domingo, 6 de octubre de 2013

EL AMOR ES PARA AMAR EN LIBERTAD SIN DEPENDER DEL SER AMADO



Si queremos vivenciar la grata experiencia de amar en libertad sin depender de la persona amada, es conveniente leer el  libro“¿Amar o depender?” de Walter Riso.

Aproximación al contenido.

Este excelente libro nos muestra cómo la dependencia afectiva convierte nuestra vida amorosa en una experiencia desagradable y nos hacemos demasiado daño.  “La adicción afectiva es el peor de los vicios”.  Si nos apegamos excesivamente a la persona que decimos amar, el amor se torna en adicción y dependencia. Con la tesis de que “es posible amar sin apegos”, el autor advierte que su obra está dirigida “a todas aquellas personas que quieren hacer del amor una experiencia plena, alegre y saludable”.  La dependencia afectiva genera sufrimiento y depresión.  La dependencia genera temores e inseguridad. “Un amor inseguro es una bomba de tiempo que puede estallar en cualquier momento y lastimarnos profundamente”.  El libro consta de tres partes: 1. Entendiendo el apego afectivo. 2. Previniendo el apego afectivo. 3. Venciendo el apego afectivo. La primera parte muestra los inconvenientes del apego afectivo, aclarando que el apego es adictivo, que el deseo no es apego, que el desapego no es indiferencia y que el apego desgasta y enferma. El esquema central de todo apego es la inmadurez emocional. Somos inmaduros emocionalmente porque tenemos bajos umbrales para el sufrimiento, baja tolerancia a la frustración y la ilusión de que nuestra relación afectiva es eterna o permanente. Nos apegamos por la vulnerabilidad al daño (apego seguridad/protección), por el miedo al abandono (apego a la estabilidad/confiabilidad), por la baja autoestima (apego a las manifestaciones de afecto), por los problemas de autoconcepto (apego a la admiración) y por el bienestar y placer “normal” de toda buena relación. La segunda parte nos explica cómo promover la independencia afectiva sin que se afecte nuestra forma auténtica de amar. Entendiendo el principio de la exploración y el riesgo responsable, comprenderemos por qué éste genera inmunidad a la dependencia. El principio de autonomía (hacerse cargo de uno mismo) nos invita a la defensa de nuestra territorialidad y a la soberanía afectiva, al rescate de la soledad, a la autosuficiencia y la autoeficacia. Este principio nos demuestra que la autonomía genera inmunidad al apego afectivo. La tercera parte (venciendo el apego afectivo) nos orienta para desligarnos de amores enfermizos y no fracasar en tan difícil compromiso. El principio del realismo afectivo nos dice que no debemos excusar o justificar el poco o nulo amor recibido; que no demos minimizar los defectos del otro; que debemos resignarnos a la pérdida y no creer que todavía hay amor en donde no lo hay; que no debemos tratar obstinadamente en recuperar un amor perdido, y que no es conveniente alejarse poco a poco. El principio del autorrespeto y la dignidad personal nos explica que el amor debe ser recíproco, que no nos merece quien nos lastima, que jamás debemos humillarnos y que debemos eliminar toda forma de autocastigo. Finalmente, se trata sobre el principio del autocontrol, que consiste en hacer un análisis parcializado conveniente, hablar con personas que están de nuestra parte y efectuar control del estímulo o las buenas evitaciones. 

Análisis y comentario.

PRIMERA PARTE (ENTENDIENDO EL APEGO AFECTIVO)

Al iniciar la apasionante incursión por este grandioso libro, nos preguntamos si ¿amamos o dependemos? Al finalizarlo seremos plenamente conscientes si al enamorarnos ¿amamos o dependemos? Si amamos sin dependencia, no hay problema; pero si dependemos de la persona que amamos, estamos en serias dificultades. El libro nos enseña cómo amar con independencia. ¿Listos para cambiar su forma de amar? Veamos.

