viernes, 13 de diciembre de 2013

¿DIFERIMOS AL PERCIBIR LA REALIDAD?



En el presente texto me propongo disertar sobre las diferencias en cuanto a la manera cómo percibimos las cosas o la llamada “realidad”, un concepto problemático. Para este acometido me apoyaré en la enseñanza de mis profesores en la Universidad Santo Tomás y de otros textos que citaré al final.

Con frecuencia nos asaltan dudas sobre cómo son, cómo deben o cómo deberían ser las cosas, y qué paradigmas, verdades o creencias tenemos sobre éstas. Un paradigma es un conjunto de normas que permiten la conformación de modelos; un prototipo, figura didáctica que sirve para representar de un modo concreto un trabajo mental; esquema formal en que se organizan las cosas. Paradigma es el término que define un modelo concreto de realidad social y cultural en un espacio y en un tiempo determinado. Los paradigmas son pues un conjunto de valores costumbres y técnicas que determinan las pautas y creencias del grupo social, aquí y hasta ahora. Lo que es verdad es que la época en la que vivimos se caracteriza por un cambio en los paradigmas... es pues tiempo de transición en el que se derrumban los ya obsoletos esquemas, donde se caen los de pronto viejos modelos, cuando se terminan las antiguas estructuras. Emergen en cambio nuevas formas de comprensión de la realidad. Los nuevos paradigmas definen la magnitud y la naturaleza del cambio que está sufriendo nuestra civilización. De acuerdo con la cosmovisión de las cosas y la forma de percibir, interpretar y sistematizar la realidad, cada persona define y opina de ellas, y, por ende, tiene distintos paradigmas, verdades o creencias de éstas.

Una cosmovisión es un sistema de pensamiento mediante el cual fundamentamos o sustentamos determinadas posturas con relación a nosotros mismos, a los demás y al universo. Se puede definir también como el conjunto de conocimientos que vamos adquiriendo durante nuestra vida, que configuran en cada uno de nosotros la imagen general o universal de la realidad; una especie de idea o visión global del mundo, en la cual cada una de las ideas particulares de las cosas, como si fuera una pieza de un gran rompecabezas, se integra con las demás formando un conjunto armonioso.

Entendemos por cosmovisión la idea global que el hombre se forma del mundo en que vive, la cual le permite dar razón de sí mismo y de cada uno de los seres que integran su mundo. Una cosmovisión, igualmente, se define como aquella forma estructurada  de conocer y comprender la realidad total en que predomina una determinada actividad psíquica y una especial actividad vital. Una cosmovisión es una concepción del cosmos que, en un sistema coherente de puntos de vista sobre el mundo (naturaleza, sociedad y pensamiento), influye de manera fundamental en la actividad del hombre. Es ella la que nos permite encontrarle sentido a la fría y muda objetividad de los seres humanos; por ella las cosas se convierten en posibilidades, cobran sentido e interés para nosotros.

Todas las personas tienen una concepción del mundo, sólo que en unas se forma de manera espontánea y en otras se va formando conscientemente, tratando de comprender la vida de la sociedad y la propia, su actitud ante el mundo mediante el estudio de las ciencias concretas y la filosofía. El carácter de la concepción del mundo es determinado en última instancia por el nivel de desarrollo social, por el estado de la ciencia y de la instrucción. La concepción del mundo de un hombre de la época antigua o feudal se diferencia fundamentalmente de la de un miembro de la sociedad capitalista, y más aun de la socialista. Pero al mismo tiempo la concepción del mundo de personas que viven en la misma sociedad es muy distinta. Las ideologías, la religión, la ciencia y las doctrinas políticas también influyen en la concepción del mundo.

