jueves, 24 de octubre de 2013

LA SOBREMESA DE JOSE ASUNCION SILVA



Introducción
Cuando oí por primera vez, desde hace mucho tiempo, sobre la existencia de una novela (De Sobremesa) del poeta José Asunción Silva, en mi concepto el mejor poeta colombiano, pensé que debía tratarse de una novela del montón; por eso no me motivé por leerla. Pero, tiempo después, por casualidad llegó a mis manos esa novela. La leí, y ¡qué sorpresa!: se trata de una de las mejores obras que se hayan escrito. No era para menos: si Silva fue un excepcional lírico, tendría que ser igual como narrador. Su profundo contenido filosófico y psicológico me impactó y me afectó hondamente. La obra es un llamado a la reflexión, al cuestionamiento personal, donde surge el eterno dilema entre los sueños o la acción, los ideales o lo pragmático.
Argumento
En una suntuosa casa (“Villa Helena”) se reúnen, inicialmente, José Fernández y Andrade de Sotomayor (propietario y anfitrión), poeta y comerciante, Juan Rovira y Óscar Sáenz, médico; después llegan Luis Cordovez y Máximo Pérez, con el ánimo de realizar sus acostumbradas tertulias, luego de una comida.
Algunos de los contertulios piden a José Fernández que les lea el diario íntimo que guarda tan celosamente, con el propósito de conocer episodios desconocidos de éste durante su permanencia en Europa. José los complace y lee sobre sus vivencias en el viejo continente, entre las cuales se destaca la visión efímera y fugaz, pero muy impactante, en Suiza, de una hermosa joven, de unos quince años, llamada Helena de Scilly Dancourt, de la cual se enamoró obsesionada y perdidamente.
El diario comienza en Paris, el 3 de junio de 189… José Fernández y Andrade de Sotomayor (“Pepillo” o el “casto José”), inicialmente lee sobre la impresión que le dejaron los libros Degeneración, de Max Nordau (M. Simón Sudfeld), escritor húngaro (1849-1923) que atacó y satirizó la sociedad y la cultura de su tiempo, y el Diario de María Bashkirtseff, artista rusa fallecida (“de genio y de tisis”) a los 24 años en París; “dos libros que son como una perfecta antítesis de comprensión intuitiva y de incomprensión sistemática del Arte y de la vida”.
Luego de reflexionar sobre la fructífera y efímera existencia de María Bashkirtseff, exalta la belleza y diserta sobre la personalidad de María Legendre (Lelia Orlof), una de sus tantas amantes, a quien intentó asesinar con un puñal tras haberla encontrado en la intimidad con otra mujer.
Después del intento de homicidio, José huyó a un poblado suizo perdido entre las montañas. Allí concibió un plan político (“claro y preciso como una fórmula matemática”), al cual pensaba consagrarle la vida como su único fin, minuto a minuto durante varios años, con una incesante y férrea voluntad: tomarse el poder en Colombia sin importar los fines y los medios. Su plan parecía más bien una ambiciosa, quimérica, descabellada, absurda y megalomaníaca utopía política…

Seguidamente, José Fernández  relata su relación afectiva y carnal con una “divetta de un teatro bufo del Boulevard, Nini Rousset” (en Ginebra), a la que intentó matar (“bajo la influencia letárgica del opio, del opio divino, omnipotente, justo y sutil, como lo llama Quincey, que pagó con la vida su amor por la droga funesta, bajo cuya influencia se embrutecen diariamente millones de hombres en el Extremo Oriente”), demostrando que no le encontraba sentido a su vida.
A continuación lee el suceso central de la obra: su obsesivo enamoramiento de Helena. Antes de verla, por única y última vez, José Fernández vivió una vida de bohemio, de “dandy”, de mujeriego y de hombre disoluto que probó el opio y otras “drogas” alucinógenas. A penas la vio, se alejó, durante algunos meses de ese estilo de vida.
Profundamente enamorado de Helena, su dama ideal, hizo todo lo que pudo en procura de saber más de ella y encontrarla, sin que sus ingentes esfuerzos dieran los resultados esperados. Luego de enterarse que ella se había ido de Suiza con rumbo desconocido, empezó una exhaustiva e infructuosa búsqueda. En esa dinámica, desesperado y “enloquecido”, su conturbado estado de ánimo decayó y enfermó. Los médicos que lo trataron no le encontraron enfermedad alguna, y dos de ellos coincidieron en aconsejarle que se casara, y así encontraría solución a sus padecimientos.
