viernes, 9 de enero de 2015

LA RELIGIÓN, UN PROBLEMA PARA FILOSOFAR




Nuestra condición humana nos plantea muchos interrogantes. “El filósofo se ocupa y se adentra en lo extraño y desconocido, no para encantarlo, sino para dejarse interrogar. Para instalarse en la pregunta. Para viajar hacia el misterio, que es una aventura hacia el interior del ser, porque el filósofo sabe que aunque podemos soportar todo tipo de soluciones, no podemos vivir sin problemas, pues, como decía Unamuno, lo más problemático de todo problema es la solución”[1]. Mientras que para las personas que carecen de espíritu crítico y no “filosofan”, muchos fenómenos, sucesos, eventos, circunstancias, hechos y “realidades” les parecen obvios, para el filósofo son un problema, generan múltiples preguntas, y las respuestas a éstas suscitan más preguntas, y el ansia de preguntar no se satisface con ninguna de las respuestas. “Una buena conferencia, una buena reflexión, una buena charla, no es donde encuentra respuestas; es donde sales con muchísimas preguntas. Porque las preguntas te hacen reflexionar, las preguntas te hacen cambiar, las preguntas te hacen entrar al camino de la búsqueda. Por eso es tan importante la pregunta en filosofía”[2]. Si sólo interesa el consumo y el mercado, ¿en qué momento nos surge la pregunta por el ser y otras preguntas, que son la esencia del quehacer filosófico? Si permitimos que la pregunta por el ser “despliegue su fuerza en nuestra vida y que la dirija, asumimos la actitud filosófica y despertamos al filosofar”[3]. El hombre es el único ser que se pregunta por el ser, el objeto mismo de la investigación filosófica. Germán Marquínez Argote señala que “toda respuesta es susceptible de ser de nuevo cuestionada por una nueva pregunta”[4]. El insaciable deseo de saber (de ahí su “amor por la sabiduría”) le impele a seguir preguntando hasta que muere… Heinrich Heine plantea poéticamente que “no dejamos de preguntarnos, / una y otra vez / hasta que un puñado de tierra / nos calla la boca. / Pero, ¿eso es una respuesta?

La inmensa mayoría de seres humanos que viven bajo el contundente y alienador poder religioso no preguntan y se preguntan: ¿Para qué sirve la religión? “Las religiones, todas, en cualquier lugar y momento, sirven para ese cometido. Pero no sólo ellas: el discurso común, reproductor de la ideología dominante, está igualmente a ese servicio. Desde el poder, de lo que se trata es de no permitir pensar, de hacer repetir perpetuamente e inducir a creer ‘lo que se debe creer’, aunque sea absurdo”[5]. Sin dudas, nuestra humana condición da para eso: somos muy manipulables, conservadores, miedosos (¿absurdos quizá?). “¿Creéis que en todo tiempo los hombres […] han sido mendaces, bellacos, pérfidos, ingratos, ladrones, débiles, cobardes, envidiosos, glotones, borrachos, avaros, ambiciosos, sanguinarios, calumniadores, desenfrenados, fanáticos, hipócritas y necios?’, preguntaba Voltaire”[6].

Así como se asigna, sin preguntar ni reflexionar, valor e importancia a la religión y a otros saberes irracionales, el filosofar posee un invaluable servicio, porque es un saber racional, riguroso, metódico, reflexivo, crítico, analítico y argumentado. Y no es que el filósofo sea un detractor o defensor de la religión; lo que ocurre es que éste, que va en búsqueda de respuestas, se pregunta por el fenómeno religioso en todo su fantástico y complejo universo, buscando desentrañar qué hay dentro de él. Por ejemplo, se pregunta por el insondable problema de Dios, no para negarlo o afirmarlo; lo que quiere saber es qué se esconde detrás de esta problemática que, gracias a nuestra cultura, nos inquieta. Se pregunta por el problema de Dios porque no le gustan las salidas facilistas: afirmarlo o negarlo porque otros ya lo han hecho. Cuando reflexiona sobre el insondable origen del universo no acude al facilismo, sosteniendo que éste fue creado por Dios; reflexiona y formula otras preguntas, indaga en las ciencias y otros saberes, no se atiene a la mera cosmovisión religiosa. Respecto al problema de Dios, el filósofo se zambulle en la profundidad de ese inquietante enigma, desde el punto de vista fenomenológico, ontológico, metafísico, epistemológico, antropológico, lingüístico, sociológico y psicológico. Su ansia desmedida de respuestas lo llevan a preguntar y preguntarse, mientras viva, tratando de allegar claridad a esta cuestión que ha influido y permeado hondamente al hecho religioso, que ha condicionado radicalmente la cosmovisión de una inmensa mayoría de seres humanos y su manera de ser y de estar en el mundo. Antes que acudir al facilismo de creer o no creer, la religión nos exige investigar en ésta, desde los puntos de vista histórico, teológico, fenomenológico, sicológico, antropológico, sociológico y filosófico. En síntesis, el filósofo, con su actitud de preguntar e investigar, pretende obtener claridad y acercarse a una comprensión más cercana a esta subjetiva “realidad” irracional lo más diáfanamente posible.


Yo creo en Dios” o “Yo no creo en Dios”. Son comunes estas expresiones coloquiales para las personas acríticas, que les gustan las cosas fáciles. Pero a quienes nos apetece pensar críticamente las ponemos en duda. Antes que afirmar o negar la existencia de Dios, nos preguntamos ¿qué es Dios?, ¿quién es Dios?, ¿cuál Dios: el de los judíos, el de los musulmanes o el de los cristianos?, ¿los dioses de los politeístas?, ¿el Dios de los monoteístas?, ¿Dios creó al hombre?, ¿el hombre creó a Dios?, ¿Dios creó al hombre a su imagen y semejanza?, ¿el hombre creó a Dios a su imagen y semejanza?... Aquí ya no se trata simplemente de afirmar o negar la existencia de un ente metafísico, sino de problematizar aquello que muchos se conforman con afirmar o negar. En las dos aserciones solamente se trata de expresar creencias (una afirmativa y otra negativa); es asunto de creer o no creer, y esto es fácil. Pero preguntar ¿qué es Dios?, ¿quién es Dios?  y formular otros interrogantes implica pensar, y pensar es difícil.

Debo aclarar que respeto el derecho a la libertad de conciencia, de cultos y de creencias religiosas. En aras del reconocimiento y respeto por las diferencias, soy tolerante con quienes disfrutan de este inviolable e inalienable derecho. Pero en mi condición de apasionado por la filosofía, el filosofar y el pensamiento crítico, libertario, contestatario, iconoclasta y controversial, y sobre todo como persona, también disfruto de mi derecho a la libertad de pensamiento, de opinión y de expresión para afirmar que, desde que nacemos, los agentes socializadores en general y la familia en particular, nos “encarcelan” en el hecho religioso, sin que la mayoría intente salir de esa “prisión” y sea capaz de reflexionar crítica y profundamente sobre el fenómeno religioso. Reflexionar no para combatirlo o “defenderlo”, sino para tratar de entenderlo. La filosofía no es religión ni la religión es filosofía. “Creer es lo contrario de pensar; por eso el mayor riesgo de la filosofía es la creencia en Dios”[7]. Aunque ciertos religiosos, “disfrazados de filósofos”, hayan intentado conciliar la razón con la fe, la filosofía no es compatible con la religión, ya que ésta se alimenta de saberes irracionales, míticos, mágicos, supersticiosos y fantásticos.

Muchos de los que filosofamos, no negamos la religión ni estamos en contra de ésta. Lo que ocurre es que no podemos “matricularnos”, declararlos seguidores o adoptar alguna religión, por cuanto estaríamos desconociendo otras religiones, que igualmente tienen sus dogmas y sus doctrinas. No se trata de creer o no creer; porque, para un filósofo, el fenómeno religioso es un inquietante problema de profunda hondura metafísica que le impele a reflexionar profunda y críticamente, para plantear preguntas en búsqueda de respuestas que le permitan dilucidar ese profundo e insondable misterio. Es tal la magnitud del problema que el filósofo explora en la fenomenología de la religión, la sicología de la religión, la sociología de la religión, la antropología de la religión, la filosofía de la religión y la historia de las religiones. Históricamente, la religión ha impuesto, evidente y subrepticiamente, los fundamentos conceptuales, metodológicos, epistemológicos, cultuales y simbólicos para legitimar el saber, la verdad, la justicia, el orden social y el condicionamiento espiritual. Y la religión, como relato legitimador de un componente de la realidad, ha establecido dogmáticamente su manera acomodaticia y pragmática de ser y de estar en el mundo de los creyentes. Es por eso que el fenómeno religioso requiere, de los intelectuales, investigación y reflexión crítica e iconoclasta. Quienes creen en lugar de pensar se dejar adormecer por aletargador efecto de las religiones. “Con tus teologías y tiquismiquis celestiales, has sido como el pícaro y desalmado cazador, que atrae con el silbato a los zorzales bobalicones para que se ahorquen en la percha” [8]. Nuestra conciencia crítica y libertaria no se amolda dócilmente a ningún tipo de creencia religiosa, porque estaríamos desconociendo la diferencia y la pluralidad.

