Introducción
Cuando oí por primera vez, desde
hace mucho tiempo, sobre la existencia de una novela (De Sobremesa) del poeta
José Asunción Silva, en mi concepto el mejor poeta colombiano, pensé que debía
tratarse de una novela del montón; por eso no me motivé por leerla. Pero,
tiempo después, por casualidad llegó a mis manos esa novela. La leí, y ¡qué
sorpresa!: se trata de una de las mejores obras que se hayan escrito. No era
para menos: si Silva fue un excepcional lírico, tendría que ser igual como
narrador. Su profundo contenido filosófico y psicológico me impactó y me afectó
hondamente. La obra es un llamado a la reflexión, al cuestionamiento personal,
donde surge el eterno dilema entre los sueños o la acción, los ideales o lo
pragmático.
Argumento
En una suntuosa casa (“Villa
Helena”) se reúnen, inicialmente, José Fernández y Andrade de Sotomayor
(propietario y anfitrión), poeta y comerciante, Juan Rovira y Óscar Sáenz,
médico; después llegan Luis Cordovez y Máximo Pérez, con el ánimo de realizar sus
acostumbradas tertulias, luego de una comida.
Algunos de los contertulios piden
a José Fernández que les lea el diario íntimo que guarda tan celosamente, con
el propósito de conocer episodios desconocidos de éste durante su permanencia
en Europa. José los complace y lee sobre sus vivencias en el viejo continente,
entre las cuales se destaca la visión efímera y fugaz, pero muy impactante, en
Suiza, de una hermosa joven, de unos quince años, llamada Helena de Scilly
Dancourt, de la cual se enamoró obsesionada y perdidamente.
El diario comienza en Paris, el 3
de junio de 189… José Fernández y Andrade de Sotomayor (“Pepillo” o el “casto
José”), inicialmente lee sobre la impresión que le dejaron los libros
Degeneración, de Max Nordau (M. Simón Sudfeld), escritor húngaro (1849-1923)
que atacó y satirizó la sociedad y la cultura de su tiempo, y el Diario de
María Bashkirtseff, artista rusa fallecida (“de genio y de tisis”) a los 24
años en París; “dos libros que son como una perfecta antítesis de comprensión intuitiva
y de incomprensión sistemática del Arte y de la vida”.
Luego de reflexionar sobre la
fructífera y efímera existencia de María Bashkirtseff, exalta la belleza y
diserta sobre la personalidad de María Legendre (Lelia Orlof), una de sus
tantas amantes, a quien intentó asesinar con un puñal tras haberla encontrado
en la intimidad con otra mujer.
Después del intento de homicidio,
José huyó a un poblado suizo perdido entre las montañas. Allí concibió un plan
político (“claro y preciso como una fórmula matemática”), al cual pensaba
consagrarle la vida como su único fin, minuto a minuto durante varios años, con
una incesante y férrea voluntad: tomarse el poder en Colombia sin importar los
fines y los medios. Su plan parecía más bien una ambiciosa, quimérica,
descabellada, absurda y megalomaníaca utopía política…
Seguidamente, José Fernández relata su relación afectiva y carnal con una
“divetta de un teatro bufo del Boulevard, Nini Rousset” (en Ginebra), a la que
intentó matar (“bajo la influencia letárgica del opio, del opio divino,
omnipotente, justo y sutil, como lo llama Quincey, que pagó con la vida su amor
por la droga funesta, bajo cuya influencia se embrutecen diariamente millones
de hombres en el Extremo Oriente”), demostrando que no le encontraba sentido a
su vida.
A continuación lee el suceso
central de la obra: su obsesivo enamoramiento de Helena. Antes de verla, por
única y última vez, José Fernández vivió una vida de bohemio, de “dandy”, de
mujeriego y de hombre disoluto que probó el opio y otras “drogas” alucinógenas.
A penas la vio, se alejó, durante algunos meses de ese estilo de vida.
Profundamente enamorado de
Helena, su dama ideal, hizo todo lo que pudo en procura de saber más de ella y
encontrarla, sin que sus ingentes esfuerzos dieran los resultados esperados.
Luego de enterarse que ella se había ido de Suiza con rumbo desconocido, empezó
una exhaustiva e infructuosa búsqueda. En esa dinámica, desesperado y
“enloquecido”, su conturbado estado de ánimo decayó y enfermó. Los médicos que
lo trataron no le encontraron enfermedad alguna, y dos de ellos coincidieron en
aconsejarle que se casara, y así encontraría solución a sus padecimientos.
José Fernández, un afligido
espíritu angustiado y ansioso, que necesitaba a Helena para poder vivir,
prosiguió en su búsqueda; pero al no encontrarla, decidió regresarse a
Colombia, a continuar con su antiguo estilo de vida. Cuando se disponía a
regresar, vio en una lápida el nombre de Helena, y entonces dedujo que ésta no
había sido una mujer real, sino un sueño, posiblemente. Entonces abandona el
arte y se dedica a trabajos mundanos porque éstos serían los únicos que podrían
ayudarle a soportar su vida.
