domingo, 8 de mayo de 2011

¿ES POSIBLE LA FELICIDAD EN UNA SOCIEDAD MONOGAMICA?





En el presente ensayo me propongo, sin pretensiones de hondura sociológica, antropológica, epistemológica y filosófica, disertar, con fundamento en mis razonamientos y mis lecturas, sobre la dificultad de hallar la felicidad en una cultura monógamica. Este tema, a juzgar por mis consultas, genera enconadas controversias por cuanto, así como hay defensores de la poligamia, hay simpatizantes del modelo cultural monogámico. Hay quienes afirman que no está tan claro que la poligamia responda a una cuestión puramente animal o instintiva. Allende de los apasionamientos que genere este “espinoso” tema, mis opiniones las emito amparado en el derecho de pensar y expresarme libremente.
La finalidad suprema del ser humano es ser feliz. Sin embargo, algunos estilos de vida establecidos por nuestra cultura, “con su fementido brillo de feria, ordinario y de hojalata”[1], dificultan la búsqueda de la felicidad.  
La cultura, que es producto de la actividad práctica y teórica de la humanidad, de una u otra manera, encadena a las personas, sin que éstas puedan liberarse a pesar de sus grandes esfuerzos. Consciente de que la cultura era una cárcel construida por el ser humano, Rousseau sostenía en El contrato social[2] que siendo el hombre libre por naturaleza, andaba por doquier encadenado. A pesar de que el hombre ansía la libertad, ama la esclavitud. “Es bueno repetir frecuentemente que el hombre es un ser lleno de contradicciones que se mantiene en situación conflictiva consigo mismo. El hombre busca la libertad. Hay en su interior un ansia inmensa de libertad. Y sin embargo, no sólo cae fácilmente en la esclavitud, sino que inclusive ama la esclavitud. El hombre es un rey y un esclavo”[3].   La cultura es una cárcel, sentenció el poeta Pier Paolo Pasoilini; sentencia que coincide con Goethe, “para quien toda cultura es una prisión cuyas rejas ofuscan a los transeúntes, y el prisionero, el que se cultiva, choca contra sí mismo…”[4].
Es evidente que la cultura se construye sobre la renuncia de lo pulsional o de la insatisfacción instintiva. La cultura es ambigua en cuanto se dan antinomias entre ésta y el poder, la felicidad, los instintos; “antinomias que se ven corroboradas cuando vemos la cultura como forma de dominación y de imposición…”[5]. Los instintos, que predominan en la conducta humana, son “patrones innatos de comportamiento determinados biológicamente”[6]. Lo instintivo es autógeno en el ser humano, es decir, originado por sí mismo. “Su aparición no depende de que lo queramos o no”[7]. Los instintos son las fuerzas que actúan tras las tensiones causadas por las necesidades del ello. “Son esencialmente conservadores ya que, de todo estado que un ser vivo alcanza, surge la tendencia a restablecerlo en cuanto haya sido abandonado”[8]. Los instintos son concebidos como “una inclinación innata que conduce a la conservación de la existencia y de modo de vida”[9]. El psiquiatra Luis Carlos Restrepo Ramírez advierte que “las fuerzas de la vida no pueden ser eclipsadas por más que lo intente la cultura, pues lo negado por el lenguaje conceptual aparece con más ímpetu a través del lenguaje corporal, cual fuerza rebelde y autónoma que obliga a la escisión del individuo y de la sociedad”[10]. Ernesto Sábato dice que “las fuerzas del cuerpo y de la tierra son invencibles y cuando son reprimidas, reaparecen con el resentimiento de los perseguidos”[11]. Los investigadores científicos los agrupan en diversas clasificaciones, entre las que se destaca la de Huber Rohracher[12]: vitales, sociales, de placer y culturales. Los instintos se constituyen en el motor del pensamiento y de la acción. Pero como la cultura pretende someter los instintos, el hombre moderno no se siente cómodo, “a sus anchas”, en el ambiente donde vive: la cultura. “La cultura, como regulación unitaria de la vida en común, es el derecho que restringe las posibilidades de satisfacción de cada uno en aras de los demás. La cultura limita la libertad y es frustrante[13]. Para vivir la vida auténticamente se requiere de la exaltación del instinto sobre la razón, de la pasión sobre el intelecto, y de la espontaneidad frente al convencionalismo.
De acuerdo con la visión sicoanalítica freudiana, el origen de la cultura se encuentra en la represión y la sublimación de los instintos o pulsiones instintivas. Es por ello que así como la cultura es necesaria para nuestro bienestar, “es también malestar, al basarse en la renuncia de los instintos y en la coerción de los mismos”[14]. Así mismo, este punto de vista científico considera a la persona como un ser determinado conductualmente “por sus instintos y fenómenos inconscientes que se desarrollan a partir de su vida instintiva”[15].
La cultura, ese fenómeno social que encadena, ¿qué es? Es todo ese quehacer material, social y espiritual que el hombre realiza en su intento de “dominar” a la naturaleza y adecuarla a sus condiciones de vida: “el quehacer específico del hombre en su interacción con la naturaleza”[16]. La cultura es definida como “la acción del hombre que desarrolla y perfecciona su ser”[17]. El psicólogo social David G. Myers señala que este concepto se refiere a “la conducta, ideas, actitudes y tradiciones perdurables compartidas por un numeroso grupo de personas y transmitidas de una generación a la siguiente”[18]. Freud la define como el “conjunto de las normas restrictivas de los impulsos humanos, sexuales o agresivos, exigidas para mantener el orden social”[19]. El concepto de cultura se relaciona con el hombre en el nivel de su humanización, que se “expresa en los modos específicamente humanos de pensar, de proceder y actuar en sociedad”[20] y con el “conjunto de modos de vivir y de pensar”[21].
El hombre, por el hecho de ser hombre, es un ser que hace cultura y se hace gracias a ésta. “La cultura es la habitación del hombre, su morada”[22]. Al interior de la cultura, el hombre crea su mundo dentro de un horizonte de posibilidades. La cultura ofrece un arraigo y unos fines. “Por una parte, debe permitir que el ser humano se encuentre en el mundo y se interprete a sí mismo como ser humano, se capte a la vez en el ámbito de las representaciones y de las manifestaciones de lo vivido, en su cualidad específicamente humana. Por otra parte, debe permitirle orientarse, tanto en su vida intelectual como en su vida colectiva, integrar sus actividades en una intención unificadora capaz de dar un sentido aceptable a sus empresas”[23]. El mundo como totalidad de lo real es para el hombre “su horizonte y, al mismo tiempo, su estímulo, su hontanar y su desafío; su cuna y su crisálida”[24]. La cultura aparece estrechamente ligada al particular modo de vida del hombre respecto a su ser y a su quehacer. “Si mirado a su ser, la cultura es una condición y posibilidad universal de todos los hombres, mirado a su quehacer es una expresión total que abarca todas las realizaciones humanas”[25]. Ese conjunto de creaciones materiales, sociales y espirituales es “la característica de los hombres, del nivel de su humanización”[26], expresada en el pensar, en el proceder y en el actuar social. “La cultura viene a ser de este modo el resultado de la transformación que el hombre imprime a la naturaleza, al conjunto de nuevas formas de vida creadas por él, la nueva morada artificial que el hombre se fabrica en la naturaleza”[27].
La cultura, dimensión universal y diferenciante del ser del hombre, que no se limita a un sector del quehacer humano sino a la totalidad de sus creaciones, está conformada por el nivel de las industrias (entorno o sistema técnico, que comprende medios técnicos de la producción), de las instituciones (entorno o sistema social, que comprende el conjunto de normas y organizaciones), de los valores (entorno o sistema axiológico, que comprende formas peculiares como un grupo aprecia y estima los distintos aspectos significativos de la existencia) y de lo ecológico (entorno o sistema natural, que comprende un ecosistema al que está integrado el ser humano como a su casa que lo nutre).
El psicoanalista Erich Fromm nos dice que, toda vez que el sujeto de las ideas es la entidad básica del proceso social, para entender la dinámica de éste “tenemos que entender la dinámica de los procesos psicológicos que operan dentro del individuo, del mismo modo que para entender al individuo debemos observarlo en el marco de la cultura que lo moldea”[28]. La relación del hombre con la cultura es doble. “Por una parte la cultura es producto del hombre. Pero, por otra, el hombre es producto de la cultura”[29]. La relación del hombre con la cultura es doble, por cuanto, por una parte la cultura es producto del hombre, y éste es producto de la cultura. “Al crear la cultura, el hombre se crea a sí mismo, y al crearse a sí mismo, es un productor de cultura…. El hombre es sustancialmente un ser cultural, y la cultura el producto de la actividad humana”[30]. La cultura es, también, “una herencia que se renueva con la capacidad creativa del que la recibe”[31]. 
Así algunos autores afirmen que “los modos y los usos culturales no son simples expresiones ideológicas, sino modos de ser y estar ante la realidad, soportes primarios y constitutivos que señalan el arraigo y la permanencia de grupos determinados más allá de los condicionamientos socioeconómicos”[32], el fenómeno cultural posibilitaría la felicidad si estuviera exento de ideologías dominantes y condicionamientos de todo orden. A juicio de Freud, cualquiera sea el sentido que se dé al concepto de cultura, “es innegable que todos los recursos con los cuales intentamos defendernos contra los sufrimientos amenazantes proceden precisamente de esa cultura”[33].
La cultura, “descrita como el proceso de la progresiva autoliberación del hombre”[34], más allá de encadenarnos, debería posibilitar la autorrealización del ser humano y la búsqueda de la felicidad. Pero, lastimosamente, ésta nos programa y nos aprisiona en la cárcel de las costumbres acríticas desde el mismo instante en que nacemos dentro de un determinado contexto dado de antemano. “Para el hombre, nacer es ‘venir al mundo’, a un mundo determinado social e históricamente en el que quedamos instalados… Al nacer, venimos al mundo en una determinada situación y, de situación en situación, vamos navegando en la frágil barquilla de la existencia, por los inmensos horizontes de la totalidad intramundana hacia las ultimidades”[35]. Los modelos de relaciones los determina el contexto económico en el que se desarrollan. “Incluso cuando el individuo nace, ya se encuentra necesariamente enraizado en el determinado horizonte cultural que lo moldea y lo afecta desde las manifestaciones más elementales de la vida cotidiana hasta el complejo de valores, ideas, normas institucionales que ya encuentra como fruto incesante de esta actividad específica del hombre”[36]. El horizonte cultural nos condiciona desde niños. “El niño crece en una cultura en la que la realidad social le es, sencillamente, dada”[37]. En opinión de Thomas Mann, “los niños contemplan para admirar y admiran para aprender y desarrollar lo que llevan por herencia”[38]. Según el filósofo Nicolás Berdiayev, el entorno social y la educación contribuyen a que el niño pierda su libertad. “La incitación que obra  sobre el hombre desde su medio social y que recibe desde su infancia, puede convertirlo en esclavo. Un sistema de educación puede despojar completamente a un hombre de su libertad, e incapacitarlo para ejercer la libertad de juzgar”[39]. Los investigadores Walter Ritter Ortiz y Tahami E. Pérez Espino plantean que cada individuo nace en una determinada cultura y las orientaciones y creencias básicas de ésta lo forman y permanecen profundamente arraigadas durante toda la vida en su personalidad. “Lo que ocurre con el individuo, ocurre también en el campo del conocimiento. Las fuentes a partir de las cuales se desarrolla un campo del conocimiento permanecen en el seno de éste y definen lo que es real y lo que es verdadero, lo que tiene sentido y lo que es un disparate, lo que constituye la forma básica o la esencia de la realidad. Si nuevos datos contradicen estas creencias, sobreviene un conflicto. En esa pugna se producen confusiones y una pérdida de comunicación”[40].

