miércoles, 11 de mayo de 2016

“LA REPÚBLICA” DE PLATÓN, UNA OBRA POLÍTICA Y PEDAGÓGICA




INTRODUCCIÓN


En el presente escrito me propongo reseñar, sin pretensiones de hondura filosófica y literaria, el extenso diálogo “La República o de justo”, del genial Platón. La metodología consiste en leer y releer el texto platónico, efectuar una breve síntesis, resumir capítulo por capítulo, destacar su importancia, pedagogía y vigencia, y, finalmente, resaltar sus aportes para la cultura de nuestro tiempo.

Con el propósito de enriquecer la importancia, pedagogía y vigencia de “La República”, efectué una “pequeña” investigación ecléctica, consultando libros y otros textos de la infinidad de publicaciones que abundan en Internet sobre la inmortal obra del filósofo griego. Uno de los documentos más estudiado y consultado fue el extenso y apasionante libro de Werner Jaeger “Paideia”. Acudí a diversas fuentes para que el trabajo tuviera un tono multivalente de voces y no se reflejara solamente mi punto de vista. Consulté textos que no contuvieran estudios profundos de la obra, porque muchos de ellos confunden, son demasiado abstractos y ahondan sesudamente, y mi propósito es elaborar un escrito fácil de comprender, dirigido a personas que, como yo, no somos estudiosos apasionados de este diálogo y, en general, de toda la obra platónica, que es vasta y compleja, y los temas tratados en “La República” también son abordados en otros diálogos y escritos platónicos.

Lo expuesto literalmente por las fuentes consultadas se encuentra entre comillas. Al finalizar el texto citado, dentro de paréntesis, consigno el apellido de su autor; en la bibliografía cito la fuente completa y otras que utilicé para este trabajo.






TEMA

Investigación sobre la justicia o lo justo, constitución del Estado justo, ideal, bueno o perfecto, y tratado pedagógico.


SÍNTESIS

El diálogo “La República o de lo justo” se realiza en la casa de Céfalo. En él participan Céfalo, Polemarco (hijo de Céfalo), Trasímaco (sofista = maestro de moral y retórica), Glaucón, Adimanto (hermanos de Platón) y Sócrates, el personaje principal (“la voz de Platón”). La discusión se abre con el debate entre Céfalo y Sócrates sobre la riqueza y la vejez. Céfalo afirma que la riqueza, aunque no otorga la felicidad, ayuda a llevar una vida buena y realizar lo moralmente justo, porque si uno tiene dinero dice la verdad, no engaña y paga a sus deudores. Sócrates lo refuta, debido a que una vida justa no consiste en decir la verdad, devolver lo prestado o pagar nuestras deudas. La vejez del hombre sabio es la mayor gracia posible. Céfalo, ante los argumentos de Sócrates, abandona la discusión porque le parece abstracta la discusión.

Polemarco, discrepando con Sócrates, sostiene que la justicia, o hacer lo justo, consiste en darle a cada cual lo que le corresponde o le conviene: el bien a los amigos y el mal a los enemigos. Sócrates lo refuta porque esta concepción de la justicia es de poca utilidad, por cuanto dar a cada uno le que le pertenece no es viable cuando damos un cuchillo a su dueño en momentos en que está furioso y puede causar un mal. Polemarco reformula su tesis, aclarando que la justicia consiste en hacer el bien a los amigos buenos y el mal a los enemigos malos. Sócrates disiente ya que no es justo devolver el mal que nos hacen, porque hacer el mal hace que los hombres malos sean más malos, y sólo es justo el hombre bueno; el deber del hombre justo no consiste en hacer a los injustos más injustos de lo ya son. Sócrates concluye que nunca está bien, o es justo, hacer el mal o causar daño a ningún hombre. Polemarco termina aceptando provisionalmente las refutaciones de su interlocutor.

Trasímaco  insta a Sócrates a definir la justicia, ante lo cual éste dice no saberlo. Trasímaco manifiesta que lo que está bien o es justo es todo aquello que redunda en el interés del partido más poderoso, es decir, de los gobernantes. Así mismo, afirma que la justicia es una virtud para los cobardes, ignorantes y necios. Para los fuertes e inteligentes, la injusticia tiene un valor superior. Éstos evaden impuestos y son corruptos, y de esta manera son más felices que los justos. La vida de los poderosos o gobernantes tiranos es mejor que la de los débiles y cobardes, debido a que la justicia es la virtud de éstos. Según él, vivir bien es adueñarse de toda la riqueza, el poder y el placer que uno pueda del modo más eficaz posible. Sócrates no está de acuerdo con Trasímaco, por cuanto el deber del gobernante no es ser injusto, sino hacer el bien a los gobernados, ser justo. Sócrates, para rebatir a Trasímaco, postula que el hombre justo es más inteligente y sabe más que el injusto; que la injusticia no es fuente de poder y que la injusticia no procura la felicidad. La teoría de Trasímaco  podría llamarse “razón de la fuerza”. Sócrates aclara que la injusticia no es una virtud; la justicia, sí. La virtud es una cualidad por medio de la que las cosas desempeñan sus funciones apropiadamente. Por ejemplo, la función del hombre es vivir. La justicia es la virtud humana más importante. Trasímaco, impotente ante las refutaciones de su contendiente, guarda silencio.

Glaucón, inconforme con los argumentos de Sócrates, quiere que le convenza que la vida justa es mejor que la injusta.  Defendiendo los planteamientos de Trasímaco, sostiene que la justicia surgió por temor recíproco entre los hombres; que los humanos son justos por conveniencia, solamente porque es necesario serlo; y que es mejor parecer justo que ser justo. Es decir, la justicia y la moralidad surgen porque los hombres se temen entre sí;  las personas son justas no porque crean que sea bueno serlo, sino sólo porque les parece necesario; la justicia carece de valor en sí misma.

Adimanto, agregando su parecer a lo expuesto por Glaucón, señala que hay que ser justos, no porque sea bueno, sino por la buena reputación y el prestigio social que da el hecho de ser justo. Así las cosas, no recomienda la justicia en sí, sino la respetabilidad que ofrece la justicia. Ser justos no trae beneficios ni goces; siendo injustos la vida será fácil, si uno se las arregla para mantener una buena reputación.  Adimanto dice que Trasímaco está en lo cierto cuando señala que, a condición de que uno sea rico, poderoso y con buena reputación, es mejor llevar una mala vida que una buena vida. Adimanto, teniendo en cuenta que los poetas están de acuerdo con Trasímaco, pide a Sócrates que demuestre que la justicia es en realidad algo bueno y la injusticia es algo malo, independientemente de los castigos, las recompensas o la reputación.

Entonces, Sócrates comienza afirmando que la justicia es una propiedad que tienen los individuos y la comunidad o el Estado. Se propone establecer en qué consiste la justicia dentro del Estado, para luego considerar lo que es ésta en el hombre. Sobre el origen del Estado señala que las personas se reúnen para formar una comunidad, porque éstas, a nivel individual, no son autosuficientes. Para que el Estado sea justo (el Estado ideal), cada quien, según sus talentos y aptitudes, debe desempeñar un solo trabajo para el cual esté mejor preparado, sin entrometerse en el del otro. Sócrates es reiterativo en que a cada hombre debe corresponder un trabajo específico. Las personas no pueden elegir su oficio, sino que reciben el que les corresponde de acuerdo a su preparación, habilidades y talentos. Cada persona sólo debe tener un trabajo. Cada individuo es feliz si realiza el trabajo para el cual está preparado. Aunque Sócrates no aboga por la libertad individual, sino colectiva, sí reconoce que la libertad es importante para la felicidad. La cualidad que hace bueno a un Estado es la misma que hace bueno al individuo: la virtud de la justicia. Una virtud, como ya se dijo, es una cualidad por medio de la que las cosas desempeñan sus funciones apropiadamente.

Sócrates está interesado en averiguar en qué consiste la justicia. Pero antes de averiguarlo, es necesario indagar sobre la educación de los guardianes (gobernantes y soldados o auxiliares), quienes deberán poseer un temperamento filosófico. En el Estado ideal, en donde no existen las luchas políticas, es necesario educar la mente y la personalidad de los guardianes e instruirlos moralmente. Se les deben contar historias de héroes y dioses. Están proscritos los relatos de Homero y los poetas que traten de acciones criminales de los dioses, los mitos con temas de maldad e inmoralidad y los relatos que infundan miedo a la muerte. Si están permitidos los relatos de actos de valentía que insten a los auxiliares a ofrecer su vida si es necesario en bien del Estado. Las narraciones de efectos morales positivos son materia de la educación. Son inadmisibles los relatos de historias de literatura imitativa o dramática, porque ésta tiene sus peligros, ya que los estudiantes pueden imitar la maldad de las personas representadas en los dramas. Tampoco es procedente dejarlos oír música triste y de taberna; sólo canciones moralmente buenas. Se deben ejercitar en la parte física. Es indispensable consumir alimentos sencillos y nutritivos, con moderación. Esta educación ideal tiene como objetivo que los niños aprendan a reconocer y valorar las cosas buenas y hermosas, que éstas tendrán sobre su carácter un efecto benéfico y duradero; formar su personalidad para luego ponerlos en contacto con lo malo.

El Estado ideal estará conformado por gobernantes (hombres de oro), soldados o auxiliares (hombres de plata) y artesanos (hombres hierro). Los gobernantes deben tener experiencia, sabiduría e inteligencia para que busquen el interés común de sus gobernados. Los hombres sabios, poseedores de la areté o excelencia humana (que los aleja de del afán de riquezas o de reconocimientos), son los llamados a gobernar y a distinguir lo justo de lo injusto. Es necesario que sean íntegros para que no se corrompan. Los guardianes no podrán poseer propiedades ni dinero; su manutención, vestuario y cuidados estarán a cargo de los artesanos. No podrán dejarse influenciar por sucedáneos, como el soborno, las riquezas, las posesiones y el disfrute de la vida privada, entre otros que los puedan alejar de su virtud o función para la cual están formados. No tendrán otro poder distinto al de servir a los intereses de la comunidad. Los artesanos no podrán ser ni muy ricos ni muy pobres para no caer en extremos de riqueza o de miseria, ya que si un artesano es extremadamente rico ya no querrá hacer su correspondiente oficio y si es extremadamente pobre no podrá comprar los instrumentos y herramientas para hacer su trabajo. Las ventajas de ser guardianes consisten en tener prestigio y la exención de realizar trabajos manuales. Las ventajas de los artesanos son el dinero, las posesiones y la vida privada; es decir, las que no pueden tener los gobernantes. Las diferentes clases de hombres (oro, plata, hierro) pueden tener movilidad social dentro de la jerarquía establecida: un artesano, haciendo los méritos suficientes, podrá ser un guardián. Así se evita que exista la envidia y que unos quieran entrometerse en la función de los demás o existan discordias entre las clases sociales. Esto será posible que se realice si los hombres creen que fueron hechos por los dioses para desempeñar una función concreta en la vida, y, por lo tanto, los ciudadanos deben obrar con honradez en sus relaciones con los demás.

Adimanto le dice a Sócrates que sus planteamientos harían infelices a los guardianes. Sócrates acepta que la vida de éstos no puede calificarse de lujosa, pero aclara que la felicidad no depende de cosas externas, como riqueza y posesiones. Su Estado ideal no busca que sólo los guardianes sean felices, sino que todos sus miembros lo sean en conjunto.  El Estado ideal no necesita de muchas leyes. Los gobernantes, que tienen una educación rigurosa, deben procurar el bien de los gobernados. Según Sócrates, de esta manera queda fundado el Estado ideal, justo, bueno o perfecto, y, si es perfecto, en él encontramos las cuatro virtudes cardinales: la prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia.

Luego razona sobre la localización de estas virtudes en el Estado. La prudencia o la sabiduría se encuentra en los gobernantes, debido a que éstos son quienes saben distinguir lo justo de lo injusto y lo que está bien y lo que está mal para la comunidad en su conjunto; un Estado es prudente a causa de sus gobernantes. La fortaleza o el valor se encuentran en los soldados o auxiliares. La templanza, la disciplina, el autodominio o el autocontrol, que permite que las personas sean dueñas de sí mismas y controlen sus deseos con el poder de la razón, no se localiza en una clase concreta de la sociedad, sino en la forma en que las clases se relacionan entre sí. El Estado ideal es disciplinado porque los gobernantes gobiernan sabiamente a los auxiliares y los artesanos, que son las clases menos sabias, y por eso deben someterse disciplinadamente a la clase gobernante. La templanza es una especie de armonía natural o concordia entre las diversas secciones de la comunidad, en donde los prudentes gobiernan a los demás, quienes se avienen a ser gobernados. La justicia, que es la virtud más importante, la virtud de las virtudes, la raíz de las demás virtudes, la cualidad que posibilita la existencia de las otras virtudes (porque nadie puede ser prudente, valeroso y disciplinado si no es justo), se asienta sobre el principio de que cada individuo puede desempeñar un trabajo y sólo uno. Lo que hace que el Estado ideal sea justo consiste en que cada hombre realice un trabajo en la vida, actividad, oficio, rol o papel para el que esté mejor preparado. Interferir en el trabajo de los demás es una injusticia, y ello hace un Estado injusto. La justicia en el Estado es el principio de que cada uno debe limitarse a su propio trabajo.

Sócrates,  habiendo argumentado cómo se define y encuentra la justicia en el Estado, se propone argumentar cómo se define y encuentra la justicia en el hombre. El hombre justo es aquel cuya razón, deseos y emociones funcionan equilibrada y armoniosamente. Un hombre es prudente si la parte racional de su mente posee sabiduría y es valeroso si existe fortaleza en su parte emocional o anímica. Un hombre tiene templanza o autodominio cuando su razón manda y cuando sus emociones y sus deseos no se rebelan contra la razón. En el hombre instruido y bueno la razón siempre controlará las dos partes de su mente. La razón corresponde con los gobernantes, la parte emocional con los auxiliares y el deseo con los artesanos.

Seguidamente, Sócrates se propone responder a la pregunta: ¿Qué es la justicia o qué es un hombre justo? Un hombre es justo si todas y cada una de sus partes (razón, emociones y deseo) desempeñan sus funciones correspondientes, sin interferir las unas con las otras. Un hombre justo es aquel cuya mente está en buen estado; un hombre sano es aquel cuyo cuerpo está en buen estado. Ser bueno consiste en tener una mente o alma bien ordenada. Quien tiene el alma bien ordenada, obra bien y ejecuta acciones buenas y justas. El alma bien ordenada significa que en un hombre justo, los deseos nunca dominan la voluntad. Sin embargo, los deseos no se pueden ahogar o reprimir, sino que se les debe permitir desempeñar las funciones que les corresponde: informar cuando el cuerpo necesita satisfacer racionalmente algunas necesidades básicas, como comer, beber, dormir, etc. La razón debe controlar las acciones del hombre, de la misma forma que los gobernantes deben controlar lo que pasa en el Estado. Las emociones pueden funcionar, pero sometidas al imperio de la razón. En el hombre bueno, las emociones se aliarán con el corazón cuando haya un conflicto con los deseos.

