miércoles, 7 de enero de 2015

“EL ALQUIMISTA” ENSEÑA A BUSCAR DONDE ESTÁN LAS COSAS



INTRODUCCIÓN

Aunque que para mí, como para muchos intelectuales, Paulo Coelho, no es un escritor que nos agrade mucho, es importante sintetizar su conocida novela El Alquimista, por cuanto nos “enseña” que las cosas hay que buscarlas donde ellas se encuentran y no desperdiciar la vida buscándolas en otra parte.


ARGUMENTO.

Santiago, un joven pastor de ovejas, realiza un viaje desde la provincia de Andalucía, en España, hasta las pirámides de Egipto, en busca de un tesoro; pero al llegar allí descubre que el tesoro no está ahí sino en el lugar de partida.

RESUMEN Y ANALISIS

Santiago, citado en la novela como “el muchacho”, a pesar de la insistencia de sus padres de que fuera sacerdote y se quedara a vivir en su aldea natal, decidió hacer lo que más le gustaba: viajar. Viajar era la razón de su vida. Por eso se convirtió en un pastor de ovejas, porque los pastores viajan. “Desde pequeño soñaba con conocer el mundo, y esto era mucho más importante que conocer a Dios o los pecados de los hombres”. No se explicaba cómo buscaban a Dios en un seminario. Como pastor podría viajar, que era el sueño de su vida. “Cuando se cansase de los campos de Andalucía, podía vender sus ovejas y hacerse marinero. Cuando se cansase del mar, habría conocido muchas ciudades, muchas mujeres, muchas ocasiones de ser feliz”.

Estudió latín, español y teología. Era aficionado a la lectura, pero ésta no le dejaba muchas enseñanzas. Sus ovejas le enseñaban más que los libros. Llevaba un libro grueso que noche le servía de almohada. Como él pensaba que las ovejas le entendían lo que les decía, “solía leer para ellas los pasajes de los libros que le habían impresionado o hablarles de la soledad y de la alegría de un pastor en el campo, o comentarles las últimas novedades que veía en las ciudades por donde solía pasar”.

A pesar de la vida monótona, rutinaria y mecánica de sus ovejas, que sólo se preocupan por comer y beber, él aprendía mucho de ellas. “Encuentro que no son ellas quienes enseñan: soy yo quien aprendo”, pensó. Ellas nunca tenían que tomar decisiones, posiblemente porque estaban junto a él. Sólo les bastaba alimentarse y dormir. Como eran bien cuidadas y alimentadas, confiaban en el muchacho y se olvidaban de sus instintos.   “Siempre que le era posible buscaba un camino diferente para andar... El mundo era grande e inagotable y si él dejase que las ovejas le guiasen tan sólo un poquito, terminaría descubriendo más cosas interesantes. El problema es que ellas no se dan cuenta de que están haciendo caminos nuevos cada día. No se percatan de que los pastos cambian, de que las estaciones son diferentes, porque están sólo ocupadas con el agua y la comida”.

Un día, mientras descansaba con su rebaño junto a una vieja iglesia abandonada, donde crecía un sicomoro en donde antes estaba la sacristía, por segunda vez tuvo un sueño, en el cual una vieja le contaba que junto a las Pirámides de Egipto había un tesoro; pero en el momento en que le iba a revelar el sitio exacto donde estaba, se despertaba.  Como pensaba que la posibilidad de realizar un sueño era lo que hacía la vida interesante, decidió  visitar a una gitana que interpretaba los sueños en la ciudad de Tarifa. La vieja, que sostenía que “los sueños son el lenguaje de Dios”, le dijo que ella sólo los interpretaba, pero que no los hacía realidad. Y ésta fue su interpretación: “Debes ir hasta las Pirámides de Egipto. Jamás oí hablar de ellas, pero si fue una criatura quien te las mostró, es porque existen. Allá encontrarás un tesoro que te hará rico”. A cambio de esta interpretación le exigió el 10% del tesoro. El muchacho pensó que se trababa de una charlatana más y que lo había engañado, ya que “la gente decía que la vida de un gitano era siempre engañar a los demás”. Por eso “salió decepcionado y decidió nunca volver a dar más crédito a los sueños”.