José Fernández, un afligido espíritu angustiado y ansioso, que necesitaba a Helena para poder vivir, prosiguió en su búsqueda; pero al no encontrarla, decidió regresarse a Colombia, a continuar con su antiguo estilo de vida. Cuando se disponía a regresar, vio en una lápida el nombre de Helena, y entonces dedujo que ésta no había sido una mujer real, sino un sueño, posiblemente. Entonces abandona el arte y se dedica a trabajos mundanos porque éstos serían los únicos que podrían ayudarle a soportar su vida.
 Análisis del personaje principal
José Fernández y Andrade de Sotomayor (“soñador de aristocráticos idealismos”), un atribulado y complejo personaje, era un hombre acaudalado, que inició estudios de prehistoria y antropología. Leía mucho y entró (en Europa) en contacto con poetas, artistas e intelectuales. Hablaba inglés, francés, alemán, algo de ruso y griego, y tenía inclinación por la antropología, la historia, la botánica, la literatura, la música y, sobre todo, la psicología. Se interesaba por el Amor, el Arte, la Muerte y la Ciencia. Según él, sus cuatro almas eran: “la de un artista enamorado de lo griego, y que sentía con acritud la vulgaridad de la vida moderna; la de un filósofo descreído de todo por el abuso del estudio; la de un gozador cansado de los placeres vulgares, que iba a perseguir sensaciones más profundas y más finas, y la de un analista que las discriminaba para sentirlas con más ardor…”
Era un espíritu misántropo, antirreligioso, nihilista, anarquista, desesperado, angustiado, ansioso… Le temía a la locura, pero no a la muerte. “¡La Muerte!... No me impresiona pensar en ella; ¡estoy seguro de que no es ni más horrible ni más misteriosa que la Vida!” Harto de la lujuria y la carne quería el amor y el espíritu. “Tenía la manía de convertir sus impresiones en obras literaria”. Tenía ímpetus idealistas y desmedidas ambiciones de saber, de gloria, de riqueza y de placeres. José sentía dentro de sí bullir y hervir millares de contradictorios impulsos encaminados a poseerlo todo.
Según Óscar Sáenz, José en su “frenesí por ampliar el campo de las experiencias de la vida” y su “afán por desarrollar simultáneamente las facultades múltiples” con que lo había dotado la naturaleza, iba perdiendo de vista el lugar a donde se dirigía.
A José Fernández le parecía ridículo que lo llamaran poeta, ya que consideraba una profanación y un error llamarse así, debido a que ese alto honor sólo estaba reservado a genios como Esquilio, Homero, Dante, Shakespeare, Shelley, entre otros. Aceptando que no era poeta, reconoció que la lectura de los grandes poetas le produjo emociones tan profundas, como las de él, que subsistieron en su espíritu y se impregnaron en su sensibilidad para convertirse en estrofas. “Uno no hace versos, los versos se hacen dentro de uno… Los versos se hacen dentro de uno, uno no los hace, los escribe apenas…” Soñaba en forjar estrofas que sugirieran mil cosas que sentía bullir dentro de sí y que valdrían la pena decirlas. Por el hecho de haber publicado unos versos, el vulgo lo había etiquetado y rotulado como poeta. “Poeta, puede ser, ese tiquete fue el que me tocó en la clasificación. Para el público hay que ser algo. El vulgo les pone nombres a las cosas para poderlas decir y pega tiquetes a los individuos para poderlos clasificar. Después el hombre cambia de alma pero le queda el rótulo”.
Así como le atraía la poesía, también sentía similar inclinación y fascinación por “todas las artes, la ciencia, la especulación, el lujo, los placeres, el misticismo, el amor, la guerra, todas las formas de la actividad humana, todas las formas de la vida, la misma vida material, las mismas sensaciones que por una exigencia de mis sentidos, necesito de día en día más intensas y más delicadas…”. Por eso no se consideraba poeta y no quería escribir más poesías, a pesar de la insistencia de sus amigos. Dedicarse a escribir versos era dejar de vivir intensamente. Sáenz le decía a José que éste no escribía porque las exigencias de sus sentidos exacerbados y la urgencia de satisfacerlos lo dominaban y le impedían escribir poesía. José insistía en disfrutar la vida intensamente en lugar de escribir versos, porque una calavera de su casa le indicaba todas las noches que su deber era vivir con todas sus fuerzas, con toda su vida.