Análisis
del personaje principal
José Fernández y Andrade de
Sotomayor (“soñador de aristocráticos idealismos”), un atribulado y complejo
personaje, era un hombre acaudalado, que inició estudios de prehistoria y
antropología. Leía mucho y entró (en Europa) en contacto con poetas, artistas e
intelectuales. Hablaba inglés, francés, alemán, algo de ruso y griego, y tenía
inclinación por la antropología, la historia, la botánica, la literatura, la
música y, sobre todo, la psicología. Se interesaba por el Amor, el Arte, la
Muerte y la Ciencia. Según él, sus cuatro almas eran: “la de un artista enamorado
de lo griego, y que sentía con acritud la vulgaridad de la vida moderna; la de
un filósofo descreído de todo por el abuso del estudio; la de un gozador
cansado de los placeres vulgares, que iba a perseguir sensaciones más profundas
y más finas, y la de un analista que las discriminaba para sentirlas con más
ardor…”
Era un espíritu misántropo,
antirreligioso, nihilista, anarquista, desesperado, angustiado, ansioso… Le
temía a la locura, pero no a la muerte. “¡La Muerte!... No me impresiona pensar
en ella; ¡estoy seguro de que no es ni más horrible ni más misteriosa que la
Vida!” Harto de la lujuria y la carne quería el amor y el espíritu. “Tenía la
manía de convertir sus impresiones en obras literaria”. Tenía ímpetus
idealistas y desmedidas ambiciones de saber, de gloria, de riqueza y de
placeres. José sentía dentro de sí bullir y hervir millares de contradictorios
impulsos encaminados a poseerlo todo.
Según Óscar Sáenz, José en su
“frenesí por ampliar el campo de las experiencias de la vida” y su “afán por
desarrollar simultáneamente las facultades múltiples” con que lo había dotado
la naturaleza, iba perdiendo de vista el lugar a donde se dirigía.
A José Fernández le parecía
ridículo que lo llamaran poeta, ya que consideraba una profanación y un error
llamarse así, debido a que ese alto honor sólo estaba reservado a genios como
Esquilio, Homero, Dante, Shakespeare, Shelley, entre otros. Aceptando que no
era poeta, reconoció que la lectura de los grandes poetas le produjo emociones
tan profundas, como las de él, que subsistieron en su espíritu y se impregnaron
en su sensibilidad para convertirse en estrofas. “Uno no hace versos, los
versos se hacen dentro de uno… Los versos se hacen dentro de uno, uno no los
hace, los escribe apenas…” Soñaba en forjar estrofas que sugirieran mil cosas
que sentía bullir dentro de sí y que valdrían la pena decirlas. Por el hecho de
haber publicado unos versos, el vulgo lo había etiquetado y rotulado como
poeta. “Poeta, puede ser, ese tiquete fue el que me tocó en la clasificación.
Para el público hay que ser algo. El vulgo les pone nombres a las cosas para
poderlas decir y pega tiquetes a los individuos para poderlos clasificar.
Después el hombre cambia de alma pero le queda el rótulo”.
Así como le atraía la poesía,
también sentía similar inclinación y fascinación por “todas las artes, la
ciencia, la especulación, el lujo, los placeres, el misticismo, el amor, la
guerra, todas las formas de la actividad humana, todas las formas de la vida,
la misma vida material, las mismas sensaciones que por una exigencia de mis
sentidos, necesito de día en día más intensas y más delicadas…”. Por eso no se
consideraba poeta y no quería escribir más poesías, a pesar de la insistencia
de sus amigos. Dedicarse a escribir versos era dejar de vivir intensamente.
Sáenz le decía a José que éste no escribía porque las exigencias de sus
sentidos exacerbados y la urgencia de satisfacerlos lo dominaban y le impedían
escribir poesía. José insistía en disfrutar la vida intensamente en lugar de
escribir versos, porque una calavera de su casa le indicaba todas las noches
que su deber era vivir con todas sus fuerzas, con toda su vida.
