martes, 25 de enero de 2011

RELATORÍA DE “SEIS PROPUESTAS PARA EL PRÓXIMO MILENIO”


En este texto me propongo exponer (a través de relatorías) mi esfuerzo de reflexión y escritura sobre Las seis propuestas para el próximo milenio, planteadas en el libro póstumo Seis propuestas para el próximo milenio por el escritor Ítalo Calvino (1923-1985), como valores literarios para la subsistencia de la literatura en el siglo XXI. Para el efecto consulté la biografía disponible de Ítalo Calvino,  indagué de soslayo algunas de las obras y de los autores citados por éste y me asesoré de personas que les gusta la lectura, modestamente buscando expresarme con relativo “domino” del texto de este crítico, escritor e intelectual italiano, como resultado de mi esfuerzo de “escritura” producto de la lectura correspondiente del texto aludido. 


1. LA LEVEDAD, ALAS RENOVADAS PARA LA LITERATURA DE NUEVO MILENIO



1º. Tesis propuesta por el autor.

Con el ánimo de liberar a la literatura del peso, tanto en el ámbito subjetivo como objetivo y alejarla de la pesadez del relato, del lenguaje, de lo rotundo, lo grave, lo serio, lo denso, lo frívolo,  lo vago, lo impreciso y la vacuidad  de sus formas, el autor, a través de un grandioso y maravilloso universo metafísico, deleitosamente matizado de alegorías, metáforas imágenes, sugestiones, cosmovisiones, símbolos, evocaciones, abstracciones, mitología y fantasía, propone la levedad, considerada como un valor, como reacción al peso de vivir, asociada “con la precisión y la determinación, no con la vaguedad y el abandonarse al azar”, como un rasgo de capital importancia para que la literatura se revitalice y renueve, y pueda emprender un vuelo seguro con las alas de la ligereza para que ingrese y se sostenga en el actual milenio, confundido por la algarabía de lo pragmático y lo utilitario.

2º. Argumentación para sustentar la tesis.

El autor comienza mostrándonos su preferencia por la levedad frente al peso, aclarando que éste también tiene su validez en el fantástico mundo de la literatura. Su concepción de levedad como valor y no como defecto me lleva a pensar que Calvino la enfoca como ligereza (de hecho aparece en el índice del texto como lightness que traduce ligereza), y ligereza es algo de poco peso, de poca intensidad o profundidad; no en el sentido como algunas veces entendemos el concepto de levedad como facilidad y ligereza excesiva para mudar de opinión, de pensamiento, de amigos, de aficiones, de opiniones, de conductas, etcétera, que nos muestra a determinada persona como un ser inconsistente, veleidoso o caprichoso que cambia sus estados de ánimo sin causa o fundamento; como sinónimo de inconstancia, que es aquella actitud en la que una persona muda con facilidad de pensamientos, o de liviandad como cualidad de liviano, cuando se dice que una persona  es informal y ligera en su relación con los demás.  A mi manera de entender, la levedad (ligereza) de Calvino tendría relación con la liberación de los condicionamientos ideológicos y políticos, de las ideas preconcebidas y de las imposiciones intelectuales; de la sensación de cansancio o malestar; de aquello que causa preocupación, angustia, padecimiento o carga. Para el escritor y crítico italiano, la levedad trasciende la inercia, la gravedad; supera lo petrificado, “la opacidad del mundo”, nos libera de las tenazas de los convencionalismos; permite desentendernos de la caótica y convulsa realidad y darle un sentido a la existencia, no sólo en el contexto espacio-temporal de su vida (Segunda Guerra Mundial, Guerra Fría, imperialismo, cosificación humana e imposición y manipulación de las “leyes del mercado”), sino en el futuro expectante de insondable incertidumbre. Concibe y busca una levedad “como reacción al peso de vivir”. Como él precisa dos tipos de levedad (la del pensar y la de lo frívolo), considero que la “del pensar” corresponde a la levedad como valor, y la de “la frivolidad” pertenece al oscuro mundo de la levedad como defecto.

Calvino, en búsqueda de fundamentos y argumentos que sustenten su propuesta de levedad tiene como referente el mito de Perseo, que acude en su ayuda, y reflexiona, indaga y se zambulle en la profundidad de los textos, de la obra y del pensamiento de autores de antaño y hogaño, como Ovidio, Montale, Kundera, Lucrecio, Cavalcanti, Dante, Cervantes, Shakespeare, Cyrano de Bergerac, Swift, Loepardi, Kafka, entre otros. Su quijotesca intención de patentizar la levedad y el mágico, fantástico, fabuloso e infinito universo de “la literatura como función existencial” lo sumerge en las profundidades e intricados laberintos metafísicos, en el estilo de vida renacentista, en el vasto universo newtoniano, en la superficialidad de la ciencia y en el “imaginario popular” con su espontánea riqueza “chamánica”, su tradición oral, su folclor y sus cosmovisiones impuras del racionalismo frío y exagerado que estandariza la vida y la despoja de las alas de la imaginación y de la fantasía, impidiéndole a la literatura explorar todos los mundos posibles que hay en la inagotable imaginación humana.

