lunes, 31 de enero de 2011

TEMA, ARGUMENTO Y COMENTARIO DEL "ENSAYO SOBRE LA CEGUERA", DE JOSE SARAMAGO


 
TEMA

Los conflictos generados por la ceguera.

ARGUMENTO

En una ciudad y un país imaginario, de un momento a otro y sin una causa científica, empezaron a enceguecer las personas; con el transcurso de los días todos quedaron ciegos, excepto la esposa de un oftalmólogo.

Cuando empezó la pandemia, el Gobierno resolvió internar a los primeros ciegos en un manicomio abandonado. Cuando hubo más ciegos, el mismo designó otras instalaciones oficiales y privadas para recluirlos en esos establecimientos. Ciegos todos los habitantes de la ciudad y del país, empezó el caos: accidentes automovilísticos, saqueos, hurtos, escasez de comida, ausencia de servicios públicos y de asistencia social, quiebra del sector financiero…

Los ciegos internados en el manicomio soportaron una vida indigna: hacinamiento, imposiciones gubernamentales, inhumana custodia militar, riñas, hambre, vejaciones, insalubridad, violencia, violaciones… El principal problema consistió en la falta de comida y la distribución de ésta, lo cual generó violencia y grandes conflictos, que terminaron con asesinatos, violaciones de mujeres, incendios y quema del manicomio.

Después de huir del manicomio, el primer grupo de ciegos, compuesto por siete personas (tres mujeres, tres hombres y un niño), decidieron recorrer la ciudad en búsqueda de comida y de sus antiguos sitios de residencia. Al cabo de unos días la epidemia terminó: recobraron la visión, empezando por el primero que la había perdido. Todos volvieron a ver, y la mujer del médico tuvo la sensación de haber quedado ciega. 

COMENTARIO

Saramago, con su particular estilo carente del tradicional “punto y coma” y de los guiones para indicar los diálogos, nos relata, con tal derroche de fantástica imaginación y genialidad, el caos que produce una ceguera intempestiva, colectiva y temporal. Si la convivencia entre personas que “ven” es problemática y conflictiva, con más fundamento lo es entre ciegos.

Llena de angustia y ansiedad el pensar qué nos pasaría, si de un momento a otro y sin ninguna explicación racional, quedáramos ciegos. La novela es un llamado, entre muchos, a mejorar nuestra convivencia y a “ver” de manera auténtica en esta sociedad alienadora que pretende enceguecernos con su cosificación, masificación, domesticación y sometimiento.

Inútil nos resulta todo aquello en que la civilización moderna centra todos sus esfuerzos y ahoga sus sueños: el poder, la autoridad, consumismo voraz, confort tecnológico, idolatría del sistema financiero… Nos percatamos cómo en realidad lo que verdaderamente cuenta y nos sirve para vivir es la comida, el agua y otros servicios públicos (energía eléctrica, acueducto, alcantarillado). En un mundo de invidentes, como en el que vivimos, no hay futuro, y “sin futuro, el presente no sirve para nada, es como si no existiese”. Para que haya futuro, en este contexto de ciegos, tenemos que ir “inventando maneras nuevas de vivir”.

En un contexto así, manipulado por los “poderosos”, andamos como ciegos. La ceguera nos la imponen éstos, y, como no queremos ver, experimentamos el aterrador caos en que viven los ciegos. Somos ciegos que, “viendo”, no vemos.


La única persona que no perdió la visión es nuestra esperanza y nuestra luz, los ojos que nos impiden tropezar y nos orientan en una sociedad cada vez más caótica, conflictiva y problemática. Esta mujer, una vez que todos recuperaron la visión, tuvo la sensación de estar ciega; era ella la que en una sociedad donde todos “veían” no podía ver, pues se había acostumbrado a vivir con los ciegos que con los que habían recuperado la visión… Sintió una profunda soledad y quedó “como una cuerda que se ha roto, como un muelle que no aguantó más el esfuerzo a que estuvo constantemente sometido”.

Se aprecia el saber enciclopédico que posee el autor, por canto conoce el contexto, se recrea en él, lo vive, lo dimensiona; utiliza el lenguaje adecuado y nos deleita con la sabiduría popular y con la más profunda filosofía. En esta novela son evidentes las miserias y grandezas que degradan y engrandecen al ser humano. “De esa masa estamos hechos, mitad indiferencia y mitad ruindad”. Ante el caos desaparecen los valores tradicionales y se distorsionan los sentimientos humanos. Hasta la imaginería católica, con los ojos vendados, posiblemente por quienes nos “enseñan” a adorarlos, enceguece, como prueba de que “Dios no merece ver”.

LUIS ANGEL RIOS PEREA




TEMAS Y COMENTARIO SOBRE "LA CAVERNA" DE JOSE SARAMAGO


TEMAS

-          El deshumanizante imperio de las “leyes” del mercado.
-          La contundente dinámica perversa del capitalismo.
-          La angustia vital.
-          La inseguridad.
-          El amor.
-          Los conflictos familiares.
-          La viudez.
-          Los crímenes de Estado.
-          La miseria de los sitios periféricos a las grandes ciudades.
-          El problema del tiempo.


COMENTARIO

A través de un exquisito lenguaje y de una gramática muy particular, Saramago nos relata la dinámica de una familia, que de un momento a otro, pierde su tradicional medio de sustento, porque la absurda e inexorable dinámica de las “leyes” del mercado de nuestro sistema capitalista así lo determinan. Coincido con el profesor José Luis Rodríguez Reguera en cuanto que Cipriano Algor aparece como representante del mundo moderno basado en la producción, aunque en su versión más humanista; mientras que Marcial Gacho representaría la era del Capitalismo Global en la que estamos inmersos. Cipriano pertenece al mundo de la producción y Marcial al mundo del consumo. “Cipriano intenta vivir su vida a su manera, manteniendo esa Utopía que le convierte en protagonista de sus aventuras, aunque éstas no sean más que simples platos de arcilla. Marcial en cambio es  uno de esos chicos inquietos, en búsqueda siempre de algo que no acaba de encontrar, pues nunca depende de sí mismo, sino de quienes tienen en sus manos su destino” (José Luis Rodríguez Regueira.   Universidad Católica San Antonio. Murcia, España. La caverna de Saramago. Del capitalismo industrial al capitalismo global).

Es evidente la profundidad psicológica, filosófica, metafísica, religiosa y económica que enaltecen a esta fascinante novela, cuyo protagonista es una persona que lucha por sobrevivir en la voracidad de nuestro sistema productor y consumidor de mercancías. Se aprecia como el “salvajismo” de las “leyes” del mercado imperan por encima de las necesidades humanas, por encima de la persona misma. El plástico prima sobre el barro, lo artificial sobre lo natural.  O el producto interesa o el producto no interesa. Las cosas son importantes en tanto posean valor de uso y valor de cambio.  “La constatación que se ha pasado de una sociedad agraria-artesanal con unos ritmos, ritos y relaciones específicamente identificables a sociedades más industrializadas, altamente tecnificadas, de velocidades impresionantes, ritmos de vida rápidos y sensaciones de extrañamiento y desarraigo en las grandes ciudades, es lo que se percibe en la historia de los protagonistas” (Juan Carlos Osorio Arenas. La caverna de Saramago. www.monografías.com)

La obra nos muestra como el “omnipotente” “Centro” (símbolo del capitalismo) ejerce un enorme poder la economía, sobre el comercio, sobre el trabajo y sobre las personas. Para el “proletariado” no hay otra salida que someterse al imperio de este oprobioso sistema de producción. El Centro es el Capitalismo global o de consumo, las catedrales del consumo como escenarios de una nueva civilización del capitalismo global frente a la periferia. En la obra se refleja “el dominio del hombre sobre la naturaleza poniéndola a su servicio ha sido el eje fundamental sobre el que se ha construido el orden racionalista burgués y las fronteras sobre las que se buscaba escenificar esta relación de control” (José Luis Rodríguez Reguera). El centro sólo valora lo práctico: “yo no soy bueno, soy práctico”, le dice el jefe de compras a Cipriano. El Centro, tal como nos dice Osorio Arenas, “tiene la capacidad de influir sobre la gente, sobre sus maneras de sentir, percibir, pensar y obrar” y, además,  “determina el gusto de la gente, el poder de decidir está en sus manos, tiene la pretensión y la capacidad de homogeneizar física y psíquicamente a sus empleados, así se proclame que las personas no se repiten, que las personas no salen de moldes, como afirma Cipriano Algor, la verdad es otra”.

El problema de la globalización, expresado a través de esa alegoría, de esa metáfora, es el tema principal de la novela. Problema que nos inserta en el vacío que nos ha dejado la modernidad, entendida negativamente en su dinámica consumista, y no en el sentido de un movimiento cultural y espiritual que posibilitó el progreso de la humanidad. Globalización y modernidad como símbolo de las sombras que imponen la realidad a los habitantes de la caverna. Cirpiano Algor, Martha, Marcial Gacho y Laura simbolizan la caverna, a la cual “El Centro” le impone la “verdad”, el hacer, el pensar, el hacer y hasta el ser…

“El Centro” es símbolo del totalitarismo del sistema Neoliberal; es quien tiene la última palabra. Decide qué comprar y qué no comprar. Arrebata la palabra a los habitantes de la caverna. En “El Centro” no existen los derechos humanos ni la democracia; es éste quien impone la dinámica consumista y los estilos de vida y los patrones del hacer, del tener y del consumir. Superar esta ignominiosa realidad implica salir de la caverna, abandonar el encaustramiento que nos impone abusivamente la sociedad consumista, así como lo hicieron Cipriano, Matrha, Marcial, Laura y hasta el perro Encontrado… huyendo con destino incierto, en procura de huir de la deshumanizante caverna.

LUIS ANGEL RIOS PEREA

JOSE ASUNCION SILVA FUE GENIAL HASTA EN SU NOVELA "DE SOBREMESA"


Cuando oí por primera vez, desde hace mucho tiempo, sobre la existencia de una novela (De Sobremesa) del poeta José Asunción Silva, en mi concepto el mejor poeta colombiano, pensé que debía tratarse de una novela del montón; por eso no me motivé por leerla. Pero, tiempo después, por casualidad llegó a mis manos esa novela. La leí, y ¡qué sorpresa!: se trata de una de las mejores obras que se hayan escrito. No era para menos: si Silva fue un excepcional lírico, tendría que ser igual como narrador. Su profundo contenido filosófico y psicológico me impactó y me afectó hondamente. La obra es un llamado a la reflexión, al cuestionamiento personal, donde surge el eterno dilema entre los sueños o la acción, los ideales o lo pragmático.

De Sobremesa no es una novela convencional. En ella no se encuentran los elementos tradicionales de la novela. Se trata de una especie de diario, de unas memorias, de una autobiografía, de un relato poético, político, psicológico y filosófico. Se podría decir que es simultáneamente novela y diario, historia y ficción, memoria y tratado. Es una obra politextual y heterogénea. La obra es un testimonio valioso del estado espiritual y crítico de su contexto. Al igual que Dolores Jaramillo, considero que “la novela  diario, confesión íntima, o novela  ensayo, se arma con piezas diferentes, textos breves y largos, diálogos, testimonios, confesiones, reflexiones filosóficas, digresiones estéticas, comentarios críticos, conversaciones de experiencias vividas y leídas. La diversidad textual, la fragmentación y la movilidad espacial le otorgan a la novela un carácter moderno y vanguardista” (De Sobremesa y la estética de la lectura).

