Introducción
Cuando era niño veía “rodando” por diversos sitios de
mi casa un pequeño libro, con tapa dura –el único libro que teníamos-, que se
llamaba “Mi tío Spencer”, escrito por
Aldous Huxley. Como en esa entonces no había desarrollado mi hábito lector,
solamente lo tocaba e intentaba leerlo, pero no pasaba del primer párrafo. No
entendía qué decía. Aún no había descubierto lo maravilloso que es la lectura.
Tiempo después –en los albores de mis cincuenta-, ya un
afortunado habitante del extraordinario universo de la lectura, lo busqué y me
lo “devoré” de un solo estirón. ¡De lo que me hubiera perdido, si no lo hubiera
leído! Y como un “homenaje” a este libro, que me llamaba desde mi tierna
infancia a que entrara al apasionante mundo de la literatura, reseño su
argumento y analizo a “mi tío Spencer”.
Argumento
El narrador, muchos años después, relata que, desde
niño hasta sus 16 años, pasaba vacaciones escolares con su tío Spencer, en
Longres y Limburgo (Bélgica), en donde éste poseía una fábrica de azúcar de
remolacha. En Longres, algunas veces, desde la ventana de su habitación
observaba la faena callejera de los cerdos que eran transportados y vendidos en
el comercio, y la algarabía de las ferias. Con su tío recorría los escenarios
en donde se realizaban las festividades que involucraban teatro, títeres,
circos y otras actividades propias de esos eventos. El tío Spencer y un hindú, bailarín y
zapatero (esposo de una hermana del ama de llaves del tío Spencer) fueron
detenidos cuando los alemanes invadieron a Bélgica, a comienzos de la Primera
Guerra Mundial, ya que por “el hecho de ser súbditos británicos los hacía
sumamente sospechosos”. Inicialmente los encerraron en un manicomio y luego los
trasladaron a un campo de concentración en Bruselas. Allí murió el hindú (un
ser un tanto profético y místico) después de haber pronosticado hechos que
luego sucedieron tal como éste los predijo. El tío Spencer, que se había
enamorado de Emmy Wendle (también prisionera), una joven actriz de teatro
ambulante, fue dejado en libertad provisional, pero al regresar a buscar a
Emmy, a la cual nunca encontró, fue detenido nuevamente. Lo liberaron tiempo
después.
Análisis del Mi tío Spencer
El tío Spencer era delgado, un poco bajo, cabellos
negros y largos, ojos oscuros “y de brillo extraordinario”, cara estrecha y
expresiva. A sus 40 años “era ágil e impulsivo de movimientos”. Era ceñudo,
melancólico y taciturno. Sentía una gran flaqueza por las religiones orientales
y se ufanaba en hablar de ellas, aunque en realidad era muy poco lo que sabía
de éstas. Era aficionado a las ciencias ocultas y apasionado partidario de la
homeopatía.
El narrador lo describe así: “Su pensamiento era
disperso, indisciplinado y poco sistematizado; vivía sólo, y era
intelectualmente extravagante... Su muy dinámica mente saltaba velozmente de
una cosa a otra de manera harto indisciplinada y asistemática para que pudiera
aceptársela como mentora segura de un entendimiento inexperto. Su veloz lógica
se mostraba demasiado dispuesta a sacar conclusiones de premisas falsas, que
aceptaba como verdaderas con prontitud y entusiasmo excesivos. Vivía en
soledad, por lo cual ha de entenderse soledad mental, pues aunque no era ningún
recluso y participaba en todas las funciones solaces que podía. La Comunidad de
Longres no era capaz de ofrecerle compañía de un alto nivel intelectual. Esta
soledad le permitía dar rienda suelta a la ingénita extravagancia de su
intelecto. Al no tener a nadie que le frenara o dirigiera, se lanzaba
irreflexivamente por caminos intelectuales que no le conducían a ninguna parte,
excepto a parameras plagadas de errores… Estaba dotado de gran industria,
aunque su sistema de trabajar era indisciplinado, inconstante y poco sostenido,
pues se lanzaba apasionadamente al estudio de un asunto para luego abandonarlo
y correr en pos de cualquier otro que se le antojaba más interesante en aquel
momento… Demostraba una vastísima ignorancia del pensamiento contemporáneo y
una fe ciega de autoridades que cualquier hombre educado de manera más
sistemática calificaría de anticuadas y evidentemente inútiles… Tenía opiniones
formadas y poseía conocimientos acerca de cualquier tema que su interlocutor
quisiera mencionar; pero sus conocimientos era casi invariablemente errados, y
los juicios que sobre tales datos formaba eran fantásticos… Había heredado del
siglo XIX, que conoció de joven, una gran fe en el progreso y en la
superioridad de lo moderno sobre lo antiguo, junto con una ignorancia muy sutil
sobre las cosas cuyo análisis demasiado pausado pudiera resultar conturbador…
Uno de los principios cardinales de sus teorías educativas era que los jóvenes
deben ser puestos en contacto lo antes posible con las que él llamaba
realidades de la vida… Fuertemente imbuido de la filosofía materialista y
dominado por el irreflexivo y espontáneo escepticismo que entonces privaban en
todo hombre joven que se las diese de inteligente, las preocupaciones
mistológicas y religiosas de mi tío me parecían maravillosamente divertidas y
grotescas…“
Vivía en soledad mental, aislado de las ideas del mundo
contemporáneo, ignorante por completo de la existencia de la ciencia
sistemática y organizada, o conocedor de ella de manera imperfecta que para
nada le servía, “sin saber dónde encontrar los almacenes donde se acumulan los
conocimientos humanos”. En época de navidad, durante la “campaña azucarara”
(producción de azúcar), se mostraba agitado, irritado y agotado. “Durante la
campaña remolachera, mi tío casi perdía la cabeza. Rodeado por círculos lívidos de agotamiento, sus ojos
brillaban como los de un maníaco… La contrariedad más pequeña le hacía maldecir
y dar patadas impacientes sobre el suelo”.
Después que su novia de juventud lo abandonó, vivía
sólo y huraño. Emmy fue la única mujer que le reavivó la llama de sus
recónditas pasiones. “Emmy le causó una impresión más profunda que ninguna otra
mujer desde que le abandonó en su juventud su novia ingrata… Emmy llegó a
significar para él algo muy distinto, llegó a personificar todo lo que es
gracioso, amable, dulce y comprensivo; todo lo que no era guerra”.
Con el paso del tiempo, el narrador seguía queriendo a
su tío Spencer, pero ya no lo admiraba, “y sus opiniones, lejos de arraigarse y
hacerse frondosas en mi mente como antaño, me parecían en su mayor parte,
juzgadas a la luz de mis conocimientos y experiencia, demasiado fantásticas
para que valiera la pena contradecirlas y refutarlas”. Su tío, a los sus 50
años, parecía fosilizado y antediluviano”.
LUIS ANGEL RIOS PEREA
Luvina111@yahoo.com
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