lunes, 25 de julio de 2011

LA CULTURA Y LOS OBSTÁCULOS PARA LA COMUNICACIÓN Y LAS RELACIONES INTERPERSONALES

 







Por LUIS ANGEL RIOS PEREA
Luvina111@yahoo.com


  Contenido
  Introducción
  El concepto de cultura
  Los convencionalismos y otros condicionamientos culturales
  La búsqueda de las relaciones de sentido de nuestra cultura
  La tiranía de los condicionamientos culturales
  La programación cultural
  Las creencias moldean nuestra percepción de la realidad
  La importancia de la diferencia
  Comunicación y relaciones de pareja
  Conclusión

  Introducción

   En el presente ensayo pretendo disertar sobre la dificultad que impone nuestra cultura para la dinámica de una auténtica comunicación y las relaciones interpersonales, debido a los múltiples condicionamientos culturales.

   El concepto de cultura  
   
Para comenzar, es pertinente develar el sentido del concepto de cultura, que es muy amplio, variado y problemático. Es todo ese quehacer material, espiritual y social que el hombre realiza en su intento de “dominar” a la naturaleza y adecuarla a sus condiciones de vida: “el quehacer específico del hombre en su interacción con la naturaleza”[1]. La podemos entender como “la acción del hombre que desarrolla y perfecciona su ser”[2]. El psicólogo social David G. Myers señala que este concepto se refiere a “la conducta, ideas, actitudes y tradiciones perdurables compartidas por un numeroso grupo de personas y transmitidas de una generación a la siguiente”[3]. El concepto de cultura se relaciona con el hombre en el nivel de su humanización, que se “expresa en los modos específicamente humanos de pensar, de proceder y actuar en sociedad”[4].  La educadora e investigadora Nancy Saavedra Montoya señala que “la cultura es lo que le permite a los hombres construir una sociedad, es decir definir las condiciones de su voluntad para convivir, los códigos para reconocerse y distinguirse de los demás, así como la manera de organizar sus relaciones con las demás personas”[5] Cultura es el conjunto total de los actos humanos en una comunidad: prácticas económicas, artísticas, científicas, políticas, jurídicas, religiosas, discursivas, comunicativas, sociales en general o cualesquiera otras; es decir, las prácticas espirituales y materiales. “Toda práctica humana que supere la naturaleza biológica es una práctica cultural”[6].
   La cultura, dimensión universal y diferenciante del ser del hombre, que no se limita a un sector del quehacer humano sino a la totalidad de sus creaciones, está conformada por el nivel de las industrias (entorno o sistema técnico, que comprende medios técnicos de la producción), de las instituciones (entorno o sistema social, que comprende el conjunto de normas y organizaciones), de los valores (entorno o sistema axiológico, que comprende formas peculiares como un grupo aprecia y estima los distintos aspectos significativos de la existencia) y de lo ecológico (entorno o sistema natural, que comprende un ecosistema al que está integrado el ser humano como a su casa que lo nutre). “Los modos y los usos culturales no son simples expresiones ideológicas, sino modos de ser y estar ante la realidad, soportes primarios y constitutivos que señalan el arraigo y la permanencia de grupos determinados más allá de los condicionamientos socioeconómicos”[7]. La sicóloga Ana Bonilla precisa que empleamos el término cultura en el sentido que alude a toda la obra que realiza el hombre y que se ha ido distinguiendo del mundo natural. “De este modo, dentro de la esfera de la cultura se encuentran el arte, la ciencia, la filosofía así como las técnicas, las formas de la vida religiosa, política, doméstica y económica. Tanto lo grande como lo pequeño del hacer humano queda así comprendido: el lenguaje, el floklore, las modas del vestir, los humildes utensilios de la vida cotidiana”[8].