Independientemente de que ésta sea o no sea una novela, lo importante es que le sirvió a José Asunción Silva como vehículo para expresar sus ideas políticas, filosóficas, psicológicas y arremeter en contra de la sociedad y del contexto de su tiempo y plantear sus puntos de vista sobre la realidad, el amor, la locura, la vida hedonista y disoluta, el matrimonio, la vida y la muerte, el amor ideal… y hasta el sinsentido de la existencia.

Sin duda alguna, Silva debió ser un depurado intelectual, un autodidacto consumado y un insuperable lector. Conocía perfectamente la psicología de su tiempo y sus ojos y su intelecto se deleitaron con la filosofía y la literatura anterior a él. Había entrado en contacto con algunos músicos, pintores, artistas y poetas contemporáneos. Según Dolores Jaramillo, Silva fue un lector en la perspectiva de la modernidad, de una infinita cantidad de temas, de un amplísimo interés intelectual. “Un poeta que se inspira en otros “textos” más que en la “naturaleza” y que busca en la lectura una forma de vida, una actividad estética que se convierte en característica textual fundamental en la modernidad”.

A pesar de que su “narrativa” no es cautivadora, debido a que en la obra no se sigue un hilo coherente, se trata de un extraordinario texto, adornado por la magia embrujadora del lenguaje tropológico y las figuras retóricas, rico en reflexiones filosóficas y, principalmente, en la profunda exploración del alma humana. José Fernández, con sus vivencias, lo inquieta, lo cuestiona y conmueve a uno como lector atento. Se nos presenta el dilema: vivir de manera disoluta o encontrar y cultivar el amor. Silva, a través de José Fernández nos llama a vivir la vida plenamente, para no morir sin haber vivido.

Helena es un ser ideal (creación de José Fernández), adornada con todas las virtudes de la mujer sacralizada por los prerrafaelistas (grupo de pintores, poetas y críticos ingleses del siglo XIX que reaccionaron contra la burguesía victoriana y su arte academicista produciendo obras cargadas de religiosidad y fervor, inspirados en la pintura anterior a Rafael y en el espíritu romántico de la escuela nazarena, pretendiendo restaurar la pureza medieval en el arte cristiano). Es un ser omnisciente, etéreo, imperecedero, atemporal e imaginario. ¿Por qué un hombre disoluto y mujeriego se enamoró de manera tan obsesionada de una mujer que no era más que un ideal? ¿Es tanto el poder de seducción y la atracción de una joven o de la imagen de mujer, supuestamente hermosa, para llevar a un “dandy”, a un “donjuan”, a tan lamentable estado? Su obsesión lo llevó a idealizarla, a sublimarla, a “endiosarla”, a sobredimensionarla, y a perder el horizonte de su “plan”, de su cotidianidad hedonista y disoluto, de su existencia… José Fernández fracasó en sus proyectos, ya que fue incapaz de realizar su programa político y de establecer una relación amorosa trascendental.

Silva, con su personaje José Fernández representa al intelectual decadente que percibe en la sociedad un proceso de descomposición. De Sobremesa examina el esfuerzo del intelectual por sobrepasar su desengaño y por apoderarse de una nueva autoridad en nombre de la literatura que le permita tratar los innumerables asuntos preocupantes del día.

Para muchos críticos literarios, José Fernández y Andrade de Sotomayor podría ser el mismo José Asunción Silva. Es posible que esto sea cierto, pero también podría ser falso. Lo que sí se puede colegir, a juzgar por las breves biografías y reseñas sobre Silva, éste, al igual que José Fernández, era un ser complejo y paradójico, atormentado y agobiado por la carga existencial. Su pesimismo y misantropía se evidencian en su poema El mal del siglo: “Un cansancio de todo, un absoluto / desprecio por lo humano… un incesante / renegar de lo vil de la existencia / digno de mi maestro Schopenhauer, / un malestar profundo que se aumenta / con todas las torturas del análisis”.

Admiro tanto en el autor como en el personaje la actitud crítica, anárquica, nihilista, iconoclasta, anticonvencional, sibarita y hedonista. Silva crea a su personaje (José Fernández y Andrade de Sotomayor) con la visión filosófica de Nietzsche. Fernández parece convencido por las ideas de Nietzsche que rechazan como eternas las estructuras de creencias dominantes. Los dos, fieles discípulos de Nietzsche y de los simbolistas, estaban “más allá del bien y del mal”, con lo cual se rebelaron contra los inflexibles esquemas y paradigmas de la decadente moral victoriana.

Dentro de los temas fundamentales de De Sobremesa destaco los siguientes:

  1. El amor idealizado
  2. La vida hedonista
  3. El ansia de saber y de poder político
  4. La decadencia de la sociedad de finales del siglo XIX
  5. El sinsentido de la vida
  6. El espíritu del superhombre nietzscheano
  7. El dilema entre los sueños o la acción
  8. La lucha del instinto y los raciocinios
  9. El misántropo y el sibarita
  10. El conflicto entre los ideales y el pragmatismo
  11. El erotismo como estética
  12. El adulterio
  13. La ansiedad y la angustia
  14. La obsesión amorosa
  15. El rechazo al romanticismo
  16. La pretensión de lograr afinidad entre la vida y el arte
  17. El “dandy” decadente
  18. La búsqueda obsesiva de Helena, el amor ideal
  19. La hartura de la saciedad de los sentidos y del intelecto
  20. Los problemas relacionados con la modernidad.
 LUIS ANGEL RIOS PEREA

APRECIACION SOBRE "NARCISO Y GOLDMUNDO" DE HERMAN HESSE




El narrador omnisciente nos relata de manera amena y fluida, en veinte capítulos, la existencia, llena de contradicciones y convergencias, del asceta Narciso y del vagabundo Goldmundo. A través de éstos, el autor se propone expresarnos la dialéctica y el antagonismo del mundo espiritual y el mundo de los sentidos,  lo espiritual y lo sensual. Durante el primer párrafo se describe el castaño, “árbol gallardo de robusto tronco”, que había sido sembrado allí por un romero junto a la entrada del convento de Mariabronn. Aunque en la novela no se vuelve a describir, pero sí se hacen breves alusiones a éste, el árbol posee su propia simbología en la obra. Quienes regresaban al convento o lo visitaban observaban al castaño. Bajo el castaño los escolares jugaban “a las carreras, a la pelota, a los bandidos y a las batallas con bolas de nieve”. El mismo Goldmundo al entrar en el convento “alzó la mirada hacia el árbol”, dijo que nunca había un árbol tan “hermoso” y “admirable”, y quiso saber su nombre. En el momento en que al convento consideró al castaño como uno de sus amigos.

Desde el mismo instante en que Goldmundo, a sus 17 años, ingresa al convento, el narrador va detrás de éste, relatando con detalle su cotidianidad; labor que suspende cuando la novela se acerca a su culminación, sólo durante pocos párrafos (tiempo durante el cual narra vivencias de Narciso), para retomarla nuevamente al final de tan grandiosa y genial obra literaria.

El derroche narrativo nos lleva, principalmente, en pos de dos seres humanos que buscan el sentido de la existencia en la vida religiosa y en el servicio a Dios y en la sensualidad y en el arte, en el ascetismo y en el vagabundeo, en el encierro claustral y en la libertad de los campos, en la fe y en la razón, en lo espiritual y en lo instintivo, en la abstinencia de las pasiones y en el desenfreno de las pasiones, en el determinismo y en el indeterminismo, en Dios y en la carne…

Goldmundo orienta su proyecto de vida atendiendo a sus sentidos, revelándose contra lo que su padre quería que fuera con el propósito de expiar culpas ajenas. Esta actitud libertaria nos invita a pelear contra el determinismo en procura de ser nosotros mismos, a eligir cómo vivir nuestra existencia, así en el momento de la toma de nuestras decisiones no contemos con un objetivo; lo importante es arriesgarnos y explorar nuevos caminos, sin importar cuántas dificultades tengamos que enfrentar. Desde el momento en que empezó su “fracasada” vida conventual se sorprendió con la peculiaridad de Narciso, y se alegró mucho que “él fuese tan apuesto, tan distinguido, tan serio y, a la vez, tan atrayente y encantador”; y demostró su espíritu rebelde y libertario al rechazar las burlas que pretendieron hacerle sus compañeros de claustro, las cuales rechazó con sus juveniles puños.

Si la finalidad de nuestras vidas es ser felices, no podemos huir del camino que nos traza Goldmundo: un camino aventurero, incierto, matizado de alegrías y dolor, de triunfos y fracasos, de amores y desengaños. Un camino que no se queda anclado en los cantos de sirena con que pretende “encarcelarnos” el aletargador poder de la religión, que nos impone creencias en seres “superiores” y trascendentes a nosotros, a nuestras vidas. Un opción de vida que nos advierte que si nos quedamos en supuestos paraísos que otros nos construyen para vivir “plenamente” podremos renunciar al amor y a la libertad; y como le hubiera podido ocurrir a Goldmundo a establecer vínculos afectivos con hombres y no con mujeres.

Con toda esa profundidad psicológica y filosófica con que el autor nos atrapa y nos incita a pensar y a vivir intensamente asistimos al descubrimiento de otras posibilidades de existir, distintas a las que nos impone el marco de lo cotidiano, el de la vida sin reflexión, el de vivir por vivir. La psicología y la filosofía vertidas con maestría en la obra analizan la condición humana desde las diversas aristas de nuestro insondable ser, con amores y desamores, sueños y frustraciones, alegrías y tribulaciones, grandeza y miseria, vida y muerte, veleidades y levedades, bondad y ruindad…

Modelos de vida como el de Narciso, aunque respetable, nos invitan a reflexionar con profundidad si en realidad eso es lo que debemos hacer para buscar la anhelada felicidad, alejados del mundo con sus alegrías y tristezas, con su dicha y su tragedia, con todos los avatares, dificultades, problemas, conflictos y sinsabores. Desde el principio se apreciaba que en este “niño genio” imperaba la obediencia, pues nunca contradecía a los demás y en especial al abad de turno (Daniel). “¿No lo había hecho Dios con sentidos e instintos, con sangrientas tenebrosidades, con capacidad para pecar, para gozar, para desesperarse?” Renunciar al mundo y sus placeres y al amor de las mujeres por amar a un Dios etéreo y amar en silencio a hombres, ¿es una vida para imitar? Goldmundo le había mostrado a  Narciso “que un hombre llamado a un alto destino podía sumergirse hondamente en la confusión sangrienta y ebria de la vida y emporcarse de polvo y sangre sin trocarse por eso en un ser menguado y vil, sin matar en sí lo divino; que podía vagar entre espesas tinieblas sin que en el santuario de su alma se apagase la luz divina y la fuerza creadora”. Si al principio había sido Narciso quien instara a Goldmundo a buscarse a sí mismo, al final había sido éste, con su arte, quien lo invitaba a buscarse a sí mismo. A pesar de su genialidad, su inteligencia y su orgullo, era un espíritu medroso, algo pusilánime. El mismo abad deseaba que fuer un poco más “indócil” como eran los jóvenes de su edad. La soledad, la falta de amigos y la docilidad de Narciso preocupaban al abad. Narciso era ese tipo de personas fácil de domesticar. Debido a las jerarquías de la dinámica conventual tenía que aceptar los criterios de sus “superiores”. No sabía lo que deseaba, y, preso de su determinismo, así se lo expresó al abad: “—Perdonad, padre; no sé, en forma cabal, lo que deseo. Sin duda que siempre me proporcionarán gozo las ciencias; no podría ser de otro modo. Pero no creo que sean las ciencias, en el futuro, mi único campo de actividad. No son siempre los deseos los que determinan el destino y la misión de un hombre, sino otra cosa, algo predeterminado”. Narciso se sentía determinado para la vida conventual. “Estoy convencido de que seré monje, sacerdote, subprior y acaso abad. Y esto no lo creo porque lo desee”, le confesó al abad, y agregó que no eran cargos lo que su deseo buscaba; pero aceptaba que éstos le serían impuestos. El abad le dijo que era un iluso y tenía visiones, que aunque, pías y amables, podían ser también engañosas; razón por la que le recomendaba no se confiara de ellas como él tampoco se fiaba, a la vez que le recomendó que no se tomara sus “visiones demasiado en serio, hermano; Dios nos exige algo más que tener visiones”.

