martes, 27 de octubre de 2015

SEMIÓTICA Y SOCIOLINGUÍSTICA EN “EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA”



INTRODUCCIÓN

En este texto me propongo efectuar un análisis semiótico y sociolingüístico de un fragmento de la novela El amor en los tiempos del cólera, que comprende desde la página 50, el cual comienza así: “…Aminta Dechamps, esposa del doctor Lácides Olivella…”, y culmina en la página 56, así: “…siempre estuvo muy alerta a las novedades de Europa  (GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. El amor en los tiempos del Cólera. Editorial Oveja Negra, Bogotá, 1985). Inicialmente, determino el campo comunicativo semiótico del lenguaje que se genera y gira en torno de un ceremonial de clase, como son las “bodas de plata profesionales” del doctor Lácides Olivella. Después, sociolingüísticamente, estudio y debato la función social de los espacios sociales y los comportamientos de los sujetos en sus correspondientes entornos.

CEREMONIAL DE CLASE

El evento ceremonial se advierte cuando señala que el doctor Juvenal Urbino “quería dormir una siesta de perro mientras llegaba la hora del almuerzo de gala del doctor Lácides Olivella...” (El subrayado es mío). Ahí mismo se ingresa en el campo comunicativo semiótico o semiológico del lenguaje: “dormir una siesta de perro”. Siesta de perro, además de la denotación, que sería literalmente “dormir un perro”, significaría en su connotación “descanso meridiano del doctor Urbino, sin preocupaciones como la vida del perro, fiel a su gente (comunidad) y listo para despertar en el momento en que las circunstancias así lo exijan”.

Aminta Dechamps, esposa del doctor Lácides Olvella, lo había previsto todo para que “el almuerzo de las bodas de plata fueran el acontecimiento social del año”. El anuncio de ese ritual elitista (un “acontecimiento social del año”, en este sistema capitalista, excluyente y clasista, sólo ocurre en los estratos altos, en el seno de la aristocracia, de la oligarquía), en donde “bodas de plata” es el símbolo de 25 años de servicio profesional como médico (en este contexto), nos remite a renglón seguido al código topográfico (“La residencia familiar en pleno centro histórico era la antigua Casa de la Moneda”), que lógicamente es territorio de la aristocracia, donde no hay lugar para la gente que no pertenezca a esta seudosociedad, a no ser que sean siervos (“y de la gente de su servicio”) o trabajadores. La “Casa de la Moneda” es símbolo de la opulencia. A pesar de que la temática novelesca de “Gabo” tiene como escenario literario común el imaginario Macondo (en la Costa Caribe), que según algunos críticos es la Latinoamérica marginal, símbolo de la exclusión, de pobreza, el subdesarrollo y la opresión (un pueblo sin identidad), allí también imperan las ignominiosas clases sociales. Los negros y los nativos están al servicio de los inmigrantes transnacionales, de los comerciantes, de los ganaderos, de los industriales, de la clase política y dirigente, es decir, la élite social o lo que eufemísticamente llaman “lo más granado de la sociedad”.

El ágape también se celebró en una estancia suntuosa (“en la quinta campestre de la familia… que tenía una fanegada de patio y enormes laureles de la India y nenúfares criollos en un río de aguas mansas”), que son los confortantes lugares de recreo de los que ostentan poder político, económico o religioso. “Laureles de la India y nenúfares” (flores que han sido plasmadas en el lienzo por destacados pintores) no adornan la casa de los siervos, de los trabajadores (como “Los hombres del Mesón de don Sancho” y  sus “criados negros), del pueblo.

“Las bodas de plata profesionales” estuvieron amenizadas, entre otras por “un cuarteto de cuerda de la escuela de Bellas Artes” (que forma parte, precisamente, de la ingente gestión cultural del insigne médico “muy apreciado” Juvenal Urbino, de quien surgió “la idea del Centro Artístico, que fundó la Escuela de Bellas Artes en la misma casa donde todavía existe, y patrocinó durante muchos años los Juegos Florales de abril”). La aristocracia, asumiendo posturas de “gente culta”, para magnificar el soberano evento, hizo interpretar piezas musicales clásicas de insignes y perdurables músicos europeos (que también pertenecieron a la aristocracia): Mozart, Schubert, Fauré…

Al ingresar al código cronológico de esta genial pieza literaria captamos que la ceremonia acaeció “un domingo de junio un año de aguas tardías. …Aunque la fecha no correspondía en rigor al aniversario de la graduación, escogieron el domingo de Pentecostés para magnificar el sentido de la fiesta”. Símbolo de verano serían “las aguas tardías”. El ritual judeo-cristiano de la fiesta “de Pentecostés” corresponde a la festividad de la Venida del Espíritu Santo que se celebra pomposamente y oscila entre el 10 de mayo y el 12 de junio. El agasajo, para que tuviera la misma connotación de un concurrido y solemne acto religioso, se celebró con toda la pompa y el jolgorio del Domingo de Pentecostés.

