miércoles, 28 de agosto de 2013

LOS CUENTOS DE RULFO



Teniendo en cuenta la genialidad literaria de Juan Rulfo en la creación de sus insuperables cuentos, decidí leerlos minuciosamente para deleitarme con la magia y el derroche de la narrativa de este mexicano y resumirlos para que los que quieran acercarse a la cuentística y no dispongan del tiempo y la paciencia requerida para su lectura se enteren de lo que trata cada uno de ellos. El libro en donde se encuentran publicados estos cuentos se llama El llano en llamas –uno de los cuentos-. Mi gusto y mis preferencias estéticas me inclinaron por seleccionar a Luvina como uno de los mejores.


EL LLANO EN LLAMAS
(Juan Rulfo)


El “Pichón”, tres años después de haber salido de prisión, “por muchos delitos”, relata la cotidianidad de un pequeño grupo de bandidos, liderados por Pedro Zamora, y los enfrentamientos con los “federales”, tropas del gobierno mexicano, comandadas por el general Petronilo Flores. El “Pichón”, uno de los bandidos, quien sostiene que lo castigaron por muchos delitos, mas “no porque hubiera andado con Pedro Zamora”, empieza narrando un combate en donde mueren tres de los hermanos Benavides, conocidos como los “Cuatro”, y desaparece un bandido conocido como la “Perra”, a quien “se lo han de haber llevado para enseñárselo al gobierno”. Después de éste y otro enfrentamiento, el grupo quedó reducido a pocos hombres. “Y acabamos por ser unos grupitos tan ralos que ya nadie nos tenía miedo. Ya nadie corría gritando: ¡Allí vienen los de Zamora! Entonces decidieron remontarse hacia al cerro para esconderse de la persecución de los federales. “La paz había vuelto al Llano Grande”. A los ocho meses de estar “escondidos en el escondrijo del cañón del Tozín, allí donde el río Armería se encajona durante muchas horas para dejarse caer sobre la costa”, apareció Armancio Alcalá, estafeta de Pedro Zamora, convocándolos para reactivar el grupo. Luego de que el grupo estuviera bien fortalecido, ya que a él se unieron hasta indios, prendieron fuego al Llano Grande, y se encaminaron con destino a  la sierra. “Le prendimos fuego y luego la emprendimos rumbo al Petacal... Así que se veía muy bonito ver caminar el fuego en los potreros; ver hecho una pura brasa casi todo el Llano en la quemazón aquella, con el humo ondulado por arriba; aquel humo oloroso a carrizo y a miel, porque la lumbre había llegado también a los cañaverales”. Los bandidos continuaron con sus fechorías y se dedicaban a robar ganado para quitarle el pellejo. “Ése era ahora nuestro negocio: los cueros de ganado”. Pedro Zamora les dijo: “Esta revolución la vamos a hacer con el dinero de los ricos. Ellos pagarán las armas y los gastos que cueste esta revolución que estamos haciendo. Y aunque no tenemos por ahorita ninguna bandera por qué pelear, debemos apurarnos a amontonar dinero, para cuando vengan las tropas del gobierno vean que somos poderosos”. Ahora los federales les tenían miedo y ellos también temían a éstos. “Era de verse cómo se nos atoraban los guevos en el pescuezo de sólo oír el ruido que hacían sus guarniciones...” Las tropas al mando del general Olachea estaban conformadas por “gente aguantadora y entrona”. Luego los federales bajaron al Llano en búsqueda de los bandidos, porque creían que por allí se anidaban. Pedro Zamora, que le gusta mucho el juego del toro, se puso a “torear” a ocho soldados (“Que se les habían quedado olvidados”), el administrador y el caporal de la hacienda Guastecomate, la cual incendiaron. Hicieron un corralito para que sirviera de “plaza de toros”. Pedro Zamora con el verduguillo embestía a los soldados. “Los ocho soldaditos sirvieron para una tarde. Los otros dos para la otra. Y el que costó más trabajo fue el caporal... En cambio, el administrador se murió luego luego... Se murió muy callado, casi sin moverse y como si él mismo hubiera querido ensartarse...” Tiempo después descarrilaron un tren, ocasionando muchas víctimas. Por este motivo el gobierno emprendió una eficiente persecución de los bandidos. “Pedro Zamora le picó la cresta al gobierno con la descarriladura del tren de Sayula”. Los federales los sacaron de sus escondites. “Corrimos lo que pudimos. En el Camino de Dios se nos quedó el Chihuila... Se nos quedó mirando cuando nos íbamos cada quien por su lado para repartirnos la muerte. Y él parecía estar riéndose de nosotros, con sus dientes pelones, colorados de sangre”. Por todo lo que habían hecho se quedaron sin el apoyo de los campesinos y con muchos enemigos. Hasta los indios no los querían porque les mataron los animales. “De este modo se nos fue acabando la tierra. Casi no nos quedaba ya ni un pedazo que pudiéramos necesitar para que nos enterraran. Por eso decidimos separarnos los últimos, cada quien arrendado por su distinto rumbo”.

