Este
breve texto se propone identificar y confrontar la concepción de persona según el
filósofo argentino Francisco Romero (1891-1962) con el
positivismo o neoliberalismo actual, sacando algunas conclusiones con respecto
a la realidad latinoamericana. En este acometido desempeñó un aporte básico el
libro “Introducción a la filosofía en
perspectiva latinoamericana”, de Eudoro Rodríguez Albarracín[1].
La concepción de persona en Romero difiere a la del positivismo
Persona
es el ente que afirma la voluntad de valor absoluto, y supera la subjetividad
decidido por principios y valores puros. Está muy alejado del centro de su
mundo porque respeta cada parte del mundo como si fuera su centro. La persona,
cuya postura espiritual es lo más relevante que asume, es distinta de
individuo; pero éste y aquella coexisten en el hombre.
Para
Romero, en los conceptos de persona e individuo, aunque son conexos, hay cierto
antagonismo, ya que "personifican" la doble condición humana:
intención de valor y de sujeto eterno, infinito, incondicionado, e
individualidad empírica y de posibilidad de vida. La mayor importancia del
individuo sobre la persona se evidencia en el hecho que el individuo que sólo
obedece a lo que le resulte provechoso, desconoce el "deber ser" y se
apropia de lo que le ofrece utilidad, desconociendo valores y principios.
La
búsqueda del sentido de la historia debe partir desde el punto de vista de la
persona, debido a su trascendencia; porque su alternativa representa derecho y
libertad, y en su historia y desarrollo histórico debe descansar en lo
espiritual.
El
planteamiento de Romero es antagónico al del positivismo, porque mientras que
aquél señala que la "opción por la persona significa otra opción por la
historia y su sentido", éste no se interesaba por el pasado ni por los
orígenes, es decir, por el sentido histórico.
El
positivismo, contrario a la metafísica, niega la filosofía en calidad de
concepción del mundo, rechazando los problemas filosóficos trascendentales como
metafísicos y no sujetos a comprobación experimental. Actitud que
instrumentaliza a la persona, la convierte en objeto de investigación,
despersonalizándola y deshumanizándola.
Mientras
para Romero es más importante el ente de persona, para el positivismo lo es el
individuo, que sólo juega un papel en ciertas circunstancias sociales de
acuerdo a sus conveniencias y las conveniencias de otros. Ni siquiera ha
descubierto y esclarecido el origen de la experiencia americana del ser, es
decir, no ha encontrado la verdad de nuestro entrañable origen.
En el
positivismo no se tiene en cuenta a la persona porque ésta se rebaja a
individuo para poder mantener el orden social existente, considerando a la sociedad
capitalista como el modelo de organización humana. En tanto que el ideal de
emancipación es colectivo, para Romero es personal.
Como se
puede apreciar entre el positivismo y el planteamiento metafísico de Romero se
perciben profundas diferencias ideológicas, cada una con su respectiva lucidez,
debido a que cada una de ellas posee su verdad, y los dos luchan por
defenderla, sacarla a la luz y hacerla "verdadear".
El
positivismo, que se mueve en la dicotomía de lo nuevo y de lo viejo, cosifica,
oprime y masifica al individuo, y lo reduce, muchas veces, a sólo instrumento,
ya que el avance científico y la moral son condiciones sine qua non para la
autonomía de la humanidad; persiguiendo este ideal no se tienen en cuenta al
individuo como persona, importando más los medios que los fines.
Al no
tener un ideal de trascendencia, en el positivismo, el individuo sólo gira en
la esfera del hacer, del tener y del consumir, olvidándose del ser,
circunstancias que contribuyen a su despersonalización.
Romero,
que concibe su discurso como filosofía de la persona, pretende mostrar cómo el
materialismo y el biologismo tienen un carácter reductivo porque dan
explicaciones muy limitadas y soslayan las diferencias.