Según Aníbal González, en su
ensayo “Estómago y cerebro: la indigestión cultural en De Sobremesa”, “el
hiperrefinado protagonista sufre de cólicos estomacales y de una náusea ya casi
existencialista, que son la expresión metafórica de su incapacidad de asimilar de armonizar en una totalidad coherente todo el exquisito arte y la fina literatura
que ha consumido”. Así mismo, precisa que en el trasfondo tanto de la novela
decadentista del escritor francés Joris Karl Huysmans (seudónimo de Charles
Marie Georges Huysmans 1848-1907) como de la novela modernista de José Asunción
Silva “se encuentra una polémica entre dos concepciones del arte y la estética:
por un lado, la platónica, que equipara lo bello con lo bueno, y concibe el
arte como un vehículo cuasirreligioso hacia la contemplación del Sumo Bien, y
por otro, la concepción racionalista de Kant (con la cual se funda propiamente
la estética como rama de la filosofía), para la cual el arte es la expresión de
una finalidad sin fin, es decir, el arte parece tener un propósito, aunque
nunca podemos afirmar precisamente cuál es”. En cuanto a la corriente literaria
en que se enmarca De Sobremesa, González piensa que Silva, como muchos
modernistas, opta por una solución platónica: la contemplación de Helena como
prototipo de la belleza suprema, contemplación tanto más apropiada cuanto que,
al final de la novela, nos enteramos de
que Helena está muerta. “Pero si Helena es la metáfora o alegoría de la esencia
artística que busca Fernández, su muerte le da un cariz tenebroso a esa búsqueda:
algo anda mal cuando, para representar alegóricamente la esencia del arte, hay
que recurrir a la figura de una mujer hermosa pero muerta”
José, atribulado por sus
pasiones, acudió a donde John Rivington, médico que había “consagrado sus
últimos años a la psicología experimental y a la psicofísica”, pese a que se
consideraba un enfermo curioso que gozaba de perfecta salud corporal. Fue a
buscar en él los auxilios que la ciencia podría ofrecerle para mejorar su
espíritu; por eso lo nombró como su “director espiritual y corporal”. José le
refirió su vida sin obviar nada: ímpetus idealistas, avidez de saber, de
gloria, de riqueza y de placeres.
Rivington, luego de auscultarlo e
interrogarlo minuciosamente, le advirtió que, a pesar de ser una persona que
manifestaba entusiasmo por la ciencia que no admitía en esa época “separación
alguna entre los fenómenos de la vida…” y que afirmaba no tener creencias
religiosas, era un espiritualista convencido, un místico casi, tal vez contra
su gusto. Así mismo, le aconsejó que hiciera un esfuerzo y triunfara sobre sí
mismo, regularizando su vida, dándole a ella el mismo campo a los placeres de
los sentidos y a los estudios, cuidando el estómago y el cerebro como condición
para curarse; también que se consiguiera una novia que coincidiera con sus
ideales y su carácter y se casara con ella a efectos de que desapareciera el
fantasma que él se había forjado. Así que lo instó a que buscara a Helena y se
casara con ella. “Deseche usted esas ideas místicas que son un rezago del
catolicismo de sus antepasados, prefiera usted la acción al sueño inútil,
busque usted desde mañana a la joven, cásese con ella y será usted muy feliz”.
Además, le insinuó que olvidara sus planes políticos y sus sueños, porque los
sueños eran enemigos de la acción. “Esa quimera que se ha forjado usted de
dominarlo todo, de gozar con los sentidos y siendo al tiempo mundano, artista,
sabio, guerrero y conductor de hombres, es el supremo absurdo”.
Posteriormente, agobiado por “una
abominable impresión de ansiedad y de angustia” desde su llegada a París,
acudió donde otro especialista: el doctor Charvert, el sabio que había resumido
en seis volúmenes sus admirables lecciones sobre el sistema nervioso. Después
de interrogarlo “hábil y discretamente”, Charvet le dictaminó que la causa de
sus padecimientos radicaba en su abstinencia genital, ya que desde que había
visto a Helena no había tenido contacto íntimo con ninguna mujer. Considerando
que eso era sólo un capricho, Charvet le recomendó terminar con esa conducta,
con ese “voto de castidad”, y agregó: “Sobran las drogas, amigo mío, usted sabe
el remedio, aplíqueselo… en dosis pequeñas al principio…”. Como José se negó a
seguir las instrucciones de Charvet, éste le recomendó que gastara toda su
fuerza en todo sentido como lo había hecho durante los últimos días y que
completara “la obra del ejercicio violento con largos baños calientes y altas
dosis de Bromuro”. Pero eso fue inútil.
Durante otra consulta, José le
dijo a Charvet que se estaba muriendo sin causa, muriendo de angustia a falta
de fuerzas. Incapaz de soportar por más tiempo lo que sentía, José suplicó a
Charvet que le diera algo que lo hiciera dormir porque si no enloquecería.
“-Píqueme usted con morfina, hágame beber cloral, hágame dormir a todo trance,
aunque me cueste la vida”. Charvet, por razones éticas, se negó a esta
petición. Como no le encontró enfermedad alguna, le ofreció un cognac e hizo
preparar un medicamento; con esto se alivió. Finalmente, le recomendó que se
casara, ya que el matrimonio era “una hermosa invención de los hombres, la
única capaz de canalizar el instinto sexual”.