Según Aníbal González, en su ensayo “Estómago y cerebro: la indigestión cultural en De Sobremesa”, “el hiperrefinado protagonista sufre de cólicos estomacales y de una náusea ya casi existencialista, que son la expresión metafórica de su incapacidad de asimilar  de armonizar en una totalidad coherente  todo el exquisito arte y la fina literatura que ha consumido”. Así mismo, precisa que en el trasfondo tanto de la novela decadentista del escritor francés Joris Karl Huysmans (seudónimo de Charles Marie Georges Huysmans 1848-1907) como de la novela modernista de José Asunción Silva “se encuentra una polémica entre dos concepciones del arte y la estética: por un lado, la platónica, que equipara lo bello con lo bueno, y concibe el arte como un vehículo cuasirreligioso hacia la contemplación del Sumo Bien, y por otro, la concepción racionalista de Kant (con la cual se funda propiamente la estética como rama de la filosofía), para la cual el arte es la expresión de una finalidad sin fin, es decir, el arte parece tener un propósito, aunque nunca podemos afirmar precisamente cuál es”. En cuanto a la corriente literaria en que se enmarca De Sobremesa, González piensa que Silva, como muchos modernistas, opta por una solución platónica: la contemplación de Helena como prototipo de la belleza suprema, contemplación tanto más apropiada cuanto que, al final de la novela, nos enteramos  de que Helena está muerta. “Pero si Helena es la metáfora o alegoría de la esencia artística que busca Fernández, su muerte le da un cariz tenebroso a esa búsqueda: algo anda mal cuando, para representar alegóricamente la esencia del arte, hay que recurrir a la figura de una mujer hermosa pero muerta”
José, atribulado por sus pasiones, acudió a donde John Rivington, médico que había “consagrado sus últimos años a la psicología experimental y a la psicofísica”, pese a que se consideraba un enfermo curioso que gozaba de perfecta salud corporal. Fue a buscar en él los auxilios que la ciencia podría ofrecerle para mejorar su espíritu; por eso lo nombró como su “director espiritual y corporal”. José le refirió su vida sin obviar nada: ímpetus idealistas, avidez de saber, de gloria, de riqueza y de placeres.
Rivington, luego de auscultarlo e interrogarlo minuciosamente, le advirtió que, a pesar de ser una persona que manifestaba entusiasmo por la ciencia que no admitía en esa época “separación alguna entre los fenómenos de la vida…” y que afirmaba no tener creencias religiosas, era un espiritualista convencido, un místico casi, tal vez contra su gusto. Así mismo, le aconsejó que hiciera un esfuerzo y triunfara sobre sí mismo, regularizando su vida, dándole a ella el mismo campo a los placeres de los sentidos y a los estudios, cuidando el estómago y el cerebro como condición para curarse; también que se consiguiera una novia que coincidiera con sus ideales y su carácter y se casara con ella a efectos de que desapareciera el fantasma que él se había forjado. Así que lo instó a que buscara a Helena y se casara con ella. “Deseche usted esas ideas místicas que son un rezago del catolicismo de sus antepasados, prefiera usted la acción al sueño inútil, busque usted desde mañana a la joven, cásese con ella y será usted muy feliz”. Además, le insinuó que olvidara sus planes políticos y sus sueños, porque los sueños eran enemigos de la acción. “Esa quimera que se ha forjado usted de dominarlo todo, de gozar con los sentidos y siendo al tiempo mundano, artista, sabio, guerrero y conductor de hombres, es el supremo absurdo”.
Posteriormente, agobiado por “una abominable impresión de ansiedad y de angustia” desde su llegada a París, acudió donde otro especialista: el doctor Charvert, el sabio que había resumido en seis volúmenes sus admirables lecciones sobre el sistema nervioso. Después de interrogarlo “hábil y discretamente”, Charvet le dictaminó que la causa de sus padecimientos radicaba en su abstinencia genital, ya que desde que había visto a Helena no había tenido contacto íntimo con ninguna mujer. Considerando que eso era sólo un capricho, Charvet le recomendó terminar con esa conducta, con ese “voto de castidad”, y agregó: “Sobran las drogas, amigo mío, usted sabe el remedio, aplíqueselo… en dosis pequeñas al principio…”. Como José se negó a seguir las instrucciones de Charvet, éste le recomendó que gastara toda su fuerza en todo sentido como lo había hecho durante los últimos días y que completara “la obra del ejercicio violento con largos baños calientes y altas dosis de Bromuro”. Pero eso fue inútil.
Durante otra consulta, José le dijo a Charvet que se estaba muriendo sin causa, muriendo de angustia a falta de fuerzas. Incapaz de soportar por más tiempo lo que sentía, José suplicó a Charvet que le diera algo que lo hiciera dormir porque si no enloquecería. “-Píqueme usted con morfina, hágame beber cloral, hágame dormir a todo trance, aunque me cueste la vida”. Charvet, por razones éticas, se negó a esta petición. Como no le encontró enfermedad alguna, le ofreció un cognac e hizo preparar un medicamento; con esto se alivió. Finalmente, le recomendó que se casara, ya que el matrimonio era “una hermosa invención de los hombres, la única capaz de canalizar el instinto sexual”.
