viernes, 18 de noviembre de 2011

PERFIL PSICOLOGICO DE RODION ROMANOVICH RASKOLNIKOV




Rodión, personaje principal de la novela “Crimen y castigo”, de Feodor Mijailovich Dostoievski, es un hombre de una profunda hondura sicológica. Es un ser complejo, paradójico, enfermo, delirante, atormentado, rebelde, contestatario, anarquista, angustiado, desgraciado, huraño, misántropo, pobre, arribista, alienado, pusilánime  y relativamente inteligente. No era tímido, pero meses antes del crimen adoptó un comportamiento excitado y angustiado, rayano en la hipocondría. Se desentendió “por completo de las cuestiones del diario vivir y no quería ocuparse de ellas”.

Luego de abandonar sus estudios por falta de dinero, se despreocupó de su vida y se dedicó a dormir y permanecer dentro de su cuchitril delirando y meditando. Le desagradaban las visitas y el diálogo con los demás. “No estaba acostumbrado a alternar con la gente... y rehuía a la compañía de los demás”. Su apariencia personal desmejoró, y salía a la calle con harapos, que avergonzarían hasta el más sucio, pero él no se avergonzaba de ello. “En el alma del joven se había acumulado tanto despecho rencoroso, que a pesar de su susceptibilidad, a veces infantil, no le avergonzaba, ni mucho menos, salir a la calle con sus harapos”. Tenía la costumbre de hablar solo. “Iba por la calle sin darse cuenta de nada, hablando consigo mismo entre dientes e incluso en voz alta, lo cual sorprendía en gran manera a los transeúntes”. Estuviere donde estuviere una idea criminal rondaba en su atribulado y febril cerebro. Su amigo Razumijin lo describe de la siguiente manera: “Es taciturno, sombrío, altivo y orgulloso; en los últimos tiempos (y quizá bastante antes) se ha vuelto desconfiado e hipocondríaco. Es magnánimo y bueno. No le gusta hacer gala de sus sentimientos y antes preferirá mostrarse duro y áspero en el trato, que expresar lo que siente su corazón. Pero a veces no es hipocondríaco, sino frío e insensible hasta límites inhumanos. La verdad, es como si se dieran en él dos caracteres contrapuestos que se suceden uno al otro. ¡A veces no hay modo de arrancarle una palabra! Nunca tiene tiempo, todo le molesta, y se pasa las horas acostado, sin hacer nada. No gusta bromas, y no porque carezca de ingenio: se diría que le falta tiempo para tales pequeñeces. No escucha hasta el fin lo que le dicen. No se interesa nunca por lo que en un momento dado interesa a los demás. Tiene de sí mismo una opinión muy elevada, parece que no sin cierto motivo para ello”.

En su época de estudiante, demostraba ser buen alumno y esforzarse por su carrera, pero era demasiado insociable. Al respecto, Razumijin dice lo siguiente: “Lo sorprendente era que cuando Raskólnikov frecuentaba la universidad casi no tenía ningún camarada, eludía el trato de sus compañeros, no visitaba a nadie, y si a alguno recibía en su casa, era contra su propia voluntad. Por lo demás, todos le volvieron pronto la espalda. No participaba en las reuniones, ni en las pláticas, ni en los esparcimientos, ni en nada. Estudiaba con ardor, sin regatear esfuerzo, por lo que le respetaban, aunque nadie le quería. Era muy pobre y poco comunicativo, y tenía cierto aire de altanero orgullo, como si ocultara algún secreto. Sus condiscípulos imaginaban que él los miraba de arriba y abajo, como si fuesen niños, como si se hubiera adelantado a los demás tanto por su desarrollo como por su saber y sus convicciones, y tuviera por inferiores las convicciones y los intereses de los demás”. Durante algún tiempo llegó a odiar a su madre y hermana, a pesar de que por ellas supuestamente cometió el crimen. Se podría decir que se trataba de un joven con rasgos de un trastorno de personalidad esquizoide.

