viernes, 7 de enero de 2011

EL RESCATE DE NUESTRO PATRIMONIO, UNA NECISIDAD URGENTE DEL COLOMBIANO

Que los colombianos tenemos la imperiosa e impostergable necesidad de rescatar nuestro patrimonio material e inmaterial, natural y cultural, es la tesis que me propongo defender, con el debido fundamento metodológico, epistemológico, sociológico y filosófico, teniendo en cuenta las indicaciones de la “actividad” y los conceptos tratados en los numerales 2, 3 y 4 del texto “El rescate patrimonial: reflexiones generales y santandereanas”.

Ante el impresionante y arrollador avance “imparable” del sistema productor de mercancías (capitalismo), que exacerba la vorágine consumista y condiciona nuestro hacer y nuestro ser, surge la necesidad de repensar y replantear la realidad que nos circunda con el propósito de explorar opciones que nos permitan, hasta donde sea posible, el rescate patrimonial en inminente riesgo de perderse.

La preocupación, que surgió desde los albores de la revolución industrial, debe inquietarnos y concitarnos a la unión de voluntades y esfuerzos, debido a que nuestra región, otrora autosuficiente en la producción de manufactura artesanal, viene perdiendo sus saberes y habilidades para la elaboración de utensilios de uso doméstico como tejidos en lana y algodón, vasijas de barro, cucharas de palo, etcétera. El auge de las mercancías “foráneas” amenaza con acabar con el saber hacer de los herreros, hilanderos, tejedores, alfareros, agricultores, paneleros, talabarteros, etcétera.  El proceso industrial masivo de textiles y de otros tejidos contribuyó al cierre de la empresa “Hilanderías del Fonce” en el vecino municipio de San Gil. En el caso específico de nuestro municipio de Charalá, por ejemplo, la fibra sintética  reemplazó al fique del cual nuestros campesinos elaboraban “chácaras”, mochilas, “pretales”, “cinchas”, cabuyas, “clinejas”, “chivas”, lazos, costales y otros tejidos. Hasta los rudimentarios, y supuestamente “ilegales”, procesadores de aguardiente casero (“chirrinche”), conocidos popularmente como “sacatines” o alambiques, empleados por nuestros ancestros para “destilar” de la caña (cultivo masivo de la región) la tradicional debida alcohólica, desaparecieron del área rural, y con ellos un saber hacer y un oficio inveterado. Es muy probable que otras bebidas tradicionales de esta zona del país, como el “guarapo” de caña, la chicha de maíz y el masato de arroz, desaparezcan para apetecer bebidas artificiales producidas por grandes fábricas nacionales y extranjeras. Según testimonios de varios campesinos, peyorativamente designados como “jornaleros”, ellos hacen ingesta del popular “guarapo” o “whisky tres natas” para soportar estoicamente la inclemencia del sol y el rigor de las extensas y agotadoras jornadas del arduo trabajo agrícola.

Esta inquietante realidad, aunada a los procesos que impone la dinámica consumista, con los que se atenta contra la flora, la fauna, la biodiversidad,  la ecología y “el aspecto patrimonial del paisaje”, pues su finalidad es sustituir la diversidad de cultivos por el monocultivo en pos de la satisfacción de la demanda de biocombustibles y la “potrerización” para el pastoreo de ganado en regiones no aptas para esta actividad, debe despertar en cada uno de nosotros y en los “militantes culturales” el ánimo de luchar por el rescate de ese patrimonio que (¿inexorablemente?) pretende arrebatarnos la voracidad del sistema de producción capitalista. Esa lucha que debemos emprender tiene que hacer frente a los efectos “colaterales” de la revolución industrial y al desconocimiento de las diferencias que produce la intolerancia.

Sin entrar a “satanizar” a la revolución industrial ni desconocer su concomitante progreso de la ciencia y de la tecnología, que, indudablemente, en muchos casos ha estado al servicio de la humanidad, sí es evidente que su sorprendente desarrollo ha servido de acicate al capitalismo que nos viene alienando con su desmedido poder del consumismo y sus inexorables leyes del mercado. Según Karl Marx, el capitalismo reduce nuestra vida a una arrebatiña económica. “La economía política (la racionalidad de la explotación), con su proposición sofística (ley de la oferta y la demanda) de los economistas, inclinados a favorecer a los fuertes contra los débiles, es la ciencia de la crueldad, la injusticia y la rapiña”1. Para el psicólogo e investigador cubano Augusto Ramírez, “la voracidad consumista sólo es sustentable mediante la rapiña”2. Esta dinámica, producto “indirecto” de la revolución industrial, es la responsable de la producción en masa que busca “abaratar” los costos y así producir más y ganar más, generando una desigual competencia a los trabajadores de la manufactura artesanal.

