miércoles, 6 de julio de 2011

PROBLEMÁTICA ÉTICO-MORAL LATINOAMERICANA

La ética y la moral en el contexto latinoamericano

Nuestra realidad latinoamericana de dependencia, subdesarrollo, marginamiento, domesticación, falta de originalidad  y carencia de identidad cultural, nos aliena, masifica, oprime y cosifica. Nuestra forma de vida está condicionada por múltiples circunstancias despersonalizantes impuestas por las grandes potencias capitalistas. El hombre latinoamericano, a diferencia del norteamericano o del europeo, no puede darse el lujo de sentir angustia existencial, sino angustia vital; “angustia producida por el hambre, la desnutrición, la mortalidad infantil, el desempleo, el analfabetismo, la inseguridad...” (1).

Sumido en un oscuro sistema de normas y condicionamientos, atentatorios contra su proyecto existencial, el pueblo latinoamericano naufraga en un vasto océano condicionado por imposiciones, injusticia, doble moral, corrupción administrativa, violencia, despersonalización, pauperismo, subdesarrollo, marginación, violación de los Derechos Humanos, politiquería, entre otros lastres que atentan contra su calidad de vida.

La ética y la moral latinoamericana no es liberadora, no reconoce al otro ni lo otro porque sólo busca favorecer los intereses capitalistas, dado que se trata de una ética y una moral manipulada, oscura, acomodada y puesta al servicio de la dominación. Mientras los gobernantes y los “políticos” expiden normas para “combatir la corrupción”, la condenan y rechazan como práctica antiética y antimoral, éstos en forma subrepticia y a veces descarada cohonestan con el ilícito; se enriquecen ilegalmente, hacen promesas falsas, son espurios, falaces, fementidos e incurren en toda clase de vicios electorales y políticos. El pueblo latinoamericano está en crisis porque sus “líderes” están en crisis de valores.

La ley y la moral se acomodan al sistema, y “si el régimen piensa y dice que las cosas son así, las cosas son así” (2). Sólo es ético y moral lo que la clase dominante y adinerada hace; lo que hace el pueblo es condenable y reprochable. La ley y la moral están al utilitario y pragmático servicio del régimen dominador y opresor.  “La ley y la moral son inventos de los ricos para detentar impunemente el poder económico y político y tener a raya a los pobres”(3). La ley busca garantizar la perpetuación del sistema imperante y favorecer los intereses de la clase dominante, económica, política y social.

La legislación no propende por “erradicar las causas del robo, sino de castigar el robo”(4); no resocializa al delincuente, sino que lo encarcela en degradantes condiciones de hacinamiento para que “expíe” sus faltas. La ley y la moral siempre buscan defender al opulento y perjudicar al proletario. “A los ricos de contado; a los pobres a plazo”, pareciere que fuera la consigna. El más fuerte se impone al más débil. En este sentido “el hombre es un lobo para el hombre y el más débil está condicionado a sucumbir entre las fauces del más fuerte”(5).

Los medios de información, que deben cumplir una función social, dentro de la moral utilitarista y pragmática, son manipulados por los poderosos; “se rinden y se pliegan ante los enamorados del poder, quienes con su ayuda configuran hoy el monopolio más rico, más incisivo y más sutil”(6). Algunos en lugar de informar, desinforman; buscan alienarnos y masificarnos con toda la superflua publicidad del mundo consumista.

En este contexto la voz del pueblo latinoamericano ha estado en el silencio, afectada por la mentira, la falsedad, la equivocidad, la univocidad, la analogía. “Hay mucha mentira, mucha doblez a lo largo y ancho de nuestra historia”(7). Los grandes intelectuales, quienes se comprometen con el verdadero cambio, son silenciados; incomoda a los dueños del poder que éstos traten de cuestionar la ética y la moral impuesta por aquellos para mantenerse en su cómoda posición de dominio.

