martes, 9 de agosto de 2011

MEDIOS DE INFORMACIÓN, CONSUMISMO Y EDUCACIÓN DOMESTICADORA.



Problemática de los medios de información y el consumismo

Los medios de información, producto del desarrollo tecnológico, además de fomentar violencia de manera directa e indirecta (más indirecta que directa), nos “venden” la idea de que la felicidad y el éxito en el amor proceden de la influencia omnipotente del dinero. La televisión, por ejemplo, pretende inculcar la percepción de una vida carente de sentido humano y de los ideales que supuestamente deben guiar la educación, provocando, en quienes no tienen espíritu crítico, que se familiaricen con funciones sociales normativas y estereotipos que obedecen a criterios discutibles o a patrones de conducta de otros; así mismo, con diversos ardides, sofismas y falacias, procura “sensibilizar” persistentemente el principio de que el éxito depende del consumo, y de que es siempre el más fuerte el que triunfa; y propone una idea de la felicidad basada en valores egoístas sin referencia a la solidaridad con los demás. Cuando encendemos el televisor, tal como nos decía Estanislao Zuleta, nos “bombardean” con mensajes que nos dicen que “la felicidad se encuentra en consumir, en comprar algo”, y que si usamos determinada loción nos “lloverán” pretendientes para prodigarnos “amor”.

El psicólogo, investigador e intelectual Augusto Ramírez, al respecto, señala que “bajo la apariencia de una pluralidad de opiniones, del libre flujo de la información, de la libre concurrencia del mercado, nos proponen miles de productos y una sola idea: comprar. El pensamiento único que imponen tiene múltiples presentaciones, infinitas etiquetas pero una sola opción: comprar. El consumo como la finalidad de la vida, el mercado como único escenario racional posible… El televidente-consumidor siempre tendrá que ver el mundo por la ventana que el mercado elige… El modelo consumista es irracional en la medida que pretende imponer el consumo como único fin de la vida y el despilfarro de los recursos agotables como la única vía de un desarrollo sostenible… La adicción consumista al mercantilizar todos los medios de gratificación, ha limitado los recursos de adaptación humana, dejando a la gente indefensa ante las presiones del medio… Los falsos valores del hedonismo materialista al empobrecer la vida espiritual, al mercantilizar todas las vías de gratificación y autoafirmación humana, ha cerrado todos los horizontes vivénciales, enclaustrando el sentir y el pensar dentro de la unidimensionalidad del mercado. Esta cosificación del Ser, ha convalidado la irracionalidad del consumismo, imponiéndolo, no solo, como la mejor manera de vivir, sino como la única posible… Donde el acto de comprar ha sido impuesto como la forma universal de gratificación personal y la única manera de apuntalar la autoestima, el no tener dinero, el no poder comprar es sentido como una derrota personal, como una humillación desmoralizante. La imposición de los valores del mercado como cualificador de todas las relaciones humanas, ha mercantilizado el vivir, convirtiendo la sociedad en un gran bazar y a toda la gente en mercancía”[1]. El filósofo Giovanny Carreño Díaz nos dice que “a través de la filosofía es posible que el alumno confronte su escala de valores y decida libremente  optar por la vida en abundancia o por el escurridizo laberinto de la destrucción”, y agrega que “resulta fundamental transmitir pasión por la vida y no dejar que ellos se pierdan en los supuestos valores que coloca la sociedad, porque si al ser humano le arrancáramos el mundo de las valoraciones y quedaran éstas encerradas en una esfera subjetiva, se provocaría una profunda deshumanización y la tierra se convertiría en un lugar inhabitable”[2].
Eduardo Galeano[3] precisa que la mayoría debe resignarse al consumo de fantasía, pues se venden a los pobres ilusiones de riqueza, a los oprimidos ilusiones de libertad, a los vencidos sueños de victoria y a los débiles sueños de poder. Por su parte, Zuleta afirma que “el éxito en el amor, en la sexualidad o en las relaciones humanas; la imagen de sí o la identidad; todo se compra y entonces del dinero es el dios, consígase como se consiga, porque a uno no le preguntan los vendedores cómo lo consiguió”[4]. En esa “lógica” ilógica comprar algo es lo que da valora la vida y no el pensar por sí mismo, en el vivir una existencia reflexiva. “En el fondo lo que cuenta –aclara Zuleta- es conseguir la plata como sea, pues el esfuerzo no está valorado, si no el consumo, y por lo tanto hay que consumir. Lo único que diferencia a los hombres entre sí, según el mensaje de la publicidad, es lo que compran. Y si lo único que diferencia y abre las puertas al amor, a la felicidad, a la realización, es el consumo, entonces el dinero es Dios”[5]. Vale aclarar que me identifico con Zuleta no porque sea de izquierda, marxista, socialista o comunista; mi simpatía con éste es por su conciencia crítica, por su condición de iconoclasta, desmitificador,  reaccionario y contestatario; porque era un “pensador”.
Los medios de información no cumplen a cabalidad una función social; muchas veces están al servicio de los monopolios, del Gobierno y de los políticos, quienes hábilmente los aprovechan para fortalecer el poder, incrementar el consumismo, alienar y masificar al pueblo, adoctrinar y emitir publicidad política falaz y demagógica. Son hábiles en sus argumentaciones demagógicas, con las que, a través de certeras falacias y sofismas, convencen aprovechando los sentimientos o creencias del populacho. Mediante falacias promocionan productos “con recursos que nada tienen que ver con el producto mismo (porque está de moda, porque se acompaña de bellas mujeres en su exhibición, porque lo usa gente refinada, etc.)”[6]. En nuestra sociedad biclasista, según la psicóloga  Leonor Noguera Sayer, los medios de información “se rinden y se pliegan ante los enamorados del poder, quienes con su ayuda configuran hoy el monopolio más recio, más incisivo y más sutil”[7]. Con su publicidad alienadora y con su falsa información manipulan y crean un mercado artificial de necesidades y productos sin fin. “El espíritu no puede menos que debilitarse cuando es consolidado como patrimonio cultural y distribuido con fines de consumo. El alud de informaciones minuciosas y de diversiones domesticadas corrompe y estupidiza al mismo tiempo”[8].

El poder de los medios de información no nos dejan pensar y tomar conciencia de nuestra realidad; ellos nos imponen su realidad, la que a sus dueños les conviene. El ser humano necesita pensar, y los medios de información hacen todo lo posible por evitar que ello suceda. “En la televisión se trabaja para estupidizar a las personas. En general en los medios de comunicación… El poder, a través de los medios de comunicación intenta colonizar la subjetividad de los sujetos, o sea sujetar a los sujetos… Cuando un tipo apaga el televisor, porque sabe que desde ahí le están quitando la libertad subjetiva que él tiene y que merece tener, ahí comienza su libertad”[9].

Dentro de la dinámica arrolladora de los medios de información, “los objetivos vitales y los valores pierden su orientadora claridad, para convertirse en esquemas, en fórmulas transaccionales que conducen a flojos y cómodos acuerdos. El análisis de las ideas, la búsqueda del conocimiento profundo, la construcción de las interpretaciones y de los conceptos, se reemplaza frecuentemente por códigos y mecanismos comunes, que eximen de la temida tarea de pensar”[10]. En concepto del psiquiatra Paulino Castells, citado por Jorge Alcalde, “debido a los numerosos episodios de agresión que se exponen en la televisión, los niños sobreestiman la violencia real y eso aumenta sus relaciones de miedo y soledad”[11].

El contundente y revelador punto de vista del aludido Zuleta llama la atención cuando aclara que los medios de información “han fomentado la violencia mucho más en una forma indirecta que directa; no tanto porque presenten escenas violentas o héroes que obtienen siempre la victoria por medios violentos sino sobre todo porque presentan el éxito y el consumo como el último fin de la vida”[12]. Un televidente colombiano observa noticieros y películas sobre tiroteos, violencia infantil, violencia entre adultos, matanzas, secuestros, tomas guerrilleras y otras escenas violentas. ¿Qué hacer? “La responsabilidad es compartida entre los padres, los educadores y las autoridades encargadas de velar por los contenidos. Pero recae en los primeros la decisión final de optar por encauzar el tiempo de ocio de los pequeños”[13].

