Teniendo en
cuenta la genialidad literaria de Juan Rulfo en la creación de sus insuperables
cuentos, decidí leerlos minuciosamente para deleitarme con la magia y el
derroche de la narrativa de este mexicano y resumirlos para que los que quieran
acercarse a la cuentística y no dispongan del tiempo y la paciencia requerida
para su lectura se enteren de lo que trata cada uno de ellos. El libro en donde
se encuentran publicados estos cuentos se llama El llano en llamas –uno de los cuentos-. Mi gusto y mis
preferencias estéticas me inclinaron por seleccionar a Luvina como uno de los mejores.
EL LLANO EN
LLAMAS
(Juan Rulfo)
El “Pichón”,
tres años después de haber salido de prisión, “por muchos delitos”, relata la
cotidianidad de un pequeño grupo de bandidos, liderados por Pedro Zamora, y los
enfrentamientos con los “federales”, tropas del gobierno mexicano, comandadas
por el general Petronilo Flores. El “Pichón”, uno de los bandidos, quien
sostiene que lo castigaron por muchos delitos, mas “no porque hubiera andado
con Pedro Zamora”, empieza narrando un combate en donde mueren tres de los
hermanos Benavides, conocidos como los “Cuatro”, y desaparece un bandido
conocido como la “Perra”, a quien “se lo han de haber llevado para enseñárselo
al gobierno”. Después de éste y otro enfrentamiento, el grupo quedó reducido a
pocos hombres. “Y acabamos por ser unos grupitos tan ralos que ya nadie nos
tenía miedo. Ya nadie corría gritando: ¡Allí
vienen los de Zamora! Entonces decidieron remontarse hacia al cerro para
esconderse de la persecución de los federales. “La paz había vuelto al Llano
Grande”. A los ocho meses de estar “escondidos en el escondrijo del cañón del
Tozín, allí donde el río Armería se encajona durante muchas horas para dejarse
caer sobre la costa”, apareció Armancio Alcalá, estafeta de Pedro Zamora,
convocándolos para reactivar el grupo. Luego de que el grupo estuviera bien
fortalecido, ya que a él se unieron hasta indios, prendieron fuego al Llano
Grande, y se encaminaron con destino a
la sierra. “Le prendimos fuego y luego la emprendimos rumbo al
Petacal... Así que se veía muy bonito ver caminar el fuego en los potreros; ver
hecho una pura brasa casi todo el Llano en la quemazón aquella, con el humo
ondulado por arriba; aquel humo oloroso a carrizo y a miel, porque la lumbre
había llegado también a los cañaverales”. Los bandidos continuaron con sus
fechorías y se dedicaban a robar ganado para quitarle el pellejo. “Ése era
ahora nuestro negocio: los cueros de ganado”. Pedro Zamora les dijo: “Esta
revolución la vamos a hacer con el dinero de los ricos. Ellos pagarán las armas
y los gastos que cueste esta revolución que estamos haciendo. Y aunque no
tenemos por ahorita ninguna bandera por qué pelear, debemos apurarnos a
amontonar dinero, para cuando vengan las tropas del gobierno vean que somos
poderosos”. Ahora los federales les tenían miedo y ellos también temían a éstos.
“Era de verse cómo se nos atoraban los guevos en el pescuezo de sólo oír el
ruido que hacían sus guarniciones...” Las tropas al mando del general Olachea
estaban conformadas por “gente aguantadora y entrona”. Luego los federales
bajaron al Llano en búsqueda de los bandidos, porque creían que por allí se
anidaban. Pedro Zamora, que le gusta mucho el juego del toro, se puso a
“torear” a ocho soldados (“Que se les habían quedado olvidados”), el
administrador y el caporal de la hacienda Guastecomate, la cual incendiaron.
Hicieron un corralito para que sirviera de “plaza de toros”. Pedro Zamora con
el verduguillo embestía a los soldados. “Los ocho soldaditos sirvieron para una
tarde. Los otros dos para la otra. Y el que costó más trabajo fue el caporal...