La religión, sea cual sea su nombre y sus doctrinas, es un sistema de creencias, rituales, mitos, leyendas y cultos, cargado de elementos irracionales, alienadores y masificadores; un sucedáneo para las auténticas respuestas que nos ofrece el pensamiento filosófico. La religión nos dice cómo vivir, cómo comportarnos, nos infunde miedos, qué decir y qué hacer; es decir, nos condiciona y aliena. La filosofía, como saber riguroso, reflexivo, metódico, analítico, desmitificador, crítico y sistemático, reflexiona sobre el problema de Dios en el hombre y sobre Dios como problema para el hombre, con el ánimo de tratar de esclarecer estos problemas tan complejos e insondables.


El filósofo, como buscador de la verdad, no puede sustraerse a la indagación sobre el problema religioso. Comparto la perspectiva de algunos docentes de la Universidad Santo Tomás, respecto a que una dimensión tan importante para la existencia humana, como lo es la religión, merece tener un puesto destacado en la reflexión filosófica. El quehacer filosófico del profesor no puede privar al estudiante de la posibilidad de plantearse el problema religioso, con el propósito de que lo comprenda y no se deje alienar por el dogma religioso, sin saber para qué le sirve y qué respuestas le puede ofrecer para vivir una vida auténtica, pensando por sí mismo. “Jamás podemos claudicar al derecho de cuestionar una realidad tan profunda, arraigada y cargada de sentido para los humanos…Para los jóvenes es altamente sano y productivo tener la posibilidad de replantear una problemática que, de una forma u otra, ha estado tan ligada a la historia que vivimos y que, de igual manera, ejerce un amplio radio de acción, latente o manifiesto, en la vida de una persona… Las clases de filosofía son espacios preciosos para poder iniciar y configurar dicha búsqueda. No se trata de una respuesta absoluta, ni del poder de convicción coactivo sobre las personas que buscan afanosamente una respuesta a sus inquietudes religiosas. Tales respuestas categóricas y dogmáticas serían una forma de empantanar y dañar ese horizonte cuestionador, que tanta falta hace en nuestros jóvenes. La forma de afrontar el problema es ponerse a enfrentarlo. Es colocarnos en una postura de búsqueda reflexiva y de cuestionamiento sincero. Pero una aclaración. Sólo cuando se tiene conciencia de un problema aparece el verdadero problema. Queremos decir que si el cuestionamiento al fenómeno religioso no ofrece para nosotros ningún signo de preocupación ni de afanes, estamos muy lejos de plantearnos ciertos interrogantes, y, por lo tanto, nos aferramos a la ilusión de sentirnos seguros en lo que estamos. Cuestionar es soltar las anclas del puerto de la seguridad en donde creemos siempre estar. Es ir más allá de las posturas cómodas que nos marchitan la vida y nos anquilosan el espíritu. Es intentar estructurar una existencia plenamente humana, alejada de los dogmatismos tácitos y manifiestos que nos impiden avanzar creativamente en la historia”[9].

Como se puede colegir, la religión es un problema para filosofar, y solamente filosofando podremos cuestionarlo, refutarlo, rescatar algunos de sus elementos y descartar otros. La actitud filosófica nos permite allegar claridad racional al fenómeno religioso que tanto ha condicionado a la humanidad durante milenios, y que muchos aún, por fanatismo o mera creencia acrítica, no logran comprenderlo ni vivenciarlo como realmente es.

LUIS ÁNGEL RIOS PEREA


[1] PETER, Ricardo. Elogio de la inutilidad ¿Para qué "sirve" la Filosofía? http://www.monografias.com
[2] CORNEJO, Miguel Ángel. Para triunfar. www.todocaleta.com
[3] CRUZ VÉLEZ, Danilo. Filosofía sin supuestos. Sudamericana, Buenos Aires, 1970, p. 258.
[4] MARQUINEZ ARGOTE, Germán. Filosofía de la religión. Usta, Bogotá, 1996, p.178.
[5] Absurdo es lo carente de sentido.
[6] COLUSSI, Marcelo. Pensar es difícil… y no quieren que pensemos. http://www.aporrea.org
[7] PINEDA BOTERO, Álvaro. El reto de la crítica. Planeta, Bogotá, p. 216.
[8] VALERA, Juan. Pepita Jiménez. www.librodot.com
[9] MARQUÍNEZ ARGOTE, Germán y otros. Filosofía, perspectiva latinoamericana. Editorial Búho, Bogotá, 1989, p. 126

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