Para responder a Trasímaco, Glaucón y Adimanto, Sócrates debe demostrar que para un hombre siempre es mejor ser justo que injusto. Como la justicia es una especie de armonía interna en el Estado o en la mente del hombre, la injusticia es una especie de discordia o desavenencia entre la razón, las emociones y los deseos. Existe injusticia en el Estado y en el individuo. Si las emociones se adueñan de la razón, habrá injusticia en el Estado y en sujeto. Habrá injusticia si los deseos gobiernan al hombre. Si se trastoca el orden natural de la razón los deseos y las emociones, el resultado será la injusticia. Sólo hay un tipo de bondad o bien, pero muchos tipos de maldad. Para que exista le felicidad, tanto el hombre como el Estado deben tener una personalidad unificada.

Cuestionado Sócrates, por Polemarco y Adimanto, sobre el papel de la familia en el Estado ideal, éste responde que, así sea más débil que el hombre, la mujer tiene los mismos derechos de los hombres; podrán ser gobernantes, auxiliares o artesanos, pero desempeñando labores más livianas que las de los hombres; por lo tanto, recibirán la misma educación que se les ofrece a los hombres. Como los guardianes no pueden tener esposa y, por ende, familia, es pertinente que, para la satisfacción de los instintos sexuales, se reglamente el apareamiento o coito genital. En consecuencia, se celebrarán fiestas nupciales, durante las cuales los hombres y las mujeres se acoplarán sólo para procrear.  Los gobernantes de mayor edad serán los encargados de seleccionar las mujeres más aptas, moral y físicamente, para que se engendren los mejores hijos posibles para la sociedad. Ningún hijo conocerá la identidad de sus padres y serán criados en una guardería estatal.

Sus interlocutores dudan que este modelo de sociedad sea aplique en la práctica. Sócrates responde que el objetivo es la creación de un Estado ideal, no necesariamente un Estado real. Agrega que nada puede ser tan perfecto en la práctica como en la teoría. De acuerdo con su cosmovisión, la sociedad o el Estado ideal que ha descrito, sólo se realizará siempre y cuando los gobernantes sean filósofos y el poder político y la filosofía vayan así a parar a las mismas manos. Argumenta que un filósofo es quien ama la sabiduría, busca apasionadamente el conocimiento y la verdad, y siente curiosidad y avidez por aprender todo lo posible.

Como Glaucón está en desacuerdo con esta definición de filósofo, Sócrates tiene que explicar su doctrina sobre la naturaleza del conocimiento y la verdad. Afirma que existe la belleza y que ésta es una sola cosa: un rostro hermoso, un color hermoso, una forma hermosa, etc., comparten la misma cualidad en común: la belleza. Sólo aquel que es capaz de reconocer la naturaleza propia de la belleza, se asemeja al hombre que está completamente despierto y la mira la genuina realidad. El hombre que ve la belleza en sí misma, posee la ciencia o el conocimiento auténtico y contempla la esencia de la belleza; los demás sólo ven las cosas hermosas en su apariencia y poseen pura y simple opinión. Si un objeto no existe en realidad, no es realmente posible conocerlo. Los objetos de la opinión o de la experiencia no existen en sentido pleno, sólo existen los objetos del conocimiento, es decir, los objetos o cosas reales; los objetos de la opinión son menos reales que los del conocimiento o la ciencia. La belleza es un objeto del conocimiento,  mientras que un rostro o un sonido hermoso son objetos de la opinión. Aunque hay sonidos agradables o desagradables, la belleza en sí misma no puede ser desagradable. Una persona que sea capaz de ver y comprender la naturaleza del tamaño en sí mismo posee conocimiento, pero si sólo ve y percibe objetos grandes y pequeños no pasa de la opinión. El tamaño y la belleza son plenamente reales e inmutables. Sólo las cualidades abstractas, como estas dos, pueden llegar a conocer la verdad. Los filósofos se inclinan a la propia realidad; sólo ellos son conscientes de que las cosas ordinarias de la vida son imágenes efímeras y cambiantes (apariencias) de lo que es verdaderamente real. Solamente los filósofos tienen conocimiento de las formas. En consecuencia, el filósofo reúne todas las cualidades necesarias para ser un buen gobernante. Según Sócrates, el filósofo es la persona mejor preparada para gobernar, porque sabe qué es la justicia y la bondad o idea del Bien (el Bien en sí y la Belleza en sí son lo mismo; la Forma o Idea de la Belleza en sí es el principio y fundamento del ser y de la verdad); conoce las formas, tiene buen carácter, es bueno, sincero, honrado, altruista, generoso, valiente y disciplinado; ama la verdad y posee las cuatro virtudes cardinales: prudencia, fortaleza, templanza y justicia.

Según la teoría de las Ideas o de las Formas, que expone Sócrates (Platón), éstas son cualidades abstractas, como la belleza, el tamaño, la justicia, la bondad o la idea del Bien, etc. Una cualidad es algo que comparten una cantidad de cosas diferentes. La belleza es la cualidad que tienen en común todas las cosas hermosas.  La belleza absoluta, el tamaño absoluto, la bondad absoluta, etc., no existen en la realidad; sólo pueden ser comprendidas por el pensamiento puro. Las formas o cualidades son eternas, inmutables, intangibles e indivisibles, mientras que los objetos, que tienen formas en común, están sujetos al cambio y la decadencia: las cosas hermosas se hacen feas, los hombres justos se vuelven injustos; pero la belleza no puede nunca ser desagradable y la propia justicia no puede nunca dejar de ser justa. Un sonido hermoso es una copia o imagen de la belleza. El filósofo, la única persona que no se contenta con las copias, imágenes o la apariencia de las cosas que percibimos con los sentidos, es capaz de obtener el auténtico conocimiento. Así las cosas, si deseamos descubrir la verdadera naturaleza de la justicia, de nada sirve presentar ejemplos de hombres justos y acciones justas, pues estos no son otra cosa que imágenes de la forma.

Adimanto discrepa de Sócrates, debido a que algunos de los filósofos de su tiempo no tienen esas cualidades. Sócrates está de acuerdo con el reproche; pero aclara que la filosofía no es la responsable de ello, sino la sociedad que no respeta el conocimiento o la sabiduría. En una sociedad, como la de Sócrates, un buen filósofo no puede aspirar a ser útil. La misma sociedad, con sus vicios y sus maldades, corrompe a los filósofos. Los políticos no son admirados por su sabiduría, sino que halagan al pueblo y le satisfacen sus más bajos deseos e instintos.

Este ideal socrático (platónico) parece utópico, por cuanto la política es un asunto práctico y un gobernante ha de ser, ante todo, una persona práctica y experimentada. Pero para que los gobernantes filósofos cumplan con el ideal platónico, deben recibir una instrucción más profunda en el campo intelectual, porque la formación literaria, musical y militar en insuficiente; éstos deben acceder a las formas más altas de conocimiento: las formas, la justicia, la belleza y, principalmente, la bondad o idea del Bien. A menos que un hombre sepa en qué consiste la bondad, no podrá comprender por qué la justicia y la belleza son buenas cualidades. La forma de la bondad o idea del Bien es la más alta y más importante de todas las formas.

Glaucón pide a Sócrates le explique en qué consiste la bondad o idea del Bien, pero éste dice ignorarlo. No obstante expone una analogía del sol en la que afirma que así como la luz proviene del sol, la verdad proviene de la bondad en sí misma. Y aunque no diga qué es la bondad o idea del Bien, expone una idea de la relación que la bondad mantiene con otros objetos inteligibles o cognoscibles. La bondad es una forma que no está al nivel de las otras formas, debido a que las otras formas derivan su verdad y su realidad de la bondad. El primer grado de conocimiento, la clase más elevada y superior de éste, es el conocimiento real de la propia bondad en sí misma; el segundo nivel o grado de conocimiento es el conocimiento real de las formas; el tercer grado es el conocimiento aparente de las cosas ordinarias; y el cuarto es el conocimiento aparente de las sombras e imágenes. El primer y segundo grado son objetos del conocimiento real e inteligible, y el tercero y el cuarto son los objetos de la opinión o ininteligibles e incognoscibles.

Así mismo, Sócrates acude a la conocida Alegoría de la Caverna (y por ser tan popular acá no la describo), en la cual trata de los diversos grados o clases del conocimiento (real y aparente, verdad y opinión). Dentro de la caverna las personas encadenas por la ignorancia que les es impuesta, sólo contemplan las sombras de la realidad; pero si se atreven a liberarse de las cadenas y salir del antro, se encontrarán con la luz del sol que, figuradamente, es la luz de la verdad. El interior de la caverna corresponde a la opinión y el exterior corresponde al conocimiento de la verdad. Con esta alegoría Platón demuestra cómo todo el conocimiento está encadenado entre sí. Si no conocemos las formas, no podemos conocer y comprender en realidad el mundo exterior. Señala Sócrates que no podemos comprender en esencia las formas sino conocemos la bondad o idea del Bien. Si conocemos la bondad en sí, podemos conocer todo lo que de ella depende: todo lo que es posible conocer. Ya había dicho que la bondad es la fuente de toda verdad. El conocimiento matemático y político está unido en el conocimiento de la bondad. La finalidad de estas exposiciones de Sócrates, es demostrar que los filósofos gobernantes del Estado ideal deben ser educados para que sean capaces de conocer las formas y, concretamente, la propia bondad o idea del Bien. Afirma que es innegable que los filósofos gobernantes alcanzarán la felicidad suprema si les permitiéramos quedarse a contemplar las formas y la bondad. Pero si son buenos gobernantes, participando en la dura tarea de la política, propenderán por el bienestar del resto de la sociedad.

Seguidamente, Sócrates expone cómo se deberá completar la educación de los futuros guardianes, cuya finalidad es conducirlos desde la esfera de la opinión a la esfera del conocimiento, para que aprendan las formas y comprendan la naturaleza de la propia bondad. Este estudio se encamina a potenciar y fortalecer el intelecto. Para conocer las formas es necesario aprender a pensar de manera abstracta, empezando por el conocimiento matemático: aritmética, geometría plana, geometría sólida, astronomía y armonía. Aprender las formas es aprender a entender la naturaleza de la realidad; para ello se debe aprender a razonar con lógica. En consecuencia, se debe enseñar la dialéctica: ciencia del razonamiento lógico. La dialéctica es la única ciencia que sistemáticamente se propone definir la naturaleza esencial de las cosas. Sócrates precisa que la dialéctica busca la verdad de manera exhaustiva y profunda. Para comprender algo es necesario poder definirlo con el propio entendimiento, siguiendo todos los pasos de la dialéctica. Esta ciencia es la única que permite encontrar el auténtico conocimiento. La dialéctica es el método argumentativo que utiliza Platón en sus diálogos.

Como los futuros gobernantes, además de lo ya expuesto, deben ser honrados, valerosos, trabajadores, intuitivos, etc., su educación se divide en seis etapas: (1) Hasta los 18 años recibirán instrucción literaria, musical y matemáticas elementales. (2) Entre los 18 y 20 años recibirán instrucción militar y física de forma intensiva. (3). Después viene la instrucción matemática durante 10 años. (4) Quienes hayan sido capaces de responder a toda la instrucción anterior, se entrenarán rigurosamente en el arte de la dialéctica durante cinco años. (5) A los 35 años, con toda la educación anterior, los alumnos ya se habrán convertido en filósofos. Ahora recibirán, durante 15 años, la experiencia práctica necesaria para gobernar. (5) A sus 50 años, los filósofos gobernantes habrán completado la educación requerida para el desempeño de su función. Sin embargo, deberán seguir llevando una vida contemplativa y filosófica. Así estarán listos ese tipo de ciudadanos para la vida pública y política, gobernando y dirigiendo al Estado, procurando hacer lo que le conviene a la comunidad, debido a que ya conocen la bondad o idea del Bien y saben qué es ésta en sí misma. Sólo quien sepa esto con la debida certeza podrá garantizar que es un gobernante que, además de ser auténticamente justo, hará siempre lo mejor.

A continuación, Glaucón le recuerda a Sócrates que aún continúa pendiente el tema de la injusticia. Por lo tanto, Sócrates comienza diciendo que hay cuatro clases de sociedades o gobiernos: timocracia (gobierno de los ricos), oligarquía (gobierno de la clase social privilegiada), democracia (gobierno de todos) y tiranía (gobierno de los tiranos). Este tipo de gobiernos son injustos porque sus gobernantes son injustos. La timocracia es la que más se acerca al Estado justo, ideal o perfecto, y la tiranía o despotismo es la más injusta de todas. El hombre timocrático será injusto porque su parte anímica o emocional no está controlada por la razón. El oligarca es injusto porque no está controlado por la razón, sino por el deseo de riqueza y privilegios. El hombre democrático, que da a todos sus deseos un trato de igualdad (ya sean buenos o malos), es injusto porque, abusando de sus libertades, hará siempre lo que quiere y cuando quiere, viviendo sólo para el placer del momento. Su temperamento, en apariencia versátil y atractivo, nos muestra que no tiene orden y control sobre su vida. El tirano será injusto porque gobierna despótica y totalitariamente, sin límites legales y crueldad; no tiene otro mérito que la fuerza y la violencia. Estos tipos de gobierno son injustos porque cada gobernante busca su bienestar personal, sin tener en cuenta el de los demás o el de la comunidad. Ninguno de estos gobernantes, con las características descritas, será justo; no lo será porque no han recibido la educación pertinente para que sean gobernantes buenos, justos y conocedores de la verdad y la bondad en su misma esencia. En consecuencia, no procederán respecto a lo que le conviene a la comunidad en su conjunto. Sólo los filósofos tendrán la educación, instrucción, preparación y formación para gobernar y dirigir un Estado ideal de manera justa.

Con esta argumentación sobre el hombre injusto, Sócrates demuestra a sus interlocutores que el hombre injusto vive una vida de tormento interior o está amargado por una pasión dominante e incontrolable. Sigue explicando a éstos que es mejor ser justo que injusto, mediante los siguientes argumentos: (1) Un hombre esclavo de sus pasiones es infeliz. El hombre justo no es esclavo en ningún sentido. (2) El hombre justo, el hombre que domina sus pasiones racionalmente, difícilmente será juzgado. Experimenta los placeres del conocimiento, que es el placer más grande de todos, y supera los placeres del éxito y la satisfacción (placeres irreales o ilusorios). El hombre justo disfruta de una felicidad que es la mejor clase de felicidad, porque vivencia el placer del conocimiento, que es el más grande de los placeres, un placer real. (3) El hombre justo es más feliz porque experimenta el auténtico conocimiento, que es el conocimiento placentero en sí mismo (porque es un conocimiento genuinamente positivo, verdadero y real). Por esta razón es el más feliz de todos los hombres. Según Sócrates, un hombre completamente justo es 729 veces más feliz que el hombre completamente justo. Con esta exposición argumentada, Sócrates explica a Trasímaco, Glaucón y Adimanto que es mejor ser justo que injusto, porque el hombre injusto ha  sofocado la parte de él que es auténticamente humana (su razón) y fortalecido su peor e inhumana parte (sus pasiones o apetitos). Para el injusto no hay riqueza, buena reputación y placer corporal que puedan justificar el mal que se hace a sí mismo. El hombre injusto, a la postre, será infeliz. Si un hombre quiere ser feliz y vivir una vida, inexorablemente debe estar guiado y gobernado por su propia razón. El artesano, para ser feliz, deberá estar gobernado por la razón y la inteligencia de los filósofos gobernantes. Así, gobernantes, auxiliares y artesanos serán buenos y felices. De esta manera, Sócrates ha demostrado que la existencia del hombre justo es mejor que la del hombre injusto, independientemente de recompensas externas que puedan recibir.

Hasta aquí se han sintetizado nueve libros de la República, y la acción principal ha terminado. El libro diez (el último) trata de reflexiones socráticas sobre el arte (poesía, drama, pintura y escultura), inmortalidad del alma y recompensas y castigos en el más allá, atacando las artes visuales y dramáticas. Los artistas no crean, sino que imitan; realizan copias de la realidad. Artistas, poetas y dramaturgos no cuentan la verdad sobre la moralidad, la religión y todo lo demás, porque no conocen la verdad. El artista sólo crea ilusiones. Los poetas y los dramaturgos dibujan con palabras imágenes de hombres inestables e incontrolados que dan rienda suelta a sus emociones y deseos. Como los poetas excitan las emociones (que son irracionales), estimulan las partes inferiores de nuestra mente a expensas de la razón. Las artes ejercen, incluso sobre las mejores personas, un efecto moralmente corruptor. Sócrates recomienda seguir el ejemplo del amante que renuncia a una pasión que no le está haciendo bien alguno. En una sociedad bien ordenada no hay espacio para la poesía, excepto los himnos a los dioses y los poemas que alaban hombres ilustres. Con respecto a la inmortalidad del alma, Sócrates precisa que, como ésta es inmortal, los hombres que sean buenos y justos, al morir, recibirán recompensas en el más allá. Como la enfermedad del alma es la injusticia, los injustos tendrán su castigo en la eternidad. Sócrates concluye afirmando que cada hombre es responsable de la vida que escoge llevar: justa o injusta. Cómo él es autónomo y libre de escoger su estilo de vida (buena o mala, justa o injusta), no deberá culpar a nadie por la toma de sus decisiones. Los hombres son justos o injustos porque deciden serlo soberanamente por su propia voluntad. Si eligen ser injustos, perderán la oportunidad de ser verdaderamente felices. El hombre injusto no se dará cuenta que ese tipo de vida lo hará infeliz. De esto colige, que la injusticia es un asunto de ignorancia. Según Sócrates, bastaría con que el hombre injusto se dejara guiar por la razón para darse cuenta de la desgracia y el sufrimiento que se está causando a sí mismo. La vida buena es una vida de razón y conocimiento.




RESUMEN DE LOS 10 LIBROS

LIBRO PRIMERO

Sócrates se reúne con Céfalo, Glaucón, Adimanto, Polemarco, Trasímaco y otras  personas (que sólo escuchan, pero no intervienen), en la casa de Céfalo, en El Pireo, en la ciudad griega de Atenas. Comienzan dialogando sobre la vejez. Céfalo, hombre rico, se siente bien con su vejez. Considera que ésta “es un estado de reposo y de libertad respecto de los sentidos”. Los problemas en este estado los causa el carácter. “Con costumbres suaves y convenientes, la vejez es soportable; pero con un carácter opuesto, lo mismo la vejez que la juventud son desgraciadas”. Las riquezas garantizan una buena vejez, pero con sabiduría. “Sin la sabiduría nunca las riquezas la harían más dulce”. Las riquezas procuran ventajas, cuando el viejo ha sido justo y no tiene remordimientos.

En la extensa discusión sobre la justicia, Sócrates pregunta si “está bien definida la justicia haciéndola consistir simplemente en decir la verdad, y en dar a cada uno lo que de él se ha recibido”. Según él, en esto no consiste la justicia. Para el poeta Simónides, esto es la justicia: “La justicia es dar a cada uno lo que se le debe”. Sócrates arguye que Simónides pensaba que “debe hacerse bien a sus amigos y no dañarles en nada”. Simónides piensa que había que “dar a cada uno lo que le conviene”. Del concepto de Simónides, se desprende que “la justicia hace bien a sus amigos y mal a sus enemigos”. Simónides llama justicia “hacer bien a sus amigos y mal a sus enemigos”. Polemarco piensa que la justicia “consiste siempre en favorecer a sus amigos y dañar a sus enemigos”. Para Sócrates, la justicia es una verdad. El hombre justo no puede causar mal a nadie. “Nunca es justo hacer daño a otro”.

Sócrates, convencido que la justicia no consiste en lo anterior, pregunta en qué consiste. Trasímaco, de manera arrogante y sofista, sostiene que “la justicia no es otra cosa que lo que es más útil al más fuerte”. Tratando de justificar su aserto dice que “en cada Estado la justicia no es más que la utilidad del que tiene la autoridad en sus manos, y, por consiguiente, del más fuerte”. Aunque Sócrates conviene con Trasímaco en que “la justicia es una cosa ventajosa”, con su mayéutica disiente de la concepción de Trasímaco. Éste piensa que la naturaleza de lo justo y de lo injusto es un bien para todos, “menos para el injusto”; que la justicia es útil para el más fuerte, el que manda, y dañosa para el débil; “que la injusticia ejerce su imperio sobre las personas justas, que por sencillez ceden en todo ante el interés del más fuerte, y sólo se ocupan en cuidar los intereses de éste abandonando a los suyos [...] El hombre justo siempre lleva la peor parte cuando se encuentra con el hombre injusto”. Cree que el injusto, teniendo un gran poder, “se vale de él para dominar constantemente a los demás”. Convencido de su planteamiento, insiste en que “la justicia es el interés del más fuerte, y la injusticia es por sí misma útil y provechosa”. Como Sócrates considera que la justicia es “la regla de conducta que cada uno debe seguir para gozar durante la vida la mayor felicidad posible”, piensa que no es “más ventajoso ser malo que hombre de bien [...], aunque el malo tenga el poder de hacer el mal, sea por fuerza o sea por astucia, nunca creeré que su condición sea preferible a la del hombre justo”. No concede a Trasímaco que la justicia sea el interés del más fuerte. Trasímaco insiste en que la justicia es más ventajosa que la justicia perfecta. Para él, la injusticia es sabiduría. Los injustos son buenos, virtuosos y sabios. Para Sócrates la injusticia es cosa vergonzosa y mala. Trasímaco le atribuye a la injusticia títulos como la fuerza y la belleza. El injusto es inteligente y hábil; el justo no lo es. Sócrates, con sus irónicas preguntas, persuade a Trasímaco que “el justo es hábil y sabio, y el injusto ignorante e inhábil”. Para su concepción de justicia, Trasímaco se funda en la opinión de poner la justicia en el manejo de los bienes penosos que no merecen nuestros cuidados por la gloria y las recompensas que producen. Los dos están de acuerdo en que “la justicia es habilidad y virtud, y la injusticia es ignorante e inhábil”; que la justicia es una virtud y la injusticia es un vicio; que el alma (cuya función es pensar, gobernar y deliberar) justa y el hombre justo viven bien, y el injusto vive mal; que el que vive bien es dichoso, y el que vive mal es desgraciado. “El justo es dichoso y el injusto desgraciado”. Trasímaco reconoce que es falso que la justicia sea más provechosa que la injusticia. Al término de este diálogo Sócrates no sabe aún qué es la justicia.

LIBRO SEGUNDO

Sócrates incluye la justicia dentro de los bienes que deben amarse por ellos mismos y por sus resultados. Glaucón, que no queda satisfecho de la discusión entre Sócrates y Trasímaco en pro y en contra de la justicia y de la injusticia, quiere “saber cuál es su naturaleza y qué efecto producen ambas inmediatamente en el alma, sin tener en cuenta ni las recompensas que llevan consigo ni tampoco ninguno de sus resultados, buenos o malos”. Glaucón cree que el gran mérito de la injusticia consiste en parecer justo sin serlo. Quiere que se decida sobre la felicidad del justo y del injusto. Él está de parte de los que prefieren la injusticia a la justicia. Adimanto expone su tesis de los que toman el partido de la justicia contra la injusticia. “Nada es más bello, ni al mismo tiempo más difícil y más penoso que la templanza  y la justicia [...] Nada hay más dulce que la injusticia y el libertinaje [...] La virtud no tiene más trabajos y penalidades que ofrecerme [...] La apariencia de la virtud puede contribuir más a mi bienestar que la realidad de la misma [...]”. Sólo se inclina por la justicia porque todo le sale bien si es injusto. Nadie ha probado que la injusticia sea mala y la justicia sea buena. Adimanto pide a Sócrates que, además de probar que la justicia es preferible a la injusticia, explique los efectos que ambas producen por sí mismas en el alma. Sócrates para responder plantea la formación de un Estado ideal, justo o perfecto, en procura de descubrir cómo la justicia y la injusticia nacen en él. Cree que lo que da origen a la sociedad es la impotencia en que cada hombre se encuentra incapaz de bastarse a sí mismo y la necesidad de muchas cosas que experimenta. La aglomeración de necesidades que reúne a muchos hombres hará auxiliarse mutuamente, dando nacimiento al Estado. Propone a sus interlocutores construir un Estado con el pensamiento, en cuya base están las necesidades de alimento, la habitación y el vestido. Cada uno deberá hacer lo que sabe hacer en virtud de su profesión y de acuerdo con su talento. Cada uno debe limitarse a los suyo propio. Ese Estado necesitará de un número mayor de labradores y obreros; también de comerciantes. Se necesita un mercado y una moneda. También son necesarios los guerreros con carácter de perros de buena raza: dulces con quien conocen y agresivos con los desconocidos. La filosofía y el valor serán las cualidades de los guerreros. El guardián debe ser valiente y filósofo. El instinto del perro es el ideal porque “ladra a los que no conoce aunque no haya recibido de ellos ningún mal, y halaga a los que conoce, aunque no le hayan hecho ningún bien”. Un buen guardián del Estado debe tener valor, fuerza, actividad y filosofía. ¿Cuál es la educación desde niños para los guerreros? “Formar el cuerpo mediante la gimnasia y el alma mediante la música”. No se les deben contar fábulas a los niños que impliquen crímenes, venganzas e injurias. No se podrán contar fábulas de Hesíodo, Homero y otros poetas, porque representan a los dioses y a los héroes distintos de como son. No se debe hablar de los combates de los dioses, ni de los lazos que se tendían unos a otros. Se les deben contar cosas que los conduzcan en la virtud. Los poetas deben representar a Dios tal como es; debe decirse que Dios es bueno. Los bienes deben atribuirse a Dios. Una primera ley es que “Dios no es el autor de todas las cosas, sino sólo de las buenas”. No se debe mentir, porque la mentira es ignorancia que afecta el alma del que es engañado; la mentira es expresión del sentimiento que el alma experimenta. Dios no miente ni engaña. La segunda ley prohíbe hablar y escribir respecto a los dioses como encantadores, mutantes y que engañan con discursos y acciones. En los discursos no debe haber quejas ni lamentaciones.

LIBRO TERCERO

Para que los guerreros sean valientes, los poetas no deben escribir versos en donde se desprecie la muerte y no se elogien los infiernos, para que prefieran morir en combate antes que ser derrotados o esclavizados. En la poesía no debe haber lamentaciones y quejas en boca de los hombres grandes. No debe haber lágrimas ni gemidos en los hombres; sólo en las mujeres más débiles. Los poetas no deben representar a los dioses llorando. La mentira nunca es útil, solamente para los médicos en ciertos casos. “Sólo a los magistrados supremos pertenece el poder mentir, a fin de engañar al enemigo o a los ciudadanos para bien de la República. La mentira no debe nunca permitirse a los demás hombres”. No se les debe mentir a los magistrados. Hay que desarrollar en los jóvenes guerreros la templanza. Los principales efectos de la templanza es hacerlos sumisos para con los que mandan y dueños de ellos mismos en todo lo relativo a comer y beber y en los placeres de los sentidos. “Los poetas y los autores de fábulas se engañan gravemente con relación a los hombres, cuando dicen que los malos son dichosos en su mayor parte y los hombres de bien desgraciados; que la injusticia es útil en tanto que permanece oculta, y, por el contrario, que la justicia es dañosa al que la práctica y útil a los demás”. Estos discursos serán prohibidos. “En la poesía y en toda ficción hay tres clases de narraciones. La primera es imitativa, y pertenece a la tragedia y a la comedia. La segunda se hace en nombre del poeta (los ditirambos). La tercera es una mezcla de una y otra, y nos servimos de ella en la epopeya y en otras cosas”. Los poetas no pueden hacer narraciones puramente imitativas. Los guerreros no deben ser imitadores. “Un hombre sólo no puede imitar muchas cosas lo mismo que una sola [...] Menos podría aplicarse a una función importante y al mismo tiempo imitar muchas cosas y sobresalir en la imitación, cuando se ve en dos cosas, que tanto se dan la mano como la comedia y la tragedia, es difícil que un mismo hombre sobresalga en ambas [...] No se puede sobresalir a la vez en los dos géneros”. Los guerreros no deben imitar nada; libres de toda ocupación deben “consagrarse únicamente a conservar y defender la libertad del Estado”. Si imitan algo, esto los debe conducir al valor, a la templanza, a la grandeza del alma, a la santidad y a las demás virtudes. No se debe imitar nada que sea bajo y vergonzoso. Para éstos la virtud es un deber. No podrán imitar a una mujer, sea joven o vieja, ni a los esclavos, ni a los hombres malos o cobardes. No deben remedar a los locos. El guerrero “debe conocer a los dementes y a los malos, a hombres y mujeres, pero no se les debe imitar ni parecérseles. No debe imitar obreros ni hacer lo que éstos hacen. No debe imitar relinchos de caballos, murmullo de ríos, del mar, del rayo ni de nada más”. El zapatero será zapatero y no piloto; el labrador, labrador y no juez; el guerrero, guerrero y no comerciante; y así los demás. La melodía se compone de palabras, armonía y número. En consecuencia, las palabras cantadas deben componerse según las disposiciones anteriores; la armonía y el número deben corresponder a las palabras. No se permitirán los tocadores y constructores de flauta; sólo la lira y el laúd “para la ciudad, y para los campos el caramillo, que usarán los pastores”. Se deben preferir los instrumentos musicales inventados por Apolo y no por el sátiro Marsias. Se deben “buscar artistas hábiles, capaces de seguir la huella de la naturaleza de lo bello y de lo gracioso, a fin de que nuestros jóvenes, educados en medio de sus obras como en una atmósfera pura y sana, reciban sin cesar saludables impresiones por los ojos y por los oídos, y que desde la infancia se vean insensiblemente conducidos a imitar y amar lo bello, y a establecer entre éste y ellos mismos un perfecto acuerdo”. La música es importante en la educación, porque, “insinuándose desde muy temprano en el alma, el número y la armonía se apoderan de ella, y consiguen que la gracia y la armonía se apoderen de ella, y consiguen en ella, siempre que se dé esta parte de educación como conviene darla, puesto que sucede todo lo contrario cuando se la desatiende”. Educado adecuadamente un joven en la música, “advertirá con la mayor exactitud lo que haya de imperfecto y de defectuoso en las obras de la naturaleza y del arte, y experimentará a su vista una impresión justa y penosa; alabará por la misma razón con entusiasmo la belleza que observe, le dará entrada en su alma, se alimentará con ella, y se formará por este medio en la virtud”. El verdadero músico amará a todos en quienes encuentre armonía. Además de la música, los jóvenes se deben formar en la gimnasia. Un cuerpo bien constituido hace buena al alma. Un guerrero no podrá embriagarse. Los guerreros deben alimentarse y dormir bien. “Deben estar, como los perros, siempre alerta, verlo todo, oírlo todo, mudando sin estar en campaña el alimento y la bebida, sufrir el frío y el calor, y, por consiguiente, temer un cuerpo a prueba de todas las fatigas”. Una buena educación es necesaria para que tengan dulzura tanto los unos respecto de los otros, como respeto de aquellos cuya defensa les está encomendada.  “Además de esta educación, todo hombre sensato habrá de convenir en que las habitaciones y la fortuna que se les asigne, deben ser tales que no les impidan ser excelentes guardianes, ni les induzcan a dañar a sus conciudadanos”. No deben tener propiedades. Comerán en comedores comunes. No necesitan oro ni plata, porque Dios puso en sus almas oro y plata divina. Si tienen pertenencias, se convertirán en comerciantes, y, en lugar de defender el Estado, se vuelven en contra de éste.

LIBRO CUARTO

Las riquezas y la pobreza dañan a las artes y a sus ejercitantes. Los magistrados deben estar alerta sobre esto. “La opulencia y la pobreza, porque ambas engendran la molice, la holgazanería y el amor a las novedades; y a la otra este mismo amor a las novedades, la bajeza y el deseo de hacer mal”. Todas las cosas deben ser comunes entre amigos. Una buena educación forma un buen carácter. “Los que hayan de estar a la cabeza de nuestro Estado vigilarán especialmente para que la educación se mantengan pura; y, sobre todo, para que no se haga ninguna innovación ni en la gimnasia ni en la música”. Los magistrados harán de la música la ciudadela del Estado. Los niños deberán estar callados delante los ancianos, “levantarse cuando éstos se presenten, cederles siempre el puesto de honor, respetar a los padres, conservar el modo de vestir, de cortarse el pelo y de calzarse, todo lo relativo al cuidado del cuerpo y otras mil cosas semejantes”. El Estado debe ser prudente, templado y justo. “Todo Estado organizado naturalmente debe su prudencia a la ciencia que reside en la más pequeña parte de él mismo”. Este tipo de Estado es la justicia misma. “La justicia consiste en que cada uno haga lo que tiene obligación de hacer”. Un Estado que tenga templanza (dominio de sí mismo), fortaleza y prudencia encarnará la justicia. Estas tres virtudes contribuyen a la perfección de la sociedad civil. La justicia, en unión de la prudencia, la templanza y la fortaleza, asegura el bien del Estado. “La justicia asegura  cada uno la posesión de lo que le pertenece y el ejercicio libre del empleo que le conviene”. La injusticia es un crimen contra el Estado. El hombre justo no se diferencia en nada de un Estado justo. En el alma del hombre hay tres principios, que responde a los tres órdenes del Estado. El particular debe ser prudente y valiente. “Lo que hace el Estado justo, hace igualmente justo al particular”. Pertenece a la razón mandar porque en ella reside la prudencia. “La razón deliberará; la cólera combatirá, y, secundada por el valor, ejecutará las órdenes de la razón”. Debe haber armonía entre la parte que manda y la que obedece.

LIBRO QUINTO

Con respecto a la educación de las mujeres y de los niños, dice que, debido a las naturalezas diferentes, entre el hombre y la mujer, tendrán oficios diferentes. “Por consiguiente, las mujeres de nuestros guerreros deberán abandonar sus trajes, puesto que la virtud ocupará su lugar. Participarán con sus maridos de sus trabajos de la guerra y de todos los que exija la guarda del Estado, sin ocuparse de otra cosa. Sólo se tendrá en cuenta la debilidad de su sexo, al señalar las cargas que deban imponérseles. El que se burle a la vista de las mujeres desnudas que ejerciten su cuerpo para un fin bueno, recoge fuera de su sazón los frutos de su sabiduría; no sabe ni lo que hace, ni por lo que se ríe; porque hay y habrá siempre razón para decir que lo útil es bello, y que sólo es feo lo que es dañoso”. Todos los oficios deben ser comunes entre los guerreros y sus mujeres. “Las mujeres de nuestros guerreros serán comunes todas y para todos; ninguna de ellas cohabitará en particular con ninguno de ellos; los hijos serán comunes y los padres no conocerán a sus hijos ni éstos a sus padres”.  Las mujeres procrearán entre los 20 y 40 años; los hombres, “desde que hayan pasado el primer fuego de juventud hasta los 55 años”. Los ciudadanos participarán en común de los intereses de cada particular, y se regocijarán y se afligirán todos por unas mismas cosas. Todo debe ser común entre los hombres y las mujeres. En lo relativo a la educación, a los hijos y a la guarda del Estado, las mujeres permanecerán en la ciudad; juntos irán a la guerra y compartirán las fatigas, es decir, irán a mediar en todas las empresas de las guerras. El verdadero filósofo debe ser gobernante. Pero el auténtico filósofo es aquel que ama la sabiduría, toda y por entero. El filósofo es “el que lleva de frente todas las ciencias con ardor igual, que desearía abrazarlas todas y tiene un deseo insaciable de aprender”. Los verdaderos filósofos son los que gustan contemplar la verdad. Los contempladores de la verdad “son los únicos a quienes conviene el nombre de filósofos”. El alma del filósofo auténtico es capaz de elevarse hasta la esencia de la belleza misma, reconocerla y unirse a ella. Sólo el verdadero filósofo es capaz de elevarse hasta lo bello en sí y contemplarlo en su esencia. Sólo el filósofo auténtico, que es capaz  de contemplar la belleza, sea en sí misma, sea en lo que participa de su esencia, que no confunde lo bello y las cosas bellas, y que no toma jamás las cosas bellas por lo bello, vive en la realidad y no en el sueño. El filósofo ama la sabiduría, toda y por entero. Sus conocimientos, fundados en una vista clara de los objetos, son una verdadera ciencia; los que descansan en la apariencia, corresponde al universo de la opinión, y ésta no es otra cosa que la facultad que tenemos de juzgar por la apariencia”. La opinión es una intermediaria en la ciencia y la ignorancia. “Por consiguiente, para los que ven la multitud de cosas bellas, pero que no distinguen lo bello en su esencia, ni pueden seguir a los que intentan demostrárselo, que ven la multitud de cosas justas, pero no la justicia misma, y lo mismo todo lo demás, diremos que todos sus juicios son opiniones y no conocimientos [...] Los que contemplan la esencia inmutable de las cosas tienen conocimientos y no opiniones”. El nombre de filósofo sólo se dará a “los que se consagran a la contemplación de la esencia de las cosas”.

LIBRO SEXTO

El gobernante debe ser filósofo. Pero hay que distinguir cuáles son los auténticos filósofos. “Los verdaderos filósofos son aquellos cuyo espíritu puede alcanzar el conocimiento de lo que existe siempre de una manera inmutable”; quienes giran alrededor de muchos objetos mudables no son filósofos. Los magistrados (los gobernantes) serán los más adecuados para mantener leyes y las instituciones en todo vigor. Deberán “fijar por medio de leyes lo que es honesto, bueno y justo en las acciones humanas”; deberán conocer la esencia de las cosas. El gobernante debe ser capaz de unir la experiencia con la especulación. El filósofo debe amar con pasión la ciencia que puede conducirle al conocimiento de las esencias. El filósofo debe amar la sabiduría y desechar la mentira, porque “el espíritu verdaderamente ávido de ciencia debe, desde la primera juventud, amar y buscar la verdad”. En el alma del verdadero filósofo no habrá  “nada que le rebaje, porque la pequeñez no puede tener absolutamente cabida en un alma que debe abrazar en sus indagaciones todas las cosas divinas y humanas”. El hombre justo debe ser moderado en sus deseos, exento de concupiscencias, de bajeza, de arrogancia y de cobardía. El alma nacida para la filosofía desde pequeña mostrará equidad y dulzura; también deberá tener habilidades para aprender mucho y tener buena memoria. El filósofo deberá estar “dotado de memoria, de penetración, de grandeza de alma, de afabilidad”; ser amigo de la verdad, de la fortaleza y de la templanza. Deberá ser un hombre perfeccionado por la educación y la experiencia. Sólo a ellos se les debe confiar el gobierno de un Estado. Para ser un verdadero sabio es necesario amar la verdad, que debe buscarse en todo y por todo. “El auténtico filósofo debe recibir de la naturaleza la facilidad de aprender, la memoria, el valor y la grandeza del alma [...] Desde la infancia será el primero entre sus iguales, sobre todo si las perfecciones del cuerpo corresponden en él a los del alma [...] Cuando haya llegado a la edad madura, sus padres y sus conciudadanos se apresurarán a servirse de sus talentos y a confiarle sus intereses y los del Estado”. El verdadero filósofo no podrá ser un sofista. Del mal filósofo saldrán “pensamientos frívolos, sofismas, opiniones desprovistas de verdad, de buen sentido y solidez”. La idea del Bien es el objeto del más sublime conocimiento y la justicia y las demás virtudes deben a esta idea su utilidad y todas sus ventajas. Algunos hacen consistir el bien en el placer y otros en el conocimiento. El seguro guardador de lo justo y de lo honesto es el que conozca las relaciones que mantienen con el bien. “Nuestro Estado estará bien gobernado, si tiene por jefe un hombre que una el conocimiento del bien al de lo bello y de lo justo”. Las cosas bellas o buenas son objeto de los sentidos; las ideas de lo bello y de lo bueno son objeto del espíritu. Cuando los objetos están iluminados por los astros de la noche y no por el sol, apenas se les puede distinguir. “Lo mismo sucede respecto al alma. Cuando fija sus miradas en objetos iluminados por la verdad y por el ser, los ve claramente, los conoce y muestra que está dotada de inteligencia; pero cuando vuelve sus miradas sobre lo que está envuelto en tinieblas, sobre lo que nace y perece, su vista se turba, se oscurece, y ya no tiene más que opiniones, que mudan a cada momento; en una palabra, parece completamente privada la inteligencia [...] Lo que derrama sobre los objetos de las ciencias la luz de la verdad, lo que da al alma la facultad de conocer, es la idea del Bien, que es el principio de la ciencia y de la verdad, en cuanto caen bajo el dominio del conocimiento. Por bellas que sean la ciencia y la verdad, puedes conseguir, sin temor de engañarte, que la idea del bien es distinta de ellas, y las supera en belleza. Y así como en el mundo visible hay razón para creer que la luz y la vista tienen analogía con el sol, pero sería falso decir que son ellas el sol; en la misma forma en el mundo inteligible pueden considerarse la ciencia y la verdad como imágenes del bien, pero no habría razón para tomar la una o la otra por el bien mismo, cuya naturaleza es de un valor infinitamente más elevado”. Lo que las apariencias son a las cosas que ellas representan es la opinión al conocimiento. La pura inteligencia, el conocimiento razonado, la fe y la conjetura son las cuatro operaciones del alma.

LIBRO SÉPTIMO

Sócrates refiere a Glaucón la Alegoría de la Caverna, en donde los hombres sólo perciben sombras. “El hombre de la caverna comienza por verse libre de sus cadenas; después, abandonando las sombras, se dirige hacia las figuras artificiales y hacia la luz que las alumbra. En fin, sale de este lugar subterráneo para subir hasta los sitios que ilumina el sol; y como sus ojos, débiles y ofuscados, no pueden fijarse, desde luego, ni en los animales, ni en las plantas, ni en el sol, recurre a las imágenes de los mismos, pintadas en la superficie de las aguas y en sus sombras, pero estas sombras pertenecen a seres reales y no a objetos artificiales como sucedía en la caverna; y no están formadas por aquella luz, que nuestro prisionero tomaba por el sol [...] El antro subterráneo es este mundo invisible; el fuego que le ilumina es la luz del sol; este cautivo, que si ve a la región superior y que la contempla, es el alma que se eleva hasta la esfera inteligible [...] En los últimos límites del mundo inteligible está la idea del Bien, que se percibe con dificultad; pero una vez percibida no se puede menos de sacar la consecuencia de que ella es la causa primera de todo lo que hay de bello y de bueno en el universo; que, en este mundo visible, ella es la que produce la luz y el astro de que ésta procede directamente; que en el mundo invisible engendra la verdad y la inteligencia; y en fin, que ha de tener fijos los ojos en esta idea el que quiera conducirse sabiamente en la vida pública y en la privada”. La vista puede afectarse de dos maneras y por causas opuestas: “por el tránsito de la luz a la oscuridad o por el de la oscuridad a la luz; y aplicando a los ojos del alma lo que sucede a los del cuerpo, cuando vea a aquella turbada y entorpecida para a distinguir ciertos objetos, en vez de reír sin razón al verla en tal embarazo, examinará si éste procede que el alma viene de un estado más luminoso, o si es que al pasar de la ignorancia a la luz, se ve deslumbrada por el excesivo resplandor de ésta”. La Alegoría de la Caverna está dirigida al hombre que busca la verdad, y nos dice que el conocimiento es como una liberación de este mundo, el de los sentidos, y nos sitúa en el ámbito de la auténtica realidad: el mundo de las ideas; intenta demostrarnos la validez de su planteamiento sobre el conocimiento; nos explica que la realidad auténtica, para los encadenados serían sólo las sombras que ellos han visto durante toda su vida, proyectadas sobre la pared; quiere darnos a entender que el mundo que nosotros captamos a través de los sentidos es como las sombras que ven los encadenados. Según el autor, sólo el alma sería capaz de ver la auténtica realidad, como así le ocurrió al que fue liberado de sus cadenas.  El legislador debe buscar la felicidad de todos los gobernados, sin ningún tipo de excepción. En el Estado Gobernado por el auténtico filósofo ha de reinar la concordia. En una República bien ordenada sólo mandarán los gobernantes verdaderamente ricos en sabiduría y en virtud, porque estas riquezas constituyen la verdadera felicidad. El filósofo debe despreciar las dignidades y los sucedáneos. El gobernante debe estar instruido por la ciencia de gobernar. La ciencia que eleva el alma desde lo que nace hasta lo que es (el conocimiento del bien) debe ser útil a los guerreros, y esa ciencia es la de los números y del cálculo. Eleva el alma al puro conocimiento y  la conduce a la contemplación del ser. Conducen al conocimiento de la verdad. “Ellas son necesarias al guerrero para disponer bien un ejército, y al filósofo para salir de lo que nace y muere, y elevarse hasta la esencia misma de las cosas, porque sin esto no será nunca un verdadero aritmético”. A quien se confía la guarda del Estado es guerrero y filósofo. “Demos una ley a los que hemos destinado en nuestro plan de ocupar los primeros puestos, para que se consagren a la ciencia del cálculo, para que estudien, no superficialmente, sino hasta que, por medio de la pura inteligencia, hayan llegado a conocer la esencia de los números, no para servirse de esta ciencia en las compras y ventas, como hacen los mercaderes y negociantes, sino para aplicarla a las necesidades de la guerra y facilitar al alma el camino que debe conducirla desde la esfera de las cosas perceptibles hasta la contemplación de la verdad y del ser”. La ciencia del número tiene la virtud de elevar el alma, “obligándola a razonar sobre los números, tales como son en sí mismo, son consentir jamás que sus cálculos recaigan sobre números visibles y palpables”. Esta ciencia obliga al alma a servirse del entendimiento para conocer la verdad. La geometría mueve al alma a contemplar la esencia de las cosas. Tiene por objeto el conocimiento de lo que existe, y no de lo que nace y perece. “La geometría atrae al alma hacia la verdad, forma en ella es espíritu filosófico, obligándola a dirigir a lo alto sus miradas, en lugar de abatirlas, como suele hacerse, sobre las cosas de este mundo”. La astronomía es otra ciencia de interés para el guerrero y el gobernante, porque necesitan conocer las estaciones, los meses y los años. Las matemáticas, la geometría y la astronomía son ciencias que tienen mucho valor, que pocos saben apreciar. “Purifican y reaniman un órgano del alma extinguido y embotado por las demás ocupaciones de la vida”. La astronomía obliga al alma a mirar a lo alto a contemplar las cosas del cielo. El verdadero astrónomo creerá “que el que ha hecho el cielo ha dado a su obra la belleza que el artista humano ha dado a la suya. Y así nos serviremos de los astros en el estudio de la astronomía, como nos servimos de las figuras en la geometría, sin detenernos en lo que pasa en el cielo, si queremos hacernos verdaderos astrónomos y sacar algún provecho de la parte inteligente de nuestra alma, que sin esto no nos sería de utilidad alguna”. La dialéctica es otra ciencia importante porque es completamente espiritual. “El que se dedica a la dialéctica, renunciando en absoluto al uso de los sentidos, se eleva sólo mediante la razón, hasta la esencia de las cosas; y si continúa sin indagaciones hasta que haya percibido mediante el pensamiento la esencia del bien, ha llegado al término de los conocimientos inteligibles, así como el que ve el sol ha llegado al término del conocimiento de las cosas visibles”. Todas estas ciencias elevan la parte más noble del alma hasta la contemplación del más excelente de los seres. ¿En qué consiste la dialéctica, en cuántas especies se divide y por qué camino se llega a ella? Es un método para descubrir la esencia de cada cosa. “El método dialéctico es el único  que, dejando a un lado las hipótesis, se eleva hasta el principio para establecerlo firmemente, sacando poco a poco el ojo del alma del cieno en que estaba sumido, y elevándose a lo alto con el auxilio y por el ministerio de las artes”. Dialéctico es el que conoce la razón de la esencia de cada cosa. “Un hombre que no puede separar por el entendimiento la idea del Bien de todas las demás, de dar de ella una definición precisa, no vencer todas las objeciones, como un hombre de corazón en un combate, ni demostrar esta idea de una manera real, destruyendo todos los obstáculos mediante un razonamiento irresistible, ¿no dirás de él que ni conoce el bien por esencia, ni ningún otro bien; que si percibe algún fantasma de bien, no es mediante la ciencia sino mediante la opinión como él la comprende; que su vida se pasa en un profundo sueño, acompañado de ensueños, del que no saldrá en este mundo antes de bajar a los infiernos, donde dormirá un sueño verdadero”. La dialéctica, como ciencia de interrogar y de responder de la manera más sabia posible, es “el coronamiento y el colmo de las demás ciencias; que no hay ninguna que pueda colocarse por encima de ella, y  que cierra la serie de ciencias que importa aprender”. El buen gobernante debe prepararse desde su juventud. “Desde la edad más tierna es preciso destinar nuestros discípulos al estudio de la aritmética, de la geometría y demás ciencias que sirvan de preparación a la dialéctica; pero es necesario desterrar de la enseñanza todo lo que sean trabas y coacciones [...] Un espíritu libre no debe aprender nada como esclavo. Que los ejercicios del cuerpo sean forzados o voluntarios, no por eso el cuerpo deja de sacar provecho; pero las lecciones que se hacen entrar por fuerza en el alma, no tienen en ella ninguna fijeza [...] No emplees la violencia con los niños cuando les des las lecciones; haz de manera que se instruyan jugando y así y te podrás mejor en situación de conocer las disposiciones de cada uno”. En un buen Estado todo será común: “mujeres, hijos, educación, ejercicios propios de la paz y de la guerra”. Los hombres consumados en la filosofía y en la ciencia militar deben designarse como jefes de Estado.

LIBROS OCTAVO Y NOVENO

Sócrates plantea sus formas de gobierno: timocracia, el más alabado; oligarquía, expuesto a un gran número de males; democracia, poco estimado; y tiranía, la mayor enfermedad que pueda padecer un Estado. Se examinan todos estos tipos de gobiernos, mostrando la inconveniencia de cada uno de ellos y la manera en que se transforman en otro peor. Son inapropiados para el modelo de Estado que se diseña en La República. Se inclina por la aristocracia, como la mejor forma de gobierno.

LIBRO DÉCIMO

En el modelo de Estado platónico se debe prohibir la poesía imitativa. “El arte de imitar está muy distante de lo verdadero, y si se ejecutan tantas cosas es porque no toma sino una pequeña parte de cada una; y aun esta pequeña parte no es más que un fantasma. El pintor, por ejemplo, nos representará un zapatero, un carpintero o cualquier otro artesano, sin conocer nada estos oficios. A pesar de esto, si es un excelente pintor, alucinaría a los niños y al vulgo ignorante, mostrándoles de lejos el carpintero pintado, de suerte que tomarán la imitación por la verdad [...] Si estuviera realmente versado en el conocimiento de lo que imita, creo que querría más dedicarse a producir por sí, que no imitar lo que hacen los otros; que haría un esfuerzo en distinguirse, dejando para la posteridad, como otros tantos momentos, numerosos trabajos y preciosas obras; en una palabra, que preferiría merecer elogios a los demás a tener que tributarlos él a éstos [...] Digamos de todos los poetas, comenzando por Homero, que ya traten en sus versos de la virtud o de cualquiera otra materia, no son más que imitadores de fantasmas, sin llegar jamás a la realidad. Y lo mismo que dijimos antes del pintor, el cual hará un retrato de un zapatero, aunque ningún conocimiento tenga de este oficio, con un parecido tal que los ignorantes, engañados por el dibujo y por colorido, creerán ver un verdadero zapatero [...] El poeta, sin otro talento que el de imitar, sabe, con un barniz de palabras y de expresiones figuradas, dar tan bien a cada arte los colores que le convienen, ya hable de zapatería, ya trate de la guerra o de cualquier otro objeto que, con la medida, el número y la armonía de su lenguaje, convence a los que le escuchan, y que juzgan sólo por los versos de que está perfectamente instruido en las cosas de que habla; ¡tan poderoso es el prestigio de la poesía! Por lo demás, ya sabes, por otra parte, el papel que hacen los versos cuando se les quita el colorido musical; no puedes menos de haberlo observado [...] El imitador no tiene ni principios seguros, ni una opinión fija, tocante a lo que debe ser bueno o malo en todo lo que imita”. Todo imitador no tiene sino un conocimiento superficial de lo que imita. Todos los que se dedican a la poesía dramática son imitadores. Todo arte que consiste en la imitación, está muy distante de la verdad en todo lo que ejecuta; esta parte de nosotros mismos con la que el arte de imitar está en relación, se encuentra también muy distante de la sabiduría, y no inspira nada verdadero ni real. “La poesía imitativa nos representa a los hombres entregados a acciones forzosas o voluntarias, de cuyo resultado depende que se crean dichosos o desgraciados y que se abandonen a la alegría o a la tristeza”. La poesía no debe versar sobre la parte débil del hombre, sino de la fuerte. “La poesía imitativa produce en nosotros el mismo efecto con respecto al amor, a la cólera y a todas las pasiones del alma que tienen por objeto el placer y el dolor, y que nos sitian constantemente. En lugar de hacer que se sequen poco a poco, las rocía y las alimenta. La poesía imitativa nos hace viciosos y desgraciados a causa de la fuerza que da a estas pasiones sobre nuestra alma, en vez de mantenerlas a raya y en completa dependencia, para asegurar nuestra virtud y nuestra felicidad” Para el Estado platónico, Homero no es el indicado. Cuando oigas decir a los admiradores de Homero que este poeta ha formado la Grecia, y que, leyéndole, se aprende a gobernar y conducir bien los negocios humanos, y que lo mejor que se puede hacer es someterse a sus preceptos, deberás tener toda clase de miramientos y de consideraciones con los que empleen este lenguaje, como si estuvieran dotados del mayor mérito, y hasta entre los trágicos; pero el mismo tiempo no pierdas de vista que en nuestro Estado no podemos admitir otras obras de poesía que los himnos a los dioses y los elogios de los hombres grandes; porque tan pronto como des cabida a la musa voluptuosa, sea épica, sea lírica, el placer y el dolor reinarán en el Estado en lugar de las leyes, en lugar de esta razón, cuya excelencia han reconocido todos los hombres en todos los tiempos”. La injusticia, la intemperancia, la cobardía y la ignorancia hacen mala el alma. La injusticia, como la enfermedad, conduce a la muerte. Los que dan entrada en su alma a la injusticia, mueren más o menos pronto. “Convencidos de que nuestra alma es inmortal y capaz por su naturaleza de todos los bienes como de todos los males, marcharemos siempre por el camino que conduce a lo alto, y nos consagraremos con todas nuestras fuerzas a la práctica de la justicia y de la sabiduría”.



IMPORTANCIA Y VIGENCIA DE OBRA

La República, de Platón, es uno de los textos de filosofía más leídos, comentados, estudiados,  interpretados y discutidos. Se trata de una obra monumental, formidable e interesantísima. El texto ha sido objeto de múltiples, dispares y discrepantes interpretaciones. Sobre ella se ha escrito y comentado mucho. No es una obra de derecho político-administrativo. No se trata de un estudio de legislación y política (en el sentido tradicional de esté término), sino de un tratado educativo para “modelar almas”. En esencia trata sobre un profundo estudio del alma humana. “La formación del alma es la palanca por medio de la cual hace que su Sócrates mueva todo el Estado” (Jaeger). A pesar de que la investigación sobre la justicia es el tema central, el aspecto medular de la disertación es el problema cardinal de la paideia o educación. De acuerdo con Rousseau, más que de una teoría del Estado, es el más hermoso estudio sobre la educación. El  régimen, constitución, organización política,  derecho de ciudad, ciudadanía, prerrogativas políticas o lo concerniente al Estado (politeia) y la educación (paideia) son la esencia o la médula del libro. “Su objeto es demostrar la necesidad moral, así para el Estado como para el individuo, de regir toda su conducta según la justicia; esto es, según la virtud, es decir, según la idea del bien, principio de buen orden para las sociedades y para las almas, origen de la felicidad pública y privada; principio, que es el Dios de Platón” (Azcárate).

Platón pretende mostrar la “imagen plástica” de un Estado ideal en el ámbito de su problemática ético-social. En Platón existe una afinidad mayor entre educación y nutrición, que en un principio eran términos casi idénticos. No se reflexiona sobre un Estado histórico o ya constituido, geográfico, antropológico, ciudad determinada o lo relacionado con la población, vicisitudes, costumbres y nivel de vida de una colectividad en particular. El Estado constituye tiene una misión moral y educadora. “El tema central de la República de Platón es su teoría de la justicia y del Estado justo como condición de posibilidad del desarrollo humano, que se basa en su visión de las relaciones entre las formas de la polis y las formas del alma. La obra comienza con una discusión sobre la justicia, continúa con sus tesis sobre el Estado bien constituido y el gobierno aristocrático y expone la manera como este se degrada o se corrompe, hasta acabar en la democracia y la tiranía” (Cuéllar).

En el libro se debaten aspectos de interés en torno de la justicia e injustica, la educación de los “guardianes” (gobernantes y auxiliares), la cultura gimnástica, poética y musical, el problema del valor de las ciencias abstractas, la dialéctica, el conocimiento de la verdad y las formas de Gobierno, entre otros temas indispensables para la conformación del Estado ideal, formal, bueno, justo, perfecto o excelente. El problema de la justica platónica es un tema de palpitante actualidad y vigencia para los juristas contemporáneos. “Como todos los diálogos de Platón, La República es un conjunto de ideas, vislumbres, sugerencias, invenciones sobre una gran variedad de temas, expuestos sin mayor preocupación por un orden lineal o un deseo de concluir. Es, sobre todo, como su género literario lo indica, una conversación, es decir, una mezcla de voces más o menos inteligentes, más o menos informadas, más o menos concluyentes” (Manguel).

Platón, investigando sobre el problema de la justicia (la virtud política por antonomasia), se encuentra con el ideal del Estado perfecto, paradigma del verdadero Estado, en el que se estableciera un orden social justo y duradero. Su punto de partida es el problema de la justicia (la salud espiritual del alma o del hombre) con carácter general. “La justicia, ha sido siempre un tema presente  en la filosofía y con más notoriedad en la filosofía clásica, por ello resulta saludable, atractivo y de valor el análisis de los textos griegos al respecto. En este punto, Platón es quizás el más estudiado, siempre sus diálogos resultan útiles  para quien recorre sus páginas, ya convertidas  en verdaderos monumentos de la filosofía, con  pasajes y afirmaciones hasta hoy irrefutables,  además haciendo de su maestro Sócrates un personaje invalorable para la sabiduría universal […] La justicia queda en claro, es un bien moral, y como tal es un bien espiritual y por ello está sujeto a la decisión personal, por tanto sólo puede llegar a el quien posee el conocimiento adecuado, el sabio, el filósofo. La justicia con Sócrates, desde este importante trabajo, se inserta como un asunto también de prioridad política, que no queda en el vacío o suspendido en la metafísica, sino que debe ser resuelto de manera práctica, en la cotidianeidad de hombre, que se reafirma por todo ello, como un ser social por naturaleza. Se demuestra, que la justicia como objetivo para la polis, fue uno de las principales preocupaciones y metas de la filosofía de Platón” (Olivari).

La relación entre el Estado y el alma del hombre es estrecha. El tema del Estado es planteado sólo como un medio con la finalidad de evidenciar y resaltar la esencia y la función de la justicia en el interior del hombre o en su alma. “Platón se propuso en la presente obra estudiar lo justo y lo injusto. Lo hace con excelencia y bajo el tradicional método del diálogo, antigua forma de raciocinio que en manos del Sócrates ‘platónico’ el libro se hace excelso. Como afirman muchos con validez indiscutible hasta nuestros días, esta forma literaria presenta una gran belleza, haciendo del escrito por tanto algo atractivo y excitante, pues induce al lector a la participación en el debate y la búsqueda de un final que obtenga un resultado de la confrontación de ideas y puntos de vista” (Olivari).

La justicia es la virtud que determina la auténtica o verdadera felicidad. El reino de la justicia debe instaurarse en el individuo y en la colectividad o Estado. El principio de la justicia, respecto de que cada cual debe realizar solamente un oficio, para el cual esté mejor preparado, se relaciona con la areté o excelencia: perfección de la obra realizada por cada ser y de cada una de sus partes. El Estado justo se logra si cada cual, en sintonía con sus habilidades y vocaciones, ocupe su lugar, realice su trabajo, sin invadir los espacios o fueros ajenos. “Entendida allí primeramente la justicia como principio rector de las relaciones entre los hombres y causa, por tanto, del Estado, sostiene Trasímaco que no es otra cosa que el interés del más fuerte; Sócrates deriva luego la palabra hacia el concepto subjetivo, ordinario y moral de la justicia: temple, hábito y conducta de la persona humana. Aceptado esto, Trasímaco afirma que el hombre justo es víctima del injusto y que éste triunfa, por lo menos cuando su injusticia es total, como en el caso del tirano. Con esto se suscita el problema de la relación entre la justicia y la felicidad, que se extiende por todo el tratado. Tras refutar la doctrina de Trasímaco y la del contrato social defendida más tarde por Glaucón, Sócrates aúna los conceptos de la justicia considerada en el alma humana y en la sociedad mediante el principio de la función específica; la justicia consiste en que cada ser desempeñe la función que le es propia, y esto se aplica tanto a las «partes» del alma como a las clases de la ciudad. El paralelismo así establecido entre la comunidad social y el individuo se llevará adelante hasta el fin e informará la exposición de los regímenes políticos: los gobernantes filósofos corresponden a la razón de los individuos; los auxiliares, a su principio colérico; la clase de los artesanos, a sus apetitos y pasiones. El hombre y el Estado serán clasificados en razón del predominio de cada uno de estos elementos: el individuo será feliz por la justicia, consistente en el imperio de la razón; la ciudad, por el mando de los mejores ciudadanos, los gobernantes filósofos” (Fernández-Galiano).

La educación de los guardianes (cuyo oficio es velar por la libertad del Estado) debe comenzar por la cultura musical o paideia musical (que hace referencia al tono, ritmo y logos o palabra hablada, incluyendo los géneros poético, épico y dramático), porque ésta contribuye a formación del alma. “Música, que quiere decir el reino de las musas, incluye un concepto casi tan amplio como lo que hoy llamamos cultura. Incluye las artes literarias, visuales y musicales. Desde los cuentos, los mitos, la literatura, poesía, el arte dramático, hasta los cantos y las melodías. Pero Platón impone una severa censura desde los primeros años sobre la literatura y la música accesible para los jóvenes. Los jóvenes hasta cierta edad no deben ver nada feo, ni vicioso. Rechaza todo relato que no tenga un contenido moral adecuado. La educación debe cultivar la seriedad, el decoro, el valor y el amor hacia la verdad. Cuentos y mitos, así dramas y obras teatrales contiene una visión distorsionada de la realidad, más mentiras (meras apariencias) que verdades. En ellos se estimula la mentira, el fraude, la injusticia y la frivolidad; no pueden ser un buen ejemplo” (Esobat). En la Grecia de Platón, música y poesía son hermanas inseparables. En la cultura musical, la poesía tiene una importancia fundamental como valor educativo. Es por eso que proscribe de su Estado ideal la poesía imitativa (mímesis) y dramática (principalmente la de Homero, quien era considerado por los sofistas y la tradición griega como el educador por antonomasia). “La imitación es condenada en la poesía y, por consecuencia, en la vida: ella se opone al principio de la técnica, de que cada cual ha de practicar un solo y particular ejercicio; constituye un falseamiento del propio ser y lo hace peor por la reproducción de lo peor” (Fernández-Galiano).

Sin negar el valor estético y artístico de la poesía griega, no la considera adecuada para educar, porque la poesía versa sobre la apariencia en oposición la filosofía que es el instrumento óptico y apropiado para educar, ya que versa sobre el conocimiento de la verdad. Consciente que la poesía seguirá siendo siempre materia de goce artístico, pero no será asequible a ella la dignidad suprema: la de convertirse en educadora del hombre. “La República apenas trata de la política, como su nombre induciría a pensar; la República trata sobre todo de la educación, algo, sin embargo, eminentemente político en la Grecia de Platón. Además, de la educación se ocupaban los poetas. Por eso hay que considerar que la poesía no es una mera actividad literario-estética, sino fundamentalmente política y constitutiva de la polis. De hecho, es tan constitutiva que no cabe en la polis ideal de Platón. El sistema educativo tradicional griego, basado en los poetas, es sometido a examen y condenado” (Zazo).En este sentido, la filosofía toma conciencia en sí misma como paideia y reivindica para sí la primacía de la educación de los guardianes.

A pesar de que Homero es referente de educación, Platón no lo considera así porque, como maestro y caudillo de la tragedia, el elemento patético impulsivo que la acción poética ejerce sobre el alma puede afectar el ánimo y temple de los guardianes. “Homero es la referencia poética de Platón. Primer escritor de Occidente, también se puede considerar a Homero como una etapa final de una larga tradición de poetas orales. Este carácter mixto, superpuesto, permite realizar una historia de Occidente a través de las recepciones de Homero. La primera en importancia y sistematicidad es la de Platón, quien a su vez expulsa a los poetas, con Homero a la cabeza, de su ciudad. Aunque hay que señalar que no sólo se trata de Homero cuando Platón censura a los poetas, Homero es el prototipo de poeta oral que quedaría extramuros” (Zazo).  

Platón disentía de la opinión de los griegos respecto al valor propedéutico de la poesía homérica (y la de otros poetas como Hesíodo). Los poetas no pueden ser educadores, porque sólo representan las imágenes reflejas de la areté humana, sin acercarse a la verdad.  De todas las artes educadores que le atribuyen a Homero, a Platón sólo le interesa saber si tenía el arte político y si era capaz de educador. Así, Platón transforma la tradición educativa griega, procurando que la verdad (filosofía) prime sobre la apariencia (poesía). El poeta crea un mundo de mera apariencia. La poesía corrompe los juicios estimativos. “La condenación de determinados instrumentos y modos musicales por el efecto afeminador que producen en los hombres tiene en sustancia el mismo fundamento que la condenación de la poesía. Era ésta entre los griegos depositaria y vehículo de las creencias religiosas que, superando primitivas concepciones locales, habían hallado aceptación general; pero, cuando la filosofía alcanzó una más alta idea de la Divinidad, no pudo menos de condenar las leyendas homéricas y hesiodeas en que se atribuían a los dioses toda suerte de flaquezas y maldades. Platón, cuyo supremo empeño es dar al Estado por él concebido una base teológica, tuvo que preocuparse en primer término de desterrar de la mente de sus hombres aquellas falsas representaciones tradicionales e imbuirles un concepto más puro de Dios: éste no es causa del mal y, por tanto, tampoco de la mayor parte de las cosas que ocurren al hombre, que son malas; la causa del mal hay que buscarla en otro lado. Igualmente indignos del concepto divino son aquellos enmascaramientos y transformaciones que de los dioses se refieren, y la condenación se extiende a los cuentos y consejas de las madres que hacen de aquéllas «cocos» o «búes» para asustar a sus hijos. Dios es algo enteramente simple y verdadero en hecho y en palabra, incapaz de engañarse ni de engañamos” (Fernández-Galiano).

El valor de la filosofía se impone al valor de la poesía como instancias pedagógicas: la verdad sobre la apariencia. La poesía imitativa y trágica perjudica el espíritu del estudiante, si éste no tiene como hábito el conocimiento de la verdad a través de la filosofía. Sólo la verdad encierra la belleza auténtica y duradera que no posee la poesía. El poeta no posee el saber de la verdad, en el sentido filosófico de la palabra, por cuanto su obra es mero reflejo de prejuicios e ideales imperantes, sin el verdadero arte de la medida (la filosofía) que permite eludir el engaño y la mentira. La poesía únicamente habla a los instintitos y las pasiones para exacerbarlos, y no lo hace a lo mejor del alma del aprendiz: la razón (le hablaría al “corazón”, las emociones, a los sentidos y no a la razón, la inteligencia). La poesía no contribuye a que el estudiante domine sus pasiones mediante el poder de la ley y la razón, que ordenan y ponen freno a las emociones. Los dictados de la ley ayudan a la razón o parte pensante del alma en su resistencia al poderoso efecto de los instintos, pasiones, afectos o emociones. La poesía imitativa influye nocivamente en el ama del educando porque alienta las miserias del alma humana en contra del espíritu pensante. “El poeta incapacita al alma para distinguir lo importante de lo que no lo es, pues representa las mismas cosas unas veces como cosas grandes y otras veces como cosas pequeñas, según el fin que en cada caso persigue. Y esta relatividad es precisamente la que demuestra que el poeta crea ídolos y no reconoce la verdad” (Platón).
                                                                                                                                                
La paideia (cultura intelectual, cultivo del espíritu) no debe comenzar por la verdad, sino por la mentira, contándoles mitos a los niños, porque éstos así no sean verdaderos encierran una parte de verdad, pero proscribe la poesía (principalmente la de Homero y Hesíodo), porque considera que en ella se pintan mundos verdaderos que no son sino meras apariencias, se hacen relatos de desobediencia, insubordinación, incitación a los placeres, codicia de dinero y corrupción, y muestran a los dioses como seres malvados o engañosos; así mismo, porque la poesía es incompatible con los criterios filosóficos.  Esa poesía puede atentar contra la valentía y la templanza, dos de las cuatro virtudes cardinales que deben imperar en el alma del hombre. “Y asimismo se prohíbe todo mito en que lo sencillamente perfecto, lo inmutable y lo eterno se presente como encarnado en figuras mudables y múltiples de esencia finita, o en que se achaque a la divinidad un designio de engaño o de extravío” (Jaeger). La tradición poética no conviene a la educación por cuanto pretende infundir la creencia falsa de que el destino de los hombres depende del capricho o la acción de los dioses. Esta creencia riñe con su premisa de la autodeterminación moral del yo sobre el fundamento del conocimiento del bien. No obstante, no pretende extirpar la poesía que no responde a sus criterios y negar su valor estético, sino expresar que ésta no tiene cabida en su Estado ideal. “El poeta carece de conocimiento debido a que, confrontado con el usuario de un objeto, nada conoce del uso de las cosas; el poeta carece de ‘opinión correcta’ sobre los objetos fabricados, pues siendo un imitador, no sabe cómo funcionan las cosas. Platón encuentra así que la poesía se halla ‘alejada en tres veces de lo real’, y de este modo, su crítica epistemológica parte de la teoría tripartita del alma” (Pájaro).

Si bien es cierto que el Estado y la poesía son fuentes de moral, la filosofía o conocimiento de la verdad le indica cómo debe ser el cambio si quieren convertirse en postulado educativo. Platón no deshecha la poesía por su poder de goce estético y artístico, sino por su improcedencia como fuente de paideia o modeladora de almas. “Y, sin embargo, pese a todo esto, a Platón no se le pasa siquiera por las mientes la idea de que la poesía, considerada como potencia educativa, pueda sustituirse por los conocimientos abstractos de la filosofía” (Jaeger). Su poética es una crítica de la poesía considerada como paideia. Los guardianes no pueden presenciar ni participar en representaciones dramáticas (excepto las que personifiquen las formas de la auténtica areté),  ni hacer ningún tipo de imitaciones o actos que riñan con el ideal de genuino caballero. “En cierta medida, Platón cree que el poder más perverso de los poetas no es que cuenten las fábulas sobre los dioses, sino que introducen la confusión. Por ello considera perverso al arte, porque, desde su teoría de las Ideas, sólo el filósofo está habilitado para manejar la imitación (y los asuntos políticos de la ciudad) y el teatro no. El arte es una mímesis (imitación) que copia las cosas que, a su vez, son reflejo de las Ideas. La obra de arte imita el reflejo de la Idea. Una obra que representa la realidad está distanciada de la existencia real. Es tan sólo una mera evocación, una sombra. No hay realidad en una obra de arte. El artista es un ilusionista, y sólo el filósofo puede interpretar las formas divinas a través de un proceso de razonamiento” (Herreras).

De la música se censura su tendencia a embriagar los sentimientos y exacerbar las pasiones. Prohibiendo y recomendando el uso de ciertos instrumentos musicales, expresa como aceptables aquellas melodías que expresan el ethos del hombre valiente o sereno. La cultura música es el auténtico alimento cultural. El ritmo y la armonía es lo que más profundamente penetra en el alma del educando. El joven educado en lo músico experimenta una seguridad infalible del goce de lo bello y odio de lo feo. “Por tanto, para Platón el camino que conduce a la educación de los ojos de la inteligencia es el de la educación del carácter, la cual, sin que el hombre tenga conciencia de ello, modifica su naturaleza de tal modo por la acción de las fuerzas espirituales más vigorosas: la poesía, la armonía y el ritmo, que por último le es dable alcanzar el principio supremo a través de un proceso que va acercándole a su misma esencia” (Jaeger). Para que exista la educación es necesario que el Estado funja como autoridad legislativa, como medio ambiente y como la atmósfera que respira el hombre. “En la República establece Platón detalladamente el programa de estudios que debería imperar en la ciudad ideal, haciendo especial hincapié en el educación de los gobernantes. Todos los niños y niñas deberían recibir inicialmente la misma formación. Platón considera que la educación recibida en los primeros años de la vida es fundamental para el desarrollo del individuo, por lo que en la ciudad ideal nadie ha de ser privado de ella, ni en razón de su sexo ni por ninguna otra causa: el proceso educativo tiene, al mismo tiempo que un objetivo formativo, la misión de determinar qué tipo de alma predomina en cada individuo, es decir, su naturaleza, en virtud de la cual formará parte de una u otra clase social” (Webdioania).

La gimnasia es otro componente de la paideia de los guardianes. “La gimnástica comprende todo lo que es cuidado del cuerpo y tiende a absorber la medicina o a suprimirla; entraña un régimen no sólo de alimentación, sino de conducta, con condenación de los excesos de gula y de lujuria. Lo más significativo es que, en último término, la gimnasia, como la música, se endereza al provecho del alma mediante la ayuda que presta a la formación del carácter” (Fernández-Galiano).  Esta clase educación se refiere al ejercicio físico, la alimentación y los hábitos saludables. Luego de la formación espiritual en su plenitud, viene el cuidado del cuerpo mediante la gimnasia, ya que el atleta es el prototipo de la fuerza física y sirve para desarrollar y templar el ánimo de los guerreros o soldados; por ello no podrán embriagarse. Así como los guardianes educados con la cultura música no necesitan de jueces ni leyes, tampoco necesitan de consejos médicos si están educados en la gimnasia. Mientras la gimnasia educa el cuerpo del soldado, la música forma su alma; sin embargo, la gimnasia y la música, de manera equilibrada y armónica, educan primordialmente el alma. “Esa parte física basada principalmente en un culto a las fuerzas y en un culto a la pureza era la Gimnasia, y la parte espiritual era la Música, pero por Música entendían el ejercicio de las Musas. Sabido es que las Musas eran las antiguas Diosas que regían la Historia, la Oratoria, la Música propiamente dicha, la Pintura, el Teatro, o sea, que el joven tenía estas dos grandes vertientes, se pretendía un cuerpo sano y se pretendía un espíritu cultivado, un espíritu propenso a las artes y a todo lo que fuese humanista” (Cortez). Como la gimnasia y la música son una unidad inseparable de utilidad para la paideia, estos dos tipos de educación se impartirán con la debida moderación, sin incurrir en extremos o excesos que afecten el espíritu y la conducta del hombre. “La armonía de la paideia musical y atlética es la educación sana” (Platón).  En esta bella armonía se condensa el difícil arte de la verdadera paideia. “Los ejercicios físicos siempre han tenido en Grecia un papel preponderante. Esto por su potencial bélico y cívico. Cuando Platón describe su Estado ideal da cuenta de la importancia de la educación de los ciudadanos, cada uno educado de acuerdo a las funciones que tendría en ese Estado: si es artesano será educado en su arte, si es guardián será formado a través de la música y la gimnasia con el fin de proteger y vigilar la Polis, si es gobernante será educado para gobernar a través de la música, la gimnasia y la filosofía (matemáticas, astronomía, armonía musical y dialéctica) […] El objetivo con todo esto es la transformación del individuo, y por esto la gimnasia es un ejercicio espiritual cuyo objetivo es ejercitarse en la fogosidad, la velocidad, la fuerza y la formación del carácter […]Lo que hemos dicho hasta ahora es que la gimnasia tiene una función específica en el contexto de la educación en Atenas, una función política, bélica y ética. Todo esto, en última instancia, está enmarcado en el interés de Platón por lograr que la persona se gobierne a sí misma y luego pueda proteger y gobernar a la comunidad. Si bien Platón le da una mayor importancia a la práctica de la gimnasia por parte de los guardianes y los gobernantes, no podemos perder de vista el sentido que tiene ésta en su visión del mundo y de la persona. Para Platón los ejercicios físicos son ejercicios espirituales porque están orientados a la transformación del individuo y la polis. Pero no es una práctica aislada, ella es una entre otras que harán que el individuo luche contra las pasiones del cuerpo y poco a poco se vaya elevando hacia el mundo de las formas como anticipo de lo que ‘vivirá’ luego de su muerte. El objetivo en la vida filosófica es vivir conforme a la virtud. La gimnasia ayudará a la formación del carácter del guardián, del gobernante y en general del ciudadano que desee, porque al igual que el filósofo, motivará a llevar una vida buena en donde los ojos tengan como referente la belleza, signo de la verdad” (Rúa).

Los gobernantes o regentes del Estado justo, que deben ser filósofos y los mejor educados, poseerán las supremas virtudes guerreras y pacíficas de los guardianes que posean sabiduría práctica, talento, incorruptibilidad, carácter fuerte, autodominio y preocupación por el interés colectivo. “Revisando con cierta intensidad y detalle, las opiniones de Platón sobre la justicia y lo justo, es importante reconocer que siempre mantuvo con mucha fuerza la idea central de que la figura del filósofo, del hombre sabio, dedicado a la política podía ser la garantía de un régimen tan ideal como él lo anhelaba, en el reino de la justicia. Su final preferencia del personaje o la figura, del gobernante o del responsable, sobre el sistema o la forma de gobierno en sí misma, es también un tema que destaca, pues aunque poco amigo, diremos mejor muy poco amigo de la democracia, sus simpatías parecen ir siempre a favor de la monarquía, además es obvio que siendo su proyecto ‘salvador’ el de un ‘rey-filósofo’ esta no implica ‘per-se’ una forma monárquica” (Olivari). Lo ideal es aprovechar al máximo las condiciones inherentes al alma y transformarlo en el genuino defensor del Estado y la sociedad. En el Estado ideal gobernarán los mejores, es decir, los más educados. “Hasta que los filósofos gobiernen como reyes o, aquellos que ahora son llamados reyes y los dirigentes o líderes, puedan filosofar debidamente, es decir, hasta tanto el poder político y el filosófico concuerden, mientras que las diferentes naturalezas busquen solo uno solo de estos poderes exclusivamente, las ciudades no tendrán paz, ni tampoco la raza humana en general.
Platón describe a estos ‘reyes filósofos’ como aquellos que ‘aman ver la verdad esté donde esté con los medios que se disponen’ y soporta su idea con la analogía de un capitán y su navío o un médico y su medicina. Navegar y curar no son prácticas que todo el mundo esté calificado para hacerlas por naturaleza. Gran parte de La República está dedicada a indicar el proceso educacional necesario para producir estos ‘filósofos reyes’” (Nardini).

El gobernante debe ser sensitivo, agudo, ligero, fuerte y valiente; dedicarse al cultivo del conocimiento, la belleza corporal, la dulzura del trato y la proporción musical y oratoria; ser dueño de sí mismo, visionario de la suprema idea del bien y conocer la verdadera esencia de las cosas. No se trata de formar en la areté a la nobleza de sangre, sino educar una nueva élite mediante la selección de los representantes de la suprema areté. El gobierno de los mejores se fundamenta en la mejor educación, que fructificará en las mejores aptitudes naturales. Los mejores sólo pueden ser engendrados por los mejores, mediante un plan de reproducción controlado por el Estado. El gobernante se guiará por el poder intelectivo, iluminador y orientador de la razón  Luego prosigue un estricto, sistemático, extenso, perfecto y complejo proceso de educación, durante el cual será sometido a diversas pruebas para verificar su integridad física, intelectual y moral. A cambio de una constitución que regule sus posibles debilidades que atenten contra el deber ser de gobernar, recibirá una excelsa y elevada educación. Los guardianes no podrán tener una vida familiar. El verdadero problema será el de la paideia. El regente es producto supremo de la educación, y éste será, a su vez, el mejor educador supremo del Estado. Su vida se caracterizará por la pobreza, severidad y sobriedad. La buena educación es la base esencial y justa del Estado justo o ideal para que existan hombres excelentes como seres sociales y morales. La educación es el remedio a los males que aquejan al Estado. El Estado es el punto de partida de la investigación del problema de la justicia. El profundizar en el problema de la educación redunda en beneficio del problema de la justicia. Si se alcanza la meta de verdadera educación, también se alcanza la de la verdadera justicia. La virtud de la justicia es una cualidad inherente al alma humana. El mejor Estado posible y concebible es aquel en donde los regentes, auxiliares e industriales se limiten a realizar con perfección su oficio correspondiente. Cada cual poseerá su virtud respectiva: el regente, la sabiduría; el auxiliar, la valentía; y el artesano, la templanza; la justicia será la virtud en común para todos. La justicia consiste en la armonía interior del alma que, con arreglo a sus partes, realiza lo que le corresponde “y el hombre es capaz de dominarse y de enlazar en la unidad la variedad de contradicciones de sus fuerzas interiores” (Platón).

La justicia en el Estado construido orgánicamente consiste en que cada cual la función encomendada por la naturaleza, de acuerdo con los dotes y talentos de cada hombre (o mujer). La justicia es la salud del alma, por cuanto es el valor moral de la personalidad. La justicia es la fuente única de la verdadera dicha y de la auténtica satisfacción. El hombre verdaderamente justo se halla en posesión de la areté (el propio valor interior, lo único que hace dichoso al hombre) perfecta y es verdaderamente dichoso, mientras que el injusto es desgraciado. La justicia es la salud y la armonía del alma humana. La justicia es el bien supremo o la verdadera naturaleza del alma, y la órbita de la verdadera liberad. Una vida es digna si es justa. Exista una sola forma de justicia, pero muchas de su degeneración. La justicia es el mayor bien al cual puede aspirar un Estado.

El Estado ideal es la verdadera patria del filósofo. Aunque en la República se diserta, debate y argumenta sobre el Estado, el tema central es el hombre verdaderamente justo, y su capacidad para crear el Estado justo. Es, fundamentalmente, una obra de formación humana. Su teoría del Estado perfecto no es una teoría constitucional, sino una teoría del hombre. La verdadera educación solamente puede darse en el Estado perfecto. El hombre perfecto solamente puede formarse en el Estado perfecto y el Estado perfecto sólo puede formarse por el hombre perfecto. El ideal de hombre justo sólo puede concretarse en un Estado justo. Como el Estado platónico es un Estado paradigmático, es un Estado justo, bueno y ético. Si el poder político y el espíritu filosófico coinciden se superan todos los males de la sociedad. La miseria política sólo termina cuando los gobernantes sean filósofos, tal como lo muestra el postulado central de la obra. El filósofo, por naturaleza, está llamado o destinado a ser gobernante. “El filósofo debe gobernar porque sólo él posee el verdadero conocimiento, el conocimiento de las Ideas y, entre ellas, de la idea suprema del Bien. Y porque tiene el verdadero conocimiento, tiene también, conforme a la concepción socrático-platónica, la verdadera virtud. El que sea destinado para filósofo-gobernante debe poseer un alma noble, exenta de bajeza y dotada de facilitad para aprender, pero tales cualidades han de ser perfeccionadas por la educación; y su fidelidad al servicio del Estado ya los buenos hábitos aprendidos ha de ser repetidamente comprobada” (Fernández-Galiano).  La filosofía permite el conocimiento de la idea de bien o de bondad, la suprema virtud de la cual derivan todas las demás. Únicamente el filósofo posee el conocimiento del bien. Platón coloca a la filosofía en el centro de la vida. El filósofo, que no se entrega a la multiplicidad de impresiones sensoriales ni se deja arrastrar por el oleaje de las opiniones, es el único que sabe qué es lo bello y lo justo. “El filósofo es el hombre que lleva en su alma un paradigma diáfano”(Platón). La filosofía contribuye a la solución de los problemas fundamentales y acuciantes de la sociedad. La búsqueda de la verdad en gracia al conocimiento caracteriza a la filosofía. “El conocimiento de la norma suprema, que el filósofo alberga en su alma, es la clave de bóveda en el sistema del estado educativo platónico” (Jaeger). La “norma suprema” también se le conoce como “la imagen modelo” de todo lo que en mundo merece llamarse bueno; lo más dichoso de todo lo existente. La idea del bien  es el supremo paradigma cuyo conocimiento alberga en su alma el filósofo. “Por el lento camino descrito, ascético en su comienzo, racional después y místico en su final, es llevado el filósofo a la contemplación del Bien, que es en el mundo inteligible lo que el sol en el sensible. Platón se ha expresado respecto a él de manera entusiasta, pero misteriosa y en ciertos aspectos contradictoria, por lo que no es extraño que el «Bien platónico» quedara entre los antiguos como constante símbolo de lo oscuro y enigmático. El Bien procura el conocimiento y la verdad, pero es superior a ambos; a la manera que el sol da a los objetos sensibles no sólo la posibilidad de ser vistos, sino la generación, el medro y el sustento sin ser generación él mismo, así a los objetos inteligibles o ideas otorga el Bien no sólo la posibilidad de ser conocidos, sino la existencia y la esencia sin ser él esencia, sino algo superior a ella en majestad y poder” (Fernández-Galiano).

El filósofo no es el intelectual abstracto de nuestro tiempo, sino un hombre desapegado de bienes materiales, no vive de sucedáneos, desprecia la jactancia, posee cierto encanto, es dialéctico, amigo de la verdad, dueño de sí mismo y practicante de la justicia y la valentía. Como busca la armonía del espíritu y el carácter, es un kaloskagathos o caballero. El regente no procede de la nobleza de nacimiento, sino de la nobleza del espíritu. Quien pretenda ser regente tendrá que remontarse, a través de la suprema paideia, a la más alta cumbre de la cultura espiritual. Los gobernantes, además de filósofos, deberán ser bellos, fuertes y distinguidos, y temperamentos seguros y valientes, poseer una cultura superior del espíritu (agudeza, facilidad de comprensión, memoria y tenacidad), aptos para el juego ágil de la dialéctica, amar la verdad y detestar las mentiras, matemáticos, etc. Los regentes despreciarán los honores que se les confieran, puesto que su honor consistirá sólo el de instaurar un verdadero reinado basado en la justicia.

Mientras que la enseñanza de las matemáticas, como propaideia, debe comenzar desde la niñez, la cultura espiritual debe iniciar más tarde, para evitar que el aprendiz, por ser aún niño, no demuestre interés por aprender; interés que no se puede imponer mediante la coacción y el castigo, debido a que el saber impuesto al alma no se adhiere a ella. Se debe enseñar como si fuera jugando. Mediante la pedagogía lúdica se puede detectar para qué está mejor dotado cada cual. No se debe impartir educación mecánica. Si la educación se degenera se vuelve patológica, y, por ende, se degeneran las formas de gobiernos y se convierten en injustos por culpa de sus gobernantes injustos. La timocracia, en donde mandan sólo los ricos; la oligarquía, en la gobiernan unos pocos “privilegiados” y favorecidos por la fortuna y la cuna de nacimiento; la democracia, en la que aparentemente mandas todos, y la tiranía, en la cual gobierna un tirano despótico y totalitarista, son formas de gobiernos degenerados e injustos. Todas las formas de Estado, excepto la del Estado educativo puro,  son manifestaciones patológicas. Por la patología de la educación del hombre ideal en el Estado ideal, tanto el hombre justo como el Estado justo degeneran en gobernantes y gobiernos degenerados: el hombre ideal y el Estado o gobierno ideal degenera en timocracia, la timocracia en oligarquía, la oligarquía en democracia y ésta en tiranía, que la peor forma de gobierno injusto y el tirano el peor de los hombres injustos. “Platón concebía lo primitivo como lo más perfecto, y, a partir de ese régimen admirable de tiempos remotísimos y no atestiguados, se sucedían las cuatro formas políticas de la ciudad por este orden: timarquía [timocracia], oligarquía, democracia, tiranía. La evolución del Estado tiene su paralelo en la evolución del individuo: el predominio de cada una de las partes del alma corresponde al predominio de una determinada clase social en aquél, y así el individuo timocrático pasa a hacerse oligárquico, el oligárquico se convierte en democrático y este último en tiránico” (Fernández-Galiano). Como el hombre tiránico (que no controla sus apetitos superfluos) elimina a los mejores hombres (los justos), necesita de hombres muertos (injustos) para su alma muerta (injusta). “El tipo tiránico de hombre surge del predominio de una vida instintiva anormal en el alma. Es el fruto de una recaída en su fase prehumana de lo psíquico, la cual, encadenada generalmente a lo subconsciente, sólo vive dentro de nosotros una existencia subterránea (…) Los sentimientos de vida del hombre tiránico no conocen la verdadera amistad ni la verdadera libertad. Vive lleno de recelos y su verdadera esencia es la injusticia. El hombre tiránico y su imperio son el reverso completo del hombre justo y del estado justo. Y así como el hombre justo es dichoso, pues la justicia no es otra cosa que la salud del alma, el tirano es desgraciado, porque en su interior se ha roto el orden natural […] ¿No es acaso el alma del tirano como la ciudad gobernada tiránicamente, no sufre de la misma enfermedad que ésta? Es de todas las formas del alma humana la más esclavizada, pues no conoce la libertad y se halla dominada por instintos exaltados a manías. No es, pues, lo mejor, sino lo peor lo que impera en ella. Se halla poseída constantemente por la inquietud y el arrepentimiento. Es pobre e insaciable, llena de temor y de quejas, de depresión y de dolores” (Jaeger). Este tipo de denegación patológica de los gobiernos influye perniciosamente entre las relaciones de los padres con los hijos. “La timocracia nace de la oposición del hijo contra el modo de vida del padre, exento de ambiciones y preocupado sólo de su propia obra. […]el hijo del hombre democrático no se contenta con el postulado de los anhelos superfluos cuya satisfacción consideraba su padre como signo de verdadera libertad y humanidad, sino que se convierte en un aventurero lanzado a navegar sobre el mar agitado de los instintos anormales… La tiranía nace en el alma del joven por el hecho de convertirse en juguete de sus instintos. El padre y todos los que tienen alguna influencia educativa sobre él se esfuerzan en desviar sus afanes de los cauces de lo ilegítimo, por los que discurren, hacia derroteros menos peligrosos” (Jaeger). “El hombre tiránico es el que deja sus bajos apetitos por dueños de sí mismo, y el tirano político, el que, una vez conseguido el poder, los entroniza sobre la ciudad entera” (Fernández-Galiano).