Cuestionaba lo que llamaban “vida
real”, pues consideraba que ésta no era más que vida burguesa sin emociones ni
curiosidades. Lo que los hombres llamaban realidad no era más que “una máscara
oscura tras de la cual se asoman y miran los ojos del misterio… Para mí lo que
se llama percibir la realidad quiere decir no percibir toda la realidad, ver
apenas una parte de ella, la despreciable la nula, la que no me importa. ¿La
realidad?... Llaman realidad a todo lo mediocre, todo lo trivial, todo lo
despreciable…”
Su pasión más honda era el “deseo
por sentir la vida, de saber la vida, de poseerla”, como a una mujer adorada,
“que convencida de nuestro amor se nos confía y nos entrega sus más deliciosos
secretos”. Ni las religiones, ni la ciencia sabían lo que era la vida;
posiblemente, el arte y el amor. “Las religiones no, puesto que la consideran
como un paso para otras regiones; la ciencia no, porque apenas investiga las
leyes que la rigen sin descubrir su causa ni su objeto. Tal vez el arte que la
copia… tal vez el amor que la crea”. La mayor parte de los que mueren no la han
vivido. Muchos mueren sin haberla vivido porque viven encerrados en la prisión
de su lucha diaria por subsistir, en su profesión, en una creencia. La mayoría
“muere sin llevarse de ella más que una impresión confusa de cansancio”. Por
eso él quería vivir la vida, “sentir todo lo que se puede sentir, saber todo lo
que se puede saber, poder todo lo que se puede….” Su pasión más honda la
constituía “el deseo de sentir la vida, de saber la vida, de poseerla, no como
se posee a una mujer de quien nos hacen dueños unos instantes de
desfallecimiento suyo y de audacia nuestra, sino como a una mujer adorada, que
convencida de nuestro amor se nos confía y nos entrega sus más deliciosos
secretos… ¡Ah, vivir la vida!, emborracharse de ella, mezclar todas sus
palpitaciones con las palpitaciones de nuestro corazón antes de que él se
convierta en ceniza helada; sentirla en todas sus formas”, en la gritería del
populacho, en las canciones, en la voluptuosidad de las mujeres, en la humedad
de la selva…
Quería concretar un plan
político, acudiendo a su inmensa fortuna, que consistía en tomarse el poder (la
presidencia de la República de Colombia),
costara lo que costara (incluso acudir al violento y letal poder de las
armas), con el ánimo de establecer y entronizar un cambio radical.
Idealizó tanto a Helena
(contrapartida espiritual de la baja carnalidad que él mismo cultivó) hasta el
punto de obsesionarse enfermizamente por ésta. Poseído por su febril delirio
por Helena, recordada versos de Dante, soñaba con ella, le parecía verla en
todas partes y en una pintura de J. F. Siddal que correspondía al retrato de la
madre de ésta. Ella era su última creencia y su última esperanza, y para ser
bueno y no enloquecer, necesitaba desesperadamente a Helena, su amor
idealizado. “¡Sólo mi espíritu la reclamaba hace unos días, y ahora todo mi ser
la reclama!... Antes de encontrarla no sabía lo que era el amor y había besado
sólo con la imaginación, mis ideales de poeta, con mis labios de carne las
bocas lascivas y entreabiertas de mis fáciles idolatradas. Ahora mi espíritu y
mis labios sueñan con ella, y si en ella pienso vibra todo mi ser, como las
cuerdas de un instrumento sonoro bajo el arco inspirado del artista que les
comunica su alma. Puesto que revestida de misterio y de más allá, entraste en
mi vida, virgen inmaculada y dulcísima, nuestro amor será un éxtasis. Ennoblecidos
por ti, los detalles de la existencia diaria se transfigurarán, y cada paso
andado por los caminos de la tierra será un paso hacia lo alto. Por ti
abandonaré los planes destinados a hacer pasar mi nombre a los tiempos
venideros. ¡Qué más gloria que vivir arrodillado a tus pies sintiendo la
caricia de tus manos y bebiendo en tus labios la esencia misma de la vida!...
Estoy harto de la lujuria y quiero el amor; estoy cansado de la carne y quiero
el espíritu… No hay una mancha en mi vida después que tus ojos cruzaron sus
miradas con las mías. Para ser bueno necesito de ti, necesito verte. Ven,
surge, aparécete, sálvame, ven a liberarme de la locura que avanza en mi cielo
como una nube negra preñada de tempestades, ven a salvar lo que queda en mí de
los santos de mi raza… ¿En dónde estás?... Surge, aparécete. Eres la última
creencia y la última esperanza. Si te encuentro será mi vida algo como una
ascensión gloriosa hacia la luz infinita; si mi afán es inútil y vanos mis
esfuerzos, cuando suene la hora suprema en que se cierren los ojos para
siempre, mi ser, misterioso compuesto de fuego y de lodo, de éxtasis y de
rugidos, irá a deshacerse en las oscuridades insondables de la tumba”. A pesar
de haber encontrado su nombre sobre una tumba, no se resignaba a saberla
muerta. “¿Muerta tú, Helena?.. No, tú no puedes morir. Tal vez no hayas
existido nunca y seas sólo un sueño luminoso de mi espíritu; pero eres un sueño
más real que eso que los hombres llaman Realidad”.