La fabricación artesanal de textiles, en un principio afectada por la revolución industrial, aún sigue en decadencia, por cuanto ya no confeccionan manualmente sacos, bufandas, sombreros, abrigos, vestidos, etcétera. Las grandes fábricas, en las cuales impera la producción en cadena y en masa, gracias a la eficiente utilidad de las nuevas tecnologías, con fibras sintéticas y algodón procesado, con tejedoras automatizadas vienen apoderándose del trabajo que otrora realizaban laboriosas y expertas manos de tejedores artesanales. Así una prenda hecha con fibra sintética cause incomodidades y hasta enfermedades, se prefiere ésta por encima de una elaborada por nuestros artesanos con algodón; lo importante es lo de “marca” y lo extranjero. Para este tipo de compradores pareciere que su máxima fuera: “Mientras existan las onerosas ventas por catálogo (“Yanbal”, “Ebel”, “Avon”, “Leonisa”…), para qué darles empleo a modistas, sastres, tejedoras, artesanos, joyeros, etcétera”. ¿Será que esta máxima se aplica en nuestra Charalá? ¡He ahí la cuestión!

Es muy cierto que el concepto utilitarista del mundo ha contribuido a la problemática que nos ocupa. Eso de que “sólo vale lo que sirve, lo que proporciona rentabilidad inmediata, sin que importen los demás aspectos que acompañan un producto…”, es una verdad irrefutable para el sistema capitalista. Lo inútil no sirve, tal como lo reconoció Goethe cuando afirmó que lo que no presta utilidad, es un trasto inútil; “¡sólo es útil lo que puede servirnos en un momento dado!”3. El “hombre práctico” o el “hombre automático” (Marx), producto del sistema de producción capitalista (productor de mercancías, que pretende moldearlo todo, que deforma nuestra conciencia) que cosifica e instrumentaliza a las personas, movido por la competencia desenfrenada y asesina, no tiene tiempo para pensar y se pierde en esta “brutalidad con la que esta forma de reproducción convertida en modelo social universal devasta al mundo”4.

La concepción utilitarista de la cultura, que hunde sus raíces en el utilitarismo inglés y el pragmatismo norteamericano, la refleja José Saramago en su novela La Caverna, en donde se demuestra que lo práctico se impone sobre lo artesanal. “-Yo no soy bueno, soy práctico-, cortó el jefe de compras. -Tal vez la bondad también sea una cuestión práctica-, murmuró Cipriano Algor. -Repita, no he entendido bien lo que ha dicho. -No haga caso, señor, no era importante. -Sea como sea, repita. -Dije que tal vez la bondad sea también una cuestión práctica. -Es una opinión de alfarero. -Sí señor, pero no todos los alfareros la tendrían. -Los alfareros se están acabando, señor Algor. Opiniones de éstas, también”5. O el producto interesa o el producto no interesa. Las cosas son importantes en tanto posean valor de uso y valor de cambio. De un momento a otro, abruptamente, el “Centro” deja de comprarle los productos de alfarería que produce Cipriano Algor, único medio de conseguir sus sustento diario, porque habían aparecido “unas piezas de plástico que imitan al barro, y lo imitan tan bien que parecen auténticas, con la ventaja de que pesan menos y son mucho más baratas”6.

Así como en la obra de Saramago, los productos de alfarería y las figurillas de barro producidas por el alfarero Cipriano Algor fueron sustituidos  por El Centro (símbolo del capitalismo) por utensilios de plástico,  la “mecanización” y tecnificación de las modernas fábricas de ladrillo y tejas de barro dieron al traste con los otrora llamados “chilcales” de Charalá (fábricas rudimentarias para la producción artesanal de dicho material utilizado en la construcción de viviendas). La teja de barro, poco a poco (como ocurre en algunas regiones de Colombia) viene siendo reemplazada por teja de “eternit”, teja de lata, teja de acero, teja de cinc y teja plástica. El plástico prima sobre el barro, lo artificial sobre lo natural. “La constatación que se ha pasado de una sociedad agraria-artesanal con unos ritmos, ritos y relaciones específicamente identificables a sociedades más industrializadas, altamente tecnificadas, de velocidades impresionantes, ritmos de vida rápidos y sensaciones de extrañamiento y desarraigo en las grandes ciudades, es lo que se percibe en la historia de los protagonistas”7. La obra nos muestra como el “omnipotente” “Centro” (también símbolo de la globalización) ejerce un enorme poder en la economía, sobre el comercio, sobre el trabajo y sobre las personas.