Desde que conoció a su víctima, empezó a odiarla, sintió repugnancia por ella. Entonces concibió la idea de asesinarla. “Desde la primera mirada, aún si saber nada de particular acerca de aquella vieja, sintió por ella invencible repugnancia... Una idea estrambótica iba saliendo de su cabeza, como pollito que sale del huevo, y se apoderaba de su ánimo”. Sin que haya una explicación convincente, Rodión engendró en su oscura y febril mente un antagonismo y animadversión por Aliona. Tal vez creyendo hacerle un favor a la sociedad, decidió que debía asesinarla.

Encerrado en su cuchitril, alejado del trato y comunicación con las demás personas de su entorno, concebía ideas fútiles y meditaba sobre sus múltiples problemas: su pobreza, su deseo de progresar, sus ganas de estudiar, su aversión por la vida, el amor de su madre, el posible sacrificio que iría a realizar Dunia al casarse con una persona que no amaba, etcétera. Confiando en que así podría solucionar sus problemas, se decidió a hacer algo. “Costara lo que costara, debía decidirse a hacer lo que fuese...” El pensar en su futuro, en el de su madre y en el de su hermana, le impulsaba a actuar. “¡O bien renunciar por completo a la vida, aceptar sumisamente el destino tal como es, de una vez por siempre, ahogarlo todo en mí, renunciando al derecho de obrar, de vivir y de amar”, se decía. Por eso decidió asesinar y robar a la vieja. “¡Si me pierdo, que me pierda! ¡Me da lo mismo!”.  Pero no se decidía por cobardía. Con gran sabiduría dice el autor que “todo está en manos del hombre, y por cobardía deja que todo se le escape; sólo por cobardía... ¿Qué es lo que más teme el hombre? Un nuevo paso, una nueva palabra suya, eso es”.

La idea del crimen lo perturbaba e inquietaba profundamente. “¡Qué locura! ¡Ya sabía que no lo resistiría! ¿Por qué, pues, me he torturado hasta ahora? Ayer mismo, cuando quise hacer el... ensayo, ayer comprendí que no lo resistía... ¿Por qué hago esto? ¿Por ventura he dudado hasta el momento? Si ayer, al salir a la escalera, me dije que era vil, repugnante, bajo, muy bajo; si, estando despierto, la mera idea me dio náuseas y me llenó de horror... ¡No! ¡No lo resistiré, no lo resistiré! Supongamos, supongamos incluso que mis cálculos no tienen una sola falla; supongamos que cuanto he decidido este mes es claro como el día, exacto como la aritmética... ¡Qué más da, Señor! ¡Si no voy a decidirme! ¡No lo soportaré, no lo soportaré!...”, pensaba. Aunque no creía en Dios ni le temía, invocaba su ayuda para salir del problema. “¡Señor! ¡Muéstrame el camino y renunciaré a... este maldito sueño mío”. Durante sus ensayos para el crimen, le fallaron algunos de sus cálculos, pero le “ayudó el diablo”.  Aunque quería la comisión del crimen, algo le decía que eso no estaba bien. “¡De qué bajeza no es capaz mi corazón! ¡Es vil, bajo, repugnante, repugnante...!”

Tomó la decisión de apoderarse del dinero de la usurera, y por eso optó por asesinarla. “Decidí apoderarme del dinero de la vieja para estar seguro unos años sin atormentar a mi madre, poder terminar mis estudios en la universidad y dar los primeros pasos...”  Pero la motivación criminal, que no es muy clara, iba más allá de robar. Si no hubiera sido así, ¿por qué ni siquiera abrió el monedero de la vieja? ¿Por qué dejó éste debajo de una piedra y nunca dispuso de él?