  Los convencionalismos y otros condicionamientos culturales
 
El quehacer cultural ha entronizado el poder tirano de los convencionalismos y de las tradiciones que muchas veces son un obstáculo para las relaciones interpersonales y nos imponen absurdos condicionamientos. Convencionalismo, que procede del término convención (Norma o práctica admitida tácitamente, que responde a precedentes o a la costumbre[9]) es el “conjunto de opiniones o procedimientos basados en ideas falsas que, por comodidad o conveniencia social, se tienen como verdaderas”[10] Tradición es la “doctrina, costumbre, etc., conservada en un pueblo por transmisión de padres a hijos”[11] Estamos en la tradición, pertenecemos a la tradición. Se trata de algo que nos viene dado… La tradición es “transmisión” condicionante. “Estar dentro de la tradición es estar sometido al influjo de prejuicios que limitan la posibilidad de una autoconciencia perfecta y una verdad acabada y objetiva… Siempre nos acercamos con prejuicios a un texto que queremos comprender. Por lo tanto nos acercamos condicionados por el poder de una tradición [12] El tradicionalismo es conservadurismo cuando se fija la vida a lo pasado, negándole el carácter proyectivo y creador del sujeto. “Al hombre no se le puede negar su carácter proyectivo, utópico, creador, a nombre de lo dado o tradición. El tradicionalismo, en cuanto actitud que trata de conservar lo dado, fijando la vida humana en formas pretéritas y preteridas, es un estéril conservadurismo”[13].
   Los convencionalismos  procedimentales u “operativos”, aquellos que nos orientan en la realización de quehaceres cotidianos como conducir un vehículo por la derecha, esperar el bus en el paradero, utilizar la tarjeta débito en los cajeros, etc., nos resultan de mucha utilidad en la vida práctica. En cambio, la mayoría de convencionalismos sociales (esas reglas fundadas en la costumbre), no siempre son útiles y sí más bien representan un obstáculo para nuestra libertad y el libre desarrollo de la personalidad por lo absurdos que resultan.  En lugar de hacernos la vida más “llevadera”, nos encadenan. “En opinión de la psicóloga Leonor Noguera Sayer[14], algunos convencionalismos posibilitan la sobrevivencia, nos ponen “a salvo del riesgo de vivir”; pero la gran mayoría, convertidos en arma de doble filo, ahogan la identidad y desdibujan el verdadero yo. “Es a ti, convencionalismo, a quien quiero desterrar de mi casa, para abrirle las puertas a la felicidad, tan anhelada en este mundo de falsos rituales… Necesito rebelarme contra tu tiranía, la del convencionalismo social y creador de hombres y mujeres en declive espiritual y falsos actores de una vida que han construido otras personas que vivieron mil años antes que ellos”[15] Quienes obedecen a su tiranía, viven “ajenos a cualquier análisis a fondo sobre sí mismos”. Al pertenecer al conjunto de los que “hacen lo mismo”, adoptan una actitud que se torna rutinaria, “psíquicamente muy económica”, y permiten que “la energía para reflexionar y pensar que virtualmente está disponible para tareas ajenas a la propia vida, que, en cuanto transcurre tranquilamente, se considera resuelta”. También se disuelven en lo cotidiano, que se les convierte “en un hondo motivo de vacío interior, con sentimientos dolorosos de ansiedad, desasosiego, insatisfacción, inseguridad e incertidumbre. Los convencionalismos son el “ropaje formal que silencia los tonos y los llamados para una reflexión…”. El reconocido psicólogo y escritor Wayne Dyer, con acertado fundamento, señala que “el condicionamiento a la sociedad o medio cultural puede ser muy útil a veces, pero si esto es llevado a un punto extremo, puede convertirse en una neurosis, particularmente si el resultado de esta adaptación a los "debes hacer esto o aquello" es la infelicidad, la depresión o la ansiedad”[16].
   La vida auténtica exige que desdeñemos “los absurdos convencionalismos sociales y las reglas que nadie sabe de dónde salieron pero que la inmensa mayoría respeta a ciegas, tontamente a ciegas”[17] Las tradiciones nos imponen modelos de vida que debemos seguir acríticamente, sin preguntarnos el porqué y el para qué de éstas. Muchos, simplemente siguen esas tradiciones porque sí, porque es lo tradicional. “Las costumbres y los comportamientos se diferencian cada vez más y algunos mensajes educativos proponen auténticos estereotipos culturales, es decir, normas que tienden a fijarse como inmutables a lo largo del tiempo”[18] Los convencionalismos y las tradiciones condicionan algunas maneras de ser y de hacer. Parafraseando a Javier Veliz[19] podría afirmar que mucho de lo convencional está envenenado desde su concepción y es por lo tanto peligroso pues es agente de su propio veneno. “¡Qué diablos!, el deber, es sentir lo que es grande, amar lo que es bello, y no aceptar todos los convencionalismos de la sociedad, con las ig­nominias que ella nos impone”[20] El antropólogo Edward Burnett Tylor señala que "la cultura incluye todas las manifestaciones de los hábitos sociales de una comunidad, las reacciones del individuo en la medida en que se ven afectadas por las costumbres del grupo en que vive, y los productos de las actividades humanas en la medida que se ven determinadas por dichas costumbres". Cuando disentimos de estos fenómenos sociales, se nos rechaza; quien no los acepte es tildado de persona incómoda. El hecho de cuestionarlos genera conflicto y comunicación inadecuada. A la persona que no se someta dócilmente a la tiranía de los convencionalismos y tradiciones se le atropella su derecho a ser y a vivir diferente; se le rechaza su particular manera de ser y de estar en el mundo.
    El psicoanalista Erich Fromm nos dice que, toda vez que el sujeto de las ideas es la entidad básica del proceso social, para entender la dinámica de éste “tenemos que entender la dinámica de los procesos psicológicos que operan dentro del individuo, del mismo modo que para entender al individuo debemos observarlo en el marco de la cultura que lo moldea”[21]. La relación del hombre con la cultura es doble. “Por una parte la cultura es producto del hombre. Pero, por otra, el hombre es producto de la cultura”[22]. La realidad se nos impone y nos determina. El ser o la realidad determina el conocer. Dependiendo de los intereses, el objeto determina el sujeto o éste determina el objeto. “No se puede pensar haciendo caso omiso de las circunstancias que rodean al sujeto pensante. El sujeto en cuanto actividad pensante hay que concebirlo siempre inmerso en situaciones, pero no separado del mundo que le rodea”[23]. En opinión del filósofo Danilo Cruz Vélez, el hombre y la cultura son términos correlativos, en la medida que no se puede pensar al hombre sin la cultura, ni la cultura sin el hombre. "La cultura es gracias al hombre; pero sin la cultura el hombre no puede ser hombre… La existencia humana es ser en la cultura. No es, por ende, una substancia, sino ese movimiento del salir de sí hacia la cultura, movimiento en que ésta surge, ya sea mediante creación o gracias a la actualización"[24].
    El pensador Edgar Morín precisa que los hombres conocemos, pensamos y actuamos de conformidad con los paradigmas culturalmente inscritos en ellos. Entonces el paradigma habita entre nosotros y nosotros hablamos en el paradigma. “Un paradigma controla no sólo las ideas y las teorías, sino también el campo cognoscitivo, intelectual y cultural donde nacen y se reproducen esas ideas”[25]. El paradigma nos permite indagar sobre las raíces enmarañadas e inconscientes de nuestros conocimientos y de nuestras acciones, no sólo a nivel personal, sino también a nivel sociocultural. Un paradigma, desde su dimensión ideológica,  pretende imponer la evidencia y la realidad. “Hace creer que los discursos, las teorías, los datos y las lógicas que sustenta son evidentes, constituyen la realidad misma, mientras que las tesis contrarias, -regidas por otro paradigma- son consideradas como irreales meras apariencias, engaños e ilusiones”[26].
   Cuando un interlocutor, libre no sólo de convencionalismos y de tradiciones, esquemas, marcos referenciales, prejuicios, ideologías, simbolismos, imposturas, supuestos, pareceres y modelos sociales acríticos, expresa su pensamiento, así sea de manera asertiva y empática, la otra persona o las personas que participan en el evento comunicativo, y que aún se encuentran encadenadas por estos fenómenos culturales, reaccionan de manera inadecuada, muchas veces dificultando y hasta imposibilitando la comunicación.
   Como sobre estas situaciones de la vida cotidiana no se reflexiona, “cuando algo de lo que sucede parece estar fuera del orden esperado y aceptado por nuestra sociedad y cultura nos sorprendemos, nos molestamos o nos desconcertamos”[27]. Si alguien no es como los modelos culturales lo determinan, surge la contrariedad, sin ser conscientes que, dada nuestras diferencias, los demás hacen sus cosas a su manera y nosotros también las hacemos a nuestra manera. Cuando estemos molestos o nos sintamos frustrados a causa de una persona o de una situación, debemos recordar que este estado no es contra ésta y aquélla, sino contra nuestros sentimientos acerca de esa persona o de esa situación. Responsabilidad es no culpar a nadie o a nada de nuestra situación. Todos los problemas nos ofrecen una oportunidad que nos permite transformarlos en una situación o cosa mejor. Hay un significado oculto en todos los hechos, y éste trabaja a favor de nuestra evolución. La actitud no defensiva consiste en que nuestra conciencia abandona su actitud defensiva y nosotros renunciamos a la necesidad de convencer o persuadir a los demás de que nuestro punto de vista es el correcto. Si miramos a quienes nos rodean, vemos que se la pasan defendiendo inútilmente sus puntos de vista, sin saber que esto les genera una considerable pérdida de energías. “Como peces en el agua, estamos tan inmersos en nuestra cultura que debemos saltar fuera de ella para comprenderla”[28] El desconocimiento de otras realidades, de las realidades del interlocutor que ha trascendido todos estos determinismos, producto de nuestra cultura, “con su fementido brillo de feria, ordinario y de hojalata”[29], lo condicionan para oponerse a lo diverso, al disenso y a lo multidimensional.  “Aunque todavía hay muchas personas que siguen pensando que sólo existe una realidad, también es un hecho que hay quienes creemos más bien en la existencia de múltiples realidades, sobre todo cuando se trata de situaciones humanas… cómo a partir de distintas creencias, ideas y valores, podemos tener diferentes interpretaciones de una situación humana y por consiguiente maneras diferentes de comunicarnos y de actuar. Estas creencias, ideas y valores son una construcción social, en una cultura dada. Y responden a las características de la sociedad que las construye; están influidas por las condiciones económicas, políticas, religiosas e históricas en las que se han desarrollado… Suponer, entonces, que todos tenemos los mismos imaginarios sociales puede dar lugar a múltiples equívocos, distorsiones y desencuentros en la comunicación interpersonal, y de ahí derivar en distanciamientos y conflictos en las relaciones humanas”[30] Según Denis de Moraes, “el imaginario social está compuesto por un conjunto de relaciones imagéticas que actúan como memoria afectivo-social de una cultura, un substrato ideológico mantenido por la comunidad. Se trata de una producción colectiva, ya que es el depositario de la memoria que la familia y los grupos recogen de sus contactos con el cotidiano. En esa dimensión, identificamos las diferentes percepciones de los actores en relación a sí mismos y de unos en relación a los otros, o sea, como ellos se visualizan como partes de una colectividad… Se trata de un lugar estratégico en que expresan conflictos sociales y mecanismos de control de la vida colectiva. El imaginario social se expresa por ideologías y utopías y también por símbolos, alegorías, rituales y mitos. Estos elementos plasman visiones de mundo, modelan conductas y estilos de vida, en movimientos continuos o discontinuos de preservación de la orden vigente o de introducción de cambios… Esa concepción dinámica del imaginario nos posibilita observar la vitalidad histórica de las creaciones de los sujetos - esto es, el uso social de las representaciones y de las ideas. Los símbolos revelan el que está por tras de la organización de la sociedad y de la propia comprensión de la historia humana. Su eficacia política va a depender del grado de reconocimiento social alcanzado por la producción de imágenes y representaciones en el cuadro de un imaginario específico a una cierta colectividad, la cual "designa su identidad haciendo una representación de sí; marca la distribución de los papeles y posiciones sociales; expresa e impone creencias comunes que determinan principalmente modelos formadores”[31].
   Todo intérprete está ubicado en una situación marcada sobre todo por el lenguaje. “En una situación de diálogo el factor más importante es, sin duda, el lenguaje”[32] El enorme poder del lenguaje nos impone, en muchas ocasiones, la realidad y no la percibimos tal como ella es. Al respecto, el sociólogo Manuel Castells Oliván (citado por Nancy Saavedra Montoya), señala lo siguiente: "No vemos la realidad como es, sino como nuestros lenguajes son. Y nuestros lenguajes son nuestros medios de comunicación. Nuestros medios de comunicación son nuestras metáforas. Nuestras metáforas crean el contenido de nuestra cultura"[33] El lenguaje por naturaleza enmascara en el entretejido estructural y semántico del texto. El lenguaje, además de considerarse como “el espejo existencial de una comunidad”,  es el instrumento de “la vida mental y de la comunicación” y “el elemento fundamental del ser del hombre en el mundo”. Ludwig Wittgenstein, filósofo del lenguaje, plantea que conocer el lenguaje es conocer la realidad. El lenguaje es el espejo de la realidad. “El mundo humano, que es el mundo total, está afincado en el lenguaje y encuentra sus límites allí donde el lenguaje es incapaz de avanzar. No podemos abandonar los límites del lenguaje y tal aspiración nos aboca a contradicciones ilímites”[34].
   Los hermeneutas precisan que la dimensión fundamental que caracteriza al ser humano es la dimensión lingüística. En opinión de Martín Heidegger, el lenguaje no es solo lo que nos abre al mundo, lo que nos sitúa en el mundo. “El lenguaje es la sede, el lugar en el que el mundo deviene mundo…  El lenguaje es la sede en la que la cosa deviene cosa”[35]. En concepto de Martín Heidegger, el lenguaje es la morada del ser y el hombre su pastor, la casa donde habita éste, el gran intérprete que responde a esa llamada y que en ella y desde ella desvela la inconclusión de su propio decir. La forma de decir condiciona la de pensar y la de ser. El ser habla por nosotros y en nosotros. “El lenguaje es un modo del ser, la forma de decirlo, como mostró Aristóteles, que a su vez determina la manera de ese ser”[36]. De acuerdo con Hans Gadamer, sólo podemos pensar dentro del lenguaje; el conocimiento de nosotros mismos y del mundo implica siempre el lenguaje, el nuestro propio; el lenguaje es la verdadera huella de nuestra finitud. “El mundo que conocemos y del que hablamos es inseparable del lenguaje con el que nos expresamos; que usamos. El lenguaje es el horizonte de toda ontología: la forma lingüística y el contenido transmitido no pueden separarse de la experiencia hermenéutica. Si cada lengua es una acepción del mundo, no lo es tanto en su calidad de representante de un determinado tipo de lengua (que es como considera la lengua el lingüista), sino en virtud de aquello que se ha hablado y transmitido en ella”[37].
   En el amplio universo del lenguaje, la palabra es problemática como la realidad misma, aunque la palabra no es la realidad. La palabra no es el objeto; sólo lo designa, lo nombra. “La palabra no es la cosa, ésta reenvía, sin lugar a dudas, a un referente, pero, por su abstracción misma, designa también una noción”[38]. La palabra no es el objeto ni tampoco el objeto es exactamente la palabra que lo designa. “El medio con que lo expresamos es la palabra; pero la palabra no es el objeto que realmente existe: por tanto, no expresamos a nuestro prójimo una realidad existente, sino solamente la palabra, que es una realidad distinta del objeto...”[39]. La palabra es finalidad en sí misma y medio para entender el mundo de otra manera, más que hablar de la realidad externa.  La palabra, además no ser la realidad ni el objeto, tampoco es el concepto ni el ser. Platón planteaba que el análisis de la realidad debería hacerse siguiendo las ideas, no las palabras. “El lenguaje implica gran capacidad de abstracción y las palabras no se refieren sólo a objetos o a hechos concretos, sino también a abstracciones”[40].  Como el sofisma pretende defender con palabras lo falso, “la palabra no puede identificarse con la realidad, desde el momento, en que con palabras, es posible falsear la realidad”[41]. Erich Fromm, reflexionado sobre el ser y el tener, señala que en el modo de tener, no hay una relación viva entre mi yo y lo que tengo:
  “Las cosas y yo nos convertimos en objetos, y yo las tengo, porque tengo poder para hacerlas mías; pero también existe una relación inversa: las cosas me tienen, debido a que mi sentimiento de identidad, o sea, de cordura, se apoya en que yo tengo cosas (tantas como me sea posible).  El modo de existencia de tener no se establece mediante un proceso vivo, productivo, entre el sujeto y el objeto; hace que objeto y sujeto sean cosas.  Su relación es de muerte, no de vida… El idioma es un factor importante para vigorizar la orientación de tener.  El nombre de la persona (todos tenemos un nombre y quizá tendremos un número, si continúa la actual tendencia a la despersonalización) crea la ilusión de que es inmortal y eterno.  La persona y su nombre se vuelven equivalentes; el nombre demuestra que la persona es una sustancia duradera, indestructible, y no un proceso.  Los sustantivos comunes tienen la misma función; o sea, el amor, el orgullo, el odio, la alegría causan la impresión de ser sustancias fijas, pero estos nombres no tienen realidad y sólo oscurecen la idea de que nos enfrentamos a procesos que se desarrollan en los seres humanos; pero hasta los sustantivos que denominan cosas, como "mesa" o "lámpara", son engañosos.  Las palabras indican que nos referimos a sustancias fijas, aunque las cosas sólo son procesos de energía que causan ciertas sensaciones en nuestro sistema corpóreo, pero estas sensaciones no son percepciones de cosas específicas, como una mesa o una lámpara, sino resultado de un proceso cultural de aprendizaje, proceso que hace que ciertas sensaciones adquieran la forma de representaciones mentales específicas.  Ingenuamente creemos que cosas como las mesas y las lámparas existen como tales, y no advertimos que la sociedad nos enseña a transformar las sensaciones en percepciones, que nos permiten manipular el mundo que nos rodea para sobrevivir en una cultura dada.  Después de que bautizamos estas representaciones mentales, el nombre parece garantizar su realidad absoluta e inmutable”[42].