En Latinoamérica existe una crisis moral que coincide con una crisis personal y social de valores, de sentido, de claridad vital, de orientación, de entusiasmo para vivir de acuerdo con los parámetros de la naturaleza humana. Existe una moral absolutista, formalista, negativista, que invita al conformismo y al pasivismo. La moral absolutista nos  es impuesta por el régimen y por los poderosos para perpetuar el injusto sistema. La moral formalista opaca la verdadera moralidad, e impone demasiadas normas que terminan con los valores y la coacción oscurece las convicciones. “Hemos reemplazado el amor por el temor, la convicción por la coacción, los valores por las normas”(8).

En la moral negativista gran parte de las normas son prohibiciones. Es una moral maliciosa, que recurre más al temor que a la libertad y responsabilidad. No permite ver el horizonte de posibilidades; prohibe decir mentiras pero no invita a decir la verdad; es una moral de sólo interdicciones que no brinda explicaciones del porqué de las prohibiciones. “Partiendo de que el hombre es malo, lo esteriliza, lo vuelve peor, lo deforma, anula sus ocasiones de libertad”(9). La moral pasiva nos indica cómo actuar en ciertas ocasiones pero no nos indica cómo cambiarlas. “Si bien el hombre está condicionado en su obrar por las circunstancias, no puede, con su pasividad, ser cómplice de aquellos que impiden obrar como se debería”(10).

Nuestra moral está basada en los mandatos y la obediencia; es una moral legalista y juridiscista que reduce la culpabilidad y la responsabilidad a la observancia o transgresión de leyes y de normas sociales. Los delincuentes de “cuello blanco” se las arreglan para obrar dentro de la “legalidad”; el conformismo a las normas sociales puede no ser sino hipocresía. Los inocentes ante la ley y el derecho pueden ser culpables ante la moral y los valores, y viceversa.

La moral de la “alta sociedad” es una moral hipócrita. Los que se creen más importantes que los demás tienen como norma de vida la moral del tartufo. La mayoría de sus conductas no son más que hipocresía; no se aprecia en ellos coherencia entre su pensar, su sentir y su actuar. “La hipocresía es el arte de amordazar la dignidad; ella ha enmudecer los escrúpulos en los espíritus incapaces de resistir la tentación del mal”(11). Algunas “damas respetables” de la “high life” no son más que unas pudibundas, mojigatas, melindrosas e impúdicas “señoras”. Tienen una doble moral: ante la sociedad se muestran como un paradigma de perfección, un dechado de virtudes; pero en realidad no son más que hipócritas, porque cuando  no están frente a la sociedad se transforman y se presentan tal como son: personas con más defectos que virtudes. La hipocresía pareciere que fuere su norma de vida de la “alta sociedad”, donde “los hombres rebajados por la hipocresía viven sin sueño; tienen la certidumbre íntima, aunque inconfesa, de que sus actos son indignos, vergonzosos, nocivos, arrufianados, irredimibles. Por eso es insultante su moral: implica siempre una simulación”(12).  Su falta de autenticidad no les permite vivir la vida en profundidad, actitud indispensable para encontrarle verdadero sentido a la existencia.

En nuestro mundo capitalista, condicionado por el liberalismo económico y filosófico, se practica la ética de la individualidad. “Yo debo cumplir con mi deber, pero no es deber para mi cuidar de la perfección de los demás”(13).

Ese mundo de competencia, regido por el ideal ético y moral kantiano, calvinista, vitalista, darwiniano, donde no existe la alteridad, desconoce la justicia social y considera que “a quien le va mal en la vida es por su culpa, por entrega al vicio, especialmente a la pereza, a la vida disoluta, al despilfarro y a la improvisación”(14). No todas las veces al pueblo le va mal por estas circunstancias.

El sistema capitalista, “estimulando el enriquecimiento escandaloso de unos pocos privilegiados, ha promovido, como secuela inevitable, el hambre, la desnudez y la miseria de los demás”(15). En este mundo individualista, consumista y de competencia, se presenta una preocupante inversión de valores, donde la persona vale por lo que tiene y no por lo que es. ¡Qué tristeza! ¿A eso hemos reducido al hombre? ¡No podemos ignorar que el hombre es un ser demasiado grande para ser pequeño!

