viernes, 13 de diciembre de 2013

¿DIFERIMOS AL PERCIBIR LA REALIDAD?



En el presente texto me propongo disertar sobre las diferencias en cuanto a la manera cómo percibimos las cosas o la llamada “realidad”, un concepto problemático. Para este acometido me apoyaré en la enseñanza de mis profesores en la Universidad Santo Tomás y de otros textos que citaré al final.

Con frecuencia nos asaltan dudas sobre cómo son, cómo deben o cómo deberían ser las cosas, y qué paradigmas, verdades o creencias tenemos sobre éstas. Un paradigma es un conjunto de normas que permiten la conformación de modelos; un prototipo, figura didáctica que sirve para representar de un modo concreto un trabajo mental; esquema formal en que se organizan las cosas. Paradigma es el término que define un modelo concreto de realidad social y cultural en un espacio y en un tiempo determinado. Los paradigmas son pues un conjunto de valores costumbres y técnicas que determinan las pautas y creencias del grupo social, aquí y hasta ahora. Lo que es verdad es que la época en la que vivimos se caracteriza por un cambio en los paradigmas... es pues tiempo de transición en el que se derrumban los ya obsoletos esquemas, donde se caen los de pronto viejos modelos, cuando se terminan las antiguas estructuras. Emergen en cambio nuevas formas de comprensión de la realidad. Los nuevos paradigmas definen la magnitud y la naturaleza del cambio que está sufriendo nuestra civilización. De acuerdo con la cosmovisión de las cosas y la forma de percibir, interpretar y sistematizar la realidad, cada persona define y opina de ellas, y, por ende, tiene distintos paradigmas, verdades o creencias de éstas.

Una cosmovisión es un sistema de pensamiento mediante el cual fundamentamos o sustentamos determinadas posturas con relación a nosotros mismos, a los demás y al universo. Se puede definir también como el conjunto de conocimientos que vamos adquiriendo durante nuestra vida, que configuran en cada uno de nosotros la imagen general o universal de la realidad; una especie de idea o visión global del mundo, en la cual cada una de las ideas particulares de las cosas, como si fuera una pieza de un gran rompecabezas, se integra con las demás formando un conjunto armonioso.

Entendemos por cosmovisión la idea global que el hombre se forma del mundo en que vive, la cual le permite dar razón de sí mismo y de cada uno de los seres que integran su mundo. Una cosmovisión, igualmente, se define como aquella forma estructurada  de conocer y comprender la realidad total en que predomina una determinada actividad psíquica y una especial actividad vital. Una cosmovisión es una concepción del cosmos que, en un sistema coherente de puntos de vista sobre el mundo (naturaleza, sociedad y pensamiento), influye de manera fundamental en la actividad del hombre. Es ella la que nos permite encontrarle sentido a la fría y muda objetividad de los seres humanos; por ella las cosas se convierten en posibilidades, cobran sentido e interés para nosotros.

Todas las personas tienen una concepción del mundo, sólo que en unas se forma de manera espontánea y en otras se va formando conscientemente, tratando de comprender la vida de la sociedad y la propia, su actitud ante el mundo mediante el estudio de las ciencias concretas y la filosofía. El carácter de la concepción del mundo es determinado en última instancia por el nivel de desarrollo social, por el estado de la ciencia y de la instrucción. La concepción del mundo de un hombre de la época antigua o feudal se diferencia fundamentalmente de la de un miembro de la sociedad capitalista, y más aun de la socialista. Pero al mismo tiempo la concepción del mundo de personas que viven en la misma sociedad es muy distinta. Las ideologías, la religión, la ciencia y las doctrinas políticas también influyen en la concepción del mundo.

Existen diversas cosmovisiones del universo,  del mundo o de la realidad (estética, científica, filosófica y religiosa), y aunque cada una de ellas es suficientemente diferente a las demás, ninguna puede aislarse. Los planteamientos sobre el hombre y el universo resultan diferentes desde cada una de ellas. Cada una posee su propia forma de responder a los grandes interrogantes que preocupan al hombre. A veces los planteamientos de estos modelos cosmovisivos están de acuerdo o se complementan. Pero muchas veces se oponen, sin que resulte posible poner de acuerdo a los defensores de una o de otra. Frente a todas estas cosmovisiones, el ideal no consiste en elegir la que nos parezca más provechosa y desechar las demás, sino integrar lo más valioso de todas; única forma de superar las limitaciones de cada una.  Quien no logre integrarlas y mirar el universo a través de cada una de ellas, se complicará la existencia y será incapaz de relativizar la verdad.
La cosmovisión artística o estética se caracteriza por abrirse sin barreras al orden sentimental de los valores de la vida y a la observación y comprensión del universo a través de la belleza o de las formas armónicas y agradables a los sentidos. La cosmovisión científica hace hincapié en el logro de objetividad y universalidad para el conjunto de sus conocimientos obtenidos por cuantificación y verificación. Pretende explicar el mundo partiendo de las experiencias científicas. La ciencia se centra en la experimentación, busca la objetividad. Carecen de interés para ésta las explicaciones que no puedan ser comprobadas con todo el rigor de sus propios métodos. La cosmovisión filosófica, que es la más amplia de las cosmovisiones, pretende conocer la razón y las relaciones profundas y permanentes de cada ser y de la totalidad de los seres. La filosofía pretende encontrar el sentido que tienen los seres para el hombre, apoyándose en la razón. La cosmovisión religiosa estructura la captación de la realidad haciéndola pasar a través del prisma de relaciones volitivas (que se relacionan con la voluntad) con seres sobrenaturales. La religión pretende explicar el mundo mediante fuerzas sobrenaturales. La religión es el conjunto de creencias míticas o reveladas que se aceptan como la explicación verdadera de la realidad, por pura fe, sin necesidad de verificación o comprobación alguna. Es una orientación del hombre hacia lo sagrado. El mito y la revelación le confieren su fundamento. El mito es una afirmación o narración fantástica de algún acontecimiento trascendente en el que intervienen fuerzas sobrenaturales. Es la forma de expresarse que tiene la vivencia religiosa. El mito es una “historia sagrada” elaborada por el hombre primitivo para explicar su realidad, el origen del mundo, animales, plantas y el hombre, transmitidas de generación en generación, en donde los protagonistas son seres divinos. Se caracteriza porque trata de explicar la realidad; es un relato fantástico; surge de la  invención y la imaginación del hombre primitivo; es tradicionalista (se transmite de generación en generación); por lo general narra el origen del hombre, del universo y otros interrogantes; puede tener tres bases: hecho real, histórico y filosófico; tiene un sentido simbólico; nace con el advenimiento de un pueblo para explicar su origen; relata siempre hechos muy antiguos desde los inicios de la vida de un pueblo; los protagonistas de un mito son seres sagrados o dioses; narra siempre hechos relacionados con la divinidad; y trata de los secretos divinos o del poder de los dioses. Para la religión existe un hecho básico: el hombre mantiene una relación de dependencia  con seres sobrenaturales, que configuran el ámbito de la divinidad. En el mundo de lo divino, al cual sólo tenemos acceso por la fe, según la cosmovisión religiosa, encuentran su respuesta los interrogantes fundamentales del hombre.
Debido a que somos herederos de la tradición medieval, profundamente religiosa, la gran mayoría sólo ve la realidad a través de la cosmovisión religiosa, con algunas consecuencias para la construcción de un proyecto de vida bueno, debido a que la religión contiene ciertos elementos alienadores y masificadores. Sólo quien ha estudiado con sentido crítico la religión, podrá sacar provecho de ésta para su espiritualidad, sin que se convierta en un hombre del rebaño.
Las cosmovisiones se relacionan con las representaciones o modelos del mundo. Cada persona tiene una representación del mundo en el cual se desenvuelve. Esta representación es la que se denomina "modelo del mundo", el cual genera conductas de acuerdo a la representación que tengan los individuos. Las representaciones mentales que cada individuo tiene dependen de sus experiencias, vivencias, cultura y fisiología, entre otras. Cada persona tiene un modelo o mapa del entorno en el cual se desenvuelve, es decir, el modelo del mundo para cada individuo es diferente. Esto depende de sus limitaciones sociales, individuales y neurológicas.
A continuación se incluye un ejemplo de la cosmovisión científica (desde la tridimensionalidad sicológica, sicoanalítica y siquiátrica)  y la cosmovisión filosófica que nos presenta Lou Marinof.
La metáfora de la partida de ajedrez ilustra las diferencias entre los planteamientos psicológico, psicoanalítico, psiquiátrico y filosófico del asesoramiento. Imagínese que está en plena partida de ajedrez y que acaba de efectuar un movimiento.