Luego de atreverse a cometer el crimen se refugió en su cuchitril y en su complejo y alucinado mundo. Se enfermó y deliraba mucho. Durante sus delirios, su cabeza y su entendimiento le daban vueltas. “Notaba en todo su ser un desorden terrible”.  No estuvo sin conocimiento en su enfermedad, “se hallaba en un estado febril que le hacía delirar, semiinconscientemente”. Se preguntaba qué le pasaba. “¿Continúo delirando, o vivo la realidad? Me parece que vivo la realidad”.

Su delicado estado febril y de desvaríos acentuaron más su antagonismo hacia las personas. No quería hablar con nadie, incluso con su madre y hermana. Entonces decidió alejarse de ellos, y pedirles que lo dejaran tranquilo. Detestaba a Porfiri Petrovich, juez instructor, encargado de investigar el crimen. Discutía con él, y casi se ponía en evidencia, pero Porfiri con su sicología lo inquietaba demasiado y esto le generaba más odio. “Le odiaba sin medida, con odio sin fin, y hasta tenía miedo de que, movido por el odio, se pusiera en evidencia”.  Durante sus extensos e irónicos diálogos, Rodión, muy molesto y en términos enérgicos, le dijo: “¡Por fin veo, como a la luz del día, que sospecha usted de mí por el asesinato de esa vieja y de su hermana Lizaveta. Por mi parte, le declaro que eso me tiene harto hace tiempo. Si usted cree que tiene derecho a perseguirme según la ley, persígueme; si considera que puede detenerme, deténgame. Pero que se ría de mí, en mi cara, y que me torture, no lo tolero”. Era evidente que sus comportamientos posiblemente le delataban con éste y el policía Zamótev, quien también sospechaba de Rodión. Aunque le preocupaba el hecho de que Porfiri tuviera sospechas concretas, se decía que “Porfiri no dispone de nada positivo, nada, si no es ese desvarío; no dispone de ningún hecho, a parte de la sicología, que es como arma de dos filos”. El mismo Porfiri sostenía que “la verdad es que nuestros procedimientos, profundamente sicológicos (algunos, claro), son extraordinariamente ridículos y hasta inútiles, si se hallan muy ceñidos a la forma”. Porfiri pensaba que Rodión tenía “ideas socialistas, librepensadoras y ateas”, y se mostraba en desacuerdo con ello.

No sabía concretamente para que había cometido el crimen, cuál era el provecho. Decía que era para salir adelante, ayudar a su madre y hermana, por librar a la sociedad de un ser inútil, por obtener dinero, por ser como Napoleón, etc., pero afirmaba que mentía. “De todos modos, miento, Sonia. Hace mucho que miento. Lo que digo no es justo... ¡Las causas son otras, son distintas, completamente distintas!...”  Quería el poder, pero tenía que atreverse porque el poder es para quien tenga el valor de inclinarse y tomarlo. “Yo... yo quise atreverme y maté... Lo único que yo quería, Sonia, era atreverme. ¡Esa es la verdadera causa!”.  Sostenía que “no maté por ayudar a mi madre, ¡eso es absurdo! No maté por convertirme en un filántropo, una vez tuviera en mis manos el dinero y el poder. ¡Eso es absurdo! Sencillamente, maté. Maté por mí, por mí mismo, y en aquel momento tenía que serme completamente igual lo que pasara después; si me convertía en un filántropo o me iba a dedicar toda la vida a cazar a la gente en mis redes, como un araña, para chuparles la sangre... Lo grave es, Sonia, que cuando maté no era el dinero lo que necesitaba; no necesitaba tanto el dinero como otra cosa... Ahora lo veo... Compréndeme; es posible que siguiendo el mismo camino jamás volviera a asesinar. Lo que me hacía falta era enterarme de otra cosa, era otra cosa lo que me movía mi mano; entonces necesitaba saber, y saberlo cuanto antes, si yo era un piojo, como los demás, o una persona... No tenía derecho a hacer lo que hice, porque soy un piojo exactamente como los demás”. Sin embargo, en el juicio sostuvo que la causa del crimen “había sido su pésima situación, su miseria y su impotencia, su deseo de finalizar los primeros pasos de la carrera de su vida con ayuda por lo menos de los tres mil rublos que contaba hallar en casa de la víctima. Se había decidido a asesinar a consecuencia de su carácter frívolo y pusilánime, irritado, además, por las privaciones y fracasos”. También afirmó que el arrepentimiento lo había motivado a entregarse a las autoridades.