Entre los múltiples condicionamientos culturales encontramos los convencionalismos y los marcos referenciales. Los convencionalismos son el “conjunto de opiniones o comportamientos admitidos por conveniencia social, por acuerdo, por tradición o costumbre”[41]. Los convencionalismos, ese “conjunto de opiniones o procedimientos basados en ideas falsas que, por comodidad o conveniencia social, se mantienen como verdaderas”[42], a pesar de que en ciertas circunstancias orientan nuestra vida en comunidad, lamentablemente en otras nos encadenan a la cotidianidad. El condicionamiento a la sociedad o medio cultural puede ser muy útil a veces, pero si esto es llevado a un punto extremo, puede convertirse en una neurosis, particularmente si el resultado de esta adaptación a los "debes hacer esto o aquello" es la infelicidad, la depresión o la ansiedad… Un "debe" es malsano sólo cuando se cruza por el camino de los comportamientos sanos y eficientes. Así, cuando descubras que estás haciendo cosas desagradables y que no son productivas debido a algún "debe", quiere decir que has renunciado a tu libertad de elección y estás permitiendo que te controle alguna fuerza exterior”[43]. Muchos temen a la “sociedad”, al “qué dirán”, a la presión social. D. H. Lawrence escribía que la sociedad “era una bestia maligna y rayana en la locura”[44].
 En opinión de la psicóloga Leonor Noguera Sayer[45], algunos convencionalismos posibilitan la sobrevivencia, nos ponen “a salvo del riesgo de vivir”; pero la gran mayoría, convertidos en arma de doble filo, ahogan la identidad y desdibujan el verdadero yo. Quienes obedecen a su tiranía, viven “ajenos a cualquier análisis a fondo sobre sí mismos”. Al pertenecer al conjunto de los que “hacen lo mismo”, adoptan una actitud que se torna rutinaria, “psíquicamente muy económica”, y permiten que “la energía para reflexionar y pensar que virtualmente disponible para tareas ajenas a la propia vida, que, en cuanto transcurre tranquilamente, se considera resuelta”. También se disuelven en lo cotidiano, que se les convierte “en un hondo motivo de vacío interior, con sentimientos dolorosos de ansiedad, desasosiego, insatisfacción, inseguridad e incertidumbre. Los convencionalismos son el “ropaje formal que silencia los tonos y los llamados para una reflexión…”.
Los marcos referenciales construyen la realidad cotidiana, que determina cuáles actitudes son apropiadas o inapropiadas, qué percibir y qué ignorar. La teoría de los marcos referenciales la expone el sicólogo y filósofo Daniel Golemán[46] en su libro La psicología del autoengaño. "Un marco referencial es una definición compartida de una situación, que organiza y gobierna los eventos sociales y nuestra participación en ellos... Es la cara pública de los esquemas colectivos... Se origina cuando los participantes activan esquemas compartidos con respecto a determinada acción o situación". El marco referencial confiere el contexto, y nos indica cómo leer lo que sucede. "Es algo altamente selectivo; aparta la atención de todas las otras actividades que se producen simultáneamente y no corresponden a ese marco". Todo lo que está fuera del marco no merece atención. "Lo que está fuera del marco referencial también está al margen de la conciencia consensuada, inmerso en un especie de submundo colectivo". 
El mundo social está lleno de marcos referenciales  que orientan la atención hacia ciertos aspectos de la experiencia y la apartan de otros. "Los marcos referenciales definen el orden social. Nos dicen qué es lo que está pasando, cuándo hacer y qué y a quién. Dirigen nuestra atención hacia la acción que se encuentra dentro del marco y la apartan de lo que, si bien es accesible a la conciencia, es irrelevante... Cada cultura es un conjunto de marcos referenciales. En la medida en que los marcos difieren de cultura a cultura, los contactos entre la gente de distintos países pueden resultar un fracaso... Los marcos referenciales no sólo dirigen la interacción, sino que también dictan de qué manera debe considerarse a la gente en sus distintos roles... Cuando nuestros marcos referenciales no coinciden, el orden público se tambalea... Muchas veces no estamos demasiado seguros respecto de cuál es el marco de referencia correcto para un momento dado... Los esquemas sociales domestican la atención... ".
El quehacer cultural, encaminado a “proteger al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí”[47], estableció prácticas, rutinas, ceremoniales, rituales, costumbres, tradiciones, estilos de vida, patrones de conducta, convenciones, industrias, valores e instituciones, que, entre otras cosas, le han servido para restringirle su ansiada libertad. La cultura se ha convertido en fuente de malestar, por cuanto “la culpa de ser como somos y también de lo que nos pasa como sociedad es culpa de nuestra cultura”[48].

En el sentir de Freud, “nuestra llamada cultura llevaría gran parte de la culpa de la miseria del sufrimiento…”[49]. En la esencia de la cultura en que vivimos el logro de la felicidad, según este pensador de la sospecha, se ha puesto en duda. Plantea que la vida como nos es impuesta conlleva dolores, desengaños y tareas complicadas. “Tal como nos ha sido impuesta, la vida nos resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles”[50]. Es probable que si las exigencias culturales fueran menores, se incrementarían las posibilidades de dicha. Es importante aclarar que Freud, que aparece en este texto como un crítico virulento de la cultura, es hijo de la cultura de su tiempo y sus planteamientos sobre la felicidad pudieron originarse en su experiencia, pero “él era también un crítico severo de la cultura y veía a la sociedad como una fuente de infelicidad”[51]. La sociedad, en concepto de D. H. Lawrence, es “una bestia maligna y rayana en la locura”[52]. En opinión del psicólogo Calvin Hall, “Freud desenmascaró nuestras hipocresías, nuestras ideas falsas, nuestras racionalizaciones, nuestras verdades, y ningún esfuerzo de los humanistas y los racionalistas podrá restablecer la máscara”[53]

En opinión de Federico Nietzsche, la racionalidad occidental, a través del modelo cultural, eclipsó el espíritu dionisiaco en el hombre. “El espíritu dionisiaco representa lo erótico, la desmedida, los deseos excesivos, el placer sin límite, la afirmación de la vida, lo desbordante, la embriaguez y la negación de la conciencia personal”[54].
Como quiera que un componente de la felicidad lo constituye la armonía y el disfrute de las relaciones afectivas, el amor y el erotismo son las pasiones que predominan en nosotros, ejerciendo una poderosa fuerza lo instintivo, lo erótico, es decir, el disfrute de la genitalidad; de manera que el erotismo genital vendría a ocupar el centro de la existencia humana, tal como lo reconoce Freud. “Cuando señalamos la experiencia de que el amor sexual (genital) ofrece al hombre las más intensas vivencias placenteras, estableciendo, en suma, el prototipo de toda felicidad, dijimos que aquélla debía haberle inducido a seguir buscando en el terreno de las relaciones sexuales todas las satisfacciones que permite la vida, de manera que el erotismo genital vendría a ocupar el centro de su existencia”[55].
Teniendo en cuenta lo anterior, se infiere que ese disfrute pleno de la sexualidad, y, por ende, la búsqueda de la felicidad, se encontrarían con diversos inconvenientes en nuestra cultura monogámica como  a diario lo observamos, vivenciamos y experimentamos. Realidad que permite deducir que, posiblemente, somos, por naturaleza, seres poligámicos, encadenados en una cultura monogámica. “Es inútil disputar acerca de la poligamia, puesto que de hecho existe en todas partes y sólo se trata de organizarla. ¿Dónde se encuentran verdaderos monógamos? Todos, a lo menos durante algún tiempo, y la mayoría casi siempre, vivimos en la poligamia… El matrimonio es una celada que nos tiende la Naturaleza.”[56].