En el Perseo encuentra la clave para no dejarse petrificar por la mirada de la Medusa que convertía en piedra el contexto de sus albores literarios, cuando era un imperativo categórico representar su tiempo; época en que lo ahogaba la pesadez, la inercia y “la opacidad del mundo”. El héroe mitológico, liberándolo de “las tenazas de piedra”, le demuestra que uno se puede apoyar en los vientos y las nubes, que es “lo más leve que existe”, para dejar fluir y volar la imaginación. Perseo le proporcionó el método que requería su nueva literatura, la que lo envolviera en la imaginería fantástica (sin alejarse totalmente de la realidad) propia del fascinante y encantador mundo de la levedad, para distanciarse convenientemente de la pesadez que pretendía atar a la literatura al mundo terreno, al mundo de los conflictos, de la dominación, del pretendido imperio de la ciencia experimental (como única poseedora de la verdad) y de las concepciones materialistas, deterministas y positivistas. Es posible que, además de las cristalinas aguas del mito “perseíco”, haya bebido en el hontanar del estructuralismo, de la semiología y de las nuevas nociones del tiempo del siglo XX que lo concebían como temporalidad irreversible y no como tiempo absoluto y reversible de la mecánica clásica  (determinista), y de los paradigmas relativista einsteniano y de la mecánica cuántica que nos muestra una realidad incierta en donde es posible el azar y el indeterminismo.

Otro aporte significativo en su búsqueda de la levedad encontró en el bate y filósofo Guido Cavalcanti, “el poeta de la levedad”, en el que intuye que la “gravedad contiene el secreto de la levedad”, y al cual relaciona y contrasta con Dante, ya que le ayuda a dilucidar su concepto de levedad. En Cavalcanti halló tres concepciones de ésta: la primera como “aligeramiento del lenguaje”; la segunda como relato de un “proceso psicológico” en que se manifiestan elementos velados y etéreos o descripciones con una gran dosis de abstracción; y la tercera como “una imagen figurada de levedad que asuma un valor emblemático” que se refleja en el apasionante e intrincado universo boccaciano cuando Cavalcanti (en uno de los cuentos del Decamerón) salta “con sus delgadas piernas por encima de la losa sepulcral”; es ahí en ese instante, a través de esa imagen, como Calvino capta que la levedad vence a la gravedad.

El complejo universo literario shakesperiano le sirvió como cantera inagotable de su vehemente anhelo de levedad y se percató que la mísera condición humana evidenciada por la genialidad de Shakespeare sigue vigente: violencia, intolerancia, conflictos, insensateces, liberación sexual e incertidumbre en los aparentes “beneficios” de la ciencia y su brazo armado: la tecnología, “que nunca se sabe con certeza si se usarán para la vida o para la muerte”.

Cyrano de Bergerac, “el primer poeta del atomismo en las literaturas modernas” en beneficio de la “transfiguración fantástica” de la literatura y precursor de la ficción, le ofreció un valioso caudal para apagar su sed de levedad. En su reflexión sobre la levedad encontró que Cyrano, antes que Newton, experimentó “el problema de cómo sustraerse a la fuerza de la gravedad” que agobiaba con su pesadez al mundo literario. 

Las alas para volar, sin la carga de la pesadez, se la mostró Kafka. Sólo el cubo vació, transportado con las alas de la imaginación, es el elemento que nos permite un “vuelo mágico” por encima del egoísmo en búsqueda de nuevos horizontes que, cargando solamente “aquello que seamos capaces de llevar”, nos libere de la pesadez de una existencia condicionada, dada, sin sentido, intrascendente, atada a la trivialidad y a la frivolidad, en donde no se puede pensar por sí mismo…

3º. Conclusiones propuestas por el autor.

En Calvino es evidente su intención de alejar la literatura del agobiante peso de la realidad objetiva y elevarla a la dimensión fantástica de la levedad, distante de la pesadez del mundo, por cuanto ésta, principalmente la poética, la novelística, la dramaturgia y el cuento tienen que ser permanentes habitantes del mundo  de la imaginación y de la fantasía; este tipo de literatura debe tener como fin primordial la recreación y la fruición del espíritu humano y no convertirse en relatora de hechos tangibles y “reales” como lo pretendió el Realismo, el Naturalismo y otras corrientes literarias, que fundadas en la fría y esquematizante razón, pretendieron hacer de la literatura un vehículo para “contar” la dura realidad que agobia a la humanidad. Calvino proyectó una literatura renovada que en el futuro evadiera su muerte; he ahí uno de sus más caros legados para quienes amamos este grandioso arte que, de manera inefable, deleita nuestro espíritu.

El hilo explorador de Calvino se introduce por los intrincados laberintos antropológicos, etnológicos y mitológicos, en donde, gracias al “imaginario popular”, es posible que seres “alados” (personas, animales y objetos) se transporten por mundos fantásticos “en donde toda carencia será mágicamente satisfecha”.

Muy loable el querer de Calvino evidente en su intento de “ponerle alas a la literatura” para que pudiera volar libremente en el siglo XXI. Su genialidad y su intuición le permitieron prever que la “era informática” y cibernética podría desplazar al libro y por ende a la literatura, máxime si ésta está allende de su mundo original: la imaginación y la fantasía ilimitadas, carentes de la agobiante pesadez que pretendió petrificarla en el siglo XX. Por eso, ante la pesadez de la literatura, proclama una levedad suspendida en lo etéreo, en las nubes, en el atomismo dinámico, buscando que la literatura fluya libremente y sin dificultades siempre oteando el horizonte de su trasformación.