Comparto el aserto de Augusto Ramírez de que  la televisión como medio de  información no es nocivo en sí mismo; por el contrario, puede ser un excelente medio de distracción educativa. Lo que es nocivo es su contenido y su excesivo uso. Como la energía nuclear, la  televisión se puede usar para enriquecer la vida o para extinguirla. La televisión, en sí misma, en dosis moderadas, no es dañina, por el contrario puede ser un excelente instrumento pedagógico, tanto para la educación formal temprana, como para la formación cultural de niños adolescentes y adultos. En la televisión “continuamente se nos enseña, se nos adiestra y se nos divierte”[14].

En nuestro país, los medios de información (que se “acuestan” con el gobierno de turno), controlados por quienes detentan el poder político, económico, social, cultural, científico y religioso (“pastoral”) imponen, a quienes carecen de espíritu crítico y no piensan por sí mismos, lo que hay que pensar y decir. Caracol radio y televisión, RCN radio y televisión, las emisoras y canales nacionales, regionales, locales y comunitarios, el periódico El Tiempo, El Espectador y los demás diarios nacionales y regionales dicen lo que hay que decir, opinan lo que hay que opinar, manipulan lo que hay que manipular, lanzan las “cortinas de humo” que hay que lanzar, difunden las “noticias” que hay que difundir… Estos medios mediáticos, al servicio del consumismo, mediante su dictadura, imponen los programas, los noticieros, las telenovelas, los “realitys”, rituales y ceremonias religiosas que hay que ver o escuchar, con el propósito de perpetuar patrones culturales alienatorios, tradiciones, hábitos y convencionalismos acríticos, útiles para adormecer la conciencia del televidente u oyente acrítico. A quienes controlan el poder no les interesa que el “rebaño” piense, y por eso lo alienan con noticias, novelas, reinados, desfiles, transmisiones deportivas, farsa política y democrática, escenas violentas, opiniones de los “opinadores” que defienden los intereses del medio en que opinan, y le colonizan su subjetividad para que compre y consuma y satisfaga las necesidades que los medios le crean; ahogando al sujeto que consume acríticamente lo que por ellos se difunde y anuncia. Así, sedado y alienado, el televidente, el oyente o el lector, ya sabe lo que tienen que pensar, decir, opinar y hacer. Los medios no les dejan ningún resquicio por donde el hombre del “rebaño” se adentre en su mundo subjetivo y piense. ¿Pensar? ¡Eso es peligroso para los “amos” del poder! La consigna de los medios es que no hay que dejar pensar al “rebaño”. “El rebaño no puede pensar porque nosotros pensamos por él. Ahorrémosle la complicada tarea de pensar. Si llega a pensar, se subleva y nos quita el poder, y eso no lo podemos permitir. Sigamos adormeciendo su conciencia con nuestra realidad, con nuestros intereses, con nuestra verdad, que es la verdad que nosotros establecemos con el poder de nuestros medios de comunicación”. Ante semejante evidencia, ¡estudiantes es imperativo aprender a pensar, aprender a filosofar!

No podemos desconocer que los medios de información, a través de su contundente ideología, actúan de manera gradual y uniforme para permear los modelos educativos con el ánimo de inculcar los valores convenientes a los organismos empresariales, educando para la obediencia y la disciplina, es decir, para la domesticación. Es así como en la “escuela” no se propician espacios para la reflexión, la discusión razonada y el uso de la libertad. Si el estudiante no cultiva su espíritu crítico, difícilmente podrá detectar e rechazar los esquemas de dominación que lleva implícitos la “educación” que diseña, imparte e impone el gobierno, el establecimiento y/o el sistema o modelo cultural, político, económico y social imperantes.

Problemática de la educación domesticadora y de la evaluación

Expertos en el tema denuncian que la educación es domesticadora porque es adaptar, conservar y crear cultura, y trasmitir valores preestablecidos; así mismo, porque el conocer se reduce a mirar al mundo, y el aprender es servir como depositario de esos valores preestablecidos. Si el Estado mismo, si el establecimiento, si el gobierno y si el sistema neoliberal con su torticero modelo económico “educan” para la domesticación, ¿no le será, acaso, necesario e imperativo al estudiante aprender a filosofar para que evite esa oprobiosa domesticación? La evaluación es propia de la educación domesticadora, la educación bancaria, en la que “el sujeto activo y fuente de conocimiento es el educador quien se encarga de depositar su ­sabiduría­ (serie de conceptos seleccionados para favorecer la opresión y no la liberación) a sus educandos u objetos pasivos e ignorantes, a quienes se les realizará el retiro de dichos conocimientos mediante métodos evaluativos como son los exámenes”[15].

El Ministerio de Educación Nacional (colombiano), acudiendo a eufemísticos sofismas, ha tratado de convencernos que el Gobierno diseña la educación para formar estudiantes críticos, analíticos, libres y autónomos, participativos, comprometidos, responsables en la toma de decisiones… El Decreto 1419 del 17 de julio de 1978 precisa que uno de los fines de la educación es desarrollar en la persona la capacidad crítica y analítica del espíritu científico, mediante el proceso de adquisición de los principios y métodos en cada una de las áreas del conocimiento para que participe en la búsqueda de alternativas de solución a los problemas nacionales”. El decreto 1002 del 24 de abril de 1984 señala que la educación debe procurar que el joven pueda “tomar decisiones responsables sobre su futuro”. La ley 115 de 1994 dice que los fines de la educación “apuntan al desarrollo dinámico del ser humano, para que pueda insertarse en la sociedad, como un ser autónomo, participativo, comprometido, productivo entre otros”. El MEN en un documento titulado “Formar para la ciudadanía” precisa idealmente que “trabajar en el desarrollo de competencias ciudadanas es tomar la decisión de hacer la democracia en el país, de formar unos ciudadanos comprometidos, respetuosos de la diferencia y defensores del bien común… Unos ciudadanos seguros de sí mismos y confiados en los otros. Unos ciudadanos capaces de analizar y aportar en procesos colectivos. Unos ciudadanos que prefieran el acuerdo y el pacto, antes que las armas, para resolver conflictos. Unos ciudadanos capaces de vivir felices en la Colombia y el mundo de este siglo”.

Observando uno que los estudiantes son seres acríticos y heterónomos, con una mentalidad “del rebaño”, surge la pregunta de que si estos “ideales” se cumplen en la educación. Con pocas excepciones, no es posible encontrar alumnos críticos, analíticos, autónomos, auténticos, iconoclastas, contestatarios, cuestionadores, responsables y comprometidos. ¿Con este tipo de jóvenes “del rebaño” tendremos personas que participen “en la búsqueda de alternativas de solución a los problemas nacionales”? ¿Será que se está cumpliendo el legado socrático de que la esencia de la educación consiste en poner al hombre en condiciones de alcanzar la verdadera meta de su vida? Esta preocupante realidad compele a los discentes a la imperiosa necesidad de aprender a pensar por sí mismos, a aprender a filosofar.

Parte de mis asertos los confirma, precisamente, un profesor de filosofía: Jhon Fredy Suárez Solano, cuando señala en Una lección extraordinaria, publicada en su Blog, lo siguiente:

“En los últimos años se ha hecho énfasis en las competencias ciudadanas, como una herramienta para formar, no sólo la parte intelectual, sino también las actitudes y los comportamientos sociales de las personas. El problema es que mientras las pruebas evalúan el grado de honestidad de los estudiantes en el aula, los políticos de turno de nuestro país malversan los fondos que son necesarios para educar a estos jóvenes, precisamente para que sean ciudadanos y ciudadanas ejemplares; mientras se les habla en el aula de resolución pacífica de conflicto, vivimos diariamente los destrozos de una guerra endémica e irracional que lleva más de cuarenta años matando a colombianos contra colombianos, y que amenaza con convertirse en una guerra internacional. En conclusión, no hay coherencia entre lo que el estudiante aprende en el aula y lo que debe ver en su realidad cotidiana”[16].

