domingo, 30 de enero de 2011

FILOSOFAR, ¿PARA QUÉ?


Preguntar ¿para qué sirve la filosofía? es un interrogante que hogaño ya no debería formularse o plantearse, porque la filosofía sí sirve para mucho. Sería cómo preguntar ¿para qué sirve la ciencia? ¿Para qué sirve la vida? ¿Para qué alimentarnos? Sobran las respuestas. La filosofía sirve porque la necesitamos. ¿Acaso no es tozudez preguntar para qué sirve un saber racional que ha pervivido durante unos tres mil años? “Aristóteles sostenía que hay muchas cosas útiles y actividades más urgentes y apremiantes que la filosofía, pero que no hay ninguna que valga más, porque la filosofía es el hombre mismo y todo lo demás le sirve a ella, es decir, al hombre. De modo que preguntar para qué sirve la filosofía equivale a preguntar para qué sirve el hombre”[1]. Lo que ocurre es que en nuestra sociedad pragmática y utilitaria a todo quieren buscarle un ¿para qué? “Las cosas bellas no necesitan un “¿para qué?”, porque son válidas en sí mismas. El “¿para qué?” es una idea de la lógica capitalista: para qué sirve, qué se va a ganar con eso, qué se va a conseguir, etc. Pintar es bueno en sí mismo, no me sirve para nada, como leer a Dostoievski. Es bueno poder ver un cuadro, entusiasmarse con él, interpretarlo como un auto-retrato y conmoverse. Lo que es bueno en sí, no necesita de un “¿para qué?” La lógica del capital siempre necesita tener claro cuánto va a dar una inversión, qué utilidad se puede obtener. Pero la vida no tiene por qué asumir esa lógica…”[2].

La inmensa mayoría de seres humanos que viven bajo el contundente y alienador poder religioso no preguntan ¿para qué sirve la religión? Así como se asigna, sin preguntar ni reflexionar, valor e importancia a la religión y a otros saberes irracionales, el filosofar posee un invaluable servicio, porque es un saber racional, riguroso, metódico, reflexivo y argumentado. El hecho de que algunas personas, que se dejan arrastrar por la corriente de las circunstancias, alienadas por la domesticación social, desconozcan el valiosísimo aporte de la filosofía a nuestra vida, no implica que ésta no sirva. Dudar de la importancia de la filosofía, y del filosofar, es necedad; es algo así como evidenciar parte de nuestra estulticia… Solamente al ser humano que se pregunta con profundidad, sabe para qué sirve la filosofía. El hombre es un animal que pregunta. “El hombre es un ser muy curioso, tan curioso que no tiene más remedio que filosofar. En efecto, el vivir humano no es el del vegetal, ni siquiera meramente animal; por ello el filosofar para el hombre es esencial. El hombre no se puede contentar con cuestiones secundarias, sino que por su constitución misma tiene que plantearse las cuestiones últimas; no tiene otra salida si no deja de ser hombre convirtiéndose en un homínido, ese ser disminuido de que hablan los etólogos”[3]. Tiene “hambre” y “sed” de preguntas. Nuestra condición humana nos plantea muchos interrogantes. Mientras que para las personas que carecen de espíritu crítico y no “filosofan” muchos fenómenos, sucesos, eventos, circunstancias, hechos y “realidades” les parecen obvias, para el filósofo son un problema, generan múltiples preguntas, y las respuestas a éstas suscitan más preguntas y el ansia de preguntar no se satisface con ninguna de las respuestas. El insaciable deseo de saber (de ahí su “amor por la sabiduría”) le impele a seguir preguntando hasta que muere… Heinrich Heine plantea poéticamente que “no dejamos de preguntarnos, / una y otra vez / hasta que un puñado de tierra / nos calla la boca. / Pero, ¿eso es una respuesta?


El hombre necesita de la filosofía, necesita filosofar, porque ella da respuestas a sus eternas preguntas. Él mismo es pregunta, problema, misterio y enigma. Quien pregunta filosóficamente quiere ir más allá de la apariencia, de lo cotidiano, de lo inauténtico, de lo superficial y de lo baladí. Quiere resolver sus enigmas, quiere respuestas para su vida. “El esfuerzo sistemático por develar el eterno enigma que hostiga sin cesar la insaciable curiosidad del hombre, constituye la filosofía. Ella no se refiere a cuestiones ajenas a la vida y ante cuya solución, en uno u otro sentido, el hombre pueda permanecer indiferente. Es la vida misma, con sus angustias y sus esperanzas, que aparece comprometida en la pregunta y arriesgada en la esperanza. Porque los problemas últimos y totales no se limitan a arañar la epidermis: arrastran a nuestro ser y lo penetran íntimamente. De su solución, claramente determinada o apenas entrevista, depende el curso ulterior de nuestra existencia, su felicidad o su desdicha”[4].