Cuestionaba lo que llamaban “vida real”, pues consideraba que ésta no era más que vida burguesa sin emociones ni curiosidades. Lo que los hombres llamaban realidad no era más que “una máscara oscura tras de la cual se asoman y miran los ojos del misterio… Para mí lo que se llama percibir la realidad quiere decir no percibir toda la realidad, ver apenas una parte de ella, la despreciable la nula, la que no me importa. ¿La realidad?... Llaman realidad a todo lo mediocre, todo lo trivial, todo lo despreciable…”
Su pasión más honda era el “deseo por sentir la vida, de saber la vida, de poseerla”, como a una mujer adorada, “que convencida de nuestro amor se nos confía y nos entrega sus más deliciosos secretos”. Ni las religiones, ni la ciencia sabían lo que era la vida; posiblemente, el arte y el amor. “Las religiones no, puesto que la consideran como un paso para otras regiones; la ciencia no, porque apenas investiga las leyes que la rigen sin descubrir su causa ni su objeto. Tal vez el arte que la copia… tal vez el amor que la crea”. La mayor parte de los que mueren no la han vivido. Muchos mueren sin haberla vivido porque viven encerrados en la prisión de su lucha diaria por subsistir, en su profesión, en una creencia. La mayoría “muere sin llevarse de ella más que una impresión confusa de cansancio”. Por eso él quería vivir la vida, “sentir todo lo que se puede sentir, saber todo lo que se puede saber, poder todo lo que se puede….” Su pasión más honda la constituía “el deseo de sentir la vida, de saber la vida, de poseerla, no como se posee a una mujer de quien nos hacen dueños unos instantes de desfallecimiento suyo y de audacia nuestra, sino como a una mujer adorada, que convencida de nuestro amor se nos confía y nos entrega sus más deliciosos secretos… ¡Ah, vivir la vida!, emborracharse de ella, mezclar todas sus palpitaciones con las palpitaciones de nuestro corazón antes de que él se convierta en ceniza helada; sentirla en todas sus formas”, en la gritería del populacho, en las canciones, en la voluptuosidad de las mujeres, en la humedad de la selva…
Quería concretar un plan político, acudiendo a su inmensa fortuna, que consistía en tomarse el poder (la presidencia de la República de Colombia),  costara lo que costara (incluso acudir al violento y letal poder de las armas), con el ánimo de establecer y entronizar un cambio radical.
Idealizó tanto a Helena (contrapartida espiritual de la baja carnalidad que él mismo cultivó) hasta el punto de obsesionarse enfermizamente por ésta. Poseído por su febril delirio por Helena, recordada versos de Dante, soñaba con ella, le parecía verla en todas partes y en una pintura de J. F. Siddal que correspondía al retrato de la madre de ésta. Ella era su última creencia y su última esperanza, y para ser bueno y no enloquecer, necesitaba desesperadamente a Helena, su amor idealizado. “¡Sólo mi espíritu la reclamaba hace unos días, y ahora todo mi ser la reclama!... Antes de encontrarla no sabía lo que era el amor y había besado sólo con la imaginación, mis ideales de poeta, con mis labios de carne las bocas lascivas y entreabiertas de mis fáciles idolatradas. Ahora mi espíritu y mis labios sueñan con ella, y si en ella pienso vibra todo mi ser, como las cuerdas de un instrumento sonoro bajo el arco inspirado del artista que les comunica su alma. Puesto que revestida de misterio y de más allá, entraste en mi vida, virgen inmaculada y dulcísima, nuestro amor será un éxtasis. Ennoblecidos por ti, los detalles de la existencia diaria se transfigurarán, y cada paso andado por los caminos de la tierra será un paso hacia lo alto. Por ti abandonaré los planes destinados a hacer pasar mi nombre a los tiempos venideros. ¡Qué más gloria que vivir arrodillado a tus pies sintiendo la caricia de tus manos y bebiendo en tus labios la esencia misma de la vida!... Estoy harto de la lujuria y quiero el amor; estoy cansado de la carne y quiero el espíritu… No hay una mancha en mi vida después que tus ojos cruzaron sus miradas con las mías. Para ser bueno necesito de ti, necesito verte. Ven, surge, aparécete, sálvame, ven a liberarme de la locura que avanza en mi cielo como una nube negra preñada de tempestades, ven a salvar lo que queda en mí de los santos de mi raza… ¿En dónde estás?... Surge, aparécete. Eres la última creencia y la última esperanza. Si te encuentro será mi vida algo como una ascensión gloriosa hacia la luz infinita; si mi afán es inútil y vanos mis esfuerzos, cuando suene la hora suprema en que se cierren los ojos para siempre, mi ser, misterioso compuesto de fuego y de lodo, de éxtasis y de rugidos, irá a deshacerse en las oscuridades insondables de la tumba”. A pesar de haber encontrado su nombre sobre una tumba, no se resignaba a saberla muerta. “¿Muerta tú, Helena?.. No, tú no puedes morir. Tal vez no hayas existido nunca y seas sólo un sueño luminoso de mi espíritu; pero eres un sueño más real que eso que los hombres llaman Realidad”. 
Luego de ocho meses de “castidad” y abstinencia, tornó a su vida bohemia con mujeres. Una de ellas fue Nelly, una mujer de 18 años, casada con un millonario que la maltrataba y no satisfacía sus gustos. Luego de un derroche de convincente retórica y de locuaz galantería, logró conquistarla tras haberle regalado una costosa joya de diamantes, que, según él, valía menos que una gota de las lágrimas que ella derramaba por su tirano esposo. Después de disfrutar desenfrenadamente de noche de pasión, Nelly viajó a Nueva York. “Fue un estímulo apenas la noche de delicias pasada con Nelly, una gota de licor para el que agoniza de sed…” Esa mujer, a quien decía José amarla profundamente (“ Y yo te adoro, Nelly, respondí buscando con locura sus labios primero, y hundiendo luego la frente en el seno blando, perfumado y fresco...”), odiaba el tiempo, porque “el tiempo es una cosa estúpida… que sólo existe para el cuerpo…” Por eso, en su país querían suprimirlo con la electricidad, con el vapor, con la inteligencia. “Allá creamos en una década ciudades más grandes que las de Europa, que tienen seis siglos, y hemos hecho una civilización de doscientos años. El tiempo es una cosa estúpida que se arrastra. Yo quiero suprimirlo en mi vida...”
Otras dos amantes fueron Consuelo y Julia, la esposa del señor Musellaro. Consuelo (que decía que las parisienses eran “muñecas vivas” que no sabían amar como las colombianas), esposa de un amigo, había sido su novia nueve años atrás. A Consuelo lo que más le fascinaba de José era su desprecio por la moral corriente. “Usted es el sobrehombre, el Uber mensch con que yo soñaba”.

 Luego tuvo una aventura pasional con Olga, “la rubia baronesa alemana”, quien decía estar exenta de todo prejuicio. Tras consumar el fuego de la pasión, ella, creyendo a José de mármol, emprendió una conversación destinada probablemente a cerciorarse de las escasas facultades amatorias de José y a escandalizarlo con el desprecio profundo que manifestaba por todas las conveniencias sociales y todas las ideas corrientes sobre moral. Ante esto, José le dijo que eso eran teorías; teorías y nada más. “Usted en la práctica es una puritana rígida y respeta hasta los más estúpidos lazos con que nos sujeta la sociedad. Si usted viviera de verás, más allá del bien y del mal, como dice Nietzsche, sería otra cosa; pero no es así. Si yo le diera a usted un beso ahora, dije, haciéndola sentarse en un saloncito donde no había nadie, usted haría que su marido me mandara un par de testigos; y si la invitara a comer sola conmigo mañana, a las siete de la noche, no volvería a contestarme el saludo…”
Con la Musellaro, según narró José, fue otra historia. “So pretexto de amor al arte pagano y de mi entusiasmo por los poetas modernos de Italia, habíamos tenido en los últimos tiempos conversaciones indeciblemente libertinas. La iba a ver desde tres meses antes, los martes por la noche, en que recibe en su casa la flor y nata de los condes y marqueses arruinados y de los pintores y músicos de la Colonia. Me había recitado los más ardientes poemas en que D'Annunzio canta las glorias de la carne, con voz ligeramente ronca y velada, medio cerrados los oscuros ojos que, con la mate blancura de la piel, lo puro del perfil y lo espeso de la cabellera negra, hacen soñar con una romana de los tiempos del Imperio; me había oído decirle cosas sin nombre, sin ruborizarse… Julia, le dije llevándola hacia el rincón donde una copia de la Venus de Milo destaca sus blancuras de mármol sobre la pesada cortina del fondo, esta noche la belleza de usted embriaga, como embriagaría un vino de Falerno, bebido en copa de oro. Si usted pudiera verse con unos ojos de hombre, se enamoraría de usted misma. Sueña uno al verla a usted con no vivir en este siglo dejativo y triste, en que hasta el placer se mide y se tasa, sino en la época de los Borgias, provoca verla presidiendo una orgía de príncipes, en que el sabor de los besos se mezclara con el del veneno…”
Después de estas locas y disolutas aventuras, José se preguntaba si era un Donjuan o un seductor y reflexionó: “Respecto de Consuelo, tal vez, en quien toqué las más ocultas fibras del sentimiento al recordarle nuestros infantiles y dulcísimos amores; no con las otras dos, viciosas, coleccionadoras de sensaciones, aleccionadas por quién sabe qué predecesores míos, corrompidas por el arte y la literatura y empeñadas cada una de ellas en ver en mí el personaje que les han mostrado como ideal los librejos ponzoñosos que han leído sin entenderlos. ¿Seducción? No; si nadie seduce a nadie. Si es la idea del placer la que nos seduce... Tan ardiente era el deseo en ellas como en mí; dentro de unos años no recordarán la aventura, y si la recuerdan, les parecerá a ambas tan inocente como me parece a mí ahora.