Sonia pensaba que lo había hecho porque se había alejado de Dios. “Se alejó de Dios y Dios le ha castigado; le ha entregado al diablo...”  Más adelante Rodión le diría a Sonia que a la vieja la asesinó el diablo, y no él. Rodión dudada si entregarse a las autoridades o no. “¡Quizá, en la cárcel, estaría mejor”. Sonia le dijo que “hay que aceptar el sufrimiento y con él expiar las propias culpas”.  Se recriminaba por haberle confesado el crimen a Sonia. ”Yo mismo no he podido soportar mi pesada carga y he venido a ponerla sobre las espaldas de otro”.

Rodión sostenía ante Dunia que no había cometido ningún crimen, que lo que él había hecho era librar a la sociedad de un piojo inútil. “Al fin sólo he matado a un piojo, Sonia; a un piojo inútil, asqueroso, pernicioso...  ¿Qué crimen? ¿El que haya matado a un piojo nocivo, asqueroso, a una vieja usurera que no hacía falta a nadie? Por matarla habían de perdonarle la mitad de los pecados. Esa vieja chupaba el jugo a los pobres. ¿Eso es un crimen? No pienso en él, ni pienso lavarlo”.  Su calenturiento entendimiento le hacía afirmar que había asesinado a un principio de ser humano. “¡No es un ser humano lo que yo he asesinado, sino un principio! He asesinado un principio, pero no he sabido saltar por encima de los obstáculos y me he quedado en esta parte... ¡Sólo he sabido matar! Y parece que ni siquiera lo he hecho bien...”

Tiempo después, en prisión, se preguntaría porque su crimen parecía vituperable. “¿Por qué es un crimen? ¿Qué significa la palabra crimen? Mi conciencia está tranquila. Naturalmente, he realizado un acto condenado por el código penal; naturalmente, he violado la letra de la ley y he vertido sangre; bueno, tomad mi cabeza por la letra de la ley y... ¡basta! Naturalmente, en ese caso, incluso muchos bienhechores de la humanidad que no han obtenido el poder por herencia, sino que se han adueñado de él por sí mismos, deberían ser ejecutados al dar los primeros pasos. Pero esos hombres llegaron a donde se proponían llegar y por eso tienen razón; yo no he llegado y, por lo tanto, no tenía derecho a permitirme ese paso...”

Ante la pregunta de Sonia si un ser humano era un piojo, respondió: “Bueno, sí; también yo sé que no era un piojo...” A pesar de que pensaba que él era y no era un piojo, se preguntaba si el hombre era un piojo. “El hombre no es un piojo, y lo es sólo para aquel a quien ni siquiera se le ocurre preguntárselo, y actúa de frente y sin vacilar... Si pasé tantos días atormentándome para decidir si Napoleón se lanzaría o no se lanzaría adelante, era evidente que, en mi interior, me daba clara cuenta de que yo no era un Napoleón... Soporté, Sonia, la tortura de tanta charlatanería y quería quitarme todo de encima; quería matar, Sonia, sin que fuera un caso de conciencia, ¡quería matar para mí, para mí solo! No quería mentir ni a mi mismo... ¿Maté a la vieja? ¡Me maté a mí mismo, no a ella! ¡De una vez acabé conmigo para siempre!.. En mi acto he pretendido observar la justicia en lo posible, con pesos, medidas y aritmética. De todos los piojos he elegido el más inútil y, al matarlo, tenía la intención de tomar de él exactamente lo que necesitaba para el primer paso, ni más ni menos, y el resto, por tanto, habría ido a parar el monasterio... Yo quería llegar a ser un Napoleón y por eso maté”.  A pesar de todo, no se sentía bien por lo que había hecho. “Si hubiera asesinado sólo por hambre, habría sido feliz”, según lo expresó a Sonia.