La obra, como toda pieza literaria genial (todo un tratado sobre el amor y el arte) está cargada de símbolos e imágenes que nos instan a pensar y a establecer comparaciones entre el ascetismo, lo espiritual, lo irracional, lo racional, la vida errabunda y los bosques, con el determinismo, el indeterminismo, la libertad y el profundo sentido de la vida. Narciso representa el espíritu y Goldmundo la naturaleza. Aquél lo espiritual y éste lo material. Narciso personifica a Apolo y Goldmundo a Dionisio. Narciso sueña con mancebos y Goldmundo con mujeres. Narciso es el tradicional y Goldmundo el iconoclasta. Narciso prefería los conceptos y las abstracciones y Goldmundo gustaba de las palabras y sonidos que encerraban cualidades sensuales y poéticas. Para Narciso el mundo estaba formado de conceptos y para Goldmundo de imágenes. Narciso, como pensador, trataba de conocer y representar la esencia del mundo por medio de la lógica, y Goldmundo, como artista, por medio de las representaciones. Narciso de daba importancia al pensar, y Goldmundo no, pero sí se lo daba la aplicación del pensar al mundo práctico y visible. Narciso es el filósofo y Goldmundo el artista. Narciso llevaba una vida reglamentada, Goldmundo una vida libre. Narciso obtenía el conocimiento por el camino del espíritu y Goldmundo por el camino el de los sentidos. El pensar de Narciso era un constante abstraer, un apartar la mirada de lo sensorial, un intento de edificar un mundo puramente espiritual, y Goldmundo, por el contrario, centraba su interés en lo mudable y mortal y descubría el sentido del mundo en lo perecedero; uno seguía el camino trazado por Parménides y el otro el trazado por Heráclito. Narciso trataba de acercarse a Dios separándolo del mundo; Goldmundo, amando su creación y volviéndola a crear. Narciso era lógico y Goldmundo soñador. El primero simboliza la razón y el segundo la pasión. Entre los dos se dan las contradicciones y las convergencias. Ninguno de los dos entendía al otro por entero. Encarnan lo racional y lo instintivo, lo consciente y lo emotivo, lo científico y lo artístico. Los dos se oponen y se complementan. Cada uno tiene su particular manera de percibir, interpretar y sistematizar la realidad. “Mientras Narciso era sombrío y magro, Goldmundo aparecía radiante y lleno de vida. Y así como el primero parecía ser un espirito reflexivo y analítico, el segundo daba la impresión de ser un soñador y tener alma infantil. Pero, por encima de las contraposiciones, había algo común que los unía: ambos eran hombres distinguidos, ambos se diferenciaban de los otros por ciertas señales y dotes manifiestas y ambos habían recibido una especial advertencia del destino”.


Toda la riqueza simbólica demanda que nos zambullamos en la profundidad de la novela para explorar, más allá de lo cotidiano y lo establecido, en búsqueda de otras razones y fundamentos para vivir, porque muchas de nuestras “obras de arte”, por perfectas que sean, no nos satisfacen o nos dejan vacíos, e intentamos hacer otras más sublimes, y cuando las hemos terminado aún  continúa el vació en nuestras vidas. Vivir no es tan solo encerrarnos en mundos que nos construye una aparente vocación. Vivir es asumir la vida con sus riesgos y sus aventuras, con sus alegrías y sus dolores, con sus amores y desamores; más allá del encierro de los claustros. La vida anhelada en este existir pasajero en la tierra se encuentra fuera del encerramiento que nos instalan los demás, los convencionalismos, las seudovocaciones. ¡Cuántas veces no sacrificamos nuestro aquí y nuestro ahora por esperar dichas futuras! ¡Cuántas veces esperamos con ansia desmedida realizar un grandioso ideal y, de un momento a otro, alguien nos lo arranca del corazón como le ocurrió a Goldmundo con el propósito de esculpir a la “madre del mundo”, y de paso a su madre!

Si bien es cierto que Narciso y Goldmundo no encontraron un auténtico sentido a sus vidas, reconozco que, si hubiera que optar libre y autónomamente por algunos de estos proyectos de vida, es posible que el Goldmundo ejerciera alguna influencia sobre nuestra decisión.

Narciso y Goldmundo, luchando por sus estilos y proyectos de vida, emergen de la cotidianidad y de lo establecido en la vida conventual. Sus vidas no quedaron en el anonimato como los que “se quedaban allí, se hacían novicios, luego monjes, eran tonsurados, vestían hábito y cordón, leían libros, doctrinaban a los muchachos, envejecían, morían”. Los dos no sólo se limitaron a la “erudición y piedad, candor y disimulo, sabiduría del Evangelio y sabiduría de los griegos, magia blanca y magia negra, todo florecía allí en mayor o menor grado, para todo había lugar… tanto para la vida anacorética y la penitencia como para la sociabilidad y las comodidades…”. Emergieron sobre “la grey de monjes y discípulos, de los devotos y los tibios…”.

La abundante riqueza simbólica no se agota en lo anterior. El “hermano portero”, uno de los primeros amigos de Goldmundo (junto con el castaño), representa la cordialidad y el saludo cariñoso que brinda el ingreso a la vida ascética, conventual, religiosa, mística; en donde el ser humano que tiene vocación para este proyecto de vida puede encontrar su autorrealización. El caballo “careto” (su caballito “valiente”, su “caballito lindo”), otro amigo, tierno y cariñoso, de Goldmundo era una especie de “cordón umbilical” que lo conectaba con su inmediato pasado, con su existencia reciente fuera del convento; el animal  era un pedacito de la patria”, ya que su padre no ocupaba su pensamiento ni tenía hermanos. “¡Qué bien, mi trotoncillo, mi Caretillo, que te hayas quedado aquí conmigo! He de venir muchas veces a tu lado, para estar contigo, para verte”.

Tildado como “camorrero”, Goldmundo no tuvo amigos en el convento; profesó, desde el momento en que entró en contacto con ellos, simpatía y aprecio por el abad Daniel, y en especial por Narciso. “Narciso se había dado cuenta cabal de qué encantador pájaro de oro había volado hacia él… Con apasionado fervor inició Narciso el contacto con esta alma joven cuya índole y destino había ya descubierto. Y Goldmundo, por su parte, profesaba encendida admiración a su hermoso e inteligentísimo maestro… No podía tener a un tiempo por ideal y por modelo al bueno y humilde abad y al agudo, erudito y precoz Narciso”. Persiguiendo estos ideales incompatibles, Goldmundo sufría y sentía “confusión y desgarramiento” hasta el punto de querer huir. Esto le generó un tremendo conflicto en su mundo adolescente. “Ni él mismo sabía lo que le pasaba”. Se distraía y sentía “repelencia en el estudio, sueños y fantasías, o bien somnolencia en las lecciones, rebeldía y antipatía hacia el profesor de latín, irritabilidad y colérica impaciencia para con sus condiscípulos”. Su amor por Narciso no se compadecía con el que sentía por el abad Daniel. Narciso, por su parte, hacia esfuerzos para evitar no caer atrapado en las irracionales garras del amor que sentía por Goldmundo. “La médula y el sentido de su vida era el servicio al espíritu, el servicio a la palabra; era la tranquila, excelsa, altruista tarea de dirigir a sus discípulos —y no sólo a ellos— hacia altos objetivos espirituales”.

LUIS ANGEL RIOS PEREA

COMENTARIO Y VALORACIÓN CRÍTICA DE "EL NOMBRE DE LA ROSA"




El Nombre de la Rosa (de Umberto Eco) es una extraordinaria y extensa novela, en la que se evidencia, de manera irrefutable, el amplio conocimiento que posee Umberto Eco sobre el entorno histórico, político, religioso y humano de la época y contexto en que se desarrolla el relato.

El libro, que empieza aclarando el origen (que no es muy claro) del supuesto manuscrito de Adso, cuenta con un prólogo, donde se relata el contexto político y religioso del siglo XIV y se reseña a Guillermo de Baskerville, y ocho capítulos (siete a manera de días y uno a guisa de epílogo). La novela contiene el relato de lo acaecido durante los siete días en que Adso y Guillermo permanecieron en la abadía, matizado de recueros, experiencias y reflexiones de Adso. Aunque la forma en que se narra es amena, el texto encierra cierta complejidad porque su contenido es producto del vasto conocimiento de un gran estudioso del tema, el cual profundiza en acontecimientos, intrigas y realidades del entorno.

Ciertos monjes, especialmente Jorge, acudían a diversos procedimientos, algunos ilícitos, con tal de que no se conocieran ciertas cosas que debían permanecer ocultas, ya sea por conveniencia e intereses de la abadía, del abad o de la cristiandad. Por eso en torno de la biblioteca imperaban prohibiciones e insondables misterios. Para evitar el ingreso de curiosos, se ideaban e implementaban artificios que alejaran a los intrusos, ya sea por termor a los falsos fantasmas o para eludir las alucinaciones, producidas por efectos de plantas, que ocasionaban visiones de supuestas almas o espectros de monjes fallecidos. Todo se justificaba con tal de que no tuvieran acceso a ciertos textos, en especial al de la risa, escrito por Aristóteles. Jorge, empeñado en ocultar el escrito aristotélico, puesto que detestaba la risa, llegó al extremo de maquinar crímenes, luego de haber hurtado un veneno con el que impregnó dicho texto.

Esta grandiosa obra, además de ser un “relato policíaco”, contiene ingredientes, elementos y pasajes de novela histórica, política, científica, religiosa, romántica… Se evidencian conocimientos de lógica, semiología, ciencia, religión, política, metafísica, ontología, derecho canónico…

El autor cuestiona instituciones como la Inquisición (tan oprobiosa hogaño ante nuestra razón y entendimiento), los inquisidores y el poder, tanto imperial como papal. Exalta el valor de la lógica como herramienta útil para el razonamiento, y hace gala de un hábil dominio de la semiología.

La Inquisición, esa infame institución, no sale bien librada de la pluma del autor, por cuanto denosta de ella, señalando que acude a los artificios, al temor, a la intimidación, entre otros sórdidos procedimientos, para obtener (¿o arrancar?) la confesión de los procesados, así sean culpables o no. Precisamente, por ser algo tan  siniestro, Guillermo (un monje, en apariencia, sabio y prudente)  la abandonó. En el juicio a Remigio se evidencia cierta farsa, pués, con tal de defender los intereses de la iglesia, el inquisidor Bernardo acudió a prácticas oprobiosas para la dignidad humana, confundiéndolo y aterrorizándolo (con la tortura) para que confesara su herejía y sus crímenes concomitantes con ésta, y los asesinatos de los monjes (que investigaba Guillermo), que evidentemente él nunca cometió.