El filósofo uruguayo José Enrique Rodó, en los albores del siglo XX, a pesar de que reconocía la grandeza de los Estados Unidos, hacía un vehemente llamado a la juventud latinoamericana para que no imitaran el modelo “práctico” y alienador de la nación del norte, a la cual le reprochaba su mentalidad utilitarista y pragmática que sólo persigue el éxito material, convirtiendo el trabajo utilitario en fin y objeto supremo de la vida, que los aleja del ocio y del cultivo del espíritu.  “Su superioridad es tan grande como su imposibilidad de satisfacer a una mediana concepción del destino humano… Vive para la realidad inmediata del presente, y por ello subordina toda su actividad al egoísmo del bienestar personal y colectivo… es un monte de leña al cual no se ha hallado modo de dar fuego”8. Con su utilitarismo pretenden dominar e imponer sus ideas y su cultura. El filósofo José Ortega y Gasset señalaba en su tiempo que Estados Unidos todavía tenía que ser muchas cosas; entre ellas, algunas de las más opuestas a la técnica y al “practicismo”.

La idolatría por lo moderno, ese “snobismo”, se evidencia preferencialmente en la juventud, profundamente alienada por los “cantos de sirena” de lo que está de moda, de lo que está “in”. Acuden a los productos novedosos porque los consideran más prácticos, mejores y les sirven para perfeccionar su “look”, desechando los rústicos y artesanales atuendos elaborados por la mano del artesano nuestro. Mientras los obsesivos compradores, entre los que prima la juventud, ávida de “novedades”, prefieren lo foráneo (ropa, calzado, sombreros, música, literatura, cine, etcétera), favoreciendo la “invasión” acrítica de las mercancías y modas extranjeras, los colombianos todos los días cierran pequeñas y grandes empresas, talleres, fábricas y microempresas familiares porque son pocos los compradores de lo producido orgullosamente en nuestro país.  Los compradores, envueltos en la bruma alienadora del consumismo, propio de nuestro sistema productor de mercancías, compran todo aquello que anuncian las multinacionales en televisión, pero no compran lo nuestro porque eso no es anunciado en ésta. ¿Así qué corporaciones, fábricas, almacenes, alfarerías y artesanías pueden sostenerse ante la arremetida violenta del consumismo que prefiere lo que se produce allende de nuestras fronteras patrias? ¿Será que los extranjeros también aprecian en la misma medida nuestros productos, nuestra música, nuestra literatura, nuestro cine y nuestras artesanías? Ante esta ineluctable realidad ¿será fácil rescatar nuestro patrimonio material e inmaterial? Es difícil, pero se puede, así parezca una quijotada. Ese rescate depende de nosotros, en nuestras manos está que esta problemática continúe en desmedro de nuestro patrimonio y de nuestra identidad, así tengamos que luchar contra “la voluntad de las clases dominantes”, apátridas e incultas, “que no le ven interés alguno en lo que aquí se recalca como esencial para la identidad nacional”. Si sabemos dónde estamos, ¿nos vamos a quedar ahí?

Los efectos destructivos de la intolerancia en contra de nuestro patrimonio material, principalmente, empezaron en lo que hoy es Colombia desde el momento en que el oprobioso colonialismo cultural, impuesto por España, irrumpió abrupta y violentamente en nuestra cultura autóctona. Así como arrasó con construcciones milenarias, también impuso una religión, unas maneras de pensar y unos estilos de vida contrarios a la población “descubierta” y “colonizada”. En tanto que destruían templos y otras edificaciones, símbolo de la milenaria sabiduría de nuestras culturas, construían los suyos como una forma de imponer su enorme e incuestionable poder.

Lamentablemente, esos “efectos destructivos de la intolerancia”, se han dado en todos los tiempos y en todos los lugares de la tierra. Como ejemplos históricos tenemos la invasión que otrora hacían los imperios sobre los pueblos, la destrucción de ciertos elementos del patrimonio material del pueblo griego por el imperio Romano, el incendio de la biblioteca de Alejandría por parte de los musulmanes, el saqueo y el pillaje  de las Cruzadas, y, recientemente, el bombardeo y la destrucción del patrimonio y legado histórico de una región de la Mesopotamia, en donde, según la tradición, nació la civilización occidental.