 ¿Y esto llaman crimen los moralistas severos, que predican su moral en dramas de tres actos? ¿Crimen? ¡Halagar a una mujer, idealizarle el vicio, ponerle al frente un espejo donde se mire más bella de lo que es, hacerla gozar de la vida por unas horas y quedarse sintiendo desprecio por ella, asco de sí mismo, odio por la grotesca parodia del amor y ganas de algo blanco, como una cima de ventisquero, para quitarse del alma el olor y el sabor de la carne!”
A pesar de sus amantes,  a José Fernández no le importaban las ideas sobre el amor. Nada le importaba; sólo sentía el mortal cansancio y el desprecio por todo, el mortal dejo, el spleen (melancolía) horrible, el tedium vital que, como un monstruo interior cuya hambre no alcanza a saciarse con el universo, comenzaba a devorarle el alma.
José Fernández era un hombre plenamente desarraigado, enfermo, lúcido en su aristocrática marginalidad. El ilustre escritor Rafael Humberto Moreno-Durán, en un ensayo titulado De Sobremesa, una poética de la trasgresión, nos dice que José Fernández, sensitivo hasta rozar la morbidez, “es un insaciable decantador de sensaciones, alguien que ha hecho de su vida un crisol de experiencias de las que nada está excluido: la trasgresión lo impulsa, el crimen lo tienta, el suicidio se abre como postrer esperanza… Se rinde sólo ante la aventura del placer… La exclusividad del goce parece sustentar la originalidad e identidad del decadente, que hace del erotismo una estética: nadie vive ni disfruta como él: es único, irrepetible, prescinde del código común…” Según Moreno-Durán, la lápida con el nombre de Helena “lo impele a asumir la realidad, que es el regreso. Y el regreso, pragmático y mezquino, lo obliga a forjar proyectos no menos ideales aunque inscritos en la Historia: obviamente, también aquí él será el máximo protagonista”. Sostiene, además, que el espíritu de José Fernández, “sensible y delicado, odia a la chusma, a la plebe ignara y sin gusto, pero también odia al mundo burgués, a la religión, a los judíos, a los políticos, lo que no impide que él, el misántropo ilustrado y sensible, baje del pedestal para salvar a su pueblo de la hecatombe. Su "revolución conservadora" lo insta a "asaltar el poder, espada en mano, y fundar una tiranía".
Ataca las “pedantescas elucubraciones seudocientíficas” de Nordau, quien disertaba sobre las obras maestras del arte producidas durante los últimos 50 años del siglo XIX.  Lo fustiga porque no fue capaz de “coger en su velo la mariposa de luz que fue el alma de la Bashkirtseff” y haber escrito que había sido una mujer degenerada, “tocada de la locura moral”. Así mismo, exalta a esta dulcísima pintora por su grandiosidad como artista y como intelectual; “una de las almas más vibrantes y más ardientes del tiempo presente”.
Reflexionando sobre el intento de asesinato de su amante María Legendre, quien le dijo que la vida no era para saber, sino para gozar (“Goza, gozar es mejor que pensar, -añadió con acento de convicción íntima”.), José se preguntaba: “¿Por qué cometí esa brutalidad digna de un carretero e intenté un asesinato de que me salvó el tamaño del puñal que es más bien una joya que un arma, yo el libertino curioso de los pecados raros que ha tratado de ver en la vida real, con voluptuoso diletantismo, las más extrañas prácticas, inventadas por la depravación humana, yo el poeta de las decadencias que ha cantado a Safo la lesbiana y los amores de Adriano y Antinoo en estrofas cinceladas como piedras preciosas? ¿Celos? Sería grotesco... ¿Odio por lo anormal?... No, puesto que lo anormal me fascina como una prueba de rebeldía del hombre contra el instinto... ¿Entonces?... Fue un movimiento irrazonado, un impulso ciego, inconsciente…”

Estructura de la obra
La estructura superficial, patente o externa (su forma), no tiene la misma importancia que la estructura profunda, latente, posléxica, subyacente o interna (su fundo). La obra no tiene una ilación lineal ni coherente. No está dividida en capítulos, sino en apartes encabezados por fechas incompletas. Cada aparte o fragmento, generalmente cortos, muchas veces son independientes y no guardan una estrecha relación o vínculo con el anterior o posteriores. Es más bien como especie de “colcha” de retazos desligados, los cuales, en algunos casos, no están unidos por un hilo conductor. Algunas frases son relativamente largas y poco pausadas. Su estilo narrativo es un poco descuidado, pero es muy rico en figuras literarias, en las que predominan rutilantes metáforas.