El pueblo latinoamericano vive en la más abyecta forma de colonialismo del imperialismo norteamericano, y “el imperialismo, como fase superior y particular del capitalismo, tiende por sus leyes propias no sólo a las ventajas sino al sojuzgamiento de la vida económica, política y cultural de los países con que entra en contacto”(16).

Los grandes problemas éticos de nuestra sociedad (colombiana)

1.    Opresión

En nuestra sociedad son muchas las manifestaciones de opresión. Oprimen y sojuzgan los amos del poder político y económico. La clase política es espuria y fementida; miente y utiliza sofismas de distracción para alienar y ganar la voluntad popular. “El pueblo no es más que un rebaño manso y sumiso, manejado por unos pastores audaces e inescrupulosos que son los políticos de uno y otro partido, que hacen con él lo que se les da la gana”(17). Los grandes capitalistas explotan de manera abyecta al trabajador, negándole sus reivindicaciones y sometiéndolos a sus egoístas intereses económicos. “Para el contexto latinoamericano la deshumanización, la negación del hombre como fin, como persona lo constituye el proceso de opresión económica y política” (18).

Muchas personas con tal de conseguir cualquier empleo para poder satisfacer algunas de sus necesidades primarias, deben vender su conciencia en las elecciones, votando a veces por políticos con planteamientos e ideologías antagónicas a su forma de pensar; simplemente votan por él porque tienen maquinaria política y es seguro su triunfo.

La dinámica del fenómeno de opresión cosifica, masifica, esclaviza y aliena el pueblo convirtiéndolo “en rebaño, una recua, una manada, que se limita a poner los votos en las urnas, los muertos en el cementerio y el dinero de la Administración de Impuestos, para que se lo roben los políticos de uno y otro partido” (19).

2.     Irresponsabilidad del sistema

Este es uno de los problemas éticos más complejos, profundos, antiquísimos, insondables y preocupantes. El nuestro es uno de los sistemas más irresponsables del universo, especialmente el sistema político y económico colombiano.

Colombia es un país donde campea impune la corrupción administrativa, la criminalidad, la violencia y todo tipo de tropelías, en donde generalmente las víctimas vienen de parte del pueblo, de la clase marginada y menos favorecida. La clase política y dirigente comprometida con el narcotráfico. ¡Qué  ignominia para el pueblo y venganza con la comunidad internacional! Por eso nos rechazan en el exterior por corruptos y narcotraficantes, muchas veces injustamente, porque en este país hay mucha gente honesta e íntegra.

Hay irresponsabilidad en el campo de la salud y la educación. Los enfermos mueren en los hospitales porque no hay recursos técnicos ni humanos, mientras se despilfarra el erario en cosas superfluas. La educación no forma, simplemente informa. Al sistema no le conviene que el hombre piense, controvierta, cuestione, discrepe y critique; porque el intelectual es un problema para el sistema. Por eso se le elimina. ¡Cualquier asesinato es infame y doloroso, pero el asesinato de un intelectual merece una severa condena y un profundo rechazo! Eliminar un intelectual es privar a una sociedad del cambio y del mejoramiento de su calidad de vida.

Por esa irresponsabilidad del sistema se posibilitan los fenómenos de desigualdad, injusticia, pauperismo, violencia, marginamiento, prostitución, niños de la calle, entre otras lacras sociales; permite que los monopolios manipulen los medios de comunicación; que la educación se convierta en un negocio. Es tal su irresponsabilidad que permite y contribuye a la violación de los Derechos Humanos. “Lloro de rabia, de impotencia, de coraje... y no lloro por mí... Lloro por este pueblo infeliz, analfabeto y muerto de hambre, que lo han explotado y engañado sin lástima toda la vida...”(20).

Si el sistema es irresponsable, lo es también el Estado. El Estado, además de irresponsable, es haragán. “Interferido por un sector de la clase política que decidió convertir la cosa pública en cosa nostra, se ha vuelto malhechor. No usa el impuesto para distribuir la riqueza. Lo utiliza para concentrarla en manos de un conjunto de pícaros que resolvieron hacer de la burocracia una ganzúa y de la política una mafia con antifaz”(21).