LUVINA
(Juan Rulfo)

Un hombre, dentro de una tienda, tomando cerveza, le cuenta a otro cómo es Luvina, y su experiencia cuando vivió allí con su mujer e hijos. Luvina es el nombre de un pueblo rodeado de varios cerros, entre ellos el de Luvina, "el más alto y el más pedregoso". El autor dice que es un cerro estéril, sin vegetación y con piedra caliza. A pesar de que "está plagado de esa piedra gris con la que hacen la cal", en Luvina no hacen cal. Por la ladera del cerro sopla un viento que no deja crecer las plantas. Sobre Luvina sopla un viento pardo, que arrastra arena del volcan y se prende "de las cosas como si las mordiera". En Luvina las noches y los días son fríos. "Nunca verá usted un cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte está desteñido; nublado siempre por un mancha caliginosa que no se barra nunca". En Luvina llueve muy poco. Luvina es un pueblo en donde reina la tristeza, como cualquier pueblo alejado y marginado. "Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar muy triste... Es un lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa". En Luvina no hay cerveza, alimento ni Gobierno. Es un pueblo donde no importa el tiempo, sino la muerte. "Y es que allá el tiempo es muy largo. Nadie lleva la cuenta de las horas ni a nadie le preocupa cómo van amontonándose los años. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es una esperanza". Los viejos, que son mayoría en el pueblo, permanecen sentados "en el umbral de la puerta, mirando la salida y la puesta del sol, subiendo y bajando la cabeza, hasta que acaban aflojándose los resortes y entonces todo queda quieto, sin tiempo, como si vivieran siempre en la eternidad". En Luvina sólo viven viejos y mujeres flacas, sin fuerzas. "Los niños que han nacido allí se han ido... Apenas les clarea el alba y ya son hombres. Como quien dice, pegan el brinco del pecho de la madre al azadón y desaparecen de Luvina". Los habitantes de Luvina decían que el Gobierno no tiene madre. El Gobierno no se hacía presente allí; sólo iba a Luvina cuando alguien violaba la ley para detener al criminal. "Entonces manda por él hasta Luvina y se lo matan". Los lugareños dicen que no abandonan el pueblo por sus muertos. "Ellos viven aquí y no podemos dejarlos solos". El narrador había ido a Luvina a realizar sus ideas. "Estaba cargado de ideas. Usted sabe que a todos nosotros nos infunden ideas. Y uno va con esa plasta encima para plasmarla en todas partes. Pero en Luvina no cuajó eso. Hice el experimento y se deshizo..." Luvina es un purgatorio, un lugar solo, un pueblo moribundo y un sitio donde la gente masca bagazos de mezquite seco y se traga la saliva para engañar el hambre. "San Juan de Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre. Pero aquello es un purgatorio. Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay ni quien ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra al vendaval que allí sopla, no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades. Y eso acaba con uno".

“¿NO OYES LADRAR LOS PERROS?”
(Juan Rulfo)

El padre llevaba a su hijo Ignacio cargado sobre su espalda, con destino a Tonaya, con el fin de que un médico lo curara, luego de haberlo encontrado herido en el camino. El padre le preguntaba con frecuencia si no veía luces o escuchaba ladrar los perros, como señal de que ya iban llegando a Tonaya. El padre no veía ni escuchaba por el peso de su hijo. "Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si vez alguna luz en alguna parte... Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte..." Su padre le reprochaba por su vida de maleante, en donde lo habían herido por andar robando y matando. "Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré... Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras vergüenzas... He maldecido la sangre que usted tiene de mí..." El padre no lo descargaba, porque después no había quién se lo ayudara a subir a las espaldas. A medida que avanzaba reprochaba a Ignacio. Cuando iba a llegar a Tonaya, Ignacio se desmayó. El padre siguió. Cuando llegaron a Tonaya, el padre descansó. "Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó como por todas partes ladraban los perros".