El autor es claro y concreto cuando nos advierte que “depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida, un acto de automutilación psicológica donde el amor propio, el autorrespeto y la esencia de uno mismo son ofrendados y regalados irracionalmente”. Esta es una campanada de alerta para que empecemos a despertar. Se debe reflexionar profundamente sobre este axioma. La forma tan inapropiada como amamos es la responsable de nuestros tormentos pasionales, porque “bajo el disfraz del amor romántico, la persona apegada comienza a sufrir una despersonalización lenta e implacable hasta convertirse en un anexo de la persona amada, un simple apéndice”. Si el libro no trajera sino estas dos afirmaciones, tan claras y precisas, serían suficientes para persuadirnos que el amor debe ser una experiencia maravillosa y no una fuente de sufrimiento. Hay que darle demasiada importancia al término “despersonalización”, porque tiene una profunda significación; si somos conscientes de sus implicaciones, sabremos qué nos espera si dependemos afectivamente de la persona que supuestamente amamos. No nos llamemos a engaños: ¡no existe pócima mágica para curar el apego afectivo!; simplemente se necesita entender los apegos, prevenirlos y vencerlos con mucha fuerza de voluntad, la cual se encuentra en una buena autoestima, en un evidente autorrespeto, en reforzar los umbrales de tolerancia al dolor, en superar la tolerancia a la frustración, en ser autónomos, en no ir en contra de la realidad, en encontrarle sentido a la vida, en defender nuestro territorio, en aprender a disfrutar de la soledad, en ser autosuficientes y autoeficaces, y en ser conscientes que no merece nuestro afecto quien no valora el amor que le profesamos.

Muchas veces ignoramos, para desgracia nuestra, que “una buena relación de pareja también debe fundamentarse en el respeto, en la comunicación sincera, el deseo, los gustos, la religión, la ideología, el humor, la sensibilidad, y cien adminículos más de supervivencia afectiva”. El autor advierte que el apego biológico (de padres a hijos o viceversa, por ejemplo) no es nocivo; lo es el apego mental o dependencia psicológica. El apegado no sabe resignarse y renunciar, y esto trae graves consecuencias. “La persona apegada nunca está preparada para la pérdida, porque no concibe la vida sin su fuente de seguridad o placer. Lo que define el apego no es tanto el deseo como la incapacidad de renunciar a él”.  La inseguridad es responsable de una gran parte del apego, porque si la persona es incapaz de hacerse cargo de sí misma, tendrá temor a quedarse sola, y se apegará “a las fuentes de seguridad disponibles representadas en distintas personas”. El autor nos aclara que el desapego no es indiferencia. “El desapego no es desamor, sino una manera sana de relacionarse, cuyas premisas son: independencia, no posesividad y no adicción”. Esta aclaración es muy diciente; por eso es bueno no ignorarla: una relación gratificante debe ser independiente, no posesiva y no adictiva. ¿Será que nos cuesta mucho trabajo entender esto tan elemental? Si bien es cierto que no podemos vivir sin amar, también lo es que el amor no debe esclavizarnos.

Como el apego desgasta y enferma, hay personas activo y pasivo dependientes. Las primeras son susceptibles a los celos, a la ira, a las obsesiones, a las agresiones y hasta pueden atentar contra ellas mismos. Los segundos “tienden a ser sumisos, dóciles y extremadamente obedientes para intentar ser agradables y evitar el abandono”. El dependiente erróneamente centra toda su capacidad de disfrute en su pareja. “Con el tiempo esta exclusividad se va convirtiendo en fanatismo y devoción”, hasta llegar al colmo de afirmar que su pareja lo es todo. Lo siguiente es una incontrovertible realidad; desconocerla es ser un poco estólido: “El apego enferma, castra, incapacita, elimina criterios, degrada y somete, deprime, genera estrés, asusta, cansa, desgasta y, finalmente, acaba con todo residuo de humanidad disponible”. Si esto es tan cierto, ¿por qué a veces nos cuesta tanto trabajo entenderlo, y no somos capaces de amar sin apegos? ¿Será que somos estólidos? Estólido es una persona carente de entendimiento y razón. Esto debe analizarse con mucho detenimiento, porque cuando nos enamoramos como que nos volvemos estólidos.

