Tema principal: Significado de la libertad y
los intentos para evadirla.
Apartándose de la orientación biologista y
del esquema mecanicista de la teoría freudiana, Erich Fromm, aceptando el
determinismo psíquico, la actividad inconsciente, la interpretación e
importancia de los sueños, las asociaciones libres, las neurosis y los
mecanismos de defensa contra la ansiedad, propuestos por su maestro Freud, y
acudiendo a las nociones de adaptación dinámica y carácter social, analiza,
desde la perspectiva de la sicología profunda, los aspectos sicológicos de la
crisis de su tiempo y desentraña de las profundidades de la sociedad moderna
las hondas y lejanas raíces de dicha crisis. El análisis involucra la interrelación
entre lo social, lo económico, lo sicológico y lo ideológico.
Teniendo en cuenta los factores
sociales, los valores y las normas éticas en el estudio de la personalidad,
concibe al hombre como un ser histórico, inmerso en una época, cultura y grupo
social determinados, y examina las relaciones entre los fenómenos estructurales
y sicosociales, superando el sociologismo y el sicologismo. “El problema que Fromm se propone en esta
obra es justamente el de estudiar a través de cuáles mecanismos psicológicos
los hechos estructurales contribuyen a la formación de la conciencia de cada
uno de los grupos específicos en que se diferencia la sociedad, y cómo ocurre
que esta conciencia a su vez llega a transformar aquellos hechos estructurales,
erigiéndose así en sujeto del proceso, y no únicamente en su resultado… La tesis de este libro es la de que el hombre
moderno, libertado de los lazos de la sociedad pre-individualista —lazos que a
la vez lo limitaban y le otorgaban seguridad—, no ha ganado la libertad en el
sentido positivo de la realización de su ser individual, esto es, la expresión
de su potencialidad intelectual, emocional y sensitiva. Aun cuando la libertad
le ha proporcionado independencia y racionalidad, lo ha aislado y, por lo
tanto, lo ha tornado ansioso e impotente. Tal aislamiento le resulta
insoportable, y la alternativa que se le ofrece es la de rehuir la
responsabilidad de esta libertad positiva, la cual se funda en la unicidad e
individualidad del hombre… Este libro se propone analizar aquellos factores
dinámicos existentes en la estructura del carácter del hombre moderno, que le
hicieron desear el abandono de la libertad en los países fascistas, y que de
manera tan amplia prevalecen entre millones de
personas de nuestro propio pueblo”.
Estudiando la libertad como un
problema sicológico, con el énfasis en los factores sicológicos en todo el
proceso social (“el proceso social, al determinar el modo de vida del
individuo, esto es, su relación con los otros y con el trabajo, moldea la
estructura del carácter”) y analizando el supuesto de que el problema medular
de la sicología es el que se refiere a la conexión del individuo con el mundo,
señala que el hombre moderno ha buscado la libertad y ha tenido la vana ilusión
de haberla obtenido a través de la racionalidad. Ha sido incapaz de percatarse
que a pesar de haberse liberado, supuestamente, de la dominación exterior,
ignora que ha perdido su libertad interior, adhiriéndose mecánicamente a
sistemas totalitaristas, como el fascismo y el nazismo, buscando una
desesperada salida a sus agobiantes sentimientos de aislamiento e impotencia y
soledad moral, con lo cual ha perdido la integridad de su yo individual.
En tanto que el individuo rompe
con sus vínculos primarios, existentes antes de un complejo proceso de
individuación (“un proceso que implica el crecimiento de la fuerza y de la integración
de la personalidad individual”), los cuales implican una falta de
individualidad y otorgan seguridad y orientación, va tomando conciencia de sí
mismo, va fortaleciendo su autoconciencia. Durante el proceso de individuación
el niño se hace más fuerte, física, emocional y mentalmente, y va desarrollando
su yo (que es un “todo organizado e integrado de la personalidad”), apareciendo
un aumento en el sentimiento de soledad. Cuando el sujeto se transforma en
individuo, “está solo y debe enfrentar el
mundo en todos sus subyugantes y peligrosos aspectos”, situación que le
impulsa a abandonar la personalidad y a “superar
el sentimiento de soledad e impotencia, sumergiéndose en el mundo exterior”.