El aserto de que somos seres poligámicos por naturaleza es problemático. Quienes lo defienden esgrimen fundados argumentos. Los investigadores Malcolm Potts y Roger Shorts plantean que  “el hombre es un animal de naturaleza polígama que se ha empeñado en ser monógamo”[57].  El psicólogo Christopher Ryan, en un polémico escrito plantea que “la naturaleza humana Homo Sapiens -y el grueso de nuestro proceso evolutivo- indican que nuestra especie está bioprogramada para la poligamia, para recibir y responder a estímulos sexuales de múltiples parejas”[58], a la vez que expresa la dificultad de “esgrimir argumentos biológicos que nos lleven a la naturalidad preeminente de la monogamia; quizás el argumento que más permea la historia a favor de la monogamia proviene de la herencia religiosa. La implementación de la monogamia en la Tierra puede ser entendida como una forma de vivir bajo los principios morales dictados por una entidad superior, viviendo en imagen y semejanza”[59]. El predominio de la monogamia en nuestra cultura, según el Diccionario visual del sexo, podría adjudicarse “a un condicionamiento cultural más bien que a la naturaleza humana básica”; a la vez que aclara que en nuestra civilización “la monogamia está apoyada por las autoridades legales y religiosas…”[60].

La dificultad de la problemática que genera la monogamia también fue motivo de preocupación para el presidente de los Estados Unidos Calvin Coolidge, por cuanto, en los albores del siglo XX, compartía “con los biólogos del futuro la opinión de que la monogamia en la pareja no es una situación tan ‘natural’ como todavía hoy muchos siguen pensando”[61]. La realidad de las últimas investigaciones, como las de los científicos norteamericanos David Barash y Judith Lipton “son contundentes y podrían resumirse diciendo que entre los mamíferos y, particularmente, entre los primates sociales no es fácil constatar la monogamia como práctica habitual”[62]. Afirman que la monogamia no es natural y que no estamos biológicamente preparados para la monogamia. “Es decir, el ser humano, desde un punto de vista biológico y antropológico no es monógamo”[63]. En algunas sociedades, la poligamia está proscrita por la ley, y en otras está permitida, lo que “lleva a pensar que muy probablemente el ser humano disponga de cierta flexibilidad que le permite adaptarse a formas diferentes de estructura familiar”[64]. Algunas mujeres, a pesar de vivir en la civilización musulmana, en donde es legítima la poligamia, es posible que no sean felices en esa “cultura” que les restringe muchos de sus derechos. “La capacidad multiorgásmica de las mujeres y la llamada ‘vocalización copulatoria femenina’, también sugieren que estamos hechos para la poligamia”[65]. El funcionamiento de algunos neurotransmisores, como la feniletilamina, dopamina, serotonina, norepinefrina y oxitocina, genera un fuerte e incontrolable impulso al momento del enamoramiento que afianzan la monogamia; pero al disminuir este impulso “la razón entra en juego ya que biológicamente estamos condenados no sólo a buscar pareja sino también a sentir los incentivos de alrededor”[66].

Hay quienes reconocen que, instintivamente no somos monógamos, pero aceptan que la dificultad radica en la incapacidad de salirse de los patrones culturales socialmente establecidos y ser sinceros consigo mismos. “Está claro que a nivel exclusivamente sexual el ser humano no se acopla bien a la monogamia, como no lo hacen la mayoría de las especies animales; sin embargo la pareja monógama parece representar un núcleo social estable…”[67]. Por lo general, “la poligamia es el modo natural de sexualidad del ‘ser humano universal’, no algo al alcance del hombre corriente, que lo ve desde su estrecha mente como un modo legal de concubinato cuando es algo esencialmente diferente: la poligamia “hace sociedad”, mientras el adulterio o/y concubinato destruye la sociedad”[68].

Quienes aceptan que somos seres de naturaleza poligámica, presos al interior de una cultura monogámica, reconocen la enorme dificultad que implica la conquista de la felicidad. Cuando cualquier integrante de la pareja, ya sea dentro del noviazgo, la unión marital de hecho o del matrimonio, obedeciendo a su naturaleza, decide establecer un vínculo alternativo, ya sea afectivo o genital, se suscita un grave conflicto emocional en el otro componente de la pareja, supuestamente por haber sido “traicionado”, desencadenándose así los celos, el dolor, el sufrimiento, el odio, el resentimiento, el rencor y el insaciable deseo de venganza, sin entender que en el amor el daño se lo hace uno mismo y no los comportamientos de los demás. Se desencadena así dentro de la relación afectiva la lucha de todos contra todos: unos por defender su libertad y otros por restringir la de los demás. Inútilmente se quiere buscar quietud en los seres inquietos. La persona que se siente "ofendida" por la "traición" no razona coherentemente, atropellando la libertad del otro. Cuánto fundamento le asistía a Freud al afirmar que las relaciones sexuales son “fuente de la más intensa envidia y de la más violenta hostilidad entre los seres humanos”[69]. En la monogamia se da la dialéctica del amo y del esclavo. Necesitamos un esclavo para que éste a su vez nos esclavice. El amo domina sobre el esclavo y el esclavo termina dominando sobre el amo. “El esclavo prefiere ser esclavo. Y es el esclavo quien renuncia a su deseo y se somete al deseo del otro. De este modo el esclavo reconoce al amo como tal y se hace reconocer por él como esclavo. El vencido depende del otro”[70]. La conciencia dominante termina siendo dominada. “Amo y esclavo son términos correlativos. Ninguno de los dos puede existir sin el otro… Esclavizar a otro es también esclavizarse a sí mismo… El amo no es otra cosa que la imagen de un esclavo que lleva el mundo a la disolución…  Por su voluntad de esclavizar, el hombre no sólo esclaviza a los demás sino a sí mismo… Con el mismo poder con que esclaviza al otro, se esclaviza también a sí mismo”[71].
La monogamia contribuye al fortalecimiento de la mentira, toda vez que se acude a ella cuando se establece un vínculo alternativo (“clandestino”), y así evitar los consabidos contratiempos que genera el disfrute libre y autónomo de la afectividad o de la genitalidad  por fuera de los férreos límites establecidos por nuestra cultura monogámica. El sicoanalista Alberto Goldin, interpretando a Freud, señala que las prohibiciones y los deseos incrementan la poligamia. “Del mismo modo como la ropa fabrica al desnudo, la prohibición de la poligamia, la incentiva. Es una cualidad o un defecto humano, desear precisamente aquello que no debería, lo que acaba transformando lo prohibido en imprescindible. Hay una antigua guerra entre deseos y prohibiciones, y, como es obvio, los deseos van ganando, porque es al prohibir que se convence a algunos indecisos respecto de cuál es el mejor lugar para desear. No se puede domesticar el deseo, por el contrario, lo que verdaderamente lo extermina es su satisfacción”[72].