Es muy gravísimo no madurar en el aspecto emocional, porque la madurez emocional es el esquema central de todo apego, tal como nos lo demuestra con abrumadores argumentos en autor. Veamos: “La inmadurez emocional implica una perspectiva ingenua e intolerante ante ciertas situaciones de la vida, generalmente incómodas o aversivas. Una persona que no haya desarrollado la madurez o inteligencia emocional adecuada tendrá dificultades ante el sufrimiento, la frustración y la incertidumbre”. ¿Por qué nos costará tanto trabajo entender este axioma? Esta inmadurez se manifiesta en los bajos umbrales para el sufrimiento, la baja tolerancia a la frustración y la ilusión de permanencia. Los bajos umbrales están determinados genéticamente y por el tipo de educación recibida. La sobreprotección durante la niñez es otra causa. Los bajos umbrales ocasionan miedo a lo desconocido y apego al pasado. Una persona así se siente incapaz de renunciar al placer/bienestar/seguridad que le brinda la persona que dice amar y de soportar su ausencia. No tolera el dolor. Sin importarle que tan dañina sea la relación, no quiere sufrir su pérdida. Se cree débil. No está preparada para el dolor. La persona con baja tolerancia a la frustración es egocentrista; si las cosas no son como ella quiere, se torna furiosa.  Desconoce que “tolerar la frustración de que no siempre podemos obtener lo que esperamos, implica saber perder y resignarse cuando no hay nada que hacer”. No sabe aceptar que la vida no gira a nuestro alrededor, que el mundo no es como nosotros queramos que sea. “Lo infantil reside en la incapacidad de admitir que no se puede”. Para este individuo el “yo quiero” es más importante que el “no puedo”. Sufre porque no puede tener todo bajo su control. Si su pareja le dice que hay que finalizar la relación o que ya no lo quiere, afirma con berrinche: ”¡Pero si yo lo quiero!”  Mucha atención a lo que sigue, porque es una realidad irrefutable: “Como si el hecho que querer a alguien fuera suficiente razón para que lo quisieran a uno”. Esta es una de las afirmaciones más importantes del libro. No podemos desconocerla. Es muy difícil reconocerlo y aceptarlo, pero no tiene discusión: si yo amo no implica que me deban amar. “Las otras personas tienen el derecho y no el deber de amarnos. No podemos subordinar lo posible a nuestras necesidades. Si no se puede, no se puede”. Esta última frase es muy cierta. Esta clase de “enamorados” piensan lo siguiente: “No soy capaz de aceptar que el amor escape a mi control. La persona que amo debe girar a mí alrededor y darme gusto. Necesito ser el centro y que las cosas sean como a mí me gustaría que fueran. No soporto la frustración, el fracaso o la desilusión. El amor debe ser a mi imagen y semejanza”. La ilusión de permanencia nos hace creer que el afecto que nos tienen o que la relación es eterna, que nunca puede acabarse. “En el afán de conservar el objeto deseado, la persona dependiente, de una manera ingenua y arriesgada, concibe y acepta la idea de lo permanente, de lo eternamente estable. Todo esfuerzo por aferrarnos a lo transitorio es inútil, porque todo pasa, todo cambia, todo muere. En toda relación se debe aceptar el riesgo, la incertidumbre, la imprevisión y ser atrevidos. “No hay relación sin riesgo. El amor es una experiencia peligrosa, eventualmente dolorosa y sensorialmente encantadora. Este agridulce implícito que lleva todo ejercicio amoroso puede resultar especialmente fascinante para los atrevidos y terriblemente amenazante para los inseguros. El amor es poco previsible, confuso y difícil de domesticar. La incertidumbre forma parte de él, como de cualquier otra experiencia”. Estas personas, al perder a su “amado”, dicen: “¡No lo puedo creer!” “¡Jamás pensé que esto me pasara a mí!” “¡Me parece imposible!” Hay que ser realistas, la pareja no dura para siempre. No podemos confundir posibilidades con probabilidades. Uno debe afirmar: “Hay muy pocas probabilidades de que mi relación se dañe, remotas si se quiere, pero la posibilidad siempre existe”. La persona con ilusión de permanencia piensa que es imposible que “nos dejemos de querer”. Cree que el amor es inalterable, eterno, inmutable e indestructible. “Mi relación afectiva tiene una inercia propia y continuará para siempre, para toda la vida”.

Cuando el autor se pregunta a qué cosas de la relación  nos apegamos, contesta que el motivo del apego es una “supersustancia”, compuesta por placer/bienestar más seguridad/protección. Los tipos de apego son:

1 Apego a la seguridad/protección (vulnerabilidad al daño). Este individuo tiene muy baja autoeficacia, y no es capaz de hacerse cargo de sí mismo. Necesita de una persona sicológicamente más fuerte para que se haga cargo de él. “Aquí no se busca amor, ternura o sexo, sino supervivencia en estado puro. Lo que se persigue no es activación placentera y euforia, sino calma y sosiego”. Esto es realmente enfermizo. ¿Cuál es su origen? Sobreprotección paternal durante la niñez y creencia aprendida de que el mundo es peligroso y hostil. Esta situación genera dependencia, coarta la autonomía e impide la libertad.  Una persona así no le importa si su relación de pareja está bien, sino que el otro esté junto a ella. Muy grave esta realidad.

2. Apego a la estabilidad/confiabilidad (el miedo al abandono). “En ciertos individuos la búsqueda de estabilidad está asociada a un profundo temor al abandono y a una hipersensibilidad al rechazo afectivo”. No importa que la otra persona no sea el amante ideal, sino que dé la garantía de estar siempre con ella. La persona que actúa así ha sufrido despechos, infidelidades, rechazos, pérdidas o renuncias amorosas que no ha podido procesar adecuadamente. El problema es de susceptibilidad al desprendimiento. “El objetivo es mantener la unión afectiva a cualquier costo”.

