En el presente ensayo me
propongo, sin pretensiones de hondura sociológica, antropológica,
epistemológica y filosófica, disertar, con fundamento en mis razonamientos y
mis lecturas, sobre la dificultad de hallar la felicidad en una cultura
monógamica. Este tema, a juzgar por mis consultas, genera enconadas
controversias por cuanto, así como hay defensores de la poligamia, hay
simpatizantes del modelo cultural monogámico. Hay quienes afirman que no está tan claro que la poligamia responda a una
cuestión puramente animal o instintiva. Allende de los apasionamientos que
genere este “espinoso” tema, mis opiniones las emito amparado en el derecho de
pensar y expresarme libremente.
La finalidad suprema del
ser humano es ser feliz. Sin embargo, algunos estilos de vida establecidos por nuestra
cultura, “con su fementido brillo de feria, ordinario y de hojalata”[1], dificultan la búsqueda de la felicidad.
La cultura, que es
producto de la actividad práctica y teórica de la humanidad, de una u otra
manera, encadena a las personas, sin que éstas puedan liberarse a pesar de sus grandes
esfuerzos. Consciente de que la cultura era una cárcel construida por el ser
humano, Rousseau sostenía en El contrato
social[2] que siendo el hombre
libre por naturaleza, andaba por doquier encadenado. A pesar de que el hombre
ansía la libertad, ama la esclavitud. “Es bueno repetir frecuentemente que el
hombre es un ser lleno de contradicciones que se mantiene en situación
conflictiva consigo mismo. El hombre busca la libertad. Hay en su interior un
ansia inmensa de libertad. Y sin embargo, no sólo cae fácilmente en la
esclavitud, sino que inclusive ama la esclavitud. El hombre es un rey y un
esclavo”[3]. La cultura es
una cárcel, sentenció el poeta Pier Paolo Pasoilini; sentencia que coincide
con Goethe, “para quien toda cultura es una prisión cuyas rejas ofuscan a los
transeúntes, y el prisionero, el que se cultiva, choca contra sí mismo…”[4].
Es evidente que la cultura se construye sobre
la renuncia de lo pulsional o de la insatisfacción instintiva. La cultura es
ambigua en cuanto se dan antinomias entre ésta y el poder, la felicidad, los
instintos; “antinomias que se ven corroboradas cuando vemos la cultura como
forma de dominación y de imposición…”[5]. Los
instintos, que predominan en la conducta humana, son “patrones innatos de
comportamiento determinados biológicamente”[6].
Lo instintivo es autógeno en el ser humano, es decir, originado por sí mismo.
“Su aparición no depende de que lo queramos o no”[7].
Los
instintos son las fuerzas que actúan tras las tensiones causadas por las
necesidades del ello. “Son esencialmente conservadores ya que, de todo estado
que un ser vivo alcanza, surge la tendencia a restablecerlo en cuanto haya sido
abandonado”[8].
Los instintos son concebidos como “una inclinación innata que conduce a la
conservación de la existencia y de modo de vida”[9].
El psiquiatra Luis Carlos Restrepo Ramírez advierte que “las fuerzas de la vida
no pueden ser eclipsadas por más que lo intente la cultura, pues lo negado por
el lenguaje conceptual aparece con más ímpetu a través del lenguaje corporal,
cual fuerza rebelde y autónoma que obliga a la escisión del individuo y de la
sociedad”[10].
Ernesto Sábato dice que “las fuerzas del cuerpo y de la tierra son invencibles
y cuando son reprimidas, reaparecen con el resentimiento de los perseguidos”[11].
Los investigadores científicos los agrupan en diversas clasificaciones, entre
las que se destaca la de Huber Rohracher[12]:
vitales, sociales, de placer y culturales. Los instintos se constituyen en el
motor del pensamiento y de la acción. Pero como la cultura pretende someter los
instintos, el hombre moderno no se
siente cómodo, “a sus anchas”, en el ambiente donde vive: la cultura. “La
cultura, como regulación unitaria de la vida en común, es el derecho que
restringe las posibilidades de satisfacción de cada uno en aras de los demás.
La cultura limita la libertad y es frustrante”[13]. Para vivir la vida
auténticamente se requiere de la exaltación del instinto sobre la razón, de la
pasión sobre el intelecto, y de la espontaneidad frente al convencionalismo.
De acuerdo con la visión
sicoanalítica freudiana, el origen de la cultura se encuentra en la represión y
la sublimación de los instintos o pulsiones instintivas. Es por ello que así
como la cultura es necesaria para nuestro bienestar, “es también malestar, al
basarse en la renuncia de los instintos y en la coerción de los mismos”[14]. Así
mismo, este punto de vista científico considera a la persona como un ser
determinado conductualmente “por sus instintos y fenómenos inconscientes que se
desarrollan a partir de su vida instintiva”[15].
La cultura, ese fenómeno social
que encadena, ¿qué es? Es todo ese quehacer material, social y espiritual que
el hombre realiza en su intento de “dominar” a la naturaleza y adecuarla a sus
condiciones de vida: “el quehacer específico del hombre en su interacción con
la naturaleza”[16]. La cultura es definida como “la
acción del hombre que desarrolla y perfecciona su ser”[17]. El psicólogo social David G.
Myers señala que este concepto se refiere a “la conducta, ideas, actitudes y
tradiciones perdurables compartidas por un numeroso grupo de personas y
transmitidas de una generación a la siguiente”[18]. Freud la define como el
“conjunto de las normas restrictivas de los impulsos humanos, sexuales o
agresivos, exigidas para mantener el orden social”[19]. El concepto de cultura se
relaciona con el hombre en el nivel de su humanización, que se “expresa en los
modos específicamente humanos de pensar, de proceder y actuar en sociedad”[20] y con el “conjunto de modos de
vivir y de pensar”[21].
El hombre, por el hecho de ser
hombre, es un ser que hace cultura y se hace gracias a ésta. “La cultura es la
habitación del hombre, su morada”[22]. Al interior de la
cultura, el hombre crea su mundo dentro de un horizonte de posibilidades. La
cultura ofrece un arraigo y unos fines. “Por una parte, debe permitir que el
ser humano se encuentre en el mundo y se interprete a sí mismo como ser humano,
se capte a la vez en el ámbito de las representaciones y de las manifestaciones
de lo vivido, en su cualidad específicamente humana. Por otra parte, debe
permitirle orientarse, tanto en su vida intelectual como en su vida colectiva,
integrar sus actividades en una intención unificadora capaz de dar un sentido
aceptable a sus empresas”[23].
El mundo como totalidad de lo real es para el hombre “su horizonte y, al mismo
tiempo, su estímulo, su hontanar y su desafío; su cuna y su crisálida”[24]. La cultura aparece estrechamente
ligada al particular modo de vida del hombre respecto a su ser y a su quehacer.
“Si mirado a su ser, la cultura es una condición y posibilidad universal de
todos los hombres, mirado a su quehacer es una expresión total que abarca todas
las realizaciones humanas”[25]. Ese conjunto de creaciones
materiales, sociales y espirituales es “la característica de los hombres, del
nivel de su humanización”[26], expresada en el pensar, en el
proceder y en el actuar social. “La cultura viene a ser de este modo el
resultado de la transformación que el hombre imprime a la naturaleza, al
conjunto de nuevas formas de vida creadas por él, la nueva morada artificial
que el hombre se fabrica en la naturaleza”[27].
La cultura, dimensión universal y diferenciante del ser del hombre, que no se limita a un sector del
quehacer humano sino a la totalidad de sus creaciones, está conformada por el
nivel de las industrias (entorno o sistema técnico, que comprende medios técnicos de la producción), de las instituciones (entorno o sistema social, que comprende el conjunto de normas y organizaciones), de los valores (entorno o sistema axiológico, que comprende formas peculiares como un grupo aprecia y estima los distintos aspectos
significativos de la existencia)
y de lo ecológico (entorno o sistema natural, que comprende un ecosistema al
que está integrado el ser humano como a su casa que lo nutre).
El psicoanalista Erich Fromm nos dice que, toda vez que el sujeto de las
ideas es la entidad básica del proceso social, para entender la dinámica de
éste “tenemos que entender la dinámica de los procesos psicológicos que operan
dentro del individuo, del mismo modo que para entender al individuo debemos
observarlo en el marco de la cultura que lo moldea”[28].
La relación del hombre con la cultura es doble. “Por una parte la cultura es producto del hombre. Pero, por otra,
el hombre es producto de la cultura”[29].