Existen diversas cosmovisiones del universo,  del mundo o de la realidad (estética, científica, filosófica y religiosa), y aunque cada una de ellas es suficientemente diferente a las demás, ninguna puede aislarse. Los planteamientos sobre el hombre y el universo resultan diferentes desde cada una de ellas. Cada una posee su propia forma de responder a los grandes interrogantes que preocupan al hombre. A veces los planteamientos de estos modelos cosmovisivos están de acuerdo o se complementan. Pero muchas veces se oponen, sin que resulte posible poner de acuerdo a los defensores de una o de otra. Frente a todas estas cosmovisiones, el ideal no consiste en elegir la que nos parezca más provechosa y desechar las demás, sino integrar lo más valioso de todas; única forma de superar las limitaciones de cada una.  Quien no logre integrarlas y mirar el universo a través de cada una de ellas, se complicará la existencia y será incapaz de relativizar la verdad.
La cosmovisión artística o estética se caracteriza por abrirse sin barreras al orden sentimental de los valores de la vida y a la observación y comprensión del universo a través de la belleza o de las formas armónicas y agradables a los sentidos. La cosmovisión científica hace hincapié en el logro de objetividad y universalidad para el conjunto de sus conocimientos obtenidos por cuantificación y verificación. Pretende explicar el mundo partiendo de las experiencias científicas. La ciencia se centra en la experimentación, busca la objetividad. Carecen de interés para ésta las explicaciones que no puedan ser comprobadas con todo el rigor de sus propios métodos. La cosmovisión filosófica, que es la más amplia de las cosmovisiones, pretende conocer la razón y las relaciones profundas y permanentes de cada ser y de la totalidad de los seres. La filosofía pretende encontrar el sentido que tienen los seres para el hombre, apoyándose en la razón. La cosmovisión religiosa estructura la captación de la realidad haciéndola pasar a través del prisma de relaciones volitivas (que se relacionan con la voluntad) con seres sobrenaturales. La religión pretende explicar el mundo mediante fuerzas sobrenaturales. La religión es el conjunto de creencias míticas o reveladas que se aceptan como la explicación verdadera de la realidad, por pura fe, sin necesidad de verificación o comprobación alguna. Es una orientación del hombre hacia lo sagrado. El mito y la revelación le confieren su fundamento. El mito es una afirmación o narración fantástica de algún acontecimiento trascendente en el que intervienen fuerzas sobrenaturales. Es la forma de expresarse que tiene la vivencia religiosa. El mito es una “historia sagrada” elaborada por el hombre primitivo para explicar su realidad, el origen del mundo, animales, plantas y el hombre, transmitidas de generación en generación, en donde los protagonistas son seres divinos. Se caracteriza porque trata de explicar la realidad; es un relato fantástico; surge de la  invención y la imaginación del hombre primitivo; es tradicionalista (se transmite de generación en generación); por lo general narra el origen del hombre, del universo y otros interrogantes; puede tener tres bases: hecho real, histórico y filosófico; tiene un sentido simbólico; nace con el advenimiento de un pueblo para explicar su origen; relata siempre hechos muy antiguos desde los inicios de la vida de un pueblo; los protagonistas de un mito son seres sagrados o dioses; narra siempre hechos relacionados con la divinidad; y trata de los secretos divinos o del poder de los dioses. Para la religión existe un hecho básico: el hombre mantiene una relación de dependencia  con seres sobrenaturales, que configuran el ámbito de la divinidad. En el mundo de lo divino, al cual sólo tenemos acceso por la fe, según la cosmovisión religiosa, encuentran su respuesta los interrogantes fundamentales del hombre.
Debido a que somos herederos de la tradición medieval, profundamente religiosa, la gran mayoría sólo ve la realidad a través de la cosmovisión religiosa, con algunas consecuencias para la construcción de un proyecto de vida bueno, debido a que la religión contiene ciertos elementos alienadores y masificadores. Sólo quien ha estudiado con sentido crítico la religión, podrá sacar provecho de ésta para su espiritualidad, sin que se convierta en un hombre del rebaño.
Las cosmovisiones se relacionan con las representaciones o modelos del mundo. Cada persona tiene una representación del mundo en el cual se desenvuelve. Esta representación es la que se denomina "modelo del mundo", el cual genera conductas de acuerdo a la representación que tengan los individuos. Las representaciones mentales que cada individuo tiene dependen de sus experiencias, vivencias, cultura y fisiología, entre otras. Cada persona tiene un modelo o mapa del entorno en el cual se desenvuelve, es decir, el modelo del mundo para cada individuo es diferente. Esto depende de sus limitaciones sociales, individuales y neurológicas.
A continuación se incluye un ejemplo de la cosmovisión científica (desde la tridimensionalidad sicológica, sicoanalítica y siquiátrica)  y la cosmovisión filosófica que nos presenta Lou Marinof.
La metáfora de la partida de ajedrez ilustra las diferencias entre los planteamientos psicológico, psicoanalítico, psiquiátrico y filosófico del asesoramiento. Imagínese que está en plena partida de ajedrez y que acaba de efectuar un movimiento.

