PEDEMONTE, Amalia. Jean Paul Sartre: La Dialéctica de la Cosificación: El Sentido de la Mirada del Otro. http://aquileana.wordpress.com
[53] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[54] Ibídem.
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[56] LAWRENCE, D. H. El amante de Lady Chatterley. www.librodot.com
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[58] http://nichofilosofico.over—blog.es/article—lo—apolineo—y—lo—dionisiaco
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[62] CAMPS, Victoria. Ob. Cit. págs. 65, 75 y 273.
[63] Ibídem, p. 215.
[64] ITURRALDE BLANCO, Ignacio. Hobbes, la autoridad suprema del gran Leviatán. Batiscafo, Madrid, 215,  págs. 68, 69 y 73.
[65] Ibídem, págs. 87, 91, 92, 94, 102, 103, 104, 112, 121, 124 y 127.
[66] HOBBES, Thomas. Leviatán. www.ebookmundo.com
[67]Ibídem.
[68] CAMPS, Victoria. Ob. Cit. p. 157.
[69] Ibídem, p. 280.
[70] SPINOZA, Baruch. Tratado político. www.megaepub.com
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[72] SPINOZA, Baruch. Ética demostrada según el orden geométrico. www.megaepub.com
[73] DAMASIO, Antonio. Ob. Cit., págs. 155, 162, 164 y 167.
[74] CAMPS, Victoria. Ob. Cit. p. 110.
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[77] Ibídem, p. 74.
[78] SPINOZA, Baruch. Tratado político. www.megaepb.com
[79] CAMPS, Victoria. Ob. Cit. p. 25.
[80] Ibídem, págs. 28 y 29.
[81] Ibídem, p. 37.
[82] ROUSSEAU, Jun Jacobo. Emilio  de la educación. Pdf, p. 246. www.ebookmundo.com
[83] DAMASIO, Antonio. En busca de Spinoza. Crítica, Barcelona, 2009, p. 154.
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[88] JAEGER, Werner. Paideia. Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 1997, p. 749.
[89] CASADO, Cristina, y COLOM, Ricardo. Un breve recorrido por la concepción de las emociones en la filosofía occidental. http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/casado47.pdf
[90] ARISTOTELES. Ética a Nicómaco. http://www.proyectoespartaco.dm.cl
[91] Ibídem, p. 44.
[92] CALHOUN, Cheshire y SALOMON, Robert C. ¿Qué es una emoción? Fondo de Cultura Económica, México, 1996,  p. 80.
[93] CAMPS, Victoria. Ob. Cit. p. 38.
[94] CALHOUN, Cheshire y SALOMON, Robert C. Ob. Cit.  págs. 64 y 67.
[95] GARCIA MORENTE, Manuel. Lecciones preliminares de filosofía. Porrúa, Buenos Aires.
[96] Ibídem.
[97] CALHOUN, Cheshire y SALOMON, Robert C. Ob. Cit., p. 72.
[98] Ibídem, págs. 75, 76, 77, 78 y 79.
[99] ibídem, págs. 14 y 15.
[100]  CASADO, Cristina, y COLOM, Ricardo. Un breve recorrido por la concepción de las emociones en la filosofía occidental. http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/casado47.pdf
[101] CALHOUN, Cheshire y SALOMON, Robert C. Ob. Cit. p. 81.
[102] CAMPS, Victoria. Ob. Cit. p. 66.
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[105] FROMM, Erich. El corazón del hombre. Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 154 y 172.
[106] ____________  Tener y ser. www.lectulandia.com
[107] CAMPS, Victoria. Ob. Cit. p. 187.
[108] ROUSSEAU, Juan Jacobo. Emilio o de la educación. Pdf, págs. 668, 143, 1598 y 2144. www.ebookmundo.com
[109] CASADO, Cristina, y COLOM, Ricardo. Un breve recorrido por la concepción de las emociones en la filosofía occidental. http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/casado47.pdf
[110] CALHOUN, Cheshire y SALOMON, Robert C. Ob. Cit. p. 48.
[111] Ibídem, p. 108.
[112] HUME, David. Tratado de la naturaleza humana. http://www.dipualba.es/Publicaciones/LibrosPapel/LibrosRed/Clasicos/Libros/Hume.pm65.pdf
[113] CASADO, Cristina, y COLOM, Ricardo. Un breve recorrido por la concepción de las emociones en la filosofía occidental. http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/casado47.pdf
[114] NIETZSCHE, Federico. El nacimiento de la tragedia. Pdf, págs. 6 y 47. http://librosysolucionarios.net
[115] GARCÍA BORRÓN, Juan Carlos. Estudio preliminar a Así habló Zarathustra. Oveja Negra, Bogotá, 1982, p. 12.
[116] ROTTERDAM, Erasmo. El elogio de la locura. Editorial Cometa de Papel, Medellín, 1998, p. 48.
[117] Ibídem.
[118] CALHOUN, Cheshire y SALOMON, Robert C. Ob. Cit. p. 245.
[119] GUIGNON, Charles. Los estados de ánimo en “El ser y el tiempo” de Heidegger. (En CALHOUN, Cheshire y SALOMON, Robert C. ¿Qué es una emoción? Fondo de Cultura Económica, México, 1996, p. 249).
[121] Ibídem, p. 251, 252 y 253.
[122] MADRID MENESES, Raúl. Aproximaciones a la disposición afectiva en el pensamiento de Martín Heidegger. Universidad de Chile, Santiago de Chile, 2008, p. 78.
[123] CALHOUN, Cheshire y SALOMON, Robert C. Ob. Cit. págs. 260 y 262.
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[125] Ibídem
[126] CAMPS, Victoria. Ob. Cit. p. 36.
