viernes, 26 de octubre de 2012

EL TRABAJO INFANTIL, UN ATROPELLO AL DISFRUTE DE LA NIÑEZ


   En el presente ensayo me propongo, sin mayor hondura científica, argumentar que el trabajo infantil atropella a los niños y niñas y atenta, quizá, contra la única posibilidad que tiene un ser humano de ser feliz: su niñez.
      Para empezar es pertinente aclarar que, desde el punto de vista gramatical, el adjetivo infantil es lo perteneciente o relativo a la infancia, y que ésta es el “período de la vida humana desde que se nace hasta la pubertad”, tal como la define el Diccionario de la Lengua Española. El enfoque psicológico considera a la infancia como el “período de la edad evolutiva que comprende el nacimiento y la edad preescolar, caracterizado por un continuo proceso de adaptación motora, cognoscitiva, emotiva, social, del niño en el ambiente en que vive”[1]. En el horizonte jurídico, el Código Civil señala que el infante o niño es “todo el que no ha cumplido siete años”[2]; en tanto que la Ley de Infancia y Adolescencia establece que “para todos los efectos de esta ley son sujetos titulares de derechos todas las personas menores de 18 años”, aclarando que esta norma “entiende por niño o niña las personas entre los 0 y los 12 años, y por adolescente las personas entre 12 y 18 años de edad”[3].
   Hecha esta aclaración, para efectos del presente ensayo se tendrá en cuenta a la infancia como sinónimo de niño[4], para incluir, de acuerdo con nuestro ordenamiento legal, a éstos entre los menores de 12 años, con el ánimo de delimitar el amplio espectro de la Convención sobre los Derechos del Niño, que considera a éste como ser humano menor de 18 años de edad. Un cosa es el trabajo infantil (menores de 12 años) y otra el del adolescente, dada las implicaciones sicológicas y sociológicas que afectan más a los niños que a los adolescentes.
   El trabajo infantil, del que trata este escrito, no se refiere a las actividades domésticas que realizan los infantes en el hogar, que, bajo la supervisión de los padres, se enfocan más a que el niño aprenda labores elementales como participar en el aseo y conservación de la vivienda familiar, dirigidas a reforzar el sentido de pertenencia; se refiere a labores físicas que impliquen riesgo y esfuerzos superiores a sus capacidades motrices y de las cuales deriven un salario, un sustento material o contribuyan a complementar el trabajo de un adulto. El trabajo infantil que desde este documento se rechaza es el “trabajo peligroso”, es decir, el que “pone en peligro el desarrollo, físico, mental o moral del niño, sea por su naturaleza o por las condiciones en las que se efectúa”[5].
   El fenómeno del ignominioso trabajo infantil (problemática en que vienen “trabajando” los gobiernos, como una constante universal), además de privar a los infantes de su niñez, su potencial y su dignidad, es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico. Esta práctica, profundamente arraigada e inveterada en nuestro sistema productor de mercancías, se incrementó a partir de la Revolución Industrial, en cuyos albores, en Inglaterra, los niños eran obligados a trabajar en jornadas superiores a 16 horas, encadenados a sus sitios de trabajo, y, para agravar tal oprobio, les limaban los dientes para que no comieran mucho, tal como lo denuncia la literatura de Charles Dickens.  En nuestro país, aunque nunca se ha llegado a un vejamen de esta indignidad, sí se ha hecho trabajar a los niños, evidenciándose una mayor explotación laboral en la zona rural.
   El trabajo infantil, además de ser una flagrante violación de los derechos de los niños, pretende determinar el futuro del niño como parte del engranaje productivo, propósito que se persigue con el dominio de la racionalidad instrumental, en donde el individuo importa más por lo que produce que por lo que es.
   El trabajo infantil atropella a la niñez y le “roba” la posibilidad de ser feliz, porque éste lo aleja de su universo lúdico, que es el ámbito natural en que el niño disfruta intensamente de su existencia, a la vez que aprende a convivir con las diferencias y a la interiorización de normas necesarias en las relaciones interpersonales. ¿Cómo será feliz un niño que no puede jugar, que el trabajo lo proscribe de su mundo lúdico? El juego, además de facilitar el desarrollo de una sana personalidad infantil, refuerza la conciencia de su carácter lúdico. El juego muestra la ruta interior de los niños, y a través de ésta expresan deseos, fantasías, alegrías, ensoñaciones… Si un niño es proscrito de su maravilloso y libre universo lúdico para encadenarlo en el agobiante y oprobioso universo del trabajo infantil, tendrá una infancia triste y será un adulto amargado; convirtiéndose, a la postre, en un individuo socialmente inadaptado.
  El trabajo infantil es un atropello al disfrute de la niñez, por cuanto, el niño ocupado en su quehacer laboral, no puede realizar su esencia o su naturaleza: ser niño. Y ser niño implica jugar, divertirse, alegrarse, solazarse, regocijarse y desarrollar su motricidad mediante saltos, volteretas, carreras, desplazamientos, etc.; todo lo contrario de trabajar, debido a que las actividades laborales no involucran ningún elemento propio del apasionante, divertido, maravilloso, fantástico y mágico mundo lúdico. Se podría afirmar que, en cierta forma, trabajo infantil tendría relación con sutiles y veladas prácticas de maltrato infantil, toda vez que éste se manifiesta en diversas modalidades, y en algunas ocasiones el trabajo infantil puede entrañar “daño o sufrimiento físico”[6].
   La Constitución Política de Colombia prescribe que “la integridad física[7]” es un derecho fundamental de los niños y que es deber del Estado protegerlos contra la “explotación laboral o económica y trabajos riesgosos[8]”, y la Ley de Infancia y Adolescencia prohíbe realizar “trabajos peligrosos y nocivos”[9], protege al niño del “trabajo que por su naturaleza o por las condiciones en que se lleva a cabo es probable que pueda afectar la salud, la integridad y la seguridad o impedir el derecho a la educación”[10] y regula que “la edad mínima de admisión al trabajo es los quince (15) años”[11]. Sin embargo, el trabajo infantil en nuestro país continúa vigente, quebrantando el ordenamiento legal y privando al niño de su legítimo derecho al goce de su inefable universo lúdico, con el concomitante atropello al disfrute de su niñez. Si no disfruta de su niñez, ¿cómo podrá ser feliz?