Al ser humano lo caracteriza su disposición intrínseca y cultural para mentir. Si tenemos en cuenta que la mentira es una forma de supervivencia, que, en ocasiones, nos resulta provechosa, acudimos a ella cuando necesitamos que esté al servicio de nuestros intereses o conveniencias. Pareciere que las mentiras fueren inherentes a la condición humana. “Las mentiras, pequeñas y grandes, constituyen el lubricante de nuestra vida social”[73]. Nuestra cultura se construyó sobre mentiras. ¿Acaso no es una falacia afirmar que “Dios le dictó las tablas de la ley a Moisés? ¿O que Alá le “dictó” el Corán a Mahoma? ¿Y qué decir de la “historia” de Adán y Eva y otros relatos bíblicos? ¿Y qué tal el cuento de que el “santo” Papa era el representante de Dios en la tierra? ¿Cuál Dios? Ni qué decir de la mentira más grande que se haya anunciado: Dios o dioses... Y de las mentiras históricas, ¿qué? ¿Qué persona (con espíritu crítico –y aun sin él-) podrá dar por ciertas las leyendas de Alejandro Magno, Carlomagno, Napoleón, Simón Bolívar y otros “héroes”? Si nuestra cultura y nuestra civilización se han construido sobre mentiras, ¿entonces por qué pensar ingenuamente que las personas no vayan a mentir? ¡Claro que mienten cada vez que les resulte de utilidad! ¿El ser humano es, por naturaleza, un ser falaz? ¡He ahí la cuestión!
La monogamia contribuye a la cosificación de las personas. La persona, supuestamente víctima de una "infidelidad", incapaz de entender que su pareja no es un objeto de su propiedad, lo violenta con invectivas, insultos, denuestos y agresiones físicas; no sólo a él o a ella, sino que también extiende sus dicterios hacia la persona con la cual se mantiene el vínculo alternativo, con expresiones que atentan contra la dignidad humana  como: "Esa perra me quitó a mi marido". "Esa zorra me quitó a mi novio". “Yo mato a ese hp que me quitó a mi esposa”. “Ese malnacido me quiere quitar a mi novia, y eso no lo permito”, etc. La sicoanalista María del Carmen Molina señala que “los celos existen porque vivimos en una sociedad monogámica y la sexualidad humana es poligámica”[74]. El aludido Goldin, agrega que la sexualidad humana, además de poligámica, es “un poco perversa”[75]. Los celos, además de esclavizar, tiranizan. Los celos, en concepción de filósofo Nicolás Berdiayev, son una manifestación de tiranía en forma pasiva. Una persona celosa es un tiranizador que vive en un mundo de ficción y alucinación”[76]. Un especialista en relaciones de pareja, sobre el fenómeno de los celos señala lo siguiente:
Los celos son una de las plagas más efectivas en exterminar relaciones, porque nadie los soporta, ni el que cela, ni el que es celado…
El problema de la bendita individualidad de las personas es que nos enseña a ser egoístas, y cuando uno comienza a compartir la vida con otro ser humano no lo ve como eso, como un ser que respira, que es un ser vivo, que piensa y que también tiene sentimientos. Es en ese momento cuando comenzamos a ver a las personas como objetos, como pertenencias que no pueden salir ni por un minuto de nuestras manos.

A este egoísmo crónico de los seres humanos lo llamaremos "Celos". Los celos son un concepto que ha llegado a la humanidad para acabar con la tranquilidad, son un arma de doble filo que termina apuñalando tanto a quien los padece como a quien es celado. 

Y es que uno nunca termina de aprender que eso de tener una pareja no significa que tenga un título de propiedad sobre esa persona, porque cada quien hace de su vida lo que mejor le parece. Aun estando en una relación, cada quien es libre de hacer lo que le dé la bendita y regalada gana. Obvio, hay que tener en cuenta que ante todo está el respeto por su pareja y por la relación, pero eso no impide que la voluntad de cada uno prevalezca sobre la voluntad del par”[77].

Dado el “machismo” imperante en nuestra sociedad, como producto cultural, la mujer termina más lesionada que el hombre ante un evento de “infidelidad”, porque pareciere que, socialmente, estuviere “aceptada” la “infidelidad” masculina y censurada la femenina. Cuando la mujer es “infiel” el ego “machista” se ve “pisoteado”; en cambio, cuando el “infiel” es el hombre a la mujer se le afecta profundamente todo su universo emocional. El conflicto y la violencia, en los dos casos, surge ipso facto, porque, debido a la programación cultural, la “víctima” reacciona “dolida” y furiosa. ¡Qué desperdicio tan absurdo de vida! ¿Así cómo se alcanza la felicidad, el fin supremo de nuestra existencia?
En nuestro medio, como un “mecanismo de defensa”, el responsable de la “infidelidad” trata de negarla por temor a las irracionales consecuencias. Como la sociedad monogámica impone todos esos condicionamientos, al “acusado” de ser “infiel” la negará, porque aceptarla le traería, inexorablemente, graves secuelas. En esa dinámica el ser humano se niega a sí mismo, debido a que debe negar sus actos. ¿Pero cómo ser sincero y “dar la cara”, si decir la “verdad” le acarrea un profundo conflicto interpersonal. Negar los actos será la única salida para evitar la alteración del orden público. La terapeuta María Consuelo Cárdenas precisa que en las parejas el complejo tema de la “infidelidad” es difícil y bastante conflictivo. “En nuestro contexto social colombiano esa es una actitud de gran aceptación, principalmente entre los varones. A su vez, la parte ofendida aprovecha esta situación para reducir todo conflicto que en el pasado lo haya enfrentado con su cónyuge a la presente cuestión de la infidelidad, sin ver que ésta no se presenta en el vacío… En nuestra cultura, si bien la infidelidad  es un fenómeno relativamente frecuente y prácticamente aceptado, sobre todo en los hombres, es igualmente rechazado y condenado, sobre todo en las mujeres”[78] Desgraciadamente, debido a la “educación” social, la mujer es quien más percibe y siente el “dolor” de la “infidelidad” y las dificultades.
Como seres posesivos, para confundirnos y complicarnos más la existencia, acudimos al adjetivo posesivo “mi”. Y entonces nos creemos en el “legítimo” derecho a encadenar con el “mi” a las personas, como si fueran sólo objetos, y en especial a la persona que decimos amar: “Mi novia”. “Mi novio”. “Mi esposa”. “Mi esposo”, etc. Como vivimos encadenados al modelo cultural establecido, acríticamente aceptado, nos creemos dueños de los demás. Cuando establecemos un vínculo afectivo, engañados como vivimos, damos por sentado que el otro nos pertenece. “La consecuencia habitual de una pasión es que, cuando la unión se regulariza, se posee un título de propiedad de otro cuerpo además del propio. Decimos mi mujer o mi marido, para referirnos al resultado de esta transacción. La mujer tiene ahora un cuerpo masculino, el de su marido, y viceversa”[79].  Nuestra cultura, en donde impera el “machismo”, es común que el “hombre” se crea dueño de “su” mujer. ¡Qué gran contradicción: mientras el “hombre” exige “fidelidad” a “su” esposa, él busca, insaciablemente, serle “infiel”!

El lenguaje, como las personas, también ha sido cosificado en nuestra cultura imperante. En algunas ocasiones, la confusión existencial comienza por la confusión en el lenguaje, que es una creación cultural. ¡Qué paradójico! Muchas veces, el lenguaje, que es la esencia del ser humano, nos aprisiona en su cárcel. El lenguaje, que es arbitrario, que es una convención, es un conjunto de símbolos que manipulamos para, en muchas ocasiones, manipular, encarcelar o encarcelarnos. Anterior al habla, la característica fundamental del lenguaje es que “cuando somos arrojados al mundo el lenguaje ya está ahí, con sus significados culturalmente establecidos”[80]. Se dice que el lenguaje con que el individuo se expresa depende fuertemente del discurso que domina en los grupos de los que forma parte, lo mismo que de su ambiente social y su cultura.

Acostumbrados a la apariencia de que somos “dueños” de las cosas, adoptamos, irreflexivamente, la postura de que también somos dueños de las personas; que nuestra pareja tiene la “obligación” de permanecer siempre con nosotros y sernos “fieles”. El mito del amor eterno es una mentira. ¡Cuando a uno no lo quieren, no lo quieren! El psicólogo Walter Riso[81] es explícito cuando nos aclara que en toda relación se debe aceptar el riesgo, la incertidumbre, la imprevisión y ser atrevidos. “No hay relación sin riesgo. El amor es una experiencia peligrosa, eventualmente dolorosa y sensorialmente encantadora. Este agridulce implícito que lleva todo ejercicio amoroso puede resultar especialmente fascinante para los atrevidos y terriblemente amenazante para los inseguros. El amor es poco previsible, confuso y difícil de domesticar. La incertidumbre forma parte de él, como de cualquier otra experiencia”. Estas personas, al perder a su “amado”, dicen: “¡No lo puedo creer!” “¡Jamás pensé que esto me pasara a mí!” “¡Me parece imposible!” Hay que ser realistas, la pareja no dura para siempre. No podemos confundir posibilidades con probabilidades. Uno debe afirmar: “Hay muy pocas probabilidades de que mi relación se dañe, remotas si se quiere, pero la posibilidad siempre existe”.

La cultura monogámica atenta contra la libertad y la justicia. La imposición de una vida sexual idéntica para todos, implícita en estas prohibiciones, pasa por alto las discrepancias que presenta la constitución sexual innata o adquirida de los hombres, privando a muchos de ellos de todo goce sexual y convirtiéndose así en fuente de una grave injusticia”[82]. El amor genital heterosexual, culturalmente aceptado, encontró su menoscabo en “las restricciones de la legitimidad y de la monogamia”[83]. La cultura impone a la pulsión erótica determinados requisitos morales, prohibiendo la homosexualidad y las transgresiones anatómicas, y limitando, por la legitimidad y la felicidad, el amor genital heterosexual, que es la forma de relación predominante en nuestra sociedad, profundamente influenciada por la cosmovisión religiosa, institución que, con su moralidad y sus dogmas, ha obstaculizado en disfrute pleno de la genitalidad y la búsqueda de la verdad con absurdas restricciones. “Una moral en la que no hay lugar para la verdad, nunca será una moral verdadera. Es posible que no nos guste la verdad, que la encontremos ofensiva e inconveniente, que la persigan, que le den un sentido diferente, que la supriman por medios legales; pero el intentar sostener que los hombres tienen la última palabra sobre la verdad, es una blasfemia y la última ilusión. La verdad vive siempre y los hombres no”[84]. Este condicionamiento cultural, impuesto por la religión, sería la evidencia de que “el plan de la Creación no incluye el propósito de que el hombre sea feliz”[85]. Pareciere que los caminos que emprende el hombre en búsqueda de la felicidad, que según Freud se encuentra en el amor sexual, son obstaculizados por la religión que impone un solo camino para la obtención de este supremo fin de la existencia,  reduciendo el valor de la vida y alterando la imagen del mundo real a través de la intimidación de la inteligencia y de la represión de lo instintivo. “Según Ryan, la historia sexual de la humanidad es la historia de la represión autoritaria de la libertad orgiástica -que disfrutábamos en las sociedades nómadas igualitaria- por parte de los mecanismos de poder religiosos y políticos formados con el nacimiento de la agricultura hace 10 mil años. La cultura -esa ropa mental indisociable del cultivo propio de la agricultura- es una especie de cover-up de nuestra energía libidinal, en el que participan tanto sacerdotes como terapeutas”. La cultura actual solamente tolera “las relaciones sexuales basadas en la unión única e indisoluble entre un hombre y una mujer, sin admitir la sexualidad como fuente de placer en sí, aceptándola tan sólo como instrumento de reproducción humana que hasta ahora no ha podido ser sustituido”[86].  