Contraria
a la posición de Romero, que plantea una actitud de cambio de transformación, desechando la mera
estimulación sensorial por algo más de esencia y valor, porque el hastío de la
civilización con su desarrollo material, el hastío de la violencia y la
desorientación se han convertido en el clamor común, el positivismo basado en
el ideal de exactitud de las ciencias naturales rechaza las cuestiones
metafísicas, éticas o teológicas, que no pueden ser comprobadas empíricamente.
La postura positivista nos presenta a un hombre materialista y utilitarista que
vive sin preguntarse, prisionero en el mundo de los objetos, y en el logro de
sus fines egoístas, sacrifica cuanto puede, aún los valores más grandes como la
amistad y la fraternidad entre los humanos. En consecuencia, el individuo no
tiene interés en interrogarse. Tal como afirma el profesor Eudoro Rodríguez
Albarracín, "el hombre ya no se interroga por sí mismo, pues ha dejado de
ser para sí un problema".
Conclusiones
Reflexionado
sobre lo anterior, considero que nuestra realidad latinoamericana nos muestra a
un individuo y no a una persona, entendida ésta desde la concepción de Romero.
No
obstante el positivismo haber impulsado el desarrollo de las ciencias, cuyo
ideal es conocer las leyes que regentan los fenómenos naturales y sociales, en
Latinoamérica se evidencia un rechazo de las humanidades por parte de una
ciencia que en algunas circunstancias holla valores en detrimento de la
persona. Es lamentable reconocer que en algunos casos, la ciencia no se coloca
al servicio del hombre, sino que lo ha despersonalizado en búsqueda de
intereses meramente económicos y utilitaristas.
El
positivismo, que propendía "hacer de la filosofía un tipo de reflexión que
tenga sentido en la solución de los problemas que más afectan a nuestra
comunidad"[2],
está un poco alejado de este ideal por cuanto se entronizó en la sociedad
materialista, generadora de una
competencia donde sólo cuentan los intereses egoístas.
La
realidad latinoamericana nos muestra a un hombre en crisis, que no se interroga
a sí mismo, sin libertad y fácil de manipular por los poderosos. Es común
encontrar en el lugar de una persona (como la concebida por Romero) a un
individuo sólo como parte del universo, cerrado en sí mismo y oponiéndose al
"otro". Difícilmente se puede hallar a una persona como hombre
trascendente al mundo por su libertad, abierto a todo ser y en capacidad de
interrelacionarse con los demás.
La
estructura social latinoamericana, imbuida de positivismo, individualiza a la
persona impidiéndole su autorrealización en su totalidad, dado que en lugar de
vivir sólo puede dedicarse a sobrevivir. Esto hace que el hombre ignore su
realidad, para que pueda transformarla, es decir, se convierta en un hombre
mejor para un mundo mejor.
La
sociedad positivista latinoamericana nos muestra como el poder del ser humano
reside en su capacidad transformadora de la naturaleza, y nos presenta al
hombre como ser instintivo guiado por tres pasiones: posesión, dominio y
progreso. De ello se desprende que esta teoría es la canonización ideológica
del hombre capitalista, fabricante y poseedor de objetos y la sociedad
tecnológica y competitiva. Así la historia humana se reduce a la producción, la
lucha por el poder y el progreso científico; progreso (que no está mal mientras
sea para bien de la humanidad) que sumerge en la alienación al individuo hasta
la destrucción de su capacidad de pensar, hasta la destrucción del espíritu
humano. Este se ha convertido en un
accesorio del progreso tecnológico. La ciencia la ha puesto al servicio de la
muerte, de la guerra, de la contaminación del individuo y de su medio ambiente.
Aunque
"la nuestra es época de los humanismos y antropocentrismos", como lo
afirma Juan Pablo II, en nuestro Estado comteano o positivista la persona
sacrifica su trascendencia en aras del materialismo, deshumanizándose e
instrumentalizándose.
LUIS
ANGEL RIOS PEREA
Luvina1111@yahoo.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario