En este escrito pretendo acercarme al contenido de la novela de Herman
Hesse: Narciso y Goldmundo
TEMA PRINCIPAL: Búsqueda de sentido a la vida por caminos diferentes: espiritualidad
ascética y espíritu libertario y sensibilidad artística.
ARGUMENTO:
Narciso y Goldmundo, dos jóvenes muy distintos en su forma de pensar y
ver la vida, se encuentran por primera vez en el convento de Mariabronn, en un
lugar del vasto imperio germánico. Además de establecer una íntima y estrecha
amistad, sienten amor recíprocamente.
Goldmundo, tras escuchar de labios de su amigo Narciso, que no tenía
vocación para la vida conventual y de descubrirlo él mismo, gracias al amor y
el deseo por las mujeres, a los tres años de haber ingresado a la vida monacal
abandona el convento, para emprender toda una vida de andariego, que lo
llevaría por los bosques y otros lugares campesinos y citadinos.
Su vida errante, que se extendió durante muchos años, le permitió
conquistar y solazarse con mujeres, entre las que se destacan Elisa, una
gitana; Lidia y Julia, hijas de un caballero, a donde llegó a los dos años de
viaje; Lena, una campesina que murió de peste bubónica; Inés, la amante del
conde Enrique, entre otras. Tuvo amistad con otro vagabundo de nombre Víctor, a
quien asesinó para evitar que lo robara. También fue amigo y vagó con Roberto,
de quien se separó por algunas diferencias. Conoció al maestro Nicolao, en la
ciudad de los obispos, quien le permitió tallar la efigie de San Juan para
plasmar en ella la imagen de su querido y entrañable amigo Narciso.
Tras marcharse de la ciudad episcopal, estableció un arriesgado y
placentero vínculo con la amante del conde Enrique, con la complicidad de dos
criados de ésta; idilio que estuvo a punto de ocasionarle la horca, de la cual
se libró gracias a las diligencias de su amigo Narciso. En compañía de éste, Goldmundo
retornó al convento de Mariabronn, en donde elaboró, entre otras, las efigies
en madera del abad Daniel y de Lidia-María; estableció frecuentes pláticas
artísticas, filosóficas y religiosas con su entrañable amigo y se confesaron
mutuamente sus amores.
Durante su vagabundeo incierto y sin objetivo específico, excepto el
anhelo de libertad y de disfrute de sus sentidos, se enamoró de muchas mujeres
y yació con éstas, viviendo una vida intensa de aventuras y de placer en brazos
de jovencitas, solteras y casadas, gitanas, campesinas y burguesas. Sus
sentidos también se extasiaban con la contemplación de la naturaleza y disfrute
de la libertad y de la amena y difícil vida en los bosques, alquerías, aldeas,
pueblos y ciudades.
Su vida andariega le permitió experimentar el amor pasajero, la
alegría, el dolor, el placer, el hambre, el crimen, el peligro de la muerte, la
condición humana, la muerte producto de la peste bubónica, el engaño, el
saqueo, la crueldad, la infidelidad, la veleidad y la levedad humana, la
catarsis producida por el arte, el hambre, el frío, la nieve, la libertad, los
rumores del bosque, la miseria, la ruindad humana, la soledad…
ANÁLISIS
El narrador omnisciente
nos relata de manera amena y fluida, en veinte capítulos, la existencia, llena
de contradicciones y convergencias, del asceta Narciso y del vagabundo
Goldmundo. A través de éstos, el autor se propone expresarnos la dialéctica y
el antagonismo del mundo espiritual y el mundo de los sentidos, lo espiritual y lo sensual. Durante el primer
párrafo se describe el castaño, “árbol
gallardo de robusto tronco”, que había sido sembrado allí por un romero junto a
la entrada del convento de Mariabronn. Aunque en la novela no se vuelve a
describir, pero sí se hacen breves alusiones a éste, el árbol posee su propia
simbología en la obra. Quienes regresaban al convento o lo visitaban
observaban al castaño. Bajo el castaño los escolares jugaban “a las carreras, a la pelota, a los bandidos y a
las batallas con bolas de nieve”. El mismo Goldmundo al
entrar en el convento “alzó la mirada
hacia el árbol”, dijo que nunca había un árbol tan “hermoso” y “admirable”, y
quiso saber su nombre. En el momento en que al convento consideró al castaño
como uno de sus amigos.
Desde el mismo instante en
que Goldmundo, a sus 17 años, ingresa al convento, el narrador va detrás de
éste, relatando con detalle su cotidianidad; labor que suspende cuando la
novela se acerca a su culminación, sólo durante pocos párrafos (tiempo durante
el cual narra vivencias de Narciso), para retomarla nuevamente al final de tan
grandiosa y genial obra literaria.