   A esta realidad problemática de la palabra se le agrega el hecho de “nunca oímos lo que se dice, sino algo que tiene una complica relación accidental con lo que se dice”, tal como lo reconoció el filósofo Bertrand Rusell, citado por el escritor y ensayista Germán Espinosa[43]. En opinión de José Manuel Redondo Ornelas, “decir es también escuchar; el lenguaje dice y nos dice –nos habla- al hablar, nos interpela en nuestro decir”[44]. Espinosa señala que Rusell solía alertar sobre el ingenuo realismo con que irreflexivamente consideramos el mundo. “La relación accidental entre la palabra oída y la palabra hablada empieza por un proceso puramente físico de ondas sonoras que parten de la boca del hablante y se dirigen al oído del que escucha. Sobrevine un segundo y complejo proceso en el oído y en los nervios, y luego algo se produce en el cerebro, pero todo ello se encuentra sujeto a cierto número de condiciones físicas, cuya variabilidad permite deducir altos márgenes de error. Pensemos, si no, en los frecuentes malentendidos de que somos víctimas o culpables bajo circunstancias aparentemente normales. No sólo, pues, resulta imposible identificar la palabra con el objeto ni con el concepto que representa, sino ni siquiera la palabra hablada con la palabra escuchada. Los terrenos quebradizos se hacen aquí movedizos…”[45]. Para Flaubert, la palabra ni define el ovejo ni es éste. “La palabra no es el objeto, ni siquiera lo define. La palabra es el lugar en donde los hombres convivimos con las cosas”[46]. Es tan problemático el tema del lenguaje que ya Hobbes, en su Leviatán,  destacó que verdad y falsedad no está en los hechos, sino que son atributos del lenguaje, lo que se afirma es verdadero o falso, no el hecho. Y el problema se hace más complejo e insondable si tenemos en cuenta que no existen “hechos” sino interpretaciones…
 Es cierto que los condicionamientos culturales logran una cohesión social en procura de una comunidad homogénea, y así percibimos el mundo como los demás integrantes de nuestra sociedad. Este “orden establecido” nos permite cierta seguridad dentro de nuestro contexto social, económico y político.  “Sin embargo, estas normas sociales provocan ciertos desafíos bastante particulares… El condicionamiento cultural tiene un papel importante en nuestras vidas… El materialismo que se ha impuesto ha ligado erróneamente los conceptos de la felicidad y de la posesión. Esta visión nos hace creer que entre más cosas poseemos, más felices somos. La búsqueda de la felicidad ha sido sustituida por la búsqueda de placer… Aunque la libertad individual es muy grande en el mundo occidental, asimilamos de la misma manera las creencias que limitan nuestra vida cotidiana. El individuo se confina por lo tanto a vivir una vida que no se asemeja a su ideal. Se siente atrapado en una trampa dentro de un torbellino de circunstancias incontrolables. Toma decisiones en función de lo que hacen los demás y se convence de que la vida con la que sueña en secreto, es inaccesible. Y por lo tanto se aísla cada vez más. Prefiere conservar su status quo. Y se resigna”[47] Con respecto a la tiranía ideas (ídolos) y convencionalismos, convendría reflexionar un poco sobre lo siguiente:

  “Es mentira que debemos morir como animales en un sacrificio, mientras otros se llenan por la vida de herencias de los mejores manjares. La vida es para vivirla, y no morir esperando las migajas de la mesa. ¿No tiene derecho el ave de volar en libertad sin sentirse amarrada? ¿No sentimos indignidad por aquellos que se dejan adornar los cabellos por mirra, oro y espejos? La vida es cambio y evolución, y de ustedes depende mover las tuercas y ver la luz de sol, aunque esta pueda causar dolor, pues es sabido que para vivir a plenitud hay que sacudirse las cadenas de la tiranía de las ideas y convencionalismos”[48].