En cambio, el administrador se murió luego luego... Se murió muy callado, casi
sin moverse y como si él mismo hubiera querido ensartarse...” Tiempo después
descarrilaron un tren, ocasionando muchas víctimas. Por este motivo el gobierno
emprendió una eficiente persecución de los bandidos. “Pedro Zamora le picó la
cresta al gobierno con la descarriladura del tren de Sayula”. Los federales los
sacaron de sus escondites. “Corrimos lo que pudimos. En el Camino de Dios se
nos quedó el Chihuila... Se nos quedó mirando cuando nos íbamos cada quien por
su lado para repartirnos la muerte. Y él parecía estar riéndose de nosotros,
con sus dientes pelones, colorados de sangre”. Por todo lo que habían hecho se
quedaron sin el apoyo de los campesinos y con muchos enemigos. Hasta los indios
no los querían porque les mataron los animales. “De este modo se nos fue
acabando la tierra. Casi no nos quedaba ya ni un pedazo que pudiéramos
necesitar para que nos enterraran. Por eso decidimos separarnos los últimos,
cada quien arrendado por su distinto rumbo”.
LUVINA
(Juan Rulfo)
Un hombre,
dentro de una tienda, tomando cerveza, le cuenta a otro cómo es Luvina, y su
experiencia cuando vivió allí con su mujer e hijos. Luvina es el nombre de un
pueblo rodeado de varios cerros, entre ellos el de Luvina, "el más alto y
el más pedregoso". El autor dice que es un cerro estéril, sin vegetación y
con piedra caliza. A pesar de que "está plagado de esa piedra gris con la
que hacen la cal", en Luvina no hacen cal. Por la ladera del cerro sopla
un viento que no deja crecer las plantas. Sobre Luvina sopla un viento pardo,
que arrastra arena del volcan y se prende "de las cosas como si las
mordiera". En Luvina las noches y los días son fríos. "Nunca verá
usted un cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte está desteñido; nublado
siempre por un mancha caliginosa que no se barra nunca". En Luvina llueve
muy poco. Luvina es un pueblo en donde reina la tristeza, como cualquier pueblo
alejado y marginado. "Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar
muy triste... Es un lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la
sonrisa". En Luvina no hay cerveza, alimento ni Gobierno. Es un pueblo
donde no importa el tiempo, sino la muerte. "Y es que allá el tiempo es
muy largo. Nadie lleva la cuenta de las horas ni a nadie le preocupa cómo van
amontonándose los años. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche.
Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es una
esperanza". Los viejos, que son mayoría en el pueblo, permanecen sentados
"en el umbral de la puerta, mirando la salida y la puesta del sol,
subiendo y bajando la cabeza, hasta que acaban aflojándose los resortes y
entonces todo queda quieto, sin tiempo, como si vivieran siempre en la
eternidad". En Luvina sólo viven viejos y mujeres flacas, sin fuerzas.
"Los niños que han nacido allí se han ido... Apenas les clarea el alba y
ya son hombres. Como quien dice, pegan el brinco del pecho de la madre al
azadón y desaparecen de Luvina". Los habitantes de Luvina decían que el
Gobierno no tiene madre. El Gobierno no se hacía presente allí; sólo iba a
Luvina cuando alguien violaba la ley para detener al criminal. "Entonces
manda por él hasta Luvina y se lo matan". Los lugareños dicen que no
abandonan el pueblo por sus muertos. "Ellos viven aquí y no podemos
dejarlos solos". El narrador había ido a Luvina a realizar sus ideas.
"Estaba cargado de ideas. Usted sabe que a todos nosotros nos infunden
ideas. Y uno va con esa plasta encima para plasmarla en todas partes. Pero en
Luvina no cuajó eso. Hice el experimento y se deshizo..." Luvina es un
purgatorio, un lugar solo, un pueblo moribundo y un sitio donde la gente masca
bagazos de mezquite seco y se traga la saliva para engañar el hambre. "San
Juan de Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre. Pero aquello es un
purgatorio. Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay
ni quien ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra al vendaval que
allí sopla, no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades. Y eso
acaba con uno".
“¿NO OYES
LADRAR LOS PERROS?”
(Juan Rulfo)
El padre
llevaba a su hijo Ignacio cargado sobre su espalda, con destino a Tonaya, con
el fin de que un médico lo curara, luego de haberlo encontrado herido en el
camino. El padre le preguntaba con frecuencia si no veía luces o escuchaba
ladrar los perros, como señal de que ya iban llegando a Tonaya. El padre no
veía ni escuchaba por el peso de su hijo. "Tú que vas allá arriba,
Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si vez alguna luz en alguna
parte... Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las
orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos
dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte..." Su padre le reprochaba
por su vida de maleante, en donde lo habían herido por andar robando y matando.
"Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre.
Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré...
Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más
que puras dificultades, puras vergüenzas... He maldecido la sangre que usted
tiene de mí..." El padre no lo descargaba, porque después no había quién
se lo ayudara a subir a las espaldas. A medida que avanzaba reprochaba a
Ignacio. Cuando iba a llegar a Tonaya, Ignacio se desmayó. El padre siguió.
Cuando llegaron a Tonaya, el padre descansó. "Destrabó difícilmente los
dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar
libre, oyó como por todas partes ladraban los perros".
“¡DILES QUE NO ME MATEN!”
(Juan Rulfo)
Juvencio Nava suplica a su hijo
Justino que vaya a pedirle a los militares que no lo maten, por favor. Justino,
en un principio se niega, pero decide ir a ver qué puede hacer. Juvencio pide
esto a su hijo en momentos en que se encuentra capturado por el Ejército y
amarrado al horcón de una hacienda. Lo capturaron luego de muchos años de haber
huido por haber asesinado con machete a su compadre Lupe Terreros, propietario
de una hacienda conocida como La
Puerta de Piedra, debido a que éste le negó pasto para su
ganado que se le estaba muriendo de hambre. Como don Lupe se negó a
suministrarle pasto, Juvencio, por la noche, rompía la cerca de don Lupe y le
pasaba el ganado para que pastara. Durante el día don Lupe sacaba el ganado y
tapaba el hueco. Por la noche Juvencio volvía a romper la cerca y a pasar el
ganado para las tierras de don Lupe. Por esto don Lupe amenazó con matarlo; con
el tiempo le mató un novillo. Entonces Juvencio lo asesinó con un machete.
Desde entonces empezó a huir. Durante su huida le robaron todo el ganado y
propiedades. Se fue a vivir a la casa de su hijo Justino, quien estaba casado
con Ignacia y tenía 8 hijos. Finalmente, fue llevado ante un coronel, quien, a
pesar de que Juvencio le suplicó que no lo matara porque ya estaba viejo, ordenó
que lo mataran con disparos en la cabeza.
NOS HAN DADO
LA TIERRA
(Juan Rulfo)
Esteban, Melitón, Faustino y el
narrador caminan por “un camino sin orillas” hasta encontrar el Llano Grande,
donde el Gobierno les ha dado tierra para cultivar. Muestran su inconformidad
debido a que ellos querían tierra en el valle del río y no en el llano, rajado
“de grietas y arroyos secos”, que sólo es una tierra caliente, sin vegetación
ni agua, (“ni siquiera para hacer un buche hay agua”). El Gobierno les entregó
esa tierra y ellos no tuvieron otra opción que aceptarla, diciéndoles que el
latifundio era a quien debían atacar y no al Gobierno.
ANACLETO
MORONES
(Juan Rulfo)
Un grupo de
viejas beatas, pudibundas y melindrosas, pertenecientes a la Congregación de
Amula, visitan a Lucas Lucatero, con el fin de convencerlo que vaya a dar
testimonio sobre la solvencia moral de su suegro Anacleto Morones, para
canonizarlo. Lucas se niega y les dice a las viejas (a las cuales detesta y
quiere que se vayan pronto) que Anacleto no era la persona buena que ellas
creían. Entonces, ante la incredulidad de las viejas, les va relatando parte de
sus fechorías y su falta de moralidad. Les cuenta, entre cosas, que la hija que
había tenido su esposa no era de él, sino de Anacleto, es decir, que éste había
cometido incesto con su hija. Las viejas, al ir oyendo las cosas feas que
contaba de Anacleto, paulatinamente se iban yendo, renegando de Lucas y
defendiendo la integridad moral de Anacleto, ya que aseguraban que éste era un
santo y no un pecador como decía Lucas. Al final sólo quedó Pancha. Lucas la
convenció para que pasara noche con él, ya que había echado de su casa a su
mujer, que tenía una hija de su suegro. Lucas había asesinado y enterrado a
Anacleto Morones cerca de su casa, cuando salió de la cárcel y había ido a
pedirle el dinero que le había dado a guardar. Nadie sabía esto, y las viejas y
otras personas creían que Anacleto estaba desaparecido.
EL DIA DEL
DERRUMBE
(Juan Rulfo)
El narrador
y Melitón recuerdan ese 21 de septiembre cuando ocurrió un terremoto en
Tuxcacuexco. Luego de la tragedia el gobernador visitó el pueblo con el fin de
ayudar a los sobrevivientes; pero, junto con su comitiva, se dedicó a comer, a
emborracharse y a echar un discurso demagógico.