3. Apego a las manifestaciones de afecto (baja autoestima). Una persona así no pretende evitar el abandono, sino sentirse amado. “Si una persona no se quiere a sí misma, proyectará ese sentimiento y pensará que nadie podrá quererla. El amor se refracta siempre en lo que somos. El miedo al desamor (carencia afectiva) rápidamente se transforma en necesidad de ser amado”. Una persona así se sorprende cuando alguien la pretende. “Si se fijó en mí, algo malo debo tener”. La nueva conquista le genera incertidumbre, por el miedo al sufrir como en su anterior relación. Hay que tener bien claras las cosas, porque la necesidad de amor es distinta a la necesidad de genitalidad. “Los hombres podemos desear y no sentir afecto, las mujeres pueden amar y no desear al ser amado, y viceversa en cada caso. El sexo no está hecho para tasar valores afectivos, sino para consumirlos”. Como se considera poco atractiva o fea, puede aferrarse fácilmente a quien se siente atraído por ella.

4. Apego a la admiración (problemas de autoconcepto). El autoconcepto nos muestra qué tanto nos aceptamos. Qué pensamos de nosotros mismos. La carencia, en este caso, no es de amor sino de reconocimiento y adulación. “El bajo autoconcepto crea una marcada sensibilidad al halago”. Así la persona no se sienta querida, lo que le importa es que la reconozcan, que hablen bien de ella. De ahí que muchas mujeres sucumban ante los elogios de un hombre distinto a su esposo, ya que éste nunca le satisface su necesidad de reconocimiento.

5. Apego “normal” al bienestar/placer de toda buena relación. A pesar de que los apegos son nocivos, los siguientes generan bienestar y son “normales”: apego sexual, mimos/contemplación, compañerismo/afinidad y convivencia tranquila y en paz. Estos apegos hay que revisarlos con detenimiento porque pueden privar a la persona de otros placeres y alegrías. “Su frecuente utilización y la incapacidad de renunciar a ellos, los convierte en potencialmente tóxicos”.

SEGUNDA PARTE (PREVINIENDO EL APEGO AFECTIVO)

Ya “entendido” el apego y sus causas, tenemos suficientes razones y argumentos para rechazar el apego afectivo y empezar a ser independientes de la persona que amamos, pues debemos saber que no somos un apéndice de ella. Somos dos seres únicos e irrepetibles, libres y autónomos. “Si no eres tú en persona, la verdadera, la única, la irreproductible, sólo serás una incipiente imitación”.

Así las cosas, pasemos a la segunda parte, en donde aprenderemos a prevenir el apego afectivo. Mucha atención. Veamos. Los principios de exploración, de autonomía y del sentido de vida nos permiten desarrollar una actitud en contra del apego afectivo. Tengamos bien presentes estos principios. “Una persona audaz, libre y realizada es un ser que ha ganado la batalla a los apegos”. No podemos vivir exclusivamente para nuestra pareja ni reducir las opciones de bienestar a la relación afectiva, porque se agotan otras posibilidades de disfrute de la vida. ¡Qué tontería vivir para una sola persona!

El principio de exploración y el riesgo responsable nos recuerda la tendencia que tenemos para indagar y explorar el entorno. Éste sostiene que la persona que amamos es importante, pero no es lo único que tenemos. Establecer una relación no implica esclavizarnos. El amor no es estancamiento. Al enamorarnos no podemos perder los intereses vitales. Amar no tiene porqué ser un sacrificio. “Amar no es anularse, sino crecer de a dos… Querer a alguien no significa perder sensibilidad… sin más interés que lo mundano… Vincularse afectivamente no es enterrarse en vida, ni reducir tu hedonismo (placer) a una o dos horas al día”. Herman Hesse decía en una de sus obras: “Él había amado y se había encontrado a sí mismo. La mayoría, en cambio, aman para perderse”. El enamoramiento con dependencia se convierte en una experiencia o un proceso enajenatorio en donde yo me pierdo en el otro. Muy lamentable esta situación. Esto es demasiado grave. La persona dependiente es tan ridícula que siente celos porque su pareja disfruta de la vida cuando no está con ella. Como es insegura quiere quitarle la creatividad al otro. Este principio genera inmunidad al apego afectivo, ya que las personas atrevidas y arriesgadas generan más tolerancia al dolor y a la frustración; produce una actitud audaz para descubrir fuentes de disfrute; “hace que la mente se abra, se flexibilice y disminuya la resistencia al cambio, y elimine el miedo a lo desconocido”; y se desarrolla un espíritu inquieto que quiere saber el porqué de las cosas.

El principio de autonomía o hacerse cargo de uno mismo nos persuade de que “cuando las personas deciden hacerse dueñas de su vida y de sus decisiones, el crecimiento personal no tiene límites”. Es tan importante la autonomía que las personas dueñas de sí mismas, “desarrollan un sistema inmunológico altamente resistente a todo tipo de enfermedades”. Sin autonomía, la persona no es libre y se le dificulta vencer el apego. La búsqueda de la libertad genera defensa de la territorialidad, una mayor utilización de la soledad y un incremento en la autosuficiencia. Sin espacios propios, sin territorialidad, no puede haber una buena relación. “Una cosa es entregar el corazón y otra el cerebro”. Sin incurrir en libertinaje ni en descompromiso, se deben establecer límites en la privacidad. “La independencia (territorialidad) sigue siendo la mejor opción para que una pareja perdure y no se consuma… Sin autonomía no hay amor, sólo adicción complaciente”. Así se considere como inconveniente la soledad, a veces es buena para los dependientes. Sin que nos convirtamos en ermitaños, la soledad es buena porque favorece la autoobservación y el conocimiento de sí mismo; posibilita que la relajación y la meditación sean eficaces, y nos permite superar el miedo y lanzarnos a la aventura de conquistar la vida auténtica. “Abrazar la soledad no significa que debas incomunicarte y aislarse de tu pareja”. Si nos atenemos a los demás y nos creemos incapaces, perderemos autosuficiencia y autoeficacia. “Sentirse incapaz es una de las sensaciones más destructivas, pero no hacer nada y resignarse a vivir como un inválido es peor”. Las personas autónomas vencen el miedo a la incapacidad, a sufrir y a la soledad. Para ser autónomo y superar la dependencia es bueno hacerse cargo de uno mismo, disfrutar la soledad e intentar vencer el miedo. ¿Por qué se nos dificulta entender esto y ponerlo en práctica, para no sufrir cuando amamos? No seamos tan estólidos.

El principio del sentido de vida nos enseña que las personas autorrealizadas poseen fortaleza, no se estancan y no andan buscando a qué aferrarse para sentirse protegidas. El sentido de vida se evidencia en la autorrealización y en la trascendencia. La autorrealización es la capacidad de reconocer los talentos naturales que poseemos. Es un derecho que tenemos por el solo hecho de haber nacido.  “Son aquellas habilidades singulares que surgen espontáneamente de nosotros, sin tanto alarde ni especializaciones”.  Desarrollamos esos talentos si nos gusta lo que hacemos, si lo que hacemos ha surgido naturalmente y porque la gente valora lo que hacemos. “Las personas que han encontrado el camino de su autorrealización o que poseen fortaleza espiritual, son difíciles de vencer. Se mueven más fluidamente y no suelen quedarse estancadas en idioteces. No andan buscando a qué aferrarse para sentirse protegidas… Las personas autorrealizadas no son posesivas: son independientes y fomentan la honestidad interpersonal. No necesitan tanto el apego, porque la pérdida y la terrible soledad ya no los asustan… Una persona que ha encontrado su vocación y siente pasión por lo que hace, se vuelve inmune a la adicción afectiva porque su energía vital se abre a otras experiencias”. La trascendencia nos recuerda que tenemos un proyecto de vida en construcción. “Trascender significa tomar conciencia (darse cuenta) de que soy, posiblemente, mucho más de lo que creo ser”. Participar en un proyecto universal nos fortifica, nos aleja de los sensorial y nos interroga cuál es nuestro fin en la vida. Los ideales nos hacen crecer. “Crecer espiritualmente no es discrepante con el amor terreno, pícaro y cariñosamente contagioso que sentimos por la pareja”. Fortalecer la vida interior nos ayuda a combatir el apego. “Las personas que adquieren un sentido de vida logran distanciarse de las cosas mundanas y adquieren una visión más completa y profunda de la vida… El desarrollo de los talentos naturales permite una expansión de la conciencia afectiva… Las personas con una vida espiritual intensa son más fuertes ante la adversidad, y emocionalmente más maduras… Participar en la idea de un proyecto universal me otorga un sentido de pertenencia especial”. No matemos nuestra vocación. “En la vida nunca hay que resignarse a vivir infeliz”. Expandamos la conciencia preguntándonos quién soy, dónde estoy y para dónde voy. En síntesis, “el principio del sentido de vida te enseña a desligarte de muchas de tus ataduras. Te permite tener una visión más holística del universo y de ti mismo. Te ayuda a desprenderte de lo superfluo y de lo inútil. Te otorga mayor riqueza interior e independencia sicológica”. Si sabemos cómo prevenir el apego afectivo, ¿vamos a seguir amando con dependencia?