[1] DICCIONARIO DE PSICOLOGIA. Ediciones Orbis, Barcelona, 1985.
[2] CODIGO CIVIL COLOMBIANO. Artículo 34.
[3] LEY DE INFANCIA Y ADOLESCENCIA. Ley 1098, de 8 de noviembre de 2006, artículo 3.
[4] En este ensayo el concepto de niño también se refiere al de niña, como un concepto universal, para no estar escribiendo niño o niña.
[5] ORGANANIZACION INTERNACIONAL DEL TRABAJO. ¿Qué se entiende por trabajo infantil? http://www.ilo.org/ipec/facts/lang--es/index.htm
[6] LEY DE INFANCIA Y ADOLESCENCIA. Artículo 18.
[7] CONSTITUCIÓN POLITICA DE COLOMBIA. Artículo 44.
[8] Ibídem.
[9] LEY DE INFANCIA Y ADOLESCENCIA. Artículo 17.
[10] Ibídem. Artículo 20, numeral 12.
[11] Ibídem. Artículo 35.

A SUS 75 AÑOS PROSIGUE CON ÍMPETUS JUVENILES



A sus 75 años, rebosante aún de bríos juveniles, se mantiene incólume La Escuela Normal Superior de Charalá, antaño “Escuela Normal de Señoritas”, ya que esta institución educativa surgió en nuestro país con el ánimo de formar maestras idóneas para los niveles de primaria y promover un saber sobre la enseñanza. Casi un siglo después de fundada en Colombia, bajo la dirección de las Hermanas Dominicas de la Presentación, con el lema “Piedad, Sencillez y Trabajo”, nace a la vida académica en Charalá nuestro prestigioso ente pedagógico.

Hogaño, en sus rutilantes bodas de diamante, celebradas con jubilosa algazara, la comunidad charaleña cuenta con un claustro académico de acrisolada reputación, que ha permitido la formación no sólo de eximios docentes sino de educadores, por cuanto los padres y las madres, otrora estudiantes de la Normal, hoy somos educadores de nuestros hijos.

Mientras que la imponente estructura del afamado y apetecido centro de enseñanza, próximo a su primer siglo de existencia, con invisibles ojos eruditos, silencioso ha presenciado el dinámico y ajetreado transcurso de la cotidianidad de los residentes en torno del parque y de los ocasionales visitantes de éste, en su interior han recibido la más excelsa formación hombres y mujeres (especialmente mujeres), quienes, ávidos de saber, desde el momento de su fundación, con ímpetus juveniles y rebosantes de entusiasmo, han asistido en procura de alimentar el intelecto. En medio de las amenas clases de matemáticas, español, química, etcétera, han germinado sueños, metas, quimeras, utopías, ilusiones, fantasías y proyectos, algunos alegremente cumplidos y otros tristemente frustrados; así mismo, a partir del ocaso del siglo XX, cuando ingresaron los muchachos, en secreto y con ardorosos ímpetus juveniles, surgen amores furtivos, muchos de ellos con un final feliz.