Como la educación que se imparte en nuestro país, es una educación para la “domesticación”, para sujetar al sujeto, se “enseña” sin filosofía y sin articulación crítica con los demás saberes. En el caso de la llamada “historia patria”, que no es otra cosa que “leyenda patria”, se “ensalzan” y se “enaltecen” a determinados héroes y heroínas como adalides absolutos de nuestra “independencia”. No se puede desconocer que su aporte fue valioso en el plano revolucionario, ideológico y militar. Pero pretender hacernos “creer” que sin ellos no nos hubiéramos “liberado” tan fácilmente del dominio español, es un asunto que hay que replantear. La derecha ensalza sus héroes y la izquierda llora sus mártires.

Los verdaderos adalides, paladines, héroes, heroínas y próceres de nuestra “independencia” fueron  las ideas de la Ilustración, alimentadas con el pensamiento filosófico, con el filosofar, de Descartes, Locke, Voltaire, Diderot, D’Alembert, Rousseau, Kant y otros más. “Los intelectuales de las colonias, representantes de los intereses de la aristocracia criolla, reciben el influjo del liberalismo inglés y del iluminismo enciclopédico francés. Los teóricos de la Revolución Francesa y de la independencia norteamericana sirven de fuente a nuestros ideólogos independentistas, Locke, Montesquieu, Rousseau, Voltaire y otros pensadores del iluminismo y de la ilustración se imponen como maestros del pensamiento desde comienzos del siglo diecinueve en nuestro continente. La Declaración de los derechos humanos en la Revolución Francesa sirve de bandera para la reivindicación de los derechos del pueblo colonizado…”[17] La filósofa e historiadora Diana Uribe Forero nos dice que lo que llamamos modernidad, América e independencia es el resultado del pensamiento. “Todo lo que va a sacudir el mundo, lo que va a formar la modernidad, lo que va formar el nacimiento de todos estos países tiene su origen en algo que llamamos la modernidad, y eso es un grupo de filósofos… Las ideas son las fuerzas más poderosas que inventa el ser humano; las ideas viajan en el tiempo, entran en los corazones, transforman los pensamientos, inflaman las pasiones, generan utopías, hacen que las personas se entreguen por completo a una causa; detrás de una causa hay una idea. Por eso las ideas de la Ilustración son el laboratorio que va sacudir a Europa y que va a producir el nacimiento de nuestro continente… ¡Cómo serán de poderosas, cómo serán de fuertes, que logran atravesar océanos, cordilleras, continentes, civilizaciones y tiempos! Una de las fuerzas más grandes que tiene la historia es la fuerza de las ideas… Esas ideas se van a concretar en revoluciones”[18]. Las verdaderas revoluciones, en concepto del filósofo José María Samper, son de ideas. La enciclopedia la Historia de Colombia señala que “no es difícil que en un país como el nuestro se haya escogido una pelea a puñetazos y pescozones como el momento clave de nuestra libertad”[19].

Un manual didáctico  aclara que “los intelectuales, representantes de la aristocracia criolla, recibieron el influjo del liberalismo inglés y del iluminismo francés: Locke, Mostesquieu, Rousseau, Voltaire”[20]. El filósofo Sergio Arboleda pensaba que para que las revoluciones fueran hechos auténticos y consecuentes tenían que estar fomentadas por las ideas. En su Historia del mundo, Uribe Forero dice que “la independencia que van a tener las colonias americanas será hija de la Ilustración”, y agrega que “Serán las ideas de la Ilustración, a través de Francisco de Miranda, las que animarán e instigarán los procesos de independencia de América Latina”. Los movimientos libertarios estuvieron animados por las ideas de la Ilustración.  El poeta José María Vargas Vila, testigo de la época (un intelectual iconoclasta, mordaz e irreverente), dice en Los divinos y los humanos que el espíritu libertario no vino como el del “creador” en las narraciones fabulescas de la Biblia sino en “alas de la filosofía”. Nariño, Torres, Bolívar y Santander emanciparon las multitudes, los filósofos intentaron emancipar las conciencias. La referida Historia de Colombia aclara que “a pesar de todos los esfuerzos del gobierno español por impedir que las ideas de libertad proclamadas por los intelectuales ingleses y franceses prendieran en América, la revolución francesa y los derechos del hombre incentivaron en las colonias el deseo de sacudirse el yugo de las potencias europeas”, razón por la que, en “el equipaje de los pensadores y hombres de ciencia forjados en Europa, que se acercaban a Nuevo Mundo, traían uno que otro libro que al juntarse fueron abriendo los apetitos intelectuales de los que más adelante serían padres de la Independencia”. No obstante la intención de la corona española de impedir por todos los medios la propagación de las ideas de la Ilustración, pensadores españoles como Benito Feijoo, Gaspar Melchor de Jovellanos, Pedro Rodríguez de Campomares y el conde Aranda incendiaron la mentalidad ilustrada “por medio de escritos en los cuales se daban a conocer los progresos de las ciencias y el adelanto técnico en otros países”[21].

La misma dinámica oprobiosa de la conquista y la colonización impuesta a la fuerza por España, reflejada a través de la violencia, el saqueo y la domesticación religiosa, dieron origen a la inconformidad que incubaron los procesos de independencia y emancipación. José María Samper reconoce que la lógica de la conquista y posterior colonización dinamizó la lógica de la independencia americana. Fue así que España al desarrollar injustamente la conquista y la colonia preparó, sin proponérselo, la revolución. “Sin quererlo, España dio a luz uno de los fenómenos más extraordinarios de la historia política moderna: la revolución americana”[22].

Los “independizados”, los “emancipados”, siempre se han preguntado y nos hemos preguntado: ¿Cuál “Independencia?  Y ¿La “Independencia” para qué?

Hablar de “independencia” y de “mancipación” es decirnos mentiras. Somos una prolongación de la subjetividad, no sólo española, sino europea. Como colombianos, tenemos un cuerpo cuya cabeza está en Europa. La subjetividad europea nos sujeta. ¿Acaso la “democracia”, la política, la filosofía, la religión, la ciencia, el capitalismo y los demás saberes no proceden de Europa? Por no pensar críticamente, por falta de espíritu crítico, de criticidad, nos “echamos” mentiras a nosotros mismos, y lo más grave es que nos las creemos. Sí, es cierto, España, y en general Europa, retiró sus ejércitos y sus autoridades y cesó la dominación militar y política, pero el colonialismo continuó de otra manera: a través de la mercancía. El capitalismo europeo, con toda su rebatiña económica, prosiguió con su dominación colonialista. Si bien es cierto que también nos somete el capitalismo norteamericano, éste es hijo del capitalismo del viejo continente. España y Europa en general, con la enorme influencia de los Estados Unidos, nos tienen colonizados con las leyes del mercado, con la lógica del mercado. ¿Cuál fin del colonialismo? ¿Cuál emancipación? ¿Cuál independencia? ¡Falacias, puras falacias! Colombia, como país “tercermundista”, aún se encuentra bajo las tácticas colonialistas de Europa. El tercer mundo “ya se sabe que no es homogéneo y que todavía se encuentran dentro de ese mundo pueblos sometidos, otros que han adquirido una falsa independencia, algunos que luchan por conquistar su soberanía y otros más, por último, que aunque han ganado la libertad plena viven bajo la amenaza de una agresión imperialista”[23].

¡No nos digamos más mentiras! Seguimos siendo colonia española y, por ende, europea. En pensamiento, en ideas políticas, en ciencia, en religión, en idioma, en costumbres, en tradiciones, en convencionalismos, en rituales, en ceremoniales y en filosofía seguimos dependiendo de Europa. No tenemos identidad nacional. El hecho de que los europeos, maquiavélicos y pragmáticos, hayan permitido a Colombia y a los demás países latinoamericanos tener su propia bandera, su propio himno nacional, su propia moneda y otros sucedáneos para ensalzar nuestra supuesta “independencia”, no implica que estemos exentos de la colonización europea. ¿Será posible emanciparnos del colonialismo cultural europeo?