La libertad de los vínculos primarios sólo le ofrecen la libertad negativa, la libertad de, privándolo de la
libertad positiva, la libertad para. Este
tipo de vínculos impiden el completo desarrollo humano. Las condiciones
económicas, sociales y políticas influyen el proceso de individuación. El
fortalecimiento de la individuación entraña amenazas de nuevas formas de
inseguridad. “Hay
tan sólo una solución creadora posible que pueda fundamentar las relaciones
entre el hombre individualizado y el mundo: su solidaridad activa con todos los
hombres, y su actividad, trabajo y amor espontáneos, capaces de volverlo a unir
con el mundo, no ya por medio de los vínculos primarios, sino salvando su
carácter de individuo libre e independiente. Por otra parte, si las condiciones
económicas, sociales y políticas, de las que depende todo el proceso de
individuación humana, no ofrecen una base para la realización de la
individualidad en el sentido que se acaba de señalar, en tanto que, al propio
tiempo, se priva a los individuos de aquellos vínculos que les otorgaban
seguridad, la falta de sincronización (leg) que de ello resulta transforma la libertad en
una carga insoportable. Ella se identifica entonces con la duda y con un tipo
de vida que carece de significado y dirección. Surgen así poderosas tendencias
que llevan hacia el abandono de este género de libertad para buscar refugio en
la sumisión o en alguna especie de relación con el hombre y el mundo que
prometa aliviar la incertidumbre, aun cuando prive al individuo de su libertad”.
El medioevo se caracterizó por la
ausencia de libertad individual, y los individuos estaban encadenados a una
determinada función dentro del orden social. “La
vida personal, económica y social se hallaba dominada por reglas y obligaciones
a las que prácticamente no escapaba esfera alguna de actividad”.
Sin embargo, no estaba solo ni aislado, por cuanto se hallaba arraigado a un
todo estructurado. El hombre medieval (caracterizado por su falta de
autoconciencia) tenía un sentimiento de seguridad y pertenencia. La Iglesia
hacía tolerable el sufrimiento. El destino final del sujeto era el cielo o el
infierno.
Durante el Renacimiento y la
Reforma (época en que comienza el individualismo moderno) el sujeto se descubre
así mismo a los demás como entes separados, pero perdió sus sentimientos de
seguridad y pertenencia. Era libre, pero estaba solo. “El individuo se halla absorbido por el egocentrismo apasionado, una
voracidad insaciable de poder y riqueza”. En las doctrinas de Lutero y
Calvino (que predicaban la maldad innata en la naturaleza humana, la
autohumillación y la predestinación) y en la situación económica de Europa
Central y occidental se encuentran las raíces del capitalismo; la clase media
contribuyó a su fundamento y desarrollo. “Ciertos
cambios significativos en la atmósfera sicológica acompañaron el desarrollo
económico del capitalismo. Un espíritu de desasosiego fue penetrando en la
vida… El trabajo se transformó cada vez más en valor supremo… El principio de
eficiencia asumió el papel de una de las más altas virtudes morales”. El
deseo de riqueza y de éxito material fue la pasión de los individuos. El
capitalismo liberó al individuo de la regimentación del sistema corporativo,
permitiéndole elevarse por sí mismo. “El
individuo se convirtió en dueño de su destino: suyo era el riesgo, suyo el
beneficio… Suya
era la oportunidad del éxito, suyo el riesgo del fracaso, el de contarse entre
los muertos o heridos en la cruel batalla económica que cada uno libraba contra
todos los demás”. Pero la
amenaza del capital y del mercado lo intimidan y lo aíslan, sintiéndose
abrumado por su nulidad y desamparo individuales. “La
nueva libertad está destinada a crear un sentimiento profundo de inseguridad,
de impotencia, de duda, de soledad y de angustia. Estos sentimientos deben ser
aliviados si el individuo ha de obrar con éxito”.