Su alegría era encontrarse en Tarifa con la hija de un rico comerciante, la cual había conocido el año anterior. En consecuencia, estaba muy feliz. Sin embargo, le preocupaba que ella ya lo hubiera olvidado, ya que por allí pasaban muchos pastores. “No importa –dijo el muchacho a sus ovejas-. Yo también conozco a otras niñas en otras ciudades”.

Le gustaba su vida como pastor, porque podía viajar y conocer gente que modificaban su vida. “Uno siempre acaba haciendo nuevos amigos y no tiene necesidad de estar con ellos un día tras otro. Cuando la gente ve siempre las mismas personas acabamos haciendo que pasen a formar parte de nuestra vida. Y como forman parte de nuestra vida, pasan también a querer modificar nuestra vida. Si no actuamos tal como ellas esperan, se disgustan. Porque todas las personas tienen una idea exacta de cómo debemos vivir nuestra vida. Y nunca tienen idea de cómo deben vivir la suya propia”.

En Tarifa se encontró con su primer maestro: Melquisedec, un viejo que decía ser el rey de Salem. El muchacho le contó lo que hacía, le platicó de sus sueños y le habló de los libros que leía. El viejo, luego ojear un libro que llevaba el muchacho, dijo que “es un libro que dice que lo que dicen casi todos los libros. De la incapacidad de las personas para escoger su propio destino. Y termina haciendo que todo el mundo dé crédito a la mayor mentira del mundo”. Esa mentira consistía en que “en un momento determinado de nuestra existencia, perdemos en control de nuestra vida, y ella pasa a ser gobernada por el destino”. El muchacho dijo que con él no había ocurrido lo mismo, porque sus padres querían que fuera sacerdote y decidió ser pastor. Como creía que el viejo era otro gitano charlatán, pensó que éste decía cosas extrañas. “A veces es mejor estar con las ovejas, que son calladas y se limitan a buscar alimento y agua. O es mejor estar con los libros, que cuentan historias increíbles siempre que queremos oírlas. Pero cuando uno habla con personas, éstas dicen algunas cosas y nos quedamos sin saber cómo continuar la conversación”.

Cuando el muchacho estaba a punto de dejar al viejo y continuar, pensó en su sueño, entonces el rey de Salem le dio una demostración de que en realidad sabía cosas y que no era un gitano. Entonces el muchacho le preguntó por qué un rey hablaba con un pastor. “Existen varias razones. Pero digamos que la más importante es que tú has sido capaz de cumplir tu Historia Personal”, dijo el viejo, quien le explicó que ésta “es aquello que tú siempre deseaste hacer. Todas las personas, al comienzo de la juventud, saben cuál es su Historia Personal. En esa altura de la vida todo está claro, todo es posible, y ellas no tienen miedo de soñar y desear todo aquello que les gustaría hacer en sus vidas. No obstante, a medida que va transcurriendo el tiempo, una fuerza misteriosa empieza a tratar de demostrar que es imposible realizar la Historia Personal”. Las fuerzas misteriosas “son las fuerzas que parecen malas, pero en realidad te están enseñando el modo de realizar tu Historia Personal. Están preparando tu espíritu y tu voluntad, porque existe una gran verdad en este planeta: seas quien seas o hagas lo que hagas, cuando quieras con voluntad alguna cosa, es porque este deseo nació en el alma del Universo. Es tu misión en la Tierra”. El muchacho pensaba que con esto de las “fuerzas misteriosas” iba a descrestar a la hija de comerciante.

El viejo, convencido de que el muchacho trataba de vivir su Historia Personal y estaba a punto de desistir de ella, le dice que la única obligación de los hombres es cumplir su Historia Personal, advirtiéndole que si uno quería una cosa, todo el Universo conspiraría para que se realice ese deseo. Todos estamos en condiciones de realizar lo que soñamos. “La personas aprenden muy pronto su razón de vivir. Quizá sea por esto que también desisten muy pronto. Pero así es el mundo”, dijo el viejo. Este dijo al muchacho que si quería saber acerca del tesoro, tendría que darle una décima parte de sus ovejas. El muchacho le ofreció una décima parte del tesoro. “Si quieres empezar prometiendo lo que aún no tienes, vas a perder tu voluntad de conseguirlo”, le advirtió el viejo. Como todo en la vida tiene un precio, el viejo le exigió la décima parte de las ovejas para enseñarle “cómo conseguir el tesoro escondido”.