El derroche narrativo nos
lleva, principalmente, en pos de dos seres humanos que buscan el sentido de la
existencia en la vida religiosa y en el servicio a Dios y en la sensualidad y
en el arte, en el ascetismo y en el vagabundeo, en el encierro claustral y en
la libertad de los campos, en la fe y en la razón, en lo espiritual y en lo
instintivo, en la abstinencia de las pasiones y en el desenfreno de las
pasiones, en el determinismo y en el indeterminismo, en Dios y en la carne…
Goldmundo orienta su
proyecto de vida atendiendo a sus sentidos, revelándose contra lo que su padre
quería que fuera con el propósito de expiar culpas ajenas. Esta actitud
libertaria nos invita a pelear contra el determinismo en procura de ser
nosotros mismos, a elegir cómo vivir nuestra existencia, así en el momento de
la toma de nuestras decisiones no contemos con un objetivo; lo importante es
arriesgarnos y explorar nuevos caminos, sin importar cuántas dificultades
tengamos que enfrentar. Desde el momento en que empezó su “fracasada” vida
conventual se sorprendió con la peculiaridad de Narciso, y se alegró mucho que
“él fuese tan apuesto, tan distinguido, tan serio y, a la
vez, tan atrayente y encantador”; y demostró su espíritu rebelde y libertario
al rechazar las burlas que pretendieron hacerle sus compañeros de claustro, las
cuales rechazó con sus juveniles puños.
Si la finalidad de
nuestras vidas es ser felices, no podemos huir del camino que nos traza
Goldmundo: un camino aventurero, incierto, matizado de alegrías y dolor, de
triunfos y fracasos, de amores y desengaños. Un camino que no se queda anclado
en los cantos de sirena con que pretende “encarcelarnos” el aletargador poder
de la religión, que nos impone creencias en seres “superiores” y trascendentes a
nosotros, a nuestras vidas. Un opción de vida que nos advierte que si nos
quedamos en supuestos paraísos que otros nos construyen para vivir “plenamente”
podremos renunciar al amor y a la libertad; y como le hubiera podido ocurrir a
Goldmundo a establecer vínculos afectivos con hombres y no con mujeres.
Con toda esa profundidad
psicológica y filosófica con que el autor nos atrapa y nos incita a pensar y a
vivir intensamente asistimos al descubrimiento de otras posibilidades de
existir, distintas a las que nos impone el marco de lo cotidiano, el de la vida
sin reflexión, el de vivir por vivir. La psicología y la filosofía vertidas con
maestría en la obra analizan la condición humana desde las diversas aristas de
nuestro insondable ser, con amores y desamores, sueños y frustraciones,
alegrías y tribulaciones, grandeza y miseria, vida y muerte, veleidades y
levedades, bondad y ruindad…
Modelos de vida como el de
Narciso, aunque respetable, nos invitan a reflexionar con profundidad si en
realidad eso es lo que debemos hacer para buscar la anhelada felicidad,
alejados del mundo con sus alegrías y tristezas, con su dicha y su tragedia,
con todos los avatares, dificultades, problemas, conflictos y sinsabores. Desde
el principio se apreciaba que en este “niño genio” imperaba la obediencia, pues
nunca contradecía a los demás y en especial al abad de turno (Daniel). “¿No lo
había hecho Dios con sentidos e instintos, con sangrientas tenebrosidades, con
capacidad para pecar, para gozar, para desesperarse?” Renunciar
al mundo y sus placeres y al amor de las mujeres por amar a un Dios etéreo y
amar en silencio a hombres, ¿es una vida para imitar? “Goldmundo
le había mostrado a Narciso “que un
hombre llamado a un alto destino podía sumergirse hondamente en la confusión
sangrienta y ebria de la vida y emporcarse de polvo y sangre sin trocarse por
eso en un ser menguado y vil, sin matar en sí lo divino; que podía vagar entre
espesas tinieblas sin que en el santuario de su alma se apagase la luz divina y
la fuerza creadora”. Si al principio había sido Narciso quien instara a
Goldmundo a buscarse a sí mismo, al final había sido éste, con su arte, quien
lo invitaba a buscarse a sí mismo. A pesar de su genialidad, su inteligencia y
su orgullo, era un espíritu medroso, algo pusilánime. El mismo abad deseaba que
fuera un poco más “indócil” como eran los jóvenes de su edad. La soledad, la
falta de amigos y la docilidad de Narciso preocupaban al abad. Narciso era ese
tipo de personas fáciles de domesticar. Debido a las jerarquías de la dinámica
conventual tenía que aceptar los criterios de sus “superiores”. No sabía lo que
deseaba, y, preso de su determinismo, así se lo expresó al abad: “—Perdonad, padre; no sé, en forma cabal, lo que deseo. Sin duda que siempre me
proporcionarán gozo las ciencias; no podría ser de otro modo. Pero no creo que
sean las ciencias, en el futuro, mi único campo de actividad. No son siempre
los deseos los que determinan el destino y la misión de un hombre, sino otra
cosa, algo predeterminado”. Narciso se sentía determinado para la
vida conventual. “Estoy convencido de que seré
monje, sacerdote, subprior y acaso abad. Y esto no lo creo porque lo desee”, le
confesó al abad, y agregó que no eran cargos lo que su deseo buscaba; pero
aceptaba que éstos le serían impuestos. El abad le dijo que era un iluso y
tenía visiones, que aunque, pías y amables, podían ser también engañosas; razón
por la que le recomendaba no se confiara de ellas como él tampoco se fiaba, a
la vez que le recomendó que no se tomara sus “visiones demasiado en serio,
hermano; Dios nos exige algo más que tener visiones”.