   La búsqueda de las relaciones de sentido de nuestra cultura
   La persona, como ser cultural, como ser que hace cultura y que se hace gracias a la cultura, necesita buscar el sentido de su cultura. Como la cultura es su habitación o su morada, busca las relaciones de sentido de ese mundo de posibilidades que es su cultura, teniendo en cuenta que “las cosas cobran sentido cada vez más profundo y cambian de sentido cada vez que son sometidas a nuevas relaciones”[49] La intencionalidad, como comunicación de sentido, anima el obrar de una persona, y ese obrar transforma su mundo exterior (vida social) e interior (vida personal). “Todo cambio intencional en la vida personal o en la vida social, obedece a una nueva valoración de relaciones, tiene un sentido”[50] La cultura es un esfuerzo por hacer sentido nuevo.  
  En la búsqueda de las relaciones de sentido se requiere interpretar los símbolos implícitos en nuestra cultura. Un símbolo es una “representación sensorialmente perceptible de una realidad, en virtud de rasgos que se asocian con esta por una convención socialmente aceptada”[51]. Los símbolos comportan demasiada importancia hasta el punto de afirmarse que el hombre es ser simbólico. “Símbolo es toda realidad, natural o artificial, en la que se halla impresa una relación formal para el hombre. La palabra casa es símbolo porque los sonidos que la conforman tiene un significado determinado. El hombre ha convertido esos sonidos en una forma de identificación que permite la comunicación interhumana. Lo mismo sucede con un rito, una pintura, un gesto de un saludo, un vestido, una fórmula química, etc. Todas las realidades culturales poseen un contenido simbólico, consistente en una formalidad con sentido para el hombre en general o para un determinado grupo humano”[52]. La antropología simbólica concibe a “cada cultura como un contexto en el cual los sujetos, pueden entender que se está comunicando, cómo debe interpretarse un gesto, una mirada, y por lo tanto, qué gestos deben hacerse para dar a entender algo, qué palabras deben usarse y cuáles no, etcétera. Es decir la cultura es una red de signos que permite, a los individuos que la comparten, atribuir sentido tanto a las prácticas como a las producciones sociales”[53] La práctica cultural ha permitido la construcción de símbolos que es necesario interpretar y clarificar, y develar su sentido profundo, oculto y velado. “El pensamiento simbólico y la conducta simbólica se hallan entre los rasgos más característicos de la vida humana y que todo el progreso de la cultura se basa en estas condiciones”[54] Hay quienes aceptan que el hombre es un animal simbólico. “Cassirer dice que el símbolo es la significación de la existencia humana. Hay un sentido que envuelve toda la realidad, que cada existencia humana lo vive, lo plasma, lo trasmite; cuando ese sentido es vivido por cada uno de nosotros ese sentido se transforma en una significación, y que se nos hace visible en un símbolo”[55] El símbolo es portador de un sentido y exige una comprensión. Cassirer dice que el símbolo es la significación de la existencia humana. La significación es el sentido vivido, incorporado. El símbolo es plasmación del sentido. “Qué es lo que el símbolo pretende presentar, hacer visible: el sentido inherente a la existencia humana”[56].
  La persona, prisionera en la cárcel cultural, necesita, a manera de una “revolución cultural”, desinterpretar y reinterpretar su intrincado universo simbólico, conformado por el lenguaje, los mitos, el arte, las creencias, los rituales, las rutinas, las tradiciones, las costumbres, los convencionalismos, la religión, etc., que con la urdimbre de la experiencia humana. “Cassirer dice que el universo del hombre no es un universo físico, es un universo simbólico; está plasmado, está configurado por múltiples y variadas formas. Las formas simbólicas son de diferentes tipos: el lenguaje, el arte, la religión, el mito, las ciencias que en el fondo constituyen las diferentes expresiones culturales. Cuál es la función de estas formas culturales que son formas simbólicas: son el medio a través de las cuales nuestra experiencia se manifiesta, se expresa (la manifestación es simbólica); la experiencia del hombre se manifiesta a través de estas expresiones culturales; es una forma distinta de ver la realidad”[57] Para conocer su realidad, la persona debe interpretar todo ese mundo artificial. “La realidad física parece retroceder en la misma proporción que avanza su actividad simbólica. En lugar de tratar con las cosas mismas, en cierto sentido, conversa constantemente consigo mismo. Se ha envuelto en formas lingüísticas, en  imágenes artísticas, en símbolos míticos en ritos religiosos, en tal forma que no puede ver o conocer nada sino a través de la interposición  de este medio artificial. Su situación es la misma en la esfera teórica que en la práctica… Vive, más bien, en medio de emociones, esperanzas y temores, ilusiones y desilusiones imaginarias, en medio de sus fantasías y de sus sueños”[58].
   Para comprender determinada cultura y a las personas que viven en ella, es importante el estudio de los símbolos. “Sin una labor de interpretación de los símbolos se nos escapa el sentido profundo de las realidades que constituyen nuestra propia cultura”[59] La semiología y la hermenéutica de la cultura se encargan del estudio de los símbolos. Estamos rodeados de todo tipo de símbolos que nos están "diciendo" infinidad de cosas que es necesario interpretar para un mejor existir. La realidad es un “texto” simbólico  que hay que interpretarlo y comprenderlo para no "perdernos" en ésta.
 Gracias al esfuerzo semiológico evitamos ser manipulados por los símbolos y ser pasivos ante las creencias y las valoraciones. En palabras del semiólogo Charles Morris nos sirve como antídoto para la explotación de la vida individual. El estudio semiológico de los símbolos le permite al ser humano ser autónomo, “ni desconfiado con exceso ni fácilmente mistificable, un centro de vida y no un animal hipnotizado”[60] La semiología (que también estudia los signos) diseña e interpreta las condiciones de producción de sentido, los modos de producción de significación de los fenómenos sociales. En el contexto que nos ocupa, la semiología o semiótica es la “disciplina que nos permite dar cuenta de la construcción de los fenómenos sociales partiendo de la base de entender dichos fenómenos como configuraciones significativas”[61]. Por consiguiente, el semiólogo tiene “la responsabilidad de dar cuenta de los procesos discursivos mediante los que las diferentes culturas logran dar inteligibilidad a sus propias prácticas sociales… Si nada de lo que nos rodea en el plano social es natural, todo es construido a partir de procesos que generan sentido sobre la materialidad circundante, eso quiere decir que existe la posibilidad de "otro" mundo, de generar otro sentido...”[62]. La semiología nos permite una correcta interpretación objetiva de la realidad, no del sujeto; interpretación a partir de sus manifestaciones objetivas y no como nosotros queremos acomodarla; porque no vemos las cosas como son en realidad sino como somos nosotros o como los demás quieren que las veamos.
  La hermenéutica de la cultura ejerce un papel demasiado preponderante en la interpretación de los símbolos culturales, por cuanto éstos, en algunos casos su interpretación no requiere mucho esfuerzo, mientras que en otros exigen un profundo trabajo de interpretación. Dado que un símbolo puede poseer más de un sentido o significado, se debe acudir a la interpretación o exégesis. “La cultura no es algo que se tiene (como generalmente se dice), sino que es una producción colectiva y esa producción es un universo de significados, ese universo de significado está en constantes modificaciones”[63] La interpretación, según Heidegger, es el modo de estar del hombre en el mundo. Dilthey consideró la hermenéutica como autoexplicación de la comprensión de la vida. “Elaborar los proyectos correctos y adecuados a las cosas, que como proyectos son anticipaciones que deben confirmarse en las cosas, tal es la tarea constante de la comprensión”[64] Con la hermenéutica se nos propone una idea de cultura como diálogo y conversación. La hermenéutica de la cultura se “hace necesaria porque las expresiones culturales poseen una estructura funcional que responde a un sentido oculto o porque concatenan varios sentidos insospechados”[65] El símbolo es susceptible a múltiples y variadas lecturas, interpretaciones. “Los símbolos constituyen un aspecto del mundo, aspecto que no resulta evidente a la experiencia inmediata. Los símbolos expresan situaciones, ciertas estructuras de la existencia que son imposibles expresar de otro modo. Por lo tanto en los símbolos la existencia humana queda comprometida”[66].
   Para comprender el sentido de la cultura y la cosmovisión de una comunidad se requiere desentrañar su intrincada red simbólica. “Fiestas, ritos, canciones, imágenes, costumbres forman una masa rica en sentidos aparentes, ocultos o semiocultos, que no se revelan totalmente ni siquiera a los mismos miembros del pueblo”[67] La vida del espíritu no se puede aprehender si no captamos el sentido de sus manifestaciones. Comprender es el modo originario de ser. “Interpretamos desde dentro de la tradición y esa interpretación jamás es definitiva… Por más que tratemos de interpretar nuestros símbolos culturales, no existe la interpretación definitiva, pues en la medida en que cada nuevo intérprete se incorpora al sentido que hay que comprender, también cada nueva época puede interpretar correctamente y de forma distinta el texto u objeto de que se trata”[68].
  Esta labor hermenéutica es compleja por la multiplicidad de símbolos que aparecen en todas las dimensiones culturales, por la profundidad oscura en que se alojan algunos sentidos simbólicos y por la variedad de intenciones con que pueden ser concatenados los sentidos de un símbolo o la variedad de modelos de simbolización. “De esta multiplicidad de formalizaciones o simbolizaciones culturales, surge una multiplicidad de modelos interpretativos”[69] Los más representativos y expresivos, dada su oposición de intencionalidad, son el de la continuidad de sentidos y el que rompe con éstos. “La primera forma hermenéutica se basa en la continuidad de sentido entre los distintos planos de un símbolo. Un sentido aparente nos lleva a otro oculto mediante un mecanismo de lógica o de sentimiento universal. El trabajo hermenéutico, en este caso, se convierte en una restauración de sentido, en un develamiento de la verdad profunda que confiere sentido definitivo al símbolo. El hermeneuta supone aquí que el símbolo posee una verdad. Y se coloca a la escucha de la palabra que le revelará esa verdad. Su actitud interpretativa es de atención y confianza. Este modelo hermenéutico es utilizado, por ejemplo, en la exégesis bíblica, en las investigaciones antropológicas, en los análisis literarios, etc. La segunda forma, al contrario, se basa en el corte, la ruptura entre los niveles de sentido. No es la analogía, como en el caso anterior, sino la equivocidad lo que sustenta la ambigüedad del simbolismo. La tarea hermenéutica consiste aquí en el ejercicio de la sospecha… El hermeneuta pretende reducir ilusiones, desmitificar creencias, denunciar máscaras y falsas justificaciones. Su actitud arranca de la desconfianza. Sólo destruyendo las máscaras, las simulaciones, los ídolos, las ilusiones es posible reconstruir el sentido auténtico…”[70] La palabra, nos decía Antoine de Saint-Exupéry, es fuente de malos entendidos.
  Estos modelos no son antagónicos sino complementarios, porque ambos son dos momentos en el análisis interpretativo. Si se excluye uno de ellos, el otro se vuelve totalizador. No obstante hay que mantenerlos en tensión dialéctica. “No hay que olvidar que todo iconoclasmo obedece a la búsqueda de otro sentido; ni que tampoco es imposible identificar un rostro enmascarado mientras no se le destruya su máscara. Toda sociedad posee una carga mítica. De ahí la necesidad de comenzar por hacer morir los ídolos, por desenmascarar y desmitificar las realidades culturales, para poder llegar a la verdad profunda de sus símbolos… Cualquier expresión lingüística, en el sentido más comprensivo del término, puede ser un símbolo preñado de sentidos ocultos. Descifrar estos símbolos es la tarea reservada a quien pretenda descubrir la cultura de un pueblo”[71]
  