El muchacho, pensando en que a veces era mejor dejar las cosas como estaban, se dirigió a un lugar alto de la ciudad, donde reflexionó sobre su sueño y su destino. “Estoy entre las ovejas y el tesoro”, pensaba. Tenía que decidir entre lo que se había acostumbrado o lo que le gustaría hacer. Era importante la hija de comerciante, pero lo eran más sus ovejas. Ella ya ni se acordaría de él. “Tenía la certeza de que si no apareciese dentro de dos días la niña no lo notaría: para ella todos los días eran iguales y cuando todos los días resultan iguales es porque las personas dejaron de percibir las cosas buenas que aparecen en sus vidas siempre que el sol cruza el cielo”.

Luego de haber vendido rápidamente sus ovejas, pensó que eso era una buena señal, lo que el viejo llamaba Principio Favorable. “Si fueses a jugar a las cartas por primera vez, casi con certeza ganarías. Suerte de principiante... Porque la vida quiere que vivas tu Historia Personal”, dijo el viejo. “¿Dónde está el tesoro?”, preguntó el muchacho. “El tesoro está en Egipto, cerca de las Pirámides... Para llegar hasta allí, tendrás que seguir las señales. Dios escribió en el mundo el camino que cada hombre debe seguir. Sólo se trata de leer lo que él escribió para ti”, respondió sabiamente el viejo. Una mariposa revoloteó entre los dos como señal de buena suerte. El rey le entregó dos piedras: una blanca y una negra. “Se llaman Urim y Tumim. La negra quiere decir , la blanca quiere decir no. Cuando no consigas descifrar las señales, ellas te servirán. Haz siempre una pregunta objetiva. Pero de un modo general, procura tomar tus decisiones. El tesoro está en las Pirámides y esto ya lo sabías; pero tuviste que pagar seis ovejas, porque yo te ayudé a tomar una decisión... No te olvides que todo es una cosa solamente. No te olvides del lenguaje de las señales.  Sobre todo no te olvides de ir hasta el final de tu Historia Personal”. Le dijo que esas piedras sólo servían a quien sabía lo quería. Luego le contó una historia, en donde le dijo que el secreto de la felicidad estaba en contemplar todas las maravillas del mundo, sin olvidarnos de nosotros mismos.

Con el dinero de la venta de sus ovejas se dirigió hacia la ciudad africana de Tanger. Allí le advirtieron que tuviera cuidado con los ladrones. Entró a un bar y estableció diálogo con un árabe, a quien le dijo que lo llevara a las Pirámides de Egipto. El árabe le dijo que sí, pero que le diera el dinero porque en ese puerto habían muchos ladrones.  El dueño del bar intentó de alertarlo sobre la inconveniencia de este individuo, pero éste le hizo una seña y salieron del bar. En la calle el árabe escapó con el dinero, aprovechando que el muchacho se distrajo mirando una espada muy bella. El muchacho se sintió triste y se acordó de la señal del dueño del bar. Entonces pensó que era como todas las personas: “no veo el mundo de la manera que desearía que sucediesen las cosas y no de la manera como realmente suceden”. No quería llorar, pero lloró. “El muchacho lloró porque Dios era injusto y premiaba de este modo a las personas que creían en sus propios sueños... Me siento triste y desgraciado. ¿Qué voy hacer?” Se sintió traicionado por quien le había prometido llevarlo a las Pirámides. “Ahora seré más listo”, fue la lección que aprendió.

Cuando el muchacho preguntó si iba a encontrar el tesoro, intentó sacar las piedras del bolsillo pero se le cayeron porque el saco estaba roto. Esto lo interpretó como una señal. Recordó que el viejo le había dicho que debía aprender a respetar y seguir las señales. Entonces guardó las piedras. “Había comprendido que algunas cosas la gente no debía preguntar, pero no huir del propio destino”. Se dijo a sí mismo: “Prometí tomar mis propias decisiones”. Luego de reflexionar si volverse a España a continuar con su vida de pastor y desistir de su sueño, o convertirse en un buscador del tesoro, se dijo que él era “un aventurero en busca de un tesoro”.

Sin dinero en su bolsillo, pero con mucha fe en la vida, buscó trabajo en Tánger. Con mucha creatividad asesoró a un Mercader de Cristales, y éste le dio trabajo en su tienda de cristales. El muchacho le indicó cómo mejorar el negocio para vender más y prosperar. Al cabo de un año el comerciante había obtenido cuantiosas ganancias y el muchacho había ahorrado suficiente dinero. Pensó que con éste podría regresar a España y comprar ovejas. Pero ante el desánimo de volver a España con la cabeza baja, recordó que el rey le había dicho que nunca debía desistir de sus sueños y que siguiera las señales. 

Con la idea de regresar a España, era consciente que las ovejas le habían enseñado que había en el mundo un lenguaje que todos comprendían. “Era el lenguaje del entusiasmo, de las cosas  hechas con amor y con voluntad, en busca de algo que se deseaba o en lo que se creía”. Recordando las enseñanzas del rey, decidió continuar en busca del tesoro. El mercader del cristales lo ayudó a embarcase en una caravana que iba para el oasis de Al-Fayoum. Cuando se despidió del mercader sabía que “tenía más confianza en sí mismo y tenía la voluntad de conquistar el mundo”. El valor es lo más importante para quien busca el Lenguaje del Mundo.

En la caravana se conoció con un inglés que iba en busca del Alquimista. Dialogaron sobre libros. El inglés había leído mucho sobre alquimia. El muchacho se había percatado que las decisiones eran el comienzo de algo. “Cuando alguien tomaba una decisión, en realidad estaba sumergiéndose en una corriente poderosa, que lleva a la persona a un lugar que nunca había soñado a la hora de decidir”. El inglés le dijo que en la vida todo eran señales. “El universo está hecho por una lengua que todo el mundo entiende, pero que ya se olvidó”. El inglés buscaba el Alquimista para le enseñara el Lenguaje Universal. “Por eso estoy aquí. Porque tengo que encontrar un hombre que conoce este Lenguaje Universal. Un Alquimista llama suerte a la señales. Si yo pudiese, escribiría una gigantesca enciclopedia sobre las palabras suerte y coincidencia. Es con estas palabras es que se escribe el Lenguaje Universal”.

El guía de la caravana advirtió que el desierto era una mujer caprichosa y aveces dejaba locos a los hombres, y agregó que “en el desierto, la desobediencia significa la muerte”. El muchacho siguió dialogando con el inglés. La cadena misteriosa que iba juntando una cosa con otra, desde ser pastor hasta encontrarse en el lugar donde estaba, le hizo pensar al muchacho que “cuanto más se llega cerca del sueño, más se va convirtiendo la Historia Personal en la verdadera razón de vivir”. Un camellero, que era musulmán,  comentaba que él había comprendido la palabra de Alá: “Nadie siente miedo a lo desconocido, porque cualquier persona es capaz de conquistar todo lo que quiere y necesita. Sólo sentimos miedo de perder aquello que tenemos, ya sea nuestras vidas o nuestros cultivos. Pero este miedo desaparece cuando comprendemos que nuestra historia y la historia del mundo fueron escritas por la misma mano”.

El inglés llevando libros que el muchacho no comprendía le explicaba que un Alquimista poseía la Piedra Filosofal, que servía para convertir metales en oro, y el Elixir de la Larga Vida. Le decía que los alquimistas hablaban un lenguaje difícil para lo entendieran sólo aquellos que tenían la responsabilidad de entender, porque si no todos transformarían metales en oro, y éste no valdría nada. “Únicamente los persistentes, únicamente aquellos que investigan mucho son los que consiguen la Gran Obra. Por eso estoy en medio de este desierto. Para encontrar un verdadero Alquimista, que me ayude a descifrar los códigos”. El muchacho le devolvió los libros al inglés. No lo habían gustado porque eran muy complejos y llenos de símbolos. “He aprendido que el mundo tiene un alma, y que quien entienda ese Alma, entenderá el lenguaje de las cosas. He aprendido que muchos alquimistas vivieron su Historia Personal y acabaron descubriendo el Alma del Mundo, la Piedra Filosofal y el Elixir. Pero, sobre todo, he aprendido que estas cosas son tan sencillas que pueden escribirse en una esmeralda”. Esta realidad decepcionó al inglés. “Los años de estudio, los símbolos mágicos, las palabras difíciles, los aparatos de la laboratorio, nada de esto había impresionado al muchacho”. El pensaba que el muchacho no comprendía. El muchacho se decía a sí mismo: “Cada uno tiene su manera de aprender. Su manera no es la mía, y mi manera no es la suya. Pero los dos andamos en busca de nuestra Historia Personal, y yo lo respeto por esto”.

El camellero, amigo del muchacho, le comentaba que él no temía a las guerras en el desierto, porque vivía su aquí y su ahora. “Estoy vivo. Mientras estoy comiendo, no haga nada que no sea comer. Si estuviese caminando, sólo caminaría. Si tengo que luchar, será un día tan bueno para morir como cualquier otro. Porque no vivo en mi pasado, ni en mi futuro. Tengo sólo el presente y sólo él me interesa. Si puedes permanecer siempre en el presente, entonces serás un hombre feliz. Percibirás que en el desierto existe vida, que el cielo tiene estrellas, y que los guerreros luchan, porque esto forma parte de la raza humana. La vida será una fiesta, un gran festival, porque ella es siempre y sólo el momento que estamos viviendo”.

Al llegar al oasis, el inglés busco al Alquimista. Obtuvo la información que necesitaba. El inglés le dijo al muchacho que ahora no tenía miedo a fracasar. “El miedo de fracasar fue lo que me impidió probar la Gran Obra hasta hoy”. El muchacho, por su parte conoció a la bella Fátima, y se enamoraron mutuamente. Ella dijo que se amaba porque se amaba. “No hay ninguna razón para amar”. El muchacho prometió que algún día volvería por ella.

El alquimista convenció que al muchacho para que continuara en busca del tesoro. Compraron dos caballos, y prosiguieron para las Pirámides. El Alquimista era un hombre sabio. “Sólo existe una manera de aprender. Es mediante la acción. Todo lo que tú necesitabas saber, el viaje te lo enseñó”, le dijo el Alquimista. Sobre lo que él llamaba acción, dijo: “Los sabios entendieron que este mundo natural es solamente una imagen y una copia del Paraíso. La simple existencia de este mundo es una garantía de que existe un mundo más perfecto que él. Dios lo creó para que, a través de las cosas visibles, los hombres pudieran comprender sus enseñanzas espirituales y las maravillas de su sabiduría”. Le advirtió que muchos alquimistas se habían equivocado porque buscaban sólo oro. “Buscaban el tesoro de su Historia Personal, sin desear vivir la propia historia”. El alquimista dijo que lo que estaba escrito en la Tabla de Esmeralda no sólo era comprendido por la razón. “La Tabla de Esmeralda es un pasaje directo para el Alma del Mundo”. Le dijo que la traición era un golpe que uno no esperaba. El muchacho había aprendido que pocos seguían el camino trazado, el de la Historia Personal y el de la felicidad, porque el mundo les asustaba. “Les parece que el mundo es una cosa amenazadora, y por esto el mundo se convierte en una cosa amenazadora”. El Alquimista le dijo que debía saber lo siguiente: “Siempre antes de realizar un sueño, el Alma del Mundo decide examinar todo aquello que se aprendió durante la caminata. Ella hace esto no porque sea mala, sino para que podamos, junto con nuestro sueño, conquistar también las lecciones que aprendemos siguiendo en dirección a él. Es el momento en que la mayor parte de las personas desiste... Una búsqueda empieza siempre con la suerte de principiante. Y termina siempre con la Prueba del Conquistador”.

Tres guerreros los interceptaron, pero no los robaron porque pensaron que el Alquimista y el muchacho estaban locos por las explicaciones sobre la Piedra Filosofal y el Elixir de la Larga Vida. El Alquimista dijo al muchacho que no los habían robado porque “cuando tenemos los grandes tesoros delante de nosotros, nunca nos damos cuenta. ¿Y sabes por qué? Porque los hombres no creen en los tesoros”. Según el Alquimista, alquimia “es penetrar en el Alma del Mundo y descubrir el tesoro que ella reservó para nosotros... El alquimista es el hombre que conoce la naturaleza y el mundo”. Mediante la alquimia cada hombre encuentra su tesoro. Los alquimistas “muestran que, cuando tratamos de ser mejores de lo que somos, todo a nuestro alrededor se vuelve mejor también”.

Más adelante fueron interceptados por un ejército. Los iban a matar porque los acusaron de ser espías. El Alquimista dijo al general que a cambio de sus vidas, el muchacho era capaz de transformarse en viento. El general les dio tres días de plazo, pero les quitó el dinero y los caballos. El muchacho se asustó demasiado y recriminó al Alquimista por haber dicho eso, ya que él no sabía transformarse en viento. El Alquimista lo tranquilizó, pidiéndolo que no se desesperara, porque se le dificultaría hablar con su corazón. “El que vive su Historia Personal sabe todo lo que precisa saber. Sólo una cosa hace imposible un sueño: el miedo de fracasar”.

Al tercer día se presentaron ante el general. El muchacho invocó al desierto, al viento y al sol para que lo transforman en viento, pero éstos no pudieron hacerlo porque no conocían el amor. “El amor no es estar parado como el desierto, ni correr el mudo como el viento, ni ver todo de lejos... El amor es la fuerza que transforma y mejora el Alma del Mundo. Cuando penetré en ella por primera vez, encontré que era perfecta. Pero después vi que era un reflejo de todas las criaturas, y tenía sus guerras y sus pasiones. Somos nosotros quienes alimentamos el Alma del Mundo, y la tierra donde vivimos será mejor o peor, si nos hacemos mejores o peores. Es ahí donde entra la fuerza del amor, porque cuando amamos, siempre deseamos ser mejores de lo que somos”. Entonces se volvió hacia la Mano que Todo lo Había Escrito. En lugar de decir nada, sintió que el Universo se queda en silencio y quedó él en silencio también. “Una fuerza de amor brotó de su corazón, y comenzó a rezar. Era una oración que nunca había hecho antes, porque era una oración sin palabras y sin peticiones. No daba gracias porque las ovejas hubieran encontrado un pasto, ni imploraba para vender más cristales, ni pedía para que la mujer que había encontrado esperase su regreso. En el silencio que siguió, el muchacho entendió que el desierto, el viento y el sol también buscaban las señales que aquella Mano había escrito, y trataban de cumplir sus caminos sin entender lo que estaba escrito en una sencilla esmeralda. Sabía que aquellas señales estaban esparcidas por la Tierra y por el Espacio, y que en su apariencia no tenían ningún motivo o significado, y que ni los desiertos, ni los vientos, ni los soles y ni los hombres sabían por qué habían sido creados. Pero aquella Mano tenía un motivo para todo esto, y sólo ella era capaz de obrar milagros, de transformar océanos en desiertos y hombres en viento. Porque sólo ella entendía que un designio mayor empujaba al Universo hacia un punto en el que los seis días de la creación se trasformarían en la Gran Obra. Y el muchacho se sumió en el Alma del Mundo, y vio que el Alma del Mundo era parte del Alma de Dios, y también vio que el Alma de Dios era su propia alma. Y que podía, entonces, realizar milagros”. El viento sopló intensamente. El general los dejó libres y dispuso que fueran escoltados hasta donde ellos quisieran, pero no les devolvió el dinero.

Al llegar a un monasterio, el Alquimista transformó con la Piedra Filosofal un metal en oro. Lo dividió en cuatro partes iguales. Una se la entregó al muchacho, otra al monje que los había atendido, otra para el alquimista y otra para que el monje se la diera al muchacho cuando regresara, en caso que la necesitara. Los dos se separaron. El muchacho siguió para las Pirámides, luego que el alquimista le dijera que el tesoro estaba en donde él se arrodillara y llorara.

Cuando el muchacho llegó a ese lugar, empezó a cavar pero unos ladrones le robaron el oro que le había dado el Alquimista y lo golpearon pensando que allí más oro enterrado. El muchacho les dijo que estaba buscando un tesoro en ese sitio. Los ladrones se rieron y uno le dijo que él había tenido un sueño que en una vieja iglesia abandonada, junto a un sicomoro, había un tesoro. Entonces el muchacho pensó que había encontrado el tesoro. Con la parte del oro que el Alquimista había entregado al monje, el muchacho regresó al lugar de partida (la vieja iglesia), y allí bajo el sicomoro cavó hasta encontrar un grandioso tesoro compuesto por oro, piedras preciosas e ídolos de piedras incrustados de diamantes. “Realmente la vida es generosa con el que vive su Historia Personal”, pensó. Entonces fue en busca de Fátima.

COMENTARIO

“El Alquimista” es una novela profunda y llena de un complejo simbolismo. Su lectura comprensiva requiere de mucha reflexión, por cuanto se trata de un extenso tratado de sabiduría. El autor, a través de este sencillo lenguaje metafórico, nos enseña que debemos luchar, sin importar las dificultades, para hacer realidad nuestros sueños, y que lo que nos ocurra, bueno o malo, será una señal que no debemos desaprovechar para poder conquistar los sueños. La cadena misteriosa de acontecimientos en nuestra vida nos conduce, si la seguimos atentamente, sin descuidar las señales, a la autorrealización y la conquista de la felicidad. Si queremos entender sus complejos mensajes, debemos leerla comprensivamente y no tomar su contenido literal sino de manera figurada, porque los sueños que vamos alcanzar no son materiales sino espirituales; los tesoros no son de oro y dinero, sino de vida buena y de felicidad.

 La obra en su lenguaje figurado nos indica que para materializar nuestros sueños hay que seguir las señales, no desistir nunca del sueño, no temer al cambio, ser entusiastas, arriesgarnos, tener valor, soportar las adversidades, tomar nuestras propias decisiones, confiar en las personas sabias, tener fe en la vida, no desanimarnos ante los fracasos, perseverar, confiar en la suerte y en las coincidencias, ver las cosas objetivamente, pagar el precio que la vida nos cobra, no prometer lo que todavía no tenemos, estar preparados para las sorpresas, buscar caminos diferentes en la vida, ser optimistas, vivir el aquí y el ahora, huir de la rutina, vivir nuestra propia vida, hacer siempre lo que deseamos y no lo que los demás quieran que hagamos, no perder el control de nuestra vida, no permitir que los demás gobiernen nuestra existencia, a veces dejar las cosas como están, leer lo que Dios escribió para cada uno de nosotros, mirar las maravillas del mundo sin olvidarnos de nosotros, confiar en sí mismo, tener voluntad para conquistar el mundo, ser valiente, no tener miedo a lo desconocido, amar, creer en los tesoros, no desesperarnos, no temer al fracaso, aprender a vivir, penetrar en el Alma del Mundo y cumplir la Historia Personal.

El muchacho es un ejemplo digno de superación, de libertad, de autonomía, de lucha, de valor y de autorrealización. Quería siempre ser él mismo y tomar sus propias decisiones. No le temía al cambio. Al mercader de cristales no le gustaban los cambios. No quería cambiar porque no sabía cómo hacerlo. Estaba acostumbrado a lo mismo. Por eso se oponía a los cambios y reformas que le proponía al muchacho. El inglés nos evidencia al hombre teórico que no logra concretar sus sueños por falta de práctica y hacer tan complejo lo sencillo. El rey y el Alquimista representan a los hombres verdaderamente sabios.

LUIS ÁNGEL RÍOS PEREA

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