Infinidad de preguntas incomodan al hombre pensante: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Para dónde voy? ¿Qué es el hombre? ¿Qué es ser hombre? ¿Cuál es el auténtico sentido de nuestra vida? ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo ser feliz? ¿Qué es la libertad? ¿Cómo ser libre? ¿Qué es la justicia? ¿Cómo ser justo? ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es la belleza? ¿Qué es el amor? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es el ser? ¿Qué es la vida? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Cuál es la finalidad de la vida? Para éstas y otras preguntas tan enormemente complejas, profundas y difíciles, no hay respuestas fáciles, definitivas y absolutas. La filosofía siempre se ha caracterizado por hacer preguntas difíciles. Según José Saramago, “las respuestas no llegan siempre cuando uno las necesita, muchas veces ocurre que quedarse esperando es la única respuesta posible”[5]. Preguntas como éstas, que son propiamente filosóficas, son “las preguntas fundamentales, causales o argumentativas, aquellas que cuestionan el porqué de las cosas y exigen en sus respuestas los fundamentos, las causas y las razones de lo que se pregunta”[6]. La intelectualidad nace de las preguntas de siempre. Las preguntas fundamentales, de alguna manera constituyen y construyen al hombre. “Ser un hombre, de alguna forma, en algún momento, consciente o inconsciente, significa haber tenido que ver con las grandes preguntas de la filosofía”[7].