“¡DILES QUE NO ME MATEN!”
(Juan Rulfo)

Juvencio Nava suplica a su hijo Justino que vaya a pedirle a los militares que no lo maten, por favor. Justino, en un principio se niega, pero decide ir a ver qué puede hacer. Juvencio pide esto a su hijo en momentos en que se encuentra capturado por el Ejército y amarrado al horcón de una hacienda. Lo capturaron luego de muchos años de haber huido por haber asesinado con machete a su compadre Lupe Terreros, propietario de una hacienda conocida como La Puerta de Piedra, debido a que éste le negó pasto para su ganado que se le estaba muriendo de hambre. Como don Lupe se negó a suministrarle pasto, Juvencio, por la noche, rompía la cerca de don Lupe y le pasaba el ganado para que pastara. Durante el día don Lupe sacaba el ganado y tapaba el hueco. Por la noche Juvencio volvía a romper la cerca y a pasar el ganado para las tierras de don Lupe. Por esto don Lupe amenazó con matarlo; con el tiempo le mató un novillo. Entonces Juvencio lo asesinó con un machete. Desde entonces empezó a huir. Durante su huida le robaron todo el ganado y propiedades. Se fue a vivir a la casa de su hijo Justino, quien estaba casado con Ignacia y tenía 8 hijos. Finalmente, fue llevado ante un coronel, quien, a pesar de que Juvencio le suplicó que no lo matara porque ya estaba viejo, ordenó que lo mataran con disparos en la cabeza.

NOS HAN DADO LA TIERRA
(Juan Rulfo)

Esteban, Melitón, Faustino y el narrador caminan por “un camino sin orillas” hasta encontrar el Llano Grande, donde el Gobierno les ha dado tierra para cultivar. Muestran su inconformidad debido a que ellos querían tierra en el valle del río y no en el llano, rajado “de grietas y arroyos secos”, que sólo es una tierra caliente, sin vegetación ni agua, (“ni siquiera para hacer un buche hay agua”). El Gobierno les entregó esa tierra y ellos no tuvieron otra opción que aceptarla, diciéndoles que el latifundio era a quien debían atacar y no al Gobierno.

ANACLETO MORONES
(Juan Rulfo)

Un grupo de viejas beatas, pudibundas y melindrosas, pertenecientes a la Congregación de Amula, visitan a Lucas Lucatero, con el fin de convencerlo que vaya a dar testimonio sobre la solvencia moral de su suegro Anacleto Morones, para canonizarlo. Lucas se niega y les dice a las viejas (a las cuales detesta y quiere que se vayan pronto) que Anacleto no era la persona buena que ellas creían. Entonces, ante la incredulidad de las viejas, les va relatando parte de sus fechorías y su falta de moralidad. Les cuenta, entre cosas, que la hija que había tenido su esposa no era de él, sino de Anacleto, es decir, que éste había cometido incesto con su hija. Las viejas, al ir oyendo las cosas feas que contaba de Anacleto, paulatinamente se iban yendo, renegando de Lucas y defendiendo la integridad moral de Anacleto, ya que aseguraban que éste era un santo y no un pecador como decía Lucas. Al final sólo quedó Pancha. Lucas la convenció para que pasara noche con él, ya que había echado de su casa a su mujer, que tenía una hija de su suegro. Lucas había asesinado y enterrado a Anacleto Morones cerca de su casa, cuando salió de la cárcel y había ido a pedirle el dinero que le había dado a guardar. Nadie sabía esto, y las viejas y otras personas creían que Anacleto estaba desaparecido.


EL DIA DEL DERRUMBE
(Juan Rulfo)

El narrador y Melitón recuerdan ese 21 de septiembre cuando ocurrió un terremoto en Tuxcacuexco. Luego de la tragedia el gobernador visitó el pueblo con el fin de ayudar a los sobrevivientes; pero, junto con su comitiva, se dedicó a comer, a emborracharse y a echar un discurso demagógico.