Una psicoterapeuta le pregunta: « ¿Qué le ha llevado a hacer este movimiento?» «Bueno, quería comerme la torre», contesta usted, sin saber adónde quiere ir a parar. Mas ella seguirá haciéndole preguntas para hallar la supuesta causa psicológica de dicho movimiento, convencida de que la explicación se oculta tras la frase «Quería comerme la torre», y quizás usted termine por contarle toda la historia de su vida para satisfacer sus suposiciones. Una teoría psicológica que tuvo gran predicamento y que ahora es objeto de críticas feroces habría sugerido que su comportamiento agresivo actual —querer comerse la torre— sería fruto de alguna frustración del pasado.

Un psicoanalista le formula la misma pregunta: « ¿Qué le ha llevado a hacer este movimiento?» Cuando usted conteste «Bueno, quería comerme la torre», él agregará: «Muy interesante. Ahora dígame qué es lo que le ha impulsado a decir que eso es lo que le ha obligado a hacer ese movimiento.» Puede que él vuelva a sonsacarle toda la historia de su vida, o por lo menos los capítulos referentes a los primeros años. Si aun así no se da por satisfecho, tal vez le proponga algunas razones que usted tenía pero de las que no era consciente, remontándose a su más tierna infancia. Una teoría psicoanalítica que sigue vigente a pesar de ser duramente criticada habría sugerido que su comportamiento  posesivo —querer comerse la torre— es fruto de una inseguridad reprimida que tendría su origen en el destete.

Una psiquiatra también le pregunta: « ¿Qué le ha hecho hacer este movimiento?» Y usted vuelve a responder: «Bueno, quería comerme la torre.» Entonces la psiquiatra consulta la última edición disponible del Diagnostic and Statístical Mamial (DSM, Manual de estadística y diagnóstico) hasta que encuentra el trastorno de la personalidad que se adecúa mejor a los síntomas que usted presenta. ¡Ah!, aquí está: «Trastorno agresivo-posesivo de la personalidad.» Una teoría psiquiátrica que sigue vigente aunque cada vez es más censurable habría diagnosticado su comportamiento como el síntoma de una enfermedad cerebral, y usted habría recibido la medicación apropiada para eliminar ese presunto síntoma.

En cambio, un consejero filosófico más bien le preguntaría: « ¿Qué sentido, propósito o valor tiene este movimiento para usted en este momento?», y « ¿Qué relación tiene con su siguiente movimiento?», y « ¿Cómo describiría usted su posición general en esta partida y cómo cree que podría mejorarla?». El filósofo contempla su movimiento no como el mero efecto de una causa anterior, sino como algo significativo en el contexto actual de la propia partida, y también como una posible causa de efectos futuros. El filósofo reconocerá su libre albedrío en los movimientos que efectúe y estimará la causa del movimiento elegido confiriéndole toda la importancia que revista, pero no por ello la convertirá en el punto clave de la cuestión que le preocupa.