LA CUESTA DE
LAS COMADRES
(Juan Rulfo)
Una persona
narra que fue amigo de los hermanos Odilón y Remigio Torrico, a quienes no los
querían en la Cuesta de las Comadres, ni en Zapotlán. Cuando repartieron la
tierra de la Cuesta de las Comadres entre sesenta personas a todos les tocaron
partes iguales, excepto a los hermanos Torrico, que les tocó más poco, sólo un
pedazo de monte. Al poco tiempo los Torrico eran dueños de toda la Cuesta de
las Comadres y sus alrededores. La gente se iba poco a poco, dejando la tierra sola.
Los Torrico se dedicaban a robar y a matar personas, y por ese se iban las
personas y porque el mal tiempo les perjudicaba en las cosechas. El narrador
mata a Remigio porque éste lo acusaba de haber matado a su hermano Odilón.
Cuando Remigio, un tanto borracho, llegó a reclamarle y a acusarlo de la muerte
de su hermano, el narrador dijo que él no lo había matado. Remigio intentó
agredirlo con un machete, y el narrador se le anticipó y le clavó una aguja de
arria cerca del ombligo y luego en el corazón, y lo mató. Una vez muerto
Remigio, el narrador cuenta que a Odilón lo mataron los Alcaraces en Zapotlán,
donde eran adiados los Torricos, porque le escupió la cara con mezcal a uno de
los Alcaraces.
LA HERENCIA
DE MATILDE ARCANGEL
(Juan Rulfo)
Tranquilino
Herrera, un arriero, narra la historia de Matilde Arcángel, su esposo Euremio
Cedillo y su hijo del mismo nombre. Euremio padre era alto y garrudo, "más
que un hombre parecía una banderola", y Euremio hijo era bajito y hasta un
poco tonto. Matilde era una mujer bonita. Ella era de Chupaderas, pero los tres
vivían en Corazón de María. Poseían un rancho llamado Las Animas. Euremio
odiaba a su hijo porque cuando regresaban de su bautizo, el niño lloró y el
caballo se desbocó lanzando al piso a Matilde, que murió con la cabeza en un
charco, evitando que su hijo muriera. Desde entonces Euremio se dedicó a odiar
a su hijo, ya que lo culpaba de haber sido el causante de la muerte de Matilde
por haber llorado, y a emborracharse cambiando parte de su hacienda por licor.
Su hijo, que aprendió a tocar la flauta, sobrevivió gracias a la caridad de su
padrino, Tranquilino Herrera, y la de los vecinos. Su desgracia fue haber
nacido. Euremio padre murió pelando al lado del Ejército, y su hijo lo trajo al
pueblo en el lomo de un caballo.
LA NOCHE QUE
LO DEJARON SOLO
(Juan Rulfo)
Tres
cristeros, uno de ellos Feliciano Ruelas, el más joven, huyen hacia la sierra,
luego de emboscar al Ejército mexicano y matar al teniente Parra. Como los
otros dos llevaban mucha prisa, por temor a ser encontrados por el Ejército, se
adelantaron y dejaron solo a Feliciano. Después de dormir y descansar,
Feliciano dejó los fusiles y las carrilleras que llevaba a su espalda. Cuando
se acercaba a la meseta detectó al Ejército que lo esperaba y comentaba que ya
habían capturado y ajusticiado a los otros dos. Entonces, arrastrándose y
caminado muy prudente, emprendió el descenso por la parte posterior de la
meseta, y logró huir.
ACUERDATE
(Juan Rulfo)
El narrador
pide a una persona que se acuerde de Urbano Gómez, hijo de don Urbano, nieto de
Dimas, director de las pastorelas, hermano de Natalia, apodado el abuelo, y que
murió ahorcado "recitando el rezonga ángel maldito". Urbano Gómez,
que era cuñado de Nachito Rivera, lo explusaron de la escuela porque estaba
jugando con su prima, la Arremangada, "a mando y mujer detrás de los
lavaderos". Por esto su tío Fidencio Gómez, el del trapiche, "le
arrimó una paliza que por poco lo dejó paralitico". Lo volvieron a ver
"cuando apareció de vuelta por aquí convertido en policía". Con su
carabina entre las piernas y sentado en la plaza de armas miraba a todos con
odio. "No hablaba con nadie. No saludaba a nadie. Y uno lo miraba, él se
hacia el desentendido como si no conociera a la gente". Entonces mató a su
cuñado. Luego fue capturado y ahorcado. "Lo detuvieron en el camino. Iba
cojeando, y mientras se sentó a descansar llegaron a él. No se le opuso. Dicen
que él mismo se amarró la soga al pescuezo y que hasta escogió el árbol que más
le gustaba para que lo ahorcaran".