Tradiciones orales y escritas, rituales, mitos, leyendas, ceremoniales, cultos, creencias, ídolos, imágenes, etcétera, que formaban parte de la identidad cultural y del estilo de vida de las culturas autóctonas fueron arrasados, destruidos o sustituidos por la mano férrea y sangrienta del cruento colonialismo cultural europeo, particularmente español. Todo lo que no obedeciera a los patrones culturales europeos, al eurocentrismo, debía desaparecer o ser reemplazado según el “yo conquisto”, el “yo dispongo”, el “yo impongo”, “yo decido”, el “yo educo” y el “yo evangelizo” de la mentalidad del cruel conquistador y tirano colonizador europeo, que desconoció olímpicamente el respeto por la diversidad, por la diferencia, por la alteridad. La intolerancia de éstos homogenizó nuestra cultura, la volvió unidimensional, ignorando la dimensionalidad de nuestro ser. Así se entronizó el fenómeno de la globalización impuesto por la pragmática ética del capitalismo, difundiéndose con preferencia el modelo norteamericano. El problema de la globalización capitalista es el tema de la aludida novela La Caverna de Saramago. “Para quienes no tienen el don de la reflexión profunda, el fenómeno de la globalización es un hecho tangible, evidente y palpable que los debe convencer que lo práctico debe imponerse, debido a que somos una “aldea global” que necesita “ver” más allá de nuestro entorno para buscar el progreso económico y el desarrollo en diversos tópicos de la cotidianidad, dentro de los cuales es muy importante el revolucionario universo de las comunicaciones”9.

Las personas alienadas por este complejo fenómeno sólo piensan en el consumo de mercancías elaboradas en el país del norte, algunas de Europa y de los países asiáticos. Las mercancías colombianas, especialmente las artesanales, no interesan a este tipo de comprador y consumidor. En esa dinámica el cine nacional, por citar un ejemplo, no tiene la misma acogida que las “taquilleras” películas “gringas”. El cine “gringo” tiene acción y el colombiano mensajes; pareciera que interesa más la acción que el mensaje. 

La globalización capitalista, con tal de construir sus megacentros, sus hipercentros, para vender sus mercancías, viene desplazando personas y alterando los hábitos de vida y de consumo. Lo mismo ocurre en los campos con el monocultivo, con el pastoreo, con la construcción de industrias contaminantes, la obtención de materias primas agrícolas por parte de las multinacionales, los megaproyectos agroindustriales, la agricultura empresarial, con la exploración y explotación de recursos minerales y otras actividades que llevan a la destrucción del entorno ecológico y a la contaminación de los cauces hídricos. “Entre la contaminación atmosférica y la destrucción de la flora y fauna marinas por los desechos industriales se extiende un amplio conjunto de problemas nuevos”10. Con el fenómeno de la “potrerización” para el pastoreo del ganado, nuestro entorno paisajístico se viene alterando sustancialmente y, en vez de bosques, venimos observando “todo el lomerío pelón, sin un árbol, sin una cosa verde donde descansar la vista…”11.

El problema de nuestra identidad nacional se podría decir que está aún en proceso de gestación. Empezando porque muchos colombianos tienen problemas con su identidad individual: todavía no tienen la conciencia de ser ellos mismos y sentirse distintos a los demás. Ni siquiera fueron capaces de definir su identidad al cierre de su adolescencia: quiénes eran, dónde estaban y para dónde iban. El colombiano sin identidad “no va a nada, no tiene proyecto ni misión, sino que, más bien, sale a la vida para ver si las de otros llenan un poco la suya”12. No sabe adónde va y qué busca, y por eso es un perdido en la existencia. Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada. Es un hamletiano que sueña con un papel en la vida y desempeña otro. ¿Quién es “él mismo” en realidad?: ¿El del papel que representa o quien pretende ser? Al no ser el que cree ser, no llega a ser nunca el que anhela ser.

Nuestra identidad cultural embrionaria se encuentra muy frágil, y por ello es fácil de contaminarse y, lo más preocupante, perderse. Como colombianos somos intolerantes e inseguros, y estos fenómenos nos llevan a ocultar el amor que debemos sentir por nuestro patrimonio, por nuestra cultura. . “La tolerancia tiene como condición la conciencia de la propia identidad y sentido realista de propio valor. Sólo quien está seguro de su identidad cultural está en condiciones de aceptar como legítimo todo lo extraño y diferente. Es la forma de vida cotidiana la que define la identidad, por ello no debe sorprendernos que personas inseguras en estos campos muestren tendencia a la intolerancia”13. Nos avergonzamos de nuestros ancestros y de nuestros semejantes a quienes estigmatizamos por su raza, lugar de habitación o procedencia, por su linaje o su descendencia. Muchos coterráneos incurren en el exabrupto de denostar de nuestro patrimonio. En este sentido nuestro filósofo Fernando González Ochoa nos invita a dejar la “vanidad” que nos hace vivir de apariencias, imitando, copiando. “La imitación ha sido nuestro vicio colombiano y latinoamericano. Imitamos versos, modas, catedrales, filosofía, modos de vida. Somos, por ello, vanidosos o vacíos de lo nuestro y de nosotros mismos. Todo es ajeno y simulado”14.

