jueves, 16 de junio de 2011

LAS CASAS VIEJAS

Ahí están. Uno las ve y siente profunda nostalgia al verlas. Se ven tan imponentes y silenciosas; resistiendo, hasta donde pueden, el inexorable transcurrir del tiempo. Las hay en los pueblos y en los campos. Algunas tienen cincuenta, cien, doscientos y hasta más años. En pie soportan estoicas el azote del viento, la inclemencia del sol, la pertinaz lluvia y hasta la destructora mano del hombre. En su interior guardan secretos.  Con ojos y oídos invisibles han visto y oído deambular, en silencio, gritando, riendo, llorando o cantando, a sus ocasionales moradores. Todo el acontecer desarrollado en sus entrañas lo han percibido con sus ocultos sentidos. Mudas e impasibles han presenciado nacimientos y muertes. Dentro de ellas el ser humano ha amado, odiado, discutido, pensado, descansado, mimado, acariciado, abrazado y hasta golpeado.

En el pueblo están una junto a la otra y en el campo están solas. Cubren su rostro con colores, en los que predomina el blanco, con el propósito de parecer más hermosas, pero la acción devastadora del tiempo, poco a poco, las va dejando sin su máscara. Entonces, el hombre vuelve a colocarles caretas para que rejuvenezcan. Y así, a través de una dinámica constante, éste intenta (¿en vano?), no sólo pintarlas sino reparar su techo, sus paredes, sus muros, sus puertas y sus ventanas.

Sin decirles adiós a los que parten y saludar a los que llegan, han sido el puerto donde unos vienen y otros se van. Algunos se han ido para siempre por su propia voluntad y otros en brazos de la muerte. Cuando una familia las abandona, otra llega en su lugar. Muchas se han quedado solas, y paulatinamente se han ido deteriorando hasta caerse y terminar en ruinas. Sobre éstas, en donde otrora vivieran personas, hogaño crece la maleza.

El tiempo pasa, las personas nacen y mueren, pero ellas, así sea en ruinas, prosiguen incólumes allí donde la paciente labor de nuestros antepasados las edificaron. Durante algunos años más, resistiendo la arrolladora influencia de las nuevas tecnologías en construcción de modernas y funcionarles viviendas, continuarán existiendo, guardando secretos y escribiendo historias, las casas viejas. 


miércoles, 15 de junio de 2011

JOSE ASUNCION SILVA FUE GENIAL HASTA EN SU NOVELA



Cuando oí por primera vez, desde hace mucho tiempo, sobre la existencia de una novela (De Sobremesa) del poeta José Asunción Silva, en mi concepto el mejor poeta colombiano, pensé que debía tratarse de una novela del montón; por eso no me motivé por leerla. Pero, tiempo después, por casualidad llegó a mis manos esa novela. La leí, y ¡qué sorpresa!: se trata de una de las mejores obras que se hayan escrito. No era para menos: si Silva fue un excepcional lírico, tendría que ser igual como narrador. Su profundo contenido filosófico y psicológico me impactó y me afectó hondamente. La obra es un llamado a la reflexión, al cuestionamiento personal, donde surge el eterno dilema entre los sueños o la acción, los ideales o lo pragmático.

De Sobremesa no es una novela convencional. En ella no se encuentran los elementos tradicionales de la novela. Se trata de una especie de diario, de unas memorias, de una autobiografía, de un relato poético, político, psicológico y filosófico. Se podría decir que es simultáneamente novela y diario, historia y ficción, memoria y tratado. Es una obra politextual y heterogénea. La obra es un testimonio valioso del estado espiritual y crítico de su contexto. Al igual que Dolores Jaramillo, considero que “la novela  diario, confesión íntima, o novela  ensayo, se arma con piezas diferentes, textos breves y largos, diálogos, testimonios, confesiones, reflexiones filosóficas, digresiones estéticas, comentarios críticos, conversaciones de experiencias vividas y leídas. La diversidad textual, la fragmentación y la movilidad espacial le otorgan a la novela un carácter moderno y vanguardista” (De Sobremesa y la estética de la lectura).

Independientemente de que ésta sea o no sea una novela, lo importante es que le sirvió a José Asunción Silva como vehículo para expresar sus ideas políticas, filosóficas, psicológicas y arremeter en contra de la sociedad y del contexto de su tiempo y plantear sus puntos de vista sobre la realidad, el amor, la locura, la vida hedonista y disoluta, el matrimonio, la vida y la muerte, el amor ideal… y hasta el sinsentido de la existencia.

Sin duda alguna, Silva debió ser un depurado intelectual, un autodidacto consumado y un insuperable lector. Conocía perfectamente la psicología de su tiempo y sus ojos y su intelecto se deleitaron con la filosofía y la literatura anterior a él. Había entrado en contacto con algunos músicos, pintores, artistas y poetas contemporáneos. Según Dolores Jaramillo, Silva fue un lector en la perspectiva de la modernidad, de una infinita cantidad de temas, de un amplísimo interés intelectual. “Un poeta que se inspira en otros “textos” más que en la “naturaleza” y que busca en la lectura una forma de vida, una actividad estética que se convierte en característica textual fundamental en la modernidad”.

A pesar de que su “narrativa” no es cautivadora, debido a que en la obra no se sigue un hilo coherente, se trata de un extraordinario texto, adornado por la magia embrujadora del lenguaje tropológico y las figuras retóricas, rico en reflexiones filosóficas y, principalmente, en la profunda exploración del alma humana. José Fernández, con sus vivencias, lo inquieta, lo cuestiona y conmueve a uno como lector atento. Se nos presenta el dilema: vivir de manera disoluta o encontrar y cultivar el amor. Silva, a través de José Fernández nos llama a vivir la vida plenamente, para no morir sin haber vivido.

Helena es un ser ideal (creación de José Fernández), adornada con todas las virtudes de la mujer sacralizada por los prerrafaelistas (grupo de pintores, poetas y críticos ingleses del siglo XIX que reaccionaron contra la burguesía victoriana y su arte academicista produciendo obras cargadas de religiosidad y fervor, inspirados en la pintura anterior a Rafael y en el espíritu romántico de la escuela nazarena, pretendiendo restaurar la pureza medieval en el arte cristiano). Es un ser omnisciente, etéreo, imperecedero, atemporal e imaginario. ¿Por qué un hombre disoluto y mujeriego se enamoró de manera tan obsesionada de una mujer que no era más que un ideal? ¿Es tanto el poder de seducción y la atracción de una joven o de la imagen de mujer, supuestamente hermosa, para llevar a un “dandy”, a un “donjuan”, a tan lamentable estado? Su obsesión lo llevó a idealizarla, a sublimarla, a “endiosarla”, a sobredimensionarla, y a perder el horizonte de su “plan”, de su cotidianidad hedonista y disoluto, de su existencia… José Fernández fracasó en sus proyectos, ya que fue incapaz de realizar su programa político y de establecer una relación amorosa trascendental.

Silva, con su personaje José Fernández representa al intelectual decadente que percibe en la sociedad un proceso de descomposición. De Sobremesa examina el esfuerzo del intelectual por sobrepasar su desengaño y por apoderarse de una nueva autoridad en nombre de la literatura que le permita tratar los innumerables asuntos preocupantes del día.

Para muchos críticos literarios, José Fernández y Andrade de Sotomayor podría ser el mismo José Asunción Silva. Es posible que esto sea cierto, pero también podría ser falso. Lo que sí se puede colegir, a juzgar por las breves biografías y reseñas sobre Silva, éste, al igual que José Fernández, era un ser complejo y paradójico, atormentado y agobiado por la carga existencial. Su pesimismo y misantropía se evidencian en su poema El mal del siglo: “Un cansancio de todo, un absoluto / desprecio por lo humano… un incesante / renegar de lo vil de la existencia / digno de mi maestro Schopenhauer, / un malestar profundo que se aumenta / con todas las torturas del análisis”.

Admiro tanto en el autor como en el personaje la actitud crítica, anárquica, nihilista, iconoclasta, anticonvencional, sibarita y hedonista. Silva crea a su personaje (José Fernández y Andrade de Sotomayor) con la visión filosófica de Nietzsche. Fernández parece convencido por las ideas de Nietzsche que rechazan como eternas las estructuras de creencias dominantes. Los dos, fieles discípulos de Nietzsche y de los simbolistas, estaban “más allá del bien y del mal”, con lo cual se rebelaron contra los inflexibles esquemas y paradigmas de la decadente moral victoriana.

Dentro de los temas fundamentales de De Sobremesa destaco los siguientes:

  1. El amor idealizado
  2. La vida hedonista
  3. El ansia de saber y de poder político
  4. La decadencia de la sociedad de finales del siglo XIX
  5. El sinsentido de la vida
  6. El espíritu del superhombre nietzscheano
  7. El dilema entre los sueños o la acción
  8. La lucha del instinto y los raciocinios
  9. El misántropo y el sibarita
  10. El conflicto entre los ideales y el pragmatismo
  11. El erotismo como estética
  12. El adulterio
  13. La ansiedad y la angustia
  14. La obsesión amorosa
  15. El rechazo al romanticismo
  16. La pretensión de lograr afinidad entre la vida y el arte
  17. El “dandy” decadente
  18. La búsqueda obsesiva de Helena, el amor ideal
  19. La hartura de la saciedad de los sentidos y del intelecto
  20. Los problemas relacionados con la modernidad

Comparto la propuesta de Dolores Jaramillo, en cuanto plantea que De Sobremesa es sobre todo una novedosa propuesta de escritura y de lectura. “La escritura del poeta moderno surge de la lectura y no de la inspiración como lo creyeron los románticos. El poeta comenta lo leído y son la lectura y sus resonancias, las que conforman la creación literaria. Poesía, ciencia e historia se integran en el diario, que es la relación personal de un intelectual sensible, de un poeta lector con la escritura fundamental de su tiempo, con la producción literaria y el pensamiento iniciado en Europa por los simbolistas y decadentistas en contraposición a los románticos y realistas. Dice David Jiménez: Leer es entonces, prioritariamente, una actividad estética. Pero a su vez, esta concepción de la lectura implica nuevas exigencias al lector, un nuevo tipo de lector que, para Silva, era imposible encontrar en su medio. José Fernández dice que cuando escribir es sugerir, el lector debe ser también un artista... el poeta es, ante todo, un lector. Es poeta porque lee poesía. La inspiración viene del libro: éste ha sustituido a la musa clásica y a la musa romántica.

Los modernistas, como lectores modernos buscan las tradiciones ideológicas y estéticas ! más universales. Lector moderno significa lector de muy diferentes tradiciones, lector del arte nuevo y las nuevas ideas, lector con una nueva sensibilidad afinada como la del artista y lector de las contradicciones intelectuales de su tiempo.

 Un tema señalado con amplitud por los estudios sobre el modernismo es el del nuevo lector artista buscado por Silva y los escritores finiseculares. Silva plantea el concepto de “lector artista” para caracterizar al lector de finales del siglo XIX que comprende y vive la obra, se compenetra con los conflictos planteados y es, como el escritor, un creador, un artista con el que se comunica el poeta, un receptor imaginativo y sensible.

 Si la lectura se concibe como una actividad estética, la novela moderna se entiende como un espacio narrativo diverso y múltiple, como una nueva práctica textual, determinada por los nuevos cánones simbólicos, lingüísticos y estilísticos. En De sobremesa se hace referencia a muchas lecturas y la escritura es una continua alusión y evocación de la literatura y del mundo de la cultura.
 Desde el comienzo de la novela, Silva nos muestra el seguimiento y las múltiples relaciones de las lecturas selectas que rodean la vida del protagonista. Lecturas literarias, filosóficas y artísticas y abundantes referencias cultas se enhebran en el texto dándole un carácter dialógico.

 José Fernández es un poeta lector lo mismo que lo fue Silva; un lector en la perspectiva de la modernidad, de una infinita cantidad de temas, de un amplísimo interés intelectual. Un poeta que se inspira en otros “textos” más que en la “naturaleza” y que busca en la lectura una forma de vida, una actividad estética que se convierte en característica textual fundamental en la modernidad.

 Citas y alusiones a Homero, Esquilo, Dante, Shakespeare, Poe, Goethe, Shelley, Mallarmé, Baudelaire, Verlaine, Rossetti, Leopardi, Swinburne, Victor Hugo, Balzac, Tolstoi, Wagner, Bach y Beethoven, María Bashkirtseff y D'Annunzio, entre otros muchos, se acumulan en las páginas de De sobremesa. El texto es una relectura de muchas obras artísticas que se rememoran a través del relato literario. En este juego de intertextualizaciones de diversa índole, parece que José Fernández nos llevara “de la mano” por las lecturas que más le gustan e interesan. De lo clásico a lo moderno, del romanticismo heroico al confinamiento del arte por el arte…

 Así, la literatura, la filosofía o la música son formas expresivas que precisan emociones o ideas al lector y del lector, y son un alimento e impulso necesario y fortificante para el poeta. Las reflexiones de José Fernández sobre el Diario de María Bashkirtseff también muestran la importancia de recoger “impresiones” y “sensaciones” a través de las lecturas, más que “ideas”. El Diario, dirige al lector moderno hacia las imágenes que transcriben emociones y estado de ánimo intensos.

 De sobremesa presenta relación con muchos textos literarios  especialmente europeos  de la época: Valencia señaló hace ya casi un siglo la conexión con el personaje y la vida de Des Esseintes de la novela À rebours de Huysmans, El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, la figura, y sensibilidad exacerbada de María Bashkirtseff y el Monsieur de Phocas de Jean Lorrain. Estas nuevas novelas manifiestan los ideales fundamentales del intelectual y del artista finisecular, su modo de vida y sus más íntimas aspiraciones. La crítica más reciente ha señalado otras conexiones con Proust, Poe y Yeats”.


LUIS ANGEL RIOS PEREA

martes, 7 de junio de 2011

AMAR MÁS ALLÁ DE LA APARIENCIA




 


Cuando uno “conoce”[1] a otra persona, solamente la “conoce” en apariencia, porque sólo ve su apariencia física; y esa apariencia le agrada o le desagrada. Si le agrada, es posible que empiece por una “amistad” y luego se enamore. Pero si se enamora, solamente lo está haciendo de su apariencia, de lo que los sentidos pueden percibir de ella, y, como sabemos, los sentidos nos engañan… “En las manifestaciones de vida lo sensorial está condicionado por los intereses, que generan engaños y alteran nuestra interpretación… Lo que surge de la vida diaria se halla bajo el poder de los intereses”[2]. El filósofo Edmundo Husserl sostiene que el mundo nunca se da completamente en la percepción; sólo se da en partes, es decir, sólo se alcanza a percibir una parte del mundo y las cosas. Según Erich From, el conocimiento empieza con la conciencia del engaño de lo que perciben nuestros sentidos en el sentido de que nuestro panorama de la realidad física no corresponde a lo que "realmente es" y, principalmente, en el sentido de que la mayoría de la gente está semidespierta, semidormida, y no advierte que la mayor parte de lo que cree verdadero y evidente es una ilusión producida por la influencia sugestiva del mundo social en que vive.  Así pues, el conocimiento empieza con la destrucción de las ilusiones, con la desilusión. Conocer significa penetrar a través de la superficie, llegar a las raíces, y por consiguiente a las causas.  Conocer es "ver" la realidad desnuda, y no significa poseer la verdad, sino penetrar bajo la superficie y esforzarse crítica y activamente por acercarse más a la verdad[3]. Y se halla bajo este poder porque los seres humanos nos movemos por el principio de finalidad. Por el principio de finalidad, toda agente actúa por un fin. “Todo agente obra por un fin (todo lo hecho es hacia el fin) indica todos los fines, pero sobre todo el fin último, porque lo hecho se termina verdaderamente con el fin último, por lo demás todos los fines se requieren como medios para el fin último”[4].

De esa apariencia nos ilusionamos y nos “embobamos”; en términos coloquiales: nos “tragamos”. La fuerza y el ímpetu de nuestras emociones desbordadas así nos lo imponen. Eso de enamorarnos no es indebido, porque tenemos necesidad de dar y recibir afecto, toda vez que poseemos una dimensión afectiva.  ¡Dichoso aquel que se enamora! Estar enamorado es la experiencia más maravillosa que existe. ¿Pero qué ocurre cuando nos quedamos enamorados de la sola apariencia? Complicaciones, dolor y sufrimiento. ¿Por qué? “Engolosinados” con la apariencia: sonrisas, gestos, miradas, ademanes, gracia, desparpajo, espontaneidad, atenciones, locuacidad, detalles, cuerpo atlético, pectorales prominentes, “curvas” sensuales, dentadura impecable, porte, elegancia, encantos, fama, “belleza”, poder, éxito, riqueza, atributos físicos, silueta apolínea, etc., no exploramos la compleja psiquis del ser amado. Nos contentamos con su mundo externo y no profundizamos en su intrincado mundo interno, no buscamos su esencia, su ser auténtico. No ahondamos en su universo emocional, afectivo, social y relacional.

¿Acaso nos adentramos en su mundo emotivo? ¿Preguntamos qué le gusta o qué le disgusta? ¿Cómo concibe el amor? ¿Cómo vivencia las relaciones afectivas? ¿Confrontamos su sentir y su hacer? ¿Establecemos si es consecuente con sus expresiones y sus acciones? ¿Indagamos por sus metas, sus sueños y sus aspiraciones? ¿Inquirimos sobre su historia personal? ¿Exploramos sus dimensiones personales de comunicación, compromiso, libertad y afrontamiento? ¿Nos adentramos en su manera de percibir, interpretar y sistematizar la realidad y su realidad? ¿Sabemos cuál es su concepción sobre el amor, el respeto, la libertad, la justicia, la verdad y la belleza? Si una persona, en su sistema de valores, tiene estos principios como los más importantes en su jerarquía de los valores,   ama sinceramente, no es desleal, valora su libertad y respeta la de los demás, no comete injusticias, será veraz y buscará siempre obrar bien o correctamente. ¿Averiguamos si sabe dónde está, para dónde va y qué quiere hacer con su vida? Estas y otras aristas forman parte de su esencia, de su ser auténtico; de ese ser que no se encuentra en su apariencia, en lo que captamos con los sentidos. Si las personas se tomaran el tiempo para explorar el intrincado universo interno de la persona de la que se enamoran, ¡cuántos inconvenientes se evitarían…! Cuando empiezan a descubrir ese universo, y si con esa esencia se hacen daño, ya es tarde porque están enamorados hasta la médula y su nivel de enamoramiento es muy profundo, o en palabras más castizas están bien “tragados”, y desenamorarse tiene sus complicaciones que no están exentas de dolor y sufrimiento. No podemos ignorar que el enamoramiento es un proceso alienatorio, en el cual uno se pierde en el otro. “Ha dejado de ser una persona activa que siente; se vuelve un adorador enajenado de un ídolo, y se siente perdido cuando no está en contacto con su ídolo”[5].