2. LA RAPIDEZ, VELOCIDAD MENTAL PARA LA LITERATURA DEL NUEVO MILENIO

1º. Tesis propuesta por el autor.

La rapidez (que no desconoce a la dilación), concebida como relación entre velocidad física y velocidad mental, y que involucra conceptos como movimiento, brevedad, tiempo, sucesión rápida de hechos, discurrir, razonamiento, rapidez y concisión de estilo, rapidez de estilo y de pensamiento como agilidad, movilidad y desenvoltura (matizados de divagaciones o digresiones ya que éstas permiten aplazar la conclusión)  y preferencia por las formas breves pero esenciales, entre otros, es un valor que debe animar el quehacer literario de nuestros tiempos, es decir, la literatura del presente milenio.

2º. Desarrollo argumentativo.

El autor, movido por la divisa “apresúrate despacio”, con el ánimo de sustentar su propuesta indaga y se recrea en el grandioso y fascinante universo literario de la Leyenda del emperador Carlomagno (que lo encantó y de la cual recibió profundas influencias) y de autores que escribieron diversas versiones de tan extraordinaria pieza literaria, como Barbey d’Aurevilly (que prefiere la “economía del relato” y el “movimiento sin pausa”), Petrarca, Sebastián Erizzo, Giuseppe Betussi y Gastón París, las Mil y una noches, y otros reconocidos escritores entre los que se destacan Ludovico Ariosto (Orlando furioso), Charles Perrault, Washington Irving,  Bocaccio, de Quincey, Leopardi, Sterne, Levi, Whitman, Willams, Valéry, Ponge, Leiris, Michaux, Monterroso, Virel, Galileo y, principal y fundamentalmente, Jorge Luis Borges. Otro valiosísimo aporte lo obtuvo al explorar y recrearse en la inmensa profundidad de la mitología griega y romana, cargada de riqueza alegórica y simbólica.

Calvino, en quien no se evidencia una concepción de la rapidez como la acción de hacer algo a la ligera y sin profundidad, sino como lo que se mueve y actúa con “velocidad” en el tiempo requerido en la creación literaria, plantea que la velocidad no es un valor en sí, porque en la naturaleza también tenemos nociones de un tiempo cíclico, o inmóvil o retardador; por esta razón el cuento es atemporal. Pretendía que la rapidez, sin precipitación pero precisa y concisa, irrumpiera con ropajes nuevos en nuestro milenio pletórica de imágenes y encantamientos. Como todo soñador pretendía  “darle” existencia auténtica a la literatura para que no se dejara eclipsar por los sucedáneos que ofrece un mundo en constante agitación y pragmática “rapidez,” con los que la agitada vida “moderna” intenta vapulearnos a través de un intrincado y oscuro acervo de imágenes prefabricadas, “carentes de íntima necesidad”.

Los relatos populares le interesan por su estilo, estructura, economía expresiva, ritmo, lógica narrativa, brevedad esencial, lucha contra el tiempo, relatividad del tiempo, dilatación del tiempo, continuidad y discontinuidad del tiempo. Prefiere la aventura y el cuento popular, apuntando a la imagen y al movimiento. Así mismo, los textos breves le atraen porque allí puede realizar sus ideas abstractas del espacio y del tiempo.

Una de sus inquietudes para darle vida a la literatura en el nuevo milenio consiste en que ésta tenga como función “establecer una comunicación entre lo que es diferente en tanto diferente, sin atenuar la diferencia sino exaltándola, según la vocación propia del lenguaje escrito”, y con el fin de que en la “era de la información” y de la “revolución informática” (que no logró vivir en ellas, pero sí intuirlas y preverlas) no se achatara la comunicación y perdiera la magia de su lenguaje. Ante la vorágine de nuestros tiempos, pedía que la literatura orientara su quehacer a la poesía y al pensamiento. Razones no le faltaban para hacer tan vehemente llamado, toda vez que es a través de la poesía y de la filosofía como creamos nuevos universos líricos y maneras de percibir, interpretar y sistematizar la realidad.

El siglo en que vivió Calvino (el “siglo de la motorización”) estaba condicionado por el imperio de la velocidad mensurable, objetiva, producto de la dinámica que impone nuestro sistema de producción capitalista, competitivo, y  con su lógica intrínseca del hacer, del tener y del consumir. Por eso su concepción de rapidez se relaciona con la velocidad mental, que no permite mediciones ni confrontaciones y que vale por sí misma, “por el placer que provoca en quien es sensible a este placer”, mas no por sus pragmáticos resultados. Un razonamiento veloz, que no es mejor que un razonamiento ponderado, comunica lo que se encuentra en la naturaleza de su rapidez.

En la Leyenda del emperador Carlomagno encuentra una sucesión de acontecimientos concatenados por el amor y la omnipresencia de un anillo mágico que, con un hilo invisible, mueve, conmueve y “hechiza” a Carlomagno. El anillo, que simboliza el objeto mágico, moviliza subrepticiamente sentimientos y acciones de los personajes. En torno del “objeto mágico”, dotado de ciertos poderes y de una fuerza especial, gravita un campo de fuerzas en el universo narrativo de la literatura medieval y fantástica. Calvino capta que en algunas versiones renacentistas de esta leyenda falta el valor literario de la rapidez.

Galileo, con sus nociones de “discurrir como correr”, de rapidez, de agilidad de razonamiento, de economía de los argumentos,  de fantasía, de imágenes en movimiento y de comunicación inmediata entre cosas existentes o posibles, hizo evidentes aportes al valor literario de la rapidez que buscaba Calvino.

Enorme y evidente influencia ejerció la creatividad singular e inigualable de Jorge Luis Borges, “maestro de la literatura breve”, quien tuvo la genialidad de inventarse a sí mismo como narrador y de “moverse” dentro de un intrincado universo metafísico, simbólico, laberíntico y metafórico; él mismo logró escapar de su laberinto de ficción para transformarse en persona. Tanto en la propuesta de la Levedad, como en la de la Rapidez, Calvino recurre a la exquisitez de su infinita y fantástica imaginación literaria, y se maravilla en “sus aperturas hacia el infinito sin la más mínima congestión, con el frasco más cristalino, sobrio y airoso”.  En el espléndido imaginario borgiano es posible lo infinito, lo innumerable, el tiempo eterno o cíclico. Sus textos son paradigma de economía expresiva. Borges, al igual que a Calvino, nos “atrapó” y extasió a quienes hemos tenido la enorme fortuna de entrar en contacto, así sea de manera superficial, con su derroche de imaginación desbordada.

Apasionado por la inagotable fuente de sabiduría de la mitología, se percibe que sobre sus temas reina Mercurio (dios romano del comercio y los viajeros, es decir, de la comunicación y las mediaciones), “el de los pies alados, leve y aéreo, hábil y ágil, adaptable y desenvuelto”, y el patrono de su propuesta o valor literario. Esta deidad, proclive a los intercambios, se opone a Saturno, caracterizado por ser melancólico, contemplativo y solitario. Por eso los artistas, poetas y filósofos son saturninos, introvertidos, y esa divinidad los inspira artística, poética y filosóficamente; éstos, en lo profundo de su introversión y abstracción, se olvidan de las horas y los días, disienten del orden establecido y otean la inmovilidad de las palabras mudas. Saturno, símbolo de libertad, representa las desgarraduras, las pruebas de la vida y los sacrificios necesarios para liberar al hombre de sus ataduras irracionales, pasionales y sociales.

Expresa sus afectos por Vulcano porque goza de una fuerza literaria y se refugia en su fragua para elaborar  los objetos útiles a los demás dioses con golpes cadenciosos del martillo. Vulcano, que se opone a Mercurio, representa la focalidad, y éste la sintonía con el mundo. Los dos, que se contraponen y complementan, le permitieron a Calvino comprender cómo era y cómo quería ser, cómo escribía y como podría escribir. Plantea que el escritor que él anhela debe tener en cuenta el tiempo de Mercurio (móvil, rápido) y el de Vulcano (inmediato pero meticuloso).

3º. Nociones o categorías centrales.

A.     El tiempo.

No muestra preferencia por determinada concepción del tiempo; todas las categorías de éste pueden tenerse en cuenta en la compleja labor de trabajar con las palabras, de hacer literatura. Cabe en su universo literario tiempo absoluto, relativo, dilatado, continuo, discontinuo, móvil, inmóvil, cíclico, lineal… El relato corto, que en cierta manera es “encantamiento”, contrae o dilata el tiempo. El tiempo de la rapidez no es el tiempo de los “afanes”, las tensiones, la premura, la ansiedad, o el tiempo del llamado fast track (del camino veloz, rápido), propio de nuestro sistema productor de mercancías. La narrativa cautiva por la continuidad y discontinuidad del tiempo. El narrador fantástico, leve y rápido, sólo requiere de un mágico instante para que, como en el cuento de sabio chino Chuang Tzu, de una pincelada, de un derroche de imaginación y talento, nos embriague con su genialidad. Quien logra desenvolverse con rapidez en el arte de narrar nos hace “correr” como raudos corceles, cabalgando en las alas invisibles del tiempo; recreando en espíritu con la fantasía que se mueve temporal y atemporalmente. El tiempo de la imaginación, no el tiempo que miden los relojes, ni el tiempo que nos da vida y nos la quita, es el tiempo propicio para la fruición literaria.

B.     El caballo como símbolo de la rapidez.

El caballo tiene gran importancia literaria como metáfora aplicada a la velocidad mental, como emblema de la velocidad física y mental, como medio de transporte; se caracteriza por su trote o galope, lentitud o rapidez; su símbolo se extiende al transporte moderno, inmediato, rápido y veloz en nuestro “mundo motorizado”. El que no sabe cabalgar por los recónditos espacios de la imaginación se le dificulta disfrutar del ritmo que impone el caballo, el rocín provisto de alas fantásticas nos introduce en universos insondables en donde el espíritu se regocija gratamente. La metáfora del caballo corre con su velocidad característica desde la relajada antigüedad hasta nuestra convulsionada actualidad. El caballo es el símbolo de la velocidad, de la rapidez. El caballo no sólo es imagen, símbolo, metáfora o alegoría en la literatura, también lo ha sido en la filosofía platónica y en la mitología (Pegaso).