La filosofía, por ejemplo, cuyas ideas han movido, mueven y moverán al mundo, nos tiene “colonizados” hasta la médula, así, quienes carecen de espíritu crítico, no se den cuenta. Aristóteles, considerado por el consenso intelectual como el filósofo más genial de Occidente, nos condicionó con su extraordinario e influyente sistema de pensamiento. La lógica con que pensamos y razonamos a cada instante es aristotélica. “Es notable el hecho de que esta compleja ciencia de la estructura interna del pensamiento fue descubierta y expuesta casi en su totalidad por Aristóteles, sin que toda la humanidad posterior haya podido añadir otra cosa que leves detalles o aspectos. Toda la minuciosa doctrina de las formas generales del pensamiento (concepto, juicio y raciocinio) con sus clasificaciones, leyes y combinaciones, y toda la teoría de las formas particulares del pensamiento científico (definición, división, método), aparecen en el Organon aristotélico casi en la forma en que son estudiadas hoy mismo”[24]. Las bases de la ciencia biológica son aristotélicas. La estructura gramatical del idioma castellano (con el que nos comunicamos, también procedente de España) es producto de la genialidad aristotélica. Los tres poderes públicos de nuestra “democracia” son aristotélicos. Inclusive (sin que Aristóteles se lo hubiera propuesto) el fundamento de la doctrina católica, establecida por Santo Tomás de Aquino (otro filósofo que bebió de las fuentes del pensamiento de este singular filósofo griego), también es aristotélico. Ni qué decir del pensamiento platónico, fundamentador (también sin que Platón se lo propusiera) de la doctrina de la religión que nos impuso, a sangre y fuego, España: el catolicismo. “Todos los hombres nacen aristotélicos o platónicos”, sentenció el poeta Samuel Taylor Coleridge. Para los aristotélicos las ideas son meras generalizaciones de observaciones puntuales… Los platónicos consideran que las ideas tienen entidad real; que lo fundamental son los universales, los conceptos abstractos. Sobre cualquiera de estas dos inveteradas y arraigadas tendencias filosóficas, el hombre de Occidente organiza su cosmovisión de su mundo y el mundo que lo rodea. El realista aristotélico ve un mundo de realidades. El idealista platónico ve un mundo de ideas. Algunos ven los dos mundos a la vez. Europa produce el conocimiento que nosotros consumimos. Ponemos en práctica las ideas pensadas en el viejo continente.

Saturados de lo pensado por estos pensadores y los demás pensadores europeos, ¿cómo vamos a lograr nuestra emancipación del colonialismo intelectual? ¿Cómo vamos a tener una identidad como latinoamericanos y como colombianos? “Liberarnos” del pensamiento de la filosofía europea, implicaría elaborar una manera propia y nueva de pensar, y nuestras mentes, “colonizadas” por el pensar del viejo continente, por ahora, no tienen la capacidad y madurez filosófica para producir un Platón, un Aristóteles,  un Descartes, un Kant, un Marx o un Nietzsche latinoamericano ni mucho menos colombiano. ¿Cómo vamos a tener un pensador nuestro de esa genialidad, si los textos o manuales de filosofía no reseñan, ni tan siquiera hacen alusión, de pensadores latinoamericanos, y menos de filósofos colombianos? Latinoamérica, incluyendo a Colombia, ha producido grandes filósofos (eso sí originales ninguno), pero no aparecen en los manuales de enseñanza ni los profesores se detienen a reseñarlos, aunque fuera a nombrarlos. ¿Qué joven, luego de concluir su educación secundaria, sabrá que Colombia tuvo connotados pensadores como Fernando González Ochoa, Danilo Cruz Vélez, Roberto José Salazar Ramos, Eudoro Rodríguez Albarracín, Germán Marquínez Argote, Rafael Carrillo Lúquez, entre otros? ¿Así cómo nos atrevemos a hablar de “independencia”, “emancipación” y “descolonización?

¿Entonces seguir afirmando que “logramos la independencia de España”? Mientras no prescindamos del pensamiento y de las instituciones europeas, seguiremos siendo colonia de Europa y dependiendo de ésta. No hemos escuchado las palabras de Sartre, cuando en el prólogo a los condenados de la tierra, nos invitaba a abandonar “a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina por dondequiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todos los rincones del mundo”[25]. El mismo intelectual, precisamente un europeo, reconoce la voracidad colonialista de Europa. “Ustedes saben bien que somos explotadores. Saben que nos apoderamos del oro y los metales y el petróleo de los "continentes nuevos" para traerlos a las viejas metrópolis. No sin excelentes resultados: palacios, catedrales, capitales industriales; y cuando amenazaba la crisis, ahí estaban los mercados coloniales para amortiguarla o desviarla. Europa, cargada de riquezas, otorgó de jure la humanidad a todos sus habitantes: un hombre, entre nosotros, quiere decir un cómplice puesto que todos nos hemos beneficiado con la explotación colonial… el europeo no ha podido hacerse hombre sino fabricando esclavos y monstruos”[26]. ¿Emancipados, libres e independientes? ¡Ese cuento sólo lo acepta sin ponerlo en cuestionamiento el rebaño! Los filósofos no, porque éstos, con su actitud iconoclasta, contestataria, anticonvencional, libertaria, irreverente, caustica, mordaz, controversial y desmitificadora, cuestionan todo aquello que los demás dan por sentado o prefieren no cuestionar. Esto no es que sirva de mucho para cambiar el estado de cosas, de modificar nuestra soterrada dependencia de Europa, pero sí para no tragar entero y darnos cuenta de la realidad en que vivimos. ¿De quién depende transformarla?

El mismo texto escolar[27] señala que a pesar de la independencia política el cambio cultural no es significativo, razón por la cual los hábitos de dependencia forjados durante la colonia permanecen, y que en la actualidad a nivel cultural somos consumidores acríticos de todas las corrientes artísticas, filosóficas, científicas, políticas y religiosas que se ponen de moda en Europa o Estados Unidos. José María Samper[28] dice que la vieja España todavía nos combate sin quererlo por medio de sus representaciones, es decir, de los elementos que nos dejó profundamente arraigados en las instituciones, tradiciones y costumbres coloniales. Fernando González Ochoa señala que copiamos constituciones, leyes, costumbres, pedagogía, métodos y programas. “La imitación ha sido nuestro vicio colombiano y latinoamericano. Imitamos versos, modas, catedrales, filosofía, modos de vida. Somos, por ello, vanidosos o vacíos de lo nuestro y de nosotros mismos. Todo es ajeno y simulado”[29]. El reconocido intelectual Luis López de Mesa Gómez aconseja una síntesis cultural más universal para superar la cultura europea que nos ha servido de mentor espiritual, porque, tal como nos dice “es una verdad ineludible el que carecemos de una rica imaginación aún: en cuatro siglos no hemos inspirado una religión, una filosofía, un drama universal, un poema épico, ni en pintura un cuadro de composición original, ni en música una interpretación eminente de lo humano. Hasta hoy vivimos de prestado en grandes proporciones… Nos independizamos oportunamente, pero sin la adecuada preparación racial, territorial, cultural y económica. Continuamos siendo colonia… de España, en literatura y legislación; de Francia, en literatura e ideología general; de Inglaterra, en lo económico y en algunas normas sociales… de Roma, en religión y preceptos morales…”[30]. López de Mesa advierte que mientras no superemos esa dependencia tendremos problemas de identidad cultural. William Ospina, un intelectual con sentido crítico, al respecto, señala lo siguiente:

“Es innegable nuestra pertenencia al orden mental europeo. Un país cuya lengua es hija del latín y del griego; que ha profesado por siglos una religión de origen hebreo, griego y romano; que se ha propuesto el modelo democrático debido a la Revolución francesa y que se reclama defensor de la Declaración de los Derechos del Hombre; una sociedad que se ha formado instituciones siguiendo el modelo liberal europeo, no puede pretender encontrar soluciones ignorando esa tradición. La democracia sigue siendo para nosotros una promesa y aún necesitamos en Colombia una crítica lúcida, vigorosa, implacable, de las iniquidades del poder imperante, como la que emprendió Voltaire en su día, y una propuesta seria de sensatez, de lógica, de generosidad y de valor civil. Lo que requerimos es comprender que una cosa es ser hijos de Europa y otra confundirnos con ella, cuando pertenecemos a un territorio tan distinto, cuando les debemos respeto profundo a los viejos padres que poblaron este territorio por siglos y de los cuales también descendemos, cuando sabemos que la diversidad de nuestra composición natural, étnica y cultural es un privilegio, y no permite la arbitraria imposición de un solo modelo, de una sola verdad, de una sola estética. Ningún país podrá construir jamás un orden social justo y equilibrado si no es capaz de reconocerse a sí mismo y de diseñar su proyecto económico, político y cultural a partir de esa conciencia de sus posibilidades y sus limitaciones”[31].

Historiadores, que disienten de la “historia oficial” (de los historiadores a “sueldo”), historiadores con espíritu crítico, como Hugo Rodríguez Acosta, Álvaro Tirado Mejía, Diego Montaña Cuellar, Antonio García, Indalecio Liévano Aguirre, entre otros, “cuentan” que a la denominada “aristocracia criolla” (entre los que se encontraban Nariño, Torres, Bolívar, Santander, etcétera, etcétera, “los libertadores”) la movieron otros intereses distintos al de los mestizos, indios, campesinos y esclavos, es decir, el “pueblo”: el poder político y económico. Los criollos deseaban tener los mismos derechos que los blancos peninsulares. “Los compromisos pactados en la noche del 20 de julio no implicaron, como suele pensar una declaración de independencia, sino que ellos se limitaron a institucionalizar el gobierno de responsabilidad compartida entre el Virrey y los grandes voceros del estamento criollo. En esa alianza, acordada a espaldas del pueblo, los dos socios se beneficiaron mutuamente: el Virrey continuaba de Jefe de Gobierno… y los notables criollos ingresaban en la Administración… para compartir el poder con quien representaba la Corona…”[32]. La historia oficial esboza una orientación colonial, señorial, racista y eurocéntrica, “que sólo le interesa la memorización de cronologías y la descripción aislada de los hechos, con el objetivo de resaltar las hazañas de los grandes héroes, que casi siempre forman parte de los grupos privilegiados de la sociedad…”[33]. Los “descastados” no fueron más que fichas hábilmente “jugadas” y manipuladas por la aristocracia criolla en la consecución de sus pragmáticos logros. 

Esta última tesis la sustentan algunos interrogantes: Si los criollos estaban “cansados” del dominio español, ¿entonces por qué, luego de la “independencia”, no se liberaron de la religión católica, que había sido utilizada como instrumento de dominio, sometimiento, y como ideología de poder por parte del imperio español? ¿No había sido impuesto, “a sangre y fuego”, el dogma religioso de la iglesia católica sobre los nativos y los esclavos? ¡Qué iban a liberarse de la religión los criollos, si en Dios cifraban sus esperanzas de “independencia”! O si no leamos lo que escribió en ese tiempo uno de los denominados “próceres” de la “independencia”. «En tal conflicto recurrimos a Dios, a este Dios que no deja perecer la inocencia, a este nuestro Dios que defiende la causa de los humildes; nos entregamos en sus manos; adoramos sus inescrutables decretos; le protestamos que nada habíamos deseado sino defender su santa Fe, oponernos a los errores de los libertinos de Francia, conservarnos fieles a Fernando, y procurar el bien y libertad de la patria»[34]. ¿Los criollos ofrecieron alguna participación en la administración a los “guerreros” que habían intervenido, ya sea con apoyo logístico o luchando en el frente de combate para conquistar la “independencia”? ¿A los criollos les interesaba la “independencia” o el poder político y económico? ¿Por qué los “descastados” no pasaron a ocupar cargos de gobierno de los territorios “independizados”?

Los “patriotas” criollos no hicieron otra cosa que reemplazar la oligarquía española por la oligarquía criolla con todos los vicios y formas de sometimiento. En eso consistió, para ellos, la “independencia”. “Los criollos habían tomado conciencia de su identidad y de la posesión de sus recursos. La política española y el fuerte monopolio impuesto herían los intereses locales”[35]. El nuevo gobierno no era más que el gobierno conjunto de las autoridades coloniales y los patricios criollos. Establecidos los pactos, “se produjo automáticamente un nuevo encuadramiento de fuerzas y sobre las viejas disputas”[36].

Basta consultar cualquier texto de “historia patria” para colegir que el llamado “Grito de Independencia” estuvo matizado de intereses, componendas, conflictos y pugnas por el poder que se disputaban con intrigas y violencia los “próceres” criollos de la nueva oligarquía. Entre los próceres surgieron discrepancias y conflictos por ansias de poder, por la repartición de la “torta burocrática”. Tanto a los “próceres” “defendidos” por la historia oficial como a los “condenados” por la misma, solo los animaba una motivación: el poder; el destino del pueblo que participó en las revueltas, en las batallas, en las guerras y en la lucha no importaba para ellos. Al fin y al cabo pertenecían a la oligarquía criolla.

Así mismo, de los textos se desprende que el pueblo, instado por los “próceres”, sólo sirvió como medio para el logro utilitario y pragmático de un fin. Y desde entonces se establecieron las fronteras entre la oligarquía triunfante y un pueblo “que buscaba confusamente su liberación y confiaba en que aquella profunda crisis del orden colonial no habría de reducirse a simple oportunidad para que las clases acaudaladas se apoderaran de los centros nerviosos del Estado”[37]. No bien el pueblo puso la cara, la oligarquía corrió a reclamar sus privilegios. El pueblo de los arrabales, hombres y mujeres, dejaron sus míseras covachas, “donde vivían como fieras olvidadas de Dios”[38],  para acudir al llamado revolucionario de los “próceres” criollos. “José María Carbonell realizó uno de los actos más trascendentales de nuestra historia: acompañado de un grupo de estudiantes y de amigos se encaminó a los arrabales de Santafé, a las míseras barriadas de extramuros, donde habitaban en guaridas millares de artesanos, de mendigos, de indios y mulatos, de gente desesperadas y míseras, y las invitó, con su extraordinaria elocuencia, a trasladarse al centro de la ciudad para solicitar no una Junta de Notables, sino Cabildo Abierto…. Montoneras de hombres y mujeres, la "hez del pueblo", como decían los oligarcas, entraban así en el camino de la historia…”[39]. Pero sería a fundar la historia de los caudillos, de los “próceres”, porque la historia oficial “sólo ha otorgado el apelativo de ‘próceres’ a los servidores sumisos de la oligarquía, y para los defensores del pueblo y los voceros de sus intereses, ha reservado invariablemente los calificativos de ‘demagogos’, ‘agitadores’ y ‘tiranos’”[40]. En el escenario de la “independencia”, el pueblo no hizo otra cosa que desempeñar el papel de mudo espectador de la comedia de los notables. ¿Cuándo será la hora de los pueblos? “Ellos fueron los que combatieron y combaten, los que aportaron y aportarán miles de héroes estelares o anónimos”, recuerda una proclama revolucionaria. Pareciere que el pueblo nunca llega al poder; a éste sólo llegan sus dirigentes, sus caudillos, sus caciques, sus políticos, sus próceres. Con sarcasmo e ironía, Álvaro Salom Becerra aclaró que al pueblo nunca le toca, porque el pueblo “no es más que un rebaño manso y sumiso, manejado por unos pastores audaces e inescrupulosos que son los políticos de uno y otro partido, que hacen con él lo que se les da la gana…”[41].

La historia patria, tratando de defender a uno de sus “próceres”, señala que José María Carbonell “no estaba dispuesto a dejar sin definir el problema básico de la Independencia, ni a tolerar que aquella batalla, ganada por el pueblo, no tuviera alcances distintos de un simple traslado del poder, de manos del Virrey y a la poderosa oligarquía criolla de grandes hacendados, comerciantes, plantadores esclavistas y abogados, que constituían la verdadera clase opresora de la sociedad granadina, la clase cuyas divergencias con la Metrópoli no tenían otro sentido que su deseo de derogar aquellas instituciones de la legislación española que otorgaban alguna protección a los indios y a los desposeídos, para lo cual trataban de adueñarse del Estado”[42]. Ensalzando a otro “prócer”, también afirma que liberados de la oposición de Antonio Nariño, “quien insistió siempre en la necesidad de deponer a las autoridades con un auténtico levantamiento popular, los principales personeros de la oligarquía criolla -José Miguel Pey, Camilo Torres, Acevedo Gómez, Joaquín Camacho, Jorge Tadeo Lozano, Antonio Morales, etc.-, pudieron consagrarse a idear la táctica política de que se servían para provocar una limitada y transitoria perturbación del orden público, que habría de permitir al Cabildo capturar el poder por sorpresa y tomar a continuación las providencias indispensables para el pronto restablecimiento del orden, de manera que el pueblo no pudiera desviar el movimiento de los rumbos que la oligarquía, pensando sólo en sus intereses, trataba de darle anticipadamente”[43].

Hugo Rodríguez Acosta precisa que la historia tradicional hace apología desmedida de los “libertadores” y les brinda aplausos por parte de los “historiadores a sueldo”, construyendo “verdaderas leyendas en torno de aquellos personajes, elevados a una dignidad que excede su verdadera dimensión histórica… Estos fueron los ‘libertadores’, es decir, aquellos que hicieron del Estado un instrumento, colocado al servicio de las clases privilegiadas y de sus egoístas conveniencias”. Este historiador crítico agrega que la aristocracia criolla fue incapaz de demoler el caduco orden colonial y sentar las bases de la nueva sociedad. Todo el proceso independentista sólo trajo consigo la transferencia del poder político de los funcionarios españoles a la aristocracia neogranadina.  “Lo demás permaneció inmodificable: los indios continuaron siendo explotados por los intermediarios, los hacendados, el Estado, etc.; los negros continuaron siendo esclavos, y sirviendo por lo tanto a los intereses económicos de los terratenientes, hacendados, etc.; los peones, jornaleros, etc., continuaron ligados al grande o mediano propietario rural, en calidad de asalariados; en fin, las masas populares, conservaron, -gracias a la continuidad del ordenamiento colonial- el status social que tenían en la Colonia”[44]. Manuel María Madeido señala que los criollos sustituyeron a los españoles y el pueblo siguió siendo la plebe. La Historia de Colombia refiere que el llamado “Grito de Independencia” no fue “una verdadera demostración del deseo de autonomía de las provincias, sino, mejor, la puesta en marcha de un proceso con el que se esperaba que criollos y chapetones tuvieran los mismos derechos en el Nuevo Reino”, y agrega que este acontecimiento tan renombrado y exaltado estaba “muy lejos de representar el verdadero momento de la independencia de nuestra patria”[45]. Es bien sabido que la historia es escrita y manipulada por los vencedores. La historia, nos dice Eduardo Galeano, es una “dama de rosados velos, besadora de los que ganan”[46]. Herman Hesse pensaba que lo que en los colegios se llama Historia Universal, y que hay que aprendérsela de memoria para la cultura, con todos los héroes, genios, grandes acciones y sentimientos, eso es sencillamente una superchería, inventada por los maestros de escuela, para fines de ilustración y para que los niños durante los años prescritos tengan algo en qué ocuparse”, y agrega que ello “siempre ha sido así y siempre será igual, que el tiempo y el mundo, el dinero y el poder, pertenecen a los mediocres y superficiales, y a los otros, a los verdaderos hombres, no les pertenece nada. Nada más que la muerte”[47]. En su autobiografía este brillante intelectual alemán señala lo siguiente:

“Cierto que nuestros maestros, en aquella divertida asignatura que llamaban Historia Universal, nos enseñaban que el mundo siempre había sido gobernado, dirigido y cambiado por ese tipo de personas que imponían su propia ley y que rompían con las leyes tradicionales, y nos decían que esas personas eran honorables. Pero eso era tan mentira como todo el resto de la enseñanza, pues cuando uno de nosotros, con buena o con mala intención, mostraba alguna vez valentía y protestaba contra cualquier mandamiento, o siquiera contra una costumbre estúpida o una moda, ni era honrado ni se nos recomendaba como modelo, sino que era castigado, escarnecido y oprimido por la cobarde prepotencia de los maestros”[48].

El “orden establecido” durante el proceso de “Independencia” y la conformación de nuestra nación, salvo algunas modificaciones, continúa vigente en nuestra sociedad. La falta de personas con sentido crítico, de personas con “mente abierta”, de personas que piensen por sí mismas, es decir, que sepan filosofar, es la consecuencia de que este “orden” establecido continúe así, con la concomitante alienación, opresión, masificación y cosificación de los “descastados”.

Quienes pensamos con espíritu crítico, cada vez que oímos hablar de “nuestra independencia” a los educadores, los “historiadores”, presidentes de la República y medios de información, no podemos más que sonreír por la farsa histórica.  “A muchos se nos metió en la cabeza que la independencia en Colombia es un chiste, un mal chiste, una pésima ilusión y sobretodo una gran mentira”[49]. Es un imperativo que el estudiante comprenda que los relatos históricos legitiman la ideología y poder dominantes, cuestionando y refutando las supuestas “verdades” históricas contadas por los historiadores oficiales, los historiadores “a sueldo”, con el propósito que desinterprete y reinterpreta la historia.

Como moraleja podemos aprender que los hechos históricos no se pueden desarticular del contexto cultural de su tiempo: sociedad, geopolítica, economía, instituciones y filosofía, entre otras manifestaciones del amplio y complejo espectro de la cultura. En el caso de nuestra “Independencia”, el aspecto relativo a lo social se refiere a la sociedad decadente y superficial de la España todavía feudal enclaustrada en su cultura religiosa y contrarreformista, refractaria a la ciencia y al incipiente desarrollo tecnológico; lo geopolítico es inherente a la situación española: invadida por Francia a través de Napoleón, quien entronizó como “regente” de sus destinos y derroteros a su hermano conocido como  “Pepe Botellas”; lo económico nos muestra que España ya no era el vasto imperio de Carlos V, “en cuyos dominios nunca se ocultaba el sol”, sino la Gran Bretaña que despuntaba y se perfilaba como la primera potencia política y económica, como el futuro imperio de turno que venía a llenar el vació dejado por la nación ibérica, gracias a su Revolución Industrial, su transformación de las instituciones políticas y el desarrollo tecnocientífico; lo institucional se evidencia en unas vetustas y caducas instituciones, tanto políticas como económicas, profundamente corruptas e inoperantes; y lo filosófico tiene estrecho vínculo con el revolucionario pensamiento de la Ilustración, al que, mientras España se negaba a asimilar, los criollos americanos lo concebían como cartilla doctrinaria y un modelo o proyecto esperanzador de vida, teniendo como orientación y guía a la razón.

Gran parte de los asertos planteados en este acápite los fundamentan los filósofos e investigadores Luis José González Álvarez y Francisco Beltrán Peña en el ensayo El sentido de nuestra cultura[50], en el siguiente texto:

“¿Qué significado tiene la independencia para nuestro desarrollo cultural? Lamentablemente muy pequeño. La dependencia cultural establecida durante la colonia logra crear unos hábitos resistentes a los vaivenes de la política. Latinoamérica había nacido y crecido como cultura dependiente. Y, por consecuencia, el hombre latinoamericano, de clase alta o de clase baja, se había configurado como hombre dependiente. Los lazos culturales con la antigua metrópoli continúan. En las nuevas naciones no existe creatividad ni originalidad. Ni siquiera la hay en el momento de la independencia. Toda la ideología recibida de Francia e Inglaterra no sirve sino para cambiar económicamente de dueños e ideológicamente de modelos (…).

En los distintos ámbitos de la cultura, durante el siglo XX, somos consumidores acríticos de todas las corrientes artísticas, filosóficas, científicas, políticas y religiosas que se ponen de moda en Europa. Nuestra cultura continúa siendo una prolongación de la cultura europea. El desarrollo de las comunicaciones, impulsado sobre todo por los grandes medios de comunicación social, contribuye intensamente a la standarización de la cultura como fenómeno universal. Todo lo que llega del extranjero es bueno y aceptado. Esta actitud extranjerizante, fruto de la colonia, es por desgracia un signo distintivo de  nuestra realidad cultural (…).

…Hablando globalmente, podemos decir que no poseemos una cultura propia. Y, dentro de la cultura europea que asimilamos, somos un pueblo subdesarrollado. Arrastramos un atraso cultural, del que en vano tratamos de deshacernos (…).

