jueves, 12 de diciembre de 2013

ANALISIS DE “ENSAYO SOBRE LA CEGUERA”



AUTOR:

José Saramago*

TEMA:

Los conflictos generados por la ceguera.

ARGUMENTO:

En una ciudad y un país imaginario, de un momento a otro y sin una causa científica, empezaron a enceguecer las personas; con el transcurso de los días todos quedaron ciegos, excepto la esposa de un oftalmólogo.

Cuando empezó la pandemia, el Gobierno resolvió internar a los primeros ciegos en un manicomio abandonado. Cuando hubo más ciegos, el mismo designó otras instalaciones oficiales y privadas para recluirlos en esos establecimientos. Ciegos todos los habitantes de la ciudad y del país, empezó el caos: accidentes automovilísticos, saqueos, hurtos, escasez de comida, ausencia de servicios públicos y de asistencia social, quiebra del sector financiero…

Los ciegos internados en el manicomio soportaron una vida indigna: hacinamiento, imposiciones gubernamentales, inhumana custodia militar, riñas, hambre, vejaciones, insalubridad, violencia, violaciones… El principal problema consistió en la falta de comida y la distribución de ésta, lo cual generó violencia y grandes conflictos, que terminaron con asesinatos, violaciones de mujeres, incendios y quema del manicomio.

Después de huir del manicomio, el primer grupo de ciegos, compuesto por siete personas (tres mujeres, tres hombres y un niño), decidieron recorrer la ciudad en búsqueda de comida y de sus antiguos sitios de residencia. Al cabo de unos días la epidemia terminó: recobraron la visión, empezando por el primero que la había perdido. Todos volvieron a ver, y la mujer del médico tuvo la sensación de haber quedado ciega.


SINTESIS

Mientras esperaba que cambiara el semáforo, un hombre, de un momento a otro y sin un aparente porqué, se quedó ciego, y sentía “como si estu­viera en medio de una niebla espesa, es como si hubie­ra caído en un mar de leche”, y lo veía todo de blanco. Sintiéndose muy desgraciado, el ciego prorrumpió el llanto. “Desamparado, en medio de la calle, sintiendo que se hundía el suelo bajo sus pies, intentó contener la aflic­ción que le agarrotaba la garganta”. Le parecía estar nadando “en un mar de leche”. Unos “buenos samaritanos” lo auxiliaron y un hombre en particular lo llevó a su casa, que estaba relativamente cerca del lugar donde se encontraban. Este hombre, que a la postre no resultó ser tan “buen samaritano”, le robó el vehículo al ciego. Tiempo después, cuando el “ladrón” conducía el automotor, temeroso de la policía y arrepentido de haber obrado ilícitamente, se quedó ciego.

En su casa reflexionó sobre su abrupta y extraña ceguera. Cuando su esposa regresó lo encontró en ese estado. Él le informó que estaba ciego. Considerando esta revelación como una broma, ella, inicialmente, no le creyó. Convencida de que él todo lo veía blanco, su esposa se solidarizó con su consorte, y le dijo: “-Verás, eso pasará, no estabas enfermo, nadie se queda ciego así, de un momento para otro”. Sin embargo, resolvieron consultar un médico.

En el consultorio se encontraron con “un viejo con una venda negra cubriéndole un ojo, un niño que pa­recía estrábico y que iba acompañado por una mujer que debía de ser la madre, una joven de gafas oscuras”.  El ciego, ante la demora por ser atendido, “pensaba que cuanto más tardase el médico en examinarlo, más profunda se iría haciendo su ce­guera, y por lo tanto incurable, sin remedio”. El médico (un oftalmólogo) lo atendió, realizándole las preguntas de rigor, y al término de la consulta le dijo: “-No le encuentro ninguna le­sión, tiene los ojos perfectos”. Agregando que si estaba ciego, esa ceguera era inexplicable. El médico no dudaba de la afirmación del ciego, pero le inquietaba “la rareza del caso”, porque en vida de médico “nunca vi un caso igual, y me atrevería incluso a decir que no se ha visto en toda la historia de la oftalmología”. Ordenó los exámenes pertinentes y, cuando el paciente salió del consultorio el médico quedó muy intrigado porque le parecía un caso muy raro. Llamó a otro colega y buscó en sus libros, pues sospechaba, aunque no estaba seguro, que podría tratarse de “agnosis”, que “es la inca­pacidad de reconocer lo que se ve” o de “amaurosis, que es tiniebla total, a no ser que exista una amaurosis blanca, una ti­niebla blanca, por así decirlo…” El médico, temeroso de quedarse ciego también y luego de indagar en la bibliografía científica, efectivamente, se quedó ciego. Posteriormente, la mujer de las gafas negras, que era una prostituta, igualmente, se quedó ciega.
 