   La tiranía de los condicionamientos culturales
  
Los seres humanos, encadenados a la cultura propia de nuestro contexto, encontramos dificultades en la dinámica de nuestras relaciones interpersonales, debido a los condicionamientos, convencionalismos, tradiciones, imposturas, determinismos, supuestos, creencias, marcos referenciales, esquemas compartidos, construcción de la realidad social, yo colectivo, pensamiento grupal, imaginarios socioculturales, inconsciente colectivo, masificación y cosificación, entre otros fenómenos culturales, que nos tiranizan con su velado poder hasta el extremo de imponernos qué pensar, qué sentir, qué decir y qué hacer. “Todos saben que las influencias sociales de la cultura son enormes… la cultura y sus normas y papeles moldean nuestras identidades y conductas…”[72] Las diversas situaciones sociales influyen poderosamente en nosotros, pero nosotros también influimos en las situaciones sociales. Individuos y situaciones sociales interactuamos. Existe un estrecho vínculo entre lenguaje y cultura y cultura y comunicación. “Lenguaje y cultura están íntimamente ligados, uno depende del otro para existir, sin palabras el hombre no puede pensar racionalmente… La comunicación y la cultura son un solo campo de estudio. La cultura no es un ente fijo, una herencia; es un proceso que se construye en la interacción”[73]. Con respecto al lenguaje como “camisa de fuerza”, que condiciona el decir, el psiquiatra y filósofo Luis Carlos Restrepo Ramírez precisa lo siguiente:
   “Porque el lenguaje se constituye también en camisa de fuerza que expresa un orden y relaciones jerárquicos, con censuras implícitas y caminos prohibidos. El niño queda inscrito desde el momento de la concepción en una trampa lingüística que asigna un lugar y destino a sus deseos, señalando como buenos los que se amoldan a su estructura y condenando al ostracismo los que no se avienen a las normas valorativas, fonéticas y gramaticales predominantes en el grupo cultural al que pertenece… Como afirma Max Horkheimer, la coherencia y el nexo lógicos que se dan en los diferentes quehaceres de la vida cotidiana, responden a las necesidades de dominio de una élite que gracias a la diferenciación lingüística y conceptual asegura la continuidad, regularidad y uniformidad del proceso productivo. La capacidad señalizadora y discriminativa del lenguaje se pone al servicio de un interés de poder, objetivando relaciones eficientes entre las personas, subdividiéndolas y clasificándolas según las funciones que deben cumplir al interior de la estructura social, recurriendo al aparato lingüístico para justificar y encadenar su actividad…
   …El lenguaje, dice Lacan, es una trama que preexiste a la llegada del sujeto y como tal, portadora de la tradición y experiencia central de la comunidad, a más de fundamentadora de las estructuras elementales de la cultura. El lugar del sujeto está ya definido en el momento del nacimiento, atrapado en un discurso que lo trasciende y le impide decir algo que no esté codificado en las permutaciones fonéticas y gramaticales que la lengua autoriza. El lenguaje es la ley, el pacto social congelado que tiene el poder de señalar los límites entre la realidad y el sinsentido. Al constituir, el lenguaje construye también un mundo de tinieblas, de no dichos, de cosas imposibles de decir, de deseos y vivencias que entran a conformar lo que se conoce como inconsciente…”[74]
    Encarcelado en la prisión de los condicionamientos culturales, el individuo vive en la soledad, padece una crisis de soledad. La soledad es su compañera. Prisioneros de la soledad no sabemos convivir con la soledad. “A la gente le aterra la soledad porque no sabe estar consigo misma. La soledad no es estar uno solo, sino saber estar uno solo. Las más complejas relaciones son las de uno consigo mismo. Para llegar al sentido de concentración se necesita saber estar consigo mismo”[75]. La comunicación incomunicadora lo aísla más y más. “La soledad vigila las relaciones con espíritu prevenido; la comunicación se establece únicamente en base a criterios profesionales, diplomáticos, ocupacionales o simplemente convencionales. Dicha comunicación es banal porque no hay identificación posible con el otro. Es ocasional, permanece sólo mientras se satisfacen intereses transitorios; es competitiva, de confrontación, no de animación y búsqueda de la verdad; es pobre, no procede del enriquecimiento y conocimiento mutuos; no puede dar ni recibir valores, de cuya posesión ningún espíritu aislado es totalmente pródigo o mendigo”[76]. La comunicación es auténtica y liberadora si está animada por la búsqueda de la verdad. “Cuando dos personas rompen las barreras de su intimidad para permitir una comunicación profunda, la claridad de la relación supera las actitudes ficticias, las conductas estudiadas; la verdad irrumpe necesariamente como don y como requerimiento. Se experimenta la sensación de encontrarse a sí mismo, de reconocerse a través del otro, buceando con placer en ideas y sentimientos que se enriquecen, perfeccionan y complementan mutuamente. La comunicación se establece en lo profundo del YO y, por tanto, es auténtica y liberadora”[77].
     En nuestra cultura, las normas culturales en el ámbito social (reglas para la conducta aceptada y esperada), que nos restringen y nos controlan, afectan de manera sutil pero poderosa nuestras actitudes y conducta. “La diversidad notablemente amplia de las actitudes y conductas de una cultura a otra indica el grado en que somos los productos de las normas culturales”[78] Si bien es cierto que las tradiciones culturales nos proporcionan beneficios, éstas nos “cobran” un alto precio, especialmente en nuestra cultura occidental, profundamente individualista y competitiva. En ésta las personas disfrutan de más libertad personal, pero el precio es soledad, violencia y tensión emocional.
    Además de los convencionalismos, las tradiciones, las costumbres, los esquemas, los marcos referenciales, las imposturas, los supuestos, los pareceres, las creencias y los modelos sociales acríticos, también condicionan la dinámica de la comunicación y, por ende, las relaciones interpersonales, fenómenos como los atavismos, los estereotipos, los contextos, la socialización, la educación (¿domesticación?) y la ideología. Las personas vivimos condicionadas por estos hechos sociales. “El hombre no vive únicamente su vida personal como individuo, sino que también, consciente o inconscientemente, participa de la de su época y de la de sus contemporáneos. Aunque inclinado a considerar las bases generales e impersonales de su existencia como bases inmediatas, como naturales, y a permanecer alejado de la idea de ejercer contra ellas una crítica… el individuo puede idear toda clase de objetivos personales, de fines, de esperanzas, de perspectivas, de los cuales saca un impulso para los grandes esfuerzos de su actividad; pero cuando lo impersonal que le rodea, cuando la época misma, a pesar de su agitación, está falta de objetivos y de esperanzas, cuando a la pregunta planteada, consciente o inconscientemente, pero al fin planteada de alguna manera, sobre el sentido supremo más allá de lo personal y de lo incondicionado, de todo esfuerzo y de toda actividad, se responde con el silencio del vacío, este estado de cosas paralizará justamente los esfuerzos de un carácter recto, y esta influencia, más allá del alma y de la moral, se extenderá hasta la parte física y orgánica del individuo. Para estar dispuesto a realizar un esfuerzo considerable que rebase la medida de lo que comúnmente se practica, sin que la época pueda dar una contestación satisfactoria a la pregunta «¿para qué?», es preciso un aislamiento y una pureza moral que son raros y una naturaleza heroica o de vitalidad particularmente robusta”[79]
   Aquí no se trata de entrar en abierta “revolución” y rebelión contra estos fenómenos sociales, profundamente arraigados en el inconsciente, dada la programación cultural; lo que se pretende es que se cuestionen, se revisen, se analicen, se replanteen y se prescinda, paulatinamente, de aquellos que se convierten en obstáculos para la comunicación y las relaciones interpersonales. El hecho de que no podamos escapar de las cadenas culturales no puede impedirnos tomar conciencia de los condicionamientos que nuestra cultura nos impone y tratar, en la medida de nuestras posibilidades, liberarnos de su tiranía avasalladora.
   Las costumbres merecen una profunda revisión, porque hay costumbres a las cuales uno no debe “acostumbrarse”. Un espíritu libertario, crítico, iconoclasta y contestatario, propio de los intelectuales, no se acostumbra dócilmente a las costumbres. Por consiguiente, explora y reinventa nuevas maneras y estilos de comunicación y de relaciones interpersonales, diferentes a las tradicionales, a las que nos hemos “acostumbrado”, con el fin de posibilitar la convivencia armónica y pacífica. Un detractor de las costumbres acríticas y tiranas nuca se sube al remolque de la multitud y sabe morir en la soledad.

   La programación cultural
  
Como vivimos “programados” culturalmente, procedemos mecánicamente: a tal pregunta, tal respuesta; a tal contrariedad, tal reacción. Las personas que buscan motivos para ofenderse siempre los hallarán, pero son ellas quienes tienen un problema. Y su problema es que necesitan ofenderse. “Y funcionamos como autómatas. La cultura nos inculca unas leyes rígidas, cuya única razón es que así se ha hecho siempre. Y con esta ra­zón tan endeble somos capaces de ma­tarnos por defender: honor, patria, ban­dera, raza, familia, buenas costumbres, orden, ideales, buena fama y muchas más palabras que no encierran más que ideas sin sentido real, que nos han in­culcado como cultura. Y lo mismo ocu­rre con las ideas religiosas... Toda esa actitud sólo depende de nuestra programación. Estamos programados desde niños por las conveniencias socia­les, por una mal llamada educación y por lo cultural. Vivimos por ello programa­dos y damos la respuesta esperada ante situaciones determinadas, sin pararnos a pensar qué hay de cierto en la situación, y si es consecuente con lo que de verdad somos esa respuesta habitual y mecá­nica… Cuando eres un producto de tu cul­tura, sin cuestionarte nada, te convier­tes en un robot. Tu cultura, tu religio­sidad y las diferencias raciales, nacio­nales o regionales te han sido estam­padas como un sello y las tomas como algo real. Te enseñaron una religiosi­dad y una forma de comportarte que no has elegido, sino que te vinieron im­puestas desde fuera, antes de que tuvie­ses edad o discernimiento para decidir, y sigues así, con ellas colgadas, como una piedra al cuello. Sólo lo que nace y se decide aden­tro es auténtico y te hace libre. Lo que haces como hábito y que no puedes dejar de hacer porque te domina, te hace dependiente, esclavo de lo que crees, porque te lo han programado. Sólo lo que surge de dentro lo anali­zas, lo pasas por tu criterio y te deci­des a ponerlo en práctica asumiéndo­lo; es tuyo y te hace libre”[80] Es que, desde antes de nacer, ya estamos programados. “En el ser humano la relación entre sujeto y objeto de conocimiento está atravesada por el orden de la subjetividad. Es imposible la constitución de una objetividad humana que no esté atravesada por la subjetividad, desde los comienzos de la vida. ¿Qué significa esto? La madre inscribe sus esquemas representacionales (su peculiar visión de la realidad, las cosas a las que le presta atención, los recortes que hace del mundo) en el inconsciente del niño, sin ser consciente que lo hace. Dice Silvia Bleichmar que el hijo parasita biológicamente a la madre y la madre lo parasita simbólicamente”[81]. Para el relativismo antropológico, el ser humano no es más que el producto de normas culturales que lo moldean y programan. Por su parte, Marx pensaba que “la esencia del hombre no es más que el conjunto social en que vive”[82]. Una persona, a pesar de ser producto de sus condicionamientos y del medio ambiente que le rodea, “puede dar un sentido a su vida, sin que se deje dirigir completamente por sus condicionamientos”[83]. La programación comienza desde que somos niños, o si no leamos los siguientes versos de Juan Manuel Serrat, quien nos lo dice de una manera sencilla y bella: "Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, / con nuestros rencores y nuestro porvenir. / Por eso nos parece que son de goma / y que les bastan nuestros cuentos / para dormir. // Nos empeñamos en dirigir sus vidas / sin saber el oficio y sin vocación. / Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones / con la leche templada y en cada canción"[84].
   Esas leyes (instrumentos de poder), tácitas o establecidas sociojurídicamente, ejercen un enorme poder alienatorio que sujeta a los sujetos. Cuántas veces, la ley, que debe estar al servicio de la persona o de la colectividad, termina, contraria a su espíritu, tiranizando, esclavizando. “La esclavitud a la ley es una de las más serias consecuencias a que han conducido las estructuras socioeconómicas y políticas al hombre en todos los tiempos; el sometimiento a esquemas, la reproducción en serie de tipos ideales, construidos según maquetas estáticas que obedecen a normas y a principios que lejos de servir al hombre le recortan, han creado dentro de las instituciones hombres serviles, fanáticos o anárquicos, tipos cada uno bien funesto para la sociedad, que tiene como función facilitar el camino del destino creador de cada hombre... Los esclavos de la ley son aquellos que sin comprender su sentido, se acogen a ella literalmente, más como defensa que como esfuerzo, más como componenda que como argumento, son los que le sirven estérilmente y en lugar de fieles se convierten en serviles. El espíritu de la ley queda reemplazado por la obediencia ciega, por la letra muerta; el hacer se convierte en un no hacer. El deber ser en un tener que, lo cual despersonaliza al individuo, comunicándole una configuración bien deformada… El sentido de la ley debe enriquecer mi persona; para ello es necesario rescatar y conquistar dicho sentido a cada instante; las opciones concretas a las que ella me somete deben producir en mi un sentimiento de dignidad personal, que se apoya en el reconocimiento de mi libertad. La ley así me permite tomar conciencia, me hace libre, me dignifica y pone en movimiento en lugar de esclavizarme”[85]. Dyer afirma que las leyes son necesarias y el orden es parte importante de la sociedad civilizada, pero aclara que “la obediencia ciega a los convencionalismos es algo completamente distinto, algo que puede ser mucho más destructivo para el individuo que el hecho de violar las leyes. A menudo estas leyes son absurdas y las tradiciones dejan de tener sentido”[86].
   Prisioneros de la tiranía de las costumbres no reconocemos el derecho que tienen los demás a expresarse libremente, el derecho a la libertad de expresión. Cuando alguna persona emite su opinión, contraria a la de los otros, la mayoría se molesta y la toma como una agresión, y, como tal, reaccionan defendiéndose o atacando. Los demás tienen derecho a emitir opiniones o expresiones a favor o en contra de otras personas, y esto no tiene por qué molestarlas; si ello ocurre, estaríamos ante un flagrante episodio de intolerancia. Si las opiniones de los demás no concuerdan con lo que la otra persona es, quien las recibe no tiene por qué acudir al ataque o a la defensa. Si la persona se conoce a sí misma, si sabe quién es en realidad, dónde está y para adónde va, las opiniones o las expresiones de los demás no pueden inquietarla, molestarla o intranquilizarla. Molestarse por lo que los demás opinan de uno, sería desconocer el derecho a la libertad de expresión. Pero si bien es cierto que toda persona tiene derecho a la libertad de expresión, éste no es absoluto: tiene sus limitaciones, sus restricciones. Como no es absoluto, el derecho a la libre expresión no puede invadir abruptamente la esfera de la intimidad de las personas, por cuanto se incurre en vituperios, infamias, calumnias, consejas y escarnios, rebasando límites éticos, morales y jurídicos.   