En el contexto colombiano y latinoamericano no hay un fenómeno más inmoral que la corrupción. No sólo la violencia causa muertos; la corrupción también mata. Los gobernantes corruptos, los funcionarios venales y los políticos corruptos, matan más que los violentos. Matan porque con su antiética actuación le quitan posibilidades al otro en todos los órdenes. Los más corruptos son los burócratas. “En cada funcionario corrompido y en cada contratista corruptor hay, pues, un homicida letal como aquel que activa una bomba en medio de la multitud. El burócrata deshonesto es un sicario de cuello blanco y un terrorista incrustado en la Administración”(22).

3.     Engaño institucionalizado

Los medios de “comunicación” no cumplen una función social; muchas veces están al servicio de los monopolios, del Gobierno y de los políticos; quienes hábilmente los aprovechan para incrementar el consumismo, alienar y masificar al pueblo, adoctrinar, y emitir publicidad política falaz y demagógica. Simplemente son aparatos ideológicos del Estado.

En nuestra sociedad biclasista “los medios de comunicación se rinden y se pliegan ante los enamorados del poder, quienes con su ayuda configuran hoy el monopolio más recio, más incisivo y más sutil”(23). Con su publicidad alienadora y con su falsa información manipulan y crean un mercado artificial de necesidades y productos sin fin.

Dentro de la dinámica arrolladora de los medios de comunicación, “los objetivos vitales y los valores pierden su orientadora claridad, para convertirse en esquemas, en fórmulas transaccionales que conducen a flojos y cómodos acuerdos. El análisis de las ideas, la búsqueda del conocimiento profundo, la construcción de las interpretaciones y de los conceptos, se reemplaza frecuentemente por códigos y mecanismos comunes, que eximen de la temida tarea de pensar”(24). ¡Esto es preocupante, pueblo colombiano y latinoamericano; muy preocupante!

El engaño institucionalizado está presente en las autoridades, en el Gobierno, en el Congreso, en los partidos políticos, en la educación, en la religión, en la cultura, en la economía. ¡Qué confusión!  Aliena el Estado y aliena la guerrilla. Todo tiene un mezquino fin y para lograrlo cualquier medio es idóneo; no importa que despersonalice al otro.

Hay engaño cuando se oculta la verdad al pueblo; cuando la justicia se convierte en espectáculo; cuando los comandantes de las Fuerzas Militares y los directores de los organismos de seguridad sólo buscan protagonismo. Hay engaño cuando se buscan “chivos expiatorios” en perjuicio, desde luego, de los más débiles.

Engañan los politiqueros que aman el poder porque desde allí pueden disponer de puestos políticos; los seudopolíticos que son sus iniciativas demagógicas buscan únicamente agradar al pueblo, no hacer reformas de carácter estructural para mejorar su situación.


Las posibles soluciones morales a los problemas anteriores

 Pueblo latinoamericano, una vez que somos conscientes de los grandes problemas éticos de nuestra sociedad, ¿nos vamos a quedar sentados sin hacer nada para buscar soluciones morales? ¡Eso sería ser más inmorales!

¿De quién es la culpa si la opresión, la irresponsabilidad del sistema y el engaño institucional continúan? ¡Nuestra! ¿De quién depende que se transforme y mejore? ¡De nosotros! “Si sabemos en dónde estamos, ¿cómo podemos quedarnos allí?”, nos alentaba Bertold Brech.

Nuestra situación de dependencia y opresión no cambiará en tanto nosotros no asumamos una actitud de búsqueda crítica, de cuestionamiento, de liberación. El cuestionamiento liberado permite el descubrimiento de la verdad. Es hora de que nos comprometamos en el derrumbamiento de esos problemas éticos que nos alienan, cosofican, masifican, despersonalizan y deshumanizan. Luchemos por erradicar la moral inmoral. Rescatemos el amor, la libertad y el optimismo. Esforcémonos por una moral real, que invite al inconformismo y a la lucha contra las circunstancias inmorales. Es preciso creer en el hombre, destruir la malicia, acabar con el mito del pecado original. Pasemos de una moral negativista, pasiva e individualista, a una moral positiva, personal y social.

