martes, 1 de febrero de 2011

LA IMPORTANCIA DEL DERECHO A LA DIFERENCIA EN LA CONVIVENCIA ACADÉMICA




A través del presente ensayo me propongo defender (teniendo en cuenta algunos aspectos tratados en el libro “La importancia de hablar mierda, de Nicolás Buenaventura) la tesis de que el derecho a la diferencia es un elemento importante e indispensable para la convivencia en el ámbito académico.

En nuestra región es frecuente que se presenten constantes roces o enfrentamientos entre los docentes y los discentes que en algunas ocasiones alteran la cotidianidad académica. Estos conflictos tienen su origen, en la mayoría de los casos, en la evidente falta de tolerancia tanto de profesores como de estudiantes. Antes de ceder en sus obcecadas posiciones, obnubilados por su arrogancia, prepotencia y arraigado hábito de “tener siempre la razón”, optan por el atropello, el agravio, la agresividad o la imposición de sus opiniones como una manera, en apariencia, expedita de solucionar los conflictos.

Ese ambiente de confrontaciones impide el normal desarrollo de la dinámica educativa, por cuanto se suscitan resentimientos y animadversiones como secuela de los conflictos inadecuadamente resueltos. Es así como el estudiante puede desmejorar su rendimiento académico, desatendiendo su quehacer debido a los temporales sentimientos antagónicos en contra del educador. En esa dialéctica podría ocurrir que los dos trataran de “hacerse la vida imposible”.

Es común que las desavenencias o los conflictos se presenten con mayor frecuencia entre los estudiantes, producto de su inmadurez y de su falta del reconocimiento de las diferencias. Esta es una realidad que viene generando múltiples inconvenientes que afectan profundamente la convivencia armónica y pacífica no sólo en el universo intraacadémico sino en el mundo de las relaciones extraacadémicas. Como es bien sabido, en algunos colegios se han presentado agresiones con armas cortopunzantes. Esas dificultades, que surgen por el desconocimiento del derecho a la diferencia y del respeto por los demás, también trastornan la dinámica de trato y comunicación, en la mayoría de los casos, entre los padres y hermanos de los discentes involucrados en los conflictos.

Son estas las razones que hacen necesario la implementación de la cultura del respeto por lo distinto, por la diferencia, por los demás, que es un postulado democrático que facilita la convivencia.  El derecho a la diferencia, tratado por el profesor Nicolás Buenaventura en una parte del libro que me ocupa, es una herramienta que propicia la convivencia democrática. La enorme dimensión de este derecho abarca el respeto por las ideas ajenas, por el pensamiento divergente, por “la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones”1, por el derecho de escoger nuestro propio yo, aunque ese yo sea diferente del yo de los demás, por el derecho a sentir lo que sentimos, aunque esos sentimientos sean desaprobados por los demás, por el derecho de decidir, de desarrollarnos y de vivir congruentemente con nosotros mismos y de compartir sin justificación.

Reconocer y respetar el derecho a la diferencia implica entender al "otro", reconocerlo, tolerarlo y aceptarlo como es; sin tratar de cambiarlo, sin pretender que sea como nosotros, que piense y actúe como nosotros.  Es aprender a valorar la diferencia como una ventaja que nos permite ver y compartir otros modos de pensar, de sentir y de actuar. Es valorar la vida del otro como mi propia vida.
Comparto el punto de vista del filósofo Estanislao Zuleta porque identifica democracia con el derecho a la diferencia, “la esencia misma del humanismo moderno”2 y no reconoce la democracia como el gobierno de la mayoría, sino como el “derecho del individuo a diferir contra la mayoría; a diferir, a pensar y vivir distinto, en síntesis, al derecho a la diferencia”.3 El mismo Voltaire, desde el siglo XVIII, nos invitaba a la práctica de la tolerancia, porque “no hay ninguna ventaja en perseguir a aquellos que no son de nuestra opinión y en hacernos odiar de ellos”.4 Ésta, como actitud y comportamiento, individual, social o institucional, caracterizado por la consciente permisividad hacia los pensamientos y acciones de otros individuos, sociedades o instituciones, se relaciona estrechamente con la democracia y la libertad. Precisamente, Colombia, como “Estado social de derecho”5 y República “democrática, participativa y pluralista”,6 debe ser el escenario propicio para que la comunidad sea tolerante tal como lo contempla el derecho a la diferencia.