Es necesario ahondar en el comportamiento de la persona de la que nos vamos a enamorar. En la conducta humana, además del código moral, la conciencia ética, la jerarquía de sus valores, los niveles de conciencia y la salud emocional, también influyen la estructura superior de la personalidad (inteligencia y voluntad), el fondo endotímico (estados de ánimo, vivencias emocionales, instintos y tendencias) y el fondo vital (sistema óseo, muscular, endocrino, nervioso, sensorial, digestivo, excretor, reproductor, respiratorio y circulatorio). Todo esto tiene que ver con la estructura biopsíquica de la persona, es decir, con lo afectivo (emociones: pasiones y sentimientos), intelictivo y volitivo. El obrar humano no es sólo inteligencia y voluntad: también es sentimiento, y muchas veces predomina el sentimiento (“el corazón”) sobre el entendimiento, porque “el corazón tiene razones que la razón no conoce o no entiende”[6].
Según Sigmund Freud, el fundamento de la conducta humana se ha de buscar en varios instintos inconscientes, llamados también impulsos o pulsiones. Estos son el Instinto o pulsión de Vida (Eros) y el Instinto o pulsión de Muerte (Tánatos). El primero se relaciona con el hambre, la sed, la genitalidad y la autopreservación. El segundo son las tendencias suicidas y autodestructivas, agresividad o guerra. El hombre tiene innata inclinación “hacia lo malo, a la agresión, a la destrucción y con ello también a la crueldad”[7]. La tendencia agresiva  del hombre “es una disposición instintiva innata y autónoma del ser humano[8]”, y constituye un obstáculo cultural. La cultura es un proceso puesto al servicio del instinto de vida, “destinado a condensar en una unidad vasta, en la Humanidad, a los individuos aislados, luego a las familias, las tribus, los pueblos y las naciones… Esta lucha es, en suma, el contenido esencial de la misma, y por ello la evolución cultural puede ser definida brevemente como la lucha de la especie humana por la vida”[9]. El instinto de muerte o de destrucción nos expresa que “la persona no es un ente enteramente amable, calmo, sino que posee un cierto grado de agresividad, utiliza a su prójimo como un medio de descarga provocando ciertas perturbaciones en los vínculos respectivos”[10]. Estos instintos nos permiten comprender por qué una persona, después de amar, odia, o expresa estos dos sentimientos de manera casi simultánea.

Los instintos, que predominan en la conducta humana, son “patrones innatos de comportamiento determinados biológicamente”[11] que se deben tener en cuenta al momento de elegir la persona de la cual proyectamos enamorarnos. Lo instintivo es autógeno en el ser humano, es decir, originado por sí mismo. En concepto de Heinz Dirks, “su aparición no depende de que lo queramos o no”[12]. “Los instintos son las fuerzas que actúan tras las tensiones causadas por las necesidades del ello. Son esencialmente conservadores ya que, de todo estado que un ser vivo alcanza, surge la tendencia a restablecerlo en cuanto haya sido abandonado”[13]. Los instintos son concebidos como “una inclinación innata que conduce a la conservación de la existencia y de modo de vida”[14]. Los investigadores científicos los agrupan en diversas clasificaciones, entre las que se destaca la de Huber Rohracher[15]: vitales, sociales, de placer y culturales. Los instintos se constituyen en el motor del pensamiento y de la acción.

En el comportamiento humano también influyen las estructuras o instancias psíquicas de la personalidad: el Ello (Id), el Yo (Ego) y el Superyo (Superego). El Ello (el inconsciente) es el potencial de energía usado para satisfacer necesidades, creadas por el instinto, sin tener en cuenta los efectos que pueda producir. El Yo (la conciencia) es la estructura consciente encargada de controlar los actos instintivos (al Ello) de acuerdo con la moral. El superyo (la conciencia moral) corresponde al yo como energía disciplinada por la moral y la autocrítica (la conciencia). El superyo está destinado a vigilar los actos y las intenciones del yo, juzgándolos y ejerciendo una actividad censoria. “Éste es quien determina la conciencia moral con la cual el individuo rige sus actos, ya que el hombre no posee como capacidad innata la posibilidad de diferenciar el bien del mal; sino que la cultura dictamina esos principios”[16]. Una persona que tiene un Yo débil no puede controlar al Ello, y actúa instintivamente y, por ende, agresivamente.

Para Freud, los siguientes factores ejercen gran influencia en el comportamiento y en el desarrollo psíquico: *La importancia de la vida afectiva, de la vida de los instintos. *El papel que juegan los fenómenos psíquicos inconscientes. *La existencia del conflicto psíquico y de la represión. *Los síntomas patológicos como sustitutos de satisfacciones reprimidas. *La importancia de las relaciones afectivas durante la infancia. Con fundamento en lo anterior, Freud concluye que el mundo psíquico no coincide con lo inconsciente; el inconsciente reprimido se manifiesta a través de los órganos físicos; y para obtener una mejoría es necesario vencer la resistencia inconsciente.

El brillante sicólogo y sociólogo alemán, Erich Fromm, conocido como el “sicoanalista de la sociedad moderna”, siguiendo los planteamientos freudianos, señala que, si no logramos superar la simbiosis incestuosa o la fijación incestuosa a la madre, tenemos dificultades para relacionarnos con los demás, específicamente en el caso de los hombres en sus interrelaciones con las mujeres, debido a sus conflictos emocionales y síntomas neuróticos. Sobre los hombres que sufren la patología de la fijación incestuosa a la madre (lo que Freud planteó como el Complejo de Edipo[17]), Fromm afirma lo siguiente:

Estos individuos necesitan una mujer que los consuele, que los ame, que los admire; quieren ser mimados, alimentados, cuidados. Si no obtienen este tipo de amor tienden a sentirse ligeramente angustiados y deprimidos. Cuando esta fijación en la madre es de ligera intensidad, no dañará la potencia sexual o afectiva del individuo, ni su independencia e integridad. Hasta puede sospecharse que en la mayor parte de los hombres queda algo de esta fijación y el deseo de encontrar algo de la madre en una mujer. Pero si la intensidad de este vínculo es grande, suelen encontrarse ciertos conflictos y síntomas de carácter sexual o emocional…