Sin caer en subjetivismo de los principios morales, tenemos que afirmar la relatividad, limitación y contingencia del obrar humano. Aún los principios más importantes como el respeto a la vida humana tienen su límite en la legítima defensa. Si bien el ser humano está condicionado en su obrar por las circunstancias, no debe por su pasividad ser cómplice de aquellas que le impiden obrar como debería. La moral debe en concreto invitar al inconformismo iluminado, crítico, positivo y activo; a la lucha contra las circunstancias alienantes, opresoras, injustas y domesticadoras y a la construcción de un ambiente ético que haga posible la convivencia, la libertad y la realización de sus aspiraciones a todos los seres humanos.

Siendo la ética, la base de la convivencia humana, la regeneración de cada persona y de cada sociedad requiere una regeneración ética. Se requiere una ética basada en la libertad, el amor, la confianza, la convicción, el optimismo hacia todos los humanos y destruya el principio de autoridad. Una ética que nos invite a pasar del temor a la convicción y al amor, del negativismo al optimismo, de la pasividad al compromiso y del individualismo a la solidaridad.

El hombre debe tener un código moral muy coherente y sólido, unos patrones de conducta firmemente arraigados en lo hondo de su personalidad, una conciencia de ir por el camino correcto; tener derecho a la ternura y a la esperanza. Debe obrar con la adecuada diligencia para que de su conducta no se originen consecuencias dañosas y no sólo le incumbe tal deber, sino que, tratándose de hombres normales, tiene conciencia de él. La persona que tiene un código de valores, una ética y una moral, reacciona diferente ante los demás cuando se le presenta algo que la pueda molestar.

Para buscar soluciones morales a la problemática ética de nuestra sociedad, es condición indispensable salir de la ignorancia, porque ésta es la fuerza principal que hace al humano apartarse del sendero recto. El modo de conducirse una persona está condicionado gravemente por sus ignorancias y sus conocimientos. La ignorancia, la verdad, la vida, el error, guiarán su conducta, según los casos. Es aquí donde debe entrar a desempeñar su labor el filósofo para sacar a los demás de las tinieblas de la nesciencia y de las sombras de la opinión, para que opten por una opción ética liberadora y posibilitadora.

La universidad debe comprometerse con la formación de profesionales íntegros. Formar profesionales carentes de ética es una actividad socialmente suicida. Y, lamentablemente en eso se ha convertido, gran parte de las “universidades” latinoamericanas, que hoy proliferan cual tiendas vendedoras de ilusiones.

La educación y en particular la educación superior no pueden desinteresarse, como en general está sucediendo, con las consecuencias que todos lamentamos, de la formación moral de los educandos.

Si bien la moralidad se “adquiere” desde el seno materno y se respira por ósmosis del ambiente social, es también cuestión de libre opción de los individuos y por lo tanto depende de su entereza de carácter, en cuya formación también intervienen las entidades educativas. La formación ética de los profesionales debe llevar a generar conciencia de la propia dignidad y responsabilidad y a la creación de personalidades robustas, conscientes de su valer, que no se dejen corromper por su ambiente ni vendan su conciencia.

Un profesional sin moral es un individuo demasiado peligroso. Promover ciencia y tecnología no puede ser meta aceptable para una institución educativa. Porque la ciencia sin conciencia y la tecnología sin responsabilidad social no generan bienestar sino destrucción en la comunidad humana.

El profesional debe ser una persona comprometida con la búsqueda y posibilitación de una ética de la alteridad, la única capaz de liberarnos.

El hombre despersonalizado por la problemática ética se siente cómodo  en su posición. Ni siquiera toma conciencia de su degradante realidad. Su “minoría edad” no le permite comprometerse y responsabilizarse de su proyecto existencial, un mucho menos para posibilitar el de los demás. La gente sigue la línea del menor esfuerzo; no habla porque es “prudente”, no escribe porque es peligroso, no exige porque es inoportuno, no protesta porque es subversivo, no actúa porque es contraproducente, no piensa porque es demasiado complicado.

Es apremiante que desaparezca la corrupción, porque mientras continúe campeando impune, y en un ambiente de descomposición moral nadie cree en la justicia y desconfía del Gobierno.