C.     El poder mágico de los objetos.

Tal como lo expuso de manera clara en las diversas versiones de la Leyenda del emperador Carlomagno, los objetos en esa pieza poética  como en muchas obras literarias, generalmente cuentos, tienen poderes mágicos, y alrededor de su sistema planetario giran y gravitan las acciones y los personajes. Ejemplos de objetos cargados de simbolismo, de fuerzas especiales, de magia, encuentra en las sagas nórdicas, en las novelas de caballería, en Cervantes (El Quijote de la Mancha – yelmo de Mambrino) y en Defoe (Robinson Crusoe).

3. LA EXACTITUD, EL IDEAL PARA SUPERAR LA “PESTE DEL LENGUAJE”

1. Tesis propuesta por el autor

La exactitud es el valor literario apropiado para superar el uso aproximativo, casual y negligente del lenguaje, y superar la peste del lenguaje y de las imágenes que, además de la literatura, afectan la vida de las personas.

2. Desarrollo argumentativo

La exactitud se refiere al diseño de la obra bien definido y bien calculado; a la evocación de imágenes nítidas, incisivas, memorables; y al lenguaje más preciso posible como léxico y como expresión de los matices del pensamiento y de la imaginación. La exactitud implica una predilección por las formas geométricas, por las simetrías, por las series, por la combinatoria, por las proporciones numéricas”. La literatura que comporte este ideal será el paraíso donde el lenguaje llegue a ser lo que debe ser.

La vaguedad, lo vago, es un contravalor a la exactitud, pero comporta una evidente importancia, por cuanto, según Leopardi (“el poeta de lo vago” y del “dolor del vivir”), el lenguaje es más “poético cuanto más vago, impreciso” sea éste. Palabras como noche, nocturno, oscuridad, profundo, antigua y lejano, entre otras, son “muy poéticas y agradables”. Leopardi gusta de la “belleza de lo indeterminado y de lo vago” y de lo “indefinido e infinito”, con lo cual busca respuestas al eterno problema filosófico de lo “especulativo y metafísico”. Él prefería lo ignoto sobre lo conocido. El alivio para las “decepciones y los dolores de la experiencias” es la esperanza y la imaginación. Para el logro de este ideal en la composición de cada imagen se requiere de una atención muy precisa y meticulosa; ésta también debe estar presente “en la definición minuciosa de los detalles, en la selección de los objetos, de la iluminación de la atmósfera, para alcanzar la vaguedad deseada”.

Exactitud e indeterminación afloran en “El hombre sin atributos”, de Robert Musil, en donde se muestra que en el hombre “en el que se opera una alianza paradójica de exactitud y de indeterminación”, se encuentra la “sangre fría deliberada, incorruptible, que es el temperamento de la exactitud; pero, fuera de esa cualidad, todo el resto es indeterminado”. Ulrich, el protagonista, se resigna rápidamente a las derrotas a que le conduce necesariamente su pasión por la exactitud.

En Paul Válery (“poeta del rigor impasible de la mente”) el espíritu humano puede “realizarse en la forma más exacta y rigurosa”, y pone frente al dolor a uno de sus personajes, “haciéndole combatir el sufrimiento físico mediante un ejercicio de abstracción geométrica”. Se considera como el poeta “que mejor ha definido la poesía como una tensión hacia la exactitud” en el siglo XX. En Válery, como en Mallarmé, Baudelaire y Poe, es evidente la poética de la exactitud.

El esfuerzo de búsqueda de la exactitud se le bifurcó a Calvino en la “reducción de los acontecimientos contingentes a esquemas abstractos con los que se pueden efectuar operaciones y demostrar teoremas”, y en el “esfuerzo de las palabras por expresar con la mayor precisión posible el aspecto sensible de las cosas”. Uno de estos dos caminos “avanza por el espacio mental de una racionalidad incorpórea, donde se pueden trazar líneas que unen puntos, proyecciones, formas abstractas, vectores de fuerzas”, y el otro se desplaza “por un espacio atestado de objetos y trata de crear un equivalente verbal de ese espacio llenando la página de palabras, en un esfuerzo de adecuación minuciosa de lo escrito a lo no escrito, a la totalidad de lo decible y de lo no decible”. Estos caminos no lo llevarán a la exactitud absoluta porque “las lenguas naturales dicen siempre algo más de lo que dicen los lenguajes formalizados, entrañan siempre cierta cantidad de ruido que perturba la esencialidad de la información”, porque, “al expresar la densidad y la continuidad del mundo que nos rodea, el lenguaje se muestra fragmentario, con lagunas, dice siempre algo menos respecto a la totalidad de lo experimentable”.

