viernes, 23 de agosto de 2013

OTRAS ESTRATEGIAS PARA LA RESOLUCION DE CONFLICTOS



La violencia es el arma de los incapaces.
                                                                                  Anónimo.
Introducción

Como nuestra existencia dinámica y dialéctica, en una sociedad competitiva e individualista, nos expone constantemente a la tensión y, por ende, a la intolerancia, necesitamos explorar e implementar otras estrategias para la resolución de los conflictos, porque los métodos tradicionales de resolverlos se empantanaron por completo.

La búsqueda de salida a las confrontaciones humanas requieren de un diálogo asertivo, empático y biunívoco, en donde la praxis comunicativa sea un intercambio armónico de mensajes, ideas, informaciones, opiniones, diferencias, controversias, debates, razonamientos y no un infortunado intercambio de agravios. La resolución de conflictos se dinamiza a través de la búsqueda de la verdad, del debate argumentado y sosegado de ideas, la tolerancia, la aceptación de las diferencias y rechazo a las manifestaciones violentas. Con el propósito de no recurrir a la violencia, en la resolución de conflictos políticos, territoriales, raciales, religiosos e ideológicos, reconocidos líderes pacifistas han planteado novedosas estrategias como la no violencia, la desobediencia civil y la resistencia pasiva.

En el presente texto me propongo reseñar, ecléctica y someramente, las estrategias anteriormente enunciadas, luego de haber acudido a las fuentes que citaré al final. Aunque este modesto trabajo no tiene una sistematización coherente, busca insistir en estas conocidas y efectivas maneras de resolver conflictos.

No violencia, desobediencia civil y resistencia pasiva.

La desobediencia civil, la resistencia pasiva y la no cooperación, son armas de la Satyagraha. Satyagraha, la fuerza del amor o la fuerza del alma, significa en lenguaje sánscrito la verdad y, por ende, quiere decir la fuerza de la verdad. La fuerza del amor es la misma fuerza del alma o la verdad. La verdad es alma o espíritu. Descarta el empleo de la violencia porque el hombre no tiene capacidad de conocer la verdad absoluta y, por ello, no tiene competencia para castigar. Abarca cualquier resistencia no violenta para la reivindicación  de la verdad. El término Satyagraha fue acuñado por Gandhi en Suráfrica para distinguir la resistencia no violenta  de los indígenas surafricanos de la resistencia pasiva o contemporánea de los sufragistas y otros. Su significación radical se aferra a la verdad, y de ahí la fuerza de la verdad. “En la aplicación del Satyagraha descubrí desde un principio que la búsqueda de la verdad no admitía que se infligiese violencia al adversario, sino que debía apartársele del error por la paciencia y la simpatía. Pues lo que parece ser verdad para uno puede aparecer como error para otro”. Es la reivindicación de la verdad, no infligiendo sufrimiento al opositor sino a uno mismo. Es un movimiento que tiende a sustituir métodos de violencia, fundado enteramente en la verdad. El propio individuo determina su verdad, porque por muy honestamente que un hombre luche en su búsqueda, su apreciación de la verdad puede ser diferente de la de otros.  En la búsqueda de la verdad entra en juego la no violencia como un corolario necesario.

Fue Gandhi quien nos proporcionó el término de no violencia. A comienzos de los años 20 del siglo pasado tradujo la palabra en Sánscrito ahimsa por la palabra en inglés “non-violence”. Este término está compuesto por el prefijo privativo a y del sustantivo himsa que significa el deseo de violencia que existe en cualquier ser humano. El otro es ante todo quien nos descompone, nos trastorna, nos molesta, quien quiere tomar nuestro lugar. Debemos tomar conciencia de este deseo de violencia que se encuentra en nosotros y que contradice nuestra vocación hacia la humanidad. Nos corresponde, entonces, dominarlo, amaestrarlo, no rechazarlo. Será necesario transformarlo, transmutarlo, convertirlo para que su propia energía deje de ser destructiva y se vuelva constructiva. Es importante señalar que Gandhi proporciona en primer lugar un significado negativo de la no violencia: ‘ausencia de male-volencia’. Esto nos permite suponer que nuestro primer reflejo, nuestra primera reacción, nuestra primera inclinación hacia el otro es la male-volencia. Gandhi afirma, justo después, que la no violencia se expresa por la bene-volencia con respecto a todo lo que vive, es decir, por la bondad. El hombre es, por lo tanto, invitado a dominar su inclinación a la male-volencia para hacer prueba de su bene-volencia con respecto al otro, a transformar su hostilidad en hospitalidad. Las dos palabras tienen la misma raíz etimológica.
La no violencia implica una autopurificación completa, tanto como resulte humanamente posible, del hombre para el hombre. La no violencia se encuentra en proporción exacta a la idoneidad –y no a la voluntad—de la persona no violenta para infligir violencia. El poder a disposición de la persona no violenta es siempre mayor que el que poseería si fuese violenta. En la no violencia no existe nada que sea derrota. Notemos la exigencia implícita en esta clase de luchas morales y sociales: Ser capaz de la violencia en la misma proporción que la no violencia que se quiere llevar a cabo. De nuevo, es una lucha para los fuertes, no es para los cobardes. La justicia se defiende con las conciencias más abiertas y a veces con los cuerpos más entrenados para la acción no-violenta.