El médico, preocupado, puso en conocimiento esta aparente pandemia al ministerio gubernamental correspondiente. Cuando éste, que ya sabía de los otros dos casos de ceguera, envío una ambulancia a su casa para buscar soluciones a la problemática, la esposa del oftalmólogo fingió estar ciega para poder acompañar a su marido.

El ministerio decidió confinar a los ciegos, a todos los contagiados y posibles contagiados del “mal blanco” en un manicomio (“un laberinto racional”) desocupado a falta de otro sitio más apropiado. El Gobierno, so pretexto de evitar la contaminación, ofreció disculpas por recluirlos allí y expidió unas normas estrictas y extrañas, en las que se sancionaría con pena de muerte a quien intentara salir del lugar que estaba custodiado por soldados. “El Gobierno conoce plenamente sus responsabilidades, y espera que aquellos a quienes se dirige este mensaje asuman también, como ciuda­danos conscientes que sin duda son, las responsabilida­des que les corresponden, pensando que el aislamiento en que ahora se encuentran representará, por encima de cualquier otra consideración personal, un acto de solidaridad para con el resto de la comunidad nacio­nal. Dicho esto, pedimos la atención de todos hacia las instrucciones siguientes, primero, las luces se man­tendrán siempre encendidas y será inútil cualquier ten­tativa de manipular los interruptores, que por otra parte no funcionan, segundo, abandonar el edificio sin au­torización supondrá la muerte inmediata de quien lo intente, tercero, en cada sala hay un teléfono que só­lo podrá ser utilizado para solicitar del exterior la reposición de los productos de higiene y limpieza, cuar­to, los internos lavarán manualmente sus ropas, quinto, se recomienda la elección de responsables de sala, se trata de una recomendación, no de una orden, los in­ternos se organizarán como crean conveniente, a con­dición de que cumplan las reglas anteriores y las que seguidamente vamos a enunciar, sexto, tres veces al día se depositarán cajas con comida en la puerta de entrada, a la derecha y a la izquierda, destinadas, res­pectivamente, a los pacientes y a los posibles conta­giados, séptimo, todos los restos deberán ser quema­dos, considerándose restos, a todo efecto, aparte de la comida sobrante, las cajas, los platos, los cubiertos, que están fabricados con material combustible, octa­vo, la quema deberá ser efectuada en los patios inte­riores del edificio o en el cercado, noveno, los internos son responsables de las consecuencias negativas de la quema, décimo, en caso de incendio, sea éste fortuito o intencionado, los bomberos no intervendrán, undé­cimo, tampoco deberán contar los internos con nin­gún tipo de intervención exterior, en el supuesto de que sufran cualquier otra dolencia, y tampoco en el caso de que haya entre ellos agresiones o desórdenes, duodéci­mo, en caso de muerte, cualquiera que sea la causa, los internos enterrarán sin formalidades el cadáver en el cercado, decimotercero, la comunicación entre el ala de los pacientes y el ala de los posibles contagiados se hará por el cuerpo central del edificio, el mismo por el que han entrado, decimocuarto, los contagiados que se queden ciegos se incorporarán inmediatamente al ala segunda, en la que están los invidentes, decimoquinto, esta comunicación será repetida todos los días, a esta misma hora, para conocimiento de los nuevos ingresa­dos. El Gobierno y la Nación esperan que todos cum­plan con su deber…” El médico comprendió que estaban aislados, “más aislados de lo que probablemente jamás lo estuvo alguien anteriormente, y sin esperanza de poder salir de aquí hasta que se descubra un remedio contra la enfermedad”. Se encontraban allí, además del médico, su mujer, el primer ciego, el ladrón de automóviles, la chica de las gafas oscuras y el niño estrábico. El primer ciego y el ladrón de automóviles, luego de intercambiar acusaciones mutuas, uno por el robo del carro y el otro por ser el responsable del contagio, se liaron en una reyerta. La intervención del médico y su esposa lograron que los dos terminaran su pelea, y los llamaron a la convivencia. Así las cosas, el médico trató de organizar la dinámica armónica de las relaciones interpersonales.

Después irrumpieron abruptamente en el manicomio otros ciegos: un policía, un taxista, un dependiente de farmacia, una camarera de hotel y una oficinista (la mujer del primer ciego). “El dependiente de farmacia fue quien vendió el colirio a la chica de las gafas oscuras, el taxista fue quien llevó al primer ciego al médico, este que dijo ser policía fue quien encontró al ladrón ciego llorando como un niño perdido, y en cuanto a la camarera del hotel, fue ella la primera persona que entró en el cuarto cuando la chica de las gafas oscuras empezó a gritar”. Inicialmente, entre ciegos y contagiados sumaban más de cincuenta.