3º. Nociones o categorías centrales.

a. La peste del lenguaje. Es la epidemia que más nos afecta en el uso de la palabra lenguaje, que la facultad que más nos caracteriza. La exactitud permite superar la peste del lenguaje que se percibe en la “pérdida de fuerza cognoscitiva y de inmediatez, como automatismo que tiende a nivelar la expresión en sus formas más genéricas, anónimas, abstractas, a diluir los significados, a limar las puntas expresivas, a apagar cualquier chispa que brote del encuentro de las palabras con nuevas circunstancias”; la peste de las imágenes se expresan en las “imágenes que en gran parte carecen de la necesidad interna que debería caracterizar a toda imagen, como forma y como significado, como capacidad de imponerse a la atención, como riqueza de significados posibles”.

b. Los emblemas del cristal y la llama. Calvino tiene como su emblema el cristal porque es el modelo de perfección. Aunque partidario del cristal, tiene en cuenta también a la llama. El cristal y la llama, que son imágenes contrapuestas, son los modelos del proceso de formación de los seres vivos. “Cristal y llama, dos formas de belleza perfecta de las cuales no puede apartarse la mirada, dos modos de crecimiento en el tiempo, de gasto de la materia circundante, dos símbolos morales, dos absolutos, dos categorías para clasificar hechos, ideas, estilos, sentimientos”.

La ciudad es el símbolo para expresar la tensión entre racionalidad geométrica y maraña de las existencias humanas. “Kublai Kan personifica la tendencia racionalizadora, geometrizante o algebrizante del intelecto, y reduce el conocimiento de su imperio a la combinatoria de las piezas en el tablero de ajedrez”.


4. LA VISIBILIDAD, EL VALOR PARA NO PERDER EL PODER DE LA IMAGINACION Y DE LA FANTASIA

1. Tesis propuesta

La visibilidad nos advierte del peligro de perder la facultad de pensar, enfocar y escribir imágenes visuales, de perder el poder de la imaginación originada en la “alta fantasía”.

2. Desarrollo argumentativo

La visibilidad es un valor que se ha de salvar porque éste es una campanada de alerta para evitar la pérdida de las imágenes visuales, internas, propias, producto de nuestra “alta fantasía”, y con ello impedir que sigamos siendo contaminados con las imágenes prefabricadas, que pretende imponer el contexto exterior.

El cultivo y fortalecimiento de las imágenes íntimas requiere de una pedagogía sobre uno mismo de la imaginación para controlar la visión interior, evitando que se enmarañe, sino más bien procurando que “las imágenes cristalicen en una forma bien definida, memorable, autosuficiente”.

En el escritor deben “llover imágenes”, como en Dante, que le llovían del cielo, de Dios mismo. Le “llovían” como bajorrelieves, como imágenes mentales y como visiones que se interiorizan en la mente, sin ningún tipo de sensorialidad. 

Cuando se parte de la palabra y llegamos a la imagen visual, se encuentra un tipo de proceso imaginativo; y cuando se parte de la imagen visual para llegar a la palabra, nos hallamos en otro proceso imaginativo. La construcción de imágenes funciona como un “cine mental”, que opera permanentemente sin que cese de proyectar “imágenes en nuestra visión interior”. Además de Dante, San Ignacio de Loyola y Miguel Ángel estaban dotados de una grandiosa imaginación visual. A San Ignacio de Loyola lo distinguía “el paso de la palabra a la imaginación visual como vía para alcanzar el conocimiento de los significados profundos”.

Aunque para Dante, las imágenes en su fantasía eran “inspiración divina de sus visiones”, en escritores contemporáneos procedían del “inconsciente individual o colectivo”, de los recuerdos o de epifanías, que son procesos que, aunque no son divinos, escapan a nuestras intenciones y nuestro control.

Jean Starobinski, que deja a la ciencia el conocimiento exterior y a la imaginación el conocimiento interior, encuentra su origen en el psicoanálisis freudiano. Starobinsk propone la imaginación como fuente de conocimiento o como identificación con el alma del mundo.

Calvino, buscando una respuesta a esta inquietud, dice que su narrativa fantástica parte de una imagen visual; y, aunque el relato es, para éste, “unificación de una lógica espontánea de las imágenes y de un proyecto guiado por una intención racional” y comparte la idea de “la identificación con el alma del mundo”, se muestra partidario del doble origen que propone Starobiski; a la vez que plantea un tercer origen de la “imaginación como repertorio de lo potencial, de lo hipotético, de lo que no es, no ha sido ni tal vez será, pero que hubiera podido ser”.

Señala que elementos como “la observación directa del mundo real, la transfiguración fantasmal y onírica, el mundo figurativo transmitido por la cultura en sus diversos niveles, y un proceso de abstracción, condensación e interiorización de la experiencia sensible, de importancia decisiva tanto para la visualización como para la verbalización del pensamiento”, intervienen en la formación de la parte visual de la imaginación literaria. En los relatos de Hoffmann, Chamisso, Arnim, Eichendorff, Potocki, Gógol, Nerval, Gautier, Hawthorne, Poe, Dickens, Turguéniev, Leskov para llegar a Stevenson, Kipling, Wells y Henry James reconoce las fuentes de su imaginación visual.

Los científicos, además de los literatos, también se preguntan por el origen de las imágenes en la fantasía. Douglas Hofstadter, por ejemplo, señala que no sabe con absoluta claridad de dónde proceden, porque su origen es demasiado vago y su fuente es invisible. Para Giordano Bruno, el espíritu fantástico, que es un pozo sin fondo, es un “golfo, nunca saturable, de formas y de imágenes”.  Tanto la mente del poeta como la del científico “funcionan según un procedimiento de asociaciones de imágenes”. Es por ello que se considera a la fantasía como “una especie de máquina electrónica que tiene en cuenta todas las combinaciones posibles y elige las que responden a un fin o simplemente las que son más interesantes, agradables, divertidas”.

Ante la pregunta si ¿será posible la literatura fantástica en el año 2000, dada la creciente inflación de imágenes prefabricadas?, Calvino responde que habrá que “reciclar las imágenes usadas en un nuevo contexto que les cambie el significado”, y “hacer el vacío para volver a empezar desde cero”. Y para ello propone como modelo a Balzac, “situado en una encrucijada de la historia de la literatura, en una experiencia «de límite», unas veces visionario, otras realista, otras las dos cosas al mismo tiempo, siempre como arrastrado por la fuerza de la naturaleza, pero también siempre muy consciente de lo que hace”. Balzac primero fue fantástico y luego realista. “El Balzac fantástico trató de capturar el alma del mundo en una sola figura entre las infinitas figuras imaginables…”, y “el Balzac realista tratará de cubrir de escritura la extensión infinita del espacio y del tiempo pululantes de multitudes, de vidas, de historias”.

Sólo a través de la escritura cobran vida las fantasías y las realidades, porque en ésta la interioridad y la exterioridad, yo y el mundo, la fantasía y la experiencia están hechas de la misma materia verbal; “las visiones polimorfas de los ojos y del alma se encuentran contenidas en líneas uniformes de caracteres minúsculos o mayúsculos, de puntos, comas, paréntesis; páginas de signos alineados, apretados como granos de arena, representan el espectáculo abigarrado del mundo en una superficie siempre igual y siempre diferente, como las dunas que empuja el viento del desierto”.


3. Nociones o categorías centrales.

a. La “alta fantasía”.

Es la parte más elevada de la imaginación interior, no corporal o sensorial, que encontramos en la Divina Comedia de Dante, donde trata de definir el papel de la imaginación, la parte visual de la fantasía. Es la fantasía que ensimisma al hombre de tal manera que no escucha otros “sonidos” por más estentóreos que ellos sean. Es el desborde de la imaginación que se impone a nuestras facultades y voluntad para alejarnos del mundo exterior y llevarnos al fantástico mundo interior, íntimo. Esas imágenes fantásticas, dada su profunda interioridad, proceden del Dios.

b. Las “imágenes prefabricadas”.

El catolicismo de la Contrarreforma, “un vehículo fundamental de la comunicación visual”, contenía una “imagen dada, propuesta por la Iglesia misma, no «imaginada» por los fieles”. El futuro de imaginación individual está en inminente riesgo en la llamada “civilización de la imagen” ante el avasallador poder inconsciente de las imágenes prefabricadas, las imágenes reflejadas por la cultura. “Hoy la cantidad de imágenes que nos bombardea es tal que no sabemos distinguir ya la experiencia directa de lo que hemos visto unos pocos segundos en la televisión. La memoria está cubierta por capas de imágenes en añicos, como un depósito de desperdicios donde cada vez es más difícil que una figura logre, entre tantas, adquirir relieve”.

 Para no sucumbir ante la civilización de la imagen, la literatura en la actualidad debe apuntar a la novedad, la originalidad y a la invención, pues ahora lo imaginario no debe estar atado a una autoridad o a una tradición determinadas.


5. LA MULTIPLICIDAD, EL IDEAL DE LA NOVELA COMO ENCICLOPEDIA

 1. Tesis propuesta

El ideal de la novela enciclopédica o hipernovela y como red de conexiones entre los hechos y las cosas del mundo, en donde se integren el yo individual con el yo de los otros, “para hacer hablar a lo que no tiene palabra, al pájaro que se posa en el canalón, al árbol en primavera y al árbol en otoño, a la piedra, al cemento, al material plástico...”


2. Desarrollo argumentativo

Entre los autores que han intentado la construcción de la novela como “enciclopedia” cita a Cario Emilio Gadda (“El zafarrancho aquel de Vía Merulana”) y Robert Musil (“El hombre sin atributos”), escritores “de formación técnico-científica y filosófica”, Marcel Proust (“La prisionera”), Johann Wolfgang von Goethe, Georg Christoph Lichtenberg, Gustave Flaubert (“Bouvard y Pécuchet”), Raymond Queneau, Thomas Mann (“La montaña mágica”), Thomas Stearns Eliot y James Joyce (“Ulises”), Alfred Jarry (“El amor absoluto”), Paul Valéry, Jorge Luis Borges (“El jardín de senderos que se bifurcan”) y Georges Perec.