Las personas bloquean su capacidad de percibir alternativas y posibilidades que se le presenten para la solución de sus problemas, debido a que éstas no están presentes en sus modelos del mundo. Existen individuos que atraviesan períodos de cambio con facilidad, los vivencian como periodos de creatividad. Otros, lo viven como etapas de terror y sufrimiento. Esto significa que existen personas con una representación o modelo rico de su situación, en el que perciben una amplia gama de alternativas entre las cuales pueden escoger acciones posibles. Para otras personas, las opciones son poco atractivas. Juegan a perder.
La diferencia está en la riqueza de sus modelos. Unos mantienen un modelo empobrecido que les origina dolor y sufrimiento ante un mundo lleno de valores, rico y complejo. Estas personas eligen lo mejor dentro de su modelo particular. Su conducta cobra sentido dentro del contexto de las alternativas generadas en su modelo. Las personas que no tienen suficientes alternativas carecen de una  imagen rica y compleja del mundo.
El universo se presenta al hombre como un enigma que jamás se descifra en su totalidad. Su mundo se va formando como una acumulación de impresiones y experiencias cada vez más perfectas y complejas. La repetición de experiencias semejantes, unida al propio temperamento, da lugar a la formación de diferentes temples de ánimo frente a la vida, que se definen y modifican de acuerdo al curso de ésta. Así, encontramos diferentes temples de individuos: unos viven más apegados a lo concreto, a lo sensible, disfrutando el vivir cotidiano; otros fijan su mirada y sus impulsos en metas sublimes y lejanas que les hacen vivir en la esperanza; hay quienes se satisfacen plenamente con las cosas de la tierra y quienes son optimistas frente al mundo y quienes se enfrentan a él con pesimismo o desconfianza.

El hombre, a través de sus actividades psíquicas (inteligencia, sentimiento y voluntad), conoce la realidad por su inteligencia, la valora afectivamente por el sentimiento y se conduce en ella por la voluntad. La melancolía, por ejemplo, nos muestra el mundo al revés; así perdemos el sentido de lo interno y de lo externo. El melancólico, fuertemente subjetivo e irreflexivo, resiste a la lógica, porque ningún argumento conseguirá convencerlo de que ese estado es imaginario o transitorio. La presencia de los demás se convierte en ausencia. El depresivo, así mismo, se pregunta si son los problemas de la vida diaria los que producen la sensación de depresión o si, por el contrario, es la sensación de apatía y desgana la que conduce a los problemas cotidianos. No sabemos cómo es realmente nuestro mundo natural y social; solamente sabemos cómo es para nosotros, según nuestras inquietudes y el estado de ánimo en que estemos. Cada estado de ánimo trae consigo un mundo propio. Uno de los problemas que enfrentamos es que los estados de ánimo son a menudo transparentes para nosotros. No los notamos y, por lo tanto, juzgamos que lo que pertenece a nuestros estados de ánimo es propiedad de nuestro mundo. Normalmente suponemos que el mundo es tal cual lo observamos, sin detenernos a examinar el papel que juega el observador en aquello que observa. Si sucede que estamos de mal ánimo, juzgamos que todo lo que nos rodea es negativo. Si estamos de buen ánimo, todo es positivo. Normalmente no nos damos cuenta de que estas características positivas y negativas no pertenecen al mundo mismo, como algo separado de nosotros, sino al observador que somos, según el estado de ánimo en que nos encontremos. …es importante admitir que nuestro mundo reside en el estado de ánimo en que estemos. Si cambia el estado de ánimo, el mundo también cambiará con él.