Pero, ¿qué es preguntar? Preguntar, según el Diccionario de la Real Academia Española, es “interrogar o hacer preguntas a alguien para que diga y responda lo que sabe sobre un asunto. Es exponer en forma de interrogación un asunto, bien para indicar duda o bien para vigorizar la expresión, cuando se reputa imposible o absurda la respuesta en determinado sentido”. Esta definición del verbo preguntar es desde el punto de vista lógico, y le sirve a cualquier persona que pregunte sobre una cosa determinada, quiera saber algo. El concepto de preguntar que le interesa al filósofo, es desde el punto de vista existencial; y desde esta arista, “el preguntar es considerado como un modo de ser de la existencia humana”[8]. Es por eso que únicamente es existencial la pregunta en la cual la existencia se hace cuestión de sí misma al preguntar. La pregunta existencial hace cuestionable la existencia. La pregunta fundamental, dice Martín Heidegger, es la pregunta por el ser. En consecuencia, preguntar por el ser es preguntar por el que pregunta por el ser. Preguntar con profundidad y radicalidad, en definitiva, es problematizar; y problematizar es plantearle problemas a la realidad en búsqueda de soluciones de fondo. “Todo tiene que ver con todo para un filósofo, y las respuestas van más allá de los interrogantes”[9].
El preguntar y preguntarse, en búsqueda de respuestas, dentro y fuera de nosotros, permite que desarrollemos nuestro espíritu crítico y que aprendamos a pensar por nosotros mismos. Sólo aquél que posea un espíritu crítico y se atreva a pensar por sí mismo tendrá el hábito y el deleite de preguntar y preguntarse, no en procura de respuestas definitivas y absolutas, sino temporales y relativas, por cuanto no hay respuestas definitivas y absolutas para las preguntas fundamentales y esenciales que formulamos los seres humanos, que nunca se cierran, que están siempre abiertas. Así la ciencia y la filosofía nos den respuestas, “la cuestión de la esencia del conocimiento, del espíritu, de la vida, la cuestión del significado último de todo este mundo maravilloso y terrible, todas estas cuestiones no podrán jamás ser contestadas filosóficamente de forma definitiva, a pesar de plantearse filosóficamente”[10]. Las preguntas fundamentales son demasiado complejas, o si no veamos:
“¿Quién soy? Con ansiedad me pregunto.
¿De dónde vengo? Nadie me lo revela.
¿Dónde estoy? Saberlo me desvela.
¿Para dónde voy? Quiero saber este asunto”.[11]
Todo lo que para las personas que no filosofan es “normal”, para el filósofo es un problema, y los problemas suscitan preguntas, pero las respuestas no lo satisfacen; por el contrario, estas respuestas le generan más preguntas. El filósofo nunca está satisfecho con las respuestas que obtiene; siempre quiere saber más, necesita saber el porqué de las cosas. Las preguntas lo mantienen despierto, pensando, analizando, reflexionando, criticando, investigando, estudiando, preguntando… El filósofo tiene “hambre” de respuestas concretas, precisas. Como amante y buscador de la verdad, pregunta y pregunta en procura de respuestas. Las preguntas lo inquietan. Quiere saber con profundidad; no quiere la apariencia de las cosas, quiere conocer la esencia de éstas. A partir del siglo XIX, entre muchos interrogantes, lo inquieta hondamente saber si es la conciencia social la que determina la conciencia material o si es la conciencia material la que determina la conciencia social. No son cuestiones fáciles de responder acertadamente, sin una sesuda reflexión argumentada y sustentada. El filósofo seguirá preguntando.
En la medida que preguntamos y nos preguntamos, interrogamos a la naturaleza y a las llamadas “autoridades”, vamos encontrando respuestas provisionales y relativas (pero nunca definitivas y absolutas) a nuestras inquietudes. Cada posible respuesta nos lleva a preguntar y a replantear nuestras preguntas, y a revisar y cuestionar las respuestas obtenidas; y entre más respuestas obtengamos, más preguntas nos inquietan. Pero no se trata de preguntar por preguntar. Es necesario construir nuestro saber propio y llegar a nuestras verdades propias. Con el conocimiento y las verdades de los demás, con el conocimiento y las verdades de nosotros mismos, tenemos elaborar nuestro conocimiento y nuestras verdades que nos sirvan para vivir nuestra existencia de manera personal y auténtica, y de esta forma ser nosotros mismos, pensar por nosotros mismos y tomar nuestras decisiones. Preguntamos, no para saber qué tenemos qué hacer, sino para saber ¿qué somos? “Y es que las preguntas verdaderamente serias son aquellas que pueden ser formuladas hasta por un niño. Sólo las preguntas más ingenuas son verdaderamente serias. Son preguntas que no tienen respuesta. Una pregunta que no tiene respuesta es una barrera que no puede atravesarse. Dicho de otro modo: precisamente las preguntas que no tienen respuesta son las que determinan las posibilidades del ser humano, son las que trazan las fronteras de la existencia del hombre”[12]. Las preguntas existenciales, las preguntas claves y profundas que nos formulamos, no son para nuestro “hacer” sino para nuestro “ser”. Estas preguntas nada tienen que ver con acciones que realicemos, tienen que ver con lo que somos, con lo que nos pasa, con lo que significa estar en el mundo como persona. Las preguntas de la filosofía, nos dice Fernando Savater, no nos llevan a hacer cosas, sino a entrar dentro de las cosas, a entrar dentro de lo que somos o dentro de lo que es el mundo en el que estamos. “Queremos saber no sólo cómo son las cosas y cómo se comportan, y cómo puedo aprovecharme de ellas de un modo inmediato, sino qué sentido tienen para mí; qué puedo esperar de ellas en último término”[13]. Todas las preguntas filosóficas nos llevan a reflexionar sobre nuestra vida. Sócrates planteaba que una vida sin reflexionar no valía la pena vivirla. “Pensar la vida: ¡esa es la tarea!”, sentenció Hegel. “Pensar la vida, ¡ese es el desafío!”, digo yo. En Platón, la filosofía, pese a su característica eminentemente intelectual, es concebida como un saber al servicio de la vida. Robert Spaemann señala que “para vivir conforme a la categoría y dignidad del ser humano es necesario saber por qué vivir y cómo conviene vivir dentro de las diversas opciones que se me presentan… Se comprende pues que la filosofía sea el quehacer intelectual más importante para vivir conforme a la categoría y dignidad del ser humano… El hombre sin metafísica, sin respuesta a la pregunta de las preguntas, al porqué de todos los porqués, es un ser radicalmente inseguro y agobiado”[14].
Cuando nos preguntamos, por ejemplo, “¿qué es la justicia?”, queremos saber lo que la justicia es, queremos la definición del concepto de justicia, queremos saber ¿cuál es la esencia de la justicia? y ¿en qué consiste la justicia?, no queremos saber si existe o no existe la justicia. “¿Qué es?” significa “dar razón” de algo. Definir es decir en qué consiste algo. “Definir un concepto es enumerar una tras otra las múltiples y variadas notas características de ese concepto… consiste en incluir este concepto en otro que sea más extenso, o en otros varios que sean más extensos y que se encuentren, se toquen, precisamente en el punto del concepto que queremos definir”[15]. La definición de un concepto jamás será definitiva y absoluta. Entonces cuando se nos pregunta ¿qué es la filosofía?, nos piden la definición del concepto de filosofía, lo que la filosofía es. Etimológicamente, “filosofía” es amor por la sabiduría. Pero esta definición no es definitiva; en el transcurso del tiempo, esa definición ya no satisface como respuesta, que ha tenido su evolución. A partir de Platón, esa “sabiduría” es racional, reflexiva y metódica, por cuanto su “sabiduría” no es la doxa (mera opinión) sino la epísteme (ciencia). Desde Aristóteles hasta el siglo XVIII, filosofía será “todas las cosas que conocemos y los conocimientos de esas cosas, todo el conjunto de saber humano”[16]. En el ocaso del siglo XVIII, después que algunas ciencias se “desgajan” del tronco de la filosofía, se entenderá provisionalmente por filosofía hasta nuestros días “el estudio de todo aquello que es objeto de conocimiento universal y totalitario”[17]. Otra definición personal y provisional en la actualidad sería la de Johanes Hensen: “Intento del espíritu humano para llegar a una concepción del universo mediante la autorreflexión sobre las funciones valorativas teóricas y prácticas”[18]. Así muchas otras definiciones del concepto de filosofía. Cada filósofo, cada pensador, cada teórico o historiador de la filosofía tendrá su definición propia y, sobre todo, provisional y relativa.
Como se aprecia, decir con certeza absoluta y de manera definitiva “¿qué es la filosofía?” no es una tarea acabada. Para poder definir la filosofía, así sea de manera provisional y relativa, primero se debe “hacer” filosofía, vivenciar la filosofía, aprender filosofía, es decir, aprender a filosofar. En mi caso personal, cuando escuché por primera vez la palabra “filosofía”, inmediatamente me pregunté y pregunté “¿qué es la filosofía”? El diccionario El pequeño Larousse me dio la primera respuesta: “Conjunto de consideraciones y reflexiones generales sobre los principios fundamentales del conocimiento, pensamiento y acción humanos, integrado en una doctrina o sistema”. Confieso que esta definición, a mí que no había escuchado antes esa palabra ni había obtenido esta respuesta, me dejó confundido, porque resultaba un tanto compleja y algo difícil de comprender. Inquieto por esta pregunta indagué y me sumergí en tan apasionante universo durante el bachillerato, y apasionado por la filosofía y el filosofar proseguí mi ansiada búsqueda en la universidad. Hoy, después de haber “filosofado” un poco, de haber “hecho” algo de filosofía y de haberla “vivenciado” mucho, me atrevo a responder provisionalmente a la pregunta de “¿qué es la filosofía?” en los siguientes términos: “Es un constante preguntar con profundidad y reflexionar críticamente sobre algunas cuestiones fundamentales de la existencia”. ¿Ésta será la respuesta? No, es una respuesta; mi respuesta. “De manera que para empezar a entender qué significa filosofía sería mejor empezar a hacer filosofía y descubrir entonces las características de esta empresa humana”[19]. Es tan apasionante la filosofía, que considero a esta palabra como la más hermosa del idioma castellano.
Muchos docentes, estudiantes y padres de familia se preguntan si tiene sentido mantener la asignatura de filosofía en la educación básica secundaria y media vocacional. “¿Se trata de una mera supervivencia del pasado, que los conservadores ensalzan por su prestigio tradicional pero que los progresistas y las personas prácticas deben mirar con justificada impaciencia? ¿Pueden los jóvenes, adolescentes más bien, niños incluso, sacar algo en limpio de lo que a su edad debe resultarles un galimatías? ¿No se limitarán en el mejor de los casos a memorizar unas cuantas fórmulas pedantes que luego repetirán como papagayos? Quizá la filosofía interese a unos pocos, a los que tienen vocación filosófica, si es que tal cosa aún existe, pero ésos ya tendrán en cualquier caso tiempo de descubrirla más adelante”[20]. Sin embargo, la filosofía sigue preocupando a educadores comprometidos con el destino del hombre y a estudiantes inquietos, porque es una asignatura diferente, que despierta inquietudes capaces de involucrarlos en una constante búsqueda de respuestas a los interrogantes que afectan al hombre, cada vez más ávido de encontrarle el horizonte a su incierta existencia. “La experiencia de la Filosofía en el aula es la experiencia que permite una comprensión intelectual, reflexiva, afectiva y humana de nuestro entorno inmediato, proyectándolo a hacia un compromiso vital con la historia; es la posibilidad de la constitución de la ciudadanía en su sentido profundo”[21]. La esencia de las cuestiones filosóficas consiste en indagar la última esencia, el significado extremo, la raíz más profunda de una realidad. Con respecto al preguntar en filosofía, el profesor Armando Mera Rodas, señala lo siguiente:
“Una de las formas más elementales de aproximar a los estudiantes universitarios a la filosofía y a su quehacer es la pregunta. Ésta ha marcado el origen de las ciencias y también el punto de partida de la misma filosofía. La pregunta abre el inicio de todo discurso y de toda interacción humana. De otra parte, la mente humana queda subsumida en lo ordinario, la inmediatez, prisionera del dogmatismo”[22].