Hay dos clases de fuerzas que respaldan peticiones. “Le haremos daño si no nos concede esto”, es una especie de fuerza; es la fuerza de las armas. “Si usted no accede a nuestra solicitud, ya no seremos sus gobernados. Usted nos puede gobernar tan sólo mientras sigamos como gobernados; ya no tendremos ningún trato con usted”. La fuerza que aquí se halla involucrada puede describirse como amor-fuerza, alma-fuerza, o, más popularmente pero con menor exactitud, resistencia pasiva. Esta fuerza es indestructible. Quien la emplea entiende perfectamente su posición. La fuerza de las armas es impotente cuando se enfrenta a la fuerza del amor o del alma. La violencia es la negación de esta gran fuerza espiritual, que sólo pueden cultivar o esgrimir quienes desechan completamente la violencia.

En el terreno político la lucha en nombre del pueblo consiste especialmente en oponerse al error que asume la fuerza de leyes injustas. Cuando uno no ha logrado hacer ver claramente su error al legislador por medio de peticiones o recursos de esta especie, el único remedio que le queda, si no quiere someterse al error, es obligarlo a ceder por la fuerza física, o sufrir en la propia persona pidiendo castigo por la ruptura de la ley. De ahí la Satyagraha en buena parte aparezca ante el público como desobediencia civil o resistencia civil. Es desde luego civil en el sentido de que no es criminal. El transgresor de la ley quebranta la ley subrepticiamente y trata de evitar la pena.

“La desobediencia civil es una ruptura de las leyes inmorales consagradas”. La expresión fue acuñada por Henry Thoreau para significar su propia resistencia a las leyes de un estado esclavista. Es una presión política no violenta, que pretende lograr una serie de mejoras sociales u otras demandas, por medio de la negativa de aceptar las estructuras y organismos de Estado.  Presupone el hábito del condescendiente acatamiento de las leyes sin temor a sanciones. Puede practicarse sólo como último recurso y de todos modos es un principio sólo por un reducido número de escogidos. El Satyagraha, que no es el arma de los débiles, es el arma de los más fuertes y descarta el empleo de la violencia de cualquier forma o condición.

La no cooperación implica primordialmente retirar la cooperación al Estado, cuando según el punto de vista del cooperador el Estado se ha vuelto corrupto, y excluye la desobediencia civil. Por su propia naturaleza la no cooperación está inclusive al alcance de los niños comprensivos y puede practicarse sin mayor riesgo por las masas.

¿Por qué llamamos a la desobediencia civil? La palabra civilis tiene dos sentidos. En primera instancia se opone a militaris: es civil lo que no es militar. Pero, no es en este sentido que la desobediencia es civil. Existe, un segundo significado de la palabra civilis, que la opone a criminalis: es civil lo que no es criminal. Encontramos esta misma raíz etimológica en las palabras civilidad, civilizado... Entonces, la desobediencia es civil en el sentido que no es criminal, en el sentido que es respetuosa de la vida de todos los ciudadanos, aunque sean adversarios políticos, es decir, en últimas, en el sentido que ella es no-violenta. La desobediencia “criminal”, es decir, que no es “civil”, es la violencia. Toda violencia, en efecto, es una desobediencia a la ley que prohíbe a los ciudadanos cualquier recurso a la violencia. Según su definición clásica, el Estado es la institución que, en un territorio determinado, posee el monopolio de la violencia legítima. El Estado justifica este monopolio, que desarma a los ciudadanos, afirmando que así asegura la paz pública. Sabemos bien que, en la realidad, las cosas frecuentemente suceden de manera diferente y que el Estado no vacila a recurrir a la violencia para hacer prevalecer su razón privando a los ciudadanos de sus libertades fundamentales.