Su enorme riqueza literaria la encontramos en su estructura profunda. El autor deleita con su hondura ideológica, filosófica y psicológica. Se evidencia que se trata de un espíritu culto, cosmopolita y crítico; un intelectual que había recibido el influjo de las sapiencias más brillantes e influyentes de su época y anteriores a él, y una mente abierta que estaba “más allá del bien y del mal”. Si el autor en su poética nos lleva por su recóndito y extraordinario mundo interior, emocional e instintivo, con su narrativa nos pasea por su intrincado universo ideológico, político, filosófico y psicológico. Este universo es una inagotable cantera de mensajes, enseñanzas y cuestionamientos. En él, el lector atento, se encuentra frente a un autor que lo afecta, lo inquieta, lo cuestiona y lo llama a vivir intensamente. Su llamado a la reflexión es inquietante: ¿Idealistas? ¿Materialistas? ¿Pragmáticos? ¿Soñadores? ¿Hombres de acción? ¿Prácticos? ¿Disolutos? ¿Hedonistas? ¿Amos? ¿Esclavos? ¿Superhombres? ¿Ateos? ¿Religiosos? ¿Irreligiosos? ¿Tiene algún sentido la vida?...  Si uno es una persona con sentido o espíritu crítico, después de haber leído De Sobremesa se siente “tocado” y con su cosmovisión, de una u otra manera, ligeramente enriquecida y transformada.
Comentario
De Sobremesa no es una novela convencional. En ella no se encuentran los elementos tradicionales de la novela. Se trata de una especie de diario, de unas memorias, de una autobiografía, de un relato poético, político, psicológico y filosófico. Se podría decir que es simultáneamente novela y diario, historia y ficción, memoria y tratado. Es una obra politextual y heterogénea. La obra es un testimonio valioso del estado espiritual y crítico de su contexto. Al igual que Dolores Jaramillo, considero que “la novela  diario, confesión íntima, o novela  ensayo, se arma con piezas diferentes, textos breves y largos, diálogos, testimonios, confesiones, reflexiones filosóficas, digresiones estéticas, comentarios críticos, conversaciones de experiencias vividas y leídas. La diversidad textual, la fragmentación y la movilidad espacial le otorgan a la novela un carácter moderno y vanguardista” (De Sobremesa y la estética de la lectura).
Independientemente de que ésta sea o no sea una novela, lo importante es que le sirvió a José Asunción Silva como vehículo para expresar sus ideas políticas, filosóficas, psicológicas y arremeter en contra de la sociedad y del contexto de su tiempo y plantear sus puntos de vista sobre la realidad, el amor, la locura, la vida hedonista y disoluta, el matrimonio, la vida y la muerte, el amor ideal… y hasta el sinsentido de la existencia.
Sin duda alguna, Silva debió ser un depurado intelectual, un autodidacto consumado y un insuperable lector. Conocía perfectamente la psicología de su tiempo y sus ojos y su intelecto se deleitaron con la filosofía y la literatura anterior a él. Había entrado en contacto con algunos músicos, pintores, artistas y poetas contemporáneos. Según Dolores Jaramillo, Silva fue un lector en la perspectiva de la modernidad, de una infinita cantidad de temas, de un amplísimo interés intelectual. “Un poeta que se inspira en otros “textos” más que en la “naturaleza” y que busca en la lectura una forma de vida, una actividad estética que se convierte en característica textual fundamental en la modernidad”.
A pesar de que su “narrativa” no es cautivadora, debido a que en la obra no se sigue un hilo coherente, se trata de un extraordinario texto, adornado por la magia embrujadora del lenguaje tropológico y las figuras retóricas, rico en reflexiones filosóficas y, principalmente, en la profunda exploración del alma humana. José Fernández, con sus vivencias, lo inquieta, lo cuestiona y conmueve a uno como lector atento. Se nos presenta el dilema: vivir de manera disoluta o encontrar y cultivar el amor. Silva, a través de José Fernández nos llama a vivir la vida plenamente, para no morir sin haber vivido.
