Los derechos humanos
tienen como característica el ser universales, inviolables e inalienables, pero
no son absolutos: terminan donde empiezan los derechos de los demás. Como no
son absolutos, el derecho a la libre expresión no puede invadir abruptamente la
esfera de la intimidad de las personas, por cuanto se incurre en vituperios,
infamias, calumnias, consejas y escarnios, rebasando límites éticos, morales y
jurídicos.
Haciendo uso de mi
limitado derecho a la expresión, con todo respeto me propongo efectuar una
reflexión reivindicatoria del egregio músico, cantante, compositor, arreglista,
productor y empresario mexicano Alberto Aguilera Valadez, conocido en el mundo
artístico como “Juan Gabriel”, una persona irrefutablemente talentosa y genial.
Algunos “periodistas”
faranduleros, “humoristas” y personas del rebaño, sin ningún respeto por la
diferencia, abusan de su derecho a la expresión, incurriendo en flagrantes e
impunes atropellos a la dignidad de un ser diferente, infinito en posibilidades
y demasiado grande para ser pequeño, como todos los seres humanos: “Juan
Gabriel”. Ciertos “periodistas” se
entrometen abusivamente en su vida estrictamente privada, la que no debe ser de
dominio público, a pesar de que él es un hombre público. Varios “humoristas”, con el mezquino ánimo de
hacer reír al rebaño, lo imitan de una manera tan burda hasta reducirlo a una
vulgar caricatura. El “rebaño”, extraviado en su mundo de apariencias e
inautenticidad, emite opiniones encaminadas a denostar de su identidad sexual. “Periodistas”,
“humoristas” y “rebaño” enfocan su intromisión, su burla y su opinión en la respetable
condición sexual, en la identidad de rol, de este renombrado artista, en cuya
infancia, niñez, adolescencia y juventud fue muy infeliz y careció del amor
paterno y fraterno, según se narra en sus diversas biografías. Sus detractores
desconocen olímpicamente el derecho a la diferencia y a la diversidad y se muestran intolerantes con
todas aquellas opciones de vida que estén por fuera de los estrechos límites
convencionales.
Quienes no disfruten de
sus canciones, están en todo su derecho de no escucharlas; pero no les asiste
el derecho a despotricar de un ser humano que tiene su particular estilo de
vida y que, como tal, goza del derecho a tener una personalidad única e
irrepetible, como único e irrepetible es él. Quienes disfrutemos de sus
canciones, tenemos la obligación moral de respetarlo, por cuanto, gracias a su
talento y genialidad, nos hemos solazado gratamente con sus objetivaciones del
espíritu, con su quehacer artístico. Su
aparente condición de homosexual es tan respetable como la evidente condición
heterosexual que tenemos la mayoría; en ningún momento esa mayoría de heterosexuales
podemos arrogarnos la potestad de mofarnos, burlarnos, ironizar, ridiculizar y
caricaturizar a ese virtuoso de la música. A pesar de su peculiar manera de ser
y de estar en el mundo, “Juan Gabriel” está en su inviolable e inalienable
derecho a ser diferente. ¡Disfrutemos de sus dones artísticos, vivamos y
dejémoslo vivir como a él mejor le parezca!
LUIS ANGEL RIOS PEREA
Octubre, 2012
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