Según Freud, la satisfacción de los propios instintos “no debería estar limitada por ningún tipo de ley moral, sino sólo por la convicción de la necesidad de reglas que tienen como único objetivo el de evitar conflictos con los otros”[87]. Socialmente existe una concepción errónea de la poligamia. “La poligamia no significa anular las relaciones de fidelidad y lealtad emocional, significa entender los principios biológicos que también son parte importante de nuestro complejo organismo; y comprenderlo podría acabar con buena parte del daño emocional que los celos y las infidelidades propician”[88]. Es muy diciente el sentir de Noguera Sayer cuando nos previene que “elegir a alguien, quererle y convivir con él no le confiere a ninguno de los dos la exclusiva, excluyente y asfixiante posesión que impida el intercambio con otros seres del entorno, capaces de aportar savia vital al proceso de vivir”, y aclara que “exagerada, vanidosa y difícil es la exigencia que busca en una sola persona las condiciones que le permitan constituirse en fuente única de satisfacción para las necesidades afectivas e intelectuales de la otra”[89].

Teniendo en cuenta que nuestra cultura dificulta alcanzar la felicidad, se evidencia hostilidad hacia ella fundada en la imposición del cristianismo que deslegitimó el valor de la vida terrenal, en la separación entre instintos del yo e instintos sexuales, y en la renuncia a las satisfacciones instintivas, cuya satisfacción es “la finalidad económica de la vida”[90]. El filósofo André Comte-Sponville afirma que “las iglesias cristianas, en particular la católica, hicieron del sexo algo malo, un pecado, incluso dentro del matrimonio”[91].  Negar nuestros impulsos instintivos sería como negar lo que nos hace humanos. “Si la sexualidad no es presente absoluto, no forma parte de la Vía ; y, si no forma parte de ese camino espiritual que somos, uno no es más que algo muerto que hace amagos de estar vivo…”[92]. El amor sexual, “el prototipo de toda felicidad”[93], al estar enfocado hacia un objeto exclusivo generaba sufrimiento ante la pérdida de éste. Por ello se estableció el “amor universal por la humanidad y por el mundo[94]” (amor cristiano), que también tiene sus objeciones porque “un amor que no discrimina”[95] es injusto, y “no todos los seres humanos merecen ser amados”[96]. San Agustín sentenció: “Ama, pero fíjate bien qué merece amarse”. Así, al amor sexual (“genital”) le fue coartado lo instintivo, y éste fue reemplazado por un amor inhibido; pero en el inconsciente quedó arraigado el “amor plenamente sexual”. De esa manera el amor se divorció de la cultura, por cuanto el amor se oponía a los intereses de aquella, la cual “lo amenazaba con sensibles restricciones”[97].

Razonando en términos filosóficos profundos se podría decir que la monogamia, con todas sus ataduras y condicionamientos, atenta contra la libertad, que es la esencia misma del ser humano. ¿Y si éste no es libre, entonces qué es? “Sólo una relación sentimental, en la que uno reivindique la vida y la libertad del otro, puede hacer felices a los dos”[98]. La persona no puede renunciar a su libertad, porque ésta constituye parte de su esencia, y es un ser para la libertad y está condenado a ser libre, tal como lo planteaba Sartre, el “apóstol” de la libertad y el filósofo más genial del siglo XX.

Con el ánimo de vivir en una aletargadora armonía, algunos integrantes de la pareja se abstienen del disfrute, autónomo, libre y responsable, de su naturaleza poligámica, reprimiendo y renunciando “a las satisfacciones instintuales”[99]. Muchos, de manera hipócrita, desleal y cínica, aparentan la llamada fidelidad, pero, incitados por su instinto, anhelan ser infieles. “En su origen latino, fidelidad significa confianza y la confianza va estrechamente ligada a la sinceridad. El amante monógamo generalmente oculta cualquier atracción que siente por alguien para no inquietar o herir a su pareja, por lo tanto, no tiene sentido relacionar monogamia con fidelidad, si partimos de que esta ‘fidelidad’ no es sincera”[100]. Es procedente tener claro que la llamada “fidelidad” solamente funciona si es producto de una opción o decisión libre y autónoma asumida conscientemente, “producto de una elaboración adecuada y no como efecto de una amenaza o prohibición, sean éstas de índole  religiosa o moral”[101].  Cuánta razón tenía el inmortal Hamlet al sugerirnos que el ser humano juega un papel en la vida y sueña con otro.
En la cultura monogámica “toca” ser fiel si se quieren evitar los conflictos. ¿Consecuencias? ¡Neurosis! “Se corre, sin embargo, el riesgo de la neurosis, porque, como ha explicado el psicoanálisis, las frustraciones sexuales son su causa. De donde cabe inferir que siempre habrá un antagonismo entre la cultura (en el sentido ya conocido) y la sexualidad. Las innumerables restricciones que la civilización conlleva, difícilmente son compatibles con la felicidad”[102]. Y esta alteración nerviosa genera un desorden crónico de personalidad que produce una visión distorsionada de la vida y una actitud distorsionada ante ella… La persona cae en la neurosis “porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura”[103]. Los síntomas neuróticos aparecen “como formaciones sustitutivas de individuos insatisfechos”[104]. Es motivo de la reflexión la pregunta de Erich Fromm: “¿Qué otra cosa es la neurosis –de cualquier tipo- sino la pérdida por el hombre de la libertad para obrar racionalmente?”[105]

La cultura, según Freud, es fuente de infelicidad, ya que genera neurosis, debido a que el ser humano cae en ésta “porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura, deduciéndose de ello que sería posible reconquistar las perspectivas de ser feliz, eliminando o atenuando en grado sumo estas exigencias culturales… La neurosis venía a ser la solución de una lucha entre los intereses de la autoconservación y las exigencias de la libido, una lucha en la que el yo, si bien triunfante, había pagado el precio de graves sufrimientos y renuncias[106].  

La neurosis, este tipo de entidades clínicas o desajustes emocionales, con respecto a la realidad, son producto de desajustes internos o traumas psíquicos como secuela del eterno conflicto entre el instinto de vida y el instinto de muerte, la lucha entre la persona y la naturaleza, la competencia con los demás para el logro de metas sociales, personales y económicas, las exigencias de la conciencia, la realidad y el instinto, y el choque entre lo real y lo ideal.  La neurosis es difícil de vitar, porque “la civilización actual es neurótica en muchas de sus manifestaciones”[107].

¿Será que una persona neurótica podrá ser feliz? “La experiencia psicoanalítica ha demostrado que las personas llamadas neuróticas son precisamente las que menos soportan estas frustraciones de la vida sexual. Mediante sus síntomas se procuran satisfacciones sustitutivas que, sin embargo, les deparan sufrimientos, ya sea por sí mismas o por las dificultades que les ocasionan con el mundo exterior y con la sociedad. Este último caso se comprende fácilmente; pero el primero nos plantea un nuevo problema. Con todo, la cultura aún exige otros sacrificios, además de los que afectan a la satisfacción sexual… Como ya sabemos, los síntomas de la neurosis son en esencia satisfacciones sustitutivas de deseos sexuales no realizados”[108]. Aquí es procedente aclarar que Freud no pretendía afirmar radicalmente que la búsqueda de la felicidad fuera imposible; “él simplemente apuntó que ésta es tan evasiva y difícil de comprender que nuestros esfuerzos por procurarla son solo parcialmente exitosos”[109]. Debido a que la cultura impone sacrificios, se puede colegir que, dentro de ésta, las personas “difícilmente se sienten dichosas dentro de ella, teniendo además de esta limitación de las pulsiones, riesgos a un estado que se lo podría denominar como “histeria psicológica de la masa”, el cual se eleva en la ligazón que se establece por la identificación recíproca entre los participantes”[110].