En este nivel de fijación en la madre el individuo no desarrolló su independencia. En sus formas menos graves es una fijación que siempre hace necesario tener a mano una figura maternizante, que espera, que formula pocas exigencias o quizá ninguna, una persona con la cual puede contarse incondicionalmente. En sus manifestaciones más graves, podemos encontrar un individuo que, por ejemplo, elige una esposa que es una austera figura materna; se siente como un prisionero que no tiene derecho a hacer nada que no sea en servicio de la esposamadre, que está constantemente temeroso de ella, por miedo a que se encolerice. Probablemente se rebelará inconscientemente, después se sentirá culpable y se someterá del modo más obediente. La rebelión puede manifestarse en infidelidad sexual, en estados de ánimo depresivos, en explosiones súbitas de cólera, en síntomas psicosomáticos o en un obstruccionismo general. Este individuo también puede sufrir graves dudas en cuanto a su virilidad, o perturbaciones sexuales tales como impotencia y homosexualidad…

En la medida en que el individuo no se ha desprendido plenamente del vientre o del pecho de la madre, no es libre para relacionarse con otros ni para amarlos…

¿No demostró el psicoanálisis que un individuo que no resolvió nunca su dependencia respecto de la madre carece de capacidad para actuar y decidir, que se siente débil y en consecuencia se ve obligado a una dependencia cada vez mayor de figuras madres, hasta que llega al punto del que no hay regreso? ¿No demuestra el análisis marxista que una vez que una clase —tal como la clase media baja— perdió fortuna, cultura y función social, sus individuos pierden la esperanza y regresan a orientaciones arcaicas, necrófilas y narcisistas?”[18].

Así mismo, el escritor Alexander McCall Smith precisa que:

Que un hombre con un ego  frágil, poco seguro de sí mismo, utilizará a una mujer como medio para combatir su inseguridad. Uno que sepa quién es y esté seguro de su sexualidad, mostrará sensibilidad hacia los sentimientos  de una mujer, no tendrá que demostrar nada”[19].

En el comportamiento humano o en los actos humanos también influyen los trastornos de personalidad, como el esquizoide, paranoide, narcisista y antisocial. Estos son problemas en los cuales las formas inflexibles y anormales de pensamientos y conducta ocasionan sufrimiento y conflicto.
Las bases biológicas o la conformación biológica (conductas, estados de ánimo, motivaciones, percepciones, sentimientos, pensamientos, memoria y actividades biológicas) igualmente determinan nuestro comportamiento, y éste no podría ser comprendido de manera amplia si desconocemos los fundamentos del cerebro y del resto del sistema nervioso.  El comportamiento humano recibe influencias de los agentes socializadores: la familia, la escuela, la sociedad, los medios de información y la religión.
 ¡Quién lo creyera! Hasta los parásitos influyen en el comportamiento. “Los pacientes con uncinariosis severa adquirida desde la niñez, presentan franco retardo en el desarrollo mental y físico, retraso en el desarrollo sexual y alteraciones de la conducta, que se expresan con neurosis de ansiedad e irritabilidad. Los casos avanzados presentan gran debilidad, pérdida de fuerza para el trabajo, palpitaciones, disnea, cefalea, lipotimias, parestesias, anorexia y algunas veces geofagia…”[20].

La mayoría de las personas se enamoran de la apariencia y no de la esencia de la persona. ¿Por qué? No conocen el arte de amar y, sobre todo, no piensan; desconocen que pensar la vida es nuestra tarea. Si uno no reflexiona, no medita, no analiza y no pregunta, o sea, no piensa, debe atenerse a las consecuencias, y en el enamoramiento éstas son graves.

Esa ausencia de la actitud existencial reflexiva, del razonamiento analítico, del pensar, y esa falta de inteligencia emocional, de dominio (no de represión) de las pasiones, de armonizar sentimientos y razón, constituyen el óbice para que no se explore el universo intrínseco de la persona que nos encanta. En la psiquis de esa persona, como en la de cualquiera otra, existen, inquietos, indómitos, dinámicos y dialecticos, diversos instintos, pasiones, sentimientos, imposturas, ocultos deseos, temperamento, carácter, traumas, manías, fobias, inmadurez, instintos de vida (amor, bondad) y de muerte (odio, destrucción, maldad), necrofilia (amor a la muerte), narcisismo, simbiosis incestuosa, lucha entre el cordero y el lobo, entre el hombre y el lobo, entre el bien y el mal… El ser humano está compuesto de múltiples naturalezas, es una “cebolla” compuesta de muchas capas, un tejido de muchos hilos… El mundo interior de cada persona no es una unidad, “sino un mundo altamente multiforme, un pequeño cielo de estrellas, un caos de formas, de gradaciones y de estados, de herencias y de posibilidades”[21]. Como cuerpo, cada ser humano es uno; como alma, jamás. La personalidad es como un cubo. “Hay una cara que podemos ver todos (la de encima); caras que pueden ver algunos y otros no, y si nos esforzamos podemos verlas también nosotros mismos (las de los lados); una cara que sólo vemos nosotros (la que está frente de nuestros ojos); otra cara que oculta a todo el mundo, a los demás y a nosotros mismos (la cara en la que el cubo está apoyado)”[22].

Si no exploramos en ese complejo universo intrínseco, profundo, recóndito, allende de nuestros sentidos y de nuestras percepciones, ¿entonces cómo nos vamos a enamorar de la totalidad del ser que conforma a una persona? ¿Enamorarnos sólo de su apariencia? Esa es la consecuencia de tanta incomprensión, intolerancia, desconocimiento del respeto por las diferencias, celos, tragedias pasionales, violencia de acción y de alusión, manipulación, posesividad, dolor y sufrimiento. ¿Entonces de qué se lamentan si luego descubren que “no es la misma persona de la cual se enamoraron”? ¡Claro que no es!; la apariencia es cambiante, dinámica, contradictoria, evanescente, pasajera. Lo único permanente y que no cambia es la esencia de cada ser humano, su ser auténtico, su naturaleza intrínseca, por cuanto proviene de todo un acervo de patrones fisiológicos, psicológicos, culturales, ambientales y de socialización.

El enamorado que no se atreve a profundizar en la complejidad de las dimensiones del ser personal del “ser amado”, como el compromiso, el afrontamiento y la levedad, se encuentra con grandes dificultades para comprenderse, comprender a la persona que ama y evitar dolor y sufrimiento. La levedad, por ejemplo, nos muestra a una persona veleidosa, inconstante. Levedad es facilidad y ligereza excesiva para mudar de opinión, de pensamiento, de amigos, de aficiones, de conductas, etcétera; nos muestra a determinada persona como un ser inconsistente, veleidoso o caprichoso que cambia sus estados de ánimo sin causa o fundamento; levedad es sinónimo de inconstancia, que es aquella actitud en la que una persona muda con facilidad de pensamientos, o de liviandad como cualidad de liviano, cuando se dice que una persona  es informal y ligera en su relación con los demás. Si no se profundiza en estas aristas intrínsecas del ser del cual nos enamoramos, ¿cómo pretendemos ilusamente que no nos hagamos daño en nuestra relación afectiva con los demás? Después nos desesperamos inútilmente buscando quietud en los seres inquietos… Para saber bien las cosas no basta con haberlas aprendido.