…Las ciencias sociales aportan datos e interpretaciones cada día más objetivos y completos, que nos permiten comprender la dependencia alienante en que hemos vivido durante muchos siglos y de la que aún no nos hemos liberado…”.

El compromiso ético de pensar por nosotros mismos es clave para nuestra liberación, nuestra emancipación y nuestra independencia de opiniones y condicionamientos ajenos a nuestro auténtico ser. Esta actitud crítica nos permite tomar conciencia de lo que somos como producto de una cultura determinada, compuesta de industrias, instituciones y valores, y comprometernos con la superación de los esquemas dominantes, que se inician con paradigmas familiares acríticos, con la educación que nos otorga un “cartón” solamente si somos “juiciosos”, “disciplinados”, “obedientes” y obtenemos “buenas notas”, y los medios de información que nos alienan con fantasías y objetos de consumo que “prometen” la felicidad. Si no asumimos una toma de conciencia y un compromiso, difícilmente nos percataremos que el sistema imperante nos va formando para convertirnos en piezas o engranajes útiles para el logro de sus pragmáticos intereses excluyentes y opresores.

La superación de este acervo de circunstancias deshumanizantes o la liberación de su domesticación es posible únicamente a través de la transformación del sistema que nos condiciona. Pero esa actitud, esa praxis, esa acción comprometida, debe orientarse al desenmascaramiento de las condiciones que impiden la genuina liberación del hombre como ser social y como ser cultural. No se puede olvidar que “la inconformidad contra el estatus quo, genera comportamientos contestatarios y asociaciones para el cambio y esto es demasiado peligroso para el sistema”, tal como nos lo revela Augusto Ramírez. En este sentido, el referido texto didáctico advierte que “si alguien cuestiona o se rebela contra su funcionamiento, es declarado subversivo, agente de ideologías foráneas, enemigo de las instituciones democráticas, y se le persigue por todos los medios hasta eliminarlo”[51]. Horkheimer y Adorno, citando a A. de Tocqueville, señalan que “el amo no dice más: debes pensar como yo o morir. Dice: eres libre de no pensar como yo, tu vida, tus bienes, todo te será dejado, pero a partir de este momento eres un intruso entre nosotros… Juicio crítico y competencia son prohibidos como presunción de quien se cree superior a los otros, en una cultura democrática que reparte sus privilegios entre todos. Frente a la tregua ideológica, el conformismo de los consumidores, así como la impudicia de la producción que éstos mantienen en vida, conquista una buena conciencia. Tal conformismo se contenta con la eterna repetición de lo mismo”[52].


A pesar de que la evaluación es “necesaria”, disiento de ella, ya sea formativa o de contenidos, porque ésta tiene como finalidad que el estudiante  rinda cuentas al sistema imperante y que éste se cerciore que la “educación”  (que según Luis Althusser, es un aparato ideológico de Estado, y una institución de clausura, de acuerdo con Michel Foucault) impuesta sí está cumpliendo con su objetivo: domesticar a los estudiantes. La evaluación es algo antipedagógico porque genera ansiedad, temores y frustraciones en los estudiantes.

En los tiempos de los auténticos educadores griegos, como los sofistas, Sócrates, Platón y Aristóteles, no se evaluaba; simplemente, el alumno debía superar a su maestro; como en efecto ocurrió: Sócrates superó a los sofistas, Platón superó a su maestro Sócrates, Aristóteles superó a su maestro Platón. “Se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo”[53]. Jean Piaget, tal vez el más grande pedagogo, psicólogo y epistemólogo de nuestro tiempo (creador de la “Epistemología Genética”, un novedoso método de investigación), no está de acuerdo con la evaluación o los exámenes, porque “son un estigma de la escolaridad, una plaga de la educación que vicia las relaciones normales entre el maestro y el alumno, comprometiendo en los dos tanto la alegría de trabajar, esforzarse y aprender, como la mutua confianza”. Este insigne pedagogo  insiste en que un examen no es objetivo porque implica  suerte y depende de la memoria. Como es un fin en sí mismo, “domina las preocupaciones del maestro y orienta el esfuerzo de los alumnos a un trabajo artificial”. En esta dinámica “la escuela tradicional –prosigue Piaget- olvida que su tarea es la formación de los alumnos en los métodos de trabajo y no en el triunfo de una prueba final que se basa únicamente en una acumulación momentánea de conocimientos”[54]. Piaget entonces pregunta: “¿Qué es lo que la escuela logra realmente enseñar? ¿Qué es lo que realmente queda de la educación? ¿Cuáles escuelas producen mejores resultados: aquellas en las que la presión de los exámenes finales falsean el trabajo de los niños y maestros, o aquellas en las que, sin exámenes, el maestro juzga el valor del trabajo del niño a lo largo de todo el curso?” Es por ello que plantea que “la cultura que cuenta en un individuo particular, es siempre la formación propiamente escolar, una vez olvidado el detalle de los conocimientos adquiridos a nivel del examen final, o ¿es la que la escuela ha conseguido desarrollar en virtud de incitaciones o intereses independientemente de lo que parecía esencial en la formación básica”?[55] La educación tradicional con sus exámenes, imposiciones e intereses no respeta al niño, y según Piaget “todo trabajo de la inteligencia descansa sobre su interés”[56], y un “saber obligado es de alguna manera un saber falso”[57].

Otro connotado educador como Estanislao Zuleta también disiente de la evaluación, de los exámenes, debido a que “el estudiante se le educa en función de un examen, sin que la enseñanza y el saber le interesen o se relacionen con sus expectativas personales”. Hace hincapié en que desde la niñez aprende a estudiar por miedo y a resolver problemas que no le interesan. La educación que evalúa, que exige cuentas, “es ideal para el sistema y sus intereses”[58].  El aludido Jhon Fredy Suárez Solano, profesor de filosofía de la Escuela Normal Superior de Charalá, nos dice que el maestro Jorge Luis Borges “no necesitó nunca de la amenaza de las notas para que los estudiantes asistieran a sus clases, que a propósito siempre estuvieron llenas de alumnos entusiastas, o mejor, de seguidores”, y agrega que  “es comprensible desmoralizarse porque todos sus estudiantes no rinden de la manera que uno espera y entonces surge la pregunta: ¿Qué hacer para que atiendan a clase, hagan sus tareas y aprendan lo que se les enseña? La respuesta más común es que hay que amenazarlos con las notas. No soy idealista y tengo que reconocer que a veces hay que aplicar ciertas medidas para que los estudiantes sean responsables con sus obligaciones escolares, pero cuando la nota se convierte en el único incentivo del estudiante, es porque algo está fallando en el sistema educativo… Es verdad que no todos somos iguales en cuanto a nuestras capacidades y que en una aula de clase inevitablemente habrá unos estudiantes que son mejores que otros. ¿Pero acaso el único incentivo que tienen los estudiantes para aprender es la nota?, ¿No es posible incentivarlos para que se entusiasmen por aprender?”[59].

Gustavo Villamizar Suárez señala que la evaluación “puede causar angustia, temor, estrés, desvelos entre estudiantes; malgenio, reproches, inquietudes, suspenso o violencia entre padres de familia y a nivel de docentes, incertidumbres, injusticias, desmotivaciones, cantaletas o, en algunos casos, aciertos, complacencias al traducir esta práctica pedagógica al ejercicio del poder” y  que ésta valora al estudiante perpetrando “acciones y reacciones de frustración, desestímulo, baja autoestima o desencanto por el aprendizaje y la vida escolar”[60].