La filosofía se hace las preguntas radicales, aquellas que necesitamos responder para estar en claro, para saber a qué atenernos, para orientarnos sobre el sentido del mundo y de nuestra vida, para saber quiénes somos y qué tenemos que hacer y qué podemos esperar, qué será de nosotros. El pensamiento filosófico, de acuerdo con Walter Riso, vive y consiste fundamentalmente en el intercambio de preguntas y de respuestas. La pregunta se refiere a la última esencia y a las más profundas raíces de una realidad. “Aunque las preguntas y respuestas van juntas y cada una depende de la otra, ambas se complementan y alteran dependiendo de la situación: hay momentos en que la resolución de problemas es fundamental para la supervivencia y hay ocasiones en que las preguntas son más importantes que las respuestas”[23]. Riso agrega que las preguntas fundamentales de la vida (¿Quiénes somos o cómo hemos de vivir?) siguen vigentes. Las preguntas fundamentales sobre la propia existencia –señala Riso-, el sentido de la vida, la felicidad, la libertad interior, la relación con el cosmos no son una moda pasajera, son las preguntas que nos hacen humanos y de las que no podemos prescindir. El profesor Miguel Ángel Ruiz García precisa que la filosofía consiste en la sana costumbre de hacer preguntas y conservarlas. El filósofo debe preguntarse, ya que el preguntar filosófico es la actitud por la cual el hombre adquiere distancia de lo cotidiano. Y la adquiere precisamente al dedicarle mayor atención. En todo ello queda comprometido el hombre que se admira, ya que este – al preguntarse – se cuenta por lo que sobrepasa la cerrazón factual de su existencia. Por su apertura a las cosas, bajo la formalidad de realidad, el hombre puede interrogarse acerca de ellas y sobre él mismo. El hombre es el único animal que se pregunta; vive preguntándose y preguntando a los demás. Por ser el hombre conciencia abierta a lo real, es esencialmente preguntón.  Sus preguntas no son algo periférico. El Hombre queda envuelto en la pregunta, es él mismo pregunta o interrogante siempre abierto. “Filosofar, según Heidegger, consiste en preguntar por lo extraordinario… y no sólo es extraordinario aquello que se pregunta, sino el preguntar mismo… Todo preguntar es un buscar. Todo buscar tiene su dirección previa que le viene de lo buscado… El preguntar tiene, en cuanto preguntar por… aquello que se pregunta. Todo preguntar por es en algún modo preguntar a…” Kart Rahner señala que “toda pregunta tiene un de donde, un principio de una posible respuesta de ella misma”. La filosofía es pregunta y vive en la pregunta, “en la incógnita alojada en la raíz de la vida, y en la búsqueda de la sabiduría que es mucho más que conocimiento”, dice Alejandro Serrano Caldera[24], y agrega que mientras haya pregunta habrá filosofía.