Gracias a los principios pedagógicos del amor y del respeto, de la corrección, de la gravedad y el equilibrio, de la igualdad, de la interioridad, de la firmeza, de la ternura, de la tolerancia y de la vigilancia, que han dado un sentido de compromiso educativo con la congregación, la Iglesia y la sociedad, sabiamente planteados por su fundadora Marie Poussepin, los egresados de la institución en nuestra población son personas que han triunfado personal y profesionalmente, a pesar de las dificultades económicas y de los condicionamientos culturales que programan y domestican a las personas que carecen de espíritu crítico.

En sus apacibles y confortables aulas los docentes han vertido sus conocimientos a diversas generaciones de estudiantes de Charalá y otras poblaciones aledañas. ¡Cuántos espíritus sedientos de saber han abrevado en ese inagotable hontanar de sabiduría! ¡Cuántos seres –algunos que ya, inexorablemente, rindieron cuentas al Creador- han crecido física, emocional, intelectual y espiritualmente dentro de ese portentoso recinto! ¡Cuántas mujeres han construido un auténtico proyecto de vida en la docencia; convirtiendo su quehacer en un gratificante apostolado, que ha permitido la reivindicación de la dignidad femenina, impunemente hollada con el oprobioso machismo tan arraigado e inveterado en la cultura latinoamericana!

Además del selecto e idóneo grupo de docentes que la Escuela Normal Superior ha formado, en el transcurso de sus 75 años también ha preparado estudiantes con sólidas bases académicas, éticas y religiosas, que les han permitido su autorrealización en otras profesiones diferentes a la docente, e igualmente dignas a ésta, gracias a que alcanzaron con éxito, durante su vida académica, el logro de su identidad, sabiendo claramente quiénes son, dónde están y para dónde van. 

Sea esta una ocasión propicia para efectuar un merecido reconocimiento a los docentes que laboran actualmente en la Escuela Normal de Charalá, a los que laboraron anteriormente y a los que se han formado en ella y que prestan sus servicios en otras instituciones educativas dentro y fuera del departamento de Santander. Sin duda alguna, su comprometida labor como maestros eficientes ha posibilitado y posibilitará la formación de personas proactivas, auténticas, críticas, contestatarias, íntegras, autónomas, libertarias y entusiastas para la construcción de una experiencia de vida profundamente satisfactoria, encaminada a la búsqueda de la felicidad, el fin supremo de la existencia humana.


LUIS ANGEL RIOS PEREA


viernes, 12 de octubre de 2012

LAS INSTROMISIONES DE LA IGLESIA CATOLICA




Cuando se discuten asuntos de interés público, como la eutanasia y el aborto en los tres casos permitidos por el ordenamiento jurídico colombiano, algunos voceros de la “alta jerarquía” Católica se pronuncian en contra, alegando respeto a la vida. ¡Respeto a la vida piden cuando la sempiterna y todopoderosa Iglesia Católica ha incurrido en múltiples tropelías históricas, precisamente en contra de la vida!

¿Con qué derecho y con qué moral se arrogan la potestad de condenar la eutanasia y el aborto permitido por la ley? Las personas tienen derecho a morir dignamente cuando están gravemente enfermas y ancianas, sin ninguna esperanza de curación. ¿Cómo obligar a una mujer que tenga un hijo cuando ha sido violada, cuando su vida está en peligro o cuando el feto tiene malformaciones? Estos absurdos no caben sino en el entendimiento de religiosos que no han  evolucionado en su manera de pensar. Y sólo caben en esas mentalidades carentes de criticidad, de conciencias críticas, e incapaces de pensar por sí mismas. Lastimosamente, muchos clérigos no piensan por sí mismos, sino por lo que les compelen a pensar los irracionales textos religiosos.

Se atreve a entrometerse en las decisiones soberanas de un Estado democrático una institución caduca, la misma que fundó la oprobiosa Inquisición, persiguió cruelmente supuestas brujas, organizó brutales cruzadas y que, según historiadores y textos literarios, ha tenido papas pedófilos, incestuosos, lujuriosos, promiscuos, homicidas y que han deseado y poseído “la mujer del prójimo”. ¡Qué estulticia! ¿Acaso los “papas” (supuestos “representantes de
Dios en la tierra”), con sus bulas, sus encíclicas, sus doctrinas y sus dogmas no condenaban este tipo de prácticas por “impúdicas”, “inmorales” y que atentan contra Dios? ¡Qué irrefutable doble moralidad! Con la represión que impusieron (los “papas” y la Iglesia Católica) a los instintos naturales del ser humano, convirtieron la genitalidad (el acto más sublime del universo) en algo sucio, indebido, despreciable,
indecente, inmoral, prohibido, generando un desprecio por el cuerpo, por el disfrute del cuerpo, haciendo que las personas sientan vergüenza de su cuerpo. El filósofo francés Michel Onfray afirma que las religiones son únicamente instrumentos de dominación y de alienación, y agrega que los tres monoteísmos profesan el mismo odio a las mujeres, a la sexualidad y que detestan la libertad. “El monoteísmo es una ideología que, en sus principios, detesta que la gente piense o reflexione y prefiere que obedezca y que se someta a la Ley, a la palabra de Dios y a sus Mandamientos”*.