ES QUE SOMOS
MUY POBRES
(Juan Rulfo)
Un hermano
narra que cuando se reponían de la muerte de su tía Jacinta, empezó un aguacero
que ocasionó la crecida de un río, el cual se llevó muchas cosas del pueblo,
entre ellas la vaca serpentina que su padre le había regalado a su hija Tacha,
para que tuviera dinero y no fuera a seguir el destino de sus dos hermanas,
quienes se convirtieron en prostitutas por causa de la pobreza. Como la vaca se
ahogó era inminente que Tacha también terminara convertida en
"pirufa" (prostituta).
EL HOMBRE
(Juan Rulfo)
El hombre huye por el campo y es
perseguido por otro por haber asesinado a una familia. Cuando intenta cruzar el
río para ponerse a salvo de su persecutor, llega a la casa de un borreguero,
quien sin saber que es un asesino lo hospeda. Luego aparece el hombre muerto
sobre una piedra del río, con varias heridas. El borreguero denuncia el hecho a
las autoridades.
MACARIO
(Juan Rulfo)
Macario, un retrasado mental, cuenta
que vive con su madrina y Felipa, la encargada de cocinar. Macario está cerca
de la alcantarilla esperando para matar las ranas que croan por la noche y no
dejan dormir a su madrina. Lo hace porque no quiere que lo corra madrina de su
casa, ya que la quiere mucho porque le da de comer, y a él le da mucha hambre y
no se llena con todo lo que come. Se alimenta para no morirse porque teme irse
al infierno. No sale solo a la calle porque le tiran piedra, debido a que lo creen
loco de tanto comer. Se golpea la cabeza contra las paredes para que le suene
como un tambor. Quiere mucho a Felipa porque le da leche de sus pechos.
EN LA MADRUGADA
(Juan Rulfo)
El viejo Esteban, desde la cárcel de
San Gabriel, recuerda los hechos en que, según la acusación, mató a su patrón
Justo Brambila, durante un episodio en que Justo lo atacó porque estaba
maltratando un becerro, en momentos en que se dedicaba al ordeño de vacas.
Esteban dice no recordar nada porque perdió el conocimiento luego del brutal
ataque de su patrón. Lo acusan de haberlo matado a piedra, pero él no recuerda
eso. Justo convivía en concubinato con su sobrina Margarita.
PASO DEL NORTE
(Juan Rulfo)
Un hijo le pide a su padre que le
cuide sus cinco hijos y su esposa porque se va para el Norte en busca de una
mejor vida porque el negocio de comercializar cerdos no le produce dinero para
el sustento de sus hijos. Su padre se niega a colaborarle, pero el hijo le
reprocha que él está mal económicamente porque no le enseñó a trabajar en algo
lucrativo como el negocio de la polvorería, labor que desarrollaba su padre con
cierto éxito. Luego de convencer a su padre, viaja al Norte. Cuando regresa le
cuenta que no pudo llegar allá, porque las autoridades se lo impidieron. Su
padre le informa que su esposa Tránsito lo abandonó por un arriero. Entonces se
va en su búsqueda, dejando sus hijos con su abuelo.
TALPA
(Juan Rulfo)
Un narrador relata lo que le ocurrió
a él, a su hermano Tanilo Santos y a su cuñada Natalia. El narrador y Natalia
deciden llevar desde Zenzontle hasta Talpa a Tanilo, quien lo pidió para que la
virgen de Talpa le curara una llaga. El narrador y Natalia, que eran amantes,
llevan a Tanilo durante más de 20 días por un camino hasta llegar a Talpa.
Tanilo, muy enfermo y débil, sufre mucho durante el recorrido; su hermano y
Natalia lo llevan casi a empujones, porque a ellos les conviene que muera. Al
llegar, ya muy enfermo, Tanilo entra en la iglesia y muere frente a la virgen
de Talpa. Los dos lo entierran en Talpa, y regresan a Zenzontla. Natalia, muy
arrepentida, no llora en el momento de la muerte y entierro de Tanilo; lo hace
al regresar a Zenzontla, en los brazos de su suegra.
LUIS ANGEL RIOS PEREA
Luvina1111@yahoo.com
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