La obra, como toda pieza
literaria genial (todo un tratado sobre el amor y el arte) está cargada de
símbolos e imágenes que nos instan a pensar y a establecer comparaciones entre
el ascetismo, lo espiritual, lo irracional, lo racional, la vida errabunda y
los bosques, con el determinismo, el indeterminismo, la libertad y el profundo
sentido de la vida. Narciso representa el espíritu y Goldmundo la naturaleza.
Aquél lo espiritual y éste lo material. Narciso personifica a Apolo y Goldmundo
a Dionisio. Narciso sueña con mancebos y Goldmundo con mujeres. Narciso es el
tradicional y Goldmundo el iconoclasta. Narciso prefería los conceptos y las
abstracciones y Goldmundo gustaba de las
palabras y sonidos que encerraban cualidades sensuales y poéticas. Para Narciso
el mundo estaba formado de conceptos y para Goldmundo de imágenes. Narciso,
como pensador, trataba de conocer y representar la esencia del mundo por medio
de la lógica, y Goldmundo, como artista, por medio de las representaciones.
Narciso de daba importancia al pensar, y Goldmundo no, pero sí se lo daba la
aplicación del pensar al mundo práctico y visible. Narciso
es el filósofo y Goldmundo el artista. Narciso llevaba una vida reglamentada,
Goldmundo una vida libre. Narciso obtenía
el conocimiento por el camino del espíritu y Goldmundo por el camino el de los
sentidos. El pensar de Narciso era un constante abstraer, un apartar la mirada
de lo sensorial, un intento de edificar un mundo puramente espiritual, y
Goldmundo, por el contrario, centraba su interés en lo mudable y mortal y
descubría el sentido del mundo en lo perecedero; uno seguía el camino trazado
por Parménides y el otro el trazado por Heráclito. Narciso trataba de acercarse a Dios separándolo del mundo;
Goldmundo, amando su creación y volviéndola a crear. Narciso
era lógico y Goldmundo soñador. El primero simboliza la razón y el segundo la
pasión. Entre los dos se dan las contradicciones y las convergencias. Ninguno de los dos entendía al otro por entero. Encarnan lo racional y lo
instintivo, lo consciente y lo emotivo, lo científico y lo artístico. Los dos
se oponen y se complementan. Cada uno tiene su particular manera de percibir,
interpretar y sistematizar la realidad. “Mientras Narciso era sombrío y magro, Goldmundo aparecía radiante y
lleno de vida. Y así como el primero parecía ser un espirito reflexivo y
analítico, el segundo daba la impresión de ser un soñador y tener alma
infantil. Pero, por encima de las
contraposiciones, había algo común que los unía: ambos eran hombres
distinguidos, ambos se diferenciaban de los otros por ciertas señales y dotes
manifiestas y ambos habían recibido una especial advertencia del destino”.
Toda la riqueza simbólica
demanda que nos zambullamos en la profundidad de la novela para explorar, más
allá de lo cotidiano y lo establecido, en búsqueda de otras razones y
fundamentos para vivir, porque muchas de nuestras “obras de arte”, por
perfectas que sean, no nos satisfacen o nos dejan vacíos, e intentamos hacer
otras más sublimes, y cuando las hemos terminado aún continúa el vació en nuestras vidas. Vivir no
es tan solo encerrarnos en mundos que nos construye una aparente vocación.
Vivir es asumir la vida con sus riesgos y sus aventuras, con sus alegrías y sus
dolores, con sus amores y desamores; más allá del encierro de los claustros. La
vida anhelada en este existir pasajero en la tierra se encuentra fuera del
encerramiento que nos instalan los demás, los convencionalismos, las
seudovocaciones. ¡Cuántas veces no sacrificamos nuestro aquí y nuestro ahora
por esperar dichas futuras! ¡Cuántas veces esperamos con ansia desmedida
realizar un grandioso ideal y, de un momento a otro, alguien nos lo arranca del
corazón como le ocurrió a Goldmundo con el propósito de esculpir a la “madre
del mundo”, y de paso a su madre!