Expresando admiración por lo foráneo ya no quieren ser colombianos. Gracias a esa fragilidad el imperio norteamericano nos ha permeado de tal modo que nuestra cultura se fundió con la de esta nación y nos homogenizamos, comprometiéndose nuestra identidad como colombianos, como seres con derroteros y horizontes propios en los cuales podemos desarrollar de manera autónoma y libre nuestras potencialidades.

Nuestra identidad cultural en proceso de germinación (o de desaparición) se compone de una historia compartida con otras nacionalidades, del entorno familiar y del vecindario inmediato, de las diversas costumbres y tradiciones, de nuestra manera de hablar y de nuestro territorio con sus paisajes. Todo ese acervo de circunstancias ha dificultado la consolidación de nuestra identidad local, regional y nacional; ignoramos qué nos define en realidad. No nos identificamos con nuestras fiestas autóctonas, nuestros aires  musicales vernáculos, nuestro folclor regional, nuestras festividades. ¡Cómo será que muchos no tienen claridad conceptual sobre lo que entienden por cultura! Algunos limitan la cultura a lo meramente artístico, desconociendo sus otras ricas y grandiosas aristas, y que es la dimensión universal y diferenciante del ser del hombre, la cual está compuesta por las industrias o medios técnicos de la producción, las instituciones o conjunto de normas y organizaciones, y los valores o formas peculiares como un grupo aprecia y estima los distintos aspectos significativos de la existencia.

Al rechazo por algunos de nuestros productos alimenticios cultivados con abonos naturales y sin “ayudas” artificiales, para preferir las comidas “rápidas” o “chatarras” y los productos elaborados con nocivos conservantes o preservantes, se suma el hecho de que estamos “extranjerizando” nuestro idioma castellano (también impuesto por el colonialismo cultural) con americanismos, germanismos, galicismos, etcétera. Y qué decir del ataque a la lengua indígena, la cual se viene extinguiendo paulatinamente porque estamos “civilizando” al “indio”, al mal llamado  “indígena”, que en realidad y en aras de la justicia es el “aborigen”.

Con el amparo de las garantías constitucionales, como la libertad de pensamiento, de opinión y de expresión, es pertinente “increpar” al establecimiento, al régimen imperante, es decir, a las “clases dominantes”. “La justicia en las sociedades no exige que los hombres se hagan pasivamente a un lado mientras otros destruyen sus fuentes de vida…”15. ¿Cómo es posible que mientras se tolera la invasión extrajera de las multinacionales que, con sus exploraciones, explotaciones y construcciones, destruyen nuestro patrimonio, y no se combate con el debido ímpetu al narcotráfico, responsable en parte de la destrucción indiscriminada de bosques, alteración de cauces hídricos y demás atropellos a la ecología, se persiga a las personas que utilizan racionalmente la llamada palma o ramo, como una muestra de su arraigada, inveterada, ancestral y profunda fe para hacerla bendecir el “Domingo de Ramos”? Si les pedimos que tengan “identidad cultural”, ¿cómo es factible que se les persiga y se les incauten estas palmas que, incluso, ellos mismos cultivan con tanto esmero y fe? ¡Eso sería quitarles parte del fundamento de su fe, cuando algunos las utilizan como una forma de alejar las tempestades de acuerdo con el acervo de sus creencias  y tradiciones! La producción extranjera no demora en producir, de manera artificial, este tipo de palma e inundar nuestros mercados con este “ramo sagrado”.

Que el “poder” es tolerante con la invasión extranjera, especialmente la de los Estados Unidos es una realidad evidente… Basta con leer Cien años de soledad para comprender cómo el gobierno de turno permitió el establecimiento en la zona bananera del Magdalena de The Fruit Company, acusada de tener cierta responsabilidad en la “matanza de las bananeras”, con la supuesta permisividad del régimen imperante en esa época…

La conservación del territorio y los paisajes que nos vieron nacer y crecer son elementos claves para el fortalecimiento de la identidad cultural. Muchos apenas tienen la posibilidad de visitar otras tierras, en apariencia más viables para “ser profetas”, se olvidan de sus terruños natales; abandonando tradiciones, costumbres, hábitos de vida y ciertos saberes, perdiendo hasta su humildad para sentirse de “mejor familia”.

Algunos de los versos de la canción “El de mejor familia”, de la autoría de Óscar Humberto Gómez Gómez (orgullosamente santandereano), resumen algunos aspectos de la falta de identidad cultural.