La convivencia prosiguió llena de conflictos hasta el punto de que el ladrón de automóviles descubrió que la mujer del médico no estaba ciega, pero calló porque ésta le estaba curando una herida causada por la chica de las gafas oscuras que lo hirió por haberle tocado abusivamente su cuerpo. Cuando el ladrón de automóviles quiso huir del manicomio fue asesinado por uno de los soldados, comandados por un sargento que seguidamente se quedó ciego. Uno de los soldados insinuó que la mujer del médico no estaba ciega, el nievo sargento, ingenuamente, le refutó: “Los ciegos aprenden muy rápido a orientarse…”

Luego de que se presentara una especie de amotinamiento de internos por asuntos de comida, los soldados dispararon y asesinaron a nueve ciegos. “El Ejército lamenta vivamente haberse visto obligado a reprimir por las armas un movimiento sedicioso responsable de una situación de riesgo inminente, cuya culpa directa o indirecta en modo alguno puede hacerse recaer sobre las fuerzas armadas, se advierte en consecuencia que a partir de hoy los internos recogerán la comida fuera del edificio, quedan advertidos que sufrirán las consecuencias de cualquier tentativa de alteración del orden, como ha acontecido ahora y como aconteció la pasada noche… No hemos tenido la culpa, no hemos tenido la culpa”.  El entierro de los muertos y la repartición de la comida generó más conflictos y enfrentamientos entre los ciegos.

A medida que iban llegando más ciegos y más contagiados al manicomio, la situación de convivencia empeoraba, por cuanto no había espacio suficiente para albergar a tantos y se presentaban enconadas disputas por la distribución y el reparto de comida. Era tal el hacinamiento que hubo más de 300 internos. Las sangrientas disputas ocasionaban cruentas riñas, en donde fallecían internos, y los soldados, a órdenes de un sargento, intervenían de manera violenta. “Si no somos capaces de vivir enteramente como personas, hagamos lo posible para no vivir enteramente como animales…”, decía la mujer del médico. Al grupo de los primeros ciegos se unió el viejo de la venda negra, antes visitante del consultorio del oftalmólogo, y se ubicó en la cama que ocupara el extinto ladrón de automóviles y les trajo noticias de cómo iban quedando ciegas más personas en las calles.

Como la epidemia de ceguera se fue extendiendo, el Gobierno estableció lugares y espacios requisables, recluyendo improvisadamente ciegos en “fábricas abandonadas, templos sin culto, pabellones deportivos y almacenes vacíos”.

Como conductores de vehículos y pilotos de avión, por haberse quedado ciegos en pleno trabajo, habían ocasionado lamentables accidentes, los choferes de automotores resolvieron dejarlos estacionados donde se encontraban.

Con el propósito de hacer la vida más amena, el primer grupo de ciegos resolvió establecer un juego en el cual éstos se contarían qué estaban haciendo al momento de quedar ciegos. Luego de que cada uno relatara su caso, la chica de las gafas negras sostuvo que “ya éramos ciegos en el momento en que perdimos la vista, el miedo nos cegó, el miedo nos mantendrá ciegos”.

El caos dentro del manicomio cada vez empeoraba. Los ciegos defecaban donde podían y las cañerías se atascaron, produciendo olores fétidos, y esto empezó a molestar a la mujer del médico, quien amenazó a su marido con revelar que no era ciega; ante lo cual éste le dijo que no era conveniente porque la pondrían al servicio de todos los ciegos. Los primeros ciegos recluidos en la cuarentena “fueron capaces, con mayor o menor conciencia, de llevar con dignidad la cruz de la naturaleza eminentemente escatológica del ser humano”. Las noticias de radio anunciaron que “se iba a formar de inmediato un gobierno de unidad y salvación nacional”.

Un grupo de ciegos, armados con palos y pedazos de hierro de las ventanas, se apoderó de la comida, exigiendo dinero a cambio de ésta. Los soldados no intervinieron, pues, como había dicho el sargento: “Si se matan entre ellos, mejor, quedarán menos”. Uno de estos ciegos ladrones de comida, con pistola en mano dijo que no había vuelta atrás, porque “a partir de hoy seremos nosotros quienes nos encarguemos de la comida, están avisados todos, y que no se le ocurra a nadie salir a buscarla, vamos a poner guardias en esta entrada, y quien se acerque las va a pagar, de aquí en adelante, la comida se vende”. A cambio de las joyas, dinero y otros objetos de valor que llevaban los ciegos, los ladrones entregarían la comida. Ante los comentarios de esta imposición, un ciego, refiriéndose a cómo harían para comer quienes no tenían joyas ni otros objetos de valor, acudió al conocido axioma que “a cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades”.  Por todas las pertenencias recogidas por el médico y el primer ciego, los ciegos ladrones de comida sólo entregaron tres cajas de comida.

El viejo de la venda negra, a través de su radio (ya a punto de quedar mudo por falta de baterías), se enteró que el locutor y los empleados de la única emisora que se podía sintonizar en el manicomio habían quedado ciegos.