La naturaleza que, según las supersticiones y el imaginario religioso-mítico-popular, es “vengativa y justiciera”, se “desquitó” con una tormenta acompañada de ventarrones, relámpagos y truenos (“…el estampido de un trueno solitario hizo temblar la tierra, y un viento de mala mar desbarató las mesas y se llevó los toldos por el aire, y el cielo se desplomó en un aguacero de desastre”), porque se profanaba esa sacrosanta fiesta celestial con una fiesta terrenal.

Otro de los códigos que presenta este segmento literario se relaciona con el código onomástico, reflejado en los ilustres invitados: el doctor Juvenal Urbino (“caballero del Santo Sepulcro por sus servicios a la Iglesia”) y su esposa, Fermina Daza; el arzobispo Obdulio y Rey, y “las autoridades provinciales y municipales, y la reina de la belleza del año anterior, que el gobernador llevó de brazo para sentarla a su lado”, y el hijo del Ministro de Higiene.  Elocuente símbolo del “poder de Dios” es el arzobispo, cuyo apellido “y Rey” es símbolo del “poder terrenal”; símbolo de la burocracia son “las autoridades provinciales y municipales” y “el gobernador”; y símbolos del consumismo y de la cosificación es “la reina de belleza”; todos estos símbolos imperan en la aristocracia, propia del torticero y oprobioso sistema capitalista.

El festín, a pesar de que la naturaleza lo trastocó en su apariencia física, fue un evento histórico: “allí estaban por primera vez juntos en una misma mesa, cicatrizadas las heridas y disipados los rencores, los dos bandos de las guerras civiles que habían ensangrentado al país desde la independencia. Este pensamiento coincidía con el entusiasmo de los liberales, sobre todo los jóvenes, que habían logrado elegir un presidente de su partido después de cuarenta y cinco años de hegemonía conservadora. El doctor Urbino no estaba de acuerdo: un presidente liberal no le parecía ni más ni menos que un presidente conservador, sólo que peor vestido. Sin embargo, no quiso contrariar al arzobispo. Aunque le habría gustado señalarle que nadie estaba en aquel almuerzo por lo que pensaba sino por los méritos de su alcurnia, y ésta había estado siempre por encima de los azares de la política y los horrores de la guerra. Visto así, en efecto, no faltaba nadie”.

Un rico campo simbólico o semiótico esboza el autor cuando describe el boato  y la fastuosidad de los invitados, especialmente los del sexo femenino. “Las mujeres llevaban traje de noche con aderezos de piedras preciosas y la mayoría de hombres estaban vestidos de oscuro con corbata negra, y algunos con levitas de paño”. “Los de mucho mundo, y entre ellos el doctor Urbino, llevaban sus trajes cotidianos”. Fermina Daza vestía “un camisero de seda, amplio y suelto, con el talle en las caderas, se había puesto un collar de perlas legítimas con seis vueltas largas y desiguales, y unos zapatos de raso con tacones altos que sólo usaba en ocasiones muy solemnes, pues ya los años no le daban para tantos abusos… que no parecía adecuado para una abuela  venerable, pero le iba muy bien a su cuerpo de huesos largos, todavía delgado y recto, a sus manos elásticas sin un solo lunar de vejez, a su cabello de acero azul, cortado en diagonal a la altura de la mejilla”;  y su esposo, el doctor Juvenal Urbino, en su atuendo, ostentaba “reloj de leontina en el ojal del chaleco”, y “un prendedor de topacio”. El color “azul” del “cabello de acero”, que es símbolo del genio y la inventiva, nos habla de Fermina Daza como una mujer tranquila, leal y pulcra.  El “reloj de leontina” del doctor Juvenal Urbino (“animador activo de cuantas congregaciones confesionales y cívicas existieron en la ciudad”) es símbolo que refuerza el poder económico de la aristocracia. Pero la pertenencia a esa exclusiva clase social no impediría que la muerte, oculta en los vericuetos del festín, lo acechara con afilada “guadaña” para cercenarle de un certero tajo su existencia ese mismo día, sin importarle a la parca que merecía vivir más como una recompensa natural por su evidente gestión social en bien de la comunidad, gracias a su “prestigio inmediato y una buena contribución del patrimonio familiar”. El amarillo “del palio de lonas” es el símbolo de la alegría y la riqueza; en un momento crucial sirve de estímulo en la toma de decisiones.