Ante las recriminaciones de su hermana por haber derramado sangre, argumentaba que era sangre que todos vierten; “sangre que corre y siempre ha corrido a cascadas; quienes la derraman como champaña son coronados en el Capitolio y declarados bienhechores de la humanidad. Mira con más atención y juzga. También yo quería el bien de las personas y habría hecho centenares y millares de buenas obras en pago de esa única estupidez, que ni siquiera ha sido estupidez, sino torpeza, pues la idea no era tan estúpida como parece ahora, después del fracaso... (¡Cuando se fracasa, todo parece estúpido!). Con esa estupidez sólo quería alcanzar una situación independiente, dar el primer paso, obtener recursos; después todo se habría borrado por una inutilidad infinitamente mayor en comparación... Pero no he resistido ni el primer paso, porque soy un inútil. Esa es la cuestión”.

Sonia, Dunia y su conciencia lo conminaban a responder por el crimen. Durante mucho tiempo se batía ante dilema si entregarse a las autoridades y confesar el crimen. Pero se decía que no debía hacerlo, porque ellas no sabían nada, ni tenía sospechas; pensaba que estaban desorientadas, despistadas. Ante la disyuntiva de entregarse o no entregarse a la Policía y confesar su crimen se inquietaba. El “ser o no ser” de Hamlet, se le convirtió en el “¿Voy, o no voy?”.

No obstante haber asesinado, no era un criminal innnato y le preocupaba la muerte. “La idea de la muerte y la sensación de la presencia de la muerte tenía para él, desde la infancia, algo de abrumador y de terrible misticismo”. Se consideraba un hombre vil e intentó suicidarse, pero desistió porque se había considerado fuerte y no temía a la vergüenza. No comprendía nada de lo que pasaba en su vida. “Sólo Dios sabe porque pasas esas cosas. No comprendo nada”. En el juicio se determinó que Rodión “no se parecía en nada a un asesino corriente, a un bandido o a un ladrón, sino que había en su caso otra cosa”.

(Los textos entre comillas fueron tomados de la novela citada, editada por la Oveja Negra, Bogotá, 1983).

LUIS ANGEL RIOS PEREA

ASI VI “LAS LANZAS COLORADAS”


El nombre de la novela, “Las Lanzas Coloradas” (de Arturo Uslar-Pietri), no tiene mucha relación con el contenido de la obra, pues las batallas se libran más con machetes y fusiles, que con lanzas. Los párrafos y las frases son cortos. El lenguaje es claro y se facilita su lectura; es fácil de seguir y entender. El mismo autor hace la narración, la cual es lineal. Se desarrolla a comienzos del siglo XIX. Los hechos ocurren en el marco de la Independencia de Venezuela. En esa época todos pensaban en la guerra y el tema de conversaciones era ésta.

Fernando Fonta y Presentación Campos representaban el enfrentamiento del hombre idealista y el hombre materialista, del hombre inactivo y del hombre pragmático, del hombre resignado y del hombre ambicioso, del hombre temeroso y del hombre valiente, del hombre estoico y del hombre nietzscheano. Entre Fernando y Presentación se rompe la dialéctica del amo y del esclavo. El esclavo se rebela contra el amo. Es un llamado a la liberación en una época de esclavitud. El siervo expresa sus primeros gritos de libertad.

Presentación Campos da una valerosa lección para que los esclavos, los oprimidos y los sometidos luchen por su libertad y su autonomía. El fin de Campos era bueno en sí, pero son muy reprobables los medios, ya que ejerció violencia sobre uno de sus amos y contra personas de su misma condición, así él no fuera un esclavo. Además de la guerra, como tema principal, la violencia, la traición, la amistad, el valor, la búsqueda de la libertad, la religión, la superstición y la crítica a algunas áreas del conocimiento, son evidentes en la obra.