La etología demuestra que la especie humana es promiscua en el terreno sexual desde el origen de la historia y con toda seguridad desde estadios arcaicos de la prehistoria y lo sigue siendo. “La promiscuidad es un escenario en que los apareamientos sexuales se rigen por el impulso y la posibilidad de ejecutarlo, a pesar del control social que esté establecido culturalmente”[111]. Ángel Aznar señala que, genéticamente y físicamente estamos predispuestos a huir de la monogamia, y que el matrimonio es una institución impuesta por la religión. “Si bien es un aspecto socialmente admitido como una verdad absoluta, el ‘matrimonio’ como tal no existió hasta que no nacieron las religiones e históricamente se creó como un método de control social. De esto no hace ni diez mil años y sólo fue así para una pequeña parte de la población mundial, lo que viene a darnos una pista muy importante: De no haber existido las religiones, no existiría la monogamia. Lo malo es que desde que se instituye una norma socialmente, todo lo que salga de esa norma es antisocial y se considera una desviación. Por desgracia eso sí que nos condiciona a la hora de actuar, y son muy pocos los que se sobreponen a ello y deciden elegir una actitud aunque se considere “antisocial” (la poliandria, poliginia, homosexualidad, bisexualidad, etc.)”[112]. El Diccionario visual del sexo es de la opinión que “la monogamia no parece ser una norma instintiva de conducta de los seres humanos, y se han dado ejemplos de sociedades sofisticadas donde era la norma”[113].
La religión de nuestra cultura, representada en el Cristianismo y, por ende, su “moral cristiana”, hizo de la sexualidad (la genitalidad) algo sucio, indecente, inmoral, prohibido. Así, generó un desprecio por el cuerpo, por el disfrute del cuerpo, haciendo que las personas sientan vergüenza de su cuerpo. “Sólo el cristianismo, que se basa en el resentimiento contra la vida, ha hecho de la sexualidad algo impuro: ha arrojado basura sobre el comienzo, sobre, el presupuesto de nuestra vida...”[114]. El matrimonio “hasta que la muerte os separe” es una aberración más del cristianismo[115]. La poligamia es una opción tan deseable por el ser humano que el cristianismo la desaprueba y la legislación de algunos países la tipifica como una conducta punible. El aludido Christopher Ryan aclara que “complazca a la instituciones religiosas o no, seguimos siendo naturalmente poligámicos”[116]. Las garantías constitucionales contemplan el derecho al libre desarrollo de la personalidad. ¿En una cultura monogámica será posible el disfrute pleno de este postulado democrático?

Que la monogamia es una imposición cultural lo demuestra el hecho que antaño los gobernantes eran poligámicos y sus súbditos monogámicos. Los primeros obedecían a su naturaleza instintiva y lo segundos a los mandatos de sus “amos”. La Biblia está llena de ejemplos de reyes poligámicos. ¡Qué paradoja! Los supuestos paradigmas de la sabiduría sí disfrutaban de su naturaleza intrínseca, en tanto que sus gobernados debían reprimir su naturaleza instintiva en la práctica de la monogamia. Esos dechados de “sabiduría” sí sabían cómo buscar y encontrar la felicidad; ellos sí eran felices. “El moderno civilizado ha trocado una gran parte de posible felicidad por una parte de seguridad; pero, no olvidemos que, en la familia primitiva, sólo el jefe gozaba de semejante libertad de los instintos, mientras que los demás vivían oprimidos como esclavos”[117]. ¿Acaso la felicidad no es para todos? Es tan antinatural la monogamia que ésta pretende arbitrariamente reducir la multiplicidad a la unidad. En una cultura unidimensional la persona se convierte en un ser unidimensional. ¿No es acaso el pluralismo una de las características del Estado democrático?
La poligamia, tal como la concibe la cultura monogámica, es fuente de promiscuidad, enfermedades y reproducción indiscriminada. Esa es una realidad que no se puede negar. Pero la monogamia, en la que no se producirían estos fenómenos, genera celos, posesividad, conflictos, agresiones, separaciones, divorcios, odios y hasta la muerte. ¡Cuántos crímenes pasionales no se han cometido por cuenta de los celos! La persona aparentemente enamorada duda de los sentimientos del ser amado. ¡Qué contradictorios somos: pasamos del amor (que tiene su proceso y su dinámica) al odio en breves instantes! En la prisión de nuestra cultura monogámica es donde aflora la estupidez humana: temporalmente nos hacemos daño y sufrimos por una sola persona que no nos corresponde, mientras que nos quedan millones para escoger. ¿Toda esta problemática que genera la cultura monogámica no resulta peor que los inconvenientes que ocasiona la poligamia? ¿La cultura monogámica, en el fondo, no sería la responsable de los celos y de todo este sinsentido, que dificultan la felicidad? Es muy posible que el disfrute de la naturaleza poligámica no permita el surgimiento de ese fenómeno psíquico y emocional. ¿Y si reflexionamos con espíritu crítico sobre la siguiente consideración?:
“¿Por qué seguir limitando nuestro afecto, nuestro apoyo y nuestro sexo a una sola persona? La cultura de la monogamia convierte el cariño, el apoyo y el sexo en bienes escasos y exclusivos (¡como si fueran lujos!), pero en realidad son bienes renovables e inagotables. A medida que abandonemos la cultura de la monogamia seremos capaces de expandirlos y así hacerlos mucho más abundantes al alcance de todos, al tiempo que enterramos las celosías y miedos propios de la monogamia… Los antiguos argumentos biologistas, que justificaban la monogamia para garantizar el futuro de nuestra especie, ya no tienen sentido hoy en día. La monogamia, y la respectiva familia patriarcal, no es el único modelo posible de subsistencia económica y de crianza, cada vez aparecen más modelos posibles y diversos que desbancan los más tradicionales. Es cierto que las bodas y los consultorios matrimoniales son negocios que se alimentan de y fomentan la monogamia… Es cierto que la familia y los amigos nos presionan para que tengamos relaciones monógamas, pero la vida sexual y afectiva de los individuos, al ser cada vez más independiente de la esfera económica, pasa a pertenecer a un ámbito más privado y menos sufrido a la presión social... Ya no hay argumentos puramente racionales que sustenten y den sentido a la monogamia, en el mejor de los casos es absurda y en el peor acaba con vidas. Lo que mantiene realmente viva la monogamia son nuestros sentimientos y emociones conformados por el entorno cultural en el que hemos crecido… Quizás el mayor inconveniente a la hora de superar la monogamia es la incapacidad de imaginar otros modelos de relaciones afectivas y sexuales. Es lógico, ya que prácticamente no tenemos otros referentes; llevamos toda la vida consumiendo productos culturales que profesan una clara apología de la monogamia, desde los cuentos y dibujos animados infantiles hasta el cine de autor más underground[118]La solución a la monogamia no es establecer un nuevo modelo de relaciones afectivas y sexuales que sea políticamente correcto, descalificando aquellos que siguen teniendo relaciones monógamas… Pero esto no significa la aceptación acrítica de cualquier tipo de relación: no queremos relaciones que sean posesivas, ni coercitivas, ni cerradas (esto significa: no forzosamente exclusivas), en definitiva, no monógamas.[119]. (Subrayados fuera de texto).

En este sentido, el Diccionario visual del sexo también señala que “los cuentos de hadas terminan invariablemente con uniones monógamas, los amantes célebres de siempre constituyen parejas y asociamos a cualquier tercera persona en este tipo de relación con la amenaza y el desastre”[120].

Conclusión
Mi punto de vista no pretende condenar la monogamia en defensa de la poligamia. Respeto la preferencia y la opción de vida de cada cual. Es probable que algunos crean que son felices en la cultura monogámica. ¿Sabrán en esencia qué es la felicidad? “¡Qué desgraciados somos los que tenemos una idea de felicidad y no podemos conseguirla, y tenemos una idea de la verdad y no podemos conocerla!”, sentenció el filósofo Blas Pascal.  “¿Qué tanto sabemos en realidad de lo que nos hace felices o infelices?”, preguntó el psicólogo social David G. Myers. Mi tesis es que la cultura monogámica, con su modelo relacional establecido, dificulta el logro de la anhelada felicidad con todas las implicaciones y condicionamientos que comporta la monogamia. La dificulta, pero no la imposibilita.
La poligamia sobre la que diserto no se refiere necesariamente a tener varias esposas, pues su manutención resultaría onerosa y sería fuente de diversos conflictos. Concibo la poligamia desde la dimensión de poder disfrutar libre, autónoma y responsablemente de la dimensión afectiva y de la práctica de la genitalidad, sin tener que darle explicaciones ni “rendirle cuentas” a nadie.

Sueño con la poligamia, pero mi realidad es la monogamia, que debo aceptar a pesar de que, en mi concepto, dificulta la consecución de la felicidad; ¡la dificulta mas no la imposibilita! Una cosa es dificultarla y otra imposibilitarla. Respeto las decisiones de las personas que optan por cualquiera de esas formas de relacionarse, que no son las únicas. La monogamia y la poligamia son dos modelos concretos de relaciones, entre muchos otros. No podemos ignorar que hay muchas maneras de vivir, pero hay algunas que no dejan vivir. Comparto el aserto de Ángel Aznar que dice que “el hombre se dirige hacia donde le lleva su instinto y su naturaleza animal pero también hacia donde le lleva su razón y su voluntad”[121].
Tampoco pretendo (¿y con qué derecho?) “satanizar” nuestra cultura. Si bien es cierto que, en búsqueda de seguridad, ha encadenado los instintos y  la libertad, y que se nos dificulta la búsqueda de la felicidad, también lo es que, gracias a las creaciones culturales, el hombre ha intentado, con relativo éxito, “dominar” y poner a su servicio a la naturaleza, obteniendo algunos paliativos para el “progreso”, a través de la producción material e intelectual. Por consiguiente, comparto el punto de vista freudiano que señala que:
Si con toda justificación reprochamos al actual estado de nuestra cultura cuán insuficientemente realiza nuestra pretensión de un sistema de vida que nos haga felices; si le echamos en cara la magnitud de los sufrimientos, quizá evitables, a que nos expone; si tratamos de desenmascarar con implacable crítica las raíces de su imperfección, seguramente ejercemos nuestro legítimo derecho, y no por ello demostramos ser enemigos de la cultura. Cabe esperar que poco a poco lograremos imponer a nuestra cultura modificaciones que satisfagan mejor nuestras necesidades y que escapen a aquellas críticas”[122].

