domingo, 25 de agosto de 2013

LOS CUENTECITOS MENTIROSOS, VIOLENTOS Y MANIPULADORES DE LA BIBLIA




Introducción:

Desde niños pretenden inculcarnos –inútilmente, para fortuna, en mi caso- que la “sagrada” Biblia contiene historias edificantes y enseñanzas para “salvarnos” e irnos para el “reino de los cielos”. A través de irracionales sofismas intentan algunos “adultos” convencernos de su error. Se ufanan en pregonar que el texto sacro contiene solamente verdades.

Cuando crecemos y, sobre todo, aprendemos a pensar críticamente, a pensar por nosotros mismos, y a cuestionar y desinstalar tradiciones, costumbres, convencionalismos, mitos y demás maneras de alienación, sometimiento y manipulación, tomamos conciencia de que ese inveterado libro no es poseedor de las “verdades” que dicen contiene.

Los encargados de “enseñar la Biblia”, con cuentos, mitos, leyendas y relatos -escritos por seres humanos, sin ninguna intervención “divina”- domestican a los acríticos mediante “historias” violentas e injustas. Veamos un ejemplo con el libro “Ester”.

Resumen:

Asuero (Jerjes I), rey de Persia, ante la negativa de su esposa Vasti de presentarse con corona en una fiesta, decide conseguirse otra esposa. Luego del riguroso proceso de selección, resulta elegida Ester, hermosa joven judía, criada por Mardoqueo (portero del palacio real), en Susa, luego de la muerte de sus padres.

Mardoqueo, también judío desterrado de Palestina, detectó una conjura en contra del rey Asuero por parte de dos guardias; la develó y logró salvar la vida del soberano. Este hecho y la actitud de Mardoqueo de no levantarse y arrodillarse a su paso, como muestra de reverencia, disgustó profundamente a Amán, ministro del rey (el segundo en mando y poder), quien decidió vengarse de Mardoqueo a través del asesinato de todos los judíos residentes en el vasto reino, ya que odiaba a los judíos porque no eran de su raza. “No le pareció, empero, conveniente vengarse sólo de Mardoqueo, pues como ya sabía que era judío, creyó que era mejor aniquilar junto con él a todos los judíos que había en el imperio de Asuero”. Fue así como, mediante argucias e intrigas, convenció al rey Asuero que existía un pueblo que no se juntaba con nadie, tenía sus propias leyes y no tomaban en cuenta los decretos reales; además de no obedecer las disposiciones reales, impidiendo gobernar como convenía en bien para todos.  “Por ningún motivo te conviene dejarlos tranquilos”, propuso Amán. Así, el rey autorizó a su ministro para que persiguiera y acabara a los judíos que habitaran su reino. Entonces se expidió el decreto, en donde se disponía “que toda esa gente sea exterminada por la espada, incluyendo a mujeres y niños, sin consideración ni miramiento alguno…” Los mensajeros llevaron las cartas rápidamente a todas las provincias del imperio, en las cuales “se mandaba masacrar, asesinar y exterminar a todos los judíos, fueran jóvenes o viejos, niños o mujeres, y apoderarse de sus bienes”.

Enterado de las intenciones de Amán, Mardoqueo, suplicó ante Ester para que intercediera ante el rey Asuero, para evitar el exterminio de judíos que le había propuesto Amán. Mardoqueo y Ester oraron a Dios por la salvación de su pueblo judío. Ester, actuando con cautela, logró conmover a su esposo, el rey, y éste la escuchó.

Como Mardoqueo, en otra ocasión tampoco le hizo la reverencia oficial a Amán, éste ordenó que se construyera un patíbulo para ahorcarlo.

El rey Asuero se percató que aún no había recompensado a Mardoqueo por haberle informado sobre la conjura en su contra. Entonces preguntó a Amán sobre qué hacer con una persona a la que se quiere honrar. El ambicioso Amán, pensando que era a él a quien el rey iba a honrar, le contestó: “Si el rey quiere honrar a alguien de un modo especial, que uno de sus principales ministros tome del ropero del rey uno de sus trajes de fiesta y que lleve un caballo de los que monta el rey, adornado con los emblemas reales. Luego revista con ese traje al hombre que el rey desea distinguir; hágalo montar en el caballo, y vaya por la plaza de la ciudad anunciando delante de él: ¡Miren, señores, cómo trata el rey a la persona que desea distinguir!”. El rey le dijo que hiciera lo que había propuesto con el judío Mardoqueo. De esta manera Amán se sintió humillado, avergonzado y ofendido.