La mujer del médico, aprovechando que podía ver, hizo una excursión nocturna al pabellón de los ciegos ladrones de comida, y constató que eran unos veinte. Ésta confesó a la chica de las gafas oscuras que no era ciega, confesión ante la que no se mostró extrañada, como si ya lo supiera.

Los ciegos malvados decidieron pedir mujeres para yacer con ellas a cambio de comida. Luego de que las mujeres se opusieran, porque ellas no estaban dispuestas a que otros comieran con lo que ellas “tenían en medio de las piernas”, y de que éstas y los hombres expusieran razones en pro y en contra de lo que pedían, acordaron enviar a siete, entre las que se encontraban la mujer del médico y la chica de las gafas oscuras. El ciego de la pistola obligó a la mujer del ciego a que le succionara el pene, y ésta intentó matarlo pero se abstuvo y se rindió ante la exigencia del ciego malvado. Las siete voluntarias “durante horas habían pasado de hombre en hombre, de humillación en humillación, de ofensa en ofensa, todo lo que es posible hacerle a una mujer dejándola con vida… Sordas, ciegas, calladas, a tumbos, sólo con la voluntad suficiente para no dejar la mano de la que llevaban delante, la mano, no el hombro como cuando vinieron, ninguna podría responder si le preguntasen: ¿Por qué vais con las manos cogidas? Ocurrió así, hay gestos para los que no se puede encontrar una explicación fácil, a veces ni la difícil se encuentra”. Como secuela de estos vejámenes, una mujer, conocida como la “ciega de los insomnios”, murió. Los malvados, cumpliendo lo acordado, entregaron parte de la comida.

Posteriormente, los ciegos malvados procedieron, como en el caso anterior, con quince mujeres de otra sala. “Las iban llevando a las camas, las desnudaban a tirones, en seguida se oyeron los llantos acostumbrados, las súplicas, las voces implorantes, pero las respuestas, cuando las había, no variaban: -Si quieres comer, tienes que abrir las piernas”. La mujer del médico, que discretamente las había seguido, asesinó con unas tijeras al jefe de los ciegos malvados, y su grito agónico se confundió con el gemido de un orgasmo… El caos y el pánico se apoderaron del escenario, y otro ciego más fue estrangulado. Las mujeres, como pudieron, se liberaron de sus agresores y salieron al corredor, y en la estampida la mujer del médico hundió las tijeras en el pecho de otro ciego. En medio de amenazas e improperios del ciego contable y de otros ciegos malvados, las mujeres huyeron por el corredor. La mujer del médico, mientras huía, observó que “tenía sangre en las manos y en la ropa, y súbitamente el cuerpo agotado le dijo que estaba vieja. -Vieja y asesina, pensó, pero sabía que si fuese necesario volvería a matar. -¿Y cuándo es necesario matar?, se preguntó a sí misma mientras se dirigía hacia el zaguán, y a sí misma se respondió: -Cuando está muerto lo que aún está vivo. Movió la cabeza y pensó: -Qué quiere decir esto?, palabras, palabras, nada más”.

Algunos hombres de la segunda sala se molestaron por el ataque a los ciegos malvados, porque esto les quitaría la comida, y para ellos la comida era más importante que la vergüenza y la dignidad de las mujeres.

Como el Gobierno no les llevó más comida, los primeros ciegos, liderados por la mujer del médico y el viejo de la venda negra, decidieron espiar a los ciegos malvados para tratar de quitarles la comida que ellos retenían arbitrariamente. Diecisiete ciegos de la primera y segunda sala, armados con garrotes y trozos de hierro, se dirigieron a la “hueste de los malvados”. El peligroso y arriesgado operativo trajo como consecuencia dos heridos con la pistola del ciego contable. Entre los heridos, que pronto murieron, se encontraba el dependiente de la farmacia. Los ciegos liderados por la mujer del médico descubrieron que ésta no estaba ciega, pero dieron importancia a este descubrimiento que ellos ya inferían. Desgraciadamente, no pudieron apoderarse de la comida; los ciegos malvados salieron gananciosos. Pero la “celebración” les duró poco, porque una de las mujeres prendió fuego a su habitación. Luego de que el fuego se propagara por todo el manicomio, los que lograron sobrevivir huyeron del sitio del edificio, aprovechando que los soldados habían huido, después de haber quedado ciegos.

El grupo de los primeros ciegos, conformado por siete (el médico, la mujer del médico, el niño estrábico, el viejo de la venda oscura, la chica de las gafas oscuras, el primer ciego y su esposa), empezaron a deambular por las calles, encontrándose con otro ciego que les comunicó que toda la ciudad, todo el país, estaba ciego y les refirió de las dificultades para la obtención de comida. Andaban por las calles en grupos pequeños, recluyéndose en tiendas y establecimientos en donde había alimentos y, después de comerlos, se iban para otro lugar. Los siete ciegos, liderados por la mujer del médico y su esposo, entraron en un establecimiento en donde sólo había electrodomésticos y utensilios “para hacer la vida mejor”. En la ciudad no funcionaba la energía eléctrica ni el acueducto, y había inmundicia y fétidos olores. La mujer del médico los dejó cuidando el lugar y se fue en búsqueda de comida. En medio de la noche, oscurecida con un torrencial aguacero, entró en un supermercado vacío, pero en el depósito encontró comida; llenó unas bolsas con ella y se marchó, perdiéndose en la calle. Luego de encontrar un plano de la ciudad, pudo orientarse y regresar al sitio donde estaban los seis ciegos esperándola. Un perro, el “perro de las lágrimas”, la acompañaba. “Cómo está el mundo, preguntó el viejo de la venda negra, y la mujer del médico respon­dió, no hay diferencia entre fuera y dentro, entre aquí y allá, entre los pocos y los muchos, entre lo que hemos vivido y lo que vamos a tener que vivir, y la gente, cómo va, preguntó la chica de las gafas oscuras, van como fantasmas, ser fantasma debe de ser algo así, tener la certeza de que la vida existe, porque cuatro sen­tidos nos lo dicen, y no poder verla, hay muchos co­ches por ahí, preguntó el primer ciego, que no puede olvidar que le robaron el suyo, es un cementerio. Ni el médico ni la mujer del primer ciego hicieron pre­guntas, para qué, si las respuestas serían del mismo talante que éstas. Al niño estrábico le basta la satisfac­ción de llevar puestos los zapatos con los que siempre soñó, ni siquiera lo entristece el hecho de no poder verlos”. Los siete ciegos, provistos de ropa y zapatos, que abundaban en la ciudad, porque no servían como alimento, decidieron ir a sus casas, empezando por la de la chica de las gafas oscuras.

En la casa donde vivía la chica de las gafas oscuras, que estaba saqueada, no había persona alguna. Una vecina (una mujer vieja que se alimentaba de coles y carne cruda) dijo que los padres de aquella se los habían llevado. Los siete ciegos y el perro de las lágrimas pasaron la noche en casa de la vieja. “Fue en la mesa donde la mujer del médico ex­puso su pensamiento:
-Ha llegado el momento en que tenemos que decidir lo que vamos a hacer, estoy con­vencida de que todo el mundo está ciego, al menos se comportan como tales las personas que he visto hasta ahora, no hay agua, no hay electricidad, no hay abaste­cimientos de ningún tipo, estamos en el caos, el caos auténtico tiene que ser esto.
-Habrá un Gobierno, dijo el primer ciego.
-No lo creo, pero, en caso de que lo haya, será un gobierno de ciegos gobernando a ciegos, es de­cir, la nada pretendiendo organizar la nada.
-Entonces, no hay futuro, dijo el viejo de la venda negra.
-No sé si habrá futuro, de lo que ahora se trata es de cómo vamos a vivir este presente.
-Sin futuro, el presente no sirve pa­ra nada, es como si no existiese.
-Puede que la humanidad acabe consiguiendo vivir sin ojos, pero entonces dejará de ser la humanidad, el resultado, a la vista está, quién de nosotros sigue considerándose tan humano como creía ser antes… -Volvamos a la cuestión, dijo la mujer del médico, si seguimos juntos quizá consigamos sobrevivir, si nos separamos seremos engullidos por la masa y despedazados.
-Has dicho que hay grupos de ciegos organizados, observó el médico, eso significa que se están inventando maneras nuevas de vivir, no es forzoso que acabemos despedazados, como prevés.
-No sé hasta qué punto estarán realmente organizados, sólo los veo andar por ahí en busca de comida y de un sitio donde dormir, nada más”.

Atados a la mujer del médico, para evitar que chocaran o se extraviaran, empezaron a deambular nuevamente el pequeño grupo de invidentes. A la casa del viejo de la venda oscura decidieron no entrar, porque allí no había sino libros y éstos, en esos momentos, no tenían utilidad. Encontraron bancos saqueados por ciegos y no ciegos, en momentos en que empezaba la epidemia de ceguera. Cuando comenzó ésta, todos pretendieron retirar su dinero, pero los bancos quebraron y, cuando los banqueros y empleados quedaron ciegos, fueron saqueados.

Seguidamente fueron a la casa del médico y de su mujer, y allí se instalaron, bañándose, cambiándose, haciendo sus necesidades y comiendo lo poco que encontraron. Luego salieron en búsqueda de comida. Llegaron a la casa del primer ciego y encontraron allí a un escritor que había sido echado de su casa. La mujer del médico le reveló al escritor que ella estaba ciega. El nuevo sitio visitado fue el consultorio del médico, que lo encontraron desmantelado y saqueado. De allí pasaron a la casa de la chica de las gafas oscuras, donde encontraron muerta a la vieja que la ocupaba. Con un azadón cavaron una tumba y la enterraron. Dejaron un mechón de la chica de las gafas negras en la puerta por si regresaban sus padres, y se marcharon de nuevo a la casa del médico y su mujer.