“Ora no me vega que resultó de mejor familia,
que ya no conoce lo que es sancocho, lo que es morcilla,
que de su pueblito ya no recuerda ni a la patrona,
y que no sabe por qué a la hormiga llaman culona.

…y que ya confunde la ruana con el sombrero
porque esas jodas no se las ponen los extranjeros…

Busté el idioma que ha hablado siempre es el castellano,
ora no me vega con que no entiende lo que yo le hablo.
Por mucho estudio, muchos diplomas, así sea un sabio,
hasta en la jeta, mijo, le aflora el santandereano.

…que  ya no conoce lo que es bambuco, lo que es guabina,
que ya ha olvidado lo que es arepa, lo que es cocada…

A yo no me joda con que puallá perdió la memoria,
que ya no recuerda lo que es el mute o la mazamorra,
y que ya conjunde hasta la totuma y el lavadero
porque esas jodas nunca las usan los extranjeros…”


CONCLUSIONES

Luego de disertar y argumentar en defensa de la tesis propuesta, identificando la época y el lugar donde surgió la necesidad de rescatar nuestro patrimonio, señalar las circunstancias que atentan contra este rescate y elucubrar sobre la problemática de identidad cultural, surgen las siguientes conclusiones:

1. Es importante aclarar que así sea imperioso el rescate de nuestro patrimonio material e inmaterial, no podemos caer en el facilismo simplón de rechazar acríticamente todo el valiosísimo e imprescindible aporte que ha hecho la civilización a la humanidad, producto del quehacer cultural del hombre (aquí me refiero tanto al varón como a la mujer). Por el sólo ánimo de conservar las tradiciones y costumbres, no podemos rechazar la medicina, resultado de la paciente y abnegada investigación científica, por acudir a remedios caseros o a los “consejos de la abuela”, a los “secretos” de los curanderos, a los rezos, a las “agüitas”, a los exorcismos, cuando se trata de buscar alivio a las enfermedades que la medicina ha logrado combatir o sanar. Así mismo, no vamos a acudir a la mula o al caballo para realizar largos viajes por carreteras cuando hoy disponemos de vehículos para suplir esas necesidades de manera más eficiente, por el sólo hecho de conservar la tradición de montar a caballo.

2. No podemos encerrarnos en nuestro estrecho mundo local, regional o nacional con el propósito de no contaminarnos con la ideología foránea,  por defender nuestro patrimonio y nuestra identidad cultural, porque nuestras instituciones religiosas, políticas, económicas y científicas, la filosofía, nuestro idioma, la literatura clásica y el arte en general, proceden de Europa, y a estas alturas no es nada fácil prescindir de ellas. Este problema ya lo había detectado Luis López de Mesa, y por ello recomendaba una síntesis cultural más universal para superar la cultura europea que nos ha servido de mentor espiritual. “Es una verdad ineludible el que carecemos de una rica imaginación aún: en cuatro siglos no hemos inspirado una religión, una filosofía, un drama universal, un poema épico, ni en pintura un cuadro de composición original, ni en música una interpretación eminente de lo humano. Hasta hoy vivimos de prestado en grandes proporciones… Nos independizamos oportunamente, pero sin la adecuada preparación racial, territorial, cultural y económica. Continuamos siendo colonia… de España, en literatura y legislación; de Francia, en literatura e ideología general; de Inglaterra, en lo económico y en algunas normas sociales… de Roma, en religión y preceptos morales…”16. López de Mesa advierte que mientras no superemos esa dependencia tendremos problemas de identidad cultural.

3. Con el ánimo de no perder saberes y rescatar algunas tradiciones, sin irnos a los extremos, urge el rescate del patrimonio regional de la alfarería, las artesanías, los tejidos, la hilandería manual y el cultivo de ciertos productos como el fique, entre otros que han venido desapareciendo, con el propósito de recuperar mano de obra y ocupar a personas que quieren producir ciertos utensilios de fabricación rudimentaria, casera o artesanal, y obtener algunos ingresos ante la dificultad para estudiar en la universidad, emplearse o establecer un trabajo independiente que sea fuente de grandes ingresos. Aprender un arte en estos tiempos de crisis es importante para la subsistencia. ¡Cuántas mujeres, humildes modistas, ganan más que un profesional universitario! Uno de los talabarteros de Charalá, gracias a su diligencia y a su habilidad en ese arte, gana más dinero que un empleado de la Alcaldía o de cualquiera de los bancos que hay en esta ciudad. Si queremos rescatar nuestro patrimonio y fortalecer nuestra identidad cultural, necesitamos más “Úrsulas Iguarán” y “Aurelianos Buendía” (personajes de la novela Cien años de soledad) para fabricar artesanalmente “animalitos de caramelo” y “pescaditos de oro”.