Durante un banquete (tan populares en el reino), Ester le informo al rey que Amán había condenado el “exterminio, a la matanza y al aniquilamiento” de todos los judíos. El soberano montó en cólera y ordenó la muerte de Amán, y fue ahorcado en el cadalso que el mismo había ordenado preparar para ahorcar a Mardoqueo.

El rey dispuso que se entregaran todas las riquezas de Amán a Ester y Mardoqueo, a quien ascendió al cargo de ministro. A petición de su esposa Ester, autorizó a través de cartas a los judíos de su reino “para que se organizaran y se defendieran matando, degollando y exterminando, sin perdonar ni a las mujeres ni a los niños, a cualquier clase de gente que los atacara con armas, y también para que se apoderaran de sus cosas”. Con esta autorización, “los judíos persiguieron a espada a sus enemigos, haciendo en ellos una espantosa carnicería, pues los tenían a su merced”. En Susa asesinaron a “cuchillo a quinientos hombres, incluyendo a los hijos de Amán, el perseguidor de los judíos…”

Crítica:

Según el relato bíblico y el comentario que hace un religioso católico en la “Sagrada Biblia Latinoamericana Edición Familiar” (1991), los judíos eran odiados por los paganos, “a los que devolvían su odio” (pág. 716), y por ello eran vengativos y esperaban el día en que pudieran “vengarse de sus enemigos para mayor gloria de su Dios” (p. 716). Sedientos de retaliación aplicaban la ley del talión, por cuanto acudían a los mismos métodos violentos que les aplicaban sus enemigos.

El comentarista reconoce que “es difícil comprender que en nombre de Dios se cometan las barbaridades que narra el libro, y sobre todo a petición de Ester, que parece una mujer piadosa. Era la mentalidad de su tiempo. El Dios que triunfaba era el verdadero y el triunfo se medía por el desastre causado al enemigo” (p. 725).

Los judíos se creían los únicos justos, los únicos buenos, los desamparados, los elegidos por Dios y los únicos herederos de Éste.

El rey Asuero, a juzgar por lo pertinente en el episodio narrado, actuaba sin criterio propio, pues se dejaba engañar e influenciar fácilmente. Por eso “actúa a favor de los judíos en forma irresponsable como lo hizo al mandar que los mataran” (p. 724). Su falta de perspicacia le impidió detectar las verdaderas intenciones torvas de Amán, a quien consideraba como un ministro “conocido por su elevado criterio, por su total dedicación y por su fidelidad a toda prueba…” (p. 719). Con su carácter débil también se dejó influenciar por su joven y hermosa esposa para autorizar el exterminio de los enemigos de los judíos. Como soberano debió acudir a otros métodos para evitar que a la violencia se respondiera con violencia.

Era notorio el totalitarismo con que gobernaba el rey Asuero. Este rey absoluto, que se creía “dueño del mundo entero” y gobernaba incontables naciones, y al que consideraban como un Dios todopoderoso, no toleraba a quienes tenían costumbres diferentes y se dejaba “embaucar por los ambiciosos y los mediocres” (p. 718). Este soberano megalomaniaco, además era machista, puesto que al no obedecerle su esposa, la reina Vasti, que asistiera “con la corona real en su cabeza para que todo el pueblo y los grandes contemplaran su hermosura” (p. 717), se enojó demasiado y dispuso que ante esta ofensa se debía sentar un precedente para que las mujeres obedecieran y respetaran “a sus maridos desde el más rico hasta el más pobre” (p. 717) y para que cada marido mandara en su casa.

El boato, el derroche, los banquetes y la ostentación de poder y riquezas eran una constante del rey. Mientras los judíos sufrían por el inminente exterminio, ayunaban y oraban, “el rey y Amán se divertían en comilonas y borracheras” (p. 719).

Las jóvenes estaban sometidas al determinismo, por cuanto a juzgar por Ester, así fueran esposas del rey, no obraban por su propia libertad, por cuanto ella estaba con él por necesidad y no quería ese emblema de grandeza con que ceñía su frente, debido a que aborrecía la gloria de los paganos y detestaba “la cama de los incircuncisos y de cualquier extraño” (p. 721).

Si bien es cierto que ese texto bíblico, necesariamente hay que contextualizarlo para “justificarlo”, no es procedente que actualmente se pretenda mostrarnos la Biblia como paradigma de virtudes, guía de comportamiento humano y manantial de sabiduría, cuando muchos relatos “sagrados” (como el presente) están saturados de totalitarismo, intolerancia, guerra, violencia, venganza, odio, rencor, exterminio, adulación, deslealtad, castración, intriga, exacción y otras tropelías.


LUIS ANGEL RIOS PEREA

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