El mundo moderno está más interesado en las respuestas que en los procesos de pensamiento que hay tras la respuesta. Este estilo de vida impide al hombre percatarse de su triste condición humana, de su falta de libertad. No puede desarrollar y fortalecer su conciencia crítica. ¡Eso sí, hay que reconocerlo: la filosofía es una ciencia difícil! Requiere esfuerzos. “Nada importante es regalado al hombre; antes bien, tiene él que hacérselo, que construirlo”, sentenció el filósofo José Ortega y Gasset. La filosofía comienza exigiendo un esfuerzo, continúa exigiendo más esfuerzos y termina exigiendo más esfuerzos. Donde casi todo se pone siempre en tela de juicio, donde no rige ningún supuesto ni método tradicional, donde hay que tener siempre ante los ojos los complejísimos problemas de la ontología, el trabajo no puede ser fácil. El estudio de la filosofía requiere de un esfuerzo continuo para analizar, interpretar y explicar de una manera lógica las creencias y valores humanos.
Fernando Savater[25] aclara que a las preguntas sobre la vida, la muerte, la verdad, el universo, la libertad, la belleza, el conocimiento, el sentido de la vida, etc., la filosofía no pretende darles una respuesta definitiva, sino que sigue enseñando a plantearlas de manera rica y significativa, mientras avanza respuestas tentativas para ayudarnos a convivir racionalmente con ellas. Walter Riso aclara que la filosofía no siempre brinda soluciones concretas, pero abre puertas que conducen a nuevas maneras de ver el problema. La filosofía –señala José Luís Dell’Ordine- es el descubrimiento de un horizonte de preguntas ineludibles. Volverse de espaldas a ellas es renunciar a ver, aceptar una ceguera parcial, contentarse con lo penúltimo. Significa, pues, la filosofía un incalculable enriquecimiento del mundo. Es además una disciplina moral: la exigencia de no engañarse, de no aceptar como evidente lo que no lo es. (Sin que esto quiera decir que hay que rechazar lo que no es evidente, porque muy pocas cosas lo son.) Es sobre todo, una llamada a la lucidez, a ese "señorío de la luz sobre las cosas y sobre nosotros mismos", de que hablaba Ortega y Gasset. Y con ello, una llamada a la autenticidad, a la verdad de la vida, a ser cada uno quien verdaderamente pretende ser. Entre muchas certezas y conocimientos, necesitamos una certidumbre radical, tenemos que buscarla, si queremos vivir como hombres lúcidamente, y no a ciegas o como sonámbulos. La filósofa Mónica Marcela Jaramillo, de la Universidad Industrial de Santander, nos dice que “nunca ha parecido más urgente emprender una reflexión común sobre la importancia de la filosofía y de la actividad filosofante, que en el difícil contexto de una aguda situación de crisis política y social”.
Son muchas las preguntas que surgen a la hora de hablar de “enseñar” filosofía: “¿Enseñar filosofía aún cuando el mundo parece que no quiere más que soluciones inmediatas y prefabricadas, cuando las preguntas que se aventuran hacia lo insoluble resultan tan incómodas? Planteemos de otro modo la cuestión: ¿acaso no es humanizar de forma plena la principal tarea de la educación?, ¿hay otra dimensión más propiamente humana, más necesariamente humana que la inquietud que desde hace siglos lleva a filosofar?, ¿puede la educación prescindir de ella y seguir siendo humanizadora en el sentido libre y antidogmático que necesita la sociedad democrática en la que queremos vivir?”[26]. A pesar de todos estos interrogantes, la materia tiene demasiada importancia en el proceso de formación del estudiante, debido a que lo enseña a pensar crítica y reflexivamente.