4. Cuando se trata de construir un barrio de interés público o una obra para el servicio urgente de la comunidad, como un hospital o un “ancianato”, no podemos obstaculizarlas por mantener en pie una vieja casa o unas piedras porque allí vivieron unos aborígenes, sin que haya certeza absoluta o, al menos relativa, de que eso corresponde con la realidad. Si la misma administración municipal no se preocupa por la restauración de la vetusta y “destartalada” hacienda “El Resguardo”, patrimonio histórico de Charalá, ya que, según los “historiadores”, esa estancia fue un asentamiento “indígena”, ¿entonces cómo se pretende que los particulares no destruyan las “reliquias” históricas que encuentran en sus fincas?

5. Eso de que las cosas no son lo que parecen ni parecen lo que son, se refleja en lo siguiente: Diversas generaciones familiares de una vereda de Coromoro (obviamente, por falta de espíritu crítico, de rigurosidad histórica y creer en “leyendas”) nacieron y crecieron con la firme convicción de que las vetustas paredes que, con tanto esmero, cuidaron, restauraron y conservaron eran de la casa donde nació y vivió la heroína Antonia Santos. Tiempo después, con gran decepción, se enteraron que ésta ni había nacido ni vivido allí, sino en otro lugar distante: el municipio de Pinchote, tal como lo confirma su partida de bautismo, cuyo facsímil encontramos en la página 99 del libro En nombre de la libertad del historiador charaleño Edgar Cano Amaya. Esta “anécdota” debe enseñarnos que en cuestiones de “patrimonio material e inmaterial”, como en otros aspectos de la vida, no debemos ser tan cándidos ni credulones para evitar ser objeto de engaños como los que se registran en algunos lugares de la Costa Caribe, en donde “avivatos” elaboran piezas de artesanía y, luego de un rápido proceso de “envejecimiento”, se las venden a los incautos turistas como reliquias históricas, “fabricadas” antaño por los “aborígenes” que habitaron esa región del país. Así mismo ocurre con la “astucia” de otros que en ciertos lugares de Colombia les pegan un penacho de plumas sobre la cabeza a los loros para venderlos como “auténticas” cacatúas… Es por eso que el “gestor y el administrador cultural”, el “militante cultural”, debe ser una persona crítica, iconoclasta, contestataria, desmitificadora, para que no “trague entero”, si no quiere terminar más alienada que aquél que no quiere rescatar el patrimonio material e inmaterial y no tiene una sólida identidad cultural.

6. Por el rescate de la “identidad cultural”, por el “rescate de la memoria histórica” colombiana, no es procedente que, por parte de los historiadores “oficiales”, se “ensalcen” y se “enaltezcan” de manera desmedida a determinados héroes y heroínas como adalides absolutos de nuestra “independencia”, de nuestra emancipación. No se puede desconocer que su aporte fue valioso en el plano revolucionario, ideológico y militar. Pero pretender hacernos “creer” que sin ellos no nos hubiéramos “liberado” tan fácilmente del dominio español, es un asunto que hay que replantear. Los verdaderos adalides, paladines, héroes, heroínas y próceres de nuestra “independencia” fueron  las ideas de la Ilustración, alimentadas con el pensamiento filosófico, con el filosofar, de Descartes, Locke, Voltaire, Diderot, D’Alembert, Rousseau, Kant y otros más. La enciclopedia la Historia de Colombia (tomo 3) señala que “no es difícil que en un país como el nuestro se haya escogido una pelea a puñetazos y pescozones como el momento clave de nuestra libertad”. La filósofa e historiadora Diana Uribe Forero, en su Historia de las independencias, nos dice que lo que llamamos modernidad, América e independencia es el resultado del pensamiento. “Todo lo que va a sacudir el mundo –señala Uribe Forero-, lo que va a formar la modernidad, lo que va formar el nacimiento de todos estos países tiene su origen en algo que llamamos la modernidad, y eso es un grupo de filósofos… Las ideas son las fuerzas más poderosas que inventa el ser humano; las ideas viajan en el tiempo, entran en los corazones, transforman los pensamientos, inflaman las pasiones, generan utopías, hacen que las personas se entreguen por completo a una causa; detrás de una causa hay una idea. Por eso las ideas de la Ilustración son el laboratorio que va sacudir a Europa y que va a producir el nacimiento de nuestro continente… ¡Como serán de poderosas, como serán de fuertes, que logran atravesar océanos, cordilleras, continentes, civilizaciones y tiempos! Una de las fuerzas más grandes que tiene la historia es la fuerza de las ideas... Esas ideas se van a concretar en revoluciones”.

