Cuando
uno “conoce”[1] a
otra persona, solamente la “conoce” en apariencia, porque sólo ve su apariencia
física; y esa apariencia le agrada o le desagrada. Si le agrada, es posible que
empiece por una “amistad” y luego se enamore. Pero si se enamora, solamente lo
está haciendo de su apariencia, de lo que los sentidos pueden percibir de ella,
y, como sabemos, los sentidos nos engañan… “En las manifestaciones de vida lo
sensorial está condicionado por los intereses, que generan engaños y alteran
nuestra interpretación… Lo que surge de la vida diaria se halla bajo el poder
de los intereses”[2]. El
filósofo Edmundo Husserl sostiene que el mundo nunca se da completamente en la
percepción; sólo se da en partes, es decir, sólo se alcanza a percibir una
parte del mundo y las cosas. Según
Erich From, el conocimiento empieza con la conciencia del engaño de lo que
perciben nuestros sentidos en el sentido de que nuestro panorama de la realidad
física no corresponde a lo que "realmente es" y, principalmente, en
el sentido de que la mayoría de la gente está semidespierta, semidormida, y no
advierte que la mayor parte de lo que cree verdadero y evidente es una ilusión
producida por la influencia sugestiva del mundo social en que vive. Así pues, el conocimiento empieza con la
destrucción de las ilusiones, con la desilusión. Conocer significa penetrar a
través de la superficie, llegar a las raíces, y por consiguiente a las
causas. Conocer es "ver" la
realidad desnuda, y no significa poseer la verdad, sino penetrar bajo la
superficie y esforzarse crítica y activamente por acercarse más a la verdad[3].
Y se halla bajo este poder porque los seres humanos nos movemos por el
principio de finalidad. Por el principio de finalidad, toda
agente actúa por un fin. “Todo agente obra por un fin (todo lo hecho es hacia
el fin) indica todos los fines, pero sobre todo el fin último, porque lo hecho
se termina verdaderamente con el fin último, por lo demás todos los fines se
requieren como medios para el fin último”[4].
De
esa apariencia nos ilusionamos y nos “embobamos”; en términos coloquiales: nos
“tragamos”. La fuerza y el ímpetu de
nuestras emociones desbordadas así nos lo imponen. Eso de enamorarnos no es indebido,
porque tenemos necesidad de dar y recibir afecto, toda vez que poseemos una
dimensión afectiva. ¡Dichoso aquel que
se enamora! Estar enamorado es la experiencia más maravillosa que existe. ¿Pero
qué ocurre cuando nos quedamos enamorados de la sola apariencia?
Complicaciones, dolor y sufrimiento. ¿Por qué? “Engolosinados” con la
apariencia: sonrisas, gestos, miradas, ademanes, gracia, desparpajo,
espontaneidad, atenciones, locuacidad, detalles, cuerpo atlético, pectorales
prominentes, “curvas” sensuales, dentadura impecable, porte, elegancia,
encantos, fama, “belleza”, poder, éxito, riqueza, atributos físicos, silueta
apolínea, etc., no exploramos la compleja psiquis del ser amado. Nos contentamos
con su mundo externo y no profundizamos en su intrincado mundo interno, no
buscamos su esencia, su ser auténtico. No ahondamos en su universo emocional,
afectivo, social y relacional.
¿Acaso
nos adentramos en su mundo emotivo? ¿Preguntamos qué le gusta o qué le
disgusta? ¿Cómo concibe el amor? ¿Cómo vivencia las relaciones afectivas?
¿Confrontamos su sentir y su hacer? ¿Establecemos si es consecuente con sus
expresiones y sus acciones? ¿Indagamos por sus metas, sus sueños y sus
aspiraciones? ¿Inquirimos sobre su historia personal? ¿Exploramos sus
dimensiones personales de comunicación, compromiso, libertad y afrontamiento?
¿Nos adentramos en su manera de percibir, interpretar y sistematizar la
realidad y su realidad? ¿Sabemos cuál es su concepción sobre el amor, el
respeto, la libertad, la justicia, la verdad y la belleza? Si una persona, en
su sistema de valores, tiene estos principios como los más importantes en su
jerarquía de los valores, ama sinceramente, no es desleal, valora su
libertad y respeta la de los demás, no comete injusticias, será veraz y buscará
siempre obrar bien o correctamente. ¿Averiguamos si sabe dónde está, para dónde
va y qué quiere hacer con su vida? Estas y otras aristas forman parte de su
esencia, de su ser auténtico; de ese ser que no se encuentra en su apariencia,
en lo que captamos con los sentidos. Si las personas se tomaran el tiempo para
explorar el intrincado universo interno de la persona de la que se enamoran,
¡cuántos inconvenientes se evitarían…! Cuando empiezan a descubrir ese
universo, y si con esa esencia se hacen daño, ya es tarde porque están
enamorados hasta la médula y su nivel de enamoramiento es muy profundo, o en
palabras más castizas están bien “tragados”, y desenamorarse tiene sus
complicaciones que no están exentas de dolor y sufrimiento. No podemos ignorar
que el enamoramiento es un proceso alienatorio, en el cual uno se pierde en el
otro. “Ha dejado de ser una persona activa que siente; se vuelve un adorador
enajenado de un ídolo, y se siente perdido cuando no está en contacto con su
ídolo”[5].
Es
necesario ahondar en el comportamiento de la persona de la que nos vamos a
enamorar. En la conducta humana, además del código moral, la conciencia ética,
la jerarquía de sus valores, los niveles de conciencia y la salud emocional,
también influyen la
estructura superior de la personalidad (inteligencia y voluntad), el fondo
endotímico (estados de ánimo, vivencias emocionales, instintos y tendencias) y
el fondo vital (sistema óseo, muscular, endocrino, nervioso, sensorial,
digestivo, excretor, reproductor, respiratorio y circulatorio). Todo esto tiene
que ver con la estructura biopsíquica de la persona, es decir, con lo afectivo
(emociones: pasiones y sentimientos), intelictivo y volitivo. El obrar humano
no es sólo inteligencia y voluntad: también es sentimiento, y muchas veces
predomina el sentimiento (“el corazón”) sobre el entendimiento, porque “el
corazón tiene razones que la razón no conoce o no entiende”[6].
Según Sigmund Freud, el fundamento
de la conducta humana se ha de buscar en varios instintos inconscientes,
llamados también impulsos o pulsiones. Estos son el Instinto o pulsión de Vida
(Eros) y el Instinto o pulsión de Muerte (Tánatos). El primero se relaciona con
el hambre, la sed, la genitalidad y la autopreservación. El segundo son las
tendencias suicidas y autodestructivas, agresividad o guerra. El hombre tiene innata inclinación “hacia lo
malo, a la agresión, a la destrucción y con ello también a la crueldad”[7].
La tendencia agresiva del hombre “es una
disposición instintiva innata y autónoma del ser humano[8]”,
y constituye un obstáculo cultural. La cultura es un proceso puesto al servicio
del instinto de vida, “destinado a condensar en una unidad vasta, en la
Humanidad, a los individuos aislados, luego a las familias, las tribus, los
pueblos y las naciones… Esta lucha es, en suma, el contenido esencial de la
misma, y por ello la evolución cultural puede ser definida brevemente como la
lucha de la especie humana por la vida”[9].
El instinto de muerte o de destrucción nos expresa que “la persona no es un
ente enteramente amable, calmo, sino que posee un cierto grado de agresividad,
utiliza a su prójimo como un medio de descarga provocando ciertas
perturbaciones en los vínculos respectivos”[10].
Estos instintos nos permiten comprender por qué una persona, después de amar,
odia, o expresa estos dos sentimientos de manera casi simultánea.
Los instintos, que predominan en la
conducta humana, son “patrones innatos de comportamiento determinados
biológicamente”[11]
que se deben tener en cuenta al momento de elegir la persona de la cual
proyectamos enamorarnos. Lo instintivo es autógeno en el ser humano, es decir,
originado por sí mismo. En concepto de Heinz Dirks, “su
aparición no depende de que lo queramos o no”[12].
“Los instintos son las
fuerzas que actúan tras las tensiones causadas por las necesidades del ello.
Son esencialmente conservadores ya que, de todo estado que un ser vivo alcanza,
surge la tendencia a restablecerlo en cuanto haya sido abandonado”[13].
Los instintos son concebidos como “una inclinación innata que conduce a la
conservación de la existencia y de modo de vida”[14].
Los investigadores científicos los agrupan en diversas clasificaciones, entre
las que se destaca la de Huber Rohracher[15]:
vitales, sociales, de placer y culturales. Los instintos se constituyen en el
motor del pensamiento y de la acción.
En el comportamiento humano también influyen
las estructuras o instancias psíquicas de la personalidad: el Ello (Id), el Yo
(Ego) y el Superyo (Superego). El Ello (el inconsciente) es el potencial de energía
usado para satisfacer necesidades, creadas por el instinto, sin tener en cuenta
los efectos que pueda producir. El Yo (la conciencia) es la estructura
consciente encargada de controlar los actos instintivos (al Ello) de acuerdo
con la moral. El superyo (la conciencia moral) corresponde al yo como energía
disciplinada por la moral y la autocrítica (la conciencia). El superyo está
destinado a vigilar los actos y las intenciones del yo, juzgándolos y
ejerciendo una actividad censoria. “Éste es quien determina la conciencia moral
con la cual el individuo rige sus actos, ya que el hombre no posee como
capacidad innata la posibilidad de diferenciar el bien del mal; sino que la
cultura dictamina esos principios”[16]. Una persona que tiene un Yo débil
no puede controlar al Ello, y actúa instintivamente y, por ende, agresivamente.
Para Freud, los siguientes factores ejercen gran
influencia en el comportamiento y en el desarrollo psíquico: *La importancia de
la vida afectiva, de la vida de los instintos. *El papel que juegan los
fenómenos psíquicos inconscientes. *La existencia del conflicto psíquico y de
la represión. *Los síntomas patológicos como sustitutos de satisfacciones
reprimidas. *La importancia de las relaciones afectivas durante la infancia.
Con fundamento en lo anterior, Freud concluye que el mundo psíquico no coincide
con lo inconsciente; el inconsciente reprimido se manifiesta a través de los
órganos físicos; y para obtener una mejoría es necesario vencer la resistencia
inconsciente.
El brillante sicólogo y sociólogo alemán, Erich
Fromm, conocido como el “sicoanalista de
la sociedad moderna”, siguiendo los planteamientos freudianos, señala que,
si no logramos superar la simbiosis incestuosa o la fijación incestuosa a la
madre, tenemos dificultades para relacionarnos con los demás, específicamente
en el caso de los hombres en sus interrelaciones con las mujeres, debido a sus
conflictos emocionales y síntomas neuróticos. Sobre los hombres que sufren la
patología de la fijación incestuosa a la madre (lo que Freud planteó como el Complejo de Edipo[17]),
Fromm afirma lo siguiente:
“Estos individuos necesitan una mujer que
los consuele, que los ame, que los admire; quieren ser mimados, alimentados,
cuidados. Si no obtienen este tipo de amor tienden a sentirse ligeramente
angustiados y deprimidos. Cuando esta fijación en la madre es de ligera
intensidad, no dañará la potencia sexual o afectiva del individuo, ni su
independencia e integridad. Hasta puede sospecharse que en la mayor parte de
los hombres queda algo de esta fijación y el deseo de encontrar algo de la
madre en una mujer. Pero si la intensidad de este vínculo es grande, suelen
encontrarse ciertos conflictos y síntomas de carácter sexual o emocional…
En este nivel de fijación en la madre el individuo
no desarrolló su independencia. En sus formas menos graves es una fijación que
siempre hace necesario tener a mano una figura maternizante, que espera, que
formula pocas exigencias o quizá ninguna, una persona con la cual puede
contarse incondicionalmente. En sus manifestaciones más graves, podemos encontrar
un individuo que, por ejemplo, elige una esposa que es una austera figura
materna; se siente como un prisionero que no tiene derecho a hacer nada que no
sea en servicio de la esposamadre, que está constantemente temeroso de ella,
por miedo a que se encolerice. Probablemente se rebelará inconscientemente,
después se sentirá culpable y se someterá del modo más obediente. La rebelión puede
manifestarse en infidelidad sexual, en estados de ánimo depresivos, en
explosiones súbitas de cólera, en síntomas psicosomáticos o en un
obstruccionismo general. Este individuo también puede sufrir graves dudas en
cuanto a su virilidad, o perturbaciones sexuales tales como impotencia y
homosexualidad…
En la medida en que el individuo no se ha
desprendido plenamente del vientre o del pecho de la madre, no es libre para relacionarse
con otros ni para amarlos…
¿No demostró el psicoanálisis que un
individuo que no resolvió nunca su dependencia respecto de la madre carece de
capacidad para actuar y decidir, que se siente débil y en consecuencia se ve
obligado a una dependencia cada vez mayor de figuras madres, hasta que llega al
punto del que no hay regreso? ¿No demuestra el análisis marxista que una vez
que una clase —tal como la clase media baja— perdió fortuna, cultura y función
social, sus individuos pierden la esperanza y regresan a orientaciones
arcaicas, necrófilas y narcisistas?”[18].
Así mismo, el escritor Alexander McCall
Smith precisa que:
“Que
un hombre con un ego frágil, poco seguro
de sí mismo, utilizará a una mujer como medio para combatir su inseguridad. Uno
que sepa quién es y esté seguro de su sexualidad, mostrará sensibilidad hacia
los sentimientos de una mujer, no tendrá
que demostrar nada”[19].
En el comportamiento humano o en los
actos humanos también influyen los trastornos de personalidad, como el
esquizoide, paranoide, narcisista y antisocial. Estos son problemas en los
cuales las formas inflexibles y anormales de pensamientos y conducta ocasionan
sufrimiento y conflicto.
Las bases biológicas o la
conformación biológica (conductas, estados de ánimo, motivaciones,
percepciones, sentimientos, pensamientos, memoria y actividades biológicas)
igualmente determinan nuestro comportamiento, y éste no podría ser comprendido
de manera amplia si desconocemos los fundamentos del cerebro y del resto del
sistema nervioso. El comportamiento
humano recibe influencias de los agentes socializadores: la familia, la
escuela, la sociedad, los medios de información y la religión.
¡Quién lo creyera! Hasta los parásitos
influyen en el comportamiento. “Los pacientes con uncinariosis severa adquirida
desde la niñez, presentan franco retardo en el desarrollo mental y físico,
retraso en el desarrollo sexual y alteraciones de la conducta, que se expresan
con neurosis de ansiedad e irritabilidad. Los casos avanzados presentan gran
debilidad, pérdida de fuerza para el trabajo, palpitaciones, disnea, cefalea,
lipotimias, parestesias, anorexia y algunas veces geofagia…”[20].
La
mayoría de las personas se enamoran de la apariencia y no de la esencia de la
persona. ¿Por qué? No conocen el arte de amar y, sobre todo, no piensan;
desconocen que pensar la vida es nuestra tarea. Si uno no reflexiona, no
medita, no analiza y no pregunta, o sea, no piensa, debe atenerse a las
consecuencias, y en el enamoramiento éstas son graves.
Esa
ausencia de la actitud existencial reflexiva, del razonamiento analítico, del
pensar, y esa falta de inteligencia emocional, de dominio (no de represión) de
las pasiones, de armonizar sentimientos y razón, constituyen el óbice para que
no se explore el universo intrínseco de la persona que nos encanta. En la
psiquis de esa persona, como en la de cualquiera otra, existen, inquietos,
indómitos, dinámicos y dialecticos, diversos instintos, pasiones, sentimientos,
imposturas, ocultos deseos, temperamento, carácter, traumas, manías, fobias, inmadurez,
instintos de vida (amor, bondad) y de muerte (odio, destrucción, maldad), necrofilia
(amor a la muerte), narcisismo, simbiosis incestuosa, lucha entre el cordero y
el lobo, entre el hombre y el lobo, entre el bien y el mal… El ser humano está
compuesto de múltiples naturalezas, es una “cebolla” compuesta de muchas capas,
un tejido de muchos hilos… El mundo interior de cada persona no es una unidad, “sino un mundo altamente multiforme,
un pequeño cielo de estrellas, un caos de formas, de gradaciones y de estados,
de herencias y de posibilidades”[21].
Como cuerpo, cada ser humano es uno; como alma, jamás. La personalidad es como
un cubo. “Hay una cara que podemos ver todos (la de encima); caras que pueden
ver algunos y otros no, y si nos esforzamos podemos verlas también nosotros
mismos (las de los lados); una cara que sólo vemos nosotros (la que está frente
de nuestros ojos); otra cara que oculta a todo el mundo, a los demás y a
nosotros mismos (la cara en la que el cubo está apoyado)”[22].
Si no exploramos en ese complejo
universo intrínseco, profundo, recóndito, allende de nuestros sentidos y de
nuestras percepciones, ¿entonces cómo nos vamos a enamorar de la totalidad del
ser que conforma a una persona? ¿Enamorarnos sólo de su apariencia? Esa es la
consecuencia de tanta incomprensión, intolerancia, desconocimiento del respeto
por las diferencias, celos, tragedias pasionales, violencia de acción y de
alusión, manipulación, posesividad, dolor y sufrimiento. ¿Entonces de qué se
lamentan si luego descubren que “no es la misma persona de la cual se
enamoraron”? ¡Claro que no es!; la apariencia es cambiante, dinámica,
contradictoria, evanescente, pasajera. Lo único permanente y que no cambia es
la esencia de cada ser humano, su ser auténtico, su naturaleza intrínseca, por
cuanto proviene de todo un acervo de patrones fisiológicos, psicológicos,
culturales, ambientales y de socialización.
El enamorado que no se atreve a
profundizar en la complejidad de las dimensiones del ser personal del “ser
amado”, como el compromiso, el afrontamiento y la levedad, se encuentra con
grandes dificultades para comprenderse, comprender a la persona que ama y
evitar dolor y sufrimiento. La levedad, por ejemplo, nos muestra a una persona
veleidosa, inconstante. Levedad
es facilidad y ligereza excesiva para mudar de opinión, de pensamiento, de
amigos, de aficiones, de conductas, etcétera; nos muestra a determinada persona
como un ser inconsistente, veleidoso o caprichoso que cambia sus estados de
ánimo sin causa o fundamento; levedad es sinónimo de inconstancia, que es
aquella actitud en la que una persona muda con facilidad de pensamientos, o de liviandad
como cualidad de liviano, cuando se dice que una persona es informal y ligera en su relación con los
demás. Si no se profundiza en estas aristas intrínsecas del ser del cual nos
enamoramos, ¿cómo pretendemos ilusamente que no nos hagamos daño en nuestra
relación afectiva con los demás? Después nos desesperamos inútilmente buscando
quietud en los seres inquietos… Para saber bien las cosas no basta con haberlas
aprendido.
Además de la levedad, al
ser humano lo caracteriza su disposición intrínseca y cultural para mentir. Si
tenemos en cuenta que la mentira es una forma de supervivencia, que, en
ocasiones, nos resulta provechosa, acudimos a ella cuando necesitamos que esté
al servicio de nuestros intereses o conveniencias. Pareciere que las mentiras
fueren inherentes a la condición humana. “Las mentiras, pequeñas y grandes,
constituyen el lubricante de nuestra vida social”[23]. Nuestra cultura se
construyó sobre mentiras. ¿Acaso no es una falacia afirmar que “Dios le dictó
las tablas de la ley a Moisés? ¿O que Alá le “dictó” el Corán a Mahoma? ¿Y qué
decir de la “historia” de Adán y Eva y otros relatos bíblicos? “¡Por qué la
humanidad habrá tomado tan en serio las afecciones cerebrales de sutiles
enfermos!”, sentenció Nietzsche[24]. Y de las mentiras
históricas, ¿qué? Si nuestra civilización se ha construido sobre mentiras,
¿entonces por qué pensar ingenuamente que las personas no vayan a mentir?
¡Claro que mienten cada vez que les resulte de utilidad! El conocido médico
Gregory House afirma que “todo el mundo miente”[25] El brillante intelectual
colombiano Fernando Vallejo plantea que la capacidad de mentir es la esencia
del ser humano. “El ser humano es una bestia bípeda entrenada… para mentir en
las formas más sutiles, de las cuales hoy por hoy es la palabra y las
ecuaciones”[26]
El jurista Francesco Carrara afirmó que “de labios infames mal puede esperarse
la verdad”. Fedor Dostoievski sentenció que no podemos imaginar hasta qué punto
somos capaces de mentir. “¿Cree usted que me irrito porque dicen mentiras? ¡No!
¡A mí me gusta que mientan! Mentir es el único privilegio del hombre frente a
las instituciones. ¡Quién miente llega a la verdad! Por eso soy hombre, porque
miento. No se ha llegado a ninguna verdad sin haber mentido antes unas catorce
veces, y quien sabe si ciento catorce, y eso es honroso a su modo. ¡Pero
nosotros ni siquiera sabemos mentir por inspiración propia! Miente todo lo que
quieras, pero miente por ti mismo, y entonces te cubriré de besos. Mentir según
dicta el ingenio propio es casi mejor que decir la verdad de otro. En el primer
caso, se es persona; ¡en el segundo, un loro!”[27]. ¿El ser humano es, por
naturaleza, un ser falaz? ¡He ahí la cuestión!
Por consiguiente, debemos
ser conscientes de que la persona de la cual nos enamoramos, en cualquier
momento de la relación, incluso antes de
iniciarla, nos puede mentir. Las conocidas y mecánicamente repetidas
expresiones como “Te amo con toda mi
vida”, “Te amaré siempre”, “Jamás te olvidaré”, “Sin ti me moriría”, “Te amaré
toda la vida”, “Sin ti no podría vivir”, “Eres el aire que necesito para
respirar”, etcétera, ¿acaso no son más que flagrantes mentiras? Ni siquiera
son metáforas; no son más que simples “frases de cajón”, vacías de veracidad,
mentiras y sólo mentitas. Palabras despojadas de su realidad óntica. “Palabras, palabras, palabras”, como
dijera el inmortal Hamlet. ¿Y qué tal ésta mentira, la reina de las mentiras?:
“¡Te amo con toda mi alma, te amo con
todo mi corazón!”. ¿Qué es el alma? Pura
abstracción. No sabemos, en realidad,
qué es el alma. ¿Se ama con el corazón? ¡Mentiras! Se ama con el tálamo, hipotálamo,
hipocampo y amígdala, estructuras que se encuentran dentro del sistema límbico,
en el cerebro humano. Según la ciencia, todas las emociones humanas como el
amor, el odio, el miedo, la ira, la alegría y la tristeza están controladas por
el cerebro. “Los
estudios del cerebro ya han demostrado que las emociones humanas se originan en
el llamado sistema límbico, un conjunto de estructuras importantes que incluyen
el hipocampo y la amígdala, entre otras”[28].
Nuestro mundo convencional,
condicionado por el paradigma platónico, está dividido entre lo aparente y lo
real. Lo aparente, la parte ininteligible del mundo, son sólo mentiras e
imposturas; lo real, la parte inteligible del mundo, contiene la auténtica
realidad, difícil de comprender para quien no posea conciencia o espíritu
crítico. Si vivimos en un mundo de apariencias, de imposturas, de mentiras, es
probable que nos mientan. Esta realidad no nos puede tomar por sorpresa.