Una psicoterapeuta le pregunta: « ¿Qué le ha llevado a hacer este movimiento?» «Bueno, quería comerme la torre», contesta usted, sin saber adónde quiere ir a parar. Mas ella seguirá haciéndole preguntas para hallar la supuesta causa psicológica de dicho movimiento, convencida de que la explicación se oculta tras la frase «Quería comerme la torre», y quizás usted termine por contarle toda la historia de su vida para satisfacer sus suposiciones. Una teoría psicológica que tuvo gran predicamento y que ahora es objeto de críticas feroces habría sugerido que su comportamiento agresivo actual —querer comerse la torre— sería fruto de alguna frustración del pasado.

Un psicoanalista le formula la misma pregunta: « ¿Qué le ha llevado a hacer este movimiento?» Cuando usted conteste «Bueno, quería comerme la torre», él agregará: «Muy interesante. Ahora dígame qué es lo que le ha impulsado a decir que eso es lo que le ha obligado a hacer ese movimiento.» Puede que él vuelva a sonsacarle toda la historia de su vida, o por lo menos los capítulos referentes a los primeros años. Si aun así no se da por satisfecho, tal vez le proponga algunas razones que usted tenía pero de las que no era consciente, remontándose a su más tierna infancia. Una teoría psicoanalítica que sigue vigente a pesar de ser duramente criticada habría sugerido que su comportamiento  posesivo —querer comerse la torre— es fruto de una inseguridad reprimida que tendría su origen en el destete.

Una psiquiatra también le pregunta: « ¿Qué le ha hecho hacer este movimiento?» Y usted vuelve a responder: «Bueno, quería comerme la torre.» Entonces la psiquiatra consulta la última edición disponible del Diagnostic and Statístical Mamial (DSM, Manual de estadística y diagnóstico) hasta que encuentra el trastorno de la personalidad que se adecúa mejor a los síntomas que usted presenta. ¡Ah!, aquí está: «Trastorno agresivo-posesivo de la personalidad.» Una teoría psiquiátrica que sigue vigente aunque cada vez es más censurable habría diagnosticado su comportamiento como el síntoma de una enfermedad cerebral, y usted habría recibido la medicación apropiada para eliminar ese presunto síntoma.

En cambio, un consejero filosófico más bien le preguntaría: « ¿Qué sentido, propósito o valor tiene este movimiento para usted en este momento?», y « ¿Qué relación tiene con su siguiente movimiento?», y « ¿Cómo describiría usted su posición general en esta partida y cómo cree que podría mejorarla?». El filósofo contempla su movimiento no como el mero efecto de una causa anterior, sino como algo significativo en el contexto actual de la propia partida, y también como una posible causa de efectos futuros. El filósofo reconocerá su libre albedrío en los movimientos que efectúe y estimará la causa del movimiento elegido confiriéndole toda la importancia que revista, pero no por ello la convertirá en el punto clave de la cuestión que le preocupa.

Las personas bloquean su capacidad de percibir alternativas y posibilidades que se le presenten para la solución de sus problemas, debido a que éstas no están presentes en sus modelos del mundo. Existen individuos que atraviesan períodos de cambio con facilidad, los vivencian como periodos de creatividad. Otros, lo viven como etapas de terror y sufrimiento. Esto significa que existen personas con una representación o modelo rico de su situación, en el que perciben una amplia gama de alternativas entre las cuales pueden escoger acciones posibles. Para otras personas, las opciones son poco atractivas. Juegan a perder.
La diferencia está en la riqueza de sus modelos. Unos mantienen un modelo empobrecido que les origina dolor y sufrimiento ante un mundo lleno de valores, rico y complejo. Estas personas eligen lo mejor dentro de su modelo particular. Su conducta cobra sentido dentro del contexto de las alternativas generadas en su modelo. Las personas que no tienen suficientes alternativas carecen de una  imagen rica y compleja del mundo.
El universo se presenta al hombre como un enigma que jamás se descifra en su totalidad. Su mundo se va formando como una acumulación de impresiones y experiencias cada vez más perfectas y complejas. La repetición de experiencias semejantes, unida al propio temperamento, da lugar a la formación de diferentes temples de ánimo frente a la vida, que se definen y modifican de acuerdo al curso de ésta. Así, encontramos diferentes temples de individuos: unos viven más apegados a lo concreto, a lo sensible, disfrutando el vivir cotidiano; otros fijan su mirada y sus impulsos en metas sublimes y lejanas que les hacen vivir en la esperanza; hay quienes se satisfacen plenamente con las cosas de la tierra y quienes son optimistas frente al mundo y quienes se enfrentan a él con pesimismo o desconfianza.

El hombre, a través de sus actividades psíquicas (inteligencia, sentimiento y voluntad), conoce la realidad por su inteligencia, la valora afectivamente por el sentimiento y se conduce en ella por la voluntad. La melancolía, por ejemplo, nos muestra el mundo al revés; así perdemos el sentido de lo interno y de lo externo. El melancólico, fuertemente subjetivo e irreflexivo, resiste a la lógica, porque ningún argumento conseguirá convencerlo de que ese estado es imaginario o transitorio. La presencia de los demás se convierte en ausencia. El depresivo, así mismo, se pregunta si son los problemas de la vida diaria los que producen la sensación de depresión o si, por el contrario, es la sensación de apatía y desgana la que conduce a los problemas cotidianos. No sabemos cómo es realmente nuestro mundo natural y social; solamente sabemos cómo es para nosotros, según nuestras inquietudes y el estado de ánimo en que estemos. Cada estado de ánimo trae consigo un mundo propio. Uno de los problemas que enfrentamos es que los estados de ánimo son a menudo transparentes para nosotros. No los notamos y, por lo tanto, juzgamos que lo que pertenece a nuestros estados de ánimo es propiedad de nuestro mundo. Normalmente suponemos que el mundo es tal cual lo observamos, sin detenernos a examinar el papel que juega el observador en aquello que observa. Si sucede que estamos de mal ánimo, juzgamos que todo lo que nos rodea es negativo. Si estamos de buen ánimo, todo es positivo. Normalmente no nos damos cuenta de que estas características positivas y negativas no pertenecen al mundo mismo, como algo separado de nosotros, sino al observador que somos, según el estado de ánimo en que nos encontremos. …es importante admitir que nuestro mundo reside en el estado de ánimo en que estemos. Si cambia el estado de ánimo, el mundo también cambiará con él.