El
luteranismo y el calvinismo, que ejerció profunda influencia sicológica en el
surgimiento del fascismo y del nazismo (debido a que resaltaron la
insignificancia e impotencia del individuo), “constituyen una de las fuentes de desarrollo de la libertad política y
espiritual de la sociedad moderna”. Así mismo, son el origen de los
sentimientos de impotencia y de independencia, constitutivos de la libertad
moderna en su aspecto negativo. Estas doctrinas entrañaron un llamado a la
clase media y a los pobres para expresar sus sentimientos contradictorios de
libertad e independencia, y de impotencia y angustia. “Las doctrinas protestantes prepararon psicológicamente al individuo
para el papel que le tocaría desempeñar en el moderno sistema industrial.… Calvino
y Lutero prepararon psicológicamente al individuo para el papel que debía
desempeñar en la sociedad moderna: sentirse insignificante y dispuesto a
subordinar toda su vida a propósitos que no le pertenecían... Por medio de sus enseñanzas aumentaron y, al
mismo tiempo, ofrecieron soluciones capaces de permitir al individuo hacer
frente al sentimiento de inseguridad, que de otro modo hubiera sido
insoportable”.
El capitalismo, que incidió en la
personalidad del hombre moderno, contribuyó
en el desarrollo de la libertad, pero en sentido negativo: libertad de. Algunos
aspectos de nuestro sistema productor de mercancías “conducen al desarrollo de
un tipo de personalidad que se siente impotente y sola, angustiada e insegura. La
estructura de la sociedad moderna, determinada por el capitalismo, hace al
hombre más crítico e independiente, otorgándole confianza en sí mismo como
artífice de su éxito o de su fracaso; pero lo ha dejado más solo, atemorizado,
angustiado y aislado. A pesar de que el hombre se ha liberado de los antiguos
enemigos de la libertad, han surgido enemigos internos, dentro del sujeto, que
obstruyen la realización de la personalidad; perdiendo “en gran medida la capacidad íntima de tener fe en algo que no sea
comprobable según los métodos de las ciencias naturales”. No obstante
haberse roto las viejas cadenas, “el
hombre moderno se halla en una posición en la que mucho de lo que él
piensa y dice no es otra cosa que
lo que todo el mundo igualmente piensa y dice; olvidamos que no ha adquirido la
capacidad de pensar de una manera original —es decir por sí mismo—, capacidad que
es lo único capaz de otorgar algún significado a su pretensión de que nadie
interfiera con la expresión de sus pensamientos”.
Para superar la libertad negativa, la libertad de, se requiere una libertad “capaz de permitirnos la realización plena de
nuestro propio yo individual, de tener fe en él y en la vida”.
En la dinámica de las relaciones
de producción capitalista, el yo individual es reemplazado por el yo social; el
yo interior es absorbido por el yo exterior. “El
yo en cuyo interés obra el hombre moderno es el yo
social, constituido
esencialmente por el papel que se espera deberá desempeñar el individuo y que,
en realidad, es tan sólo el disfraz subjetivo de la función social objetiva
asignada al hombre dentro de la sociedad. El egoísmo de los modernos no representa
otra cosa que la codicia originada por la frustración del yo real, cuyo objeto
es el yo social. Mientras el hombre moderno parece caracterizarse por la
afirmación del yo, en realidad éste ha sido debilitado y reducido a un segmento
del yo total —intelecto y voluntad de poder— con exclusión de todas las demás
partes de la personalidad total”. Lo que el hombre produce lo
aprisiona; el mundo que él ha creado es el encargado de manejar al individuo. “El producto de sus propios esfuerzos ha
llegado a ser su Dios”.
La
posesión de propiedades, el prestigio y el poder son los factores que respaldan
al yo individual en el capitalismo, concediéndole una falsa sensación de que
así se alcanza el éxito. El yo debilitado se sostiene por las “efectivas
libertades políticas y económicas, la oportunidad proporcionada a la iniciativa
individual y el avance de la ilustración racionalista”. Sin embargo, no sirven
para superar los sentimientos de inseguridad y angustia del sujeto; sólo para
generarle una sensación de superficialidad.
Las
tendencias contradictorias de la libertad
de y la libertad para se
entrelazan de continuo. La libertad en sentido positivo (fuerza y dignidad del
ser), alcanzó su término en el ocaso del siglo XIX y los albores del XX.
Posteriormente, en la fase monopolista del capitalismo, hubo una tendencia al
debilitamiento del yo individual. “El
sentimiento individual de impotencia y soledad fue en aumento, la libertad
de todos los vínculos
tradicionales se fue acentuando, pero las posibilidades de lograr el éxito
económico individual se restringieron. El individuo se siente amenazado por
fuerzas gigantescas, y la situación es análoga en muchos aspectos a la que
existía en los siglos XV y XVI”. Las crisis del capitalismo
incrementaron el sentimiento de inseguridad y se alejaron las posibilidades de
obtener el éxito.
En el
capitalismo monopolista es evidente la insignificancia del individuo como
persona, sólo cuenta como hombre de negocios, empleado, cliente o consumidor, y
como tal se le debilita y se le embota su capacidad de pensamiento crítico,
debido al enorme poder de la esfera económica.
Al
perder los vínculos primarios, fuente de seguridad, el individuo debe enfrentar
el mundo exterior con el ánimo de superar la soledad e impotencia. Si acude al
recurso adecuado, establece espontáneamente la conexión “con el mundo en el amor y el trabajo, en expresión genuina en sus
facultades emocionales, sensitivas e intelectuales”, y de esta manera fortalecerá su libertad
positiva. Pero si recurre a los mecanismos sicológicos de evasión de la
libertad, que poseen significado cultural, no encontrará la salida que lo
conduzca a la libertad positiva y a la felicidad; se limitará a actividades de
carácter automático y compulsivo. Para eludir la insoportable carga de los
sentimientos de impotencia, inseguridad, aislamiento, soledad, angustia y
frustración de la vida, el sujeto acude a los siguientes mecanismos sicológicos
de evasión de la libertad, con los cuales “el
individuo trata de superar el sentimiento de insignificancia experimentado
frente al poder abrumador del mundo exterior, renunciando a su integridad
individual o bien destruyendo a los demás, a fin de que el mundo deje de ser
tan amenazante”:
1 La
tendencia a abandonar la independencia del yo individual para fundirse en algo
o alguien exterior al sujeto; así pretende la búsqueda de vínculos secundarios
como sustituto de los vínculos primarios. Las formas más nítidas de este
mecanismo son el autoritarismo, el masoquismo y el sadismo. “Tanto los impulsos masoquistas como los
sádicos tienden a ayudar al individuo a evadirse de su insoportable sensación
de soledad e impotencia. …ambas
tendencias constituyen el resultado de una necesidad básica única que surge de
la incapacidad de soportar el aislamiento y la debilidad del propio yo”.
2 La
destructividad como tendencia a la destrucción del otro. “Los impulsos
destructivos constituyen una pasión que obra dentro de la persona y siempre
logran hallar algún sujeto”.
3
El retraimiento del mundo exterior y la inflación del propio yo, que lo expone
a la conformidad automática, dejando de ser él mismo; y por eso “adopta por
completo un tipo de personalidad que le proporcionan las pautas culturales”,
transformándose en un sujeto igual a todos, “y tal como los demás esperan que
él sea”. Como secuela de esto pierde su genuina personalidad, sin que pueda ser
libre para pensar, sentir y obrar a su placer. Perdido en la conformidad
automática, cree ilusamente que él es él y que sus pensamientos, sentimientos y
deseos son suyos. Equívocamente, el individuo cree, de manera ilusa, que sus
pensamientos y sentimientos proceden de su yo interno, sin percatarse que le
son impuestos de manera subrepticia desde afuera, desde su yo exterior. “El hecho de que nuestros pensamientos,
voluntad, emociones, no son genuinos y que su contenido se origina desde
afuera, se da en medida tan vasta que surge la impresión de que tales
seudoactos constituyen la regla general, mientras que los artos mentales
genuinos o naturales representan la excepción”. Todo ello lleva a la supresión
del pensamiento crítico. Como el individuo no tiene pensamientos, sentimientos
y voliciones originales pierde su yo. “La
pérdida del yo y su sustitución por un seudoyo arroja al individuo a un intenso
estado de inseguridad… La automatización del individuo en la sociedad moderna
ha aumentado el desamparo y la inseguridad del individuo medio”.
En la
democracia moderna el sujeto tiene la ilusión de haber alcanzado su
individualidad, sin estar sujeto a vínculos exteriores. “Nos sentimos orgullosos de no estar sujetos a ninguna autoridad
externa, de ser libres de expresar nuestros pensamientos y emociones, y damos
por supuesto que esta libertad garantiza —casi de manera automática— nuestra
individualidad. El derecho de expresar nuestros pensamientos, sin embargo, tiene
algún significado tan sólo si somos capaces de tener pensamientos propios; la libertad de la autoridad exterior
constituirá una victoria duradera solamente si las condiciones psicológicas
íntimas son tales que nos permitan establecer una verdadera individualidad
propia”.
La
educación contribuye a la represión de las emociones, la espontaneidad, el
pensamiento original y a considerar toda verdad como relativa, a confundir las
cosas, a tergiversar el mundo y a destruir toda imagen estructurada del mundo,
lo cual impide pensar críticamente. Es por ello que el sujeto no sabe qué es lo
que quiere, y como secuela de esa realidad se somete dócilmente a la autoridad
anónima del sentido común y la opinión pública, perdiendo así su identidad, lo
cual conlleva al conformismo y a la adaptación a las expectativas de los demás.
De esta manera se convierte en autómata. “Al
tiempo que realiza todos los movimientos del vivir, su vida se le escurre de
entre las manos como arena. Detrás de una fachada de satisfacción y optimismo,
el hombre moderno es profundamente infeliz; en verdad, está al borde de la
desesperación. Se aferra perdidamente a la noción de individualidad; quiere ser
diferente, y no
hay recomendación mejor para alguna cosa que la de decir que es
"diferente". Se nos informa del nombre individual del empleado del
ferrocarril a quien compramos los billetes; maletas, naipes y radios portátiles
son "personalizados" colocándoles las iniciales de su dueño. Todo
esto indica la existencia de un hambre de "diferencia", y sin
embargo, se trata de los últimos vestigios de personalidad que todavía
subsisten. El hombre moderno está hambriento de vida. Pero puesto que siendo un
autómata no puede experimentar la vida como actividad espontánea, acepta como
sucedáneo cualquier cosa que pueda causar excitación o estremecimiento:
bebidas, deportes o la identificación con la vida ilusoria de los personajes
ficticios de la pantalla… Se ha liberado de los vínculos exteriores que le
hubieran impedido obrar y pensar de acuerdo con lo que había considerado
adecuado. Ahora sería libre de actuar según su propia voluntad, si supiera lo
que quiere, piensa y siente. Pero no lo sabe. Se ajusta al mandato de autoridades
anónimas y adopta un yo que no le pertenece. Cuanto más procede de este modo,
tanto más se siente forzado a conformar su conducta a la expectativa ajena. A
pesar de su disfraz de optimismo e iniciativa, el hombre moderno está abrumado
por un profundo sentimiento de impotencia que le hace mirar fijamente y como
paralizado las catástrofes que se le avecinan”.
El hombre puede experimentar su
libertad positiva (la actividad espontánea de la personalidad total integrada) realizando
su yo, siendo lo que realmente es, la cual se realiza por el pensamiento, la
personalidad total, por la expresión activa de sus potencialidades emocionales
e intelectuales. La actividad espontánea que comporta la libertad positiva es
la libre actividad del yo e implica el ejercicio de la propia y libre voluntad.
Una
de las premisas del acto espontáneo, de la espontaneidad, “reside en la aceptación de la personalidad total y en la eliminación de
la distancia entre naturaleza y
razón; porque
la actividad espontánea tan sólo es posible si el hombre no reprime partes
esenciales de su yo, si llega a ser transparente para sí mismo y si las
distintas esferas de la vida han alcanzado una integración fundamental”.
Como
la libertad negativa hace del sujeto un ser aislado que en su relación con el
mundo se siente lejano y temeroso, mostrando un yo débil, expuesto a continuas
amenazas, se requiere se realice en su libertad positiva a través de la
espontaneidad. “La actividad espontánea
es el único camino por el cual el hombre puede superar el terror de la soledad
sin sacrificar la integridad del yo; puesto que en la espontánea realización
del yo es donde el individuo vuelve a unirse con el hombre, con la naturaleza,
con sí mismo. El amor es el componente fundamental de tal espontaneidad; no ya
el amor como disolución del yo en otra persona, no ya el amor como posesión,
sino el amor como afirmación espontánea del otro, como unión del individuo con
los otros sobre la base de la preservación del yo individual. El carácter
dinámico del amor reside en esta misma polaridad: surge de la necesidad de
superar la separación, conduce a la unidad… y, a pesar de ello, no tiene por
consecuencia la eliminación de la individualidad. El otro componente es el
trabajo; no ya el trabajo como actividad compulsiva dirigida a evadir la
soledad, no el trabajo como relación con la naturaleza —en parte dominación, en
parte adoración y avasallamiento frente a los productos mismos de la actividad
humana—, sino el trabajo como creación, en el que el hombre, en el acto de
crear, se unifica con la naturaleza. Lo que es verdad para el amor y el trabajo
también lo es para toda acción espontánea, ya sea la realización de placeres
sensuales o la participación en la vida política de la comunidad. Afirma la
individualidad del yo y al mismo tiempo une al individuo con los demás y con la
naturaleza. La dicotomía básica, inherente al hombre —el nacimiento de la
individualidad y el dolor de la soledad— se disuelve en un plano superior por
medio de la actividad humana espontánea… Si el individuo realiza su yo por
medio de la actividad espontánea y se relaciona de este modo con el mundo, deja
de ser un átomo aislado; él y el mundo se transforman en partes de un todo
estructural; disfruta así de un lugar legítimo y con ello desaparecen sus dudas
respecto de sí mismo y del significado de su vida. Ellas surgen del estado de
separación en que se halla y de la frustración de su vida; cuando logra vivir,
no ya de manera compulsiva o automática, sino espontáneamente, entonces sus
dudas desaparecen. Es consciente de sí mismo como individuo activo y creador y
se da cuenta de que sólo existe un significado de la vida: el
acto mismo de vivir… La
libertad positiva, como realización del yo, implica la afirmación plena del
carácter único del individuo. Todos los hombres nacen iguales, pero también
nacen distintos… La tesis de que todos los hombres nacen iguales implica que
todos ellos participan de las mismas calidades humanas fundamentales, que
comparten el destino esencial de todos los seres humanos, que poseen por igual
el mismo inalienable derecho a la felicidad y a la libertad… La libertad
positiva, por otra parte, se identifica con la realización plena de las
potencialidades del individuo, así como con su capacidad para vivir activa y
espontáneamente. La victoria de la libertad es solamente posible si la
democracia llega a constituir una sociedad en la que el individuo, su
desarrollo y felicidad constituyan el fin y el propósito de la cultura; en la
que la vida no necesite justificarse por el éxito o por cualquier otra cosa, y
en la que el individuo no se vea subordinado ni sea objeto de manipulaciones
por parte de ningún otro poder exterior a él mismo, ya sea el Estado o la
organización económica; una sociedad, por fin, en la que la conciencia y los
ideales del hombre no resulten de la absorción en el yo de demandas exteriores
y ajenas, sino que sean realmente suyos y expresen propósitos resultantes de la
peculiaridad de su yo… El progreso de la democracia consiste en acrecentar
realmente la libertad, iniciativa y espontaneidad del individuo, no sólo en
determinadas cuestiones privadas y espirituales, sino esencialmente en la
actividad fundamental de la existencia humana: su trabajo… El único criterio
acerca de la realización de la libertad es el de la participación activa del
individuo en la determinación de su propia vida y en la de la sociedad,
entendiéndose que tal participación no se reduce al acto formal de votar, sino
que incluye su actividad diaria, su trabajo y sus relaciones con los demás”.
LUIS
ANGEL RIOS PEREA