El autor, a través de sus personajes disiente de muchos aspectos, algunos de ellos condicionantes de la cotidianidad. “Los que estudian filosofía pecan de orgullo, y las que leen literatura profana  se condenan por la mala recreación del espíritu... El derecho es una cosa idiota... lo cansaba el cúmulo de instituciones, las minuciosidades de procedimiento, la sutileza de los comentaristas, la estupidez de los principios... Todos los libros religiosos han sido escritos para el servicio de los reyes y, por consiguiente, están basados en principios que les son favorables... La guerra es para matar gente... El que está arriba es el vivo... Mire que las mujeres no hemos nacido para otra cosa sino para sufrir… Todos los hombres son malucos, mi hija. ¡Y qué podemos hacer nosotras sino aguantarlos! Una no nace sino para ser esclava del hombre. Y, además, ellos también tienen malas horas. Se pueden engañar...”.

(El texto entre comillas pertenece a la novela citada, tomado de http://www.librostauro.com.ar)


LUIS ANGEL RIOS PEREA

miércoles, 16 de noviembre de 2011

MI COMENTARIO DE "EL ALQUIMISTA" DE PAULO COELHO



“El Alquimista” es una novela profunda y llena de un complejo simbolismo. Su lectura comprensiva requiere de mucha reflexión, por cuanto se trata de un extenso tratado de sabiduría. El autor, a través de este sencillo lenguaje metafórico, nos enseña que debemos luchar, sin importar las dificultades, para hacer realidad nuestros sueños, y que lo que nos ocurra, bueno o malo, será una señal que no debemos desaprovechar para poder conquistar los sueños. La cadena misteriosa de acontecimientos en nuestra vida nos conduce, si la seguimos atentamente, sin descuidar las señales, a la autorrealización y la conquista de la felicidad. Si queremos entender sus complejos mensajes, debemos leerla comprensivamente y no tomar su contenido literal sino de manera figurada, porque los sueños que vamos alcanzar no son materiales sino espirituales; los tesoros no son de oro y dinero, sino de vida buena y de felicidad.

 La obra en su lenguaje figurado nos indica que para materializar nuestros sueños hay que seguir las señales, no desistir nunca del sueño, no temer al cambio, ser entusiastas, arriesgarnos, tener valor, soportar las adversidades, tomar nuestras propias decisiones, confiar en las personas sabias, tener fe en la vida, no desanimarnos ante los fracasos, perseverar, confiar en la suerte y en las coincidencias, ver las cosas objetivamente, pagar el precio que la vida nos cobra, no prometer lo que todavía no tenemos, estar preparados para las sorpresas, buscar caminos diferentes en la vida, ser optimistas, vivir el aquí y el ahora, huir de la rutina, vivir nuestra propia vida, hacer siempre lo que deseamos y no lo que los demás quieran que hagamos, no perder el control de nuestra vida, no permitir que los demás gobiernen nuestra existencia, a veces dejar las cosas como están, leer lo que Dios escribió para cada uno de nosotros, mirar las maravillas del mundo sin olvidarnos de nosotros, confiar en sí mismo, tener voluntad para conquistar el mundo, ser valiente, no tener miedo a lo desconocido, amar, creer en los tesoros, no desesperarnos, no temer al fracaso, aprender a vivir, penetrar en el Alma del Mundo y cumplir la Historia Personal.

El muchacho es un ejemplo digno de superación, de libertad, de autonomía, de lucha, de valor y de autorrealización. Quería siempre ser él mismo y tomar sus propias decisiones. No le temía al cambio. Al mercader de cristales no le gustaban los cambios. No quería cambiar porque no sabía cómo hacerlo. Estaba acostumbrado a lo mismo. Por eso se oponía a los cambios y reformas que le proponía al muchacho. El inglés nos evidencia al hombre teórico que no logra concretar sus sueños por falta de práctica y hacer tan complejo lo sencillo. El rey y el Alquimista representan a los hombres verdaderamente sabios.