En el fragmento estudiado, al igual que en toda la novela, tiene gran relevancia la problemática de la vejez. Es así como el “amor eterno” se dio entre Fermina Daza y Florentino Ariza (personajes centrales de la obra), quienes se casan cuando sus vidas se acercaban al ocaso, luego de cincuenta años de amarse en silencio, cada uno por su lado.

Al doctor Juvenal Urbino (a quien “el gobierno de Francia le concedió la Legión de Honor en el grado de comendador”), dada su avanzada edad, empezaron a fallarle sus sentidos y su vitalidad, por lo que se tornó un tanto “olvidadizo” y se dormía con frecuencia, razón por la que Fermina Daza, el día del agasajo tantas veces mencionado, se sentó junto a él “por temor a que se quedara dormido durante el almuerzo o se derramara la sopa en la solapa”. Fermina Daza, por su parte, también ya era “una abuela venerable”. Los dos habían entrado en “la región profunda del silencio”, es decir en la aciaga vejez. El ocaso de la existencia era más evidente en el doctor Juvenal Urbino (“considerado como un modelo social”). La vejez, como diría Roland Barthes, es un tiempo donde se muere a medias, es la muerte sin la nada. He ahí lo absurdo de la existencia: primero quimeras, luego recuerdos, pero nunca la posesión; la última encrucijada es la vejez. Juvenal Urbino (a quien “sus críticos menos sanguinarios pensaban que no era más que un aristócrata extasiado en las delicias de los Juegos Florales”) falleció porque un viejo raramente puede ser un héroe novelesco, con la excepción de Fermina Daza y Florentino Ariza.

En torno de la ceremonia de las “bodas de plata” se expresan las manifestaciones ideológicas a través de los textos (fragmento literario que relata el ceremonial, y las melodías interpretadas en la celebración de las “bodas de plata”), de las acciones (la preparación del festín, el ceremonial de llegar conveniente ataviados y acompañados de sus cónyuges y de “la reina de belleza”, y de los comportamientos ante la tormenta y en desarrollo del ágape incluyendo la comida, los modales y la escucha de la música clásica) y los objetos (“la casa de la moneda” y la mansión campestre donde efectuó el agasajo).

Fuera del contexto de este ceremonial, en los otros fragmentos materia de lectura y análisis, también hallamos textos representados en las piezas o trozos literarios en donde se ubica la música a través de “una orquesta de Viena que estrenaba en aquel viaje los vals más recientes de Johann Strauss”. En el terreno de las acciones se encuentran las ceremonias en las que el doctor Juvenal Urbino (“que no aceptó nunca puestos oficiales”) recibió títulos y honores; los Juegos Florales, el ritual de  la noche de bodas en el camarote del barco que los llevaba a Francia”, las rutinas del doctor Juvenal Urbino (un dechado de virtudes que había logrado “una respetabilidad y un prestigio que no tenían igual en la provincia”). En cuanto a los objetos se encuentran las instalaciones físicas de todas las obras materiales e inmateriales que ideó, impulsó o presidió el doctor Juvenal Urbino (Sociedad Médica, Academias de la Lengua y de la Historia, la Escuela de Bellas Artes, Teatro de la Comedia), “el barco de la compagnie Genèrale Transatlàntique”.

Las viudas, como símbolo de amor abruptamente “perdido”, de fracaso, de frustración,  de pérdida fatal, de soledad, con sus lenguajes “velados” silentemente “gratan” con su presencia en el texto: aquí estamos; también existimos, necesitamos consuelo y un nuevo amor, nuevas ilusiones; queremos seguir viendo. Por eso se vuelven a enamorar; y a ese llamado, inconscientemente, acude, con su amor efímero y fugaz, Florentino Ariza, quien las “ama a medias”, porque sigue amando de verdad a su “eterno” y “único” amor: Fermina Daza. Es así que, cual cazador furtivo, pacientemente, durante 50 años, acecha a su “presa” (Fermina Daza) para “caer” sobre ella cuando queda “viuda”.