De todas maneras, la cultura ha sido objeto de frecuentes críticas, pues existe una visión negativa de ella. Tanto en el quehacer material como en el espiritual, al homo faber (dimensión activa y transformante del hombre) y al homo sapiens (el hombre en cuanto esencialmente pensante) se les señala de favorecer “un racionalismo y un activismo degeneradores de la base instintiva vital del hombre, causa fundamental… de las contradicciones de la cultura sumergida en un laberinto de oposiciones que la hacen al mismo tiempo que aparentemente grandiosa, vulnerable, pues su base es la negación, la represión originaria de su ethos vital, instintivo”[123]. Theodor Adorno considera el malestar que ocasiona nuestra cultura como “una claustrofobia de la humanidad dentro del mundo regulado, de un sentimiento de encierro dentro de una trabazón completamente socializada, construida por una tupida red”, y agrega que “cuanto más espesa es la red, tanto más se ansía salir de ella, mientras que, precisamente, su espesor impide cualquier evasión”[124].

Si queremos encontrar la esquiva felicidad, es necesario replantear nuestros modelos de relación y reinventar nuevas formas de relacionarnos afectiva y genitalmente, porque los desgastados esquemas en que nos relacionamos con los demás se convierten en obstáculos que enmarañan el espinoso camino que podría conducirnos al logro del fin supremo de la existencia. “No siempre y no todos los individuos poseen la disposición para acogerse a los requisitos que conforman la estructura de la pareja clásica, en la cual cada uno cumple y practica las normas y los comportamientos que cuentan con el apoyo social”[125].

No podemos huir de nuestras pasiones por tener contentos a los demás. Ya nos decía pablo Neruda que muere lentamente quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño. Y Thomas Hobbes señalaba que el hombre no puede vivir sin deseos ni pasiones, ya que ambas dimensiones son sustanciales a la naturaleza humana. Según Benito Spinoza, todos los seres humanos no estamos determinados por la naturaleza a obrar según las leyes de la razón; por el contrario, somos impulsados por los instintos de las pasiones. La humanidad es un conjunto de pasiones y deseos, sin ellos no se puede explicar su desarrollo y su historia. Para evitar vivir la vida intensamente, muchos se quedan en la idealidad por no arriesgar lo cierto por lo incierto. “Cuánta sensatez, formalidad y solemnidad nos aprisiona en nuestra vida cotidiana. Arriesgar lo conocido por lo desconocido tiene su encanto, su magia. Sólo viaja, experimenta y conoce quien está dispuesto a abandonar una cómoda posición para irrumpir en el mundo de lo ignoto. En el nido nunca se aprende a volar por más de que se batan las alas”[126] La tradición filosófica sostiene que las emociones no irrumpen simplemente de la oscura irracionalidad sino que están vinculadas con ciertas formas de pensamiento y de acción.
Aquí es procedente reflexionar sobre el siguiente texto de Gustavo Flaubert, porque la moral tradicional condena las pasiones que engrandecen al ser humano:
-¡Pues no! ¿Por qué predicar contra las pasiones? ¿No son la única cosa hermosa que hay sobre la tierra, la fuente del heroísmo, del entusiasmo, de la poesía, de la música, de las artes, en fin, de todo?
-Pero es preciso -dijo Emma- seguir un poco la opinión del mundo y obedecer su moral.
-¡Ah!, es que hay dos -replicó él-. La pequeña, la convencional, la de los hombres, la que varía sin cesar y que chilla tan fuerte, se agita abajo a ras de tierra, como ese hato de imbéciles que usted ve. Pero la otra, la eterna, está alrededor y por encima, como el paisaje que nos rodea y el cielo azul que nos alumbra…
-¿Es que no le subleva a usted esta conspiración de la sociedad? ¿Hay algún sentimiento que no condene? Los instintos más nobles, las simpatías más puras son perseguidos, calumniados, y si, por fin, dos pobres almas se encuentran, todo está organizado para que no puedan unirse. Sin embargo, ellas lo intentarán, moverán las alas, se llamarán. ¡Oh!, no importa, tarde o temprano, dentro de seis meses, diez años, se reunirán, se amarán, porque el destino lo exige y porque han nacido la una para la otra”[127].

¿Pero cómo escapar a los patrones culturales impuestos? Quien intenta atender el llamado de su naturaleza intrínseca, es violentado con reclamos, imprecaciones, improperios, invectivas, agresividadEs cierto que podemos decidir qué tipo de paradigma sexual vivimos, pero es importante recordar que esta pujanza poligámica -que no es necesariamente un residuo de un pasado más bruto o menos sofisticado- existe entre nosotros y no debe de ser satanizada por la falsa moral (incluso hay quien argumenta que la verdadera evolución significa liberarse de los celos y de la posesión en todas sus formas)”[128]. ¡Qué triste vivir en una cultura que obstaculiza la búsqueda de la felicidad! Mientras el modelo cultural seudomoralista no permita que las personas satisfagan su instinto natural, viviendo en una sociedad poligámica, no expirarán las mentiras, la deslealtad y lo que las personas del rebaño denominan infidelidad” (¿Cuál infidelidad, si la fidelidad es con uno mismo?), con los concomitantes crímenes pasionales… y hasta con las violaciones… Es decir, así el ser humano seguirá extraviándose del camino que conduce a la anhelada y esquiva felicidad… Si uno no viene a este mundo a ser feliz, ¿entonces a qué viene?