La resistencia pasiva, que se inspira en el principio de la no violencia,  es el arma de los débiles. Abarca el movimiento sufragista y la resistencia de los no conformistas. Se basa en el rechazo de todo tipo de colaboración con el gobierno regente. Si bien evita la violencia no siendo accesible a los débiles, no descarta su empleo sí, en opinión del resistente pasivo, las circunstancias lo demandan. Sin embargo, siempre se ha distinguido de la resistencia armada. Se ha concebido como arma de los débiles y no excluye el empleo de la fuerza física o de la violencia con miras a obtener un fin. Es un método de asegurar los derechos por el sufrimiento personal; es lo contrario de la resistencia armada. Cuando me niego a ejecutar una cosa que es repugnante para mi conciencia, empleo de la fuerza del alma.  Emplear la fuerza bruta, hacer uso de la violencia (armas y explosivos) es contrario a la resistencia pasiva, pues ello significa que pretendemos que nuestro opositor ejecute por la fuerza lo que nosotros queremos y él no. Y, si se justifica tal empleo de la fuerza, en verdad nuestro opositor se halla autorizado para hacer lo mismo con nosotros. De tal modo, jamás podremos llegar a un entendimiento. Suponemos simplemente como el caballo ciego que se mueve   entorno de un molino, que estamos progresando. Quienes creen que no están obligados a obedecer las leyes que son opuestas a su conciencia, sólo tienen a su alcance el recurso de la resistencia pasiva. Cualquier otro ha de llevar al desastre. “Quienes empuñan la espada, perecerán por la espada”.

Es contrario a nuestra humanidad que obedezcamos leyes incompatibles con nuestra conciencia. Si el hombre llegara a darse cuenta que es inhumano obedecer leyes injustas, ninguna tiranía del hombre lo subyugaría. Esta es la clave del autogobierno o de la autonomía. En cuanto se mantenga la superstición de que los hombres deben obedecer leyes injustas, así persistirá su esclavitud.

Es lícito desobedecer a la autoridad cuando ordene cosas contrarias abiertamente a la ley natural o a la ley divina positiva; en este caso la autoridad no sería más que tiranía y sus órdenes, antes que ley, serían la corrupción de la ley. Puede aún deponerse al tirano en caso de que sus actos hagan verdadera y claramente oprobiosa la vida humana.

El resistente civil siempre acata las leyes del Estado al cual pertenece, no por temor de las sanciones sino porque las considera buenas para el bien de la sociedad. Pero hay ocasiones, por lo general raras, en que considera que ciertas leyes son tan injustas que constituye en deshonor prestarles obediencia. Entonces las quebranta abierta y civilmente, y sufre tranquilamente la pena de su ruptura. Y con el fin de hacer sentir su protesta contra la acción de las legislaciones, le queda la posibilidad de retirarle su cooperación al Estado desobediencia  otras leyes cuya ruptura no implique degradación moral.

El niño, primero que todo, debe saber qué es el alma, lo que es la verdad, lo que es el amor, y cuáles poderes están latentes en el alma. Debe ser fundamento de la verdadera educación que un niño decididamente aprenda que en la lucha de la vida, fácilmente puede conquistar el odio por el amor, la falsedad por la verdad, la violencia por el propio sufrimiento.

Desgraciadamente en nuestro mundo, quien ostenta el poder lucha por no perderlo y quien no lo tiene lucha por alcanzarlo. Entonces, para evitar esta estéril lucha el hombre debería vivir en el anarquismo, porque todo hombre debe ser su propio gobierno, su propia ley, su propia iglesia. La autoridad tiende a restringir la libertad individual en servicio de las conveniencias de una persona, de un grupo o de un conjunto social. El poder ejerce, por su propia naturaleza, una influencia perniciosa. Los gobernantes tienden, inevitablemente, abusar del poder para su beneficio egoísta. Razones por las que el hombre no debe tener otro legislador que él mismo; él mismo debe elegirse y reformarse como fin en sí realizándose en absoluta libertad.