[127] CALHOUN, Cheshire y SALOMON, Robert C. Ob. Cit. págs. 336, 337 y 342.
[128] CAMPS, Victoria. Ob. Cit. págs. 185 y 186.
[129] VILLAMIL PINEDA, Miguel Ángel. Emociones y ética. http://www.redalyc.org/html/3435/343529077007/
[130] CALHOUN, Cheshire y SALOMON, Robert C. Ob. Cit. p. 169.
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[133] CALHOUN, Cheshire y SALOMON, Robert C. Ob. Cit. p. 201 y 202.
[134] FREUD, Sigmund. Lo inconsciente. (En CALHOUN, Cheshire y SALOMON, Robert C. ¿Qué es una emoción? Fondo de Cultura Económica, México, 1996, p. 212).
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[136] Ibídem.
[137] CALHOUN, Cheshire y SALOMON, Robert C. Ob. Cit. p. 220.
[138] NUBIOLA, Jaime y otros. Las emociones en Brentano. https://www.uni—marburg.de/fb03/philosophie/institut/mitarbeiter/vendrell/vendrell—brentano.pdf
[139] CALHOUN, Cheshire y SALOMON, Robert C. Ob. Cit. p. 234.
[140] Ibídem, p. 233.
[141] MONTES PEREZ, Ricardo. La fenomenología scheleriana y su sistema de valores. http://ethosytalante.blogspot.com.co/2010/03/la—fenomenologia—scheleriana—y—su.html
[142] GOLEMAN, Daniel. La inteligencia emocional. Jorge Vergara Editor, S. A., Buenos Aires, 1996.

[143] DAMASIO, Antonio. "Hay que separar las emociones de los sentimientos". (En entrevista con Jasón Pontín.

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[144] DAMASIO, Antonio. El cerebro, teatro de las emociones. Pdf, p. 2. (Entrevista con Eduard Punset. Artículo en IntraMed: http://www.intramed.net/45095).
[145] Ibídem, págs. 3 y 4.
[146] DAMASIO, Antonio. En busca de Spinoza. Neurobiología de las emociones y los sentimientos. Crítica, Barcelona, 2009, p. 80.
[147] Ibídem, págs. 10 y 39.
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[202] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[203] Ibídem.
[204] Ibídem.
[205] Ibídem.
[206] Ibídem.
[207]  KUNDERA, Milán. La insoportable levedad del ser. RBA editores, Barcelona, 1984.
[208] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[209] SOTOMAYOR DEMULH, Cristián Andrés. Fundamentando las bases de una lucha anticapitalista contra la monogamia. http://www.elciudadano.cl/2011/02/03/fundamentando—las—bases—de—una—lucha—anticapitalista—contra—la—monogamia/. http//www. argentina.indymedia.org.
[210] GOLDIN, Alberto. Ob. Cit.  p. 68.
[211] GOMÁ MUSTÉ, Francisco. Conocer Freud y su obra. Dopesa, Barcelona, 1977. http://www.alcoberro.info/pdf/freudgoma.pdf
[212] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[213]  REVOL, Claudina. SANCHEZ, M. Victoria. Ob. cit.
[214] FROMM, Erich. El corazón del hombre. Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 175.
[215] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[216] CORREDEGUAS, Ángel. Enciclopedia médica de la mujer.
[217] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[218] GUY THOMPSON, Michael. Ob. cit.
[219] REVOL, Claudina. SANCHEZ, M. Victoria. Ob. cit.
[220] B., Ricardo. http//www.eduardpunset.es/158/general/el—mito—de—la—monogamia.
[221] AZNAR, Ángel. http//www.eduardpunset.es/158/general/el—mito—de—la—monogamia.
[222] VARIOS. Ob. cit.
[223] NIETZSCHE, Federico. El anticristo. http//www.librodot.com
[224] AYA, Abdelmumin. Ob. cit.
[225] PIJAMASURF. Ob. cit.
[226] GOMÁ MUSTÉ, Francisco. Ob. cit.
[227] Underground. Que se aparta de la tradición o de las corrientes contemporáneas habituales e ignora voluntariamente las estructuras establecidas, especialmente referido a las manifestaciones culturales. (http://www.wordreference.com).
[228] SOTOMAYOR DEMULH, Cristián Andrés. Ob. cit.
[229] VARIOS. Ob. cit.
[230] AZNAR, Ángel. http//www.eduardpunset.es/158/general/el—mito—de—la—monogamia.
[231] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[232] RODRIGUEZ ALBARRACIN, Eudoro. Ob. cit. P. 211.
[233] ADORNO, Theodor. La educación después de Auschwitz". Consignas. Buenos Aires, Amorrortu, 2003.
[234] NOGUERA SAYER, Leonor. Ob. cit. P. 74.
[235] DAMASIO, Antonio. Ob. Cit. p. 40.
[236] SOLÉ, Joan. La filosofía al modo geométrico. Batiscafo, España, 2015. www.megaepub.com
[237] CAMPS, Victoria. El gobierno de las emociones. Herder, Barcelona, 2011, p. 65.
[238] SPINOZA, Baruch. Tratado político. www.megaepub.com
[239] _____________. Ética según el orden geométrico. www.megaepub.com
[240] HOBBES, Thomas. El leviatán. www.ebookmundo.com
[241] ITURRALDE BLANCO, Ignacio. Ob. Cit. p. 128.
[242] CAMPS, Victoria. Ob. Cit. p. 68.
[243] FROTO MADARRIAGA, Germán. Ante el encuentro. http://www.elsiglodetorreon.com.mx
[244] FLAUBERT, Gustavo. Madame Bovary. http://librodot.com
[245] PIJAMASURF. Ob. cit.