Un neurótico, igualmente, percibe la realidad alterada, ya que la neurosis genera un desorden crónico de personalidad que produce una visión distorsionada de la vida y una actitud distorsionada ante ella. Un neurótico (una persona con desorden crónico de personalidad) percibe la vida y la realidad distorsionada, y por tanto adopta una actitud distorsionada ante éstas. Un esquizofrénico altera su contacto con el mundo exterior, se instala en su autismo, vive en un mundo fantástico y utópico, producto de su ensoñación; sus deseos no tienen relación con la realidad, se hace impenetrable, indiferente, y pierde todo sentido práctico. Es indiferente ante la vida, con tendencia al aislamiento, deformación o disgregación de la personalidad; introvertido y con hábitos rutinarios estereotipados. No desarrolla actividades que otrora realizaba. Tienen frecuentes delirios, creencias fijas e inamovibles sin fundamento alguno en la realidad. Dejan de percibir el mundo como lo hace la mayoría de personas. Manifiesta una carencia total de emociones, por cuanto los sucesos dramáticos sólo le provocan una mínima o inexistente respuesta emocional. Tiene alucinaciones. Un enajenado mental o loco tiene una forma muy particular de vivenciar la realidad, debido a que la locura es un estado en que la persona pierde la prueba de realidad, se aleja de los patrones del aquí y del ahora, no puede distinguir lo interno de lo externo y, en forma irreversible, se aleja del principio consensual de realidad. Según el filósofo francés Blas Pascal, el pensamiento, que es nuestra verdadera y definitiva vocación, se ve ofuscado por  innumerables enemigos: la imaginación, “maestra del error y la falsedad”; las enfermedades, que nos impiden construir un juicio recto, y la cotidiana tendencia a vivir en tiempos que no son nuestros. Tras el tiempo, tiempo viene, es sentencia conocida y de mucha aplicación, pero no tan obvia como pueda parecer a quien se satisfaga con el significado próximo de las palabras, bien vengan ellas sueltas, una por una, bien juntas y articuladas, pues todo depende de la manera de decir y ésta cambia con el sentimiento de quien las exprese, no es lo mismo que las pronuncie alguien que, viniéndole la vida mal, espere días mejores, o que las diga otro como amenaza o como prometida venganza que el futuro tendrá que cumplir. El caso más extremo sería el de alguien que, sin fuertes y objetivas razones de queja en cuanto a su salud y bienestar, suspirase melancólicamente. Tras el tiempo, tiempo viene, sólo porque es de naturaleza pesimista y siempre prevé lo peor… el tiempo no es una cuerda que se pueda medir nudo a nudo, el tiempo es una superficie oblicua y ondulante que sólo la memoria es capaz de hacer que se mueva y aproxime. La idea que cada uno se forja de "hombre" o de "persona" influye decisivamente en su estado de ánimo y comportamiento.

John Grinder (Psicolingüista) y Richard Bandler (Matemático, Psicoterapeuta, Gestaltista), con fundamento en el constructivismo, sostienen que el ser humano no opera directamente sobre el mundo real en que vive, sino que lo hace a través de mapas, representaciones, modelos a partir de los cuales genera y guía su conducta. Estas representaciones, que además determinan el cómo se percibirá el mundo y qué elecciones se percibirán como disponibles en él, difieren necesariamente a la realidad a la cual representan. Esto es debido a que el ser humano al transmitir su representación del mundo tiene ciertas limitaciones, las cuales se derivan de las condiciones neurológicas del individuo, de la situación social en que vive y de sus características personales.
Cada persona tiene una representación del mundo en el cual se desenvuelve. Esta representación es la que se denomina "modelo del mundo", el cual genera conductas de acuerdo a la representación que tengan los individuos. Las representaciones mentales que cada individuo tiene dependen de sus experiencias, vivencias, cultura, fisiología, entre otras. Cada persona tiene un modelo o mapa del entorno en el cual se desenvuelve, es decir, el modelo del mundo para cada individuo es diferente. Esto depende de sus limitaciones sociales, individuales y neurológicas.
Si preguntamos, por ejemplo, “¿qué es la realidad?” a una persona sin una sólida formación académica, a un científico y a un filósofo, tendremos respuestas diferentes. La primera, que por lo general tiene una cosmovisión religiosa y acude al sentido común, ingenuamente contestará que la realidad es todo aquello que nos rodea: personas, animales y cosas. Su saber se reduce a señalar las cosas y sus fenómenos interiores y exteriores, indicando las causas aparentes. Su explicación de la realidad será una explicación empírica, mediante la cual dirá que las cosas pasan de este o de aquel modo, sin poder decir por qué pasan. El científico responderá que la realidad es la naturaleza, incluyendo el hombre y sus creaciones. Su saber no se limita a señalar las cosas y sus fenómenos, sino que además las explicará separadamente en función de sus causas inmediatas. Su explicación será una explicación científica, mediante la cual dirá por qué suceden las cosas cuyas leyes ha establecido. Su opinión será crítica, porque examina y comprueba las aportaciones de los sentidos para poder determinar su verdadero valor. El filósofo dirá que el universo, el hombre y la cultura constituyen la realidad. Trata de explicar la realidad por sus causas primeras dentro del orden natural. Su respuesta es producto de la reflexión fundamental y sistemática. Busca establecer las causas iniciales, elaborando por medio de la reflexión un sistema que comprenda la explicación total de la realidad, que diga por qué ha sucedido todo. Pero ¡cuidado con el concepto problemático de “realidad”!, porque el nuevo paradigma de la mecánica cuántica llega a negarla…
Los seres humanos adquirimos en el transcurso de nuestra existencia una serie de nociones acerca del mundo que nos rodea. Permanentemente estamos confrontando nuestras experiencias con nuestro caudal interior de convicciones respecto de las características del mundo exterior. Muchas de esas convicciones son erróneas ya que están basadas en prejuicios, prenociones, temores, supersticiones, costumbres, mitos y leyendas. Rara vez nos preocupamos por comprobar si nuestras ideas acerca de las cosas se ajustan a hechos sobre los cuales no podamos tener duda. Incluso cuando ponemos a prueba algunas de nuestras ideas o convicciones, la realidad nos demuestra que nuestras creencias son equivocadas. Entonces suele suceder que nos cuesta mucho convencernos de que no teníamos razón, de que no estábamos en lo cierto; a menudo las mantenemos aun a sabiendas de que no son verdaderas o que existe una alta probabilidad de que no lo sean. Por lo pronto, no hay ninguna garantía absoluta de que sepamos lo que afirmamos saber, y ello no sólo con respecto a tales o cuales entidades particulares, sino también, y especialmente, con respecto al mundo en general, incluyendo su existencia. Podemos pretender saber que el mundo existe, pero nada nos garantiza de un modo plenamente convincente su existencia. Luego, si alguien aventura que sé algo, siempre cabrá responderle con el perpetuo interrogante de Montaigne: ¿Qué se yo?

El rasgo quizá más característico de la raza humana es que vive y crea sus propias condiciones de vida a través de un proceso de transformación del mundo, al mismo tiempo que va construyendo representaciones mentales de él. Tales representaciones mentales van reflejando de una manera variable, cambiante, las diversas formas que adopta la vida social y natural. Nos encontramos incluso con hombres de inteligencia indudable que mantienen ciertas opiniones acerca de asuntos determinados, las cuales les fueron inculcadas durante su niñez por niñeras o mozos de cuadra. Y hasta los últimos momentos de nuestra adolescencia, o aún después, seres queridos y admirados, cuyas palabras se imprimen irresistiblemente sobre nuestras mentes, logran hacer generar en nosotros creencias que la razón no osa examinar, y que aunque estén en desacuerdo con el resto de nuestras opiniones, persisten junto a éstas, sin que nunca advirtamos la contradicción entre los dos sistemas de pensamientos.