   Las creencias moldean nuestra percepción de la realidad
  
Nuestras creencias, un fenómeno psicosocial, también necesitan de nuestra reflexión. Las creencias, mayoritariamente impuestas por la tradición religiosa, que ejerce una profunda influencia en la manera en que percibimos, interpretamos y sistematizamos la realidad, condicionan nuestra manera de ser y de estar en el mundo. Este tipo de convicciones de superstición y de prejuicios, constituyen el pensamiento que “representa la realidad, o lo que es tomado por realidad, presente en nosotros en grado mayor que las ficciones y hace que pese más sobre el pensamiento y que tenga una influencia superior sobre las emociones y sobre la imaginación”[87]
    Nuestras creencias impiden ver la realidad tal como es. La vemos tal como nosotros, tan programados como estamos, creemos que es. “Como soy, así veo”, sentenció Ralph Waldo Emerson. Las creencias no sólo moldean nuestra interpretación de todo, también nuestras percepciones y recuerdos. “Hay una realidad objetiva allá afuera, pero nosotros la vemos a través de los anteojos de nuestras creencias, actitudes y valores”[88] Obsesionados por verificar nuestras creencias, no buscamos evidencias para refutarlas. En el plano epistemológico las creencias impiden la búsqueda de la verdad, pues “con notable facilidad formamos y sostenemos creencias falsas”[89], sin que establezcamos certeza de nuestras percepciones e interpretaciones de la realidad, por cuanto no comportan criterios de objetividad incontrastables. “Las sociedades en su conjunto siguen impregnadas de condicionamientos culturales, donde lo religioso siempre tiene su lugar, y quizás más todavía hoy con el ascenso de los fundamentalismos que representan un retroceso del pensamiento, una vuelta atrás de algunas decenas de años incluso hasta de varios siglos”[90].
   Dentro del amplio y variado espectro de las creencias encontramos los dualismos que dividen arbitrariamente la realidad, que por naturaleza es compacta, empezando por nuestro ser personal: cuerpo y alma o materia y espíritu. Así mismo, la dualidad, propia de nuestra cultura, nos clasifica en buenos y malos, feos y bonitos, pobres y ricos, sabios e ignorantes, etcétera, etcétera. Por consiguiente, producto de nuestra cultura, adoptamos posturas dogmáticas, actuando sólo como amigos o enemigos: “O él o yo”, pareciere ser nuestra manera de interrelacionarnos. “El sentido de la dualidad ha interpretado el sentido de que puede existir lo bueno y lo malo. No existe lo malo, existe la desviación de lo bueno. Las cosas no tienen doble cara; las cosas son lo que son. No nos preocupamos por hacer las cosas bien, sino por no hacer las cosas bien. El dualismo nos ha hecho perder el sentido del universo: en lugar de mejorar lo que es, siempre atacamos lo que nos parece que no es. No digamos: Esta persona no es buena; digamos: Esta persona tiene que ser más buena"[91]. En consecuencia, nuestras creencias nos convierten, en muchas ocasiones, en personas intransigentes, agresivas, conflictivas, dogmáticas e intolerantes, sin que afloren espacios de diálogo argumentado y nuevas formas de relaciones interpersonales en donde impere el respeto por la diferencia, por lo diverso, por lo múltiple. “Si los demás no son y se comportan como yo quiero, son objeto de mis críticas, de mis denuestos, de mi rechazo y de mi animadversión”, se impone como máxima que rige la dinámica de nuestra “convivencia”. “En lugar de discutir un razonamiento se le reduce a un juicio de pertenencia al otro –y el otro es, en este sistema, sinónimo de enemigo-, o se procede a un juicio de intenciones. Y este sistema se desarrolla peligrosamente hasta el punto en que ya no solamente rechaza toda oposición, sino también toda diferencia: el que no está conmigo está contra mí, y el que no está completamente conmigo, no está conmigo”[92].
    
   La importancia de la diferencia
  
En opinión del investigador Salvador Moreno López, si bien es cierto que entre nosotros hay semejanzas significativas, también encontramos en los demás importantes diferencias. Es por ello que piensa que es “difícil sostener que existe sólo un conocimiento válido de la realidad, compartido de la misma forma por todas las personas”[93]. Por el hecho irrefutable de ser personas únicas e irrepetibles, tenemos que consentir, así nos resulte difícil, que el otro piense y se exprese libremente, haciendo uso legítimo de su inalienable derecho a ser diferente. “Por pertenecer a culturas diferentes, los hombres son diferentes, poseen distintos modos de vida, se expresan de manera diferente, interpretan y valoran la realidad según patrones diversos”[94]
   Los modelos culturalmente impuestos y aceptados eclipsan nuestro espíritu crítico, impidiéndonos entender la importancia de las diferencias. “Cada uno tiene su propia sensibilidad, una tendencia natural a preferir ciertas actitudes y comportamientos respecto a los demás. Por otra parte, si no hubiera diferencias, incluso profundas, entre los individuos, nunca tendrían lugar los procesos de renovación que transforman, a menudo de forma radical, normas y estereotipos que habían permanecido inmutables durante mucho tiempo”[95] Revelándonos contra los dictados culturales, “se requiere de una protección contra la tiranía de las opiniones y pasiones dominantes, contra la tendencia de la sociedad a imponer como reglas de conducta sus ideas y costumbres a los que difieren de ellas, contra su tendencia a obstruir el desarrollo e impedir la formación de individualidades diferentes… El principio de la libertad humana requiere la libertad de gustos y de inclinaciones, la libertad de organizar nuestra propia vida siguiendo nuestro modo de ser. No se puede llamar libre a una sociedad, cualquiera sea la forma de gobierno, si estas libertades no son respetadas”[96].  A pesar de que compartimos una biología similar, somos socialmente diferentes. Biológicamente somos parecidos, pero diferentes socialmente. Nuestra biología compartida posibilita nuestra diversidad social. “Debido a que nuestras mentes no ven la realidad de modo idéntico, cada uno de nosotros responde a una situación según la construyamos”[97]
   Libres de los condicionamientos culturales, podremos comprender que los mecanismos sociales están encaminados deliberadamente a que tengamos una visión compartida de las situaciones humanas, que desconocen la pluralidad y las diferencias, para que las personas piensen de acuerdo con el rebaño y se “aclimaten” dentro de él, con el ánimo de que se anule el pensamiento crítico y se desconozcan otras realidades distintas a las que nos imponen dichos mecanismos. “Bajo la justificación de que las sociedades necesitan de mecanismos y procesos que las mantengan unidas, y que preserven el orden social necesario para la convivencia, muchas veces se esconden formas de dominación, manipulación, imperialismo o totalitarismo. Dichos mecanismos y procesos se hacen también presentes en la comunicación y en las relaciones interpersonales. Es así que encontramos contenidos y formas de comunicación que, si bien es cierto contribuyen a mantener también una desigualdad entre hombres y mujeres, y entre adultos y niños, por ejemplo, son sancionadas positivamente por muchos, incluso por aquellos y aquellas que padecen la injusticia, la desigualdad o el mal trato”[98].
   Quienes manipulan los diversos mecanismos socioculturales, tendientes a la homogenización o a la “visión compartida”, generan ambientes inapropiados para que la dinámica comunicativa fluya, por cuanto pretenden “eliminar” las diferencias y que todos piensen y sientan de la misma manera, en aras de favorecer oscuros intereses, generalmente inherentes a las relaciones de poder y de dominación. Por consiguiente, el ser humano en nuestro sistema productor de mercancías, además de estar extraviado en la racionalidad instrumental, viviendo de sucedáneos que lo despersonalizan, lo cosifican y masifican, no se reconoce a sí mismo como un ser diferente, ni reconoce en los demás una condición análoga. Perdido como está dentro de los estrechos límites de su marco cultural, no desarrolla habilidades comunicativas ni es capaz de aceptar, en su mundo anónimo y vacío, que su realidad es distinta de la de los demás, y que en toda praxis comunicativa se tiene que permitir que aflore la realidad de los interlocutores y se les posibiliten espacios para disentir, controvertir, debatir y opinar de manera diferente a como conciben la realidad intrínseca y extrínseca.