ESPACIOS SOCIALES

Como se dijo antes, los espacios físico y social de las “bodas de plata profesionales” del doctor Lácides Olivella, desde el punto de vista “del campo comunicativo semiótico del lenguaje”, corresponde al lugar de residencia de la familia Olivella – Duchamps y al escenario de la suntuosa mansión campestre donde se realizó el festín, lastimosamente afectado por el fenómeno natural, que trastocó el orden inicial y el esmero de su preparación que se inició con tres meses de antelación.

En el espacio específicamente social se aprecia que el “Domingo de Pentecostés” ocurrieron cuatro eventos cruciales y definitivos: se suicidó Jeremiah Saint-Amourt, refugiado antillano, fotógrafo de niños y adversario en ajedrez del doctor Juvenal Urbino ( que “le era más fácil soportar los dolores ajenos que los propios”); se celebraron las bodas de plata profesionales del doctor Lácides Olivella; el doctor Juvenal Urbino y Fermina Daza cumplieron sus bodas de oro; y falleció el doctor Juvenal Urbino (“pacifista natural, partidario de la reconciliación definitiva entre liberales y conservadores para bien de la patria”) cuando trataba de bajar un loro de un árbol.  Todos estos sucesos, sumándole el de la fuerte tormenta, ocurrieron precisamente el día de la fiesta de Pentecostés; de ahí la profunda implicación semiológica de esta inolvidable y aciaga fecha, precisamente religiosa…

La frustración de Aminta Duchamps por el efecto nefasto de la tormenta le generó enorme contrariedad que, por hipocresía, supo disimular y sobrellevar “con la sonrisa invencible que había aprendido de su esposo para no darle gusto a la adversidad”.

El comportamiento de los sujetos en su entorno social (la alcurnia, la élite, la “flor y nata de la sociedad cartagenera) se muestran en su microcosmos alejado de la llamada clase baja; endiosados por el poderío político, económico y social sobreviven en un plano meramente inauténtico, de apariencias, sin “untarse de pueblo”. Lucen sus costosos trajes y disfrutan a más no poder del desborde sensorial. Se comunican a través de sus lenguajes refinados y lleno de afectaciones, asumiendo actitudes melindrosas, pudibundas y hasta de doble moral.

El arzobispo, según pensaba el doctor Juvenal Urbino (“que se arrodillaba cuando pasaba el arzobispo”), estaba allí “por los méritos de su alcurnia” y  no “por lo que pensaba”. Zambulléndonos en el universo semiológico, se podría colegir que el significado de ese pensamiento era que la Iglesia, que se arrogaba el don de ser la única dueña de la verdad, sólo ingresaba circunstancialmente al mundo de la aristocracia únicamente por conveniencia.

Fermina Ariza y el doctor Juvenal Urbino (“crítico encarnizado de los médicos que se valían de su prestigio profesional para escalar posiciones políticas”), tiempo atrás habían tenido un conflicto porque a ella se olvidó poner jabón en el baño, que afectó su convivencia, el altercado “más grave de medio siglo de vida en común, y el único que les inspiró a ambos al deseo de claudicar, y empezar la vida de otro modo”. Ante la propuesta del doctor Juvenal Urbino (que “siempre se le tuvo por liberal y que solía votar en las elecciones”) para que se confesaran “con el señor arzobispo”, Fermina Ariza perdió los estribos “con un grito histórico: -¡A la mierda el señor arzobispo!”. El estentóreo improperio, que “estremeció los cimientos de la ciudad, dio origen a consejas que no fue fácil desmentir, y quedó incorporado al habla popular con aires de zarzuela: ¡A la mierda el señor obispo!”.

El fragmento en que mágicamente y en forma lúdica se narra con detalles, a través de un extraordinario lenguaje “nada directo” ni explícito, el ritual ceremonioso de la “noche de bodas” a bordo del barco, rumbo a la Rochelle, no abunda en diálogos, pero los pocos que allí hallamos están cargados de humor, tropos, sugerencias, ambigüedades e ironía: “-Prefiero entenderme directo con Dios”. “-Qué quieres doctor. Es la primera vez que duermo con un desconocido”. “-Yo lo sé hacer sola”. “-Calma –le dijo él, muy calmado”. “-Nunca he podido entender cómo es ese aparato”.  “-Yo veo mejor con las manos”. “-Cómo será de feo, que es más feo que lo de las mujeres”. “-Es como el hijo mayor, que uno se la pasa la vida trabajando para él, sacrificándolo todo por él, y a la hora de la verdad termina haciendo lo que se le da la gana”. “-Además creo que le sobran demasiadas cosas”. “-No vamos a seguir con la clase de medicina”. “-No –dijo él. Ésta es una clase de amor”. Se evidencia ironía cuando el autor afirma que el doctor Juvenal Urbino, “un médico demasiado eminente”, para curar el mareo, lo único que sabía era consolar.