7. En aras de hacer pleno uso de la libertad de pensamiento, es procedente discrepar respetuosamente del condicionamiento de elaborar el presente ensayo “con un promedio de 1600 a 2000 palabras”. Esto, además de atentar contra los derechos a la libertad de pensamiento, de opinión y de expresión, es antipedagógico y antiacadémico. Da la impresión de que, tácita, implícita y veladamente, se estuviera indicando que “se piense hasta aquí y no se piense más de allí”. Como si se le pusieran límites al pensamiento. No se puede ignorar que el pensamiento libre no tiene límites ni fronteras. ¿Acaso eso no será como una especie de “educación” domesticadora? Mientras Thomas Mann (un espíritu libertario e iconoclasta) necesitó más de 1000 páginas para tratar de manera brillante y genial el rumbo y el sentido del proyecto de la modernidad con todas las contorsiones del mercantilismo industrial, en su novela La montaña mágica, Richard Bach (otro espíritu libre) necesitó menos de 100 páginas para expresarnos el ansia de libertad, la búsqueda de la perfección, el valor de la amistad, el derecho que tenemos de ser lo que queramos ser y el encuentro de una razón que justifique nuestra existencia, en su novela Juan Salvador Gaviota. El irrefutable éxito e innegable influencia de estas obras tan grandiosas radica en que sus autores no tuvieron límites para expresar sus ideas… “Ocurre con el pensamiento lo que con el amor; el mandato nada puede, la imposición menos todavía. Nada hay más independiente que el amar y el pensar”17. El llamado del filósofo Benito Spinoza, de que cada cual debía tener libertad de pensar lo que quisiera y decir lo que pensara, aún prosigue vigente.

8. No obstante estas “invitaciones” a la moderación en el rescate de nuestro patrimonio, de todo cuando hemos construido culturalmente, no quiere decir que nuestra lucha vaya a tener descanso en el ejercicio de diseñar estrategias, de pensar y repensar la realidad, y de plantear y replantear soluciones a la problemática, a través de una auténtica “revolución cultural” que requiere del compromiso y los denodados esfuerzos de la familia, la sociedad y el Estado, en concordancia con el principio de corresponsabilidad. La difícil tarea empieza con la generación de una conciencia crítica (reflexiva) de los adultos y educadores, para que junto con los demás estamentos e instituciones estatales, se emprenda un quehacer que permita que la juventud aprenda a pensar por sí misma con  el ánimo de que logre una definición satisfactoria de su identidad, y de esta manera sea capaz de la toma de decisiones libres, autónomas y responsables. Con estas herramientas podrá conocerse a sí mismo, conocer a los demás, respetar las diferencias y ser tolerante; circunstancias que lo llevarán a repensar su realidad y la realidad que lo circunda, decidiendo cómo se compromete con el rescate del patrimonio material e inmaterial y madurando su identidad cultural, sin caer en facilismos ni relativismos. Todo esto parece una utopía, pero ¿acaso no son las utopías las que nos impulsan a materializar nuestros más anhelados sueños?

Referencias bibliográficas:

1. RIOS PEREA, Luis Ángel. La imperiosa necesidad de aprender a filosofar. www.monografías.com
2. RAMIREZ, Augusto. Consumismo, familia y sociedad. www.librodot.com
3. GOETHE, Johann Wolfgang von. Fausto. Casa editorial El Tiempo, Bogotá, 2004, p. 25.
4. KURZ, Robert. Razón sangrienta. www.librodot.com
5. SARAMAGO, José. La caverna. www.librodot.com
6. Ibídem.
7. OSORIO ARENAS, Juan Carlos. La caverna de Saramago. www.monografías.com.
8. RODO, José Enrique. Ariel. www.librodot.com
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10. MARQUÉS V., José y otros. La sociedad actual. Salvar editores, Barcelona, 1975, p. 110.
11. RULFO, Juan. Luvina. www.librodot.com
12. ORTEGA Y GASSET, José. La rebelión de las masas. www.librodot.com
13. GUITIÉRREZ SOLANO, Rafael. Reflexiones sobre la tolerancia. Estudio, órgano de la Academia de Historia de Santander, Bucaramanga, 1999, p. 59.
14. GONZÁLEZ OCHOA, Fernando. Los negroides: ensayo sobre la Gran Colombia. Bedout, Medellín, 1976.
15. GUITIÉRREZ SOLANO, Rafael. Obra citada. P. 56.
16. LOPEZ DE MESA, Luis. De cómo se ha formado la nación colombiana. Bedout, Bogotá, 1970, p. 26.
17. GUITIÉRREZ SOLANO, Rafael. Obra citada. P. 56.

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