  Comunicación y relaciones de pareja
 
Las relaciones de pareja (profundamente condicionadas por las tradiciones, los convencionalismos y las costumbres) y su complejo universo afectivo y comunicacional se ven hondamente condicionadas y afectadas por la concepción que se tiene de ésta en nuestra cultura y los roles genéricos (“formas típicas de comportarse para uno y otro sexo”) que impone la misma. La psicoterapeuta María Consuelo Cárdenas señala que la dinámica de la pareja se ve profundamente expuesta a irreconciliables inconvenientes por la diferencia en la concepción y expectativas que a priori se tienen de ésta; también influyen la resistencia al cambio, el mito de que hay que compartirlo todo, las relaciones de poder, el nivel de entrega, la incompatibilidad en las diferencias en las expectativas de rol y los factores socioeconómicos. Considera que las diferencias genéricas en las expectativas respecto a la relación de pareja obedecen a las socialización de roles que se hace todavía en nuestro contexto sociocultural. Los roles arbitrarios, socioculturalmente establecidos, pretenden que la mujer “sienta” y el hombre “piense”, y encasillar a la mujer en el rol “expresivo” y al hombre en el rol “instrumental”. “Esto limita al hombre en su expresividad, a la vez que dificulta la comunicación con la mujer porque definitivamente su marco de referencia es otro… En nuestro medio parece prevalecer la idea de que cada uno de los géneros, hombre y mujer, le corresponden determinadas expresiones y actividades en relación con el otro. Se sigue suponiendo que la mujer debe expresar sus sentimientos, verbalizar necesidades, y al hombre esto parece estarle negado o al menos limitado… En pocas palabras, todo el terreno de la llamada vida privada sigue siendo responsabilidad fundamental de la mujer, y se asigna al hombre el terreno de lo público. Esta concepción de los roles genéricos lleva implícito un círculo vicioso: mantiene una separación de esferas de vida y de formas de expresión que dificultan la comunicación entre los miembros de la pareja y garantizan, por consiguiente, que nada cambie… en la práctica lo que permite la existencia de la relación de pareja es que cada pareja, cada persona, es única, diferente y construye su propia forma de vivir, y bienvenida sea la creatividad y la iniciativa para hacerlo”[99] La psicóloga plantea la necesidad de cambiar la socialización de roles que nos muestran como seres opuestos y que nos definen como contrarios por siempre. No se trata de invertir los roles del hombre por los de la mujer, pero sí de modificarlos de manera que el otro “no se vea como el opuesto, o el superior o el inferior en una jerarquía, sino como una persona, diferente, por supuesto, pero de igual nivel”[100] Cada vez que surjan conflictos en la pareja por la diferencia de roles, sus integrantes deben estar dispuestos a introducir algunos cambios para encontrar nuevas formas de enfrentarlos y solucionarlos.
   Como quiera que, según la experiencia terapéutica de Cárdenas, muchos de los diversos problemas de pareja tienen su origen en las múltiples diferencias y en la discrepancia sobre los roles adecuados a cada uno de sus componentes, es procedente “enseñar habilidades de comunicación y expresión de todos aquellos sentimientos, creencias, deseos y actitudes que cada cual trae a la relación, para que a través de esta comunicación se compartan las diferencias, que siempre estarán presentes, y que son, precisamente, las que hacen atractiva la idea de establecer una relación con otro porque es distinto y se mantiene diferente, porque si se anula la diferencia ese atractivo dejaría de serlo”[101].
  Las relaciones de pareja, dada la programación cultural “machista” del varón, se tornan un tanto difíciles en el ámbito de la dinámica comunicativa, por cuanto el hombre adopta, en muchas ocasiones, un lenguaje autoritario e intimidatorio. Para que éste propicie de diálogo armónico y participativo, debe conocer la naturaleza femenina, bien diferente a la suya. ¡Qué paradoja! La mujer, un ser profundamente fervoroso y, según una mujer, “religiosa por naturaleza”[102], es víctima de sus creencias. ¿Acaso el mismísimo San Pablo no sentenció como axioma irrefutable que la mujer estará sometida al marido? “Que la esposas se sometan a sus maridos… En efecto, el marido es cabeza de su esposa… cuerpo suyo… Y así como la Iglesia se somete a Cristo, así también la esposa debe someterse en todo a su marido”[103]. Son tan oprobiosos estos axiomas paulinos para la dignidad de la mujer, que, precisamente, un sacerdote, obrando como imprimatur[104], aclara que “entre cristianos no cabe el prejuicio masculino de que hay que someter a la mujer…”[105] En pleno siglo XX cuántas mujeres siguen creyéndose ese cuento tan absurdo e indigno de que “la esposa debe someterse en todo a su marido”. Y pensar que esa doctrina paulina es el dogma “oficial” que se repite en la celebración del matrimonio en los rituales católicos tradicionales. ¿Será que un hombre que siga al pie de la letra el imperativo de San Pablo verá a la mujer como un ser igual y como un interlocutor válido durante un evento comunicativo?
   Como secuela de los absurdos “preceptos sociales” se estableció arbitrariamente cómo debe ser y qué debe hacer la mujer y cómo debe ser y qué debe hacer el varón. Así, debido a estas imposiciones culturales, se configuró a la mujer “como dependiente y sumisa, tierna e intuitiva, débil y temerosa, caprichosa y superficial, voluble e incomprensible”[106]; constituyéndose el mito de lo femenino, contrario a lo viril, “caracterizado por la fuerza y el valor, la inteligencia y la decisión, el dominio, la autoridad, cualidades indispensables para el ejercicio del poder”[107]. Por consiguiente, esta injusta discriminación ha facilitado que el hombre se imponga sobre la mujer atropellando sus derechos y su dignidad humana. Esta oprobiosa realidad no le ha permitido a la mujer buscar su verdad, sino que ha tenido que aceptar la verdad impuesta por el hombre. Las palabras de la investigadora María Luz del Socorro nos invitan a reflexionar:
“(…) Este hecho de juzgar la verdad al contacto con los otros la han llevado muchas veces a adquirir una configuración mental impuesta desde fuera, con criterios universales, elaborados frecuentemente por el hombre. La mujer se ha limitado a las fronteras que le han sido impuestas y ha aprendido la verdad a través de la imagen que se le ha querido comunicar. Esto lo ha asimilado de una manera tan candorosa, que pocas veces intenta recurrir a sí misma para descubrirse plenamente…
…La visión poética que matiza la contemplación femenina, la lleva finalmente a construcciones mentales impregnadas de este sentimiento (debilidad de la especie), impulsándola a desempeñar papeles heroicos tales como el silencio,  el anonimato, la entrega y el pleno sacrificio”[108].

Gustavo Flaubert nos dejó una interesante reflexión en labios de Madame Bovary:
“Un hombre, al menos, es libre; puede recorrer las pasiones y los países, atravesar los obstáculos, gustar los placeres más lejanos. Pero a una mujer esto le está continuamente vedado. Fuerte y flexible a la vez, tiene en contra de sí las molicies de la carne con las dependencias de la ley. Su voluntad, como el velo de su sombrero sujeto por un cordón, palpita a todos los vientos; siempre hay algún deseo que arrastra, pero alguna conveniencia social que retiene”[109].

Daniel López les habla a los hombres a través de la canción Corazón de mujer, interpretada por una mujer. ¡Escúchenlos!
Devuélveme la vida, / no me hagas más llorar; / no sujetes ya mis alas / que hoy quiero volar; / tengo sentimientos, sueños y deseos, / mi voz grita con fuerza ¡libertad!”

  Conclusión
  Para liberarnos de las cadenas de los condicionamientos e imposiciones culturales y poder desarrollar habilidades comunicativas, además de fortalecer nuestro espíritu crítico, iconoclasta, contestatario, anticonvencional, libertario y controversial, se requiere explorar, así sea de manera superficial, las diversas ciencias que se relacionan con el lenguaje y, por ende, con la comunicación, como la sociolingüística (estudio de las interrelaciones entre estructura social y sistema lingüístico), la lingüística (estudio del lenguaje), psicolingüística (estudio del proceso de la adquisición del lenguaje), la neurolingüística (estudio de los mecanismos del cerebro humano que facilitan el conocimiento y la comprensión del lenguaje), la psicología social (estudio de la manera en que las personas piensan unas de otras, se influyen y se relacionan entre sí), la sociología del lenguaje (estudio de los factores socioeconómicos y sociopolíticos que condicionan el lenguaje), la filosofía del lenguaje (estudio del uso y el entendimiento del lenguaje, el significado, la verdad, el aprendizaje y la creación del lenguaje), la semiología (estudio de los sistemas de comunicación dentro de las sociedades humanas), la hermenéutica (arte de interpretar los discursos escritos o hablados), la gramática (arte de hablar y escribir correctamente una lengua), retórica (arte de bien decir, de embellecer la expresión de los conceptos, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover), la dialéctica (arte de dialogar), la lógica (estudio de la rectitud de las operaciones y actos del entendimiento), la quinesia (estudio del lenguaje corporal) y las funciones del lenguaje (representativa o referencial, expresiva o emotiva, apelativa o conativa, poética o estética, fática y metalingüística). ¿Por qué es necesario conocer, así sea de manera somera, estas ciencias relacionadas con el lenguaje? Porque “desde el momento en que estamos dentro del ser-lenguaje estamos siempre acercándonos a la realidad con “prejuicios” que predeterminan la comprensión, que la anticipan”[110]. Los prejuicios son subjetivos, y, como se sabe, la lente de la subjetividad es un espejo deformante. El ideal de la Ilustración (supremacía del poder de la razón) era combatir los prejuicios. “La razón tiene como cometido fundamental ser clarificadora y autoclarificarse: la razón consiste siempre en no afirmar ciegamente lo tenido por verdadero, sino en ocuparse de ello críticamente”[111].
   Todo lo anterior nos llevará a entender que nuestros interlocutores, además de ser emisores válidos, son personas que tienen su particular manera de interactuar y comprender su mundo en una forma muy diferente a la nuestra, pero que es digna de todo nuestro respeto y aceptación. Así no compartamos su peculiar cosmovisión, tenemos el deber de aceptarla; de lo contrario, se presenta una accidentalidad del diálogo, del acto comunicativo. “Los interlocutores son llevados por el diálogo y nunca pueden saber a priori a qué lugar les va a llevar el diálogo ni  donde va a terminar éste. Cuando uno de los interlocutores intenta controlar la conversación lo que hace es acabar con ella”[112] Si somos seres pluriétnicos y multiculturales, nos debe animar el imperativo categórico de reconocer y aceptar las diferencias. “Mientras nos preparamos para jugar, trabajar y vivir con personas cuya cultura y género difieren del nuestro, necesitamos comprender cómo cada uno de nosotros ha llegado a ser quien es. Y al aceptar nuestras diferencias, nuestras sociedades necesitan también abrazar ideales unificadores que los mantengan juntos. Hacerlo así puede finalmente ayudarnos a ampliar nuestros círculos de amor para abarcar no sólo a nuestras familias, vecinos y grupos étnicos, sino a la comunidad humana completa en nuestra nave espacial planetaria”[113]
   Finalmente, convendría reflexionar sobre las palabras de la sicóloga María Luz del Socorro:
   La comprensión de la persona como tal exige de inmediato la comprensión de su devenir, es decir, de su realidad de ser en movimiento, cuya última finalidad es la realización plena de sus potencialidades y de sus aspiraciones”[114].