Este libro, si queremos saber qué dice y qué quiere decir su autor, es necesario leerlo y releerlo, porque su contenido no lo comprendemos fácilmente, debido a su enorme extensión y a la gran cantidad de temas que maneja, articula y entrelaza. Eco, como intelectual, semiólogo, filósofo y, sobre todo, como escritor culto, no nos permite captar la enorme riqueza de su novela si no acudimos a la relectura atenta y comprensiva.

El autor, que expresa, de manera un tanto velada en ocasiones, sus pareceres con respecto a la realidad del contexto medieval, muestra cómo el instinto se impone por encima de los votos de castidad y los dogmas religiosos, evidenciando que la naturaleza humana está por encima de prohibiciones y condicionamientos y religiones. Desnuda a los hombres del medioevo, ya sean santos, religiosos o políticos, para que veamos sus debilidades, sus pasiones, sus ambiciones, su lujuria carnal y del saber, sus odios, su intolerancia, sus intrigas, sus miedos y su profunda alienación política y religiosa.

Se apasiona por temas como la herejía, el poder imperial y papal, la riqueza, el poder y la influencia de la abadía, el Anticristo, la risa, la pobreza de cristo, las intrigas imperiales y papales, y exalta la importancia de Aristóteles. Pone en duda que exista un orden en el universo… Para él, la verdad “no es otra cosa que la adecuación entre la cosa y el intelecto”.

Algo que me impactó desde la primera lectura y con lo que me muestro en desacuerdo, es con la actitud y el procedimiento de Guillermo y Adso que dio origen al incendio de la abadía. Como es evidente, ellos no son los directos responsables, pero, de manera involuntaria, contribuyeron a que se iniciara la conflagración, debido a que, al perseguir a Jorge para evitar que se comiera el libro envenenado, se cayó una de las lámparas, responsable de propiciar las llamas que terminaron consumiendo el monasterio y quemando a varios  monjes y a personas que servían allí. Además, desapruebo que se hayan hurtado las lámparas, así este ilícito tuviera buenas intenciones y fuera de utilidad para el esclarecimiento de los crímenes, porque el fin no puede justificar los medios.

Si bien es cierto que se trata de una extraordinaria novela, su narrativa no es ningún portento, por cuanto no posee esa fuerza o esa gracia que requiere una obra para que me atrape o me cause una prounda admiración e impacto. Así como su estructura profunda es muy entretenida e interesante, su estructura superficial carece del atractivo necesario para su disfrute. A ello contribuye el hecho de que abunden expresiones y fragmentos en latín, que, sin saber por qué, no fueron traducidas.

Ignoro qué criterios tuvo en cuenta el autor para titular su novela, porque “el nombre de la rosa, aparentemente, no tiene nada que ver con el desarrollo de la novela, en la cual sólo se menciona el sustantivo “rosa” una vez, sin que éste haga alusión a la muchacha que yació con Adso. Es posible que, a pesar de que yo no lo infiera, tenga alguna relación con la joven, o que la rosa tenga una simbología (desconocida para mí) que tenga mucho que ver con la temática de la obra en esa época.

LUIS ANGEL RIOS PEREA

MI PARECER SOBRE "UNA MUJER DE 4 EN CONDUCTA"


Esta novela (de Jaime Sanín Echeverry), que se desarrolla en Medellín, entre 1930 y 1949, es relatada por “el doctor García”, un ingeniero de minas, quien a su vez es un personaje y narrador omnisciente. Se trata de un solterón de clase media alta, que cuando se inicia la obra cuenta con 35 años. Al comienzo relata su amor platónico por Helena, a quien pensaba convertir en su esposa, pero por timidez y temor al viejo Marco Antonio Restrepo, padre de Helena, nunca le confesó personalmente su amor y sus intenciones. Su amor y deseo de casarse se desvanecieron luego de que Helena le devolviera una carta amorosa que él le había enviado, con la excusa de que ella no sabía leer. 

El ingeniero García, además de solterón empedernido y rico venido a menos, era un hombre un tanto timorato y cobarde en cierto sentido, porque no luchó por el Helena y no la ayudó con más empeño cuando ésta pasó tan difíciles momentos, una constante ineluctable en la miserable vida de la protagonista. Si decía ser su “protector”, debió haberla amparado y auxiliado en momentos en que Helena atravesó por tantísimos amargos y aciagos inconvenientes.

Helena, que al inicio del relato era una quinceañera, tenía ojos claros, suaves, quietos y distraídos, y cabello abundante y grueso, fue una mujer que luchó y sufrió mucho en su corta y desventurada vida. Al nacer, en una humilde casa campesina, murió su madre, quedando al cuidado de su huraño, caprichoso, cruel, beato y brutal padre y nueve hermanos.

Helena, que según el ingeniero García, era una hermosa mujer morena, grácil, esbelta, tierna, un hálito sobrenatural, la niña sonrosada de la cordillera, la fruta en sazón, la ignorancia inteligencia, la dama agreste y la encarnación de la pureza femenina, fue llevada por su padre a la casa de sus patrones, Susana y Roque, para que trabajara por la comida, ya que en el campo no habían oportunidades para ella. Allí trabajó alegremente porque estaba cerca de Rodrigo, su amor secreto. En las demás casas no trabajó gratis porque allí no tenía el aliciente del amor que sentía por Rodrigo, quién, por designio de los padres, se fue de novicio de los jesuitas a Santa Rosa de Viterbo, en Boyacá.

Sus tormentos comenzaron tras el despido de la casa de su amado Rodrigo, por el sólo hecho de haberse apoderado subrepticiamente de la fotografía de éste y guardarla en el baúl de sus escasas pertenencias. Su dolor de amar sin ser correspondida era grande. “¡Cuáles serán sus duelos de amor, atada a la desgracia de amar a quien tiene tan cerca, pero separado por la muralla inexpugnable de la diferencia de clases”. Retener el retrato de Rodrigo era una manifestación de afecto por toda la familia, sin especialidad por nadie.

Soportó la ignominia de que la cambiaran su nombre de Helena por el de María, en una de las casas donde trabajó, porque una de las hijas de su dueña se llamaba Helena. Así ocurrió en otras ocasiones: María cuando trabajó en una casa de familia; Carmen Bedoya cuando trabajó en el café del Mediodía; la “Nena”y Doris de La Fontaine cuando fue trabajadora sexual, y, finalmente, sor María Magdalena cuando ingresó a la comunidad de las Magdalenas. Hasta números fue: 13 cuando estuvo en la Escuela Tutelar y 418 cuando fue obrera de Coltejer.

Luego del dolor de “perder” a Rodrigo y la de su padre, debió soportar la burla y el engaño de Willian con su falsa promesa de matrimonio, seguido del abandono de su novio Pablo Pérez. La falta de trabajo, oportunidades, su mendicidad, su prostitución, la separación de su hijo, la injusta reclusión en la cárcel y la muerte de su benefactor Arturo Puentes.

Helena es una víctima de las circunstancias: pobreza, violencia intrafamiliar, estratificación social, discriminación, falta de oportunidades, machismo, engaño, incomprensión, desamor, explotación, ignorancia, mendacidad, envidia, chisme, acoso sexual, vicios, prostitución… Helena es el símbolo de la mujer hermosa, pobre, abandonada, maltratada, vejada, vilipendiada, sacrificada, despreciada, frustrada, desengañada…

Con cierta mordacidad e ironía el narrador cuestiona estamentos, instituciones y estructuras sociales de Medellín. Irónicamente fustiga y reivindica a la ciudad de Medellín, la falta de identidad cultural, el servicio doméstico, la mendacidad, la prostitución, la hipocresía, la raza, la religión y la instrumentalización de las personas.


COMENTARIO DE "LAS LANZAS COLORADAS", ARTURO USLAR PRIETRI


El nombre de la novela, “Las Lanzas Coloradas”, no tiene mucha relación con el contenido de la obra, pues las batallas se libran más con machetes y fusiles, que con lanzas. Los párrafos y las frases son cortos. El lenguaje es claro y se facilita su lectura; es fácil de seguir y entender. El mismo autor hace la narración, la cual es lineal. Se desarrolla a comienzos del siglo XIX. Los hechos ocurren en el marco de la Independencia de Venezuela. En esa época todos pensaban en la guerra y el tema de conversaciones era ésta. Fernando Fonta y Presentación Campos representaban el enfrentamiento del hombre idealista y el hombre materialista, del hombre inactivo y del hombre pragmático, del hombre resignado y del hombre ambicioso, del hombre temeroso y del hombre valiente, del hombre estoico y del hombre nietzscheano. Entre Fernando y Presentación se rompe la dialéctica del amo y del esclavo. Es esclavo se rebela contra el amo. Es un llamado a la liberación en una época de esclavitud. El siervo expresa sus primeros gritos de libertad. Presentación da una valerosa lección para que los esclavos, los oprimidos y los sometidos luchan por su libertad y su autonomía. El fin de Campos era bueno en sí, pero son muy reprobables los medios, ya que ejerció violencia sobre uno de sus amos y contra personas de su misma condición, así él no fuera un esclavo. Además de la guerra, como tema principal, la violencia, la traición, la amistad, el valor, la búsqueda de la libertad, la religión, la superstición y la crítica a algunas áreas del conocimiento, son evidentes en la obra. El autor, a través de sus personajes disiente de muchos aspectos, algunos de ellos condicionantes de la cotidianidad. “Los que estudian filosofía pecan de orgullo, y las que leen literatura profana  se condenan por la mala recreación del espíritu... El derecho es una cosa idiota... lo cansaba el cúmulo de instituciones, las municiosidades de procedimiento, la sutileza de los comentaristas, la estupidez de los principios... Todos los libros religiosos han sido escritos para el servicio de los reyes y, por consiguiente, están basados en principios que les son favorables... La guerra es para matar gente... El que está arriba es el vivo... Mire que las mujeres no hemos nacido para otra cosa sino para sufrir.. Todos los hombres son malucos, mi hija. ¡Y qué podemos hacer nosotras sino aguantarlos! Una no nace sino para ser esclava del hombre. Y, además, ellos también tienen malas horas. Se pueden engañar...”.

DIFERENCIAS DE “LOS PARIENTES DE ESTER”, DE LUIS FAYAD, Y EL MUNDO CARACTERÍSTICO DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ (G.G.M.)


A pesar de que “Los Parientes de Ester” puede considerarse “como el más significativo logro de la novela colombiana” (LITERATURA COLOMBIANA -  CORRIENTES Y AUTORES (Antología). p. 515), en el ámbito de “La novela colombiana después de G.G.M”, no alcanza a adquirir la relevancia, la categoría, la connotación, la calidad literaria, la magnificencia y la trascendencia de cualquiera de las obras de Gabriel García Márquez, como “Cien Años de Soledad”, “El Coronel no tiene quién le Escriba” o “El Otoño del Patriarca”, por ejemplo. Mientras que a Fayad sólo le interesa construir un libro como quien fabrica un dispositivo destinado a seducir antes que a impresionar,  G.G.M. escribe obras monumentales, grandiosas y expresivas para mostrar mágicamente la compleja problemática y la preocupante realidad de marginamiento de Latinoamérica. Sin embargo, en Fayad poesía y magia, sencillez y dolor se hacen palabra.  Su  novela  no tiene nada que enviarle a las novelas de su tiempo en nuestro continente, así “algunas incorrecciones sintácticas, algunos tonos dramáticos, algunas simetrías artificiosas” (AYALA POVEDA, Fernando. Manual de literatura colombiana. Educar editores. Bogotá, 1984.  pág. 357)  le quiten a “Los Parientes de Ester” un poco de vigor.