Al día siguiente, el médico y su mujer, en compañía del perro de las lágrimas (“lo malo de este perro es que se ha aproximado tanto a los humanos que va a acabar sufriendo como ellos”), salieron a la calle en búsqueda de comida. Llegaron al supermercado, pero no vieron “gente entrando y saliendo, aquel hormiguero de personas que a todas horas encontramos en estos establecimientos que viven del concurso de grandes multitudes”. Allí no encontraron comida sino muertos fétidos. Con vómito y náuseas, la mujer del médico, acompañada de su esposo, fue a una iglesia cercana para descansar y recuperarse; en el recinto sagrado se desmayó, junto al perro de las lágrimas. Se percataron de que “las sagradas imágenes estaban ciegas, de que sus misericordiosas y sufridoras miradas no contemplaban más que su propia ceguera”.

Cuando se encontraban los siete ciegos y el perro de las lágrimas reunidas en la casa del médico, comenzó a desaparecer la ceguera, empezando por el primer ciego, la chica de las gafas oscuras y el médico. Había terminado la epidemia de ceguera. Luego de celebrar el retorno de la visión, cada uno fue a su casa. Solos en su casa, el médico y su mujer, reflexionaron así:

“¿Por qué nos hemos quedado ciegos?
-No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón.
-¿Quieres que te diga lo que estoy pensando?
–Dime.
-Creo que no nos quedamos cie­gos, creo que estamos ciegos.
-¿Ciegos que ven?
-Ciegos que, viendo, no ven”.

En la casa del médico, además de su esposa, se quedaron el niño estrábico y el perro de las lágrimas. La mujer del médico “miró hacia abajo, a la calle cubierta de basu­ra, a las personas que gritaban y cantaban. Luego alzó la cabeza al cielo y lo vio todo blanco. Ahora me toca a mí, pensó. El miedo súbito le hizo bajar los ojos. La ciudad aún estaba allí”.


COMENTARIO

Saramago, con su particular estilo carente del tradicional “punto y coma” y de los guiones para indicar los diálogos, nos relata, con tal derroche de fantástica imaginación y genialidad, el caos que produce una ceguera intempestiva, colectiva y temporal. Si la convivencia entre personas que “ven” es problemática y conflictiva, con más fundamento lo es entre ciegos.

Llena de angustia y ansiedad el pensar qué nos pasaría, si de un momento a otro y sin ninguna explicación racional, quedáramos ciegos. La novela es un llamado, entre muchos, a mejorar nuestra convivencia y a “ver” de manera auténtica en esta sociedad alienadora que pretende enceguecernos con su cosificación, masificación, domesticación y sometimiento.

Inútil nos resulta todo aquello en que la civilización moderna centra todos sus esfuerzos y ahoga sus sueños: el poder, la autoridad, consumismo voraz, confort tecnológico, idolatría del sistema financiero… Nos percatamos cómo en realidad lo que verdaderamente cuenta y nos sirve para vivir es la comida, el agua y otros servicios públicos (energía eléctrica, acueducto, alcantarillado). En un mundo de invidentes, como en el que vivimos, no hay futuro, y “sin futuro, el presente no sirve para nada, es como si no existiese”. Para que haya futuro, en este contexto de ciegos, tenemos que ir “inventando maneras nuevas de vivir”.

En un contexto así, manipulado por los “poderosos”, andamos como ciegos. La ceguera nos la imponen éstos, y, como no queremos ver, experimentamos el aterrador caos en que viven los ciegos. Somos ciegos que, “viendo”, no vemos.


La única persona que no perdió la visión es nuestra esperanza y nuestra luz, los ojos que nos impiden tropezar y nos orientan en una sociedad cada vez más caótica, conflictiva y problemática. Esta mujer, una vez que todos recuperaron la visión, tuvo la sensación de estar ciega; era ella la que en una sociedad donde todos “veían” no podía ver, pues se había acostumbrado a vivir con los ciegos que con los que habían recuperado la visión… Sintió una profunda soledad y quedó “como una cuerda que se ha roto, como un muelle que no aguantó más el esfuerzo a que estuvo constantemente sometido”.