LUIS ANGEL RIOS PEREA


[1] RODRIGUEZ ALBARRACIN, Eudoro. Introducción al filosofar. Usta, Bogota, 1988, p. 206.
[2] MARQUÍNEZ ARGOTE, Germán y otros. El hombre latinoamericano y su mundo. Ediciones Nueva América, Bogotá, 1986, p.129.
[3] MYERS, David g. Psicología social. McGraw Hill, México, 1995, p. 554.
[4] KELLE, Kovalzan. Materialismo histórico. Ensayo marxista sobre la sociedad. Progreso, Moscú, p. 141.
[5] SAAVEDRA MONTOYA, Nancy. Cultura, comunicación y lenguaje. http://www.monografías.com
[6] SASTRE, Fernando. NAVARRO, Andrea. Qué entendemos por cultura. http://www.monografias.com
[7] MORALES BENITEZ, Otto. Estudios críticos. Plaza & Janes, Bogotá, 1985, p. 233
[8] BONILLA, Ana. Adolescencia, identidad y creación artística. http://www.avizora.com
[9] DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA
[10] Ibídem
[11] Ibídem
[12] CIURANA, Emilio Roger. Ob. Cit.
[13] MARQUINES ARGOTE, Germán. Metafísica desde Latinoamérica. Usta, Bogotá, 1993. P. 77.
[14] NOGUERA SAYER, Leonor. En busca de una vida propia. Planeta, Bogotá, 1995, p. 60.
[15] RAMIREZ, Amarillo. La República de las letras. http://amarilloramirez.blogspot.com.
[16]  DYER W., Wayne. Tus zonas erróneas. http://librostauro.com.ar.
[17] FROTO MADARRIAGA, Germán. Ante el encuentro. http://www.elsiglodetorreon.com.mx
[18] GIOMMI, Roberta. PERROTTA, Marcello. Programa de educación sexual. Everest, León, 1993, p. 8.
[19] VELIZ, Javier. Cazador de unicornios. http://www.javierveliz.com.ve.
[20] FLAUBERT, Gustavo. Madame Bovary. http://www.librodot.com
[21] FROMM, Erich. El miedo a la libertad. Paidós, Buenos Aires.
[22] MARQUÍNEZ ARGOTE, Germán y otros. Ob. Cit.
[23] BARRAGÁN LINARES, Hernando. Epistemología. Usta, Bogotá, 1993.
[24] CRUZ VÉLEZ. Nueva imagen del hombre y la cultura. Págs. 54 y 55.
[25] OSORIO GARCIA, Sergio Néstor. Bioético y pensamiento complejo: un puente en construcción. Universidad Militar Nueva Granada, Bogotá, 2008, p. 109.
[26] Ibídem, p. 110.
[27]  MORENO LOPEZ, Salvador. Ob. Cit.
[28] MYERS, David g. ob. Cit. P. 190.
[29] HESSE, Hermann. El lobo estepario. Alianza editorial, Madrid, 1967.
[30] MORENO LOPEZ, Salvador. Ob. Cit.
[31] DE MORAES, Denis. Hegemonía cultural y comunicación en el imaginario social contemporáneo. http://www.ucm.es/info/especulo/numero35/hegecult.html
[32] CIURANA, Emilio Roger. Ob. Cit.
[33] SAAVEDRA MONTOYA, Alejandra. Ob. Cit.
[34] MENDEZ BERNAL, Rafael. Clásicos del pensamiento resumidos. Círculo de Lectores, 2000, p. 373.
[35] CIURANA, Emilio Roger. Antropología hermenéutica. http://www.fly.uva.es
[36] RESTREPO TRUJILLO, Jorge. Filosofía para profanos. Ariel, Bogotá, 1999, p. 42.
[37] CIURANA, Emilio Roger. Ob. Cit.
[38] Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura Sector de las Ciencias Sociales y Humanas. La filosofía, una escuela de la libertad. UNESCO, edición en español, México, 2011. http//unesdoc.unesco.org.
[39] Sexto Empírico, Adv. math., VII, 65-87 http://www.e-torredebabel.com
[40] ARDILA, Rubén. Síntesis experimental del comportamiento. Planeta, Bogotá, 1993, p. 157.
[41] ESPINOSA, Germán. La aventura del lenguaje. Planeta, Bogotá, 1992, p. 33.
[42] FROMM, Erich. Tener y ser.
[43] ESPINOSA, Germán. Ob. Cit. p. 35.
[44] REDONDO ORNELAS, José Manuel. Las travesuras de Hermes: ¿conocimiento más allá del lenguaje? http://www.revista.unam.mx
[45] ESPINOSA, Germán. Ob. Cit. P. 35.
[46] AGUIRRE ROMERO, Joaquín María. Lenguaje y tópico en la obra de Gustavo Flaubert. http://www.ucm.es
[47] ROY, Louis-Simón. Revisar su condicionamiento cultural. http://www.libro-psicologia.com
[48] PINKAS, Zarko. El profeta iluminado. http://www.lapagina.com.sv.
[49] GONZALEZ ALVARES, Luis José. BELTRAN PEÑA, Francisco. El sentido de nuestra cultura. En El hombre latinoamericano y su mundo. Nueva américa, Bogotá, 1986, p. 130.
[50] Ibídem, p. 131.
[51] DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA.
[52] GONZALEZ ALVARES, Luis José. BELTRAN PEÑA, Francisco. Ob. Cit. p. 131
[53] SASTRE, Fernando. NAVARRO, Andrea. Ob. Cit.
[54] GONZALEZ ALVARES, Luis José. BELTRAN PEÑA, Francisco. Ob. Cit. p. 131
[55] VERGER, Osvaldo. El hombre como animal simbólico en Ernest Cassirer. http://imago-inis.blogspot.com
[56] Ibídem.
[57] Ibídem.
[58] CASSIRER, Ernesto. Antropología filosófica. Fondo de Cultura Económica, México, 1976.
[59] GONZALEZ ALVARES, Luis José. BELTRAN PEÑA, Francisco. Ob. Cit. p. 132
[60] MORRIS, Charles. Lineamientos de una teoría del signo. Losada, Buenos Aires, 1953.
[61] MONZON, Francisco Leonardo. ¿Para qué sirve la semiología? http://codigosbinarios.blogspot.com.
[62] Ibídem.
[63] SASTRE, Fernando. NAVARRO, Andrea. Ob. Cit.
[64] CIURANA, Emilio Roger. Ob. Cit.
[65] GONZALEZ ALVARES, Luis José. BELTRAN PEÑA, Francisco. Ob. Cit. p. 138.
[66] CASSIRER, Ernesto. Ob. Cit.
[67] GONZALEZ ALVARES, Luis José. BELTRAN PEÑA, Francisco. Ob. Cit. p. 138.
[68] CIURANA, Emilio Roger. Ob. Cit.
[69] Ibídem, p. 139.
[70] Ibídem, p. 140.
[71] Ibídem, p. 141
[72] MYERS, David. Ob. Cit. Págs. 186 y 187.
[73] SAAVEDRA MONTOYA, Nancy. Ob. Cit.
[74] RESTREPO RAMIREZ, Luis Carlos. La trampa de la razón. Arango editores, Bogotá, 1995, págs. 45, 46 y 47.
[75] GILARDI POLAR, Hernando. Claves para triunfar en la vida. Fundación Nueva Acrópolis.
[76] DEL SOCORRO, María Luz. Ob. Cit. P. 71.
[77] Ibídem, p. 72.
[78] MYERS, David g. ob. Cit. P. 216.
[79] MANN, Thomas. La montaña mágica. Edhasa, Barcelona, 2002
[80] DE MELLO, Anthony. Autoliberación interior. http:/ www.promineo.gq.nu
[81] HARAMBOURE, María Helena. Aprendizaje vs. Enseñanza. http://construccionanormalidad.blogspot.com/2007/11/paul-watzlawick-el-sinsentido-del.html
[82] FROMM, Erich. El corazón del hombre. Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 135.
[83] DIRKS, Heinz. La psicología descubre al hombre. Ediciones Nacionales, Bogotá, p. 159.
[84] SERRAT, Juan Manuel. Esos locos bajitos.
[85] DEL SOCORRO, María Luz. Mujer, liberación y destino. STVDIVM, Madrid, 1974, p.18 y 19.
[86] DYER W., Wayne. Ob. Cit.
[87] MARTINEZ ECHEVERRI, Leonor y Hugo. Diccionario de filosofía. Panamericana, Bogotá, 1997.
[88] MIERS, David. Ob. Cit. P. 42.
[89] Ibídem, p. 66.
[90] ABELLA, René. Los condicionamientos culturales y religiosos. http://www.culturaespirita.com.
[91] GILARDI POLAR, Hernando. Ob. Cit.
[92] ZULETA, Estanislao. El elogio de la dificultad. Universidad del Valle, 1980.
[93] MORENO LOPEZ, Salvador. Los imaginarios sociales de la comunicación interpersonal. http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n25/smoreno.html
[94] GONZALEZ ALVARES, Luis José. BELTRAN PEÑA, Francisco. Ob. Cit. p. 72.
[95] GIOMMI, Roberta. PERROTTA, Marcello. Ob. Cit.
[96] ACEVEDO LINARES, Antonio. La tolerancia como presupuesto fundamental para la construcción de una cultura de la democracia en América Latina. http://www.monografias.com/trabajos11/tole/tole2.shtml
[97] MYERS, David g. ob. Cit. P. 215.
[98] Ibídem.
[99] CARDENAS SAENS DE SANTAMARIA, María Consuelo. Las relaciones de pareja, la importancia de la diferencia. Uniandes, Bogotá, 1990, p. 36, 55 y 174.
[100] Ibídem, p. 37.
[101] Ibídem, p. 51.
[102] DEL SOCORRO, María Luz. Ob. Cit. P. 27.
[103] SAN PABLO. Carta a los efesios. Cap. 5, ver. 22 y 24.
[104] “Un Imprimatur es una declaración oficial por la jerarquía de la Iglesia Católica de que una obra literaria o similar está libre de error en materia de doctrina y moral católica, y se autoriza por lo tanto su lectura por los fieles católicos”. http://www. es.wikipedia.org.
[105] SANCHEZ B., Manuel. Arzobispo de Concepción (Chile). Sagrada Biblia Latinoamericana. Edición familiar. C. D. Stampley Enterpriss, Charlote (USA), 1991, p. 290 (Nuevo Testamento).
[106] PALACIOS, Martha Lucía. El sexo en los adolescentes. Editora Cinco, Bogotá, 1986, p. 11.
[107] Ibídem.
[108] DEL SOCORRO, María Luz. Ob. Cit. P. 21 y 22.
[109] FLAUBERT, Gustavo. Madame Bovary. Oveja Negra, Bogotá, 1982.
[110] CIURANA, Emilio Roger. Ob. Cit.
[111] Ibídem.
[112] Ibídem.
[113] MYERS, David g. ob. Cit. P. 187.
[114] DEL SOCORRO, María Luz. Ob. Cit. P. 93.