Así “el rigor narrativo de Fayad” llame la atención porque sobresalió sin reparos ante sus compañeros de generación, la narrativa fecunda e imaginación asombrosa de G.G.M. supera el universo narrativo de aquél. La narrativa de Fayad es local y la de G.G.M. es continental. En Fayad hay verosimilitud realista; en G.G.M. se encuentran realidades profundas. El escenario narrativo de Fayad es Bogotá, una ciudad real; una Bogotá que ya no aparece como la simuladora culta “Atenas Suramericana”, sino como metrópoli pobre en expansión, desordenada, que sufre las consecuencias de la violencia. El de G.G.M. es “Macondo”, el pueblo latinoamericano con todas sus miserias, problemas, dictaduras, subdesarrollo, atraso, dependencia y tantas otras lacras que nos despersonalizan. En tanto que el universo del primero es local, el del segundo es cosmopolita. Aunque el narrador en los dos es omnisciente, Fayad se destaca porque mediante el “narrador itinerante” casi siempre se halla junto de sus personajes, siguiéndolos por donde van. (“Amador Callejas salió de la pensión de la pensión, dobló a la derecha e hizo un rodeo para esquivar la cigarrería de la esquina siguiente”). Su narrativa es expresionista. Utiliza más el diálogo que G.G.M. Fayad no describe la ciudad, G.G.M. describe lugares con lujo de detalles y prodigiosa imaginación, sin descuidar íntimos detalles.

“Los Parientes de Ester” se contextualizan dentro del “Frente Nacional”; en donde se refleja “la disgresión del orden social acaecido sórdidamente”. En los hechos de G.G.M. se conjugan todos los tiempos del tiempo, y se produce un efecto de intemporalidad en el que se construyen o deshacen mitos y nacen y mueren generaciones cuyas vidas son sofocadas por la violencia, la muerte y la soledad repetida, como en “Cien Años de Soledad”, verbi gracia. Esa intemporalidad existe en un lugar vagamente delimitado aunque ricamente inventado: Macondo, cualquier lugar de América Latina. En Macondo las vidas adquieren una dimensión carnavalesca y los mitos reactualizan el origen del mundo y los momentos de evolución.

Fayad en la descripción de sus personajes capta en su universalidad “gestos, pautas de conducta, ademanes que pertenecen ya al humus perdurativo de esa... gran urbe donde se sueña, se padece y se sobrevive, que es Bogotá” (LITERATURA COLOMBIANA -  CORRIENTES Y AUTORES (Antología). p. 516).  Nadie es víctima  ni verdugo. A veces el inocente es el verdugo y éste es el inocente.  Entre los personajes de G.G.M. “emergen las enfermedades tropicales, las malformaciones congénitas, los conflictos psicológicos, la despersonalización del hombre latinoamericano” (AYALA POVEDA, Fernando. Op. cit. pág. 343). La realidad narrada por Fayad es objetiva.  En G.G.M. lo real adquiere una dimensión imaginaria y lo irreal una dimensión realista. La realidad de Fayad es “histórica” y situada; en G.G.M. subyace una realidad geográfica e histórica, creada entre hechos que son producto de la imaginación.

El universo de Fayad, carente de barroquismo y retórica, es imparcial, exento de lamentos y castigos por las frustraciones de su época; aporta su marcha histórica, lingüística y cultural; respeta a sus personajes; hay movilidad narrativa, versomilitud realista. El de G.G.M., donde la verdad y la mentira se confunden, en los símbolos que llevan consigo los mitos y las representaciones vivenciales, se proyectan realidades aplastantes del hombre latinoamericano y sus formas de enfrentarlas. En su universo ubicado por algunos en el realismo mágico, maravilloso o imaginario, los valores tradicionalmente concedidos a lo real y lo irreal se confunden, de tal suerte que no hay posibilidad de entenderlos de manera contradictoria, se destacan el humorismo nacido de la exageración, el absurdo y lo imprevisible. Fayad se enmarca dentro del Realismo Neocrítico, que es una “mirada que pretende explorar la realidad de la vida y la realidad de la ficción dentro de una pluralidad de espacios ideológicos, sociales, estéticos, lúdicos y simbólicos” (AYALA POVEDA, Fernando. Op. cit. pág. 352).



            LUIS ANGEL RIOS PEREA

COMENTARIO SOBRE "CRIMEN Y CASTIGO"


Sin duda alguna que se trata de una obra maestra de la literatura universal. Quizá la importante en el género sicológico. Aunque el estilo narrativo es convencional, su grandeza radica en extraordinaria profundidad. El tema es tratado con habilidad y gran maestría. La encierra diversas problemáticas de la época, la cuales no difieren en la actualidad: pobreza, miseria, angustia vital, falta de sentido de vida, dominio del poderoso sobre el débil, intrigas, vileza, cobardía, locura.

Los personajes luchan por escapar al deteminismo, pero éste, con la complicidad de una sociedad injusta, se encarga que sucumban ante el ímpetu del destino. Cada uno queda prisionero de su hado. Son muchas las maneras de huir de su inhumana realidad, pero todos quedan atrapados en su compleja la red de adversidades. 

Un crimen de tal naturaleza sólo puedo ser concebido y ejecutado por una persona con serios trastornos mentales, así trate de justificar el hecho con argumentos coherentes y ajustados a la realidad.

Se podría pensar que la obra refleja el enfrentamiento entre las sociedades capitalistas y socialistas. La vieja sería la representante de capitalismo explotador y Rodión el símbolo del socialismo que busca la igualdad y lucha contra el inhumano capitalista.

A través de su visión realista, el autor retrata el alma humana con todas las ruindades y mezquindades.

domingo, 30 de enero de 2011

FILOSOFAR, ¿PARA QUÉ?


Preguntar ¿para qué sirve la filosofía? es un interrogante que hogaño ya no debería formularse o plantearse, porque la filosofía sí sirve para mucho. Sería cómo preguntar ¿para qué sirve la ciencia? ¿Para qué sirve la vida? ¿Para qué alimentarnos? Sobran las respuestas. La filosofía sirve porque la necesitamos. ¿Acaso no es tozudez preguntar para qué sirve un saber racional que ha pervivido durante unos tres mil años? “Aristóteles sostenía que hay muchas cosas útiles y actividades más urgentes y apremiantes que la filosofía, pero que no hay ninguna que valga más, porque la filosofía es el hombre mismo y todo lo demás le sirve a ella, es decir, al hombre. De modo que preguntar para qué sirve la filosofía equivale a preguntar para qué sirve el hombre”[1]. Lo que ocurre es que en nuestra sociedad pragmática y utilitaria a todo quieren buscarle un ¿para qué? “Las cosas bellas no necesitan un “¿para qué?”, porque son válidas en sí mismas. El “¿para qué?” es una idea de la lógica capitalista: para qué sirve, qué se va a ganar con eso, qué se va a conseguir, etc. Pintar es bueno en sí mismo, no me sirve para nada, como leer a Dostoievski. Es bueno poder ver un cuadro, entusiasmarse con él, interpretarlo como un auto-retrato y conmoverse. Lo que es bueno en sí, no necesita de un “¿para qué?” La lógica del capital siempre necesita tener claro cuánto va a dar una inversión, qué utilidad se puede obtener. Pero la vida no tiene por qué asumir esa lógica…”[2].

La inmensa mayoría de seres humanos que viven bajo el contundente y alienador poder religioso no preguntan ¿para qué sirve la religión? Así como se asigna, sin preguntar ni reflexionar, valor e importancia a la religión y a otros saberes irracionales, el filosofar posee un invaluable servicio, porque es un saber racional, riguroso, metódico, reflexivo y argumentado. El hecho de que algunas personas, que se dejan arrastrar por la corriente de las circunstancias, alienadas por la domesticación social, desconozcan el valiosísimo aporte de la filosofía a nuestra vida, no implica que ésta no sirva. Dudar de la importancia de la filosofía, y del filosofar, es necedad; es algo así como evidenciar parte de nuestra estulticia… Solamente al ser humano que se pregunta con profundidad, sabe para qué sirve la filosofía. El hombre es un animal que pregunta. “El hombre es un ser muy curioso, tan curioso que no tiene más remedio que filosofar. En efecto, el vivir humano no es el del vegetal, ni siquiera meramente animal; por ello el filosofar para el hombre es esencial. El hombre no se puede contentar con cuestiones secundarias, sino que por su constitución misma tiene que plantearse las cuestiones últimas; no tiene otra salida si no deja de ser hombre convirtiéndose en un homínido, ese ser disminuido de que hablan los etólogos”[3]. Tiene “hambre” y “sed” de preguntas. Nuestra condición humana nos plantea muchos interrogantes. Mientras que para las personas que carecen de espíritu crítico y no “filosofan” muchos fenómenos, sucesos, eventos, circunstancias, hechos y “realidades” les parecen obvias, para el filósofo son un problema, generan múltiples preguntas, y las respuestas a éstas suscitan más preguntas y el ansia de preguntar no se satisface con ninguna de las respuestas. El insaciable deseo de saber (de ahí su “amor por la sabiduría”) le impele a seguir preguntando hasta que muere… Heinrich Heine plantea poéticamente que “no dejamos de preguntarnos, / una y otra vez / hasta que un puñado de tierra / nos calla la boca. / Pero, ¿eso es una respuesta?


El hombre necesita de la filosofía, necesita filosofar, porque ella da respuestas a sus eternas preguntas. Él mismo es pregunta, problema, misterio y enigma. Quien pregunta filosóficamente quiere ir más allá de la apariencia, de lo cotidiano, de lo inauténtico, de lo superficial y de lo baladí. Quiere resolver sus enigmas, quiere respuestas para su vida. “El esfuerzo sistemático por develar el eterno enigma que hostiga sin cesar la insaciable curiosidad del hombre, constituye la filosofía. Ella no se refiere a cuestiones ajenas a la vida y ante cuya solución, en uno u otro sentido, el hombre pueda permanecer indiferente. Es la vida misma, con sus angustias y sus esperanzas, que aparece comprometida en la pregunta y arriesgada en la esperanza. Porque los problemas últimos y totales no se limitan a arañar la epidermis: arrastran a nuestro ser y lo penetran íntimamente. De su solución, claramente determinada o apenas entrevista, depende el curso ulterior de nuestra existencia, su felicidad o su desdicha”[4].

Infinidad de preguntas incomodan al hombre pensante: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Para dónde voy? ¿Qué es el hombre? ¿Qué es ser hombre? ¿Cuál es el auténtico sentido de nuestra vida? ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo ser feliz? ¿Qué es la libertad? ¿Cómo ser libre? ¿Qué es la justicia? ¿Cómo ser justo? ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es la belleza? ¿Qué es el amor? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es el ser? ¿Qué es la vida? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Cuál es la finalidad de la vida? Para éstas y otras preguntas tan enormemente complejas, profundas y difíciles, no hay respuestas fáciles, definitivas y absolutas. La filosofía siempre se ha caracterizado por hacer preguntas difíciles. Según José Saramago, “las respuestas no llegan siempre cuando uno las necesita, muchas veces ocurre que quedarse esperando es la única respuesta posible”[5]. Preguntas como éstas, que son propiamente filosóficas, son “las preguntas fundamentales, causales o argumentativas, aquellas que cuestionan el porqué de las cosas y exigen en sus respuestas los fundamentos, las causas y las razones de lo que se pregunta”[6]. La intelectualidad nace de las preguntas de siempre. Las preguntas fundamentales, de alguna manera constituyen y construyen al hombre. “Ser un hombre, de alguna forma, en algún momento, consciente o inconsciente, significa haber tenido que ver con las grandes preguntas de la filosofía”[7].