Allende de las fronteras literarias, allí en donde se desarrolla la vida cotidiana, la vida de la gente de carne hueso, “el hombre concreto” como dirían los existencialistas,  la sociolingüística intenta establecer correlaciones, a veces por medio de la relación causa-efecto, entre los fenómenos lingüísticos y los sociales. El lenguaje une y separa a los hombres, a las personas, porque como diría Santo Tomás de Aquino la palabra es tan problemática como la realidad misma. En ese entramado de relaciones que se llama sociedad, como secuela de la práctica de una “comunicación incomunicadora” surgen constantes conflictos a los que se les da una salida por la vía de los hechos antes que negociar, concertar, razonar y reconocer las diferencias.

Como la sociolingüística tiene en cuenta en sus estudios el cómo y porqué de los cambios lingüísticos en función de las fuerzas sociales que organicen esa transformación, hallamos que en las variaciones sociales se percibe que la estructura social determina las formas lingüísticas (habla culta y habla vulgar) empleadas por las personas pertenecientes a los diversos estratos socioeconómicos. En estos factores encontramos los llamados “lenguajes especiales” como el slang,  la jerga  y el argot. El slang consiste en el empleo de denominaciones humorísticas: “Estar corrido de la teja”, “Faltarle un tornillo” o “Patinarle el coco” por “Estar loco”;  “mosca, lana, lucas, biyuyo o marmaja” por “dinero”; “rasca, juma, perra o pea” por “borrachera”, y los piropos. La jerga es el vocabulario especializado de un oficio, profesión o actividad. El argot se refiere a aquellos lenguajes de ocultación de la delincuencia; lo usan los malhechores, hampones, vagabundos, camines, etc. Ejemplo: “Darle en la cabeza” por “robar”; “Estar encanado” por “prisionero”; “sapo” por “soplón”; “bareto, maracachafa o yerba” por “marihuana”.  Es frecuente que los hablantes eviten utilizar palabras tabú, procurando que no los tilden de pertenecer a estratos sociales inferiores; como salida acuden a los eufemismos o términos que indiquen una idea semejante a la inicial. En lugar de decir “¡idiota!”, dicen “estólido”, que tiene un significado parecido pero no suena tan despectiva y ofensiva porque es una categoría gramatical menos conocida que “idiota”.

La sociolingüística, que también se encarga de cómo se usan ciertas normas del lenguaje en función de las diversas situaciones sociales en las que se encuentre el hablante, procura establecer cómo éste busca qué palabra utilizar para referirse a otra persona, como en caso de “señor”, “señora”, “señorita”, “don”, “usted”, “tú”, “doctor” o “doctora”.

Al interior de esa sociedad, en donde la sociolingüística se propone estudiar las relaciones entre la estructura social y el sistema lingüístico, al acudir al espejo existencial de una comunidad (el lenguaje), motivados por diversos intereses, tratamos de elaborar un tejido de relaciones que nos posibiliten en la realización de los proyectos de vida, que algunas veces se truncan por los conflictos que se generan por las imprecisiones del lenguaje, por las ambigüedades, por la anfibología y por la falta de la práctica de actos comunicativos que sean un intercambio de ideas, de palabras, y no una permuta de dicterios e invectivas.

En la comunicación que se practica en el universo de las conflictivas relaciones sociales es prioritario el manejo del aspecto semántico del lenguaje para obtener una significación clara y precisa y no perdernos en confusiones que se presentan a través de los eufemismos o de las imprecaciones. Es por ello que estas relaciones interpersonales endógenas en un marco cultural deben estar animados por palabra posibilitadora, la palabra auténtica, sin vaguedades; la palabra que construya valores. La palabra, dada su naturaleza polisémica, debe expresarse con autenticidad, con absoluta claridad, sin ambages. La palabra en una de las tres dimensiones que plantea Hans Gadamer: La palabra de reconciliación o sea la palabra que nos permite llegar a acuerdos. Así la palabra podrá recuperar su realidad óntica, que es la palabra del “logos”, de la razón, de la persona que sabe comunicarse asertivamente. 

LUIS ANGEL RIOS PEREA