La relación del hombre con la cultura es doble, por cuanto, por una parte la
cultura es producto del hombre, y éste es producto de la cultura. “Al crear la
cultura, el hombre se crea a sí mismo, y al crearse a sí mismo, es un productor
de cultura…. El hombre es sustancialmente un ser cultural, y la cultura el
producto de la actividad humana”[30].
La cultura es, también, “una herencia que se renueva con la capacidad creativa
del que la recibe”[31].
Así algunos autores afirmen que
“los modos y los usos culturales no son simples expresiones ideológicas, sino
modos de ser y estar ante la realidad, soportes primarios y constitutivos que
señalan el arraigo y la permanencia de grupos determinados más allá de los
condicionamientos socioeconómicos”[32], el fenómeno cultural
posibilitaría la felicidad si estuviera exento de ideologías dominantes y
condicionamientos de todo orden. A juicio de Freud, cualquiera sea el sentido
que se dé al concepto de cultura, “es innegable que todos los recursos con los
cuales intentamos defendernos contra los sufrimientos amenazantes proceden
precisamente de esa cultura”[33].
La cultura, “descrita como el proceso de la progresiva autoliberación
del hombre”[34], más allá de encadenarnos, debería posibilitar la autorrealización del
ser humano y la búsqueda de la felicidad. Pero, lastimosamente, ésta nos
programa y nos aprisiona en la cárcel de las costumbres acríticas desde el
mismo instante en que nacemos dentro de un determinado contexto dado de
antemano. “Para el hombre, nacer es ‘venir al mundo’, a un mundo determinado
social e históricamente en el que quedamos instalados… Al nacer, venimos al
mundo en una determinada situación y, de situación en situación, vamos
navegando en la frágil barquilla de la existencia, por los inmensos horizontes
de la totalidad intramundana hacia las ultimidades”[35]. Los modelos de relaciones los determina el contexto económico en el
que se desarrollan. “Incluso cuando el individuo nace, ya se encuentra
necesariamente enraizado en el determinado horizonte cultural que lo moldea y
lo afecta desde las manifestaciones más elementales de la vida cotidiana hasta
el complejo de valores, ideas, normas institucionales que ya encuentra como fruto
incesante de esta actividad específica del hombre”[36]. El horizonte cultural nos condiciona desde niños. “El niño crece en
una cultura en la que la realidad social le es, sencillamente, dada”[37]. En opinión de Thomas Mann, “los niños contemplan para admirar
y admiran para aprender y desarrollar lo que llevan por herencia”[38].
Según el filósofo Nicolás Berdiayev, el entorno social y la educación
contribuyen a que el niño pierda su libertad. “La incitación que obra sobre el hombre desde su medio social y que
recibe desde su infancia, puede convertirlo en esclavo. Un sistema de educación
puede despojar completamente a un hombre de su libertad, e incapacitarlo para
ejercer la libertad de juzgar”[39]. Los
investigadores Walter Ritter Ortiz y Tahami E. Pérez Espino plantean que cada
individuo nace en una determinada cultura y las orientaciones y creencias
básicas de ésta lo forman y permanecen profundamente arraigadas durante toda la
vida en su personalidad. “Lo que ocurre con el individuo, ocurre también en el
campo del conocimiento. Las fuentes a partir de las cuales se desarrolla un
campo del conocimiento permanecen en el seno de éste y definen lo que es real y
lo que es verdadero, lo que tiene sentido y lo que es un disparate, lo que
constituye la forma básica o la esencia de la realidad. Si nuevos datos
contradicen estas creencias, sobreviene un conflicto. En esa pugna se producen
confusiones y una pérdida de comunicación”[40].
Entre los múltiples condicionamientos
culturales encontramos los convencionalismos y los marcos referenciales. Los
convencionalismos son el “conjunto de opiniones o comportamientos
admitidos por conveniencia social, por acuerdo, por tradición o costumbre”[41].
Los convencionalismos, ese “conjunto de opiniones o procedimientos basados en
ideas falsas que, por comodidad o conveniencia social, se mantienen como
verdaderas”[42],
a pesar de que en ciertas circunstancias orientan nuestra vida en comunidad,
lamentablemente en otras nos encadenan a la cotidianidad. “El condicionamiento a la sociedad o medio cultural puede ser muy
útil a veces, pero si esto es llevado a un punto extremo, puede convertirse en
una neurosis, particularmente si el resultado de esta adaptación a los
"debes hacer esto o aquello" es la infelicidad, la depresión o la
ansiedad… Un "debe" es malsano sólo cuando se cruza por el camino de
los comportamientos sanos y eficientes. Así, cuando descubras que estás
haciendo cosas desagradables y que no son productivas debido a algún
"debe", quiere decir que has renunciado a tu libertad de elección y
estás permitiendo que te controle alguna fuerza exterior”[43].
Muchos temen a la “sociedad”, al “qué dirán”, a la presión social. D. H.
Lawrence escribía que la sociedad “era una bestia maligna y rayana en la
locura”[44].
En opinión de la psicóloga Leonor Noguera
Sayer[45],
algunos convencionalismos posibilitan la sobrevivencia, nos ponen “a salvo del
riesgo de vivir”; pero la gran mayoría, convertidos en arma de doble filo,
ahogan la identidad y desdibujan el verdadero yo. Quienes obedecen a su
tiranía, viven “ajenos a cualquier análisis a fondo sobre sí mismos”. Al
pertenecer al conjunto de los que “hacen lo mismo”, adoptan una actitud que se
torna rutinaria, “psíquicamente muy económica”, y permiten que “la energía para
reflexionar y pensar que virtualmente disponible para tareas ajenas a la propia
vida, que, en cuanto transcurre tranquilamente, se considera resuelta”. También
se disuelven en lo cotidiano, que se les convierte “en un hondo motivo de vacío
interior, con sentimientos dolorosos de ansiedad, desasosiego, insatisfacción,
inseguridad e incertidumbre. Los convencionalismos son el “ropaje formal que
silencia los tonos y los llamados para una reflexión…”.
Los marcos
referenciales construyen la realidad cotidiana, que determina cuáles actitudes
son apropiadas o inapropiadas, qué percibir y qué ignorar. La teoría de los
marcos referenciales la expone el sicólogo y filósofo Daniel Golemán[46]
en su libro La psicología del autoengaño.
"Un marco referencial es una definición compartida de una situación,
que organiza y gobierna los eventos sociales y nuestra participación en
ellos... Es la cara pública de los esquemas colectivos... Se origina cuando los
participantes activan esquemas compartidos con respecto a determinada acción o
situación". El marco referencial confiere el contexto, y nos indica cómo
leer lo que sucede. "Es algo altamente selectivo; aparta la atención de
todas las otras actividades que se producen simultáneamente y no corresponden a
ese marco". Todo lo que está fuera del marco no merece atención. "Lo
que está fuera del marco referencial también está al margen de la conciencia
consensuada, inmerso en un especie de submundo colectivo".
El mundo
social está lleno de marcos referenciales
que orientan la atención hacia ciertos aspectos de la experiencia y la
apartan de otros. "Los marcos referenciales definen el orden social. Nos
dicen qué es lo que está pasando, cuándo hacer y qué y a quién. Dirigen nuestra
atención hacia la acción que se encuentra dentro del marco y la apartan de lo
que, si bien es accesible a la conciencia, es irrelevante... Cada cultura es un
conjunto de marcos referenciales. En la medida en que los marcos difieren de
cultura a cultura, los contactos entre la gente de distintos países pueden
resultar un fracaso... Los marcos referenciales no sólo dirigen la interacción,
sino que también dictan de qué manera debe considerarse a la gente en sus
distintos roles... Cuando nuestros marcos referenciales no coinciden, el orden
público se tambalea... Muchas veces no estamos demasiado seguros respecto de
cuál es el marco de referencia correcto para un momento dado... Los esquemas
sociales domestican la atención... ".
El quehacer cultural,
encaminado a “proteger al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones
de los hombres entre sí”[47], estableció prácticas,
rutinas, ceremoniales, rituales, costumbres, tradiciones, estilos de vida,
patrones de conducta, convenciones, industrias, valores e instituciones, que,
entre otras cosas, le han servido para restringirle su ansiada libertad. La
cultura se ha convertido en fuente de malestar, por cuanto “la culpa de ser
como somos y también de lo que nos pasa como sociedad es culpa de nuestra
cultura”[48].
En el sentir de Freud,
“nuestra llamada cultura llevaría gran parte de la culpa de la miseria del
sufrimiento…”[49]. En la esencia de la
cultura en que vivimos el logro de la felicidad, según este pensador de la
sospecha, se ha puesto en duda. Plantea que la vida como nos es impuesta
conlleva dolores, desengaños y tareas complicadas.
“Tal como nos ha sido
impuesta, la vida nos resulta demasiado pesada, nos depara excesivos
sufrimientos, decepciones, empresas imposibles”[50].
Es probable que si las exigencias culturales fueran menores, se
incrementarían las posibilidades de dicha. Es importante aclarar que
Freud, que aparece en este texto como un crítico virulento de la cultura, es
hijo de la cultura de su tiempo y sus planteamientos sobre la felicidad pudieron
originarse en su experiencia, pero “él era también un crítico severo de la cultura y veía a
la sociedad como una fuente de infelicidad”[51]. La sociedad, en
concepto de D. H. Lawrence, es “una bestia maligna y rayana en la locura”[52]. En
opinión del psicólogo Calvin Hall, “Freud desenmascaró nuestras hipocresías,
nuestras ideas falsas, nuestras racionalizaciones, nuestras verdades, y ningún
esfuerzo de los humanistas y los racionalistas podrá restablecer la máscara”[53]
En opinión de Federico
Nietzsche, la racionalidad occidental, a través del modelo cultural, eclipsó el
espíritu dionisiaco en el hombre. “El espíritu dionisiaco representa lo erótico,
la desmedida, los deseos excesivos, el placer sin límite, la afirmación de la
vida, lo desbordante, la embriaguez y la negación de la conciencia personal”[54].
Como quiera que un
componente de la felicidad lo constituye la armonía y el disfrute de las
relaciones afectivas, el amor y el erotismo son las pasiones que predominan en
nosotros, ejerciendo una poderosa fuerza lo instintivo, lo erótico, es decir,
el disfrute de la genitalidad; de manera que el erotismo genital vendría a
ocupar el centro de la existencia humana, tal como lo reconoce Freud. “Cuando señalamos
la experiencia de que el amor sexual (genital) ofrece al hombre las más intensas vivencias placenteras,
estableciendo, en suma, el prototipo de toda felicidad, dijimos que aquélla debía
haberle inducido a seguir buscando en el terreno de las relaciones sexuales
todas las satisfacciones que permite la vida, de manera que el erotismo genital
vendría a ocupar el centro de su existencia”[55].
Teniendo en
cuenta lo anterior, se infiere que ese disfrute pleno de la sexualidad, y, por
ende, la búsqueda de la felicidad, se encontrarían con diversos inconvenientes
en nuestra cultura monogámica como a
diario lo observamos, vivenciamos y experimentamos. Realidad que permite
deducir que, posiblemente, somos, por naturaleza, seres poligámicos, encadenados
en una cultura monogámica. “Es inútil disputar acerca de la poligamia, puesto que
de hecho existe en todas partes y sólo se trata de organizarla. ¿Dónde se
encuentran verdaderos monógamos? Todos, a lo menos durante algún tiempo, y la
mayoría casi siempre, vivimos en la poligamia… El matrimonio es una celada que
nos tiende la Naturaleza.”[56].
El aserto de
que somos seres poligámicos por naturaleza es problemático. Quienes lo defienden
esgrimen fundados argumentos. Los investigadores Malcolm Potts y Roger Shorts
plantean que “el hombre es un animal de
naturaleza polígama que se ha empeñado en ser monógamo”[57]. El psicólogo Christopher Ryan, en un polémico
escrito plantea que “la naturaleza humana Homo Sapiens -y el grueso de nuestro
proceso evolutivo- indican que nuestra especie está bioprogramada para la
poligamia, para recibir y responder a estímulos sexuales de múltiples parejas”[58],
a la vez que expresa la dificultad de “esgrimir argumentos biológicos que nos
lleven a la naturalidad preeminente de la monogamia; quizás el argumento que
más permea la historia a favor de la monogamia proviene de la herencia
religiosa. La implementación de la monogamia en la Tierra puede ser entendida
como una forma de vivir bajo los principios morales dictados por una entidad
superior, viviendo en imagen y semejanza”[59].
El predominio de la monogamia en nuestra cultura, según el Diccionario visual del sexo, podría adjudicarse “a un
condicionamiento cultural más bien que a la naturaleza humana básica”; a la vez
que aclara que en nuestra civilización “la monogamia está apoyada por las
autoridades legales y religiosas…”[60].
La dificultad de la problemática que genera la monogamia también fue
motivo de preocupación para el presidente de los Estados Unidos Calvin
Coolidge, por cuanto, en los albores del siglo XX, compartía “con los biólogos
del futuro la opinión de que la monogamia en la pareja no es una situación tan
‘natural’ como todavía hoy muchos siguen pensando”[61].
La
realidad de las últimas investigaciones, como las de los científicos
norteamericanos David Barash y Judith Lipton “son contundentes y podrían
resumirse diciendo que entre los mamíferos y, particularmente, entre los
primates sociales no es fácil constatar la monogamia como práctica habitual”[62].
Afirman que la monogamia no es natural y que no estamos biológicamente
preparados para la monogamia. “Es decir, el ser humano, desde un punto de vista
biológico y antropológico no es monógamo”[63].
En algunas sociedades, la poligamia está proscrita
por la ley, y en otras está permitida, lo que “lleva a pensar que muy
probablemente el ser humano disponga de cierta flexibilidad que le permite
adaptarse a formas diferentes de estructura familiar”[64].
Algunas mujeres, a pesar de vivir en la civilización musulmana, en donde es
legítima la poligamia, es posible que no sean felices en esa “cultura” que les
restringe muchos de sus derechos. “La capacidad multiorgásmica de las mujeres y la llamada ‘vocalización copulatoria femenina’,
también sugieren que estamos hechos para la poligamia”[65].
El
funcionamiento de algunos neurotransmisores, como la feniletilamina, dopamina,
serotonina, norepinefrina y oxitocina, genera un fuerte e incontrolable impulso
al momento del enamoramiento que afianzan la monogamia; pero al disminuir este
impulso “la razón entra en juego ya que biológicamente estamos condenados no
sólo a buscar pareja sino también a sentir los incentivos de alrededor”[66].
Hay quienes reconocen que, instintivamente no somos
monógamos, pero aceptan que la dificultad radica en la incapacidad de salirse
de los patrones culturales socialmente establecidos y ser sinceros consigo
mismos. “Está claro que a nivel exclusivamente sexual el ser humano no se
acopla bien a la monogamia, como no lo hacen la mayoría de las especies animales;
sin embargo la pareja monógama parece representar un núcleo social estable…”[67].
Por lo general, “la poligamia es el modo natural de sexualidad del ‘ser humano universal’, no algo al
alcance del hombre corriente, que lo ve desde su estrecha mente como un modo
legal de concubinato cuando es algo esencialmente diferente: la poligamia “hace sociedad”, mientras el adulterio
o/y concubinato destruye la sociedad”[68].
Quienes aceptan que somos seres de naturaleza
poligámica, presos al interior de una cultura monogámica, reconocen la enorme
dificultad que implica la conquista de la felicidad. Cuando cualquier
integrante de la pareja, ya sea dentro del noviazgo, la unión marital de hecho o
del matrimonio, obedeciendo a su naturaleza, decide establecer un vínculo
alternativo, ya sea afectivo o genital, se suscita un grave conflicto emocional
en el otro componente de la pareja, supuestamente por haber sido “traicionado”,
desencadenándose así los celos, el dolor, el sufrimiento, el odio, el
resentimiento, el rencor y el insaciable deseo de venganza, sin entender que en
el amor el daño se lo hace uno mismo y no los
comportamientos de los demás. Se desencadena así dentro de la relación
afectiva la lucha de todos contra todos: unos por defender su libertad y otros
por restringir la de los demás. Inútilmente se quiere buscar quietud en los
seres inquietos. La persona que se siente "ofendida" por
la "traición" no razona coherentemente, atropellando la libertad del
otro. Cuánto
fundamento le asistía a Freud al afirmar que las relaciones sexuales son
“fuente de la más intensa envidia y de la más violenta hostilidad entre los
seres humanos”[69]. En la monogamia se da la dialéctica del amo y del
esclavo. Necesitamos un esclavo para que éste a su vez nos esclavice. El amo
domina sobre el esclavo y el esclavo termina dominando sobre el amo. “El esclavo prefiere ser esclavo. Y es el esclavo quien renuncia a su deseo y
se somete al deseo del otro. De este modo el esclavo reconoce al amo como tal y
se hace reconocer por él como esclavo. El vencido depende del otro”[70]. La conciencia dominante termina siendo
dominada. “Amo y esclavo son términos correlativos. Ninguno de los dos puede
existir sin el otro… Esclavizar
a otro es también esclavizarse a sí mismo… El
amo no es otra cosa que la imagen de un esclavo que lleva el mundo a la
disolución… Por su voluntad de
esclavizar, el hombre no sólo esclaviza a los demás sino a sí mismo… Con el
mismo poder con que esclaviza al otro, se esclaviza también a sí mismo”[71].
La monogamia contribuye al fortalecimiento de
la mentira, toda vez que se acude a ella cuando se establece un vínculo
alternativo (“clandestino”), y así evitar los consabidos contratiempos que
genera el disfrute libre y autónomo de la afectividad o de la genitalidad por fuera de los férreos límites establecidos
por nuestra cultura monogámica. El sicoanalista Alberto Goldin,
interpretando a Freud, señala que las prohibiciones y los deseos incrementan la
poligamia. “Del mismo modo como la ropa fabrica al desnudo, la prohibición de
la poligamia, la incentiva. Es una cualidad o un defecto humano, desear
precisamente aquello que no debería, lo que acaba transformando lo prohibido en
imprescindible. Hay una antigua guerra entre deseos y prohibiciones, y, como es
obvio, los deseos van ganando, porque es al prohibir que se convence a algunos
indecisos respecto de cuál es el mejor lugar para desear. No se puede domesticar
el deseo, por el contrario, lo que verdaderamente lo extermina es su
satisfacción”[72].
Al ser humano lo caracteriza su disposición intrínseca y cultural
para mentir. Si tenemos en cuenta que la mentira es una forma de supervivencia,
que, en ocasiones, nos resulta provechosa, acudimos a ella cuando necesitamos
que esté al servicio de nuestros intereses o conveniencias. Pareciere que las
mentiras fueren inherentes a la condición humana. “Las mentiras, pequeñas y
grandes, constituyen el lubricante de nuestra vida social”[73]. Nuestra cultura se
construyó sobre mentiras. ¿Acaso no es una falacia afirmar que “Dios le dictó
las tablas de la ley a Moisés? ¿O que Alá le “dictó” el Corán a Mahoma? ¿Y qué
decir de la “historia” de Adán y Eva y otros relatos bíblicos? ¿Y qué tal el
cuento de que el “santo” Papa era el representante de Dios en la tierra? ¿Cuál
Dios? Ni qué decir de la mentira más grande que se haya anunciado: Dios o
dioses... Y de las mentiras históricas, ¿qué? ¿Qué persona (con espíritu
crítico –y aun sin él-) podrá dar por ciertas las leyendas de Alejandro Magno,
Carlomagno, Napoleón, Simón Bolívar y otros “héroes”? Si nuestra cultura y
nuestra civilización se han construido sobre mentiras, ¿entonces por qué pensar
ingenuamente que las personas no vayan a mentir? ¡Claro que mienten cada vez
que les resulte de utilidad! ¿El ser humano es, por naturaleza, un ser falaz?
¡He ahí la cuestión!
La monogamia contribuye a la cosificación de las personas. La persona,
supuestamente víctima de una "infidelidad", incapaz de entender que
su pareja no es un objeto de su propiedad, lo violenta con invectivas, insultos,
denuestos y agresiones físicas; no sólo a él o a ella, sino que también
extiende sus dicterios hacia la persona con la cual se mantiene el vínculo alternativo,
con expresiones que atentan contra la dignidad humana como: "Esa perra me quitó a mi marido".
"Esa zorra me quitó a mi novio". “Yo mato a ese hp que me quitó a mi esposa”. “Ese malnacido me quiere
quitar a mi novia, y eso no lo permito”, etc. La sicoanalista María del Carmen Molina señala
que “los celos
existen porque vivimos en una sociedad monogámica y la sexualidad humana es
poligámica”[74].
El aludido Goldin, agrega que la sexualidad humana, además de poligámica, es
“un poco perversa”[75].
Los celos, además de esclavizar, tiranizan. Los celos, en concepción de
filósofo Nicolás Berdiayev, son una manifestación de tiranía en forma pasiva.
Una persona celosa es un tiranizador que vive en un mundo de ficción y
alucinación”[76].
Un especialista en relaciones de pareja, sobre el fenómeno de los celos señala
lo siguiente:
“Los
celos son una de las plagas más efectivas en exterminar relaciones, porque
nadie los soporta, ni el que cela, ni el que es celado…
El
problema de la bendita individualidad de las personas es que nos enseña a ser
egoístas, y cuando uno comienza a compartir la vida con otro ser humano no lo
ve como eso, como un ser que respira, que es un ser vivo, que piensa y que
también tiene sentimientos. Es en ese momento cuando comenzamos a ver a las
personas como objetos, como pertenencias que no pueden salir ni por un minuto
de nuestras manos.
A
este egoísmo crónico de los seres humanos lo llamaremos "Celos". Los
celos son un concepto que ha llegado a la humanidad para acabar con la
tranquilidad, son un arma de doble filo que termina apuñalando tanto a quien
los padece como a quien es celado.
Y
es que uno nunca termina de aprender que eso de tener una pareja no significa
que tenga un título de propiedad sobre esa persona, porque cada quien hace de
su vida lo que mejor le parece. Aun estando en una relación, cada quien es
libre de hacer lo que le dé la bendita y regalada gana. Obvio, hay que tener en
cuenta que ante todo está el respeto por su pareja y por la relación, pero eso
no impide que la voluntad de cada uno prevalezca sobre la voluntad del par”[77].
Dado el “machismo” imperante en nuestra sociedad, como producto
cultural, la mujer termina más lesionada que el hombre ante un evento de
“infidelidad”, porque pareciere que, socialmente, estuviere “aceptada” la
“infidelidad” masculina y censurada la femenina. Cuando la mujer es “infiel” el
ego “machista” se ve “pisoteado”; en cambio, cuando el “infiel” es el hombre a
la mujer se le afecta profundamente todo su universo emocional. El conflicto y
la violencia, en los dos casos, surge ipso facto, porque, debido a la
programación cultural, la “víctima” reacciona “dolida” y furiosa. ¡Qué
desperdicio tan absurdo de vida! ¿Así cómo se alcanza la felicidad, el fin
supremo de nuestra existencia?
En nuestro medio, como un “mecanismo de defensa”, el responsable de la
“infidelidad” trata de negarla por temor a las irracionales consecuencias. Como
la sociedad monogámica impone todos esos condicionamientos, al “acusado” de ser
“infiel” la negará, porque aceptarla le traería, inexorablemente, graves
secuelas. En esa dinámica el ser humano se niega a sí mismo, debido a que debe
negar sus actos. ¿Pero cómo ser sincero y “dar la cara”, si decir la “verdad”
le acarrea un profundo conflicto interpersonal. Negar los actos será la única
salida para evitar la alteración del
orden público. La terapeuta María Consuelo Cárdenas precisa que en las
parejas el complejo tema de la “infidelidad” es difícil y bastante conflictivo.
“En nuestro contexto social colombiano esa es una actitud de gran aceptación,
principalmente entre los varones. A su vez, la parte ofendida aprovecha esta
situación para reducir todo conflicto que en el pasado lo haya enfrentado con
su cónyuge a la presente cuestión de la infidelidad, sin ver que ésta no se
presenta en el vacío… En nuestra cultura, si bien la infidelidad es un fenómeno relativamente frecuente y
prácticamente aceptado, sobre todo en
los hombres, es igualmente rechazado y condenado, sobre todo en las mujeres”[78]
Desgraciadamente, debido a la “educación” social, la mujer es quien más percibe
y siente el “dolor” de la “infidelidad” y las dificultades.
Como seres posesivos, para confundirnos y complicarnos más la
existencia, acudimos al adjetivo posesivo “mi”.
Y entonces nos creemos en el “legítimo” derecho a encadenar con el “mi” a las personas, como si fueran sólo
objetos, y en especial a la persona que decimos amar: “Mi novia”. “Mi novio”. “Mi esposa”. “Mi esposo”, etc. Como vivimos
encadenados al modelo cultural establecido, acríticamente aceptado, nos creemos
dueños de los demás. Cuando establecemos un vínculo afectivo, engañados como
vivimos, damos por sentado que el otro nos pertenece. “La consecuencia habitual
de una pasión es que, cuando la unión se regulariza, se posee un título de
propiedad de otro cuerpo además del propio. Decimos mi mujer o mi marido, para
referirnos al resultado de esta transacción. La mujer tiene ahora un cuerpo masculino, el de su marido, y viceversa”[79]. Nuestra cultura, en donde impera el
“machismo”, es común que el “hombre” se crea dueño de “su” mujer. ¡Qué gran
contradicción: mientras el “hombre” exige “fidelidad” a “su” esposa, él busca,
insaciablemente, serle “infiel”!
El lenguaje, como las personas, también ha sido cosificado en nuestra
cultura imperante. En algunas ocasiones, la confusión existencial comienza por
la confusión en el lenguaje, que es una creación cultural. ¡Qué paradójico! Muchas
veces, el lenguaje, que es la esencia del ser humano, nos aprisiona en su
cárcel. El lenguaje, que es arbitrario, que es una convención, es un conjunto
de símbolos que manipulamos para, en muchas ocasiones, manipular, encarcelar o
encarcelarnos. Anterior al habla, la característica fundamental del lenguaje es
que “cuando somos arrojados al mundo el lenguaje ya está ahí, con sus
significados culturalmente establecidos”[80].
Se dice que el lenguaje con que el individuo se expresa depende fuertemente del
discurso que domina en los grupos de los que forma parte, lo mismo que de su
ambiente social y su cultura.
Acostumbrados a la apariencia de que somos “dueños” de las cosas,
adoptamos, irreflexivamente, la postura de que también somos dueños de las
personas; que nuestra pareja tiene la “obligación” de permanecer siempre con
nosotros y sernos “fieles”. El mito del amor eterno es una mentira. ¡Cuando a
uno no lo quieren, no lo quieren! El psicólogo Walter Riso[81]
es explícito cuando nos aclara que en toda relación se debe aceptar el riesgo, la
incertidumbre, la imprevisión y ser atrevidos. “No hay relación sin riesgo. El
amor es una experiencia peligrosa, eventualmente dolorosa y sensorialmente
encantadora. Este agridulce implícito que lleva todo ejercicio amoroso puede
resultar especialmente fascinante para los atrevidos y terriblemente amenazante
para los inseguros. El amor es poco previsible, confuso y difícil de
domesticar. La incertidumbre forma parte de él, como de cualquier otra
experiencia”. Estas personas, al perder a su “amado”, dicen: “¡No lo puedo creer!” “¡Jamás pensé que esto
me pasara a mí!” “¡Me parece imposible!” Hay que ser realistas, la pareja
no dura para siempre. No podemos confundir posibilidades con probabilidades.
Uno debe afirmar: “Hay muy pocas
probabilidades de que mi relación se dañe, remotas si se quiere, pero la
posibilidad siempre existe”.
La cultura monogámica atenta contra la
libertad y la justicia. “La imposición de una vida
sexual idéntica para todos, implícita en estas prohibiciones, pasa por alto las
discrepancias que presenta la constitución sexual innata o adquirida de los hombres,
privando a muchos de ellos de todo goce sexual y convirtiéndose así en fuente
de una grave injusticia”[82]. El amor genital heterosexual, culturalmente aceptado, encontró
su menoscabo en “las restricciones de la legitimidad y de la monogamia”[83].
La cultura impone a la pulsión erótica determinados requisitos morales,
prohibiendo la homosexualidad y las transgresiones anatómicas, y limitando, por
la legitimidad y la felicidad, el amor genital heterosexual, que es la forma de
relación predominante en nuestra sociedad, profundamente influenciada por la
cosmovisión religiosa, institución que, con su moralidad y sus dogmas, ha
obstaculizado en disfrute pleno de la genitalidad y la búsqueda de la verdad con
absurdas restricciones. “Una moral en la que no hay lugar para la verdad, nunca
será una moral verdadera. Es posible que no nos guste la verdad, que la
encontremos ofensiva e inconveniente, que la persigan, que le den un sentido
diferente, que la supriman por medios legales; pero el intentar sostener que los
hombres tienen la última palabra sobre la verdad, es una blasfemia y la última
ilusión. La verdad vive siempre y los hombres no”[84].
Este condicionamiento cultural, impuesto por la religión, sería la evidencia de
que “el plan de la Creación no incluye el propósito de que el hombre sea feliz”[85].
Pareciere que los caminos que emprende el hombre en búsqueda de la felicidad,
que según Freud se encuentra en el amor sexual, son obstaculizados por la
religión que impone un solo camino para la obtención de este supremo fin de la
existencia, reduciendo el valor de la
vida y alterando la imagen del mundo real a través de la intimidación de la
inteligencia y de la represión de lo instintivo. “Según Ryan,
la historia sexual de la humanidad es la historia de la represión autoritaria
de la libertad orgiástica -que disfrutábamos en las sociedades nómadas
igualitaria- por parte de los mecanismos de poder religiosos y políticos
formados con el nacimiento de la agricultura hace 10 mil años. La cultura -esa
ropa mental indisociable del cultivo propio de la agricultura- es una especie
de cover-up de nuestra energía libidinal, en el que participan tanto sacerdotes
como terapeutas”. La cultura actual solamente
tolera “las relaciones sexuales basadas en la unión única e indisoluble entre
un hombre y una mujer, sin admitir la sexualidad como fuente de placer en sí,
aceptándola tan sólo como instrumento de reproducción humana que hasta ahora no
ha podido ser sustituido”[86].
Según
Freud, la satisfacción de
los propios instintos “no debería estar limitada por
ningún
tipo de ley moral, sino sólo por la convicción de
la necesidad de reglas que tienen como único objetivo el de
evitar conflictos con los otros”[87]. Socialmente existe una
concepción errónea de la poligamia. “La poligamia no significa anular las
relaciones de fidelidad y lealtad emocional, significa entender los principios
biológicos que también son parte importante de nuestro complejo organismo; y
comprenderlo podría acabar con buena parte del daño emocional que los celos y las
infidelidades propician”[88].
Es muy diciente el sentir de Noguera Sayer cuando nos previene que “elegir a
alguien, quererle y convivir con él no le confiere a ninguno de los dos la
exclusiva, excluyente y asfixiante posesión que impida el intercambio con otros
seres del entorno, capaces de aportar savia vital al proceso de vivir”, y aclara
que “exagerada, vanidosa y difícil es la exigencia que busca en una sola
persona las condiciones que le permitan constituirse en fuente única de
satisfacción para las necesidades afectivas e intelectuales de la otra”[89].
Teniendo en cuenta que
nuestra cultura dificulta alcanzar la felicidad, se evidencia hostilidad hacia
ella fundada en la imposición del cristianismo que deslegitimó el valor de la
vida terrenal, en la separación entre instintos del yo e instintos sexuales, y
en la renuncia a las satisfacciones instintivas, cuya satisfacción es “la
finalidad económica de la vida”[90]. El filósofo André
Comte-Sponville afirma que “las iglesias cristianas, en particular la católica,
hicieron del sexo algo malo, un pecado, incluso dentro del matrimonio”[91]. Negar
nuestros impulsos instintivos sería como negar lo que nos hace humanos. “Si la sexualidad
no es presente absoluto, no forma parte de la Vía ; y, si no forma parte de ese
camino espiritual que somos, uno no es más que algo muerto que hace amagos de
estar vivo…”[92]. El amor sexual, “el
prototipo de toda felicidad”[93], al estar enfocado hacia
un objeto exclusivo generaba sufrimiento ante la pérdida de éste. Por ello se
estableció el “amor universal por la humanidad y por el mundo[94]” (amor cristiano), que
también tiene sus objeciones porque “un amor que no discrimina”[95] es injusto, y “no todos
los seres humanos merecen ser amados”[96]. San Agustín sentenció:
“Ama, pero fíjate bien qué merece amarse”.
Así, al amor sexual (“genital”) le fue coartado lo instintivo, y éste fue
reemplazado por un amor inhibido; pero en el inconsciente quedó arraigado el
“amor plenamente sexual”. De esa manera el amor se divorció de la cultura, por
cuanto el amor se oponía a los intereses de aquella, la cual “lo amenazaba con
sensibles restricciones”[97].
Razonando en términos
filosóficos profundos se podría decir que la monogamia, con todas sus ataduras
y condicionamientos, atenta contra la libertad, que es la esencia misma del ser
humano. ¿Y si éste no es libre, entonces qué es? “Sólo una relación
sentimental, en la que uno reivindique la vida y la libertad del otro, puede
hacer felices a los dos”[98]. La persona no puede
renunciar a su libertad, porque ésta constituye parte de su esencia, y es un
ser para la libertad y está condenado a ser libre, tal como lo planteaba
Sartre, el “apóstol” de la libertad y el filósofo más genial del siglo XX.
Con el ánimo de vivir en una aletargadora armonía, algunos integrantes de la
pareja se abstienen del disfrute, autónomo, libre y responsable, de su
naturaleza poligámica, reprimiendo y renunciando “a las satisfacciones
instintuales”[99]. Muchos,
de manera hipócrita, desleal y cínica, aparentan la llamada fidelidad, pero, incitados por su instinto, anhelan ser infieles. “En su origen latino, fidelidad significa confianza y la
confianza va estrechamente ligada a la sinceridad. El amante monógamo
generalmente oculta cualquier atracción que siente por alguien para no
inquietar o herir a su pareja, por lo tanto, no tiene sentido relacionar
monogamia con fidelidad, si partimos de que esta ‘fidelidad’ no es sincera”[100].
Es procedente tener claro que la llamada “fidelidad” solamente funciona
si es producto de una opción o decisión libre y autónoma asumida
conscientemente, “producto de una elaboración adecuada y no como efecto de una
amenaza o prohibición, sean éstas de índole
religiosa o moral”[101]. Cuánta
razón tenía el inmortal Hamlet al sugerirnos que el ser humano juega un papel
en la vida y sueña con otro.
En la cultura monogámica “toca” ser fiel si
se quieren evitar los conflictos. ¿Consecuencias?
¡Neurosis! “Se corre, sin embargo, el riesgo
de la neurosis, porque, como ha explicado el psicoanálisis, las frustraciones
sexuales son su causa. De donde cabe inferir que siempre habrá un antagonismo
entre la cultura (en el sentido ya conocido) y la sexualidad. Las innumerables
restricciones que la civilización conlleva, difícilmente son compatibles con la
felicidad”[102].
Y esta alteración nerviosa genera un desorden crónico
de personalidad que produce una visión distorsionada de la vida y una actitud
distorsionada ante ella… La persona cae en la neurosis “porque no logra
soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus
ideales de cultura”[103].
Los síntomas neuróticos aparecen “como formaciones sustitutivas de individuos
insatisfechos”[104].
Es motivo de la reflexión la pregunta de Erich Fromm: “¿Qué otra cosa es la
neurosis –de cualquier tipo- sino la pérdida por el hombre de la libertad para
obrar racionalmente?”[105]
La cultura, según Freud, es fuente de infelicidad, ya que genera
neurosis, debido a que el ser humano cae en ésta “porque no logra soportar el
grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de
cultura, deduciéndose de ello que sería posible reconquistar las perspectivas
de ser feliz, eliminando o atenuando en grado sumo estas exigencias culturales…
La neurosis venía a ser la solución de una lucha entre los
intereses de la autoconservación y las exigencias de la libido, una lucha en la
que el yo, si bien triunfante, había pagado el precio de graves sufrimientos y
renuncias”[106].
La neurosis, este
tipo de entidades clínicas o desajustes emocionales, con respecto a la
realidad, son producto de desajustes internos o traumas psíquicos como secuela
del eterno conflicto entre el instinto de vida y el instinto de muerte, la
lucha entre la persona y la naturaleza, la competencia con los demás para el
logro de metas sociales, personales y económicas, las exigencias de la
conciencia, la realidad y el instinto, y el choque entre lo real y lo
ideal. La neurosis es difícil de vitar,
porque “la civilización actual es neurótica en muchas de sus manifestaciones”[107].
¿Será que una persona neurótica podrá ser feliz? “La experiencia psicoanalítica ha demostrado que las personas
llamadas neuróticas son precisamente las que menos soportan estas frustraciones
de la vida sexual. Mediante sus síntomas se procuran satisfacciones
sustitutivas que, sin embargo, les deparan sufrimientos, ya sea por sí mismas o
por las dificultades que les ocasionan con el mundo exterior y con la sociedad.
Este último caso se comprende fácilmente; pero el primero nos plantea un nuevo
problema. Con todo, la cultura aún exige otros sacrificios, además de los que
afectan a la satisfacción sexual… Como ya sabemos, los síntomas de la neurosis
son en esencia satisfacciones sustitutivas de deseos sexuales no realizados”[108].
Aquí es procedente aclarar que Freud no pretendía
afirmar radicalmente que la búsqueda de la felicidad fuera imposible; “él
simplemente apuntó que ésta es tan evasiva y difícil de comprender que nuestros
esfuerzos por procurarla son solo parcialmente exitosos”[109].
Debido a que la cultura impone sacrificios, se puede colegir que, dentro de
ésta, las personas “difícilmente se sienten dichosas dentro de ella, teniendo
además de esta limitación de las pulsiones, riesgos a un estado que se lo
podría denominar como “histeria
psicológica de la masa”, el cual se eleva en la ligazón que se establece
por la identificación recíproca entre los participantes”[110].
La etología demuestra que la especie humana es
promiscua en el terreno sexual desde el origen de la historia y con toda
seguridad desde estadios arcaicos de la prehistoria y lo sigue siendo. “La
promiscuidad es un escenario en que los apareamientos sexuales se rigen por el
impulso y la posibilidad de ejecutarlo, a pesar del control social que esté
establecido culturalmente”[111].
Ángel Aznar señala que, genéticamente y físicamente estamos predispuestos a
huir de la monogamia, y que el matrimonio es una institución impuesta por la
religión. “Si bien es un aspecto socialmente admitido como una verdad absoluta,
el ‘matrimonio’ como tal no existió hasta que no nacieron las religiones e
históricamente se creó como un método de control social. De esto no hace ni
diez mil años y sólo fue así para una pequeña parte de la población mundial, lo
que viene a darnos una pista muy importante: De no haber existido las religiones, no existiría la monogamia. Lo
malo es que desde que se instituye una norma socialmente, todo lo que salga de
esa norma es antisocial y se considera una desviación. Por desgracia eso sí que
nos condiciona a la hora de actuar, y son muy pocos los que se sobreponen a
ello y deciden elegir una actitud aunque se considere “antisocial” (la
poliandria, poliginia, homosexualidad, bisexualidad, etc.)”[112].
El Diccionario visual del sexo es de
la opinión que “la monogamia no parece ser una norma instintiva de conducta de
los seres humanos, y se han dado ejemplos de sociedades sofisticadas donde era
la norma”[113].
La religión
de nuestra cultura, representada en el Cristianismo y, por ende, su “moral
cristiana”, hizo de la sexualidad (la genitalidad) algo sucio, indecente,
inmoral, prohibido. Así, generó un desprecio por el cuerpo, por el disfrute del
cuerpo, haciendo que las personas sientan vergüenza de su cuerpo. “Sólo el cristianismo, que se basa en el resentimiento contra
la vida, ha hecho de la sexualidad algo impuro: ha arrojado basura
sobre el comienzo, sobre, el presupuesto de nuestra vida...”[114].
El matrimonio “hasta que la muerte os separe” es una aberración más del
cristianismo[115].
La poligamia es una opción tan deseable por el ser humano que el cristianismo
la desaprueba y la legislación de algunos países la tipifica como una conducta
punible. El aludido Christopher Ryan aclara que “complazca a la instituciones
religiosas o no, seguimos siendo naturalmente poligámicos”[116].
Las garantías constitucionales contemplan el derecho
al libre desarrollo de la personalidad. ¿En una cultura monogámica será posible
el disfrute pleno de este postulado democrático?
Que la monogamia es una imposición cultural lo
demuestra el hecho que antaño los gobernantes eran poligámicos y sus súbditos
monogámicos. Los primeros obedecían a su naturaleza instintiva y lo segundos a
los mandatos de sus “amos”. La Biblia está llena de ejemplos de reyes
poligámicos. ¡Qué paradoja! Los supuestos paradigmas de la sabiduría sí
disfrutaban de su naturaleza intrínseca, en tanto que sus gobernados debían
reprimir su naturaleza instintiva en la práctica de la monogamia. Esos dechados
de “sabiduría” sí sabían cómo buscar y encontrar la felicidad; ellos sí eran
felices. “El moderno civilizado ha trocado una gran parte de posible felicidad
por una parte de seguridad; pero, no olvidemos que, en la familia primitiva,
sólo el jefe gozaba de semejante libertad de los instintos, mientras que los
demás vivían oprimidos como esclavos”[117].
¿Acaso la felicidad no es para todos? Es tan antinatural la monogamia que ésta
pretende arbitrariamente reducir la multiplicidad a la unidad. En una cultura
unidimensional la persona se convierte en un ser unidimensional. ¿No es acaso
el pluralismo una de las características del Estado democrático?
La poligamia, tal como la concibe la cultura
monogámica, es fuente de promiscuidad, enfermedades y reproducción
indiscriminada. Esa es una realidad que no se puede negar. Pero la monogamia,
en la que no se producirían estos fenómenos, genera celos, posesividad, conflictos,
agresiones, separaciones, divorcios, odios y hasta la muerte. ¡Cuántos crímenes
pasionales no se han cometido por cuenta de los celos! La persona aparentemente
enamorada duda de los sentimientos del ser amado. ¡Qué contradictorios somos: pasamos
del amor (que tiene su proceso y su dinámica) al odio en breves instantes! En
la prisión de nuestra cultura monogámica es donde aflora la estupidez humana:
temporalmente nos hacemos daño y sufrimos por una sola persona que no nos
corresponde, mientras que nos quedan millones para escoger. ¿Toda esta
problemática que genera la cultura monogámica no resulta peor que los
inconvenientes que ocasiona la poligamia? ¿La cultura monogámica, en el fondo,
no sería la responsable de los celos y de todo este sinsentido, que dificultan
la felicidad? Es muy posible que el disfrute de la naturaleza poligámica no permita
el surgimiento de ese fenómeno psíquico y emocional. ¿Y si reflexionamos con
espíritu crítico sobre la siguiente consideración?:
“¿Por qué seguir limitando nuestro afecto, nuestro
apoyo y nuestro sexo a una sola persona? La cultura de la monogamia convierte
el cariño, el apoyo y el sexo en bienes escasos y exclusivos (¡como si fueran
lujos!), pero en realidad son bienes renovables e inagotables. A medida que
abandonemos la cultura de la monogamia seremos capaces de expandirlos y así
hacerlos mucho más abundantes al alcance de todos, al tiempo que enterramos las
celosías y miedos propios de la monogamia… Los antiguos argumentos biologistas,
que justificaban la monogamia para garantizar el futuro de nuestra especie, ya
no tienen sentido hoy en día. La monogamia, y la respectiva familia patriarcal,
no es el único modelo posible de subsistencia económica y de crianza, cada vez
aparecen más modelos posibles y diversos que desbancan los más tradicionales.
Es cierto que las bodas y los consultorios matrimoniales son negocios que se
alimentan de y fomentan la monogamia… Es cierto que la familia y los amigos nos
presionan para que tengamos relaciones monógamas, pero la vida sexual y
afectiva de los individuos, al ser cada vez más independiente de la esfera
económica, pasa a pertenecer a un ámbito más privado y menos sufrido a la
presión social... Ya no hay argumentos puramente racionales que sustenten y den
sentido a la monogamia, en el mejor de los casos es absurda y en el peor acaba
con vidas. Lo que mantiene realmente viva la monogamia son nuestros
sentimientos y emociones conformados por el entorno cultural en el que hemos
crecido… Quizás el mayor inconveniente a la hora de superar la monogamia es la
incapacidad de imaginar otros modelos de relaciones afectivas y sexuales. Es lógico, ya que
prácticamente no tenemos otros referentes; llevamos toda la vida consumiendo
productos culturales que profesan una clara apología de la monogamia, desde los
cuentos y dibujos animados infantiles hasta el cine de autor más underground[118]…
La solución a la monogamia no es establecer un nuevo modelo de relaciones
afectivas y sexuales que sea políticamente correcto, descalificando aquellos
que siguen teniendo relaciones monógamas… Pero esto no significa la
aceptación acrítica de cualquier tipo de relación: no queremos relaciones que
sean posesivas, ni coercitivas, ni cerradas (esto significa: no forzosamente
exclusivas), en definitiva, no monógamas.”[119].
(Subrayados fuera de texto).
En este
sentido, el Diccionario visual del sexo también
señala que “los cuentos de hadas terminan invariablemente con uniones
monógamas, los amantes célebres de siempre constituyen parejas y asociamos a
cualquier tercera persona en este tipo de relación con la amenaza y el
desastre”[120].
Conclusión
Mi punto de
vista no pretende condenar la monogamia en defensa de la poligamia. Respeto la
preferencia y la opción de vida de cada cual. Es probable que algunos crean que
son felices en la cultura monogámica. ¿Sabrán en esencia qué es la felicidad? “¡Qué desgraciados somos los que tenemos una
idea de felicidad y no podemos conseguirla, y tenemos una idea de la verdad y
no podemos conocerla!”, sentenció el filósofo Blas Pascal. “¿Qué tanto sabemos en realidad de lo que nos
hace felices o infelices?”, preguntó el psicólogo social David G. Myers. Mi
tesis es que la cultura monogámica, con su modelo relacional establecido,
dificulta el logro de la anhelada felicidad con todas las implicaciones y
condicionamientos que comporta la monogamia. La dificulta, pero no la
imposibilita.
La poligamia
sobre la que diserto no se refiere necesariamente a tener varias esposas, pues
su manutención resultaría onerosa y sería fuente de diversos conflictos. Concibo
la poligamia desde la dimensión de poder disfrutar libre, autónoma y responsablemente
de la dimensión afectiva y de la práctica de la genitalidad, sin tener que
darle explicaciones ni “rendirle cuentas” a nadie.
Sueño con la
poligamia, pero mi realidad es la monogamia, que debo aceptar a pesar de que,
en mi concepto, dificulta la consecución de la felicidad; ¡la dificulta mas no la
imposibilita! Una cosa es dificultarla y otra imposibilitarla. Respeto las
decisiones de las personas que optan por cualquiera de esas formas de relacionarse,
que no son las únicas. La monogamia y la poligamia
son dos modelos concretos de relaciones, entre muchos otros. No podemos ignorar
que hay muchas maneras de vivir, pero hay algunas que no dejan vivir. Comparto
el aserto de Ángel Aznar que dice que “el hombre
se dirige hacia donde le lleva su instinto y su naturaleza animal pero también
hacia donde le lleva su razón y su voluntad”[121].
Tampoco pretendo (¿y con qué derecho?)
“satanizar” nuestra cultura. Si bien es cierto que, en búsqueda de seguridad,
ha encadenado los instintos y la libertad,
y que se nos dificulta la búsqueda de la felicidad, también lo es que, gracias
a las creaciones culturales, el hombre ha intentado, con relativo éxito,
“dominar” y poner a su servicio a la naturaleza, obteniendo algunos paliativos
para el “progreso”, a través de la producción material e intelectual. Por
consiguiente, comparto el punto de vista freudiano que señala que:
“Si con toda justificación
reprochamos al actual estado de nuestra cultura cuán insuficientemente realiza
nuestra pretensión de un sistema de vida que nos haga felices; si le echamos en
cara la magnitud de los sufrimientos, quizá evitables, a que nos expone; si
tratamos de desenmascarar con implacable crítica las raíces de su imperfección,
seguramente ejercemos nuestro legítimo derecho, y no por ello demostramos ser
enemigos de la cultura. Cabe esperar que poco a poco lograremos imponer a
nuestra cultura modificaciones que satisfagan mejor nuestras necesidades y que
escapen a aquellas críticas”[122].
De todas maneras, la cultura ha sido objeto
de frecuentes críticas, pues existe una visión negativa de ella. Tanto en el
quehacer material como en el espiritual, al homo
faber (dimensión activa y transformante del hombre) y al homo sapiens (el hombre en cuanto
esencialmente pensante) se les señala de favorecer “un racionalismo y un
activismo degeneradores de la base instintiva vital del hombre, causa
fundamental… de las contradicciones de la cultura sumergida en un laberinto de
oposiciones que la hacen al mismo tiempo que aparentemente grandiosa,
vulnerable, pues su base es la negación, la represión originaria de su ethos vital, instintivo”[123]. Theodor Adorno considera el malestar que
ocasiona nuestra cultura como “una claustrofobia de la humanidad dentro del
mundo regulado, de un sentimiento de encierro dentro de una trabazón
completamente socializada, construida por una tupida red”, y agrega que “cuanto
más espesa es la red, tanto más se ansía salir de ella, mientras que,
precisamente, su espesor impide cualquier evasión”[124].
Si queremos encontrar la esquiva felicidad,
es necesario replantear nuestros modelos de relación y reinventar nuevas formas
de relacionarnos afectiva y genitalmente, porque los desgastados esquemas en
que nos relacionamos con los demás se convierten en obstáculos que enmarañan el
espinoso camino que podría conducirnos al logro del fin supremo de la
existencia. “No siempre y no todos los individuos poseen la disposición para
acogerse a los requisitos que conforman la estructura de la pareja clásica, en
la cual cada uno cumple y practica las normas y los comportamientos que cuentan
con el apoyo social”[125].
No podemos huir de nuestras pasiones por
tener contentos a los demás. Ya
nos decía pablo Neruda que muere lentamente quien no arriesga lo cierto por lo
incierto para ir detrás de un sueño. Y Thomas Hobbes señalaba que el
hombre no puede vivir sin deseos ni pasiones, ya que ambas
dimensiones son sustanciales a la naturaleza humana. Según Benito Spinoza, todos los seres
humanos no estamos determinados por la naturaleza a obrar según las leyes de la
razón; por el contrario, somos impulsados por los instintos de las pasiones. La
humanidad es un conjunto de pasiones y deseos, sin ellos no se puede explicar
su desarrollo y su historia. Para evitar vivir la vida intensamente, muchos se
quedan en la idealidad por no arriesgar lo cierto por lo incierto. “Cuánta
sensatez, formalidad y solemnidad nos aprisiona en nuestra vida cotidiana. Arriesgar
lo conocido por lo desconocido tiene su encanto, su magia. Sólo viaja,
experimenta y conoce quien está dispuesto a abandonar una cómoda posición para
irrumpir en el mundo de lo ignoto. En el nido nunca se aprende a volar por más
de que se batan las alas”[126]
La tradición filosófica sostiene que las emociones no irrumpen simplemente de
la oscura irracionalidad sino que están vinculadas con ciertas formas de
pensamiento y de acción.
Aquí es procedente reflexionar sobre el siguiente
texto de Gustavo Flaubert, porque la moral tradicional condena las pasiones que
engrandecen al ser humano:
“-¡Pues no! ¿Por qué predicar contra las pasiones? ¿No son la única
cosa hermosa que hay sobre la tierra, la fuente del heroísmo, del entusiasmo,
de la poesía, de la música, de las artes, en fin, de todo?
-Pero es preciso -dijo Emma- seguir un poco la opinión del mundo y
obedecer su moral.
-¡Ah!, es
que hay dos -replicó él-. La pequeña, la convencional, la de los hombres, la
que varía sin cesar y que chilla tan fuerte, se agita abajo a ras de tierra,
como ese hato de imbéciles que usted ve. Pero la otra, la eterna, está
alrededor y por encima, como el paisaje que nos rodea y el cielo azul que nos
alumbra…
-¿Es que no
le subleva a usted esta conspiración de la sociedad? ¿Hay algún sentimiento que
no condene? Los instintos más nobles, las simpatías más puras son perseguidos,
calumniados, y si, por fin, dos pobres almas se encuentran, todo está
organizado para que no puedan unirse. Sin embargo, ellas lo intentarán, moverán
las alas, se llamarán. ¡Oh!, no importa, tarde o temprano, dentro de seis
meses, diez años, se reunirán, se amarán, porque el destino lo exige y porque
han nacido la una para la otra”[127].
¿Pero cómo
escapar a los patrones culturales impuestos? Quien intenta atender el llamado
de su naturaleza intrínseca, es violentado con reclamos,
imprecaciones, improperios, invectivas, agresividad… “Es cierto que podemos decidir qué tipo de
paradigma sexual vivimos, pero es importante recordar que esta pujanza
poligámica -que no es necesariamente un residuo de un pasado más bruto o menos
sofisticado- existe entre nosotros y no debe de ser satanizada por la falsa
moral (incluso hay quien argumenta que la verdadera evolución significa
liberarse de los celos y de la posesión en todas sus formas)”[128].
¡Qué
triste vivir en una cultura que obstaculiza la búsqueda de la felicidad! Mientras
el modelo cultural seudomoralista no permita que las personas satisfagan su
instinto natural, viviendo en una sociedad poligámica, no expirarán las
mentiras, la deslealtad y lo que las personas del rebaño denominan “infidelidad” (¿Cuál “infidelidad”, si la “fidelidad” es con uno mismo?), con los concomitantes crímenes pasionales… y
hasta con las violaciones… Es decir, así el ser
humano seguirá extraviándose del camino que conduce a la anhelada y esquiva
felicidad… Si uno no viene a este mundo a ser feliz, ¿entonces a qué viene?
LUIS ANGEL RIOS PEREA
2011
[3]
BERDIAYEV, Nicolás. Amo, esclavo y hombre
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[4] BALLBÉ, Raúl. El espacio cerrado de lo artificial.
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[13] GOMÁ MUSTÉ, Francisco. Conocer Freud y su obra. Dopesa, Barcelona, 1977. http://www.alcoberro.info/pdf/freudgoma.pdf
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[16] RODRIGUEZ ALBARRACIN, Eudoro. Ob. Cit. p.
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[17] MARQUÍNEZ ARGOTE, Germán y otros. El hombre latinoamericano y su mundo. Ediciones
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[19] GOMÁ MUSTÉ, Francisco. Ob. cit.
[20] KELLE, Kovalzan. Materialismo histórico. Ensayo marxista sobre la sociedad. Progreso,
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[21] MARTÍNEZ ECHEVERRI, Leonor y Hugo. Diccionario de Filosofía. Panamericana
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[26] Ibídem, p. 217.
[29] MARQUÍNEZ ARGOTE, Germán y
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[30] SALAZAR RAMOS,
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[31] MORALES BENITEZ, Otto. Estudios críticos. Plaza & Janes, Bogotá, 1985, p. 155.
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[38]
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[39]
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[40] RITTER ORTIZ, Walter, y PEREZ ESPINO, Tahimi
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[44] LAWRENCE, D. H. El amante de Lady Chatterley.
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[49] FREUD,
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[50] Ibídem.
[51] GUY
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[52] LAWRENCE, D. H. El amante de Lady Chatterley. www.librodot.com
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[55] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
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[61] PUNSET, Eduard. El mito de la monogamia. http//www.eduardpunset.es/158/general/el-mito-de-la-monogamia
[63] Ibídem.
[64] RAMIREZ, María Victoria. ¿Cuál es la tendencia “natural”, poligamia o
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[65] PIJAMASURF. Ob. cit.
[66] LLACER, María. Las hormonas que intervienen en el enamoramiento.
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[68] AYA, Abdelmumin. Sexualidad y sociedad. http://www.bebislam.com.
[69] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[70] GONZALEZ, Óscar Alberto. El mito
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[71]
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[72]
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[74] MOLINA, María del Carmen. Sólo sicoanálisis.
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[75] GOLDIN,
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[76] BERDIAYEV, Nicolás. Ob. Cit.
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[77] PÉREZ,
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[78] CARDENAS SAENS DE SANTAMARIA, María Consuelo.
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[79]
Ibídem, p. 69.
[80] http://es.wikipedia.org/wiki/Filosofía_del_lenguaje
[86] PIJAMASURF. La naturaleza humana es poligámica (polémico artículo). http://sexofalo.wordpress.com/2011/02/17/la-naturaleza-humana-es-poligámica
[88] PIJAMASURF. Ob. cit.
[90] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[91] COMTE-SPONVILLE, André.
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[92] AYA, Abdelmumin. Sexualidad y sociedad. http://www.bebislam.com.
[94] Ibídem.
[97] Ibídem.
[100] SOTOMAYOR DEMULH, Cristián Andrés. Fundamentando las bases de una lucha
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[102] GOMÁ MUSTÉ, Francisco. Conocer Freud y su obra. Dopesa, Barcelona, 1977. http://www.alcoberro.info/pdf/freudgoma.pdf
[103] FREUD, Sigmund.Ob.cit.
[105]
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de Cultura Económica, México, 1985, p. 175.
[106] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[108] FREUD,
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[109] GUY
THOMPSON, Michael. Ob. cit.
[110] REVOL,
Claudina. SANCHEZ, M. Victoria. Ob. cit.
[115] AYA, Abdelmumin. Ob. cit.
[117] GOMÁ
MUSTÉ, Francisco. Ob. cit.
[118] Underground. Que se aparta de la tradición o de las
corrientes contemporáneas habituales e ignora voluntariamente las estructuras establecidas,
especialmente referido a las manifestaciones culturales. (http://www.wordreference.com).
[119] SOTOMAYOR DEMULH, Cristián Andrés. Ob. cit.
[123] RODRIGUEZ ALBARRACIN, Eudoro. Ob. cit. P.
211.
[124] ADORNO, Theodor. La educación después de Auschwitz". Consignas. Buenos Aires,
Amorrortu, 2003.
[127]
FLAUBERT, Gustavo. Madame Bovary. http://librodot.com
[128]
PIJAMASURF. Ob. cit.
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