En la solución de los problemas morales los educadores tenemos un gran compromiso y una responsabilidad ineludibles. Tenemos que luchar por una ética de la alteridad, liberadora; una ética mejor para un mundo mejor. Es un imperativo moral reaccionar contra los opresores. Las conciencias críticas, los intelectuales, no podemos sustraernos a la impostergable tarea de recuperar el norte ético de Latinoamérica y a la adopción de los correctivos que nos permitan superar la triste situación de subdesarrollo económico y de postración política y social en que nos sumieron los que en impúdica búsqueda de privilegios personales abandonaron las metas colectivas y deslegitimaron a las instituciones.  Es una labor tenaz que implica unir esfuerzos, porque no podemos ser mesiánicos.


Conclusión

La ética me ha despertado muchas inquietudes sobre la construcción del hombre y la búsqueda de la felicidad.

El estudio de la ética y la moral latinoamericana me ha “sentado” en una realidad que, aunque no me era desconocida totalmente, no tenía plena conciencia. He podido tomar conciencia de muchas realidades que afectan profundamente nuestra calidad de vida como latinoamericanos, sometidos por el imperio de la totalidad cerrada.

He podido entender que la ética de la totalidad nos despersonaliza, aliena, oprime y manipula. He despertado a la realidad que como latinoamericanos no somos más que un pueblo dependiente, subdesarrollado, marginado, inauténtico y domesticado.

Pude adentrarme en el complejo mundo de los sistemas éticos imperantes, generalmente al servicio de los poderosos, y también exploré la posibilidad de una opción ética que niega la totalidad cerrada y que responde a la problemática latinoamericana: la ética de la alteridad. Una ética que rompe con la mismidad; que es búsqueda del otro, apertura al otro y  que nos hace tomar conciencia de nuestro-ser-otro.

















NOTAS

1 VARIOS. Antropología, perspectiva    latinoamericana. Bogotá, USTA, tercera reimpresión, 1992, pág. 17.
2 ZABALSA IRIRARTE, Joaquín. El derecho, Tomas de Aquino y Latinoamérica. Bogotá, USTA, segunda reimpresión, 1993, pág. 28.
3 SALOM BECERRA, Alvaro. Un tal Bernabé Bernal. Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, quinceava edición, 1982, pág. 67.
4 ZULETA, Estanislao. Educación y democracia. Bogotá, Corporación Tercer Mundo, segunda edición, 1.995, pág. 192.
5 SALOM BECERRRA, Alvaro. Op. cit. pag. 67.
6 NOGUERA SAYER, Leonor. En busca de una vida propia. Bogotá, Planeta, 1994, pág. 102.
7 ZABALZA IRIARTE, Joaquín. Op.  cit.  pag. 55.
8 SUAREZ DIAZ, Reynaldo. Pensamientos para hombres libres. Bucaramanga, Impresores colombianos S.A., 1993, pág. 78.
9 Ibídem.
10 Ibídem.
11 INGENIEROS, José de. El hombre mediocre. Editorial Montaña Mágica, Bogotá, 1987, pág. 71.
12 Ibídem, pag. 72.
13 ARANGUREN, Jorge Luis. Ética y política. Ediciones Orbis S.S., Madrid, 1.985, pág. 111.
14 Ibídem, pág. 112.
15 REYES ENCISO, Luz Emilia. Desarrollo humano. Publicaciones UIS, Bucaramanga, 1.994, pág. 121.
16 GUIDO, Amílcar. América latina y la no intervención. Ediciones Norte, Barranquilla, pág. 23.
17 SALOM BECERRA, Alvaro. Al pueblo nunca le toca. Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, novena edición, 1983, pág. 35.
18 VARIOS. Op. cit., pág. 1993.
19 SALOM BECERRA, Alvaro. Op. cit. pág. 132.
20 Ibídem, pág. 32.
21 LEMONS SIMONDS, Carlos. El Estado ladrón. Fundación Nueva República, Bogotá, 1991, pág. 76.
22 Ibídem, pág. 80.
23 NOGUERA SAYER, Leonor. Op. cit. pág. 102.
24 Ibídem, pág. 103.
BIBLIOGRAFIA

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