El hombre tiene el derecho inalienable de regir y determinar su propia conducta, mientras que el gobierno sólo sirve para alterar la relación normal entre los individuos. No necesita de gobernantes porque posee la capacidad de transformar por sí mismo sus experiencias sensoriales en una acción inteligente y moral, lo que hace innecesaria la coacción autoritaria. Cuando los hombres pueden elegir son racionales, por lo cual formarán grupos voluntarios y vivirán en armonía social sin controles del Estado. Cada hombre es, según Tomás de Aquino, señor de sí mismo y de sus actos, dueño de su ser y de su actividad. Cada hombre es posesión propia. Su ser y sus actividades son suyos, propios, los posee en propiedad, son su pertenencia, su dominio, su haber, su señorío interno. Cada hombre es el último soporte, independiente y autónomo de sí mismo.

Si la esencia del hombre es entera libertad, no puede guiarse por ninguna normatividad extrema, pues ninguna moral escrita puede decir qué decisión debe tomar. Ser libre y elegir es inventar, pues ninguna moral nos puede indicar lo que debemos hacer.

¿Para qué un gobernante corrupto, totalitario e injusto? ¿Qué bien le puede brindar al hombre un gobernante que no funda un Estado en las sólidas bases de la justicia, la educación y el trabajo?

La no violencia da espacios a la creatividad en el sentido en que no es posible prever y predefinir cómo resolver un problema en particular. Propone además que se ponga al ser humano y su dignidad por encima de todo tipo de interés. En definitiva, la no violencia plantea como principio de actuación la capacidad de pensar y actuar de manera alternativa y creativa por cuanto que –como tal- ve en ello un poder intrínseco, aquel que tiene toda alternativa por el hecho de serla o de quererlo ser. Por esa capacidad interna de no sentirse vencida o rendida ante las adversidades, ante las contrariedades ante los impedimentos sociales o mentales.
Uno de los principios fundamentales de la estrategia de la acción no-violenta es la búsqueda de medios que sean coherentes con el fin. Es necesario rechazar, de una vez por todas el viejo adagio según el cual: “el fin justifica los medios”, lo que quiere decir que un fin justo justifica medios injustos. Otro proverbio expresa mejor la sabiduría de las naciones: “Quien quiere el fin quiere los medios”, con la condición que lo entendamos correctamente, es decir: “Quien quiere un fin justo debe querer medios justos”. Mientras, podemos ponernos de acuerdo, bastante rápido, con respecto al fin: ¿No busca todo el mundo el bien de la humanidad, no pretende todo el mundo desear la justicia? La cuestión verdadera es la de los medios. El siglo XX fue dominado por ideologías que afirmaban que la violencia era el medio necesario, legítimo y honorable para actuar en la historia y debemos claramente reconocer, hoy, el fracaso de esas ideologías. La ideología comunista tenía, sin ninguna duda, por fin la construcción de una sociedad donde no existiría más la explotación del hombre por el hombre. Desafortunadamente, muy rápido fue evidente que los medios puestos en acción, precisamente los de la violencia, estaban en contradicción con este fin y que éste era sin cesar alejado hacia mañanas que nunca llegaron.
Gandhi logró la independencia de la India con este método, siendo el primero en plasmarlo en la dimensión político social. Martin Luther King repitió la fórmula en la revolución estadounidense de  los derechos civiles. Gorbachov logró el fin de la guerra fría, y el desplome del totalitarismo comunista por la vía no- violenta. Mandela alcanzó el fin del apartheid en Sudáfrica y desde la presidencia unificó al país, cerrando las heridas terribles del racismo, y convocó al perdón, con lo cual evitó la guerra civil que se cernía en el horizonte sudafricano. Oscar Arias pacificó la guerra civil centro americana de la década de los ochenta, y frenó el desangre de aquella región.

La cultura de la no violencia nos invita a una forma de anarquismo en el buen sentido de la palabra. Se trata de un anarquismo para rechazar leyes antipopulares.