BIBLIOGRAFIA

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www.mancia.org/foro/inclasificables/8519-43-grandes-mentiras-historia-universal.html
www.microcaos.net/curiosidades/grandes-mentiras-de-la-historia/

LUIS ANGEL RIOS PEREA



jueves, 12 de diciembre de 2013

ANALISIS DE “ENSAYO SOBRE LA CEGUERA”



AUTOR:

José Saramago*

TEMA:

Los conflictos generados por la ceguera.

ARGUMENTO:

En una ciudad y un país imaginario, de un momento a otro y sin una causa científica, empezaron a enceguecer las personas; con el transcurso de los días todos quedaron ciegos, excepto la esposa de un oftalmólogo.

Cuando empezó la pandemia, el Gobierno resolvió internar a los primeros ciegos en un manicomio abandonado. Cuando hubo más ciegos, el mismo designó otras instalaciones oficiales y privadas para recluirlos en esos establecimientos. Ciegos todos los habitantes de la ciudad y del país, empezó el caos: accidentes automovilísticos, saqueos, hurtos, escasez de comida, ausencia de servicios públicos y de asistencia social, quiebra del sector financiero…

Los ciegos internados en el manicomio soportaron una vida indigna: hacinamiento, imposiciones gubernamentales, inhumana custodia militar, riñas, hambre, vejaciones, insalubridad, violencia, violaciones… El principal problema consistió en la falta de comida y la distribución de ésta, lo cual generó violencia y grandes conflictos, que terminaron con asesinatos, violaciones de mujeres, incendios y quema del manicomio.

Después de huir del manicomio, el primer grupo de ciegos, compuesto por siete personas (tres mujeres, tres hombres y un niño), decidieron recorrer la ciudad en búsqueda de comida y de sus antiguos sitios de residencia. Al cabo de unos días la epidemia terminó: recobraron la visión, empezando por el primero que la había perdido. Todos volvieron a ver, y la mujer del médico tuvo la sensación de haber quedado ciega.


SINTESIS

Mientras esperaba que cambiara el semáforo, un hombre, de un momento a otro y sin un aparente porqué, se quedó ciego, y sentía “como si estu­viera en medio de una niebla espesa, es como si hubie­ra caído en un mar de leche”, y lo veía todo de blanco. Sintiéndose muy desgraciado, el ciego prorrumpió el llanto. “Desamparado, en medio de la calle, sintiendo que se hundía el suelo bajo sus pies, intentó contener la aflic­ción que le agarrotaba la garganta”. Le parecía estar nadando “en un mar de leche”. Unos “buenos samaritanos” lo auxiliaron y un hombre en particular lo llevó a su casa, que estaba relativamente cerca del lugar donde se encontraban. Este hombre, que a la postre no resultó ser tan “buen samaritano”, le robó el vehículo al ciego. Tiempo después, cuando el “ladrón” conducía el automotor, temeroso de la policía y arrepentido de haber obrado ilícitamente, se quedó ciego.

En su casa reflexionó sobre su abrupta y extraña ceguera. Cuando su esposa regresó lo encontró en ese estado. Él le informó que estaba ciego. Considerando esta revelación como una broma, ella, inicialmente, no le creyó. Convencida de que él todo lo veía blanco, su esposa se solidarizó con su consorte, y le dijo: “-Verás, eso pasará, no estabas enfermo, nadie se queda ciego así, de un momento para otro”. Sin embargo, resolvieron consultar un médico.

En el consultorio se encontraron con “un viejo con una venda negra cubriéndole un ojo, un niño que pa­recía estrábico y que iba acompañado por una mujer que debía de ser la madre, una joven de gafas oscuras”.  El ciego, ante la demora por ser atendido, “pensaba que cuanto más tardase el médico en examinarlo, más profunda se iría haciendo su ce­guera, y por lo tanto incurable, sin remedio”. El médico (un oftalmólogo) lo atendió, realizándole las preguntas de rigor, y al término de la consulta le dijo: “-No le encuentro ninguna le­sión, tiene los ojos perfectos”. Agregando que si estaba ciego, esa ceguera era inexplicable. El médico no dudaba de la afirmación del ciego, pero le inquietaba “la rareza del caso”, porque en vida de médico “nunca vi un caso igual, y me atrevería incluso a decir que no se ha visto en toda la historia de la oftalmología”. Ordenó los exámenes pertinentes y, cuando el paciente salió del consultorio el médico quedó muy intrigado porque le parecía un caso muy raro. Llamó a otro colega y buscó en sus libros, pues sospechaba, aunque no estaba seguro, que podría tratarse de “agnosis”, que “es la inca­pacidad de reconocer lo que se ve” o de “amaurosis, que es tiniebla total, a no ser que exista una amaurosis blanca, una ti­niebla blanca, por así decirlo…” El médico, temeroso de quedarse ciego también y luego de indagar en la bibliografía científica, efectivamente, se quedó ciego. Posteriormente, la mujer de las gafas negras, que era una prostituta, igualmente, se quedó ciega.
 
El médico, preocupado, puso en conocimiento esta aparente pandemia al ministerio gubernamental correspondiente. Cuando éste, que ya sabía de los otros dos casos de ceguera, envío una ambulancia a su casa para buscar soluciones a la problemática, la esposa del oftalmólogo fingió estar ciega para poder acompañar a su marido.

El ministerio decidió confinar a los ciegos, a todos los contagiados y posibles contagiados del “mal blanco” en un manicomio (“un laberinto racional”) desocupado a falta de otro sitio más apropiado. El Gobierno, so pretexto de evitar la contaminación, ofreció disculpas por recluirlos allí y expidió unas normas estrictas y extrañas, en las que se sancionaría con pena de muerte a quien intentara salir del lugar que estaba custodiado por soldados. “El Gobierno conoce plenamente sus responsabilidades, y espera que aquellos a quienes se dirige este mensaje asuman también, como ciuda­danos conscientes que sin duda son, las responsabilida­des que les corresponden, pensando que el aislamiento en que ahora se encuentran representará, por encima de cualquier otra consideración personal, un acto de solidaridad para con el resto de la comunidad nacio­nal. Dicho esto, pedimos la atención de todos hacia las instrucciones siguientes, primero, las luces se man­tendrán siempre encendidas y será inútil cualquier ten­tativa de manipular los interruptores, que por otra parte no funcionan, segundo, abandonar el edificio sin au­torización supondrá la muerte inmediata de quien lo intente, tercero, en cada sala hay un teléfono que só­lo podrá ser utilizado para solicitar del exterior la reposición de los productos de higiene y limpieza, cuar­to, los internos lavarán manualmente sus ropas, quinto, se recomienda la elección de responsables de sala, se trata de una recomendación, no de una orden, los in­ternos se organizarán como crean conveniente, a con­dición de que cumplan las reglas anteriores y las que seguidamente vamos a enunciar, sexto, tres veces al día se depositarán cajas con comida en la puerta de entrada, a la derecha y a la izquierda, destinadas, res­pectivamente, a los pacientes y a los posibles conta­giados, séptimo, todos los restos deberán ser quema­dos, considerándose restos, a todo efecto, aparte de la comida sobrante, las cajas, los platos, los cubiertos, que están fabricados con material combustible, octa­vo, la quema deberá ser efectuada en los patios inte­riores del edificio o en el cercado, noveno, los internos son responsables de las consecuencias negativas de la quema, décimo, en caso de incendio, sea éste fortuito o intencionado, los bomberos no intervendrán, undé­cimo, tampoco deberán contar los internos con nin­gún tipo de intervención exterior, en el supuesto de que sufran cualquier otra dolencia, y tampoco en el caso de que haya entre ellos agresiones o desórdenes, duodéci­mo, en caso de muerte, cualquiera que sea la causa, los internos enterrarán sin formalidades el cadáver en el cercado, decimotercero, la comunicación entre el ala de los pacientes y el ala de los posibles contagiados se hará por el cuerpo central del edificio, el mismo por el que han entrado, decimocuarto, los contagiados que se queden ciegos se incorporarán inmediatamente al ala segunda, en la que están los invidentes, decimoquinto, esta comunicación será repetida todos los días, a esta misma hora, para conocimiento de los nuevos ingresa­dos. El Gobierno y la Nación esperan que todos cum­plan con su deber…” El médico comprendió que estaban aislados, “más aislados de lo que probablemente jamás lo estuvo alguien anteriormente, y sin esperanza de poder salir de aquí hasta que se descubra un remedio contra la enfermedad”. Se encontraban allí, además del médico, su mujer, el primer ciego, el ladrón de automóviles, la chica de las gafas oscuras y el niño estrábico. El primer ciego y el ladrón de automóviles, luego de intercambiar acusaciones mutuas, uno por el robo del carro y el otro por ser el responsable del contagio, se liaron en una reyerta. La intervención del médico y su esposa lograron que los dos terminaran su pelea, y los llamaron a la convivencia. Así las cosas, el médico trató de organizar la dinámica armónica de las relaciones interpersonales.