Si bien es cierto que
Narciso y Goldmundo no encontraron un auténtico sentido a sus vidas, reconozco
que, si hubiera que optar libre y autónomamente por algunos de estos proyectos
de vida, es posible que el Goldmundo ejerciera alguna influencia sobre nuestra
decisión.
Narciso y Goldmundo,
luchando por sus estilos y proyectos de vida, emergen de la cotidianidad y de
lo establecido en la vida conventual. Sus vidas no quedaron en el anonimato
como los que “se quedaban allí, se hacían
novicios, luego monjes, eran tonsurados, vestían hábito y cordón, leían libros,
doctrinaban a los muchachos, envejecían, morían”. Los dos no sólo se limitaron
a la “erudición y piedad, candor y disimulo, sabiduría del Evangelio y
sabiduría de los griegos, magia blanca y magia negra, todo florecía allí en
mayor o menor grado, para todo había lugar… tanto para la vida anacorética y la
penitencia como para la sociabilidad y las comodidades…”. Emergieron sobre “la
grey de monjes y discípulos, de los devotos y los tibios…”.
La abundante riqueza
simbólica no se agota en lo anterior. El “hermano portero”, uno de los primeros
amigos de Goldmundo (junto con el castaño), representa la cordialidad y el
saludo cariñoso que brinda el ingreso a la vida ascética, conventual,
religiosa, mística; en donde el ser humano que tiene vocación para este
proyecto de vida puede encontrar su autorrealización. El caballo “careto” (su
caballito “valiente”, su “caballito lindo”), otro amigo, tierno y cariñoso, de
Goldmundo era una especie de “cordón umbilical” que lo conectaba con su
inmediato pasado, con su existencia reciente fuera del convento; el animal “era un
pedacito de la patria”, ya que su padre no ocupaba su pensamiento ni
tenía hermanos. “¡Qué bien, mi trotoncillo, mi
Caretillo, que te hayas quedado aquí conmigo! He de venir muchas veces a tu
lado, para estar contigo, para verte”.
Tildado como “camorrero”,
Goldmundo no tuvo amigos en el convento; profesó, desde el momento en que entró
en contacto con ellos, simpatía y aprecio por el abad Daniel, y en especial por
Narciso. “Narciso se había dado cuenta cabal de qué encantador
pájaro de oro había volado hacia él… Con apasionado fervor inició Narciso el
contacto con esta alma joven cuya índole y destino había ya descubierto. Y
Goldmundo, por su parte, profesaba encendida admiración a su hermoso e
inteligentísimo maestro… No podía tener a un tiempo por ideal y por modelo al
bueno y humilde abad y al agudo, erudito y precoz Narciso”. Persiguiendo estos
ideales incompatibles, Goldmundo sufría y sentía “confusión y desgarramiento”
hasta el punto de querer huir. Esto le generó un tremendo conflicto en su mundo
adolescente. “Ni él mismo sabía lo que le pasaba”. Se distraía y sentía “repelencia
en el estudio, sueños y fantasías, o bien somnolencia en las lecciones,
rebeldía y antipatía hacia el profesor de latín, irritabilidad y colérica
impaciencia para con sus condiscípulos”. Su amor por Narciso no se compadecía
con el que sentía por el abad Daniel. Narciso, por su parte, hacia esfuerzos
para evitar no caer atrapado en las irracionales garras del amor que sentía por
Goldmundo. “La médula y el sentido de su vida era el servicio al espíritu, el
servicio a la palabra; era la tranquila, excelsa, altruista tarea de dirigir a
sus discípulos —y no sólo a ellos— hacia altos objetivos espirituales”.
Temas:
-
La vida espiritual y la vida material.
-
La abstinencia y la sensualidad.
-
El espíritu y los sentidos.
-
El espíritu reflexivo y analítico y el
espíritu soñador e infantil.
-
La “infidelidad” conyugal femenina.
-
El maltrato del hombre a la mujer.
-
En el amor sincero sobran las palabras.
-
La vida errabunda y de concupiscencia.
-
El recuerdo de la madre.
-
La dualidad natural de la existencia
humana: espíritu y materia.
-
La
Conciliación de antagonismos.
-
La
Espiritualidad y la animalidad.
-
Las ciencias y el arte.
-
El Espíritu del vagabundo y del artista
creador.
-
La vocación y la libertad.
-
La sabiduría y el conocimiento profundo del
alma humana.
-
El descubrimiento de la naturaleza del
artista.
-
Antagonismo entre el honor conventual y el
honor escolar.
LUIS ANGEL RIOS PEREA