TERCERA PARTE (VENCIENDO EL APEGO AFECTIVO)

Hasta aquí las cosas han quedado muy claras: aprendimos a conocer y a prevenir el apego. A estas alturas ya estamos preparados para vencerlo. Si al terminar esta última parte, seguimos con la dependencia afectiva, no nos queda más remedio que preguntarnos si somos seres humanos pensantes, razonadores y cuerdos. Empecemos a vencer semejante problema.

Cuesta reconocerlo pero hay muchas personas encarceladas en relaciones enfermizas, de las cuales no pueden o no quieren liberarse, ignorando las graves consecuencias físicas y mentales. “Con el tiempo, estar mal se convierte en una costumbre. Es como si todo el sistema psicológico se adormeciera y comenzara a trabajar al servicio de la adicción, fortaleciéndola y evitando enfrentarla por todos los medios posibles”. Entonces el amor se convierte en una ilusión, en algo imposible para esas personas. Y lo más grave: “A pesar del letargo afectivo, de los malos tratos y de la constante humillación  de tener que pedir ternura, la persona apegada a una relación disfuncional se niega a la posibilidad de un amor libre y saludable”. Todo esta compleja e inmadura problemática se puede superar, siendo realistas en el amor, autorrespetándonos y desarrollando autocontrol.

El principio del realismo afectivo nos persuade de que “hay que ver la relación de pareja tal cual es, sin distorsiones ni autoengaños”. El autor recomienda analizar honesta y abiertamente el intercambio amoroso, como un requisito para “allanar el camino hacia una relación afectiva y psicológicamente placentera”. A veces, con el pretexto de no perder la persona que decimos amar, “sesgamos, negamos, justificamos, olvidamos, idealizamos, minimizamos, exageramos, decimos mentiras y cultivamos falsas ilusiones”. ¿Alguna vez nos ha ocurrido esto tan absurdo? Sin duda que sí. Ya es hora de “coger juicio”. Estamos tan apegados que no nos importan las evidencias, los desplantes, las humillaciones, los informes y muchas otras realidades que nos demuestran de manera irrefutable que la otra persona no nos quiere y no está comprometida con el afecto recíproco, y sin embargo seguimos obstinados y obsesionados por una relación que no funciona. “El realismo afectivo sugiere que debemos partir de lo que verdaderamente es nuestra vida amorosa. Lo que es, y no lo que nos gustaría que fuera”. Mucha atención con esto y con lo que sigue. “Si logramos comprender la relación en el aquí y en el ahora, sin pretextos ni evasivas, podremos tomar las decisiones acertadas, generar soluciones o comenzar a desapegarnos”. Excusar el poco amor recibido, minimizar los defectos de la pareja, creer que todavía hay amor en donde no lo hay, persistir tozudamente en recuperar un amor perdido y alejarse, pero no del todo, son distorsiones cognitivas (mentales) que impiden ser realistas en la relación afectiva y facilitan el apego. Veamos una por una.

Excusar o justificar el poco o nulo amor recibido hace que la persona dependiente se diga o piense ilusamente: “Me quiere pero no se da cuenta”. “Los problemas sicológicos que tiene, le impiden amarme”. “Ésa es su manera de amar”. “Me quiere,  pero  tiene impedimentos externos”. “Se va a separar”. Minimizar los defectos de la pareja o relación, implica tratar de justificar: “Nadie es perfecto o hay parejas peores”. “No es tan grave”. “No recuerdo que haya habido nada malo”. Creer que todavía hay amor donde no lo hay, motiva a decir muchos todavías: “Todavía me llama, todavía me mira, todavía pregunta por mí”. “Todavía hacemos el amor”. “Todavía no tiene a otra persona o todavía está disponible”. “Se va a dar cuenta de lo que valgo”. No nos llamemos a engaños: no hay todavía que valga. Cuando no lo quieren a uno, no lo quieren, y punto. Persistir tozudamente en recuperar un amor perdido hace decir estúpidamente a los dependientes: “Dios me va ayudar”. “Me hice echar las cartas”. “Me hice la carta astral”. “Intentaré nuevas estrategias de seducción”. “Mi amor y mi comprensión lo curarán”. Alejarse, pero no del todo motiva a quienes no quieren aceptar la pérdida a decir: “Voy a dejarlo de a poquito”. “Sólo seremos amigos”. “Sólo seremos amantes”. Todas estas afirmaciones irracionales, no son más que “pañitos de agua tibia”, que en nada solucionan nuestra dependencia afectiva. Todos estos pensamientos “obedecen a la misma necesidad: retener la fuente de apego mediante el autoengaño”. Es difícil y muy doloroso aceptar que no nos quieren, pero qué vamos a hacer. Hay que aceptar. Así como llega el amor, así se puede ir. “Quedarte quieto y mirar la realidad afectiva en la cual estás inmerso, es lo único que debes intentar. Si logras observar las cosas como realmente son, dejando los sesgos y las mentiras a un lado, tus esquemas irracionales comenzarán a tambalear”. Ser inteligentes y maduros emocionalmente, es reconocer que ¡si no nos quieren, no nos quieren!; que por el solo hecho de estar enamorado de una persona, ésta no está en la obligación de correspondernos, y lo más importante: alejarnos oportunamente de la persona que no nos ama, porque la adicción afectiva no mide consecuencias. Si la relación nos deja más sinsabores que alegrías, ¡alejémonos! Así de sencillo: alejémonos. No seamos tan “bobitos”.