Un neurótico, igualmente, percibe la realidad alterada, ya que la neurosis genera un desorden crónico de personalidad que produce una visión distorsionada de la vida y una actitud distorsionada ante ella. Un neurótico (una persona con desorden crónico de personalidad) percibe la vida y la realidad distorsionada, y por tanto adopta una actitud distorsionada ante éstas. Un esquizofrénico altera su contacto con el mundo exterior, se instala en su autismo, vive en un mundo fantástico y utópico, producto de su ensoñación; sus deseos no tienen relación con la realidad, se hace impenetrable, indiferente, y pierde todo sentido práctico. Es indiferente ante la vida, con tendencia al aislamiento, deformación o disgregación de la personalidad; introvertido y con hábitos rutinarios estereotipados. No desarrolla actividades que otrora realizaba. Tienen frecuentes delirios, creencias fijas e inamovibles sin fundamento alguno en la realidad. Dejan de percibir el mundo como lo hace la mayoría de personas. Manifiesta una carencia total de emociones, por cuanto los sucesos dramáticos sólo le provocan una mínima o inexistente respuesta emocional. Tiene alucinaciones. Un enajenado mental o loco tiene una forma muy particular de vivenciar la realidad, debido a que la locura es un estado en que la persona pierde la prueba de realidad, se aleja de los patrones del aquí y del ahora, no puede distinguir lo interno de lo externo y, en forma irreversible, se aleja del principio consensual de realidad. Según el filósofo francés Blas Pascal, el pensamiento, que es nuestra verdadera y definitiva vocación, se ve ofuscado por  innumerables enemigos: la imaginación, “maestra del error y la falsedad”; las enfermedades, que nos impiden construir un juicio recto, y la cotidiana tendencia a vivir en tiempos que no son nuestros. Tras el tiempo, tiempo viene, es sentencia conocida y de mucha aplicación, pero no tan obvia como pueda parecer a quien se satisfaga con el significado próximo de las palabras, bien vengan ellas sueltas, una por una, bien juntas y articuladas, pues todo depende de la manera de decir y ésta cambia con el sentimiento de quien las exprese, no es lo mismo que las pronuncie alguien que, viniéndole la vida mal, espere días mejores, o que las diga otro como amenaza o como prometida venganza que el futuro tendrá que cumplir. El caso más extremo sería el de alguien que, sin fuertes y objetivas razones de queja en cuanto a su salud y bienestar, suspirase melancólicamente. Tras el tiempo, tiempo viene, sólo porque es de naturaleza pesimista y siempre prevé lo peor… el tiempo no es una cuerda que se pueda medir nudo a nudo, el tiempo es una superficie oblicua y ondulante que sólo la memoria es capaz de hacer que se mueva y aproxime. La idea que cada uno se forja de "hombre" o de "persona" influye decisivamente en su estado de ánimo y comportamiento.