Después irrumpieron abruptamente en el manicomio otros ciegos: un policía, un taxista, un dependiente de farmacia, una camarera de hotel y una oficinista (la mujer del primer ciego). “El dependiente de farmacia fue quien vendió el colirio a la chica de las gafas oscuras, el taxista fue quien llevó al primer ciego al médico, este que dijo ser policía fue quien encontró al ladrón ciego llorando como un niño perdido, y en cuanto a la camarera del hotel, fue ella la primera persona que entró en el cuarto cuando la chica de las gafas oscuras empezó a gritar”. Inicialmente, entre ciegos y contagiados sumaban más de cincuenta.

La convivencia prosiguió llena de conflictos hasta el punto de que el ladrón de automóviles descubrió que la mujer del médico no estaba ciega, pero calló porque ésta le estaba curando una herida causada por la chica de las gafas oscuras que lo hirió por haberle tocado abusivamente su cuerpo. Cuando el ladrón de automóviles quiso huir del manicomio fue asesinado por uno de los soldados, comandados por un sargento que seguidamente se quedó ciego. Uno de los soldados insinuó que la mujer del médico no estaba ciega, el nievo sargento, ingenuamente, le refutó: “Los ciegos aprenden muy rápido a orientarse…”

Luego de que se presentara una especie de amotinamiento de internos por asuntos de comida, los soldados dispararon y asesinaron a nueve ciegos. “El Ejército lamenta vivamente haberse visto obligado a reprimir por las armas un movimiento sedicioso responsable de una situación de riesgo inminente, cuya culpa directa o indirecta en modo alguno puede hacerse recaer sobre las fuerzas armadas, se advierte en consecuencia que a partir de hoy los internos recogerán la comida fuera del edificio, quedan advertidos que sufrirán las consecuencias de cualquier tentativa de alteración del orden, como ha acontecido ahora y como aconteció la pasada noche… No hemos tenido la culpa, no hemos tenido la culpa”.  El entierro de los muertos y la repartición de la comida generó más conflictos y enfrentamientos entre los ciegos.

A medida que iban llegando más ciegos y más contagiados al manicomio, la situación de convivencia empeoraba, por cuanto no había espacio suficiente para albergar a tantos y se presentaban enconadas disputas por la distribución y el reparto de comida. Era tal el hacinamiento que hubo más de 300 internos. Las sangrientas disputas ocasionaban cruentas riñas, en donde fallecían internos, y los soldados, a órdenes de un sargento, intervenían de manera violenta. “Si no somos capaces de vivir enteramente como personas, hagamos lo posible para no vivir enteramente como animales…”, decía la mujer del médico. Al grupo de los primeros ciegos se unió el viejo de la venda negra, antes visitante del consultorio del oftalmólogo, y se ubicó en la cama que ocupara el extinto ladrón de automóviles y les trajo noticias de cómo iban quedando ciegas más personas en las calles.

Como la epidemia de ceguera se fue extendiendo, el Gobierno estableció lugares y espacios requisables, recluyendo improvisadamente ciegos en “fábricas abandonadas, templos sin culto, pabellones deportivos y almacenes vacíos”.

Como conductores de vehículos y pilotos de avión, por haberse quedado ciegos en pleno trabajo, habían ocasionado lamentables accidentes, los choferes de automotores resolvieron dejarlos estacionados donde se encontraban.

Con el propósito de hacer la vida más amena, el primer grupo de ciegos resolvió establecer un juego en el cual éstos se contarían qué estaban haciendo al momento de quedar ciegos. Luego de que cada uno relatara su caso, la chica de las gafas negras sostuvo que “ya éramos ciegos en el momento en que perdimos la vista, el miedo nos cegó, el miedo nos mantendrá ciegos”.

El caos dentro del manicomio cada vez empeoraba. Los ciegos defecaban donde podían y las cañerías se atascaron, produciendo olores fétidos, y esto empezó a molestar a la mujer del médico, quien amenazó a su marido con revelar que no era ciega; ante lo cual éste le dijo que no era conveniente porque la pondrían al servicio de todos los ciegos. Los primeros ciegos recluidos en la cuarentena “fueron capaces, con mayor o menor conciencia, de llevar con dignidad la cruz de la naturaleza eminentemente escatológica del ser humano”. Las noticias de radio anunciaron que “se iba a formar de inmediato un gobierno de unidad y salvación nacional”.

Un grupo de ciegos, armados con palos y pedazos de hierro de las ventanas, se apoderó de la comida, exigiendo dinero a cambio de ésta. Los soldados no intervinieron, pues, como había dicho el sargento: “Si se matan entre ellos, mejor, quedarán menos”. Uno de estos ciegos ladrones de comida, con pistola en mano dijo que no había vuelta atrás, porque “a partir de hoy seremos nosotros quienes nos encarguemos de la comida, están avisados todos, y que no se le ocurra a nadie salir a buscarla, vamos a poner guardias en esta entrada, y quien se acerque las va a pagar, de aquí en adelante, la comida se vende”. A cambio de las joyas, dinero y otros objetos de valor que llevaban los ciegos, los ladrones entregarían la comida. Ante los comentarios de esta imposición, un ciego, refiriéndose a cómo harían para comer quienes no tenían joyas ni otros objetos de valor, acudió al conocido axioma que “a cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades”.  Por todas las pertenencias recogidas por el médico y el primer ciego, los ciegos ladrones de comida sólo entregaron tres cajas de comida.

El viejo de la venda negra, a través de su radio (ya a punto de quedar mudo por falta de baterías), se enteró que el locutor y los empleados de la única emisora que se podía sintonizar en el manicomio habían quedado ciegos.

La mujer del médico, aprovechando que podía ver, hizo una excursión nocturna al pabellón de los ciegos ladrones de comida, y constató que eran unos veinte. Ésta confesó a la chica de las gafas oscuras que no era ciega, confesión ante la que no se mostró extrañada, como si ya lo supiera.