El principio del autorrespeto y la dignidad personal nos alerta que “bajo la abrumante urgencia afectiva somos capaces de atentar contra la propia dignidad personal… Vendemos lo que no está en venta, negociamos con el respeto y nos arrastramos más allá de lo imaginable con tal de conseguir la dosis afectiva que necesitamos”. Mucho cuidado, porque si no me respeto no puedo respetar a los demás. Este principio intenta definir límites entre las personas. “El reducto último, donde los principios y los valores me definen como humano. Lo que no es negociable. Cuando estos puntos están claros, nos volvemos invencibles porque sabemos cuándo pelear y cuándo no”. Nuevamente, no nos llamemos a engaños: ¡el amor debe ser recíproco! El amor universal no funciona en la relación de pareja, porque ésta es entre dos, personalizada. Se ama a María no a todas las “Marías”. Se ama a Pedro y no a todos los “Pedros”. Amamos a las personas comunes y corrientes, con defectos y virtudes, con aciertos y desaciertos. Seres concretos y no abstractos. “Mientras el amor universal no requiere de nada a cambio, el amor interpersonal necesita de correspondencia. Para que una relación afectiva sea gratificante, debe haber reciprocidad, es decir, intercambio equilibrado. El amor recíproco es aquel donde el bienestar no es privilegio de una de las partes, sino de ambas”. Aunque el amor auténtico no es un “toma y dame”, si es importante tener en cuenta que “si yo doy diez, me conformo con un ocho. Más aún, si el amor me lo permitiera, hasta un siete estaría bien, pero con menos recompensa empezaría a preocuparme. Jamás podría contentarme con una relación que no me llenara… Cuando se trata de aspectos esenciales, recibir se convierte en una cuestión de derechos y no en un culto al ego… Si soy fiel, espero fidelidad; si soy honesto, espero honestidad; si soy cariñoso, espero ternura. De no ser así, no me interesa”. ¡Qué bueno tener el valor de decir y hacer esto último! Ahora vienen dos aspectos importantísimos, que nos deben hacer reflexionar detenidamente, porque son cruciales: no debemos amar a quien nos lastime y jamás debemos humillarnos. Estos dos principios sí que son de mucha atención. “Si una persona no aprecia lo que doy, no lo comprende y no lo traduce, el amor se deshace en el camino, no da en el blanco y desaparece… No podemos amar a quien no me quiere. No tiene sentido entregarme a alguien que no quiere estar conmigo. Si no me aman, no me respetan o me subestiman, no me merecen como pareja… Cuando damos lo mejor de nosotros a otra persona, cuando decidimos compartir la vida, cuando abrimos nuestro corazón de par en par y desnudamos el alma hasta el último rincón, cuando perdemos la vergüenza, cuando los secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión… Cuando amamos a alguien que, además de no correspondernos, desprecia nuestro amor y nos hiere, estamos en el lugar equivocado. Esa persona no se hace merecedora del afecto que le prodigamos. La cosa es clara: si no me siento bien recibido en algún lugar, empaco y me voy”. Si tenemos muy presente la  siguiente afirmación, tal vez despertemos. “En cualquier relación de pareja que tengas, no te merece quien no te ama, y menos aún, quien te lastime. Y si alguien te hiere reiteradamente sin mala intención, puede que te merezca pero no te conviene”. La invitación a no humillarnos sí que es diciente. “Someterse por amor puede generar dividendos a corto plazo, pero a la larga la persona que se rebaja produce fastidio. Es muy difícil amar a un ser que se doblega para obtener afecto. Un amor indigno es una forma de esclavitud. Y los dueños nunca aman a sus esclavos; los explotan o se compadecen de ellos”. Entre más grande sea el apego, más grandes serán los comportamientos y las tácticas humillantes: reclamos indecorosos o preguntas indebidas, comportamientos degradantes y manipulativos, desviar la propia esencia para el gusto del otro, no expresar los gustos y necesidades y compartir la persona amada con otra. Hay que eliminar toda forma de autocastigo, porque cuando una relación anda mal, no hay un solo responsable. Los dos son responsables: unos por defecto y otros por exceso. El dependiente se echa siempre la culpa de ser el directo responsable de que la relación termine o no funcione bien. Cree que no merece ser feliz. Piensa que no es merecedor de que lo quieran. Busca compañías parecidas a la que es fuente de su dolor. Se entrega al mejor postor; se vincula, por despecho, con el primero que se le “atraviesa” en el camino. “Autocastigarse es la manera más degradante de humillación, porque proviene de uno mismo”. Reflexionemos sobre el siguiente llamado de atención: “Tu pareja, por encima de todo y sin excusas, debe amarte y respetarte. Si ninguna de las dos cosas se dan, estás con la persona equivocada… El autorrespeto es una guía, una luz en la mitad de la oscuridad. Es el punto de referencia psicológico que te dirá cuándo has perdido el norte. Si la dignidad personal se activa, el apego se diluye y pierde fuerza… Defender tus derechos y negarte a la humillación te vuelve más querible y eliminar el autocastigo te hace libre… Para vencer el apego y no volver a caer en él, tu mente debe acostumbrase a no negociar los principios. Un ser carente de ética es un individuo sin dirección, fácilmente influenciable y esencialmente contradictorio”.