Helena es un ser ideal (creación de José Fernández), adornada con todas las virtudes de la mujer sacralizada por los prerrafaelistas (grupo de pintores, poetas y críticos ingleses del siglo XIX que reaccionaron contra la burguesía victoriana y su arte academicista produciendo obras cargadas de religiosidad y fervor, inspirados en la pintura anterior a Rafael y en el espíritu romántico de la escuela nazarena, pretendiendo restaurar la pureza medieval en el arte cristiano). Es un ser omnisciente, etéreo, imperecedero, atemporal e imaginario. ¿Por qué un hombre disoluto y mujeriego se enamoró de manera tan obsesionada de una mujer que no era más que un ideal? ¿Es tanto el poder de seducción y la atracción de una joven o de la imagen de mujer, supuestamente hermoso, para llevar a un “dandy”, a un “donjuan”, a tan lamentable estado? Su obsesión lo llevó a idealizarla, a sublimarla, a “endiosarla”, a sobredimensionarla, y a perder el horizonte de su “plan”, de su cotidianidad hedonista y disoluto, de su existencia… José Fernández fracasó en sus proyectos, ya que fue incapaz de realizar su programa político y de establecer una relación amorosa trascendental.
Silva, con su personaje José Fernández representa al intelectual decadente que percibe en la sociedad un proceso de descomposición. De Sobremesa examina el esfuerzo del intelectual por sobrepasar su desengaño y por apoderarse de una nueva autoridad en nombre de la literatura que le permita tratar los innumerables asuntos preocupantes del día.
Para muchos críticos literarios, José Fernández y Andrade de Sotomayor podría ser el mismo José Asunción Silva. Es posible que esto sea cierto, pero también podría ser falso. Lo que sí se puede colegir, a juzgar por las breves biografías y reseñas sobre Silva, éste, al igual que José Fernández, era un ser complejo y paradójico, atormentado y agobiado por la carga existencial. Su pesimismo y misantropía se evidencian en su poema El mal del siglo: “Un cansancio de todo, un absoluto / desprecio por lo humano… un incesante / renegar de lo vil de la existencia / digno de mi maestro Schopenhauer, / un malestar profundo que se aumenta / con todas las torturas del análisis”.
Admiro tanto en el autor como en el personaje la actitud crítica, anárquica, nihilista, iconoclasta, anticonvencional, sibarita y hedonista. Silva crea a su personaje (José Fernández y Andrade de Sotomayor) con la visión filosófica de Nietzsche. Fernández parece convencido por las ideas de Nietzsche que rechazan como eternas las estructuras de creencias dominantes. Los dos, fieles discípulos de Nietzsche y de los simbolistas, estaban “más allá del bien y del mal”, con lo cual se rebelaron contra los inflexibles esquemas y paradigmas de la decadente moral victoriana.
Comparto la propuesta de Dolores Jaramillo, en cuanto plantea que De Sobremesa es sobre todo una novedosa propuesta de escritura y de lectura. “La escritura del poeta moderno surge de la lectura y no de la inspiración como lo creyeron los románticos. El poeta comenta lo leído y son la lectura y sus resonancias, las que conforman la creación literaria. Poesía, ciencia e historia se integran en el diario, que es la relación personal de un intelectual sensible, de un poeta lector con la escritura fundamental de su tiempo, con la producción literaria y el pensamiento iniciado en Europa por los simbolistas y decadentistas en contraposición a los románticos y realistas. Dice David Jiménez: Leer es entonces, prioritariamente, una actividad estética. Pero a su vez, esta concepción de la lectura implica nuevas exigencias al lector, un nuevo tipo de lector que, para Silva, era imposible encontrar en su medio. José Fernández dice que cuando escribir es sugerir, el lector debe ser también un artista... el poeta es, ante todo, un lector. Es poeta porque lee poesía. La inspiración viene del libro: éste ha sustituido a la musa clásica y a la musa romántica.

Dentro de los temas fundamentales de De Sobremesa destaco los siguientes:
1.         El amor idealizado
2.         La vida hedonista
3.         El ansia de saber y de poder político
4.         La decadencia de la sociedad de finales del siglo XIX
5.         El sinsentido de la vida
6.         El espíritu del superhombre nietzscheano
7.         El dilema entre los sueños o la acción
8.         La lucha del instinto y los raciocinios
9.         El misántropo y el sibarita
10.       El conflicto entre los ideales y el pragmatismo
11.       El erotismo como estética
12.       El adulterio
13.       La ansiedad y la angustia
14.       La obsesión amorosa
15.       El rechazo al romanticismo
16.       La pretensión de lograr afinidad entre la vida y el arte
17.       El “dandy” decadente
18.       La búsqueda obsesiva de Helena, el amor ideal
19.       La hartura de la saciedad de los sentidos y del intelecto
20.       Los problemas relacionados con la modernidad

LUIS ANGEL RIOS PEREA

4 comentarios:

  1. me podrías ayudar a saber cual era su visión sobre la vida,loa muerte, y la mujer?

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  2. También quiero saber a que se refiere TODO ESO ES ELLA. Gracias

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  3. Que cuento h d p pa' largo no lo va a leer ni su madre

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