miércoles, 6 de julio de 2011

LA NO VIOLENCIA, UNA FORMA DISTINTA DE LUCHAR*

   
La violencia es el arma de los incapaces.
            Anónimo.


La desobediencia civil, la resistencia pasiva y la no cooperación, son armas de la Satyagraha. Satyagraha, la fuerza del amor o la fuerza del alma, significa en lenguaje sánscrito la verdad y, por ende, quiere decir la fuerza de la verdad. La fuerza del amor es la misma fuerza del alma o la verdad. La verdad es alma o espíritu. Descarta el empleo de la violencia porque el hombre no tiene capacidad de conocer la verdad absoluta y, por ello, no tiene competencia para castigar. Abarca cualquier resistencia no violenta para la reivindicación  de la verdad. El término Satyagraha fue acuñado por Gandhi en Suráfrica para distinguir la resistencia no violenta  de los indígenas surafricanos de la resistencia pasiva o contemporánea de los sufragistas y otros. Su significación radical se aferra a la verdad, y de ahí la fuerza de la verdad. “En la aplicación del Satyagraha descubrí desde un principio que la búsqueda de la verdad no admitía que se infligiese violencia al adversario, sino que debía apartársele del error por la paciencia y la simpatía. Pues lo que parece ser verdad para uno puede aparecer como error para otro”. Es la reivindicación de la verdad, no infligiendo sufrimiento al opositor sino a uno mismo. Es un movimiento que tiende a sustituir métodos de violencia, fundado enteramente en la verdad. El propio individuo determina su verdad, porque por muy honestamente que un hombre luche en su búsqueda, su apreciación de la verdad puede ser diferente de la de otros.  En la búsqueda de la verdad entra en juego la no violencia como un corolario necesario.

Hay dos clases de fuerzas que respaldan peticiones. “Le haremos daño si no nos concede esto”, es una especie de fuerza; es la fuerza de las armas. “Si usted no accede a nuestra solicitud, ya no seremos sus gobernados. Usted nos puede gobernar tan sólo mientras sigamos como gobernados; ya no tendremos ningún trato con usted”. La fuerza que aquí se halla involucrada puede describirse como amor-fuerza, alma-fuerza, o, más popularmente pero con menor exactitud, resistencia pasiva. Esta fuerza es indestructible. Quien la emplea entiende perfectamente su posición. La fuerza de las armas es impotente cuando se enfrenta a la fuerza del amor o del alma. La violencia es la negación de esta gran fuerza espiritual, que sólo pueden cultivar o esgrimir quienes desechan completamente la violencia.

En el terreno político la lucha en nombre del pueblo consiste especialmente en oponerse al error que asume la fuerza de leyes injustas. Cuando uno no ha logrado hacer ver claramente su error al legislador por medio de peticiones o recursos de esta especie, el único remedio que le queda, si no quiere someterse al error, es obligarlo a ceder por la fuerza física, o sufrir en la propia persona pidiendo castigo por la ruptura de la ley. De ahí la Satyagraha en buena parte aparezca ante el público como desobediencia civil o resistencia civil. Es desde luego civil en el sentido de que no es criminal. El transgresor de la ley quebranta la ley subrepticiamente y trata de evitar la pena.

La desobediencia civil es una ruptura de las leyes inmorales consagradas. La expresión fue acuñada por Henrry Thoreau para significar su propia resistencia a las leyes de un estado esclavista. Es una presión política no violenta, que pretende lograr una serie de mejorar sociales u otras demandas, por medio de la negativa de aceptar las estructuras y organismos de Estado.  Presupone el hábito del condescendiente acatamiento de las leyes sin temor a sanciones. Puede practicarse sólo como último recurso y de todos modos es un principio sólo por un reducido número de escogidos. El Satyagraha, que no es el arma de los débiles, es el arma de los más fuertes y descarta el empleo de la violencia de cualquier forma o condición.

La no cooperación implica primordialmente retirar la cooperación al Estado, cuando según el punto de vista del cooperador el Estado se ha vuelto corrupto, y excluye la desobediencia civil. Por su propia naturaleza la no cooperación está inclusive al alcance de los niños comprensivos y puede practicarse sin mayor riesgo por las masas.