LUIS ANGEL RIOS PEREA
2011


[1] HESSE, Hermann. El lobo estepario. http//www.librodot.com.
[2] ROUSSEAU, Juan Jacobo. El contrato social. http//www.librodot.com
[3] BERDIAYEV, Nicolás. Amo, esclavo y hombre libre. En La ciudadanía mundial, de Antonio Cardona Londoño y Young Seek Choue. Planeta, Bogotá, 1993, p. 69.
[4] BALLBÉ, Raúl. El espacio cerrado de lo artificial. http://karigue-karigue.blogspot.com/2008/05/reflexiones-celebres-ral-ballb.html
[5] RODRIGUEZ ALBARRACIN, Eudoro. Introducción al filosofar. Usta, Bogota, 1988, p. 203.
[6] FELDMAN, Roberto S. Psicología. McGraw Hill, México, p. 303.
[7] DIRKS, Heinz. La psicología descubre al hombre. Círculo de Lectores, Bogotá, p. 101.
[8] CAITANO, Bettina. Concepto de psicología. http://www.monografias.com/trabajos12/psicol/psicol.shtml
[9] DIRKS, Heinz. Ob. cit. p. 100.
[10] RESTREPO RAMIREZ, Luis Carlos. La trampa de la razón. Arango editores, Bogotá, 1995, p. 62.
[11] SABATO, Ernesto. El escritor y sus fantasmas, Seix Barral, Barcelona, 1982.
[12] Citado por DIRKS, Heinz. Ob. cit. P. 100
[13] GOMÁ MUSTÉ, Francisco. Conocer Freud y su obra. Dopesa, Barcelona, 1977. http://www.alcoberro.info/pdf/freudgoma.pdf
[14] SOPO, Angel María. La antropología filosófica en su historia (en Antropología). USTA, Bogotá, 1993, p. 102.
[15] DIRKS, Heinz. La psicología descubre al hombre. Círculo de Lectores, Bogotá, p. 156.
[16] RODRIGUEZ ALBARRACIN, Eudoro. Ob. Cit. p. 206.
[17] MARQUÍNEZ ARGOTE, Germán y otros. El hombre latinoamericano y su mundo. Ediciones Nueva América, Bogotá, 1986, p.129.
[18] MYERS, David g. Psicología social. McGraw Hill, México, 1995, p. 554.
[19] GOMÁ MUSTÉ, Francisco. Ob. cit.
[20] KELLE, Kovalzan. Materialismo histórico. Ensayo marxista sobre la sociedad. Progreso, Moscú, p. 141.
[21] MARTÍNEZ ECHEVERRI, Leonor y Hugo. Diccionario de Filosofía. Panamericana editorial, Bogotá, 1998
[22] MARQUÍNEZ ARGOTE, Germán y otros. Ob. cit. P. 128.
[23] LADRIERE, Juean. El reto de la racionalidad. Sígueme, Salamanca, 1978.
[24] ARDILES, Oswaldo. Ethos, cultura y liberación. En cultura popular, p. 11.
[25] RODRIGUEZ ALBARRACIN, Eudoro. Introducción al filosofar. USTA, Bogotá, 1993, p.213.
[26] Ibídem, p. 217.
[27] MARQUINEZ ARGOTE, Germán y otro. Ob. cit. Pags. 128 y 129.
[28] FROMM, Erich. El miedo a la libertad. http//www.librostauro.com.ar
[29] MARQUÍNEZ ARGOTE, Germán y otros. Ob. cit.
[30] SALAZAR RAMOS, Roberto José. El hombre como ser histórico cultural. En Antropología, perspectiva latinoamericana. Usta, Bogotá, 1993, p. 166.
[31] MORALES BENITEZ, Otto. Estudios críticos. Plaza & Janes, Bogotá, 1985, p. 155.
[32] Ibídem, p. 233.
[33] FREUD, Sigmund. El malestar en la cultura. http//www.librodot.com
[34]  GOLDENBERG, Boris. Reflexiones sobre el progreso en la historia. http://www.filosofia.org/hem/dep/rcf/n05p019.htm
[35] MARQUINEZ ARGOTE, Germán. Metafísica desde Latinoamérica. Usta, Bogotá, 1993. P. 62 y 79.
[36] RODRIGUEZ ALBARRACIN, Eudoro. Ob. cit. p. 211.
[37] SEARLE, John R. La construcción de la realidad social. Paidós, Barcelona, 1997, p. 23.
[38] MANN, Thomas. La montaña mágica. Edhasa, Barcelona, 2002.
[39] BERDIAYEV, Nicolás. Ob. Cit. P. 73.
[40] RITTER ORTIZ, Walter, y PEREZ ESPINO, Tahimi E. ¿Qué es la realidad? http://rcci.net/globalizacion/2010/fg967.htm
[41] http://www.wordreference.com/definicion/convencionalismo.
[42] http://www.definition-of.net/definicion-de-convencionalismos
[43] WAYNER, Dyer. Tus zonas erróneas. http://www.librostauro.com.ar.
[44] LAWRENCE, D. H. El amante de Lady Chatterley.
[45] NOGUERA SAYER, Leonor. En busca de una vida propia. Planeta, Bogotá, 1995, p. 60.
[46] GOLEMAN, Daniel. La Psicología del Autoengaño. Editorial Atlántida, S. A., Bogotá, 1997.
[47] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[48] REVOL, Claudina. SANCHEZ, M. Victoria. Freud: el malestar en la cultura. http://www.uccor.edu.ar/paginas/medicina/publicaciones/Freud.pdf
[49] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[50] Ibídem.
[51] GUY THOMPSON, Michael. La felicidad y la cultura. http://www.elsigma.com/site/detalle.asp?IdContenido=2248
[52] LAWRENCE, D. H. El amante de Lady Chatterley. www.librodot.com
[53] HALL, Calvin. El increíble Freud. En Psicólogos contemporáneos.
[54] http://nichofilosofico.over-blog.es/article-lo-apolineo-y-lo-dionisiaco
[55]  FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[56] SCHOPENHAUER, Arthur. El amor, las mujeres y la muerte. Libro digital.
[57] POTTS, Malcolm. HORTS, Roger. Historia de la sexualidad: desde Adán y Eva. http://books.google.com.co/books
[58]  PIJAMASURF. La naturaleza humana es poligámica (polémico artículo). http://sexofalo.wordpress.com/2011/02/17/la-naturaleza-humana-es-poligámica
[59] Ibídem.
[60] VARIOS. Diccionario visual del sexo. Ediciones Nauta, Bogotá, 1979, p. 233.
[61] PUNSET, Eduard. El mito de la monogamia. http//www.eduardpunset.es/158/general/el-mito-de-la-monogamia
[62] Ibídem.
[63] Ibídem.
[64] RAMIREZ, María Victoria. ¿Cuál es la tendencia “natural”, poligamia o monogamia? http://www.loleo.es/%C2%BFcual-es-la-tendencia-natural-poligamia-o-monogamia.html
[65] PIJAMASURF. Ob. cit.
[66] LLACER, María. Las hormonas que intervienen en el enamoramiento. http://www.mujerhoy.cl
[67] PEREZ, Raquel, PhD. http//www.eduardpunset.es/158/general/el-mito-de-la-monogamia.
[68] AYA, Abdelmumin. Sexualidad y sociedad.   http://www.bebislam.com.
[69] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[70] GONZALEZ, Óscar Alberto. El mito del amo y del esclavo en Hegel y en Lacan. http://www.antroposmoderno.com/textos/elmito.shtml
[71] BERDIAYEV, Nicolás. Ob. Cit. Págs. 69 y 70
[72] GOLDIN, Alberto. Freud explica… Paidós, Barcelona, 1992, págs. 68 y 68.
[73] GOLEMAN, Daniel. La psicología del autoengaño. Atlántida, Bogotá, 1998, p. 260.
[74] MOLINA, María del Carmen. Sólo sicoanálisis. http://www.solopsicoanalisis.com.ar/problemascelos.htm
[75] GOLDIN, Alberto.  Ob. Cit.  67.
[76] BERDIAYEV, Nicolás. Ob. Cit. P. 71.
[77] PÉREZ, Cangrejo. ¡Celos, malditos celos! El Tiempo, 14 de julio de 2013.
[78] CARDENAS SAENS DE SANTAMARIA, María Consuelo. Las relaciones de pareja, la importancia de la diferencia. Uniandes, Bogotá, 1990, p. 62.
[79] Ibídem, p. 69.
[80] http://es.wikipedia.org/wiki/Filosofía_del_lenguaje
[81] RISO, Walter. ¿Amar o depender?  Norma, Bogotá.
[82] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[83] Ibídem.
[84] FLAUBERT, Gustavo. Escena final de la película “Madame Bovary”.
[85] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[86] PIJAMASURF. La naturaleza humana es poligámica (polémico artículo). http://sexofalo.wordpress.com/2011/02/17/la-naturaleza-humana-es-poligámica
[87] http//bibliaypsicoanalisis.blogspot.com
[88] PIJAMASURF. Ob. cit.
[89] NOGUERA SAYER, Leonor. Ob. cit. P. 75 y 76.
[90]  FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[91] COMTE-SPONVILLE, André. www.eltiempo.com
[92] AYA, Abdelmumin. Sexualidad y sociedad.   http://www.bebislam.com.
[93] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[94] Ibídem.
[95] Ibídem.
[96] Ibídem.
[97] Ibídem.
[98]  KUNDERA, Milán. La insoportable levedad del ser. RBA editores, Barcelona, 1984.
[99] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[100] SOTOMAYOR DEMULH, Cristián Andrés. Fundamentando las bases de una lucha anticapitalista contra la monogamia. http://www.elciudadano.cl/2011/02/03/fundamentando-las-bases-de-una-lucha-anticapitalista-contra-la-monogamia/. http//www. argentina.indymedia.org.
[101] GOLDIN, Alberto. Ob. Cit.  p. 68.
[102] GOMÁ MUSTÉ, Francisco. Conocer Freud y su obra. Dopesa, Barcelona, 1977. http://www.alcoberro.info/pdf/freudgoma.pdf
[103] FREUD, Sigmund.Ob.cit.
[104]  REVOL, Claudina. SANCHEZ, M. Victoria. Ob. cit.
[105] FROMM, Erich. El corazón del hombre. Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 175.
[106] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[107] CORREDEGUAS, Ángel. Enciclopedia médica de la mujer.
[108] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[109] GUY THOMPSON, Michael. Ob. cit.
[110] REVOL, Claudina. SANCHEZ, M. Victoria. Ob. cit.
[111] B., Ricardo. http//www.eduardpunset.es/158/general/el-mito-de-la-monogamia.
[112] AZNAR, Ángel. http//www.eduardpunset.es/158/general/el-mito-de-la-monogamia.
[113] VARIOS. Ob. cit.
[114] NIETZSCHE, Federico. El anticristo. http//www.librodot.com
[115] AYA, Abdelmumin. Ob. cit.
[116] PIJAMASURF. Ob. cit.
[117] GOMÁ MUSTÉ, Francisco. Ob. cit.
[118] Underground. Que se aparta de la tradición o de las corrientes contemporáneas habituales e ignora voluntariamente las estructuras establecidas, especialmente referido a las manifestaciones culturales. (http://www.wordreference.com).
[119] SOTOMAYOR DEMULH, Cristián Andrés. Ob. cit.
[120] VARIOS. Ob. cit.
[121] AZNAR, Ángel. http//www.eduardpunset.es/158/general/el-mito-de-la-monogamia.
[122] FREUD, Sigmund. Ob. cit.
[123] RODRIGUEZ ALBARRACIN, Eudoro. Ob. cit. P. 211.
[124] ADORNO, Theodor. La educación después de Auschwitz". Consignas. Buenos Aires, Amorrortu, 2003.
[125] NOGUERA SAYER, Leonor. Ob. cit. P. 74.
[126] FROTO MADARRIAGA, Germán. Ante el encuentro. http://www.elsiglodetorreon.com.mx
[127] FLAUBERT, Gustavo. Madame Bovary. http://librodot.com
[128] PIJAMASURF. Ob. cit.

No hay comentarios:

Publicar un comentario