Los ciegos malvados decidieron pedir mujeres para yacer con ellas a cambio de comida. Luego de que las mujeres se opusieran, porque ellas no estaban dispuestas a que otros comieran con lo que ellas “tenían en medio de las piernas”, y de que éstas y los hombres expusieran razones en pro y en contra de lo que pedían, acordaron enviar a siete, entre las que se encontraban la mujer del médico y la chica de las gafas oscuras. El ciego de la pistola obligó a la mujer del ciego a que le succionara el pene, y ésta intentó matarlo pero se abstuvo y se rindió ante la exigencia del ciego malvado. Las siete voluntarias “durante horas habían pasado de hombre en hombre, de humillación en humillación, de ofensa en ofensa, todo lo que es posible hacerle a una mujer dejándola con vida… Sordas, ciegas, calladas, a tumbos, sólo con la voluntad suficiente para no dejar la mano de la que llevaban delante, la mano, no el hombro como cuando vinieron, ninguna podría responder si le preguntasen: ¿Por qué vais con las manos cogidas? Ocurrió así, hay gestos para los que no se puede encontrar una explicación fácil, a veces ni la difícil se encuentra”. Como secuela de estos vejámenes, una mujer, conocida como la “ciega de los insomnios”, murió. Los malvados, cumpliendo lo acordado, entregaron parte de la comida.

Posteriormente, los ciegos malvados procedieron, como en el caso anterior, con quince mujeres de otra sala. “Las iban llevando a las camas, las desnudaban a tirones, en seguida se oyeron los llantos acostumbrados, las súplicas, las voces implorantes, pero las respuestas, cuando las había, no variaban: -Si quieres comer, tienes que abrir las piernas”. La mujer del médico, que discretamente las había seguido, asesinó con unas tijeras al jefe de los ciegos malvados, y su grito agónico se confundió con el gemido de un orgasmo… El caos y el pánico se apoderaron del escenario, y otro ciego más fue estrangulado. Las mujeres, como pudieron, se liberaron de sus agresores y salieron al corredor, y en la estampida la mujer del médico hundió las tijeras en el pecho de otro ciego. En medio de amenazas e improperios del ciego contable y de otros ciegos malvados, las mujeres huyeron por el corredor. La mujer del médico, mientras huía, observó que “tenía sangre en las manos y en la ropa, y súbitamente el cuerpo agotado le dijo que estaba vieja. -Vieja y asesina, pensó, pero sabía que si fuese necesario volvería a matar. -¿Y cuándo es necesario matar?, se preguntó a sí misma mientras se dirigía hacia el zaguán, y a sí misma se respondió: -Cuando está muerto lo que aún está vivo. Movió la cabeza y pensó: -Qué quiere decir esto?, palabras, palabras, nada más”.

Algunos hombres de la segunda sala se molestaron por el ataque a los ciegos malvados, porque esto les quitaría la comida, y para ellos la comida era más importante que la vergüenza y la dignidad de las mujeres.

Como el Gobierno no les llevó más comida, los primeros ciegos, liderados por la mujer del médico y el viejo de la venda negra, decidieron espiar a los ciegos malvados para tratar de quitarles la comida que ellos retenían arbitrariamente. Diecisiete ciegos de la primera y segunda sala, armados con garrotes y trozos de hierro, se dirigieron a la “hueste de los malvados”. El peligroso y arriesgado operativo trajo como consecuencia dos heridos con la pistola del ciego contable. Entre los heridos, que pronto murieron, se encontraba el dependiente de la farmacia. Los ciegos liderados por la mujer del médico descubrieron que ésta no estaba ciega, pero dieron importancia a este descubrimiento que ellos ya inferían. Desgraciadamente, no pudieron apoderarse de la comida; los ciegos malvados salieron gananciosos. Pero la “celebración” les duró poco, porque una de las mujeres prendió fuego a su habitación. Luego de que el fuego se propagara por todo el manicomio, los que lograron sobrevivir huyeron del sitio del edificio, aprovechando que los soldados habían huido, después de haber quedado ciegos.

El grupo de los primeros ciegos, conformado por siete (el médico, la mujer del médico, el niño estrábico, el viejo de la venda oscura, la chica de las gafas oscuras, el primer ciego y su esposa), empezaron a deambular por las calles, encontrándose con otro ciego que les comunicó que toda la ciudad, todo el país, estaba ciego y les refirió de las dificultades para la obtención de comida. Andaban por las calles en grupos pequeños, recluyéndose en tiendas y establecimientos en donde había alimentos y, después de comerlos, se iban para otro lugar. Los siete ciegos, liderados por la mujer del médico y su esposo, entraron en un establecimiento en donde sólo había electrodomésticos y utensilios “para hacer la vida mejor”. En la ciudad no funcionaba la energía eléctrica ni el acueducto, y había inmundicia y fétidos olores. La mujer del médico los dejó cuidando el lugar y se fue en búsqueda de comida. En medio de la noche, oscurecida con un torrencial aguacero, entró en un supermercado vacío, pero en el depósito encontró comida; llenó unas bolsas con ella y se marchó, perdiéndose en la calle. Luego de encontrar un plano de la ciudad, pudo orientarse y regresar al sitio donde estaban los seis ciegos esperándola. Un perro, el “perro de las lágrimas”, la acompañaba. “Cómo está el mundo, preguntó el viejo de la venda negra, y la mujer del médico respon­dió, no hay diferencia entre fuera y dentro, entre aquí y allá, entre los pocos y los muchos, entre lo que hemos vivido y lo que vamos a tener que vivir, y la gente, cómo va, preguntó la chica de las gafas oscuras, van como fantasmas, ser fantasma debe de ser algo así, tener la certeza de que la vida existe, porque cuatro sen­tidos nos lo dicen, y no poder verla, hay muchos co­ches por ahí, preguntó el primer ciego, que no puede olvidar que le robaron el suyo, es un cementerio. Ni el médico ni la mujer del primer ciego hicieron pre­guntas, para qué, si las respuestas serían del mismo talante que éstas. Al niño estrábico le basta la satisfac­ción de llevar puestos los zapatos con los que siempre soñó, ni siquiera lo entristece el hecho de no poder verlos”. Los siete ciegos, provistos de ropa y zapatos, que abundaban en la ciudad, porque no servían como alimento, decidieron ir a sus casas, empezando por la de la chica de las gafas oscuras.

En la casa donde vivía la chica de las gafas oscuras, que estaba saqueada, no había persona alguna. Una vecina (una mujer vieja que se alimentaba de coles y carne cruda) dijo que los padres de aquella se los habían llevado. Los siete ciegos y el perro de las lágrimas pasaron la noche en casa de la vieja. “Fue en la mesa donde la mujer del médico ex­puso su pensamiento:
-Ha llegado el momento en que tenemos que decidir lo que vamos a hacer, estoy con­vencida de que todo el mundo está ciego, al menos se comportan como tales las personas que he visto hasta ahora, no hay agua, no hay electricidad, no hay abaste­cimientos de ningún tipo, estamos en el caos, el caos auténtico tiene que ser esto.
-Habrá un Gobierno, dijo el primer ciego.
-No lo creo, pero, en caso de que lo haya, será un gobierno de ciegos gobernando a ciegos, es de­cir, la nada pretendiendo organizar la nada.
-Entonces, no hay futuro, dijo el viejo de la venda negra.
-No sé si habrá futuro, de lo que ahora se trata es de cómo vamos a vivir este presente.
-Sin futuro, el presente no sirve pa­ra nada, es como si no existiese.
-Puede que la humanidad acabe consiguiendo vivir sin ojos, pero entonces dejará de ser la humanidad, el resultado, a la vista está, quién de nosotros sigue considerándose tan humano como creía ser antes… -Volvamos a la cuestión, dijo la mujer del médico, si seguimos juntos quizá consigamos sobrevivir, si nos separamos seremos engullidos por la masa y despedazados.
-Has dicho que hay grupos de ciegos organizados, observó el médico, eso significa que se están inventando maneras nuevas de vivir, no es forzoso que acabemos despedazados, como prevés.
-No sé hasta qué punto estarán realmente organizados, sólo los veo andar por ahí en busca de comida y de un sitio donde dormir, nada más”.