La resistencia pasiva, que se inspira en el principio de la no violencia,  es el arma de los débiles. Abarca el movimiento sufragista y la resistencia de los no conformistas. Se basa en el rechazo de todo tipo de colaboración con el gobierno regente. Si bien evita la violencia no siendo accesible a los débiles, no descarta su empleo sí, en opinión del resistente pasivo, las circunstancias lo demandan. Sin embargo, siempre se ha distinguido de la resistencia armada. Se ha concebido como arma de los débiles y no excluye el empleo de la fuerza física o de la violencia con miras a obtener un fin. Es un método de asegurar los derechos por el sufrimiento personal; es lo contrario de la resistencia armada. Cuando me niego a ejecutar una cosa que es repugnante para mi conciencia, empleo de la fuerza del alma.  Emplear la fuerza bruta, hacer uso de la violencia (armas y explosivos) es contrario a la resistencia pasiva, pues ello significa que pretendemos que nuestro opositor ejecute por la fuerza lo que nosotros queremos y él no. Y, si se justifica tal empleo de la fuerza, en verdad nuestro opositor se ha halla autorizado para hacer lo mismo con nosotros. De tal modo, jamás podremos llegar a un entendimiento. Suponemos simplemente como el caballo ciego que se mueve   entorno de un molino, que estamos progresando. Quienes creen que no están obligados a obedecer las leyes que son opuestas a su conciencia, sólo tienen a su alcance el recurso de la resistencia pasiva. Cualquier otro ha de llevar al desastre. “Quienes empuñan la espada, perecerán por la espalda”.

Es contrario a nuestra humanidad que obedezcamos leyes incompatibles con nuestra conciencia. Si el hombre llegara a darse cuenta que es inhumano obedecer leyes injustas, ninguna tiranía del hombre lo subyugaría. Esta es la clave del autogobierno o de la autonomía. En cuanto se mantenga la superstición de que los hombres deben obedecer leyes injustas, así persistirá su esclavitud.

Es lícito desobedecer a la autoridad cuando ordene cosas contrarias abiertamente a la ley natural o a la ley divina positiva; en este caso la autoridad no sería más que tiranía y sus órdenes, antes que ley, serían la corrupción de la ley. Puede aún deponerse al tirano en caso de que sus actos hagan verdadera y claramente oprobiosa la vida humana.

El resistente civil siempre acata las leyes del Estado al cual pertenece, no por temor de las sanciones sino porque las considera buenas para el bien de la sociedad. Pero hay ocasiones, por lo general raras, en que considera que ciertas leyes son tan injustas que constituye en deshonor prestarles obediencia. Entonces las quebranta abierta y civilmente, y sufre tranquilamente la pena de su ruptura. Y con el fin de hacer sentir su protesta contra la acción de los legislaciones, le queda la posibilidad de retirarle su cooperación al Estado desobediencia  otras leyes cuya ruptura no implique degradación moral.

El niño, primero que todo, debe saber qué es el alma, lo que es la verdad, lo que es el amor, y cuáles poderes están latentes en el alma. Debe ser fundamento de la verdadera educación que un niño decididamente aprenda que en la lucha de la vida, fácilmente puede conquistar el odio por el amor, la falsedad por la verdad, la violencia por el propio sufrimiento.

La cultura de la no violencia nos invita a una forma de anarquismo en el buen sentido de la palabra. Se trata de un anarquismo para rechazar leyes antipopulares.

Desgraciadamente en nuestro mundo, quien ostenta el poder lucha por no perderlo y quien no lo tiene lucha por alcanzarlo. Entonces, para evitar esta estéril lucha el hombre debería vivir en el anarquismo, porque todo hombre debe ser su propio gobierno, su propia ley, su propia iglesia. La autoridad tiende a restringir la libertad individual en servicio de las conveniencias de una persona, de un grupo o de un conjunto social. El poder ejerce, por su propia naturaleza, una influencia perniciosa. Los gobernantes tienden, inevitablemente, abusar del poder para su beneficio egoísta. Razones por las que el hombre no debe tener otro legislador que él mismo; él mismo debe elegirse y reformarse como fin en sí realizándose en absoluta libertad.

El hombre tiene el derecho inalienable de regir y determinar su propia conducta, mientras que el gobierno sólo sirve para alterar la relación normal entre los individuos. No necesita de gobernantes porque posee la capacidad de transformar por sí mismo sus experiencias sensoriales en una acción inteligente y moral, lo que hace innecesaria la coacción autoritaria. Cuando los hombres pueden elegir son racionales, por lo cual formarán grupos voluntarios y vivirán en armonía social sin controles del Estado. Cada hombre es, según Tomás de Aquilino, señor de sí mismo y de sus actos, dueño de su ser y de su actividad. Cada hombre es posesión propia. Su ser y sus actividades son suyos, propios, los posee en propiedad, son su pertenencia, su dominio, su haber, su señorío interno. Cada hombre es el último soporte, independiente y autónomo de sí mismo.

Si la esencia del hombre es entera libertad, no puede guiarse por ningún normatividad extrema, pues ninguna moral escrita puede decir qué decisión debe tomar. Ser libre y elegir es inventar, pues ninguna moral nos puede indicar lo que debemos hacer.

¿Para qué un gobernante corrupto, totalitario e injusto? ¿Qué bien le puede brindar al hombre un gobernante que no funda un Estado en las sólidas bases de la justicia, la educación y el trabajo?


*Gracias a CARDONA LONDOÑO, Antonio, y SEEK CHOUE, Young. La Ciudadanía Mundial. Planeta, Bogotá, 1993.

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