LA CUESTA DE LAS COMADRES
(Juan Rulfo)

Una persona narra que fue amigo de los hermanos Odilón y Remigio Torrico, a quienes no los querían en la Cuesta de las Comadres, ni en Zapotlán. Cuando repartieron la tierra de la Cuesta de las Comadres entre sesenta personas a todos les tocaron partes iguales, excepto a los hermanos Torrico, que les tocó más poco, sólo un pedazo de monte. Al poco tiempo los Torrico eran dueños de toda la Cuesta de las Comadres y sus alrededores. La gente se iba poco a poco, dejando la tierra sola. Los Torrico se dedicaban a robar y a matar personas, y por ese se iban las personas y porque el mal tiempo les perjudicaba en las cosechas. El narrador mata a Remigio porque éste lo acusaba de haber matado a su hermano Odilón. Cuando Remigio, un tanto borracho, llegó a reclamarle y a acusarlo de la muerte de su hermano, el narrador dijo que él no lo había matado. Remigio intentó agredirlo con un machete, y el narrador se le anticipó y le clavó una aguja de arria cerca del ombligo y luego en el corazón, y lo mató. Una vez muerto Remigio, el narrador cuenta que a Odilón lo mataron los Alcaraces en Zapotlán, donde eran adiados los Torricos, porque le escupió la cara con mezcal a uno de los Alcaraces.


LA HERENCIA DE MATILDE ARCANGEL
(Juan Rulfo)

Tranquilino Herrera, un arriero, narra la historia de Matilde Arcángel, su esposo Euremio Cedillo y su hijo del mismo nombre. Euremio padre era alto y garrudo, "más que un hombre parecía una banderola", y Euremio hijo era bajito y hasta un poco tonto. Matilde era una mujer bonita. Ella era de Chupaderas, pero los tres vivían en Corazón de María. Poseían un rancho llamado Las Animas. Euremio odiaba a su hijo porque cuando regresaban de su bautizo, el niño lloró y el caballo se desbocó lanzando al piso a Matilde, que murió con la cabeza en un charco, evitando que su hijo muriera. Desde entonces Euremio se dedicó a odiar a su hijo, ya que lo culpaba de haber sido el causante de la muerte de Matilde por haber llorado, y a emborracharse cambiando parte de su hacienda por licor. Su hijo, que aprendió a tocar la flauta, sobrevivió gracias a la caridad de su padrino, Tranquilino Herrera, y la de los vecinos. Su desgracia fue haber nacido. Euremio padre murió pelando al lado del Ejército, y su hijo lo trajo al pueblo en el lomo de un caballo.

LA NOCHE QUE LO DEJARON SOLO
(Juan Rulfo)

Tres cristeros, uno de ellos Feliciano Ruelas, el más joven, huyen hacia la sierra, luego de emboscar al Ejército mexicano y matar al teniente Parra. Como los otros dos llevaban mucha prisa, por temor a ser encontrados por el Ejército, se adelantaron y dejaron solo a Feliciano. Después de dormir y descansar, Feliciano dejó los fusiles y las carrilleras que llevaba a su espalda. Cuando se acercaba a la meseta detectó al Ejército que lo esperaba y comentaba que ya habían capturado y ajusticiado a los otros dos. Entonces, arrastrándose y caminado muy prudente, emprendió el descenso por la parte posterior de la meseta, y logró huir.


ACUERDATE
(Juan Rulfo)

El narrador pide a una persona que se acuerde de Urbano Gómez, hijo de don Urbano, nieto de Dimas, director de las pastorelas, hermano de Natalia, apodado el abuelo, y que murió ahorcado "recitando el rezonga ángel maldito". Urbano Gómez, que era cuñado de Nachito Rivera, lo explusaron de la escuela porque estaba jugando con su prima, la Arremangada, "a mando y mujer detrás de los lavaderos". Por esto su tío Fidencio Gómez, el del trapiche, "le arrimó una paliza que por poco lo dejó paralitico". Lo volvieron a ver "cuando apareció de vuelta por aquí convertido en policía". Con su carabina entre las piernas y sentado en la plaza de armas miraba a todos con odio. "No hablaba con nadie. No saludaba a nadie. Y uno lo miraba, él se hacia el desentendido como si no conociera a la gente". Entonces mató a su cuñado. Luego fue capturado y ahorcado. "Lo detuvieron en el camino. Iba cojeando, y mientras se sentó a descansar llegaron a él. No se le opuso. Dicen que él mismo se amarró la soga al pescuezo y que hasta escogió el árbol que más le gustaba para que lo ahorcaran".