Pero, ¿qué es preguntar? Preguntar, según el Diccionario de la Real Academia Española, es “interrogar o hacer preguntas a alguien para que diga y responda lo que sabe sobre un asunto. Es exponer en forma de interrogación un asunto, bien para indicar duda o bien para vigorizar la expresión, cuando se reputa imposible o absurda la respuesta en determinado sentido”. Esta definición del verbo preguntar es desde el punto de vista lógico, y le sirve a cualquier persona que pregunte sobre una cosa determinada, quiera saber algo. El concepto de preguntar que le interesa al filósofo, es desde el punto de vista existencial; y desde esta arista, “el preguntar es considerado como un modo de ser de la existencia humana”[8]. Es por eso que únicamente es existencial la pregunta en la cual la existencia se hace cuestión de sí misma al preguntar. La pregunta existencial hace cuestionable la existencia. La pregunta fundamental, dice Martín Heidegger, es la pregunta por el ser. En consecuencia, preguntar por el ser es preguntar por el que pregunta por el ser. Preguntar con profundidad y radicalidad, en definitiva, es problematizar; y problematizar es plantearle problemas a la realidad en búsqueda de soluciones de fondo. “Todo tiene que ver con todo para un filósofo, y las respuestas van más allá de los interrogantes”[9].
El preguntar y preguntarse, en búsqueda de respuestas, dentro y fuera de nosotros, permite que desarrollemos nuestro espíritu crítico y que aprendamos a pensar por nosotros mismos. Sólo aquél que posea un espíritu crítico y se atreva a pensar por sí mismo tendrá el hábito y el deleite de preguntar y preguntarse, no en procura de respuestas definitivas y absolutas, sino temporales y relativas, por cuanto no hay respuestas definitivas y absolutas para las preguntas fundamentales y esenciales que formulamos los seres humanos, que nunca se cierran, que están siempre abiertas. Así la ciencia y la filosofía nos den respuestas, “la cuestión de la esencia del conocimiento, del espíritu, de la vida, la cuestión del significado último de todo este mundo maravilloso y terrible, todas estas cuestiones no podrán jamás ser contestadas filosóficamente de forma definitiva, a pesar de plantearse filosóficamente”[10]. Las preguntas fundamentales son demasiado complejas, o si no veamos:
“¿Quién soy? Con ansiedad me pregunto.
¿De dónde vengo? Nadie me lo revela.
¿Dónde estoy? Saberlo me desvela.
¿Para dónde voy? Quiero saber este asunto”.[11]
Todo lo que para las personas que no filosofan es “normal”, para el filósofo es un problema, y los problemas suscitan preguntas, pero las respuestas no lo satisfacen; por el contrario, estas respuestas le generan más preguntas. El filósofo nunca está satisfecho con las respuestas que obtiene; siempre quiere saber más, necesita saber el porqué de las cosas. Las preguntas lo mantienen despierto, pensando, analizando, reflexionando, criticando, investigando, estudiando, preguntando… El filósofo tiene “hambre” de respuestas concretas, precisas. Como amante y buscador de la verdad, pregunta y pregunta en procura de respuestas. Las preguntas lo inquietan. Quiere saber con profundidad; no quiere la apariencia de las cosas, quiere conocer la esencia de éstas. A partir del siglo XIX, entre muchos interrogantes, lo inquieta hondamente saber si es la conciencia social la que determina la conciencia material o si es la conciencia material la que determina la conciencia social. No son cuestiones fáciles de responder acertadamente, sin una sesuda reflexión argumentada y sustentada. El filósofo seguirá preguntando.
En la medida que preguntamos y nos preguntamos, interrogamos a la naturaleza y a las llamadas “autoridades”, vamos encontrando respuestas provisionales y relativas (pero nunca definitivas y absolutas) a nuestras inquietudes. Cada posible respuesta nos lleva a preguntar y a replantear nuestras preguntas, y a revisar y cuestionar las respuestas obtenidas; y entre más respuestas obtengamos, más preguntas nos inquietan. Pero no se trata de preguntar por preguntar. Es necesario construir nuestro saber propio y llegar a nuestras verdades propias. Con el conocimiento y las verdades de los demás, con el conocimiento y las verdades de nosotros mismos, tenemos elaborar nuestro conocimiento y nuestras verdades que nos sirvan para vivir nuestra existencia de manera personal y auténtica, y de esta forma ser nosotros mismos, pensar por nosotros mismos y tomar nuestras decisiones. Preguntamos, no para saber qué tenemos qué hacer, sino para saber ¿qué somos? “Y es que las preguntas verdaderamente serias son aquellas que pueden ser formuladas hasta por un niño. Sólo las preguntas más ingenuas son verdaderamente serias. Son preguntas que no tienen respuesta. Una pregunta que no tiene respuesta es una barrera que no puede atravesarse. Dicho de otro modo: precisamente las preguntas que no tienen respuesta son las que determinan las posibilidades del ser humano, son las que trazan las fronteras de la existencia del hombre”[12]. Las preguntas existenciales, las preguntas claves y profundas que nos formulamos, no son para nuestro “hacer” sino para nuestro “ser”. Estas preguntas nada tienen que ver con acciones que realicemos, tienen que ver con lo que somos, con lo que nos pasa, con lo que significa estar en el mundo como persona. Las preguntas de la filosofía, nos dice Fernando Savater, no nos llevan a hacer cosas, sino a entrar dentro de las cosas, a entrar dentro de lo que somos o dentro de lo que es el mundo en el que estamos. “Queremos saber no sólo cómo son las cosas y cómo se comportan, y cómo puedo aprovecharme de ellas de un modo inmediato, sino qué sentido tienen para mí; qué puedo esperar de ellas en último término”[13]. Todas las preguntas filosóficas nos llevan a reflexionar sobre nuestra vida. Sócrates planteaba que una vida sin reflexionar no valía la pena vivirla. “Pensar la vida: ¡esa es la tarea!”, sentenció Hegel. “Pensar la vida, ¡ese es el desafío!”, digo yo. En Platón, la filosofía, pese a su característica eminentemente intelectual, es concebida como un saber al servicio de la vida. Robert Spaemann señala que “para vivir conforme a la categoría y dignidad del ser humano es necesario saber por qué vivir y cómo conviene vivir dentro de las diversas opciones que se me presentan… Se comprende pues que la filosofía sea el quehacer intelectual más importante para vivir conforme a la categoría y dignidad del ser humano… El hombre sin metafísica, sin respuesta a la pregunta de las preguntas, al porqué de todos los porqués, es un ser radicalmente inseguro y agobiado”[14].
Cuando nos preguntamos, por ejemplo, “¿qué es la justicia?”, queremos saber lo que la justicia es, queremos la definición del concepto de justicia, queremos saber ¿cuál es la esencia de la justicia? y ¿en qué consiste la justicia?, no queremos saber si existe o no existe la justicia. “¿Qué es?” significa “dar razón” de algo. Definir es decir en qué consiste algo. “Definir un concepto es enumerar una tras otra las múltiples y variadas notas características de ese concepto… consiste en incluir este concepto en otro que sea más extenso, o en otros varios que sean más extensos y que se encuentren, se toquen, precisamente en el punto del concepto que queremos definir”[15]. La definición de un concepto jamás será definitiva y absoluta. Entonces cuando se nos pregunta ¿qué es la filosofía?, nos piden la definición del concepto de filosofía, lo que la filosofía es. Etimológicamente, “filosofía” es amor por la sabiduría. Pero esta definición no es definitiva; en el transcurso del tiempo, esa definición ya no satisface como respuesta, que ha tenido su evolución. A partir de Platón, esa “sabiduría” es racional, reflexiva y metódica, por cuanto su “sabiduría” no es la doxa (mera opinión) sino la epísteme (ciencia). Desde Aristóteles hasta el siglo XVIII, filosofía será “todas las cosas que conocemos y los conocimientos de esas cosas, todo el conjunto de saber humano”[16]. En el ocaso del siglo XVIII, después que algunas ciencias se “desgajan” del tronco de la filosofía, se entenderá provisionalmente por filosofía hasta nuestros días “el estudio de todo aquello que es objeto de conocimiento universal y totalitario”[17]. Otra definición personal y provisional en la actualidad sería la de Johanes Hensen: “Intento del espíritu humano para llegar a una concepción del universo mediante la autorreflexión sobre las funciones valorativas teóricas y prácticas”[18]. Así muchas otras definiciones del concepto de filosofía. Cada filósofo, cada pensador, cada teórico o historiador de la filosofía tendrá su definición propia y, sobre todo, provisional y relativa.
Como se aprecia, decir con certeza absoluta y de manera definitiva “¿qué es la filosofía?” no es una tarea acabada. Para poder definir la filosofía, así sea de manera provisional y relativa, primero se debe “hacer” filosofía, vivenciar la filosofía, aprender filosofía, es decir, aprender a filosofar. En mi caso personal, cuando escuché por primera vez la palabra “filosofía”, inmediatamente me pregunté y pregunté “¿qué es la filosofía”? El diccionario El pequeño Larousse me dio la primera respuesta: “Conjunto de consideraciones y reflexiones generales sobre los principios fundamentales del conocimiento, pensamiento y acción humanos, integrado en una doctrina o sistema”. Confieso que esta definición, a mí que no había escuchado antes esa palabra ni había obtenido esta respuesta, me dejó confundido, porque resultaba un tanto compleja y algo difícil de comprender. Inquieto por esta pregunta indagué y me sumergí en tan apasionante universo durante el bachillerato, y apasionado por la filosofía y el filosofar proseguí mi ansiada búsqueda en la universidad. Hoy, después de haber “filosofado” un poco, de haber “hecho” algo de filosofía y de haberla “vivenciado” mucho, me atrevo a responder provisionalmente a la pregunta de “¿qué es la filosofía?” en los siguientes términos: “Es un constante preguntar con profundidad y reflexionar críticamente sobre algunas cuestiones fundamentales de la existencia”. ¿Ésta será la respuesta? No, es una respuesta; mi respuesta. “De manera que para empezar a entender qué significa filosofía sería mejor empezar a hacer filosofía y descubrir entonces las características de esta empresa humana”[19]. Es tan apasionante la filosofía, que considero a esta palabra como la más hermosa del idioma castellano.
Muchos docentes, estudiantes y padres de familia se preguntan si tiene sentido mantener la asignatura de filosofía en la educación básica secundaria y media vocacional. “¿Se trata de una mera supervivencia del pasado, que los conservadores ensalzan por su prestigio tradicional pero que los progresistas y las personas prácticas deben mirar con justificada impaciencia? ¿Pueden los jóvenes, adolescentes más bien, niños incluso, sacar algo en limpio de lo que a su edad debe resultarles un galimatías? ¿No se limitarán en el mejor de los casos a memorizar unas cuantas fórmulas pedantes que luego repetirán como papagayos? Quizá la filosofía interese a unos pocos, a los que tienen vocación filosófica, si es que tal cosa aún existe, pero ésos ya tendrán en cualquier caso tiempo de descubrirla más adelante”[20]. Sin embargo, la filosofía sigue preocupando a educadores comprometidos con el destino del hombre y a estudiantes inquietos, porque es una asignatura diferente, que despierta inquietudes capaces de involucrarlos en una constante búsqueda de respuestas a los interrogantes que afectan al hombre, cada vez más ávido de encontrarle el horizonte a su incierta existencia. “La experiencia de la Filosofía en el aula es la experiencia que permite una comprensión intelectual, reflexiva, afectiva y humana de nuestro entorno inmediato, proyectándolo a hacia un compromiso vital con la historia; es la posibilidad de la constitución de la ciudadanía en su sentido profundo”[21]. La esencia de las cuestiones filosóficas consiste en indagar la última esencia, el significado extremo, la raíz más profunda de una realidad. Con respecto al preguntar en filosofía, el profesor Armando Mera Rodas, señala lo siguiente:
“Una de las formas más elementales de aproximar a los estudiantes universitarios a la filosofía y a su quehacer es la pregunta. Ésta ha marcado el origen de las ciencias y también el punto de partida de la misma filosofía. La pregunta abre el inicio de todo discurso y de toda interacción humana. De otra parte, la mente humana queda subsumida en lo ordinario, la inmediatez, prisionera del dogmatismo”[22].