El derecho a la diferencia se relaciona con la alteridad, la cual no sólo reconoce al otro como diferente sino como distinto. Reconocer al otro como persona implica intentar descubrir el sentido de lo que hace y soporta, de lo que parece pasarle, de lo que lo perturba, de lo que lo hace sentirse incómodo o de mal humor, y tomar conciencia de que compartimos un mundo común como posibilidad del nosotros. “El reconocimiento de la alteridad facilita la coexistencia entre la extrema rareza y la reciprocidad. El temor del primer contacto, contrariamente a nuestra expectativa, no elimina al otro sino que lo refuerza en su ser”.7 La alteridad supone aceptar la existencia del otro como diferente, opuesto o contrario.

La práctica cotidiana del derecho a la diferencia permitirá la generación de nuevos espacios de tolerancia para que mejore la convivencia en la vida académica, por cuanto se propiciarán escenarios de respeto por las ideas, los pensamientos, las actitudes, las conductas, los ademanes, las opiniones y la cosmovisión de profesores y alumnos. En nuestra convivencia tenemos que aceptar que no existen rivales o enemigos, sino interlocutores válidos que piensan, sienten y actúan en forma diferente. De esta manera, además del evidente progreso en las relaciones interpersonales y la disminución de los conflictos, se abrirán escenarios para la comunicación asertiva, empática, biunívoca, es decir, una dialéctica, entendida como el arte de dialogar, argumentar y discutir, en donde los interlocutores experimenten un acto comunicativo que sea intercambio recíproco y armónico de mensajes y no un canje de agravios.

Lo anterior podría posibilitar que el estudio se ludizara, es decir, que la tediosa actividad académica se fusionara con el juego hasta perder sus linderos naturales, porque “lo primero que nos enseña la escuela nuestra es a separar el disfrute del trabajo, y el estudiante del saber”, señala Estanislao Zuleta, con quien comparto su opinión, y agrega que “existe el tiempo de clase, que es el tiempo obligatorio y aburrido, y el tiempo del recreo”.8 Así, cuando el estudiante ingresa al mundo educativo no sólo adquiere conocimientos sino que aprende que estudiar es lo contrario de gozar, de jugar, de disfrutar, de estar contento. De la misma forma se facilitaría una comunicación en donde profesores y estudiantes acudieran al discurso popular como una manera de comprenderse mejor. Incluso los educadores serían más asertivos y no sólo escucharían a sus alumnos, sino que los oirían horizontalmente y no verticalmente, sin las incómodas apariencias jerárquicas y prepotentes del “yo ordeno”, “yo decido”, “yo enseño”, “yo someto”. Entonces estaríamos atendiendo el llamado del aludido Nicolás Buenaventura que nos recomienda oír a los demás, “porque oír horizontalmente a aquellos que están en nuestro propio nivel social es un poco oírse a sí mismo”.9 Esto permitiría que los actores del acto educativo le arrancaran instantes de creatividad y fantasía, de lúdica, a la monótona y mecánica jornada escolar, debido a que “los niños aprenden más y a mayor velocidad si se les educa en un ambiente distendido que favorezca la risa y la comunicación”10

Notas:

1 Constitución Política de Colombia, art. 20
2 BUENAVENTURA, Nicolás. La Importancia de Hablar Mierda. Cooperativa Editorial Magisterio, Bogotá, 1996, p 65.
3 ZULETA Estanislao. Educación y Democracia, un campo de combate. Corporación Tercer Milenio, Bogotá, 1995, p. 75.
4 VOLTAIRE. Tratado sobre la Tolerancia.  
5 Constitución Política de Colombia, art. 1.
6 Ibídem.
7 THEODOSIADIS, Francisco. Alteridad, ¿la (des) construcción del otro? Cooperativa Editorial Magisterio, Bogotá, 1996, p. 41.
8 GRUESO, Delfín Ignacio. Conversaciones con Estanislao Zuleta. Fundación Estanislao Zuleta, Bogotá, 1997, p. 81.
9 BUENAVENTURA, Nicolás. Ob. cit. p. 72.
10 ALCALDE, Jorge. En busca de la energía vital. Revista Muy Interesante, p. 31

LUIS ANGEL RIOS PEREA

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