La falta de una sólida estructura filosófica es la responsable de que “la formación filosófica de nuestra juventud se haya convertido en reproche unánime y ya indiscutible. La casi totalidad de nuestros bachilleres se contentan con una muy superficial ilustración filosófica, pues ella les basta para superar con éxito un examen. Para casi todos, la filosofía es, dentro del bachillerato,  la asignatura más tediosa, más difícil y hasta la más inútil para su vida. Después, cuando el joven se  le planteen serios problemas que comprometen su ideología y su credo religioso, lo vemos inseguro, persuadido de que no puede discutir en filosofía y de que lo aprendido en el bachillerato ya no vale. Sin fundamentos y desorientado, opta por un escepticismo ruinoso, sin saber qué defiende ni por qué sostiene determinada doctrina”[27]. Entonces, es tanta la necesidad de encontrar salidas mágicas a su existencia, que cualquier escape le parece bueno. No le importa que tan delirante, tonta o poco sustentada sea la alternativa; con tal de llenar el vacío existencial, todo vale. Por esto no surge en el joven un escepticismo sano y creativo del que investiga y no traga entero. No surge en él la duda motivadora que lo empuje a profundizar. No existe para él una fluctuación momentánea que lo lleve a mirar el otro lado de las cosas.

Esta preocupante realidad insta a los intelectuales a advertir que “si nuestros jóvenes no quedan sólidamente formados en filosofía, apenas estarán capacitados para superar cualquier examen oficial, el que muchas veces se limita a pedir nociones escuetas y cuestiones insustanciales e inconexas que mal pueden significar la contextura ideológica del alumno. En cambio, quien estuviere sólidamente fundado en filosofía estará capacitado no sólo para dar cuenta de lo que allí se pregunte, sino también para mostrar un pensamiento consistente y personal; es decir, una filosofía asimilada”[28]. Se recalca la importancia de enseñar a pensar, a juzgar o valorar, a discutir y a desentrañar el contenido de las ideas, equipando la mente del estudiante con una actitud crítica y abierta a la problemática actual. La filosofía le debe permitir al discente “pensar, discurrir, juzgar y sintetizar”[29].

A pesar de que muchos sostienen que de lo único que podemos estar seguros es de la incertidumbre, porque lo único que podemos afirmar es que nada podemos afirmar, es en la incertidumbre en donde debemos buscar el valor de la filosofía. “El hombre que no posee un gusto por la filosofía va por la vida maniatado por los prejuicios que provienen del sentido común, de las creencias habituales de su generación o de su país, y de las convicciones que se han arraigado en su mente sin la ayuda o la conformidad de una razón deliberada. Para este tipo de hombre el mundo tiende a ser definido, finito, obvio; las cosas corrientes no le suscitan interrogantes, su mentalidad rechaza desdeñosamente las posibilidades que no le son familiares. Por el contrario, tan pronto como empezamos a filosofar, descubrimos que aun las cosas cotidianas suscitan filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la respuesta verdadera a las dudas que suscita, puede sugerir muchas posibilidades que amplíen nuestros pensamientos y los liberen de la tiranía de la costumbre”[30]. Sólo quienes no desean saber el porqué de las cosas desdeñan la filosofía. “Un espíritu simplón puede pasarse la vida extrañándose de las cosas más banales y corrientes sin llegar nunca a filosofar. Es verdad, el pensamiento filosófico está más lejos de la conciencia rústica que se queda boquiabierta ante los tranvías y las luces de neón de la ciudad, que del hombre urbano cuya mente no es extraña al lenguaje de la ciencia y, quizá sin saberlo, interprete la realidad racionalmente gracias a las categorías de este lenguaje”[31].  Ernesto Sábato, refiriéndose al reconocido poeta Paul Válery (un aparente detractor de la filosofía), señala lo siguiente:

“Su admiración por la matemática es el reverso de su desdén por la filosofía, con sus seudoproblemas y sus disputas interminables sobre palabras mal definidas. Para Valéry lo impuro es lo vago y la filosofía es la vaguedad por excelencia; de ahí su desprecio por Pascal, que se entrega a la teología y a la metafísica después de haber sido un geómetra genial, como un honesto padre de familia que en su vejez sale a buscar aventuras con mujeres de mala vida. En realidad, la crítica de Valéry a la filosofía es también filosofía aunque no sea consecuente ni clara. A veces es pragmática, positivista; otras veces parece estar con Platón y creer en la existencia de no sé qué formas puras objetivas. Su crítica de la filosofía es, en general, injusta. No es cierto que todos los filósofos desdeñen las palabras bien definidas. En cierto sentido, muchos sistemas son esfuerzos para definir tres o cuatro palabras. Por otra parte, no hay que confundir a los filósofos con la filosofía: muchos pensadores son discutibles, pero ¿toda la filosofía es desdeñable? Valéry opone a la vaguedad de la filosofía, la precisión de la matemática; pero es posible una filosofía que aplique los métodos de la ciencia. Valéry afirma, en fin, que la filosofía hace sus construcciones con palabras mal definidas, con metáforas. ¿Habrá que agregar que, en ese caso, él mismo es un filósofo?”[32].

Aunque la filosofía es universal, no todas sus respuestas y planteamientos ofrecen soluciones a las problemáticas nacionales, regionales o locales. Cada comunidad tiene sus interrogantes que la filosofía, si quiere ser práctica y menos especulativa, debe responder localmente, con el aporte universal que estructura y fundamente el filosofar. No reflexionar sobre este punto de vista nos lleva a emitir juicios erróneos sobre la practicidad de la filosofía. La filosofía, como hija y como conciencia crítica de una cultura, debe estar situada y contextualizada, para que pueda buscar respuestas a la problemática actual. La cultura, entendida como el conjunto de “todos los productos de la vida humana creadora (sociedad, lenguaje, costumbres, educación, vida, moral, política, económica, técnica, arte, ciencia, mito, religión, filosofía, etc.)”[33], sirve de suelo nútrico para la reflexión filosófica. “La actividad filosófica se presenta siempre como una manifestación inevitable de toda cultura que ha alcanzado cierto desenvolvimiento. Esta persistencia del fenómeno filosófico se comprende si recordamos que es una necesidad para el hombre que ha arribado a determinado grado de evolución, la explicación de la realidad como un todo, en el que puede localizar la posición de sí mismo”[34].