Debemos estar inmunizados para soportarla y elaborarla racionalmente cuando se
haga presente. Si estamos “preparados” para ello, desde luego conociendo las
debilidades de la naturaleza humana, evitaremos hacernos daño cuando nuestra
pareja nos mienta. Pero esta “toma de conciencia” no implica que tengamos que
“pasarle por alto las mentiras”. Cuando descubramos que nos mienten,
necesitamos tomar decisiones, sin “rasgarnos las vestiduras”. O se termina o se
prosigue con la relación. Eso ya es una decisión muy personal. Lo importante es
eludir el sufrimiento que nos ocasione la mentira.
Sí,
es muy cierto que conocer la verdadera esencia o la naturaleza profunda, el ser
auténtico, de la persona de la que nos enamoramos es una tarea supremamente
compleja, y hasta imposible; pero ello no implica que nos quedemos sólo en su
apariencia, y de ella nos enamoremos. En procura de no hacernos daño, hay que
realizar grandes esfuerzos por penetrar en la esencia del ser amado hasta donde
nos sea permitido y hasta donde el poder de nuestra razón y de nuestro
entendimiento nos facilite. No hay que olvidar que el amor es un arte, y un
arte necesita, entre otras cosas, esfuerzo.
Es
evidente que al momento de enamorarnos prima lo emocional, lo pasional, lo
instintivo, sobre lo racional (“Evidentemente, al hombre no le resulta fácil
renunciar a la satisfacción de estas tendencias…; no se siente nada a gusto sin
esa satisfacción”[29]),
pero no es óbice para que se adopte una postura reflexiva y analítica al
momento de escoger a nuestra pareja, ya sea como novia(o), amante o esposa(o).
Si nos vamos a enamorar de ella, tenemos que moderar el ímpetu de las desaforadas
y aparentemente incontrolables pasiones, con el ánimo de no “ligarnos” a ciegas
a una persona de la cual conocemos muy poco respecto a su complejo,
contradictorio e insondable universo. La etapa previa al “enamoramiento” y el
noviazgo deben constituirse en las instancias en las cuales tenemos que ir
“estudiando” o conociendo al hombre o mujer con quien llegaremos a unirnos, si
así lo decidimos, en matrimonio u otro vínculo afectivo o genital. Si logramos
“conocerla” y nos convencemos de que con ella no nos iremos hacer daño, que es
la persona que merece ser digna de nuestro amor, podremos elegirla como opción
para futura pareja. “Ama, pero fíjate bien qué merece amarse”, nos advirtió San
Agustín. Un amor que no discrimina es, según Freud, injusto, y “no todos los seres
humanos merecen ser amados”[30].
Por
más que lo emocional, lo pasional, lo instintivo, se impongan al momento de
enamorarnos, no podemos dejar al incierto vaivén del azar una elección tan
importante y definitiva como lo es la escogencia de nuestra pareja; tenemos
que, bajo la soberanía de la razón, direccionar nuestras indómitas pasiones
para que no obnubilen la inteligencia al momento de elegir, y así evitarnos dolores,
sufrimientos, desgracias, tragedias y otros peligrosos inconvenientes que genera
la toma inadecuada de decisiones. ¿Qué tal si se elige a la persona equivocada?
Aquí no se trata de tener “buena suerte”; se trata de elegir al ser amado y no
a un potencial enemigo, a la persona que puede convertir la vida de su pareja
en una tragedia y, por ende, se podría terminar odiando… Muchas personas, por
enamorarse sólo de la apariencia, eligen su pareja supuestamente para la
construcción de un proyecto de vida en común, para autorrealizarse y ser
felices; pero, lamentablemente, la persona elegida se encarga de destrozarles
la vida, de “hacérsela a cuadritos”, es decir, de impedirles la búsqueda de la
felicidad…
Hay
que tener en cuenta que, sin que esto suene a determinismo, elegir a la persona
equivocada para amarla y compartir nuestro proyecto de vida, y hasta poner en
riesgo la búsqueda de la felicidad (fin supremo de la existencia), en una
abanico de posibilidades tan amplio y variado como lo son los millones de seres
del sexo opuesto (y del mismo sexo, ¿por
qué no?), es simplemente una mala elección, una soberana tontería. ¿Elegir a
una sola persona para llorar y sufrir por ella, cuando quedan millones de
opciones para elegir? Hay que dejar en libertad a los ojos y “examinar otras
bellezas”, tal como nos aconseja Shakespeare en su Romeo y Julieta. “Penosa e inquietante es la situación de aquellos
hombres o mujeres que permanecen en pareja sin que ésta sea una fuente de
bienestar, de armonía y de creatividad que la haga deseable y definible como
forma de vida”[31]. Es
tal la estulticia humana que sabiendo que vamos rumbo al abismo seguimos sin
preguntarnos qué tan profundo es y cuánta dificultad implicará salir de él. ¡Qué
contradicción! Siendo el amor la experiencia más gratificante, algunos la convierten
en una miseria, en una tragedia, por amar a quien no conviene y, sobre todo, por
no saber amar, es decir, desconocer el arte de amar.
Uno
de los principales problemas al enamorarnos, tal como lo reconoce la psicología,
es que idealizamos al otro. Cegados por el ímpetu pasional e instintivo, no
vemos a la otra persona tal como es, sino como nosotros, idealmente, queremos
que sea.
¡Cuidado,
las apariencias engañan! Las cosas no son lo que parecen ni parecen lo que son.
Las cosas y las personas no son lo que deseamos que sean ni lo que
aparentan ser; son lo que son. Las cosas son como son, y no como nos gustaría
que fueran. “Muchas
veces en la vida, las cosas no son lo que parecen. Nos entusiasmamos con algo y
después resulta ser un fiasco. Nos ilusionamos con alguna cosa y después nos
sentimos decepcionados. Creemos en algo o en alguien, y luego somos
defraudados. Las cosas nos parecen de un modo, pero en realidad son de otro...
Las cosas no son lo que parecen. Es verdad. Y en realidad casi nunca lo son.
Las cosas son lo que son. No lo que nosotros esperamos de ellas. Así nos
enojemos, nos sintamos culpables, o nos deprimamos mucho. Eso no cambiará lo
que son las cosas. Son comportamientos por completo inútiles. Pensamientos y
sentimientos que tienen una sola misión. Entristecerte y arruinarte la vida.
Mantenerte infeliz, atrapado, y sin estima a ti mismo. Uno ganaría muchísimo si
cuando las cosas no son lo que parecen renunciara a la ira, a autoculparse y a
deprimirse. Ganaría muchísimo, porque en realidad son una pérdida de tiempo.
Podría aprovecharse mejor ese tiempo, cambiando uno mismo. Buscando en su
propio interior otra manera de entender e interpretar las cosas… De modo que lo
mejor que puedes hacer, es cambiarte a ti mismo. Siempre es mejor cambiarse a
sí mismo que sufrir inútilmente. Siempre es mejor ser feliz que infeliz”[32].
Según el principio
de identidad (la lógica con la que pensamos), una cosa es lo que es y no otra.
Percibimos,
en apariencia, a la persona que nos gusta o nos atrae como un dechado de
virtudes: amable, respetuosa, tierna, sincera, inteligente, justa, veraz… Y
esto lo tomamos como una realidad indubitable. Como no tenemos el hábito de
establecer criterios de verdad, somos incapaces de someter a la duda estas
supuestas “virtudes”. El potro indómito de nuestras pasiones nos convierte en
seres credulones; nos anula nuestro espíritu crítico, impidiéndonos dudar
racionalmente y entender que a la persona que “amamos”, en cualquier momento,
se le puede caer la máscara que utiliza durante el efímero proceso de
“conquista”, y mostrarse tal como es: una persona con defectos y virtudes, con aciertos
y desaciertos, con tendencia tanto a la bondad como a la maldad… Así que no
idealicemos. No hay personas ideales. Sería procedente que no pasáramos por
alto la sentencia mordaz e irónica de Gustavo Flaubert: “No hay que tocar a los ídolos porque algo de
la pintura dorada que los cubre se nos puede quedar entre las manos”[33].
La
“función” de cada enamorado es tratar de quitarle, de arrancarle, la máscara o
la careta detrás de la cual se oculta el ser auténtico de cada persona. Sólo
así se logra penetrar en el oculto y complejo universo íntimo del ser amado, y
de esta manera conocer su mundo afectivo, emocional, racional, instintivo…
Mundo que es la caldera en donde hierven a altísimas temperaturas lo bueno y lo
malo, lo grandioso y lo perverso, lo santo y lo libertino, lo correcto y lo
incorrecto, la filantropía y la misantropía, el amor y el odio, el espíritu
apolíneo y el espíritu dionisíaco, y las grandezas y las miserias del alma
humana. “El espíritu apolíneo simboliza la racionalidad, la serenidad, el
equilibrio, la medida, la disciplina, la sensatez, conciencia personal, la
armonía y la claridad. El espíritu dionisiaco representa lo erótico, la
desmedida, los deseos excesivos, el placer sin límite, la afirmación de la
vida, lo desbordante, la embriaguez y la negación de la conciencia personal”[34]. Es
tan cierta esta realidad, que lo confirman los irracionales hechos en los que
una persona, supuestamente enamorada, termine odiando al “ser amado” y
fraguando deseos, ideas y acciones concretas con ánimo vengativo y violento en
contra de éste. ¡Qué sinsentido: amar para después odiar! Esto sólo ocurre en
una sociedad neurótica y patológica como la nuestra. ¡Qué conveniente sería el
ideal de que antes de enamorarnos de la apariencia de una persona, nos
enamoráramos de su esencia, de sus ser auténtico! Eso no es fácil, y a las personas
que no piensan, a las personas del rebaño, no les gustan las cosas difíciles.
Cuando
uno se enamora no se puede quedar oliendo el aletargador perfume de las flores
de la apariencia. Si no poseemos la habilidad para explorar en el mundo
emocional, afectivo, social y relacional de la persona que nos gusta y de la
cual nos enamoramos, inexorablemente las consecuencias serán dolorosas. Amar no
es fácil, y los débiles, los que se enamoran de las meras apariencias sin
ahondar en las esencias, recogen de lo que cosecharon: dolor y sufrimiento. Si
queremos ser felices, es imperativo romper con los esquemas tradicionales y las
maneras convencionales de relacionarnos. ¡Ah!, si comprendiéramos que vivir no
es sólo estar en el mundo…
LUIS
ANGEL RIOS PEREA
2012
[1] Ese “conoce” es un decir, por cuanto conocer
a otra persona es muy difícil. Si la “conociéramos” en realidad, cuántos
inconvenientes nos evitaríamos cuando nos enamoramos. Escasamente sabemos quién
es ella o él. Si somos incapaces de conocernos a nosotros mismos, ¿cómo
pretender “conocer” a los demás?
[2] DILTHEY, Wilhelm. La
comprensión de las personas. Fondo de cultura económica, México, 1978, p.
82.
[3] FROMM, Erich. Tener y ser.
[4] DI NAPOLI, Ioannes. Pedagogía. www.filosofia.mx/libros/PEDAGOGIA-IOANNES-Di-NAPOLI.doc
[5] FROMM, Erich. Tener y ser.
[6] PASCAL, Blas. Pensamientos.
Ediciones elalepn.com. P. 278.
[7] FREUD, Sigmund. El malestar en
la cultura. http//www.librodot.com
[8] Ibídem.
[9] Ibídem.
[10] REVOL, Claudina. SANCHEZ, M. Victoria. Freud: el malestar en la cultura.
http://www.uccor.edu.ar/paginas/medicina/publicaciones/Freud.pdf
[11] FELDMAN, Roberto S. Psicología.
McGraw Hill, México,
p. 303.
[12] DIRKS, Heinz. La psicología descubre al hombre. Círculo de Lectores, Bogotá, p.
101.
[13] CAITANO, Bettina. Concepto de psicología. http://www.monografias.com/trabajos12/psicol/psicol.shtml
[14] DIRKS, Heinz. Ob.
cit. p. 100.
[15] Citado por DIRKS, Heinz. Ob. cit. P. 100
[16] Ibídem.
[17] Inclinación erótica del niño hacia la madre,
acompañada de hostilidad y celos hacia el padre. Su presencia es fundamental
para la aparición de inclinaciones eróticas hacia el sexo opuesto, pero es
preciso superarlo para conseguir una sexualidad y personalidad normal. El
complejo de Edipo se desarrolla entre los tres y los cinco años, llega a su
punto culminante en la fase fálica y declina en el período de latencia con la
aparición del superyó.
www.e-torredebabel.com
[18] FROMM, Erich. El corazón del hombre. Fondo de Cultura
Económica, México, 1985, págs. 116, 117, 125 y 148.
[19] McCall Smith, Alexander. El club filosófico de los domingos. Roca
editorial, Barcelona, 2004, p. 112.
[20] BOTERO, David.
RESTREPO, Marcos. Parasitosis humanas. Cuarta
edición. Corporación para investigaciones biológicas, Medellín, 2005, p. 118.
[21] HESSE, Hermann. El lobo estepario. Alianza editorial, Madrid, 1967, p. 66
[22] ABAD FACCIOLINCE, Héctor. El olvido que seremos. Planeta, Bogotá,
2012, p. 241.
[23] GOLEMAN, Daniel. La
psicología del autoengaño. Atlántida, Bogotá, 1998, p. 260.
[24] NIETZSCHE, Federico. Cómo se filosofa a martillazos. www.librodot.com
[25] IRWIN, William. JACOBY, Henry. La filosofía del Dr. House. Selector,
México, 2009.
[26] VALLEJO, Fernando. Manualito de imposturología física. Taurus, México, 2005, p. 11.
[27] DOSTOIEVSKI, Fedor. Crimen y castigo. Oveja Negra, Bogotá, 1982, p. 209.
[28]
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/06/120620_cerebro_amor_lugar_men.shtml
[29] FREUD, Sigmund. El
malestar en la cultura. http//www.librodot.com
[30] Ibídem.
[31] NOGUERA SAYER, Leonor. En busca de una vida propia. Planeta, Bogotá,
1995. Págs. 74.
[32] CUERVO. Las
cosas no son lo que parecen. http://cuervo.obolog.com/cosas-no-son-parecen-362263..
[33] FLAUBERT, Gustavo. Madame Bovary. Oveja Negra, Bogotá,
1982, p. 327.
[34]
http://nichofilosofico.over-blog.es/article-lo-apolineo-y-lo-dionisiaco
Excelente me encantó .muchas gracias
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