La filosofía se hace las preguntas radicales, aquellas que necesitamos responder para estar en claro, para saber a qué atenernos, para orientarnos sobre el sentido del mundo y de nuestra vida, para saber quiénes somos y qué tenemos que hacer y qué podemos esperar, qué será de nosotros. El pensamiento filosófico, de acuerdo con Walter Riso, vive y consiste fundamentalmente en el intercambio de preguntas y de respuestas. La pregunta se refiere a la última esencia y a las más profundas raíces de una realidad. “Aunque las preguntas y respuestas van juntas y cada una depende de la otra, ambas se complementan y alteran dependiendo de la situación: hay momentos en que la resolución de problemas es fundamental para la supervivencia y hay ocasiones en que las preguntas son más importantes que las respuestas”[23]. Riso agrega que las preguntas fundamentales de la vida (¿Quiénes somos o cómo hemos de vivir?) siguen vigentes. Las preguntas fundamentales sobre la propia existencia –señala Riso-, el sentido de la vida, la felicidad, la libertad interior, la relación con el cosmos no son una moda pasajera, son las preguntas que nos hacen humanos y de las que no podemos prescindir. El profesor Miguel Ángel Ruiz García precisa que la filosofía consiste en la sana costumbre de hacer preguntas y conservarlas. El filósofo debe preguntarse, ya que el preguntar filosófico es la actitud por la cual el hombre adquiere distancia de lo cotidiano. Y la adquiere precisamente al dedicarle mayor atención. En todo ello queda comprometido el hombre que se admira, ya que este – al preguntarse – se cuenta por lo que sobrepasa la cerrazón factual de su existencia. Por su apertura a las cosas, bajo la formalidad de realidad, el hombre puede interrogarse acerca de ellas y sobre él mismo. El hombre es el único animal que se pregunta; vive preguntándose y preguntando a los demás. Por ser el hombre conciencia abierta a lo real, es esencialmente preguntón.  Sus preguntas no son algo periférico. El Hombre queda envuelto en la pregunta, es él mismo pregunta o interrogante siempre abierto. “Filosofar, según Heidegger, consiste en preguntar por lo extraordinario… y no sólo es extraordinario aquello que se pregunta, sino el preguntar mismo… Todo preguntar es un buscar. Todo buscar tiene su dirección previa que le viene de lo buscado… El preguntar tiene, en cuanto preguntar por… aquello que se pregunta. Todo preguntar por es en algún modo preguntar a…” Kart Rahner señala que “toda pregunta tiene un de donde, un principio de una posible respuesta de ella misma”. La filosofía es pregunta y vive en la pregunta, “en la incógnita alojada en la raíz de la vida, y en la búsqueda de la sabiduría que es mucho más que conocimiento”, dice Alejandro Serrano Caldera[24], y agrega que mientras haya pregunta habrá filosofía.

El mundo moderno está más interesado en las respuestas que en los procesos de pensamiento que hay tras la respuesta. Este estilo de vida impide al hombre percatarse de su triste condición humana, de su falta de libertad. No puede desarrollar y fortalecer su conciencia crítica. ¡Eso sí, hay que reconocerlo: la filosofía es una ciencia difícil! Requiere esfuerzos. “Nada importante es regalado al hombre; antes bien, tiene él que hacérselo, que construirlo”, sentenció el filósofo José Ortega y Gasset. La filosofía comienza exigiendo un esfuerzo, continúa exigiendo más esfuerzos y termina exigiendo más esfuerzos. Donde casi todo se pone siempre en tela de juicio, donde no rige ningún supuesto ni método tradicional, donde hay que tener siempre ante los ojos los complejísimos problemas de la ontología, el trabajo no puede ser fácil. El estudio de la filosofía requiere de un esfuerzo continuo para analizar, interpretar y explicar de una manera lógica las creencias y valores humanos.
Fernando Savater[25] aclara que a las preguntas sobre la vida, la muerte, la verdad, el universo, la libertad, la belleza, el conocimiento, el sentido de la vida, etc., la filosofía no pretende darles una respuesta definitiva, sino que sigue enseñando a plantearlas de manera rica y significativa, mientras avanza respuestas tentativas para ayudarnos a convivir racionalmente con ellas. Walter Riso aclara que la filosofía no siempre brinda soluciones concretas, pero abre puertas que conducen a nuevas maneras de ver el problema. La filosofía –señala José Luís Dell’Ordine- es el descubrimiento de un horizonte de preguntas ineludibles. Volverse de espaldas a ellas es renunciar a ver, aceptar una ceguera parcial, contentarse con lo penúltimo. Significa, pues, la filosofía un incalculable enriquecimiento del mundo. Es además una disciplina moral: la exigencia de no engañarse, de no aceptar como evidente lo que no lo es. (Sin que esto quiera decir que hay que rechazar lo que no es evidente, porque muy pocas cosas lo son.) Es sobre todo, una llamada a la lucidez, a ese "señorío de la luz sobre las cosas y sobre nosotros mismos", de que hablaba Ortega y Gasset. Y con ello, una llamada a la autenticidad, a la verdad de la vida, a ser cada uno quien verdaderamente pretende ser. Entre muchas certezas y conocimientos, necesitamos una certidumbre radical, tenemos que buscarla, si queremos vivir como hombres lúcidamente, y no a ciegas o como sonámbulos. La filósofa Mónica Marcela Jaramillo, de la Universidad Industrial de Santander, nos dice que “nunca ha parecido más urgente emprender una reflexión común sobre la importancia de la filosofía y de la actividad filosofante, que en el difícil contexto de una aguda situación de crisis política y social”.
Son muchas las preguntas que surgen a la hora de hablar de “enseñar” filosofía: “¿Enseñar filosofía aún cuando el mundo parece que no quiere más que soluciones inmediatas y prefabricadas, cuando las preguntas que se aventuran hacia lo insoluble resultan tan incómodas? Planteemos de otro modo la cuestión: ¿acaso no es humanizar de forma plena la principal tarea de la educación?, ¿hay otra dimensión más propiamente humana, más necesariamente humana que la inquietud que desde hace siglos lleva a filosofar?, ¿puede la educación prescindir de ella y seguir siendo humanizadora en el sentido libre y antidogmático que necesita la sociedad democrática en la que queremos vivir?”[26]. A pesar de todos estos interrogantes, la materia tiene demasiada importancia en el proceso de formación del estudiante, debido a que lo enseña a pensar crítica y reflexivamente.

La falta de una sólida estructura filosófica es la responsable de que “la formación filosófica de nuestra juventud se haya convertido en reproche unánime y ya indiscutible. La casi totalidad de nuestros bachilleres se contentan con una muy superficial ilustración filosófica, pues ella les basta para superar con éxito un examen. Para casi todos, la filosofía es, dentro del bachillerato,  la asignatura más tediosa, más difícil y hasta la más inútil para su vida. Después, cuando el joven se  le planteen serios problemas que comprometen su ideología y su credo religioso, lo vemos inseguro, persuadido de que no puede discutir en filosofía y de que lo aprendido en el bachillerato ya no vale. Sin fundamentos y desorientado, opta por un escepticismo ruinoso, sin saber qué defiende ni por qué sostiene determinada doctrina”[27]. Entonces, es tanta la necesidad de encontrar salidas mágicas a su existencia, que cualquier escape le parece bueno. No le importa que tan delirante, tonta o poco sustentada sea la alternativa; con tal de llenar el vacío existencial, todo vale. Por esto no surge en el joven un escepticismo sano y creativo del que investiga y no traga entero. No surge en él la duda motivadora que lo empuje a profundizar. No existe para él una fluctuación momentánea que lo lleve a mirar el otro lado de las cosas.

Esta preocupante realidad insta a los intelectuales a advertir que “si nuestros jóvenes no quedan sólidamente formados en filosofía, apenas estarán capacitados para superar cualquier examen oficial, el que muchas veces se limita a pedir nociones escuetas y cuestiones insustanciales e inconexas que mal pueden significar la contextura ideológica del alumno. En cambio, quien estuviere sólidamente fundado en filosofía estará capacitado no sólo para dar cuenta de lo que allí se pregunte, sino también para mostrar un pensamiento consistente y personal; es decir, una filosofía asimilada”[28]. Se recalca la importancia de enseñar a pensar, a juzgar o valorar, a discutir y a desentrañar el contenido de las ideas, equipando la mente del estudiante con una actitud crítica y abierta a la problemática actual. La filosofía le debe permitir al discente “pensar, discurrir, juzgar y sintetizar”[29].

A pesar de que muchos sostienen que de lo único que podemos estar seguros es de la incertidumbre, porque lo único que podemos afirmar es que nada podemos afirmar, es en la incertidumbre en donde debemos buscar el valor de la filosofía. “El hombre que no posee un gusto por la filosofía va por la vida maniatado por los prejuicios que provienen del sentido común, de las creencias habituales de su generación o de su país, y de las convicciones que se han arraigado en su mente sin la ayuda o la conformidad de una razón deliberada. Para este tipo de hombre el mundo tiende a ser definido, finito, obvio; las cosas corrientes no le suscitan interrogantes, su mentalidad rechaza desdeñosamente las posibilidades que no le son familiares. Por el contrario, tan pronto como empezamos a filosofar, descubrimos que aun las cosas cotidianas suscitan filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la respuesta verdadera a las dudas que suscita, puede sugerir muchas posibilidades que amplíen nuestros pensamientos y los liberen de la tiranía de la costumbre”[30]. Sólo quienes no desean saber el porqué de las cosas desdeñan la filosofía. “Un espíritu simplón puede pasarse la vida extrañándose de las cosas más banales y corrientes sin llegar nunca a filosofar. Es verdad, el pensamiento filosófico está más lejos de la conciencia rústica que se queda boquiabierta ante los tranvías y las luces de neón de la ciudad, que del hombre urbano cuya mente no es extraña al lenguaje de la ciencia y, quizá sin saberlo, interprete la realidad racionalmente gracias a las categorías de este lenguaje”[31].  Ernesto Sábato, refiriéndose al reconocido poeta Paul Válery (un aparente detractor de la filosofía), señala lo siguiente:

“Su admiración por la matemática es el reverso de su desdén por la filosofía, con sus seudoproblemas y sus disputas interminables sobre palabras mal definidas. Para Valéry lo impuro es lo vago y la filosofía es la vaguedad por excelencia; de ahí su desprecio por Pascal, que se entrega a la teología y a la metafísica después de haber sido un geómetra genial, como un honesto padre de familia que en su vejez sale a buscar aventuras con mujeres de mala vida. En realidad, la crítica de Valéry a la filosofía es también filosofía aunque no sea consecuente ni clara. A veces es pragmática, positivista; otras veces parece estar con Platón y creer en la existencia de no sé qué formas puras objetivas. Su crítica de la filosofía es, en general, injusta. No es cierto que todos los filósofos desdeñen las palabras bien definidas. En cierto sentido, muchos sistemas son esfuerzos para definir tres o cuatro palabras. Por otra parte, no hay que confundir a los filósofos con la filosofía: muchos pensadores son discutibles, pero ¿toda la filosofía es desdeñable? Valéry opone a la vaguedad de la filosofía, la precisión de la matemática; pero es posible una filosofía que aplique los métodos de la ciencia. Valéry afirma, en fin, que la filosofía hace sus construcciones con palabras mal definidas, con metáforas. ¿Habrá que agregar que, en ese caso, él mismo es un filósofo?”[32].