¿Con qué autoridad moral se entromete en lo que la opinión pública pensante está de acuerdo? La Iglesia, que persiguió a intelectuales, científicos y hasta sus mismos clérigos contestatarios, quiere alardear de “luchar” por la vida; vida que ella ha atropellado con su intolerancia, sus dogmas, sus “verdades” y su mesianismo. Esta vetusta institución, si quiere unos años más de existencia, debe limitarse a su “labor pastoral”, a ejercer “el poder pastoral”, pero sin alienar y sin entrometerse en las decisiones cruciales que adopta un Estado seglar y soberano, porque las considera de interés para sus asociados, como en efecto lo es la eutanasia y el aborto amparado legalmente.


LUIS ANGEL RIOS PEREA
Octubre 2012

* ONFRAY, Michel. Entrevista concedida al diario La Nación, Buenos Aires, Argentina.

miércoles, 10 de octubre de 2012

MERECIDA REIVINDICACION DE JUAN GABRIEL



Los derechos humanos tienen como característica el ser universales, inviolables e inalienables, pero no son absolutos: terminan donde empiezan los derechos de los demás. Como no son absolutos, el derecho a la libre expresión no puede invadir abruptamente la esfera de la intimidad de las personas, por cuanto se incurre en vituperios, infamias, calumnias, consejas y escarnios, rebasando límites éticos, morales y jurídicos.
Haciendo uso de mi limitado derecho a la expresión, con todo respeto me propongo efectuar una reflexión reivindicatoria del egregio músico, cantante, compositor, arreglista, productor y empresario mexicano Alberto Aguilera Valadez, conocido en el mundo artístico como “Juan Gabriel”, una persona irrefutablemente talentosa y genial.
Algunos “periodistas” faranduleros, “humoristas” y personas del rebaño, sin ningún respeto por la diferencia, abusan de su derecho a la expresión, incurriendo en flagrantes e impunes atropellos a la dignidad de un ser diferente, infinito en posibilidades y demasiado grande para ser pequeño, como todos los seres humanos: “Juan Gabriel”.  Ciertos “periodistas” se entrometen abusivamente en su vida estrictamente privada, la que no debe ser de dominio público, a pesar de que él es un hombre público.  Varios “humoristas”, con el mezquino ánimo de hacer reír al rebaño, lo imitan de una manera tan burda hasta reducirlo a una vulgar caricatura. El “rebaño”, extraviado en su mundo de apariencias e inautenticidad, emite opiniones encaminadas a denostar de su identidad sexual. “Periodistas”, “humoristas” y “rebaño” enfocan su intromisión, su burla y su opinión en la respetable condición sexual, en la identidad de rol, de este renombrado artista, en cuya infancia, niñez, adolescencia y juventud fue muy infeliz y careció del amor paterno y fraterno, según se narra en sus diversas biografías. Sus detractores desconocen olímpicamente el derecho a la diferencia y  a la diversidad y se muestran intolerantes con todas aquellas opciones de vida que estén por fuera de los estrechos límites convencionales.
Quienes no disfruten de sus canciones, están en todo su derecho de no escucharlas; pero no les asiste el derecho a despotricar de un ser humano que tiene su particular estilo de vida y que, como tal, goza del derecho a tener una personalidad única e irrepetible, como único e irrepetible es él. Quienes disfrutemos de sus canciones, tenemos la obligación moral de respetarlo, por cuanto, gracias a su talento y genialidad, nos hemos solazado gratamente con sus objetivaciones del espíritu, con  su quehacer artístico. Su aparente condición de homosexual es tan respetable como la evidente condición heterosexual que tenemos la mayoría; en ningún momento esa mayoría de heterosexuales podemos arrogarnos la potestad de mofarnos, burlarnos, ironizar, ridiculizar y caricaturizar a ese virtuoso de la música. A pesar de su peculiar manera de ser y de estar en el mundo, “Juan Gabriel” está en su inviolable e inalienable derecho a ser diferente. ¡Disfrutemos de sus dones artísticos, vivamos y dejémoslo vivir como a él mejor le parezca!

LUIS ANGEL RIOS PEREA
Octubre, 2012