John Grinder (Psicolingüista) y Richard Bandler (Matemático, Psicoterapeuta, Gestaltista), con fundamento en el constructivismo, sostienen que el ser humano no opera directamente sobre el mundo real en que vive, sino que lo hace a través de mapas, representaciones, modelos a partir de los cuales genera y guía su conducta. Estas representaciones, que además determinan el cómo se percibirá el mundo y qué elecciones se percibirán como disponibles en él, difieren necesariamente a la realidad a la cual representan. Esto es debido a que el ser humano al transmitir su representación del mundo tiene ciertas limitaciones, las cuales se derivan de las condiciones neurológicas del individuo, de la situación social en que vive y de sus características personales.
Cada persona tiene una representación del mundo en el cual se desenvuelve. Esta representación es la que se denomina "modelo del mundo", el cual genera conductas de acuerdo a la representación que tengan los individuos. Las representaciones mentales que cada individuo tiene dependen de sus experiencias, vivencias, cultura, fisiología, entre otras. Cada persona tiene un modelo o mapa del entorno en el cual se desenvuelve, es decir, el modelo del mundo para cada individuo es diferente. Esto depende de sus limitaciones sociales, individuales y neurológicas.
Si preguntamos, por ejemplo, “¿qué es la realidad?” a una persona sin una sólida formación académica, a un científico y a un filósofo, tendremos respuestas diferentes. La primera, que por lo general tiene una cosmovisión religiosa y acude al sentido común, ingenuamente contestará que la realidad es todo aquello que nos rodea: personas, animales y cosas. Su saber se reduce a señalar las cosas y sus fenómenos interiores y exteriores, indicando las causas aparentes. Su explicación de la realidad será una explicación empírica, mediante la cual dirá que las cosas pasan de este o de aquel modo, sin poder decir por qué pasan. El científico responderá que la realidad es la naturaleza, incluyendo el hombre y sus creaciones. Su saber no se limita a señalar las cosas y sus fenómenos, sino que además las explicará separadamente en función de sus causas inmediatas. Su explicación será una explicación científica, mediante la cual dirá por qué suceden las cosas cuyas leyes ha establecido. Su opinión será crítica, porque examina y comprueba las aportaciones de los sentidos para poder determinar su verdadero valor. El filósofo dirá que el universo, el hombre y la cultura constituyen la realidad. Trata de explicar la realidad por sus causas primeras dentro del orden natural. Su respuesta es producto de la reflexión fundamental y sistemática. Busca establecer las causas iniciales, elaborando por medio de la reflexión un sistema que comprenda la explicación total de la realidad, que diga por qué ha sucedido todo. Pero ¡cuidado con el concepto problemático de “realidad”!, porque el nuevo paradigma de la mecánica cuántica llega a negarla…
Los seres humanos adquirimos en el transcurso de nuestra existencia una serie de nociones acerca del mundo que nos rodea. Permanentemente estamos confrontando nuestras experiencias con nuestro caudal interior de convicciones respecto de las características del mundo exterior. Muchas de esas convicciones son erróneas ya que están basadas en prejuicios, prenociones, temores, supersticiones, costumbres, mitos y leyendas. Rara vez nos preocupamos por comprobar si nuestras ideas acerca de las cosas se ajustan a hechos sobre los cuales no podamos tener duda. Incluso cuando ponemos a prueba algunas de nuestras ideas o convicciones, la realidad nos demuestra que nuestras creencias son equivocadas. Entonces suele suceder que nos cuesta mucho convencernos de que no teníamos razón, de que no estábamos en lo cierto; a menudo las mantenemos aun a sabiendas de que no son verdaderas o que existe una alta probabilidad de que no lo sean. Por lo pronto, no hay ninguna garantía absoluta de que sepamos lo que afirmamos saber, y ello no sólo con respecto a tales o cuales entidades particulares, sino también, y especialmente, con respecto al mundo en general, incluyendo su existencia. Podemos pretender saber que el mundo existe, pero nada nos garantiza de un modo plenamente convincente su existencia. Luego, si alguien aventura que sé algo, siempre cabrá responderle con el perpetuo interrogante de Montaigne: ¿Qué se yo?

El rasgo quizá más característico de la raza humana es que vive y crea sus propias condiciones de vida a través de un proceso de transformación del mundo, al mismo tiempo que va construyendo representaciones mentales de él. Tales representaciones mentales van reflejando de una manera variable, cambiante, las diversas formas que adopta la vida social y natural. Nos encontramos incluso con hombres de inteligencia indudable que mantienen ciertas opiniones acerca de asuntos determinados, las cuales les fueron inculcadas durante su niñez por niñeras o mozos de cuadra. Y hasta los últimos momentos de nuestra adolescencia, o aún después, seres queridos y admirados, cuyas palabras se imprimen irresistiblemente sobre nuestras mentes, logran hacer generar en nosotros creencias que la razón no osa examinar, y que aunque estén en desacuerdo con el resto de nuestras opiniones, persisten junto a éstas, sin que nunca advirtamos la contradicción entre los dos sistemas de pensamientos.

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LUIS ANGEL RIOS PEREA



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