Henry David Thoreau, en su conocido texto “Del deber de la desobediencia civil”, postula la resistencia pasiva contra los abusos del poder estatal. Hace una virulenta crítica al Estado, al Ejército, al Gobierno, a los políticos, a los congresistas; relata su experiencia de una noche que estuvo preso por no pagar impuestos para la escuela; aboga por la abolición de la esclavitud y condena la agresión norteamericana a México. Según el autor, los hombres deben prepararse para un “gobierno que no gobierne en absoluto”. Los Gobiernos, que son una conveniencia, son inútiles e inconvenientes. “El Gobierno no es algo que me preocupe en demasía, y pocos serán los pensamientos que gaste en él. No son muchos los momentos de vida que vivo bajo una regla, ni siquiera en este mundo. Si un hombre es libre de pensar, de soñar, de desear, lo que no es nunca por mucho tiempo lo que parece ser, no hay reformadores ni gobiernos insensatos que puedan interrumpirle fatalmente”. El blanco de su acerba crítica es el Gobierno de su época, al que consideraba como tradicional que trata de transmitirse inalteradamente a la posteridad, pese a ir cayendo a cada instante en su decadencia. “Los gobiernos revelan cuán fácil de imponer los hombres, incluso a esos mismos, para su propio medro… Este Gobierno jamás patrocinó empresa alguna, más que con la premura con que se apartó de su camino. No guarda libre el país. No pacifica el Oeste. No educa”. Ante la pregunta de cómo comportarse el hombre con su Gobierno americano, considera que no puede asociarse con él sin desgracia. “Me es imposible reconocer como gobierno, siquiera un instante, a esa organización política que lo es también del esclavo”. Por tanto, reclama un Gobierno mejor, no su ausencia. El ejército regular, que es el brazo armado del Gobierno, debe desaparecer porque, entre otras cosas, degrada al hombre. “Visitad un establecimiento naval y contemplad al marino, es decir, a lo que puede hacer de un hombre el gobierno americano o alguien provisto de malas artes… una simple sombra, un vestigio de humanidad, un ser vivo y de pie, pero enterrado ya, podría decirse, bajo salvas y demás ceremonias…! El Estado sólo tiene en cuenta a sus funcionarios como objetos. “La gran masa de los hombres sirve al Estado, pues, así; no sólo como hombres principalmente, sino como máquinas; con su cuerpo… Cuando el súbdito niegue su lealtad y el funcionario sus oficios, la revolución se habrá conseguido. Suponed, no obstante, que corra la sangre. ¿Acaso no se vierte ésta cuando es herida la conciencia? La auténtica virilidad e inmortalidad del hombre se pierden por esa herida, y aquél se desangra hasta la muerte eterna”.

Hay que desobedecer leyes injustas. “La ley jamás hizo a los hombres un ápice más justos, y, en razón de su respeto por ellos, incluso los mejor dispuestos se convierten a diario en agentes de la injusticia”. Precisa que hay leyes injustas. “¿Nos contentaremos obedeciéndolas o trataremos de corregirlas y seguiremos obedeciendo hasta que lo consigamos o, más bien, las transgrediremos en seguida? Bajo un Gobierno como el presente, los hombres piensan por lo general que es mejor guardar hasta haber persuadido a la mayoría de la necesidad de alterarlas. Piensan que, de resistirse, el remedio sería peor que la enfermedad. Pero es culpa del Gobierno mismo que el remedio sea peor que la enfermedad. Aquél la empeora. ¿Por qué no prevé y procura, en cambio, las reformas necesarias? ¿Por qué no atiende a su prudente minoría? ¿Por qué grita y se agita antes de ser herido? ¿Por qué no anima a sus ciudadanos a que se mantengan alerta para que le señalen sus faltas y a conducirse mejor de lo que, de otro modo, esperaría de ellos”. Entonces invita a romper la ley. “Que vuestra vida sea una contrafricción que detenga la máquina. Lo que hay que hacer en todo caso, es no prestarse a servir al mismo mal que se condena”.

Hace un vehemente llamado a no pagar impuestos destinados a hacer la guerra a Méjico y a no cumplir leyes injustas. “Este pueblo debe dejar de tener esclavos y de hacer la guerra a Méjico, aunque le cueste la existencia como pueblo”.