En el sentido en que Kant plantea el filosofar “se torna, ya desde la escuela, en discusión libre sobre todas las cosas, afectando el modo mental de la persona de situarse frente al mundo, frente a los demás y frente a sí mismo”[35]. Ante el sistema educativo imperante, que educa para la minoría de edad (incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la dirección de otro), para la renuncia al uso autónomo del propio entendimiento, para el placer de la obediencia, para la sumisión total a unos tutores que ahorran la dificultad de decidir por pensamiento propio, el pensador alemán sostiene que se requiere un pensar por sí mismo, autónomo, un argumentar crítico y analítico, sin dejarnos enajenar por los demás; un pensar en el lugar del otro, un debatir dialógico y tolerante, y un pensar consecuente. Plantea que las reglamentaciones y las fórmulas son instrumentos mecánicos que atan a una persona a su minoría de edad. “Hay filosofía cuando los humanos asumen que deben pensar por sí mismos, sin dogmas preestablecidos, soportando la crítica y el debate con nuestros semejantes”[36].  En opinión de Jean Piaget, el estudiante aprenderá a hacer funcionar su razón por sí mismo y construirá libremente sus propios razonamientos, lo cual se logra mediante su participación activa en el proceso de aprendizaje, que no sólo comprende el qué sino el cómo, el contenido sino el cómo lo aprende. El estudiante asume el compromiso de conquistar por sí mismo un cierto saber a través de investigaciones libres y de razonamientos propios, y de esta manera aprenderá a no dejarse engañar por sí mismo. “El engañarse así mismo es seguramente lo peor que puede suceder; porque entonces el engañador es uno con nosotros, y nos sigue por todas partes”[37].

Leopoldo Zea invita a los hombres que aprendan a juzgar por sí mismos para que aspiren a la independencia del pensamiento. Quien piensa con independencia piensa también, al mismo tiempo, del modo mejor y más útil para todos.  Kant decía que todo hombre debería saber quién es, qué debe pensar y qué debe hacer. Aprender a pensar filosóficamente es prepararse para ver detrás de las apariencias, para llegar al fondo de todo, a su ser, a lo que hace que sea lo que es. La filosofía, señala Savater, es un instrumento para ayudar a vivir a la gente o para suscitar inquietudes entre la gente. La filosofía debe ser un saber riguroso en procura de respuestas. “Antes de proponer teorías que resuelvan nuestras perplejidades, debe quedarse perpleja; antes de ofrecer respuestas verdaderas, debe dejar claro por qué no le convencen las respuestas falsas. Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar. Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hacen sino repetir errores ajenos”[38]. De nada sirve saber mucha filosofía como puro conocimiento, si la teoría no se aplica a la práctica de la vida, si ella no se convierte en un arte de vivir, tal como lo aclara una “Guía del Maestro”.

Frecuentemente se pregunta a los adultos ¿a qué vinieron a este mundo? y a los niños ¿qué quieren ser cuando grandes? Los “grandes” enmudecen ante la dimensión de este interrogante tan profundo y desconcertante, o responden “cualquier cosa” para “salir del paso”: realizarse, tener éxito, triunfar, trabajar, progresar, tener una familia, hacer el bien al prójimo, desarrollar nuestras potencialidades, cumplir la misión para la cual estamos destinados, buscar la excelencia, la perfección y la verdad, etc. Los niños responden que quieren ser profesionales, millonarios, poderosos, grandes deportistas, actores de cine, etc. Algunos, jocosamente, dicen que cuando grandes quieren ser pequeños. Son muy pocos los adultos y los niños que contestan a estas dos preguntas como debe ser: “¡Venimos al mundo a ser felices! ¡Cuando seamos grandes queremos ser felices! He ahí las respuestas, porque el fin supremo del a vida humana es la búsqueda de la felicidad. “¡Qué desgraciados somos los que tenemos una idea de felicidad y no podemos conseguirla, y tenemos una idea de la verdad y no podemos conocerla!”, sentenció el filósofo Blas Pascal. Robert Spaemann se atreve a decir que el hombre para ser feliz necesita filosofar. “Porque ¿cómo se puede ser feliz sin saber de dónde vengo, a dónde voy, dónde me encuentro, qué sentido tiene mi vida, que va a ser de mí, qué caminos me pueden conducir a alguna parte?”[39]

Como la verdadera naturaleza humana radica en la posibilidad de generar pensamiento, el hombre debe filosofar en procura de desentrañar y comprender la realidad y buscar la felicidad, sin importar los esfuerzos que deba realizar y los prejuicios que debe enfrentar en la cotidianidad de lo establecido, lo convencional, lo rutinario y lo mediocre, como el riesgo de ser tildado de loco. (Es importante aclararles a los detractores de la filosofía que la locura es un estado en el que una persona pierde la prueba de realidad, se aleja de los patrones del aquí y del ahora, no puede distinguir lo interno de lo externo y, en forma irreversible, se aleja del principio consensual de realidad). Pero no puede desistir de su esfuerzo de filosofar, porque “tan acusado de locura es el espíritu pequeño como el extremadamente grande; sólo es buena la mediocridad; la mayoría ha establecido esto, y muerde a quien intenta escapar de ellos por algún extremo”[40].