El principio de autocontrol consciente nos enseña que cuando se pierde una relación afectiva, la opción es el autocontrol y la resistencia activa. Entre más estemos cerca de esa persona, más adicción generaremos. “Cuando la persona apegada pierde toda esperanza de reconciliación afectiva o de mejoría, y acepta que no hay nada que hacer, apenas comienza a procesar realmente la ausencia… Si se desea acabar realmente con una relación enfermiza y no recaer en el intento, la extirpación debe ser radical… La ruptura debe ser total y definitiva”. Hay que hacer un análisis parcializado conveniente. “Cuando se trata de relaciones muy enfermizas, la mejor estrategia es concentrarse en lo malo y hacer un análisis algo parcializado del vínculo”. A veces es bueno y saludable tener en cuenta los aspectos negativos de la pareja; esto nos ayuda a desapegarnos. Debemos hablar con personas incondicionales que nos animen y apoyen en la decisión de dejar a la persona que no nos conviene. “Si quiero alejarme de una relación anormal o inconveniente, no necesito imparcialidad y mesura sino que me ayuden a escapar del suplicio y alejarme. En estos casos, los mejores amigos son los que nos dicen lo que necesitamos oír para no volver atrás”. Hay que ejercer control y evitar las recaídas. “Durante un tiempo es mejor no llamar ni hablar con la persona que se quiere dejar; no verla, evitar lugares nostálgicos o gente que nos la recuerde”. Tenemos que ser disciplinados. “La autodisciplina es lo opuesto de la inmadurez; fortalecerla es madurar emocionalmente y aprender a manejar los impulsos que el apego desencadena. No puede haber adicción si hay autocontrol”.

A manera de conclusión.

Amar es una experiencia agradable sólo para personas maduras emocionalmente. Antes de establecer una relación afectiva, deberíamos preguntarnos si realmente somos personas realmente maduras. La inmadurez es la responsable de todo el sufrimiento que nos afecta cuando nos vinculamos afectivamente. Amar es un arte difícil, y amar sin apegos implica tener grandes capacidades que no son muy sencillas de manejar. “Amar sin apegos es amar sin miedos. Es asumir el derecho a explorar intensamente el mundo, a hacerse cargo de uno mismo y a buscar un sentido de vida. También significa tener una actitud realista frente al amor, afianzar el autorrespeto y fortalecer el autocontrol”. No podemos vivir sin afecto; nadie puede hacerlo, pero sí podemos amar sin esclavizarnos. El amor es ausencia de miedo. Hay que aprender a renunciar cuando hay que renunciar.

Un llamado de atención para pensar.
Si sabemos qué es el apego afectivo, como prevenirlo y cómo vencerlo, ¿seguiremos haciéndonos daño al amar, seguiremos con esos amores enfermizos? Si sabemos dónde estamos, ¿nos vamos a quedar ahí?

LUIS ANGEL RIOS PEREA

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