Además de la levedad, al ser humano lo caracteriza su disposición intrínseca y cultural para mentir. Si tenemos en cuenta que la mentira es una forma de supervivencia, que, en ocasiones, nos resulta provechosa, acudimos a ella cuando necesitamos que esté al servicio de nuestros intereses o conveniencias. Pareciere que las mentiras fueren inherentes a la condición humana. “Las mentiras, pequeñas y grandes, constituyen el lubricante de nuestra vida social”[23]. Nuestra cultura se construyó sobre mentiras. ¿Acaso no es una falacia afirmar que “Dios le dictó las tablas de la ley a Moisés? ¿O que Alá le “dictó” el Corán a Mahoma? ¿Y qué decir de la “historia” de Adán y Eva y otros relatos bíblicos? “¡Por qué la humanidad habrá tomado tan en serio las afecciones cerebrales de sutiles enfermos!”, sentenció Nietzsche[24]. Y de las mentiras históricas, ¿qué? Si nuestra civilización se ha construido sobre mentiras, ¿entonces por qué pensar ingenuamente que las personas no vayan a mentir? ¡Claro que mienten cada vez que les resulte de utilidad! El conocido médico Gregory House afirma que “todo el mundo miente”[25] El brillante intelectual colombiano Fernando Vallejo plantea que la capacidad de mentir es la esencia del ser humano. “El ser humano es una bestia bípeda entrenada… para mentir en las formas más sutiles, de las cuales hoy por hoy es la palabra y las ecuaciones”[26] El jurista Francesco Carrara afirmó que “de labios infames mal puede esperarse la verdad”. Fedor Dostoievski sentenció que no podemos imaginar hasta qué punto somos capaces de mentir. “¿Cree usted que me irrito porque dicen mentiras? ¡No! ¡A mí me gusta que mientan! Mentir es el único privilegio del hombre frente a las instituciones. ¡Quién miente llega a la verdad! Por eso soy hombre, porque miento. No se ha llegado a ninguna verdad sin haber mentido antes unas catorce veces, y quien sabe si ciento catorce, y eso es honroso a su modo. ¡Pero nosotros ni siquiera sabemos mentir por inspiración propia! Miente todo lo que quieras, pero miente por ti mismo, y entonces te cubriré de besos. Mentir según dicta el ingenio propio es casi mejor que decir la verdad de otro. En el primer caso, se es persona; ¡en el segundo, un loro!”[27]. ¿El ser humano es, por naturaleza, un ser falaz? ¡He ahí la cuestión!

Por consiguiente, debemos ser conscientes de que la persona de la cual nos enamoramos, en cualquier momento de la relación, incluso antes de  iniciarla, nos puede mentir. Las conocidas y mecánicamente repetidas expresiones como “Te amo con toda mi vida”, “Te amaré siempre”, “Jamás te olvidaré”, “Sin ti me moriría”, “Te amaré toda la vida”, “Sin ti no podría vivir”, “Eres el aire que necesito para respirar”, etcétera, ¿acaso no son más que flagrantes mentiras? Ni siquiera son metáforas; no son más que simples “frases de cajón”, vacías de veracidad, mentiras y sólo mentitas. Palabras despojadas de su realidad óntica. “Palabras, palabras, palabras”, como dijera el inmortal Hamlet. ¿Y qué tal ésta mentira, la reina de las mentiras?: “¡Te amo con toda mi alma, te amo con todo mi corazón!”. ¿Qué es el alma? Pura abstracción. No sabemos, en realidad, qué es el alma. ¿Se ama con el corazón? ¡Mentiras! Se ama con el tálamo, hipotálamo, hipocampo y amígdala, estructuras que se encuentran dentro del sistema límbico, en el cerebro humano. Según la ciencia, todas las emociones humanas como el amor, el odio, el miedo, la ira, la alegría y la tristeza están controladas por el cerebro. “Los estudios del cerebro ya han demostrado que las emociones humanas se originan en el llamado sistema límbico, un conjunto de estructuras importantes que incluyen el hipocampo y la amígdala, entre otras”[28].

Nuestro mundo convencional, condicionado por el paradigma platónico, está dividido entre lo aparente y lo real. Lo aparente, la parte ininteligible del mundo, son sólo mentiras e imposturas; lo real, la parte inteligible del mundo, contiene la auténtica realidad, difícil de comprender para quien no posea conciencia o espíritu crítico. Si vivimos en un mundo de apariencias, de imposturas, de mentiras, es probable que nos mientan. Esta realidad no nos puede tomar por sorpresa. Debemos estar inmunizados para soportarla y elaborarla racionalmente cuando se haga presente. Si estamos “preparados” para ello, desde luego conociendo las debilidades de la naturaleza humana, evitaremos hacernos daño cuando nuestra pareja nos mienta. Pero esta “toma de conciencia” no implica que tengamos que “pasarle por alto las mentiras”. Cuando descubramos que nos mienten, necesitamos tomar decisiones, sin “rasgarnos las vestiduras”. O se termina o se prosigue con la relación. Eso ya es una decisión muy personal. Lo importante es eludir el sufrimiento que nos ocasione la mentira.

Sí, es muy cierto que conocer la verdadera esencia o la naturaleza profunda, el ser auténtico, de la persona de la que nos enamoramos es una tarea supremamente compleja, y hasta imposible; pero ello no implica que nos quedemos sólo en su apariencia, y de ella nos enamoremos. En procura de no hacernos daño, hay que realizar grandes esfuerzos por penetrar en la esencia del ser amado hasta donde nos sea permitido y hasta donde el poder de nuestra razón y de nuestro entendimiento nos facilite. No hay que olvidar que el amor es un arte, y un arte necesita, entre otras cosas, esfuerzo.

Es evidente que al momento de enamorarnos prima lo emocional, lo pasional, lo instintivo, sobre lo racional (“Evidentemente, al hombre no le resulta fácil renunciar a la satisfacción de estas tendencias…; no se siente nada a gusto sin esa satisfacción”[29]), pero no es óbice para que se adopte una postura reflexiva y analítica al momento de escoger a nuestra pareja, ya sea como novia(o), amante o esposa(o). Si nos vamos a enamorar de ella, tenemos que moderar el ímpetu de las desaforadas y aparentemente incontrolables pasiones, con el ánimo de no “ligarnos” a ciegas a una persona de la cual conocemos muy poco respecto a su complejo, contradictorio e insondable universo. La etapa previa al “enamoramiento” y el noviazgo deben constituirse en las instancias en las cuales tenemos que ir “estudiando” o conociendo al hombre o mujer con quien llegaremos a unirnos, si así lo decidimos, en matrimonio u otro vínculo afectivo o genital. Si logramos “conocerla” y nos convencemos de que con ella no nos iremos hacer daño, que es la persona que merece ser digna de nuestro amor, podremos elegirla como opción para futura pareja. “Ama, pero fíjate bien qué merece amarse”, nos advirtió San Agustín. Un amor que no discrimina es, según Freud, injusto, y “no todos los seres humanos merecen ser amados”[30].

Por más que lo emocional, lo pasional, lo instintivo, se impongan al momento de enamorarnos, no podemos dejar al incierto vaivén del azar una elección tan importante y definitiva como lo es la escogencia de nuestra pareja; tenemos que, bajo la soberanía de la razón, direccionar nuestras indómitas pasiones para que no obnubilen la inteligencia al momento de elegir, y así evitarnos dolores, sufrimientos, desgracias, tragedias y otros peligrosos inconvenientes que genera la toma inadecuada de decisiones. ¿Qué tal si se elige a la persona equivocada? Aquí no se trata de tener “buena suerte”; se trata de elegir al ser amado y no a un potencial enemigo, a la persona que puede convertir la vida de su pareja en una tragedia y, por ende, se podría terminar odiando… Muchas personas, por enamorarse sólo de la apariencia, eligen su pareja supuestamente para la construcción de un proyecto de vida en común, para autorrealizarse y ser felices; pero, lamentablemente, la persona elegida se encarga de destrozarles la vida, de “hacérsela a cuadritos”, es decir, de impedirles la búsqueda de la felicidad…

Hay que tener en cuenta que, sin que esto suene a determinismo, elegir a la persona equivocada para amarla y compartir nuestro proyecto de vida, y hasta poner en riesgo la búsqueda de la felicidad (fin supremo de la existencia), en una abanico de posibilidades tan amplio y variado como lo son los millones de seres del sexo opuesto  (y del mismo sexo, ¿por qué no?), es simplemente una mala elección, una soberana tontería. ¿Elegir a una sola persona para llorar y sufrir por ella, cuando quedan millones de opciones para elegir? Hay que dejar en libertad a los ojos y “examinar otras bellezas”, tal como nos aconseja Shakespeare en su Romeo y Julieta. “Penosa e inquietante es la situación de aquellos hombres o mujeres que permanecen en pareja sin que ésta sea una fuente de bienestar, de armonía y de creatividad que la haga deseable y definible como forma de vida”[31]. Es tal la estulticia humana que sabiendo que vamos rumbo al abismo seguimos sin preguntarnos qué tan profundo es y cuánta dificultad implicará salir de él. ¡Qué contradicción! Siendo el amor la experiencia más gratificante, algunos la convierten en una miseria, en una tragedia, por amar a quien no conviene y, sobre todo, por no saber amar, es decir, desconocer el arte de amar.

Uno de los principales problemas al enamorarnos, tal como lo reconoce la psicología, es que idealizamos al otro. Cegados por el ímpetu pasional e instintivo, no vemos a la otra persona tal como es, sino como nosotros, idealmente, queremos que sea.

¡Cuidado, las apariencias engañan! Las cosas no son lo que parecen ni parecen lo que son. Las cosas y las personas no son lo que deseamos que sean ni lo que aparentan ser; son lo que son. Las cosas son como son, y no como nos gustaría que fueran. “Muchas veces en la vida, las cosas no son lo que parecen. Nos entusiasmamos con algo y después resulta ser un fiasco. Nos ilusionamos con alguna cosa y después nos sentimos decepcionados. Creemos en algo o en alguien, y luego somos defraudados. Las cosas nos parecen de un modo, pero en realidad son de otro... Las cosas no son lo que parecen. Es verdad. Y en realidad casi nunca lo son. Las cosas son lo que son. No lo que nosotros esperamos de ellas. Así nos enojemos, nos sintamos culpables, o nos deprimamos mucho. Eso no cambiará lo que son las cosas. Son comportamientos por completo inútiles. Pensamientos y sentimientos que tienen una sola misión. Entristecerte y arruinarte la vida. Mantenerte infeliz, atrapado, y sin estima a ti mismo. Uno ganaría muchísimo si cuando las cosas no son lo que parecen renunciara a la ira, a autoculparse y a deprimirse. Ganaría muchísimo, porque en realidad son una pérdida de tiempo. Podría aprovecharse mejor ese tiempo, cambiando uno mismo. Buscando en su propio interior otra manera de entender e interpretar las cosas… De modo que lo mejor que puedes hacer, es cambiarte a ti mismo. Siempre es mejor cambiarse a sí mismo que sufrir inútilmente. Siempre es mejor ser feliz que infeliz”[32]. Según el principio de identidad (la lógica con la que pensamos), una cosa es lo que es y no otra.

Percibimos, en apariencia, a la persona que nos gusta o nos atrae como un dechado de virtudes: amable, respetuosa, tierna, sincera, inteligente, justa, veraz… Y esto lo tomamos como una realidad indubitable. Como no tenemos el hábito de establecer criterios de verdad, somos incapaces de someter a la duda estas supuestas “virtudes”. El potro indómito de nuestras pasiones nos convierte en seres credulones; nos anula nuestro espíritu crítico, impidiéndonos dudar racionalmente y entender que a la persona que “amamos”, en cualquier momento, se le puede caer la máscara que utiliza durante el efímero proceso de “conquista”, y mostrarse tal como es: una persona con defectos y virtudes, con aciertos y desaciertos, con tendencia tanto a la bondad como a la maldad… Así que no idealicemos. No hay personas ideales. Sería procedente que no pasáramos por alto la sentencia mordaz e irónica de Gustavo Flaubert: “No hay que tocar a los ídolos porque algo de la pintura dorada que los cubre se nos puede quedar entre las manos[33].

La “función” de cada enamorado es tratar de quitarle, de arrancarle, la máscara o la careta detrás de la cual se oculta el ser auténtico de cada persona. Sólo así se logra penetrar en el oculto y complejo universo íntimo del ser amado, y de esta manera conocer su mundo afectivo, emocional, racional, instintivo… Mundo que es la caldera en donde hierven a altísimas temperaturas lo bueno y lo malo, lo grandioso y lo perverso, lo santo y lo libertino, lo correcto y lo incorrecto, la filantropía y la misantropía, el amor y el odio, el espíritu apolíneo y el espíritu dionisíaco, y las grandezas y las miserias del alma humana. “El espíritu apolíneo simboliza la racionalidad, la serenidad, el equilibrio, la medida, la disciplina, la sensatez, conciencia personal, la armonía y la claridad. El espíritu dionisiaco representa lo erótico, la desmedida, los deseos excesivos, el placer sin límite, la afirmación de la vida, lo desbordante, la embriaguez y la negación de la conciencia personal”[34]. Es tan cierta esta realidad, que lo confirman los irracionales hechos en los que una persona, supuestamente enamorada, termine odiando al “ser amado” y fraguando deseos, ideas y acciones concretas con ánimo vengativo y violento en contra de éste. ¡Qué sinsentido: amar para después odiar! Esto sólo ocurre en una sociedad neurótica y patológica como la nuestra. ¡Qué conveniente sería el ideal de que antes de enamorarnos de la apariencia de una persona, nos enamoráramos de su esencia, de sus ser auténtico! Eso no es fácil, y a las personas que no piensan, a las personas del rebaño, no les gustan las cosas difíciles.

Cuando uno se enamora no se puede quedar oliendo el aletargador perfume de las flores de la apariencia. Si no poseemos la habilidad para explorar en el mundo emocional, afectivo, social y relacional de la persona que nos gusta y de la cual nos enamoramos, inexorablemente las consecuencias serán dolorosas. Amar no es fácil, y los débiles, los que se enamoran de las meras apariencias sin ahondar en las esencias, recogen de lo que cosecharon: dolor y sufrimiento. Si queremos ser felices, es imperativo romper con los esquemas tradicionales y las maneras convencionales de relacionarnos. ¡Ah!, si comprendiéramos que vivir no es sólo estar en el mundo…


LUIS ANGEL RIOS PEREA
2012


[1] Ese “conoce” es un decir, por cuanto conocer a otra persona es muy difícil. Si la “conociéramos” en realidad, cuántos inconvenientes nos evitaríamos cuando nos enamoramos. Escasamente sabemos quién es ella o él. Si somos incapaces de conocernos a nosotros mismos, ¿cómo pretender “conocer” a los demás?
[2] DILTHEY, Wilhelm. La comprensión de las personas. Fondo de cultura económica, México, 1978, p. 82.
[3] FROMM, Erich. Tener y ser.
[4] DI NAPOLI, Ioannes. Pedagogía. www.filosofia.mx/libros/PEDAGOGIA-IOANNES-Di-NAPOLI.doc
[5] FROMM, Erich. Tener y ser.
[6] PASCAL, Blas. Pensamientos. Ediciones elalepn.com. P. 278.
[7] FREUD, Sigmund. El malestar en la cultura. http//www.librodot.com
[8] Ibídem.
[9] Ibídem.
[10] REVOL, Claudina. SANCHEZ, M. Victoria. Freud: el malestar en la cultura. http://www.uccor.edu.ar/paginas/medicina/publicaciones/Freud.pdf
[11] FELDMAN, Roberto S. Psicología. McGraw Hill, México, p. 303.
[12] DIRKS, Heinz. La psicología descubre al hombre. Círculo de Lectores, Bogotá, p. 101.
[13] CAITANO, Bettina. Concepto de psicología. http://www.monografias.com/trabajos12/psicol/psicol.shtml
[14] DIRKS, Heinz. Ob. cit. p. 100.
[15] Citado por DIRKS, Heinz. Ob. cit. P. 100
[16] Ibídem.
[17] Inclinación erótica del niño hacia la madre, acompañada de hostilidad y celos hacia el padre. Su presencia es fundamental para la aparición de inclinaciones eróticas hacia el sexo opuesto, pero es preciso superarlo para conseguir una sexualidad y personalidad normal. El complejo de Edipo se desarrolla entre los tres y los cinco años, llega a su punto culminante en la fase fálica y declina en el período de latencia con la aparición del superyó.  www.e-torredebabel.com
[18] FROMM, Erich. El corazón del hombre. Fondo de Cultura Económica, México, 1985, págs. 116, 117, 125 y 148.
[19] McCall Smith, Alexander. El club filosófico de los domingos. Roca editorial, Barcelona, 2004, p. 112.
[20] BOTERO, David. RESTREPO, Marcos. Parasitosis humanas. Cuarta edición. Corporación para investigaciones biológicas, Medellín, 2005, p. 118.
[21] HESSE, Hermann. El lobo estepario. Alianza editorial, Madrid, 1967, p. 66
[22] ABAD FACCIOLINCE, Héctor. El olvido que seremos. Planeta, Bogotá, 2012, p. 241.
[23] GOLEMAN, Daniel. La psicología del autoengaño. Atlántida, Bogotá, 1998, p. 260.
[24] NIETZSCHE, Federico. Cómo se filosofa a martillazos. www.librodot.com
[25] IRWIN, William. JACOBY, Henry. La filosofía del Dr. House. Selector, México, 2009.
[26] VALLEJO, Fernando. Manualito de imposturología física. Taurus, México, 2005, p. 11.
[27] DOSTOIEVSKI, Fedor. Crimen y castigo. Oveja Negra, Bogotá, 1982, p. 209.
[28] http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/06/120620_cerebro_amor_lugar_men.shtml
[29] FREUD, Sigmund. El malestar en la cultura. http//www.librodot.com
[30] Ibídem.
[31] NOGUERA SAYER, Leonor. En busca de una vida propia. Planeta, Bogotá, 1995. Págs. 74.
[32] CUERVO. Las cosas no son lo que parecen. http://cuervo.obolog.com/cosas-no-son-parecen-362263..
[33] FLAUBERT, Gustavo. Madame Bovary. Oveja Negra, Bogotá, 1982, p. 327.
[34] http://nichofilosofico.over-blog.es/article-lo-apolineo-y-lo-dionisiaco