Se aprecia el saber enciclopédico que posee el autor, por caunto conoce el contexto, se recrea en él, lo vive, lo dimensiona; utiliza el lenguaje adecuado y nos deleita con la sabiduría popular y con la más profunda filosofía. En esta novela son evidentes las miserias y grandezas que degradan y engrandecen al ser humano. “De esa masa estamos hechos, mitad indiferencia y mitad ruindad”. Ante el caos desaparecen los valores tradicionales y se distorsionan los sentimientos humanos. Hasta la imaginería católica, con los ojos vendados, posiblemente por quienes nos “enseñan” a adorarlos, enceguece, como prueba de que “Dios no merece ver”

SABIDURÍA DEL AUTOR

“…los nervios son el diablo.

Ha­bía llegado incluso a pensar que la oscuridad en que los ciegos vivían no era, en definitiva, más que la sim­ple ausencia de luz, que lo que llamamos ceguera es algo que se limita a cubrir la apariencia de los seres y de las cosas, dejándolos intactos tras un velo negro. Ahora, al contrario, se encontraba sumergido en una albu­ra tan luminosa, tan total, que devoraba no sólo los colores, sino las propias cosas y los seres, haciéndolos así doblemente invisibles.

...sentimien­tos de generosidad y de altruismo que son, como todo el mundo sabe, dos de las mejores características del géne­ro humano, que pueden hallarse, incluso, en delincuen­tes más empedernidos…

…la voluble fortuna…

Los escépticos sobre la naturaleza humana, que son muchos y obstina­dos, vienen sosteniendo que, si bien es cierto que la oca­sión no siempre hace al ladrón, también es cierto que ayuda mucho.

La conciencia moral, a la que tantos insensatos han ofendido y de la que muchos más han renegado, es cosa que existe y existió siempre, no ha sido un invento de los filósofos del Cuaternario, cuando el alma apenas era un proyecto confuso.

…vive como le apetece y, además, saca de ello todo el placer que puede.

…la ceguera es una cuestión privada entre la persona y los ojos con que nació.

De esa masa estamos hechos, mitad indiferencia y mitad ruindad.

Hay, al menos, una buena presunción de causa a efecto.

…ningún perro reconoce a otro perro por el nombre que le pu­sieron, identifica por el olor y por él se da a identificar, nosotros aquí somos como otra raza de perros, nos co­nocemos por la manera de ladrar, por la manera de hablar, lo demás, rasgos de la cara, color de los ojos, de la piel, del pelo, no cuenta, es como si nada de eso existiera, yo veo, todavía veo, pero hasta cuándo.

…si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias inmediatas, después, las proba­bles, más tarde las posibles, luego las imaginables, no llegaríamos siquiera a movernos de donde el primer pensamiento nos hubiera hecho detenernos.

La ventaja de que gozaban estos ciegos era la de algo que podría llamarse ilusión de la luz. Realmente, igual les daba que fuera de día o de noche, crepúsculo matutino o vespertino, silente madrugada o rumorosa hora meridiana, los ciegos siem­pre estaban rodeados de una blancura resplandeciente, como el sol dentro de la niebla. Para éstos, la ceguera no era vivir banalmente rodeado de tinieblas; sino en el interior de una gloria luminosa.

…la dura experiencia de la vida, maestra suprema en todas las disciplinas…

…el llegar a donde se quie­re depende de donde se esté.

…Si no somos capaces de vivir enteramente como personas, hagamos lo posible para no vivir enteramente como animales…

…aunque, realmente, a un reloj le es igual, va de la una a las doce, lo demás son ideas de los hu­manos.

…tiene la verdad muchas veces que disfrazarse de mentira para alcanzar sus fines…

Amenazar con un ar­ma es ya atacar.

…la experien­cia de la vida y de las vidas cabalmente demuestra que al tiempo no hay quien lo gobierne…

Adónde vas, que es, pro­bablemente, la pregunta que más hacen los hombres a sus mujeres, la otra es Dónde has estado.

…cómo se reconocieron, vaya por Dios, por las voces, hombre, por las voces, que no es sólo la voz de la sangre la que no necesita ojos, el amor, que dicen que es ciego, tiene también su pala­bra que decir.

…la ley cuando nace es igual para todos, y que la democracia es incompatible con tratos de favor.

Sarna con gusto no pica.

…hablando se entiende la gente…

El primer ciego comenzó por decir que su mujer no se sometería a la vergüenza de entregar su cuerpo a unos desconocidos, diéranle a cambio lo que le dieran, que ni ella querría ni él lo permitiría, que la dignidad no tiene precio, que una persona empieza por ceder en las pequeñas cosas y acaba por perder todo el sentido de la vida.

Cada uno actúa de acuerdo con la moral que tiene…

…no por mucho madrugar se muere más temprano.

…las apariencias engañan, y que no es por el aspecto de la cara ni por la presteza del cuerpo por lo que se conoce la fuerza del corazón.


…por fortuna el diablo no siempre está detrás de la puerta…

Así como el hábi­to no hace al monje, tampoco el cetro hace al rey, es ésta una verdad que conviene no olvidar.