Atados a la mujer del médico, para evitar que chocaran o se extraviaran, empezaron a deambular nuevamente el pequeño grupo de invidentes. A la casa del viejo de la venda oscura decidieron no entrar, porque allí no había sino libros y éstos, en esos momentos, no tenían utilidad. Encontraron bancos saqueados por ciegos y no ciegos, en momentos en que empezaba la epidemia de ceguera. Cuando comenzó ésta, todos pretendieron retirar su dinero, pero los bancos quebraron y, cuando los banqueros y empleados quedaron ciegos, fueron saqueados.

Seguidamente fueron a la casa del médico y de su mujer, y allí se instalaron, bañándose, cambiándose, haciendo sus necesidades y comiendo lo poco que encontraron. Luego salieron en búsqueda de comida. Llegaron a la casa del primer ciego y encontraron allí a un escritor que había sido echado de su casa. La mujer del médico le reveló al escritor que ella estaba ciega. El nuevo sitio visitado fue el consultorio del médico, que lo encontraron desmantelado y saqueado. De allí pasaron a la casa de la chica de las gafas oscuras, donde encontraron muerta a la vieja que la ocupaba. Con un azadón cavaron una tumba y la enterraron. Dejaron un mechón de la chica de las gafas negras en la puerta por si regresaban sus padres, y se marcharon de nuevo a la casa del médico y su mujer.

Al día siguiente, el médico y su mujer, en compañía del perro de las lágrimas (“lo malo de este perro es que se ha aproximado tanto a los humanos que va a acabar sufriendo como ellos”), salieron a la calle en búsqueda de comida. Llegaron al supermercado, pero no vieron “gente entrando y saliendo, aquel hormiguero de personas que a todas horas encontramos en estos establecimientos que viven del concurso de grandes multitudes”. Allí no encontraron comida sino muertos fétidos. Con vómito y náuseas, la mujer del médico, acompañada de su esposo, fue a una iglesia cercana para descansar y recuperarse; en el recinto sagrado se desmayó, junto al perro de las lágrimas. Se percataron de que “las sagradas imágenes estaban ciegas, de que sus misericordiosas y sufridoras miradas no contemplaban más que su propia ceguera”.

Cuando se encontraban los siete ciegos y el perro de las lágrimas reunidas en la casa del médico, comenzó a desaparecer la ceguera, empezando por el primer ciego, la chica de las gafas oscuras y el médico. Había terminado la epidemia de ceguera. Luego de celebrar el retorno de la visión, cada uno fue a su casa. Solos en su casa, el médico y su mujer, reflexionaron así:

“¿Por qué nos hemos quedado ciegos?
-No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón.
-¿Quieres que te diga lo que estoy pensando?
–Dime.
-Creo que no nos quedamos cie­gos, creo que estamos ciegos.
-¿Ciegos que ven?
-Ciegos que, viendo, no ven”.

En la casa del médico, además de su esposa, se quedaron el niño estrábico y el perro de las lágrimas. La mujer del médico “miró hacia abajo, a la calle cubierta de basu­ra, a las personas que gritaban y cantaban. Luego alzó la cabeza al cielo y lo vio todo blanco. Ahora me toca a mí, pensó. El miedo súbito le hizo bajar los ojos. La ciudad aún estaba allí”.


COMENTARIO

Saramago, con su particular estilo carente del tradicional “punto y coma” y de los guiones para indicar los diálogos, nos relata, con tal derroche de fantástica imaginación y genialidad, el caos que produce una ceguera intempestiva, colectiva y temporal. Si la convivencia entre personas que “ven” es problemática y conflictiva, con más fundamento lo es entre ciegos.

Llena de angustia y ansiedad el pensar qué nos pasaría, si de un momento a otro y sin ninguna explicación racional, quedáramos ciegos. La novela es un llamado, entre muchos, a mejorar nuestra convivencia y a “ver” de manera auténtica en esta sociedad alienadora que pretende enceguecernos con su cosificación, masificación, domesticación y sometimiento.

Inútil nos resulta todo aquello en que la civilización moderna centra todos sus esfuerzos y ahoga sus sueños: el poder, la autoridad, consumismo voraz, confort tecnológico, idolatría del sistema financiero… Nos percatamos cómo en realidad lo que verdaderamente cuenta y nos sirve para vivir es la comida, el agua y otros servicios públicos (energía eléctrica, acueducto, alcantarillado). En un mundo de invidentes, como en el que vivimos, no hay futuro, y “sin futuro, el presente no sirve para nada, es como si no existiese”. Para que haya futuro, en este contexto de ciegos, tenemos que ir “inventando maneras nuevas de vivir”.

En un contexto así, manipulado por los “poderosos”, andamos como ciegos. La ceguera nos la imponen éstos, y, como no queremos ver, experimentamos el aterrador caos en que viven los ciegos. Somos ciegos que, “viendo”, no vemos.


La única persona que no perdió la visión es nuestra esperanza y nuestra luz, los ojos que nos impiden tropezar y nos orientan en una sociedad cada vez más caótica, conflictiva y problemática. Esta mujer, una vez que todos recuperaron la visión, tuvo la sensación de estar ciega; era ella la que en una sociedad donde todos “veían” no podía ver, pues se había acostumbrado a vivir con los ciegos que con los que habían recuperado la visión… Sintió una profunda soledad y quedó “como una cuerda que se ha roto, como un muelle que no aguantó más el esfuerzo a que estuvo constantemente sometido”.

Se aprecia el saber enciclopédico que posee el autor, por caunto conoce el contexto, se recrea en él, lo vive, lo dimensiona; utiliza el lenguaje adecuado y nos deleita con la sabiduría popular y con la más profunda filosofía. En esta novela son evidentes las miserias y grandezas que degradan y engrandecen al ser humano. “De esa masa estamos hechos, mitad indiferencia y mitad ruindad”. Ante el caos desaparecen los valores tradicionales y se distorsionan los sentimientos humanos. Hasta la imaginería católica, con los ojos vendados, posiblemente por quienes nos “enseñan” a adorarlos, enceguece, como prueba de que “Dios no merece ver”

SABIDURÍA DEL AUTOR

“…los nervios son el diablo.

Ha­bía llegado incluso a pensar que la oscuridad en que los ciegos vivían no era, en definitiva, más que la sim­ple ausencia de luz, que lo que llamamos ceguera es algo que se limita a cubrir la apariencia de los seres y de las cosas, dejándolos intactos tras un velo negro. Ahora, al contrario, se encontraba sumergido en una albu­ra tan luminosa, tan total, que devoraba no sólo los colores, sino las propias cosas y los seres, haciéndolos así doblemente invisibles.

...sentimien­tos de generosidad y de altruismo que son, como todo el mundo sabe, dos de las mejores características del géne­ro humano, que pueden hallarse, incluso, en delincuen­tes más empedernidos…

…la voluble fortuna…

Los escépticos sobre la naturaleza humana, que son muchos y obstina­dos, vienen sosteniendo que, si bien es cierto que la oca­sión no siempre hace al ladrón, también es cierto que ayuda mucho.