Expone que todos tenemos derecho a la revolución. “Todos los hombres reconocen el derecho a la revolución, es decir, el privilegio de rehusar adhesión al gobierno y de resistírsele cuando su tiranía o su incapacidad son visibles e intolerables”. Piensa que “toda votación es un juego”, como ocurre la que pretende abolir la esclavitud. “Yo deposito mi voto, quizá, por lo que estimo correcto; pero no me siento vitalmente interesado en que prevalezca… El hombre prudente no dejará lo justo a merced del azar ni deseará que prevalezca gracias al poder de la mayoría… Cuando la mayoría vote, por fin, por la abolición de la esclavitud será porque es indiferente a ella porque queda ya muy poca que abolir mediante su voto. Serán ellos, entonces los únicos esclavos. Sólo el voto de aquel que afirma con él su propia libertad puede acelerar la abolición de la esclavitud.

Sostiene que “bajo un Gobierno que encarcela a cualquiera injustamente, el lugar apropiado para el justo es también la prisión”. Piensa que el Estado no persigue a las ideas sino a quien las gesta. “El Estado no se enfrenta nunca intencionalmente contra el sentido del hombre, intelectual y moral, sino contra su cuerpo, sus sentidos. No se arma de honestidad o de ingenio superior sino de mayor fuerza física… Nunca podrá haber un Estado realmente libre e iluminado hasta que no reconozca al individuo como poder superior independiente del que derivan el que a él le cabe y su autoridad, y, en consecuencia, le dé el tratamiento correspondiente”. 

Con respecto a los impuestos sostiene que “nunca me he negado a pagar el impuesto viario, pues tan deseoso estoy de ser un buen vecino como un mal súbdito; y en lo que al sostenimiento de las escuelas se refiere, ahora mismo estoy aportando mi parte a la educación de mis conciudadanos. No es por nada en particular que me niego a someterme a la ley física. Simplemente, deseo rehusar mi adhesión al Estado, retirarme y mantenerme efectivamente al margen de él. No trato de averiguar el fin de mi dólar, de poder hacerlo, hasta que pueda aplicarse a la compra de un hombre o de un mosquete con que darle muerte. El dólar es inocente, pero me preocupa el conocer los efectos de mi contribución al erario. De hecho, a mi modo, aunque seguiré haciendo uso y obteniendo cuantas ventas puede de él, como es habitual en esos casos”. 

Para finalizar, transcribo las siguientes reflexiones de Thoreau:

*Baste que un hombre crea en sí mismo y encontrará el camino de la existencia, a pesar de las barreras y de las tradiciones que lo aprisionan.
*Vivir nuestra propia vida sigue siendo el mejor modo de vivir, siempre lo ha sido, y siempre lo será.
*Si yo he arrebatado injustamente el leño salvador a un hombre que se ahoga, debo devolvérselo aunque parezca yo. 
*Loor al hombre que es un hombre y posee un hueso en la espalda, imposible de doblegar con la mano.
*Si me dedico a mis tareas debo asegurarme de que no lo hago sobre las espaldas de otro hombre; y librarle de mí llegado el caso, para que también pueda atender a sus propios objetivos.
*Viene a este mundo no para hacer de él principalmente un buen lugar donde vivir, sino para vivir en él fuera bueno o malo. Al hombre no le cabe hacerlo todo, sino algo; y porque no puedo hacer todas las cosas, no es necesario que haga algo mal.

LUIS ANGEL RIOS PEREA

Bibliografía.

AIMSA. No violencia activa. juanparent.tripod.com/noviolencia/ahimsa
CARDONA LONDOÑO, Antonio y SEEK CHOUE, Young.  Satyagraha, M. C. Gandhi. La ciudadanía mundial. Planeta, Bogotá, 1993.
COSTALES PEÑAHERRERA, Jaime. ¿Qué es la no violencia? www.diegooquendo.com/post/1352014956/ecuador-politica-no violencia.
LOPEZ MARIO. Política sin violencia. La no violencia como humanización de la política. UNIMINUTO, Bogotá, 2006.
MULLER, Jean-Marie. La no violencia como filosofía y como estrategia. http://www.palabracubana.org/2008-02/no violencia.htm
THOREAU, Henry David. Del deber de la desobediencia civil. http://thoreau.eserver.org/spanishcivil.html

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