…hay que tener cuidado con las comparaciones, no vayan a ser livianas.

…no olvidemos que en la vida todo es relativo…

…no hay cosa mala que no trai­ga consigo una cosa buena…

Empujó la puerta corredera y recibió, casi simultáneas, dos poderosas impresiones, prime­ro, la de la oscuridad profunda por donde tendría que bajar para llegar al sótano, y luego, el olor inconfundible de cosas que se comen, aunque estén encerradas en recipientes de esos que llamamos herméticos, y es que el hambre siempre tuvo un olfato finísimo, capaz de atravesar todas las barreras, como el de los perros.

…la venganza, cuando es justa, es cosa humana, si la víctima no tuviera un derecho sobre el verdugo, entonces no habría justicia.

…tan ciegos son los que man­dan como los mandados.

…pero algunos viejos son así, les sobra or­gullo a medida que les va faltando tiempo…

….oculto el crimen, reservados para otra ocasión los re­mordimientos.

No encontró respuesta, las respuestas no llegan siempre cuando uno las necesi­ta, muchas veces ocurre que quedarse esperando es la única respuesta posible.

…ojos que no ven, corazón que no siente…

…todos los relatos son como los de la creación del universo, nadie estaba allí, nadie asistió al evento, pero todos sabemos lo que ocurrió.

Salvo el polvo doméstico, que aprovecha la au­sencia de las familias para ir cubriendo suavemente la superficie de los muebles, y digamos a propósito que es ésta la única ocasión que tiene para descansar, sin agita­ciones ni zarandeos de paños o aspiradores, sin carreras de niños que desencadenan torbellinos atmosféricos a su paso, la casa estaba limpia, y el desorden era sólo el de esperar cuando uno tuvo que salir precipitadamente.

…son mujeres, quien las entienda que las compre.

…lo cierto y lo equivocado son sólo mo­dos diferentes de entender nuestra relación con los demás, no la que tenemos con nosotros mismos, en ésa no hay que confiar…

Las palabras son así, disimulan mucho, se van juntando unas con otras, parece como si no supieran a dónde quieren ir, y, de pronto, por culpa de dos o tres, o cuatro que salen de repente, simples en sí mismas, un pronombre personal, un adverbio, un verbo, un adjetivo, y ya tenemos ahí la conmoción ascendiendo irresistiblemente a la superfi­cie de la piel y de los ojos, rompiendo la compostura de los sentimientos…

…está deshecha en lágrimas por obra de un pronombre personal, de un adverbio, de un verbo, de un adjetivo, meras categorías gramaticales, meros designativos…

El trabajo del viejo es poco, pero quien lo desprecia es loco. Ese refrán no es así. Lo sé, donde dije viejo, es niño, donde dije desprecia, dice desdeña, pero los proverbios, si quieren seguir diciendo lo mismo porque es necesario decirlo, hay que adaptarlos a los tiempos.

Guarda lo que no sirve y encontrarás lo que necesites…

Sería necesario haber estado allí, Un escritor es como otra persona cualquiera, no puede saberlo todo, ni puede vivirlo todo, tiene que preguntar e imaginar.

…basta ya de filosofías y de taumaturgias, démonos la mano y vamos a la vida.

Los hombres son todos iguales, piensan que con haber nacido de barriga de mujer, ya lo saben todo de las mujeres.

…el silencio es el mejor aplauso.

Nunca se puede saber de antemano de qué son capaces las personas, hay que esperar, dar tiem­po al tiempo, el tiempo es el que manda, el tiempo es quien está jugando al otro lado de la mesa y tiene en su mano todas las cartas de la baraja, a nosotros nos corresponde inventar los encartes con la vida, la nues­tra.

Las imágenes no ven. Equivocación tuya, las imágenes ven con los ojos que las ven…

…el pánico es mucho más rápido que las piernas que tienen que llevarlo…

…las manos son los ojos de los ciegos…

De aquí no voy a pasar, es el primer pensamiento, y a veces el último también, en casos fatales”.

LUIS ANGEL RIOS PEREA

*www.librostauro.com.ar

5 comentarios:

  1. Este libro de Saramago se ha quedado muy profundamente arraigado en mi experiencia de vida como la realidad wue nos describe en forma metafórica como es en realidad el mundo que vivimos. Muy dura, muy fuerte, así es la estructura del sistema mundial. Dos personas presencian un mismo hecho y cada una tiene una visión diferente. Y no deja esperanzas. Me gustó mucho su análisis y repasar la lectura de esta obra.

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  2. ¿Alguien sabe por que la gente se queda ciega?

    Como lectores, ¿Cuál es la causa por la cual quedan ciegos los personajes de la novela?

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  3. necesito saber: que acciones realiza la chica de las gafas oscuras después de que todos los personajes salen del manicomio?
    por favor

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  4. ¿En qué consiste el juego de la Y?

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