La conciencia moral, a la que tantos insensatos han ofendido y de la que muchos más han renegado, es cosa que existe y existió siempre, no ha sido un invento de los filósofos del Cuaternario, cuando el alma apenas era un proyecto confuso.

…vive como le apetece y, además, saca de ello todo el placer que puede.

…la ceguera es una cuestión privada entre la persona y los ojos con que nació.

De esa masa estamos hechos, mitad indiferencia y mitad ruindad.

Hay, al menos, una buena presunción de causa a efecto.

…ningún perro reconoce a otro perro por el nombre que le pu­sieron, identifica por el olor y por él se da a identificar, nosotros aquí somos como otra raza de perros, nos co­nocemos por la manera de ladrar, por la manera de hablar, lo demás, rasgos de la cara, color de los ojos, de la piel, del pelo, no cuenta, es como si nada de eso existiera, yo veo, todavía veo, pero hasta cuándo.

…si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias inmediatas, después, las proba­bles, más tarde las posibles, luego las imaginables, no llegaríamos siquiera a movernos de donde el primer pensamiento nos hubiera hecho detenernos.

La ventaja de que gozaban estos ciegos era la de algo que podría llamarse ilusión de la luz. Realmente, igual les daba que fuera de día o de noche, crepúsculo matutino o vespertino, silente madrugada o rumorosa hora meridiana, los ciegos siem­pre estaban rodeados de una blancura resplandeciente, como el sol dentro de la niebla. Para éstos, la ceguera no era vivir banalmente rodeado de tinieblas; sino en el interior de una gloria luminosa.

…la dura experiencia de la vida, maestra suprema en todas las disciplinas…

…el llegar a donde se quie­re depende de donde se esté.

…Si no somos capaces de vivir enteramente como personas, hagamos lo posible para no vivir enteramente como animales…

…aunque, realmente, a un reloj le es igual, va de la una a las doce, lo demás son ideas de los hu­manos.

…tiene la verdad muchas veces que disfrazarse de mentira para alcanzar sus fines…

Amenazar con un ar­ma es ya atacar.

…la experien­cia de la vida y de las vidas cabalmente demuestra que al tiempo no hay quien lo gobierne…

Adónde vas, que es, pro­bablemente, la pregunta que más hacen los hombres a sus mujeres, la otra es Dónde has estado.

…cómo se reconocieron, vaya por Dios, por las voces, hombre, por las voces, que no es sólo la voz de la sangre la que no necesita ojos, el amor, que dicen que es ciego, tiene también su pala­bra que decir.

…la ley cuando nace es igual para todos, y que la democracia es incompatible con tratos de favor.

Sarna con gusto no pica.

…hablando se entiende la gente…

El primer ciego comenzó por decir que su mujer no se sometería a la vergüenza de entregar su cuerpo a unos desconocidos, diéranle a cambio lo que le dieran, que ni ella querría ni él lo permitiría, que la dignidad no tiene precio, que una persona empieza por ceder en las pequeñas cosas y acaba por perder todo el sentido de la vida.

Cada uno actúa de acuerdo con la moral que tiene…

…no por mucho madrugar se muere más temprano.

…las apariencias engañan, y que no es por el aspecto de la cara ni por la presteza del cuerpo por lo que se conoce la fuerza del corazón.


…por fortuna el diablo no siempre está detrás de la puerta…

Así como el hábi­to no hace al monje, tampoco el cetro hace al rey, es ésta una verdad que conviene no olvidar.

…hay que tener cuidado con las comparaciones, no vayan a ser livianas.

…no olvidemos que en la vida todo es relativo…

…no hay cosa mala que no trai­ga consigo una cosa buena…

Empujó la puerta corredera y recibió, casi simultáneas, dos poderosas impresiones, prime­ro, la de la oscuridad profunda por donde tendría que bajar para llegar al sótano, y luego, el olor inconfundible de cosas que se comen, aunque estén encerradas en recipientes de esos que llamamos herméticos, y es que el hambre siempre tuvo un olfato finísimo, capaz de atravesar todas las barreras, como el de los perros.

…la venganza, cuando es justa, es cosa humana, si la víctima no tuviera un derecho sobre el verdugo, entonces no habría justicia.

…tan ciegos son los que man­dan como los mandados.

…pero algunos viejos son así, les sobra or­gullo a medida que les va faltando tiempo…

….oculto el crimen, reservados para otra ocasión los re­mordimientos.

No encontró respuesta, las respuestas no llegan siempre cuando uno las necesi­ta, muchas veces ocurre que quedarse esperando es la única respuesta posible.

…ojos que no ven, corazón que no siente…

…todos los relatos son como los de la creación del universo, nadie estaba allí, nadie asistió al evento, pero todos sabemos lo que ocurrió.

Salvo el polvo doméstico, que aprovecha la au­sencia de las familias para ir cubriendo suavemente la superficie de los muebles, y digamos a propósito que es ésta la única ocasión que tiene para descansar, sin agita­ciones ni zarandeos de paños o aspiradores, sin carreras de niños que desencadenan torbellinos atmosféricos a su paso, la casa estaba limpia, y el desorden era sólo el de esperar cuando uno tuvo que salir precipitadamente.

…son mujeres, quien las entienda que las compre.

…lo cierto y lo equivocado son sólo mo­dos diferentes de entender nuestra relación con los demás, no la que tenemos con nosotros mismos, en ésa no hay que confiar…

Las palabras son así, disimulan mucho, se van juntando unas con otras, parece como si no supieran a dónde quieren ir, y, de pronto, por culpa de dos o tres, o cuatro que salen de repente, simples en sí mismas, un pronombre personal, un adverbio, un verbo, un adjetivo, y ya tenemos ahí la conmoción ascendiendo irresistiblemente a la superfi­cie de la piel y de los ojos, rompiendo la compostura de los sentimientos…

…está deshecha en lágrimas por obra de un pronombre personal, de un adverbio, de un verbo, de un adjetivo, meras categorías gramaticales, meros designativos…

El trabajo del viejo es poco, pero quien lo desprecia es loco. Ese refrán no es así. Lo sé, donde dije viejo, es niño, donde dije desprecia, dice desdeña, pero los proverbios, si quieren seguir diciendo lo mismo porque es necesario decirlo, hay que adaptarlos a los tiempos.

Guarda lo que no sirve y encontrarás lo que necesites…

Sería necesario haber estado allí, Un escritor es como otra persona cualquiera, no puede saberlo todo, ni puede vivirlo todo, tiene que preguntar e imaginar.

…basta ya de filosofías y de taumaturgias, démonos la mano y vamos a la vida.

Los hombres son todos iguales, piensan que con haber nacido de barriga de mujer, ya lo saben todo de las mujeres.

…el silencio es el mejor aplauso.

Nunca se puede saber de antemano de qué son capaces las personas, hay que esperar, dar tiem­po al tiempo, el tiempo es el que manda, el tiempo es quien está jugando al otro lado de la mesa y tiene en su mano todas las cartas de la baraja, a nosotros nos corresponde inventar los encartes con la vida, la nues­tra.

Las imágenes no ven. Equivocación tuya, las imágenes ven con los ojos que las ven…

…el pánico es mucho más rápido que las piernas que tienen que llevarlo…

…las manos son los ojos de los ciegos…

De aquí no voy a pasar, es el primer pensamiento, y a veces el último también, en casos fatales”.

LUIS ANGEL RIOS PEREA

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