Gadda “ve el mundo como un «sistema de sistemas» en el que cada sistema singular condiciona los otros y es condicionado por ellos”; en sus novelas “cada mínimo objeto está visto como el centro de una red de relaciones”; en él el conocimiento de las cosas “exige que todo sea exactamente nombrado, descrito, ubicado en el espacio y en el tiempo”. Musil expresa “la tensión entre exactitud matemática y aproximación a los acontecimientos humanos, mediante una escritura totalmente distinta: fluida, irónica, controlada… Todo lo que sabe o lo que piensa lo deposita en un libro enciclopédico…” En Proust, la red que vincula todas las cosas “está hecha de puntos espacio-temporales ocupados sucesivamente por cada ser, lo que implica una multiplicación infinita de las dimensiones del espacio y del tiempo”. Goethe escogió “la novela como forma literaria capaz de contener el universo”. Novalis se propuso “escribir un «libro absoluto» visto ya como una «enciclopedística», ya como una «Biblia»”. Humboldt llevó “a buen fin su proyecto de una «descripción del universo físico». Mallarmé intentó fallidamente el “proyecto de un libro absoluto como fin último del universo”. Flaubert, para su inconclusa novela “Bouvard y Pécuchet”, debió acudir a todo el saber enciclopédico que demandó la realización de unas 1.500 consultas de textos. “Flaubert en persona es quien se transforma en una enciclopedia universal, asimilando con una pasión no menor que la de sus héroes todo el saber que ellos tratan de apropiarse y todo el saber del que quedarán excluidos”. Mann escribe la “Montaña mágica” como la “introducción más completa a la cultura” del siglo XX; en ella están contenidos “todos los temas que aun hoy siguen alimentando las discusiones”.

Como ejemplos de multiplicidad presenta el texto unitario, como la novela breve “El amor absoluto” de Alfred Jarry, en donde se cuentas tres historias a la vez; el texto múltiple “sustituye la unicidad de un yo pensante por una multiplicidad de sujetos, de voces, de miradas sobre el mundo, según ese modelo que Mijail Bajtin ha llamado «dialógico» o «polifónico» o «carnavalesco», y cuyos antecedentes encuentra en autores que van de Platón a Rabelais y a Dostoievski”; “la obra que, ansiosa por contener todo lo posible, no consigue darse una forma y dibujarse unos contornos”, como se aprecia en Gadda y Musil; y “la obra que corresponde en literatura a lo que en filosofía es el pensamiento no sistemático, que procede por aforismos, por centelleos puntiformes y discontinuos”, del cual es digno representante Paul Valéry con su prosa y ensayos. El ideal de “una literatura que haya hecho suyo el gusto por el orden mental y la exactitud, la inteligencia de la poesía y al mismo tiempo de la ciencia y de la filosofía” se halla en Valéry.

Jorge Luis Borges es quien mejor ha realizado el ideal de Valéry “en cuanto a exactitud de imaginación y de lenguaje, construyendo obras que responden a la rigurosa geometría del cristal y a la abstracción de un razonamiento deductivo”. La predilección de Calvino por Borges, que es una constante en sus “Seis propuestas”,  es porque “cada uno de sus textos contiene un modelo del universo o de un atributo del universo: lo infinito, lo innumerable, el tiempo eterno o copresente o cíclico; porque son siempre textos contenidos en pocas páginas, con una ejemplar economía de expresión; porque a menudo sus cuentos adoptan la forma exterior de alguno de los géneros de la literatura popular, formas que un largo uso ha puesto a prueba convirtiéndolas en estructuras míticas”.  Como ejemplo cita el cuento “El jardín de senderos que se bifurcan”, un  vertiginoso ensayo sobre el tiempo”,  que “se presenta como un cuento de espionaje, que incluye un cuento lógico-metafísico, que incluye a su vez la descripción de una interminable novela china, todo concentrado en una docena de páginas”. El modelo de la red de los posibles lo encuentra en los textos de Borges.

Con estos argumentos Calvino pretende fundamentar su propuesta de su “hipernovela” para “dar la esencia de lo novelesco concentrándola en diez comienzos de novelas, que desarrollan de las maneras más diferentes un núcleo común, y que actúan en un marco que los determina y está a su vez determinado por ellos”, tal como lo muestra en la novela “Si una noche de invierno un viajero”. En su libro “El castillo de los destinos cruzados” expresa “el mismo principio de muestrario de la multiplicidad potencial de lo narrable”. “La vida, instrucciones de uso”, de Georges Perec, es otra muestra de “hipernovela”, la cual fue “construida con muchas historias que se entrecruzan, haciendo revivir el placer de los grandes ciclos”. Este texto es una “suma enciclopédica de saberes que dan forma a una imagen del mundo”. Perec desprecia la vaguedad.


3. Conclusión

El ideal de la novela “enciclopédica”, aunque se ha intentado, preferentemente en la literatura moderna, no se ha cumplido; ha habido varios intentos, fallidos la mayoría. Pero se sigue intentando porque para que exista la literatura ésta debe “proponerse objetivos desmesurados”, y sólo los poetas y escritores son capaces de estas quijotescas empresas. Siempre ha existido la intención “de representar la multiplicidad de las relaciones, en acto y en potencia”. Es por ello que “el gran desafío de la literatura es poder entretejer los diversos saberes y los diversos códigos en una visión plural, facetada del mundo”.

A pesar de las objeciones en contra de su ideal, Calvino plantea que somos una combinatoria de experiencias, de informaciones, de lecturas, de imaginaciones. “Cada vida es una enciclopedia, una biblioteca, un muestrario de estilos donde todo se puede mezclar continuamente y reordenar de todas las formas posibles”.


LUIS ANGEL RIOS PEREA

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