Entre los múltiples detractores del filosofar hay muchos que nunca han filosofado. ¿Con qué fundamento o autoridad se oponen al filosofar, si no han filosofado? Hay que sumergirse en las profundidades del a filosofía y bucear en sus cristalinas y turbias aguas para saber a qué “sabe” el filosofar. No se puede desconocer el valiosísimo aporte de la filosofía en la conformación de gran parte del fundamento de la tradición occidental. La democracia, a pesar de sus múltiples inconvenientes, las instituciones políticas, los sistemas de pensamiento, los derechos humanos, la filosofía del derecho, algunas ideologías y doctrinas políticas se idearon, germinaron, evolucionaron y desarrollaron en el apasionante y extraordinario universo de la filosofía.

LUIS ANGEL RIOS PEREA


[1] ARTO, Sandra Edith. Filosofía: ¿asignatura a enseñar o actividad a compartir? www.consultoriafilosoficaintegral.blogspot.com.
[2] Estanislao Zuleta, en Derechos humanos y diversidad de culturas. Conversaciones con Estanislao Zuleta.
[3]  CRUZ CRUZ, Juan. Filosofar hoy.
[4] GARCIA MORENTE, Manuel. Lecciones preliminares de filosofía. Ediciones Nacionales, Bogotá, 1984.
[5] SARAMAGO, José. Ensayo sobre la ceguera. Alfaguara, México, 1996.
[6] MERA ROJAS, Armando. El arte de preguntar en filosofía. www.articulosusat.blogspot.com.
[7] SALAZAR, Rogelio. Qué importancia tiene la filosofía. www.newmedia.ufm.edu.
[8]  MARTÍNEZ ECHEVERRI, Leonor y Hugo. Diccionario de Filosofía. Panamericana editorial, Bogotá, 1998.
[9] PEREIRA, María Inés, y FONROUGE, Juan Manuel. www.taringa.net.
[10] PIEPER, Josef. El misterio y la filosofía.
[11] RIOS PEREA, Luis Ángel. Inquietudes existenciales.
[12] KUNDERA, Milán. La insoportable levedad del ser. RBA editores, Barcelona, 1984, p. 141.
[13] SPAEMANN, Robert. ¿Para qué sirven los filósofos?
[14] Ibídem.
[15] GARCÍA MORENTE, Manuel. Ob. cit.
[16] Ibídem.
[17] Ibídem.
[18] HENSEN, Johanes. Teoría del conocimiento.
[19] ALVA, Pepe. La pregunta filosófica y la filosofía. www.autorneto.com.
[20] SAVATER, Fernando. Ob. cit. P. 15.
[21] CARAFI ÁVALOS, Eric. ¿Cuál es la experiencia de la enseñanza de la filosofía en las aulas? www.comisionunesco.cl.
[22]  MERA RODAS, Armando. El arte de preguntar en filosofía.
[23] RISO, Walter. El camino de los sabios. Norma, Bogotá, 2009.
[24] SERRANO CALDERO, Alejandro. Las preguntas de la filosofía.www.laprensa.com.
[25] SAVATER, Fernando. Las preguntas de la vida. Ariel, Barcelona, 1999.
[26] VELEZ CORREA, Jaime. Curso de filosofía. Bibliográfica colombiana, Bogotá, 1965, p. 25.
[27] Ibídem. p. 1.
[28] Ibídem. p. 2.
[29]  Ibídem. p. 4.
[30] CARDONA LONDOÑO, Antonio, y SEEK CHOUE, Young. Ob. cit. p. 41.
[31]  SALAZAR BONDY, Augusto. Iniciación filosófica. Editorial Arica, Lima, 1969, p. 16.
[32] SÁBATO, Ernesto. Uno y el universo. Librodot.com.
[33] MONDOLFO, Rodolfo. En los orígenes de la filosofía de la cultura. Editorial Imán, Buenos Aires, 1942.
[34] GARCIA TUDURI, Mercedes y Rosaura. Introducción a la filosofía. Minerva brooks, La Habana, 1973, P. 26.
[35] DEHÁQUIZ M., Jorge. Ob. cit. P. 18.
[36] SAVATER, Fernando. Ob. cit. P. 204.
[37] PLATON. Cratilo. Librodot.com.
[38] VÉLEZ CORREA, Jaime. Ob. cit. P 25.
[39] SPAEMANN, Robert. Ob. cit.
[40] PASCAL, Blas. Pensamientos. www.elaleph.com.

No hay comentarios:

Publicar un comentario