Quienes tenemos espíritu crítico, quienes nos atrevemos a pensar por nosotros mismos, siempre reflexionamos sobre lo que hemos venido escuchando y leyendo desde niños con respecto a que la educación, en muchos aspectos, tiende a la domesticación de los estudiantes para que piensen y actúen de acuerdo con los intereses del sistema imperante, del gobierno de turno o de lo establecido por el modelo social, político y económico. Y es a través de la evaluación, a la que tanto se opusieron intelectuales de la categoría de Estanislao Zuleta y Jean Piaget (por citar sólo a éstos), mediante la cual el gobierno pide cuentas al alumno (y éste se las rinde a aquél) para saber cómo avanza la domesticación. Con sólo revisar el artículo 1 del Decreto 1290 (16-ABR-09), expedido por el Ministerio de Educación (colombiano) encontramos que “el Estado promoverá la participación de los estudiantes del país en pruebas que den cuenta de la calidad de la educación frente a estándares internacionales”, y que el Ministerio de Educación efectuará “pruebas censales con el fin de monitorear la calidad de la educación de los establecimientos educativos…”

 Omaira Morales señala que el plan de evaluación en Colombia “debe ceñirse a las políticas neoliberales de la mercantilización de la educación”[61]. John Ávila, Director del CEID Nacional, durante una entrevista con la aludida Omaira precisa que el plan de evaluación “es un proyecto más para legitimar, validar e imponer la política neoliberal en educación… Las políticas neoliberales han tendido a confundir y desorientar a la comunidad educativa, esta es una estrategia para imponer sus políticas; pero si se analizan, en el fondo existe un plan donde los logros llevan a los desempeños, éstos a las competencias y éstas a los estándares, lo que refleja una especie de cadena donde se va  definiendo y profundizando una visión de la educación para el mercado”[62]. Según el filósofo Fernando González Ochoa, se educa para la domesticación, y “entonces educado es el hombre de buenos modales impuestos, el hombre dominado o domesticado… Hombre educado significa el que se ajusta a normas… Educar o instruir es cosa del rebaño”[63]. “Todo saber se entrama en una lógica del poder, en un modo de construir sentido y de organizar, de sistematizar y cuadricular y ordenar la vida de los seres humanos”, aclara Ricardo Forster comentando para la TV la obra de Foucault. Es tal la capacidad de domesticación de la “educación”, que popularmente se dice que “mi educación fue muy buena hasta que me la interrumpió el colegio”. Y el filósofo Estanislao Zuleta lo confirmó al retirarse del “estudio” cuando cursaba cuarto bachillerato porque el colegio le quitaba tiempo para estudiar…

Cuánta razón le asistía al poeta Jaime Harker cuando, en su poesía “Soy feliz así no más”, nos dice que sueña “con un techo y un hogar, / unos hijos que conmigo / quieran compartir mi pan. /Pero al ver tantos niños /que a la escuela siempre van / tan cargados de mentiras / y tan sedientos de verdad, / es entonces cuando pienso que / soy feliz así no más”.


LUIS ANGEL RIOS PEREA













[1] RAMÍREZ, Augusto. Ob. Cit.
[2] CARREÑO DIAZ, Giovanny. Ob. Cit.
[3] GALEANO, Eduardo. Días y noches de amor y de guerra.
[4] ZULETA, Estanislao. Educación y democracia, un campo de combate.
[5] Ibídem.
[6] PINZÓN GONZÁLEZ, Isaac. Ob. cit.
[7] NOGUERA SAYER, Leonor. Ob. Cit.
[8] HORKHEIMER, Max. ADORNO, Theodor. Ob. cit.
[9] FEIMANN, José Pablo. Ob. Cit.
[10] NOGUERA SAYER, Leonor. Ob. Cit.
[11] ALCALDE, Jorge. Revista Muy interesante. Editora Cinco, Madrid.
[12] ZULETA, Estanislao. Ob. Cit.
[13] ALCALDE, Jorge. Ob. Cit.
[14] OSPINA, William. Preguntas para una nueva educación. www.metas2021.org
[15] ALVIRA BRÍÑEZ, Yamile. Ob. Cit.

[16] SUÁREZ SOLANO, Jhon Fredy. jhonfredysuarezsolano.espacioblog.com.
[17] GONZALEZ ALVARES, Luis José. BELTRAN PEÑA, Francisco. El sentido de nuestra cultura. En El hombre latinoamericano y su mundo. Nueva américa, Bogotá, 1986, p. 118 y 119.
[18] URIBE FORERO, Diana. Historia de las independencias.
[19] VARIOS. Historia de Colombia. Zamora editores, Bogotá, 2003. Tomo 3.
[20] VARIOS. Filosofía, perspectiva latinoamericana.
[21] VARIOS. Historia de Colombia. Zamora editores, Bogotá, 2003. Tomo 3.
[22] SALAZAR RAMOS, Roberto José. Romanticismo y positivismo.
[23] FANNON, Franz. Ob. cit.
[24] HUERTA, Vicente. El hombre que nos enseñó a pensar. http//:textosserypersona.blogspot.com
[25] FANNON, Franz. Ob. cit.
[26] Ibídem.
[27] VARIOS. Filosofía, perspectiva latinoamericana.
[28] SAMPER, José María. Ensayo sobre las revoluciones políticas.
[29] GONZÁLEZ OCHOA, Fernando. Los negroides.
[30] LÓPEZ DE MESA GÓMEZ, Luis. De cómo se ha formado la nación colombiana.
[31] OSPINA, William. Ob. Cit.
[32] LIÉVANO AGUIRRE, Indalecio. Los grandes conflictos económicos y sociales de nuestra historia.
[33] RIOS GARAVITO, Luis Enrique. Renovación de contenidos y la enseñanza de la historia. http://apissekreflexiones.blogspot.com
[34] BACO DE LA REPUBLICA. PROCESO HISTÓRICO DEL 20 DE JULIO DE 1810. DOCUMENTOS. CUARTA SECCION. www.banrepcultural.org
[35] ALIPSO. Antecedentes de la independencia hispanoamericana. www.alipso.com
[36] BICENTENARIO DE LA HISTORIA DE COLOMBIA. Tomado de Historia de Colombia. Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango. Publicado por INSTITUCIÓN EDUCATIVA PBRO LUIS RODOLFO GÓMEZ. http://socialeslrg.blogspot.com
[37] Ibídem.
[38] Ibídem.
[39] Ibídem.
[40] Ibídem.
[41] SALOM BECERRA, Álvaro. Al pueblo nunca le toca. Tercer mundo, Bogotá, 1983, p. 35.
[42] BICENTENARIO DE LA HISTORIA DE COLOMBIA. Ob. cit.
[43] Ibídem.
[44] RODÍGUEZ ACOSTA, Hugo. Elementos críticos para una nueva interpretación de la historia colombiana.
[45] VARIOS. Historia de Colombia. Zamora editores, Bogotá, 2003. Tomo 3.
[46] GALEANO, Eduardo. Memoria del fuego. www.xa.yimg.com.
[47] HESSE, Hermann. El lobo estepario. Alianza editorial, Madrid, l967, p. 164.
[48] __________________ Autobiografía. www.librostauro.com.ar.
[49] FRENTE ESTUDIANTIL REVOLUCIONARIO SINPERMISO. ¿Cuál independencia? http://colombia.indymedia.org/

[50] GONZALEZ ALVARES, Luis José. BELTRAN PEÑA, Francisco. El sentido de nuestra cultura. En El hombre latinoamericano y su mundo. Nueva américa, Bogotá, 1986, págs. 119, 121, 122 y 123.
[51] VARIOS. Filosofía, perspectiva latinoamericana.
[52] HORKHEIMER, Max. ADORNO, Theodor. Ob. cit.
[53] NIETZSCHE, Federico. El Eccehomo. librodot.com.
[54] PIAGET, Jean. ¿Hacia dónde va la educación? Teide, Barcelona, 1974, p. 45.
[55] __________.  Psicología y pedagogía. Ariel, Barcelona, 1973, p. 12.
[56] __________.  Psicología de la inteligencia. Psique, Buenos Aires, 1973, p. 183.
[57] LOBO ARÉVALO, Nubia y SANTOS RODRÍGUEZ, Clara. Psicología del aprendizaje. USTA, Bogotá, 1990, p. 92.
[58] ZULETA, Estanislao. Educación y Democracia. Tercer Milenio, Bogotá, 1995, p. 33.
[59] SUÁREZ SOLANO, Jhon Fredy. Ob. Cit.
[60] VILLAMIZAR SUÁREZ, Gustavo. Construcción de subjetividad sobre el decreto 1290, p. 2.
[61] MORALES, Omaira. www.fecode.edu.co
[62] Ibídem.
[63] MARQUÍNEZ ARGOTE, Germán, y RODRÍGUEZ ALBARRACÍN, Eudoro. Sociedad y cultura: hacia la secularización de la filosofía.

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