Aunque la filosofía es universal, no todas sus respuestas y planteamientos ofrecen soluciones a las problemáticas nacionales, regionales o locales. Cada comunidad tiene sus interrogantes que la filosofía, si quiere ser práctica y menos especulativa, debe responder localmente, con el aporte universal que estructura y fundamente el filosofar. No reflexionar sobre este punto de vista nos lleva a emitir juicios erróneos sobre la practicidad de la filosofía. La filosofía, como hija y como conciencia crítica de una cultura, debe estar situada y contextualizada, para que pueda buscar respuestas a la problemática actual. La cultura, entendida como el conjunto de “todos los productos de la vida humana creadora (sociedad, lenguaje, costumbres, educación, vida, moral, política, económica, técnica, arte, ciencia, mito, religión, filosofía, etc.)”[33], sirve de suelo nútrico para la reflexión filosófica. “La actividad filosófica se presenta siempre como una manifestación inevitable de toda cultura que ha alcanzado cierto desenvolvimiento. Esta persistencia del fenómeno filosófico se comprende si recordamos que es una necesidad para el hombre que ha arribado a determinado grado de evolución, la explicación de la realidad como un todo, en el que puede localizar la posición de sí mismo”[34].

En el sentido en que Kant plantea el filosofar “se torna, ya desde la escuela, en discusión libre sobre todas las cosas, afectando el modo mental de la persona de situarse frente al mundo, frente a los demás y frente a sí mismo”[35]. Ante el sistema educativo imperante, que educa para la minoría de edad (incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la dirección de otro), para la renuncia al uso autónomo del propio entendimiento, para el placer de la obediencia, para la sumisión total a unos tutores que ahorran la dificultad de decidir por pensamiento propio, el pensador alemán sostiene que se requiere un pensar por sí mismo, autónomo, un argumentar crítico y analítico, sin dejarnos enajenar por los demás; un pensar en el lugar del otro, un debatir dialógico y tolerante, y un pensar consecuente. Plantea que las reglamentaciones y las fórmulas son instrumentos mecánicos que atan a una persona a su minoría de edad. “Hay filosofía cuando los humanos asumen que deben pensar por sí mismos, sin dogmas preestablecidos, soportando la crítica y el debate con nuestros semejantes”[36].  En opinión de Jean Piaget, el estudiante aprenderá a hacer funcionar su razón por sí mismo y construirá libremente sus propios razonamientos, lo cual se logra mediante su participación activa en el proceso de aprendizaje, que no sólo comprende el qué sino el cómo, el contenido sino el cómo lo aprende. El estudiante asume el compromiso de conquistar por sí mismo un cierto saber a través de investigaciones libres y de razonamientos propios, y de esta manera aprenderá a no dejarse engañar por sí mismo. “El engañarse así mismo es seguramente lo peor que puede suceder; porque entonces el engañador es uno con nosotros, y nos sigue por todas partes”[37].

Leopoldo Zea invita a los hombres que aprendan a juzgar por sí mismos para que aspiren a la independencia del pensamiento. Quien piensa con independencia piensa también, al mismo tiempo, del modo mejor y más útil para todos.  Kant decía que todo hombre debería saber quién es, qué debe pensar y qué debe hacer. Aprender a pensar filosóficamente es prepararse para ver detrás de las apariencias, para llegar al fondo de todo, a su ser, a lo que hace que sea lo que es. La filosofía, señala Savater, es un instrumento para ayudar a vivir a la gente o para suscitar inquietudes entre la gente. La filosofía debe ser un saber riguroso en procura de respuestas. “Antes de proponer teorías que resuelvan nuestras perplejidades, debe quedarse perpleja; antes de ofrecer respuestas verdaderas, debe dejar claro por qué no le convencen las respuestas falsas. Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar. Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hacen sino repetir errores ajenos”[38]. De nada sirve saber mucha filosofía como puro conocimiento, si la teoría no se aplica a la práctica de la vida, si ella no se convierte en un arte de vivir, tal como lo aclara una “Guía del Maestro”.

Frecuentemente se pregunta a los adultos ¿a qué vinieron a este mundo? y a los niños ¿qué quieren ser cuando grandes? Los “grandes” enmudecen ante la dimensión de este interrogante tan profundo y desconcertante, o responden “cualquier cosa” para “salir del paso”: realizarse, tener éxito, triunfar, trabajar, progresar, tener una familia, hacer el bien al prójimo, desarrollar nuestras potencialidades, cumplir la misión para la cual estamos destinados, buscar la excelencia, la perfección y la verdad, etc. Los niños responden que quieren ser profesionales, millonarios, poderosos, grandes deportistas, actores de cine, etc. Algunos, jocosamente, dicen que cuando grandes quieren ser pequeños. Son muy pocos los adultos y los niños que contestan a estas dos preguntas como debe ser: “¡Venimos al mundo a ser felices! ¡Cuando seamos grandes queremos ser felices! He ahí las respuestas, porque el fin supremo del a vida humana es la búsqueda de la felicidad. “¡Qué desgraciados somos los que tenemos una idea de felicidad y no podemos conseguirla, y tenemos una idea de la verdad y no podemos conocerla!”, sentenció el filósofo Blas Pascal. Robert Spaemann se atreve a decir que el hombre para ser feliz necesita filosofar. “Porque ¿cómo se puede ser feliz sin saber de dónde vengo, a dónde voy, dónde me encuentro, qué sentido tiene mi vida, que va a ser de mí, qué caminos me pueden conducir a alguna parte?”[39]

Como la verdadera naturaleza humana radica en la posibilidad de generar pensamiento, el hombre debe filosofar en procura de desentrañar y comprender la realidad y buscar la felicidad, sin importar los esfuerzos que deba realizar y los prejuicios que debe enfrentar en la cotidianidad de lo establecido, lo convencional, lo rutinario y lo mediocre, como el riesgo de ser tildado de loco. (Es importante aclararles a los detractores de la filosofía que la locura es un estado en el que una persona pierde la prueba de realidad, se aleja de los patrones del aquí y del ahora, no puede distinguir lo interno de lo externo y, en forma irreversible, se aleja del principio consensual de realidad). Pero no puede desistir de su esfuerzo de filosofar, porque “tan acusado de locura es el espíritu pequeño como el extremadamente grande; sólo es buena la mediocridad; la mayoría ha establecido esto, y muerde a quien intenta escapar de ellos por algún extremo”[40].

Entre los múltiples detractores del filosofar hay muchos que nunca han filosofado. ¿Con qué fundamento o autoridad se oponen al filosofar, si no han filosofado? Hay que sumergirse en las profundidades del a filosofía y bucear en sus cristalinas y turbias aguas para saber a qué “sabe” el filosofar. No se puede desconocer el valiosísimo aporte de la filosofía en la conformación de gran parte del fundamento de la tradición occidental. La democracia, a pesar de sus múltiples inconvenientes, las instituciones políticas, los sistemas de pensamiento, los derechos humanos, la filosofía del derecho, algunas ideologías y doctrinas políticas se idearon, germinaron, evolucionaron y desarrollaron en el apasionante y extraordinario universo de la filosofía.

LUIS ANGEL RIOS PEREA


[1] ARTO, Sandra Edith. Filosofía: ¿asignatura a enseñar o actividad a compartir? www.consultoriafilosoficaintegral.blogspot.com.
[2] Estanislao Zuleta, en Derechos humanos y diversidad de culturas. Conversaciones con Estanislao Zuleta.
[3]  CRUZ CRUZ, Juan. Filosofar hoy.
[4] GARCIA MORENTE, Manuel. Lecciones preliminares de filosofía. Ediciones Nacionales, Bogotá, 1984.
[5] SARAMAGO, José. Ensayo sobre la ceguera. Alfaguara, México, 1996.
[6] MERA ROJAS, Armando. El arte de preguntar en filosofía. www.articulosusat.blogspot.com.
[7] SALAZAR, Rogelio. Qué importancia tiene la filosofía. www.newmedia.ufm.edu.
[8]  MARTÍNEZ ECHEVERRI, Leonor y Hugo. Diccionario de Filosofía. Panamericana editorial, Bogotá, 1998.
[9] PEREIRA, María Inés, y FONROUGE, Juan Manuel. www.taringa.net.
[10] PIEPER, Josef. El misterio y la filosofía.
[11] RIOS PEREA, Luis Ángel. Inquietudes existenciales.
[12] KUNDERA, Milán. La insoportable levedad del ser. RBA editores, Barcelona, 1984, p. 141.
[13] SPAEMANN, Robert. ¿Para qué sirven los filósofos?
[14] Ibídem.
[15] GARCÍA MORENTE, Manuel. Ob. cit.
[16] Ibídem.
[17] Ibídem.
[18] HENSEN, Johanes. Teoría del conocimiento.
[19] ALVA, Pepe. La pregunta filosófica y la filosofía. www.autorneto.com.
[20] SAVATER, Fernando. Ob. cit. P. 15.
[21] CARAFI ÁVALOS, Eric. ¿Cuál es la experiencia de la enseñanza de la filosofía en las aulas? www.comisionunesco.cl.
[22]  MERA RODAS, Armando. El arte de preguntar en filosofía.
[23] RISO, Walter. El camino de los sabios. Norma, Bogotá, 2009.
[24] SERRANO CALDERO, Alejandro. Las preguntas de la filosofía.www.laprensa.com.
[25] SAVATER, Fernando. Las preguntas de la vida. Ariel, Barcelona, 1999.
[26] VELEZ CORREA, Jaime. Curso de filosofía. Bibliográfica colombiana, Bogotá, 1965, p. 25.
[27] Ibídem. p. 1.
[28] Ibídem. p. 2.
[29]  Ibídem. p. 4.
[30] CARDONA LONDOÑO, Antonio, y SEEK CHOUE, Young. Ob. cit. p. 41.
[31]  SALAZAR BONDY, Augusto. Iniciación filosófica. Editorial Arica, Lima, 1969, p. 16.
[32] SÁBATO, Ernesto. Uno y el universo. Librodot.com.
[33] MONDOLFO, Rodolfo. En los orígenes de la filosofía de la cultura. Editorial Imán, Buenos Aires, 1942.
[34] GARCIA TUDURI, Mercedes y Rosaura. Introducción a la filosofía. Minerva brooks, La Habana, 1973, P. 26.
[35] DEHÁQUIZ M., Jorge. Ob. cit. P. 18.
[36] SAVATER, Fernando. Ob. cit. P. 204.
[37] PLATON. Cratilo. Librodot.com.
[38] VÉLEZ CORREA, Jaime. Ob. cit. P 25.
[39] SPAEMANN, Robert. Ob. cit.
[40] PASCAL, Blas. Pensamientos. www.elaleph.com.