Introducción:
Desde
niños pretenden inculcarnos –inútilmente, para fortuna, en mi caso- que la “sagrada”
Biblia contiene historias edificantes y enseñanzas para “salvarnos” e irnos
para el “reino de los cielos”. A través de irracionales sofismas intentan
algunos “adultos” convencernos de su error. Se ufanan en pregonar que el texto
sacro contiene solamente verdades.
Cuando
crecemos y, sobre todo, aprendemos a pensar críticamente, a pensar por nosotros
mismos, y a cuestionar y desinstalar tradiciones, costumbres, convencionalismos,
mitos y demás maneras de alienación, sometimiento y manipulación, tomamos conciencia
de que ese inveterado libro no es poseedor de las “verdades” que dicen
contiene.
Los
encargados de “enseñar la Biblia”, con cuentos, mitos, leyendas y relatos -escritos
por seres humanos, sin ninguna intervención “divina”- domestican a los
acríticos mediante “historias” violentas e injustas. Veamos un ejemplo con el
libro “Ester”.
Resumen:
Asuero
(Jerjes I), rey de Persia, ante la negativa de su esposa Vasti de presentarse
con corona en una fiesta, decide conseguirse otra esposa. Luego del riguroso
proceso de selección, resulta elegida Ester, hermosa joven judía, criada por
Mardoqueo (portero del palacio real), en Susa, luego de la muerte de sus
padres.
Mardoqueo,
también judío desterrado de Palestina, detectó una conjura en contra del rey
Asuero por parte de dos guardias; la develó y logró salvar la vida del
soberano. Este hecho y la actitud de Mardoqueo de no levantarse y arrodillarse
a su paso, como muestra de reverencia, disgustó profundamente a Amán, ministro
del rey (el segundo en mando y poder), quien decidió vengarse de Mardoqueo a
través del asesinato de todos los judíos residentes en el vasto reino, ya que
odiaba a los judíos porque no eran de su raza. “No le pareció, empero,
conveniente vengarse sólo de Mardoqueo, pues como ya sabía que era judío, creyó
que era mejor aniquilar junto con él a todos los judíos que había en el imperio
de Asuero”. Fue así como, mediante argucias e intrigas, convenció al rey Asuero
que existía un pueblo que no se juntaba con nadie, tenía sus propias leyes y no
tomaban en cuenta los decretos reales; además de no obedecer las disposiciones
reales, impidiendo gobernar como convenía en bien para todos. “Por ningún motivo te conviene dejarlos tranquilos”,
propuso Amán. Así, el rey autorizó a su ministro para que persiguiera y acabara
a los judíos que habitaran su reino. Entonces se expidió el decreto, en donde
se disponía “que toda esa gente sea exterminada por la espada, incluyendo a
mujeres y niños, sin consideración ni miramiento alguno…” Los mensajeros
llevaron las cartas rápidamente a todas las provincias del imperio, en las
cuales “se mandaba masacrar, asesinar y exterminar a todos los judíos, fueran
jóvenes o viejos, niños o mujeres, y apoderarse de sus bienes”.
Enterado
de las intenciones de Amán, Mardoqueo, suplicó ante Ester para que intercediera
ante el rey Asuero, para evitar el exterminio de judíos que le había propuesto
Amán. Mardoqueo y Ester oraron a Dios por la salvación de su pueblo judío.
Ester, actuando con cautela, logró conmover a su esposo, el rey, y éste la
escuchó.
Como
Mardoqueo, en otra ocasión tampoco le hizo la reverencia oficial a Amán, éste
ordenó que se construyera un patíbulo para ahorcarlo.
El
rey Asuero se percató que aún no había recompensado a Mardoqueo por haberle
informado sobre la conjura en su contra. Entonces preguntó a Amán sobre qué
hacer con una persona a la que se quiere honrar. El ambicioso Amán, pensando
que era a él a quien el rey iba a honrar, le contestó: “Si el rey quiere honrar
a alguien de un modo especial, que uno de sus principales ministros tome del
ropero del rey uno de sus trajes de fiesta y que lleve un caballo de los que
monta el rey, adornado con los emblemas reales. Luego revista con ese traje al
hombre que el rey desea distinguir; hágalo montar en el caballo, y vaya por la
plaza de la ciudad anunciando delante de él: ¡Miren, señores, cómo trata el rey a la persona que desea distinguir!”.
El rey le dijo que hiciera lo que había propuesto con el judío Mardoqueo. De
esta manera Amán se sintió humillado, avergonzado y ofendido.
Durante
un banquete (tan populares en el reino), Ester le informo al rey que Amán había
condenado el “exterminio, a la matanza y al aniquilamiento” de todos los
judíos. El soberano montó en cólera y ordenó la muerte de Amán, y fue ahorcado
en el cadalso que el mismo había ordenado preparar para ahorcar a Mardoqueo.
El
rey dispuso que se entregaran todas las riquezas de Amán a Ester y Mardoqueo, a
quien ascendió al cargo de ministro. A petición de su esposa Ester, autorizó a
través de cartas a los judíos de su reino “para que se organizaran y se
defendieran matando, degollando y exterminando, sin perdonar ni a las mujeres
ni a los niños, a cualquier clase de gente que los atacara con armas, y también
para que se apoderaran de sus cosas”. Con esta autorización, “los judíos
persiguieron a espada a sus enemigos, haciendo en ellos una espantosa
carnicería, pues los tenían a su merced”. En Susa asesinaron a “cuchillo a
quinientos hombres, incluyendo a los hijos de Amán, el perseguidor de los
judíos…”
Crítica:
Según
el relato bíblico y el comentario que hace un religioso católico en la “Sagrada
Biblia Latinoamericana Edición Familiar” (1991), los judíos eran odiados por
los paganos, “a los que devolvían su odio” (pág. 716), y por ello eran
vengativos y esperaban el día en que pudieran “vengarse de sus enemigos para
mayor gloria de su Dios” (p. 716). Sedientos de retaliación aplicaban la ley
del talión, por cuanto acudían a los mismos métodos violentos que les aplicaban
sus enemigos.
El
comentarista reconoce que “es difícil comprender que en nombre de Dios se
cometan las barbaridades que narra el libro, y sobre todo a petición de Ester,
que parece una mujer piadosa. Era la mentalidad de su tiempo. El Dios que triunfaba
era el verdadero y el triunfo se medía por el desastre causado al enemigo” (p.
725).
Los
judíos se creían los únicos justos, los únicos buenos, los desamparados, los
elegidos por Dios y los únicos herederos de Éste.
El
rey Asuero, a juzgar por lo pertinente en el episodio narrado, actuaba sin
criterio propio, pues se dejaba engañar e influenciar fácilmente. Por eso
“actúa a favor de los judíos en forma irresponsable como lo hizo al mandar que
los mataran” (p. 724). Su falta de perspicacia le impidió detectar las
verdaderas intenciones torvas de Amán, a quien consideraba como un ministro
“conocido por su elevado criterio, por su total dedicación y por su fidelidad a
toda prueba…” (p. 719). Con su carácter débil también se dejó influenciar por
su joven y hermosa esposa para autorizar el exterminio de los enemigos de los
judíos. Como soberano debió acudir a otros métodos para evitar que a la
violencia se respondiera con violencia.
Era
notorio el totalitarismo con que gobernaba el rey Asuero. Este rey absoluto,
que se creía “dueño del mundo entero” y gobernaba incontables naciones, y al
que consideraban como un Dios todopoderoso, no toleraba a quienes tenían
costumbres diferentes y se dejaba “embaucar por los ambiciosos y los mediocres”
(p. 718). Este soberano megalomaniaco, además era machista, puesto que al no
obedecerle su esposa, la reina Vasti, que asistiera “con la corona real en su
cabeza para que todo el pueblo y los grandes contemplaran su hermosura” (p.
717), se enojó demasiado y dispuso que ante esta ofensa se debía sentar un
precedente para que las mujeres obedecieran y respetaran “a sus maridos desde
el más rico hasta el más pobre” (p. 717) y para que cada marido mandara en su
casa.
El
boato, el derroche, los banquetes y la ostentación de poder y riquezas eran una
constante del rey. Mientras los judíos sufrían por el inminente exterminio,
ayunaban y oraban, “el rey y Amán se divertían en comilonas y borracheras” (p.
719).
Las
jóvenes estaban sometidas al determinismo, por cuanto a juzgar por Ester, así
fueran esposas del rey, no obraban por su propia libertad, por cuanto ella
estaba con él por necesidad y no quería ese emblema de grandeza con que ceñía
su frente, debido a que aborrecía la gloria de los paganos y detestaba “la cama
de los incircuncisos y de cualquier extraño” (p. 721).
Si
bien es cierto que ese texto bíblico, necesariamente hay que contextualizarlo
para “justificarlo”, no es procedente que actualmente se pretenda mostrarnos la Biblia como paradigma de
virtudes, guía de comportamiento humano y manantial de sabiduría, cuando muchos
relatos “sagrados” (como el presente) están saturados de totalitarismo,
intolerancia, guerra, violencia, venganza, odio, rencor, exterminio, adulación,
deslealtad, castración, intriga, exacción y otras tropelías.
LUIS ANGEL
RIOS PEREA
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