Luego de ocho meses de “castidad”
y abstinencia, tornó a su vida bohemia con mujeres. Una de ellas fue Nelly, una
mujer de 18 años, casada con un millonario que la maltrataba y no satisfacía
sus gustos. Luego de un derroche de convincente retórica y de locuaz
galantería, logró conquistarla tras haberle regalado una costosa joya de
diamantes, que, según él, valía menos que una gota de las lágrimas que ella
derramaba por su tirano esposo. Después de disfrutar desenfrenadamente de noche
de pasión, Nelly viajó a Nueva York. “Fue un estímulo apenas la noche de
delicias pasada con Nelly, una gota de licor para el que agoniza de sed…” Esa
mujer, a quien decía José amarla profundamente (“ Y yo te adoro, Nelly,
respondí buscando con locura sus labios primero, y hundiendo luego la frente en
el seno blando, perfumado y fresco...”), odiaba el tiempo, porque “el tiempo es
una cosa estúpida… que sólo existe para el cuerpo…” Por eso, en su país querían
suprimirlo con la electricidad, con el vapor, con la inteligencia. “Allá
creamos en una década ciudades más grandes que las de Europa, que tienen seis
siglos, y hemos hecho una civilización de doscientos años. El tiempo es una
cosa estúpida que se arrastra. Yo quiero suprimirlo en mi vida...”
Otras dos amantes fueron Consuelo
y Julia, la esposa del señor Musellaro. Consuelo (que decía que las parisienses
eran “muñecas vivas” que no sabían amar como las colombianas), esposa de un
amigo, había sido su novia nueve años atrás. A Consuelo lo que más le fascinaba
de José era su desprecio por la moral corriente. “Usted es el sobrehombre, el
Uber mensch con que yo soñaba”.
Luego tuvo una aventura pasional con Olga, “la
rubia baronesa alemana”, quien decía estar exenta de todo prejuicio. Tras
consumar el fuego de la pasión, ella, creyendo a José de mármol, emprendió una
conversación destinada probablemente a cerciorarse de las escasas facultades
amatorias de José y a escandalizarlo con el desprecio profundo que manifestaba
por todas las conveniencias sociales y todas las ideas corrientes sobre moral.
Ante esto, José le dijo que eso eran teorías; teorías y nada más. “Usted en la
práctica es una puritana rígida y respeta hasta los más estúpidos lazos con que
nos sujeta la sociedad. Si usted viviera de verás, más allá del bien y del mal,
como dice Nietzsche, sería otra cosa; pero no es así. Si yo le diera a usted un
beso ahora, dije, haciéndola sentarse en un saloncito donde no había nadie,
usted haría que su marido me mandara un par de testigos; y si la invitara a
comer sola conmigo mañana, a las siete de la noche, no volvería a contestarme
el saludo…”
Con la Musellaro, según narró
José, fue otra historia. “So pretexto de amor al arte pagano y de mi entusiasmo
por los poetas modernos de Italia, habíamos tenido en los últimos tiempos
conversaciones indeciblemente libertinas. La iba a ver desde tres meses antes,
los martes por la noche, en que recibe en su casa la flor y nata de los condes
y marqueses arruinados y de los pintores y músicos de la Colonia. Me había
recitado los más ardientes poemas en que D'Annunzio canta las glorias de la
carne, con voz ligeramente ronca y velada, medio cerrados los oscuros ojos que,
con la mate blancura de la piel, lo puro del perfil y lo espeso de la cabellera
negra, hacen soñar con una romana de los tiempos del Imperio; me había oído
decirle cosas sin nombre, sin ruborizarse… Julia, le dije llevándola hacia el
rincón donde una copia de la Venus de Milo destaca sus blancuras de mármol
sobre la pesada cortina del fondo, esta noche la belleza de usted embriaga,
como embriagaría un vino de Falerno, bebido en copa de oro. Si usted pudiera
verse con unos ojos de hombre, se enamoraría de usted misma. Sueña uno al verla
a usted con no vivir en este siglo dejativo y triste, en que hasta el placer se
mide y se tasa, sino en la época de los Borgias, provoca verla presidiendo una
orgía de príncipes, en que el sabor de los besos se mezclara con el del
veneno…”
Después de estas locas y
disolutas aventuras, José se preguntaba si era un Donjuan o un seductor y
reflexionó: “Respecto de Consuelo, tal vez, en quien toqué las más ocultas
fibras del sentimiento al recordarle nuestros infantiles y dulcísimos amores;
no con las otras dos, viciosas, coleccionadoras de sensaciones, aleccionadas
por quién sabe qué predecesores míos, corrompidas por el arte y la literatura y
empeñadas cada una de ellas en ver en mí el personaje que les han mostrado como
ideal los librejos ponzoñosos que han leído sin entenderlos. ¿Seducción? No; si
nadie seduce a nadie. Si es la idea del placer la que nos seduce... Tan
ardiente era el deseo en ellas como en mí; dentro de unos años no recordarán la
aventura, y si la recuerdan, les parecerá a ambas tan inocente como me parece a
mí ahora.
¿Y esto llaman crimen los moralistas severos,
que predican su moral en dramas de tres actos? ¿Crimen? ¡Halagar a una mujer,
idealizarle el vicio, ponerle al frente un espejo donde se mire más bella de lo
que es, hacerla gozar de la vida por unas horas y quedarse sintiendo desprecio
por ella, asco de sí mismo, odio por la grotesca parodia del amor y ganas de
algo blanco, como una cima de ventisquero, para quitarse del alma el olor y el
sabor de la carne!”
A pesar de sus amantes, a José Fernández no le importaban las ideas
sobre el amor. Nada le importaba; sólo sentía el mortal cansancio y el
desprecio por todo, el mortal dejo, el spleen (melancolía) horrible, el tedium
vital que, como un monstruo interior cuya hambre no alcanza a saciarse con el
universo, comenzaba a devorarle el alma.
José Fernández era un hombre
plenamente desarraigado, enfermo, lúcido en su aristocrática marginalidad. El
ilustre escritor Rafael Humberto Moreno-Durán, en un ensayo titulado De
Sobremesa, una poética de la trasgresión, nos dice que José Fernández,
sensitivo hasta rozar la morbidez, “es un insaciable decantador de sensaciones,
alguien que ha hecho de su vida un crisol de experiencias de las que nada está
excluido: la trasgresión lo impulsa, el crimen lo tienta, el suicidio se abre
como postrer esperanza… Se rinde sólo ante la aventura del placer… La
exclusividad del goce parece sustentar la originalidad e identidad del
decadente, que hace del erotismo una estética: nadie vive ni disfruta como él:
es único, irrepetible, prescinde del código común…” Según Moreno-Durán, la
lápida con el nombre de Helena “lo impele a asumir la realidad, que es el
regreso. Y el regreso, pragmático y mezquino, lo obliga a forjar proyectos no
menos ideales aunque inscritos en la Historia: obviamente, también aquí él será
el máximo protagonista”. Sostiene, además, que el espíritu de José Fernández,
“sensible y delicado, odia a la chusma, a la plebe ignara y sin gusto, pero
también odia al mundo burgués, a la religión, a los judíos, a los políticos, lo
que no impide que él, el misántropo ilustrado y sensible, baje del pedestal
para salvar a su pueblo de la hecatombe. Su "revolución conservadora"
lo insta a "asaltar el poder, espada en mano, y fundar una tiranía".
Ataca las “pedantescas
elucubraciones seudocientíficas” de Nordau, quien disertaba sobre las obras
maestras del arte producidas durante los últimos 50 años del siglo XIX. Lo fustiga porque no fue capaz de “coger en
su velo la mariposa de luz que fue el alma de la Bashkirtseff” y haber escrito
que había sido una mujer degenerada, “tocada de la locura moral”. Así mismo,
exalta a esta dulcísima pintora por su grandiosidad como artista y como
intelectual; “una de las almas más vibrantes y más ardientes del tiempo
presente”.
Reflexionando sobre el intento de
asesinato de su amante María Legendre, quien le dijo que la vida no era para
saber, sino para gozar (“Goza, gozar es mejor que pensar, -añadió con acento de
convicción íntima”.), José se preguntaba: “¿Por qué cometí esa brutalidad digna
de un carretero e intenté un asesinato de que me salvó el tamaño del puñal que
es más bien una joya que un arma, yo el libertino curioso de los pecados raros
que ha tratado de ver en la vida real, con voluptuoso diletantismo, las más
extrañas prácticas, inventadas por la depravación humana, yo el poeta de las
decadencias que ha cantado a Safo la lesbiana y los amores de Adriano y Antinoo
en estrofas cinceladas como piedras preciosas? ¿Celos? Sería grotesco... ¿Odio
por lo anormal?... No, puesto que lo anormal me fascina como una prueba de rebeldía
del hombre contra el instinto... ¿Entonces?... Fue un movimiento irrazonado, un
impulso ciego, inconsciente…”
Estructura
de la obra
La estructura superficial,
patente o externa (su forma), no tiene la misma importancia que la estructura
profunda, latente, posléxica, subyacente o interna (su fundo). La obra no tiene
una ilación lineal ni coherente. No está dividida en capítulos, sino en apartes
encabezados por fechas incompletas. Cada aparte o fragmento, generalmente
cortos, muchas veces son independientes y no guardan una estrecha relación o
vínculo con el anterior o posteriores. Es más bien como especie de “colcha” de
retazos desligados, los cuales, en algunos casos, no están unidos por un hilo
conductor. Algunas frases son relativamente largas y poco pausadas. Su estilo
narrativo es un poco descuidado, pero es muy rico en figuras literarias, en las
que predominan rutilantes metáforas.
Su enorme riqueza literaria la
encontramos en su estructura profunda. El autor deleita con su hondura
ideológica, filosófica y psicológica. Se evidencia que se trata de un espíritu
culto, cosmopolita y crítico; un intelectual que había recibido el influjo de
las sapiencias más brillantes e influyentes de su época y anteriores a él, y
una mente abierta que estaba “más allá del bien y del mal”. Si el autor en su
poética nos lleva por su recóndito y extraordinario mundo interior, emocional e
instintivo, con su narrativa nos pasea por su intrincado universo ideológico,
político, filosófico y psicológico. Este universo es una inagotable cantera de
mensajes, enseñanzas y cuestionamientos. En él, el lector atento, se encuentra
frente a un autor que lo afecta, lo inquieta, lo cuestiona y lo llama a vivir
intensamente. Su llamado a la reflexión es inquietante: ¿Idealistas? ¿Materialistas?
¿Pragmáticos? ¿Soñadores? ¿Hombres de acción? ¿Prácticos? ¿Disolutos?
¿Hedonistas? ¿Amos? ¿Esclavos? ¿Superhombres? ¿Ateos? ¿Religiosos?
¿Irreligiosos? ¿Tiene algún sentido la vida?...
Si uno es una persona con sentido o espíritu crítico, después de haber
leído De Sobremesa se siente “tocado”
y con su cosmovisión, de una u otra manera, ligeramente enriquecida y
transformada.
Comentario
De Sobremesa no es una novela
convencional. En ella no se encuentran los elementos tradicionales de la
novela. Se trata de una especie de diario, de unas memorias, de una
autobiografía, de un relato poético, político, psicológico y filosófico. Se
podría decir que es simultáneamente novela y diario, historia y ficción,
memoria y tratado. Es una obra politextual y heterogénea. La obra es un
testimonio valioso del estado espiritual y crítico de su contexto. Al igual que
Dolores Jaramillo, considero que “la novela
diario, confesión íntima, o novela
ensayo, se arma con piezas diferentes, textos breves y largos, diálogos,
testimonios, confesiones, reflexiones filosóficas, digresiones estéticas,
comentarios críticos, conversaciones de experiencias vividas y leídas. La
diversidad textual, la fragmentación y la movilidad espacial le otorgan a la
novela un carácter moderno y vanguardista” (De
Sobremesa y la estética de la lectura).
Independientemente de que ésta
sea o no sea una novela, lo importante es que le sirvió a José Asunción Silva
como vehículo para expresar sus ideas políticas, filosóficas, psicológicas y
arremeter en contra de la sociedad y del contexto de su tiempo y plantear sus
puntos de vista sobre la realidad, el amor, la locura, la vida hedonista y
disoluta, el matrimonio, la vida y la muerte, el amor ideal… y hasta el
sinsentido de la existencia.
Sin duda alguna, Silva debió ser
un depurado intelectual, un autodidacto consumado y un insuperable lector.
Conocía perfectamente la psicología de su tiempo y sus ojos y su intelecto se
deleitaron con la filosofía y la literatura anterior a él. Había entrado en
contacto con algunos músicos, pintores, artistas y poetas contemporáneos. Según
Dolores Jaramillo, Silva fue un lector en la perspectiva de la modernidad, de
una infinita cantidad de temas, de un amplísimo interés intelectual. “Un poeta
que se inspira en otros “textos” más que en la “naturaleza” y que busca en la
lectura una forma de vida, una actividad estética que se convierte en
característica textual fundamental en la modernidad”.
A pesar de que su “narrativa” no
es cautivadora, debido a que en la obra no se sigue un hilo coherente, se trata
de un extraordinario texto, adornado por la magia embrujadora del lenguaje
tropológico y las figuras retóricas, rico en reflexiones filosóficas y,
principalmente, en la profunda exploración del alma humana. José Fernández, con
sus vivencias, lo inquieta, lo cuestiona y conmueve a uno como lector atento.
Se nos presenta el dilema: vivir de manera disoluta o encontrar y cultivar el
amor. Silva, a través de José Fernández nos llama a vivir la vida plenamente,
para no morir sin haber vivido.