ES QUE SOMOS MUY POBRES
(Juan Rulfo)

Un hermano narra que cuando se reponían de la muerte de su tía Jacinta, empezó un aguacero que ocasionó la crecida de un río, el cual se llevó muchas cosas del pueblo, entre ellas la vaca serpentina que su padre le había regalado a su hija Tacha, para que tuviera dinero y no fuera a seguir el destino de sus dos hermanas, quienes se convirtieron en prostitutas por causa de la pobreza. Como la vaca se ahogó era inminente que Tacha también terminara convertida en "pirufa" (prostituta).



EL HOMBRE
(Juan Rulfo)

El hombre huye por el campo y es perseguido por otro por haber asesinado a una familia. Cuando intenta cruzar el río para ponerse a salvo de su persecutor, llega a la casa de un borreguero, quien sin saber que es un asesino lo hospeda. Luego aparece el hombre muerto sobre una piedra del río, con varias heridas. El borreguero denuncia el hecho a las autoridades.



MACARIO
(Juan Rulfo)

Macario, un retrasado mental, cuenta que vive con su madrina y Felipa, la encargada de cocinar. Macario está cerca de la alcantarilla esperando para matar las ranas que croan por la noche y no dejan dormir a su madrina. Lo hace porque no quiere que lo corra madrina de su casa, ya que la quiere mucho porque le da de comer, y a él le da mucha hambre y no se llena con todo lo que come. Se alimenta para no morirse porque teme irse al infierno. No sale solo a la calle porque le tiran piedra, debido a que lo creen loco de tanto comer. Se golpea la cabeza contra las paredes para que le suene como un tambor. Quiere mucho a Felipa porque le da leche de sus pechos.

EN LA MADRUGADA
(Juan Rulfo)

El viejo Esteban, desde la cárcel de San Gabriel, recuerda los hechos en que, según la acusación, mató a su patrón Justo Brambila, durante un episodio en que Justo lo atacó porque estaba maltratando un becerro, en momentos en que se dedicaba al ordeño de vacas. Esteban dice no recordar nada porque perdió el conocimiento luego del brutal ataque de su patrón. Lo acusan de haberlo matado a piedra, pero él no recuerda eso. Justo convivía en concubinato con su sobrina Margarita.


PASO DEL NORTE
(Juan Rulfo)

Un hijo le pide a su padre que le cuide sus cinco hijos y su esposa porque se va para el Norte en busca de una mejor vida porque el negocio de comercializar cerdos no le produce dinero para el sustento de sus hijos. Su padre se niega a colaborarle, pero el hijo le reprocha que él está mal económicamente porque no le enseñó a trabajar en algo lucrativo como el negocio de la polvorería, labor que desarrollaba su padre con cierto éxito. Luego de convencer a su padre, viaja al Norte. Cuando regresa le cuenta que no pudo llegar allá, porque las autoridades se lo impidieron. Su padre le informa que su esposa Tránsito lo abandonó por un arriero. Entonces se va en su búsqueda, dejando sus hijos con su abuelo.


TALPA
(Juan Rulfo)

Un narrador relata lo que le ocurrió a él, a su hermano Tanilo Santos y a su cuñada Natalia. El narrador y Natalia deciden llevar desde Zenzontle hasta Talpa a Tanilo, quien lo pidió para que la virgen de Talpa le curara una llaga. El narrador y Natalia, que eran amantes, llevan a Tanilo durante más de 20 días por un camino hasta llegar a Talpa. Tanilo, muy enfermo y débil, sufre mucho durante el recorrido; su hermano y Natalia lo llevan casi a empujones, porque a ellos les conviene que muera. Al llegar, ya muy enfermo, Tanilo entra en la iglesia y muere frente a la virgen de Talpa. Los dos lo entierran en Talpa, y regresan a Zenzontla. Natalia, muy arrepentida, no llora en el momento de la muerte y entierro de Tanilo; lo hace al regresar a Zenzontla, en los brazos de su suegra.
LUIS ANGEL RIOS PEREA
Luvina1111@yahoo.com

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