Helena es un ser ideal (creación
de José Fernández), adornada con todas las virtudes de la mujer sacralizada por
los prerrafaelistas (grupo de pintores, poetas y críticos ingleses del siglo
XIX que reaccionaron contra la burguesía victoriana y su arte academicista
produciendo obras cargadas de religiosidad y fervor, inspirados en la pintura
anterior a Rafael y en el espíritu romántico de la escuela nazarena,
pretendiendo restaurar la pureza medieval en el arte cristiano). Es un ser
omnisciente, etéreo, imperecedero, atemporal e imaginario. ¿Por qué un hombre
disoluto y mujeriego se enamoró de manera tan obsesionada de una mujer que no
era más que un ideal? ¿Es tanto el poder de seducción y la atracción de una
joven o de la imagen de mujer, supuestamente hermoso, para llevar a un “dandy”,
a un “donjuan”, a tan lamentable estado? Su obsesión lo llevó a idealizarla, a
sublimarla, a “endiosarla”, a sobredimensionarla, y a perder el horizonte de su
“plan”, de su cotidianidad hedonista y disoluto, de su existencia… José
Fernández fracasó en sus proyectos, ya que fue incapaz de realizar su programa
político y de establecer una relación amorosa trascendental.
Silva, con su personaje José
Fernández representa al intelectual decadente que percibe en la sociedad un
proceso de descomposición. De Sobremesa examina el esfuerzo del intelectual por
sobrepasar su desengaño y por apoderarse de una nueva autoridad en nombre de la
literatura que le permita tratar los innumerables asuntos preocupantes del día.
Para muchos críticos literarios,
José Fernández y Andrade de Sotomayor podría ser el mismo José Asunción Silva.
Es posible que esto sea cierto, pero también podría ser falso. Lo que sí se
puede colegir, a juzgar por las breves biografías y reseñas sobre Silva, éste,
al igual que José Fernández, era un ser complejo y paradójico, atormentado y
agobiado por la carga existencial. Su pesimismo y misantropía se evidencian en
su poema El mal del siglo: “Un cansancio de todo, un absoluto / desprecio por
lo humano… un incesante / renegar de lo vil de la existencia / digno de mi
maestro Schopenhauer, / un malestar profundo que se aumenta / con todas las
torturas del análisis”.
Admiro tanto en el autor como en
el personaje la actitud crítica, anárquica, nihilista, iconoclasta,
anticonvencional, sibarita y hedonista. Silva crea a su personaje (José
Fernández y Andrade de Sotomayor) con la visión filosófica de Nietzsche.
Fernández parece convencido por las ideas de Nietzsche que rechazan como
eternas las estructuras de creencias dominantes. Los dos, fieles discípulos de
Nietzsche y de los simbolistas, estaban “más allá del bien y del mal”, con lo
cual se rebelaron contra los inflexibles esquemas y paradigmas de la decadente
moral victoriana.
Comparto la propuesta de Dolores
Jaramillo, en cuanto plantea que De Sobremesa es sobre todo una novedosa
propuesta de escritura y de lectura. “La escritura del poeta moderno surge de
la lectura y no de la inspiración como lo creyeron los románticos. El poeta
comenta lo leído y son la lectura y sus resonancias, las que conforman la
creación literaria. Poesía, ciencia e historia se integran en el diario, que es
la relación personal de un intelectual sensible, de un poeta lector con la
escritura fundamental de su tiempo, con la producción literaria y el
pensamiento iniciado en Europa por los simbolistas y decadentistas en
contraposición a los románticos y realistas. Dice David Jiménez: Leer es
entonces, prioritariamente, una actividad estética. Pero a su vez, esta
concepción de la lectura implica nuevas exigencias al lector, un nuevo tipo de
lector que, para Silva, era imposible encontrar en su medio. José Fernández
dice que cuando escribir es sugerir, el lector debe ser también un artista...
el poeta es, ante todo, un lector. Es poeta porque lee poesía. La inspiración
viene del libro: éste ha sustituido a la musa clásica y a la musa romántica.
Dentro de los temas fundamentales
de De Sobremesa destaco los
siguientes:
1. El amor idealizado
2. La vida hedonista
3. El ansia de saber y de poder político
4. La decadencia de la sociedad de finales
del siglo XIX
5. El sinsentido de la vida
6. El espíritu del superhombre
nietzscheano
7. El dilema entre los sueños o la acción
8. La lucha del instinto y los raciocinios
9. El misántropo y el sibarita
10. El conflicto entre los ideales y el
pragmatismo
11. El erotismo como estética
12. El adulterio
13. La ansiedad y la angustia
14. La obsesión amorosa
15. El rechazo al romanticismo
16. La pretensión de lograr afinidad entre la
vida y el arte
17. El “dandy” decadente
18. La búsqueda obsesiva de Helena, el amor
ideal
19. La hartura de la saciedad de los sentidos
y del intelecto
20. Los problemas relacionados con la
modernidad
LUIS ANGEL RIOS PEREA
me podrías ayudar a saber cual era su visión sobre la vida,loa muerte, y la mujer?
ResponderEliminarA que se refiere todo eso es ella?
ResponderEliminarTambién quiero saber a que se refiere TODO ESO ES ELLA. Gracias
ResponderEliminarQue cuento h d p pa' largo no lo va a leer ni su madre
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