Como quiera que el futuro regente, gobernante o estadista del Estado perfecto, requiere de una “lección mayor” (mediante el camino de la “cultura política”), debe tener un conocimiento pericial y exacto del supremo bien de toda conducta humana mediante el cultivo de la ciencia dialéctica. Transformar el Estado en una institución educativa enfocada en el desarrollo integral del alma humana como el más alto valor individual y social, es la suprema misión de la educación en el Estado ideal. La “lección mayor o fundamental” es la idea del Bien: todo lo bello, justo, etc., es provechoso y saludable. El filósofo es el llamado a gobernar, porque solamente conoce la esencia de la idea del Bien. Quien desconozca la idea del Bien, ¿cómo puede tomarla como paradigma, esto es como el fin que dé integridad a su persona tanto en su vida privada como pública? Quien desconoce la idea del Bien, tampoco se conoce a sí mismo, y por eso ignora qué es buen para él,  para el Estado y sus gobernados. Desconoce su propia naturaleza, su función y la areté propia del alma humana. “Sin embargo, por más que el filósofo conozca la esencia de la idea del Bien y de la Belleza, nunca poseerá la sabiduría, que es exclusiva de los dioses. “Ellos son sabios (sofoi), los hombres, en cambio, solo son amantes de la sabiduría (filosofoi). Aun cuando pueden llegar a soportar (anasxesthai) la contemplación de las Formas inteligibles y el Bien, no han dispuesto siempre de ella ni pueden permanecer constantemente en ella. Pretender lo contrario es una forma de desmesura también basada en el desconocimiento de sí. Pues, en contraste con los dioses, el hombre en cuanto hombre es un ser indigente: Ninguno de nosotros se basta a sí mismo, señala Platón como razón para la formación de la polis” (Gutiérrez).

A la idea del Bien, Platón le asigna el más alto rango en el reino de los valores. La belleza, la simetría y la verdad caracterizan a la idea del bien. El principio supremo es la ideal del bien. Tal idea es la fuente de verdad y cognoscibilidad, y la que posibilita que el mundo cognoscible sea cognoscible. El conocimiento del bien no es el bien en sí mismo. La verdadera pauta es el bien en sí. La idea del bien es en sí buena, lo bueno bajo su forma más perfecta, lo más bello de cuanto existe. “La idea del Bien es, en la República, la norma absoluta que sirve de base a la noción de la filosofía como el supremo arte de la medida, que aparece ya desde muy pronto en el pensamiento Platónico y que se mantiene en él hasta el final” (Jaeger). El bien y la dicha son una y la misma cosa. El bien en sí del bien en sí se revela como la divina causa última de todo ser y de todo pensar. La plena humanidad sólo puede realizarse en la medida eterna (o en la semejanza a lo divino). La metafísica de la paideia es una ontología que culmina en la ideal del Bien. Al ser ontología se halla ligado al hombre y a su voluntad. “La idea del Bien que colma de sentido y de valor el mundo de las ideas de Platón aparece como la meta natural de todas las aspiraciones y su conocimiento reclama del hombre y de sus actos una adecuada actitud” (Jaeger). El conocimiento de la idea del Bien, medida de las medidas, es la meta suprema de la paideia.

La educación consiste en sacar, con la ayuda de la dialéctica, el conocimiento de la verdad que yace en el alma del niño, ya que dentro de su ser interior están latentes las dotes de cada uno. En volver o hacer girar todo el alma hacia la luz de la idea del bien, que es el origen de todo, consiste la esencia de la educación filosófica. Las matemáticas, encargadas de despertar el pensamiento en el educando, se constituyen, dentro del proceso pedagógico, en la propaideia de los futuros regentes. “La ciencia aritmética es indispensable para la formación de los "regentes", entre otras razones, por su valor militar” (Platón). En concepción de éste, las matemáticas es un estudio humanístico, sin el cual el hombre no sería hombre.  El estudio de las matemáticas constituye apenas el preludio o preparación para toda la paideia de los gobernantes. “Los estudios matemáticos previos comprenden la aritmética, la geometría, la estereometría o geometría de los sólidos, la astronomía y la armonía musical; considérase la necesidad y provecho de cada una para llegar, por fin, a la suprema disciplina de la dialéctica” (Fernández-Galiano).

La reconocida Alegoría de la caverna es una imagen de la paideia. Este mito representa la encarnación simbólica de la esencia de la paideia. “Los hombres son como unos prisioneros encadenados en el interior oscuro de una caverna (representa el mundo sensible), lo único que conocen del mundo son las sombras que se proyectan en la pared de la misma y piensan que estas sombras son realidades, cuando únicamente son ‘opiniones’. Pero si se atreven a salir de la caverna, es decir, de la ignorancia o de la mera opinión, descubrirán que las sombras que se reflejaban en la pared no eran más que apariencias de la verdadera realidad, las Ideas, representada por el exterior de la caverna. Ahora bien, no todos los hombres se atreven a salir de la ignorancia del mundo sensible, sólo los filósofos lo hacen, y al conocer la verdadera realidad son los más capacitados para gobernar la polis, de acuerdo con las ideas de Justicia y Bien” (Ficus). Sus prisiones sólo contemplan las sombras, a las que toman por verdadera realidad. Quien logra liberarse de las cadenas y contemplar la luz se da cuenta que las sombras no constituyen la verdadera realidad. Las sombras corresponden al mundo sensible, aparente, material e ininteligible; la luz pertenece al mundo racional, real, ideal e inteligible. Esta alegoría representa  la naturaleza humana y su actitud ante la cultura (paideia) y la incultura (apaideusia). Aquí se enfoca la paideia desde el punto de vista del hombre, es decir, como la trasformación y purificación del alma para poder contemplar el ser supremo. La alegoría simboliza el ascenso del alma al reino de la luz y de la verdadera realidad. El Estado ideal, el conocimiento de la causa última del universo (fundamento de todo lo bueno que hay en el mundo), se convierte en la base y la meta del Gobierno. En política, el conocimiento del bien (meta de todos los actos) posibilita el reinado de los filósofos.  En el simbolismo de la caverna se evidencia la siguiente imagen: así como la luz del sol ilumina el universo físico, también la idea del bien ilumina el universo moral del hombre individual y colectivo. “Lo que esta alegoría refleja en la experiencia visual vivida por los cautivos es el camino del espíritu: su ojo intenta, después de volverse hacia la salida de la caverna y hacia el mundo real, mirar por vez primera los seres vivos, luego las estrellas y por último el mismo sol” (Jaeger). La caverna contiene la metafísica de la condición humana. En esta alegoría, la caverna física simboliza el mundo sensible o de los sentidos, mundo aparente en el que viven engañados los hombres; los prisioneros que moran atados en el interior de la caverna simbolizan los hombres ignorantes que se dejan llevar por las apariencias. La luz del sol simboliza la guía que permite conocer las cosas reales, y la idea del bien: causa de todo lo bueno, bello, recto, virtuoso, justo y verdadero. “De este modo ha de ser entendido el símil del sol: es éste el que permite que veamos los objetos sensibles y, al mismo tiempo, el que les da ser y medro conveniente; pues bien, la bondad es igualmente la que da madurez a las ideas, la que las hace «perfectas»” (Fernández-Galiano).

La alegoría de la Caverna, que simboliza el camino que va desde el conocimiento aparente hasta el conocimiento verdadero, presenta a la educación y a la filosofía como el medio para acceder al conocimiento o sabiduría. Simboliza los grados del conocimiento, los grados ontológicos de la realidad, y la cosmovisión política, ascética, mítica y teológica del autor. “Esta alegoría señala que elevarse a un nivel más alto requiere esfuerzo y disciplina, por eso le da tanta importancia a la educación, para conducir a los jóvenes al conocimiento de la verdad y los valores eternos y absolutos y para salvar a la humanidad de pasar la vida en un sombrío mundo de errores, mentiras, prejuicios, ciegos de los verdaderos valores” (La Guía Filosófica 2000).

La cultura dialéctica ocupa un lugar primordial en la paideia platónica. La filosofía dialéctica constituye la auténtica paideia. “La dialéctica lleva al conocimiento de las ideas o realidades primeras inteligibles, que existen antes de las cosas y separadamente de ellas y por las cuales las cosas son lo que son” (Fernández-Galiano). Según Platón, el dialéctico es el sinóptico que ve la concatenación y la afinidad de las materias y los campos del saber. La dialéctica, que es el verdadero camino hacia el conocimiento verdadero, permite penetrar mediante al pensamiento a la esencia de las cosas. “El carácter de la dialéctica sólo puede determinarse poniéndolo en relación con los demás tipos del saber humano” (Jaeger).  El conocimiento que confiere la dialéctica es tan superior al conocimiento matemático (auxiliar de la dialéctica) en cuanto al contenido del ser como las cosas reales del mundo visible lo son respecto a sus sombras o imágenes reflejas. Platón plantea que el dialéctico es el hombre que comprende la esencia de cada cosa y sabe dar cuenta de ella. El dialéctico discierne la idea del bien de todas las demás, separando “lo bueno en sí” de las distintas cosas, personas, actos, etcétera, que solemos llamar “buenas”. La verdadera fuerza de esta paideia, que enseña a preguntar y contestar científicamente, es el estado perfecto de vigilancia que infunde a la conciencia. La dialéctica es la cultura propia de los regentes y constituye la cumbre de todo conocimiento. “El conocimiento del sentido es la meta final del conocimiento del ser” (Jaeger).  La preocupación por el problema de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, constituye la meta de la dialéctica. “Uno de los principales campos de investigación lo constituyó la dialéctica, concebida como el arte de pensar ligado al lenguaje, como una gramática de las ideas, elaboración técnica de los conceptos y de sus relaciones. La dialéctica es la forma suprema de la actividad pedagógica: discusión, discurso, argumentación [...] Una educación estricta, dispensada por el Estado, está destinada a formar esta élite intelectual. Para conseguir la armonía y la justicia de esta ciudad platónica, es necesaria una educación gimnástica y musical para la formación del alma. La educación, especialmente los cinco años que recomienda Platón al estudio de la Dialéctica, para todos los jóvenes que muestren capacidad para ejercer las funciones de gobierno, reviste una importancia decisiva en su proyecto político. Platón piensa en un Estado gobernado por filósofos, es decir, por intelectuales maduros que posean la ciencia suprema de la dialéctica, la ciencia de las Ideas, cuyo punto culminante es el conocimiento de la Idea del Bien. La Dialéctica es, como la llamará en el Sofista, la ciencia de la totalidad que sólo poseen los verdaderos filósofos, que se convierten así en educadores y son la conciencia crítica de la polis, por su visión abarcante del mundo y de los hombres, orientada según la verdad, el bien y la justicia […] El pensamiento de Platón sobre educación y política tiene en su centro un acercamiento a lo educativo como un hecho humano fundamental, que se resume en el término paideia. La areté, objeto de toda paideia y de todo arte político, se resume en el conocimiento y práctica del bien y la justicia. Ni paideia ni política son actividades indiferentes en sí, sino que son formas de ser y de vivir un ideal virtuoso. Aparece siempre una constante en los diálogos platónico: no existe política sin paideia y toda paideia se orienta a la construcción de la sociedad y del estado” (Nardini).



APORTES PARA LA POSTERIDAD

La República” (considera por algunos críticos como la primera “utopía” de Occidente), que una es un tratado de una riqueza temática y enciclopédica formidable, se constituye en un patrimonio cultural que aborda diversos aspectos de interés para la humanidad, como política, estética, pedagogía, ética, epistemología, metafísica, sociología, medicina, derecho, antropología, economía, ontología, dialéctica, axiología, crítica literaria, teología y psicología, entre otros.

Si bien es cierto que esta obra responde a las problemáticas puntuales del tiempo, contexto y cultura de la Grecia antigua, el aporte a la posteridad es innegable: contribuye a sentar las bases del derecho internacional; propende por la igualdad de oportunidades entre ambos sexos; sienta las bases de la pedagogía; defiende la pedagogía lúdica; muestra que el arte de gobernar puede ser aprendido;  determina por sí mismo la esencia y el valor de la justicia; enseña que la justicia es la verdadera y auténtica naturaleza del alma; descubre al hombre absolutamente justo y define la esencia del hombre absolutamente injusto; plantea que la vida feliz es la vida sabia y virtuosa (la vida justa); determina que la verdadera justicia sólo existe en la estructura interior del hombre y en la relación adecuada de las diversas partes de su alma entre ; indica que el gobierno de la razón señala el límite a nuestros apetitos y ordena nuestras emociones en base al conocimiento de lo que realmente es bueno, debido a que nuestros deseos de honores y prestigio, de riqueza, poder y sexo son naturalmente insaciables y por eso mismo no pueden conducir a la realización plena de nuestro ser (la eudaimonía) sino que, antes bien, pueden tener como consecuencia la desintegración de la persona y su sometimiento a la búsqueda exclusiva e ilimitada de esos bienes como fines en sí mismos; establece que la verdadera característica esencial de la democracia es la igualdad de derechos y la provisión de cargos por sorteo;  demuestra cómo el ideal filosófico de vida se convierte en el verdadero ideal de vida humano; persuade que el exceso de libertad es el camino más corto hacia la carencia absoluta de libertad, etc.

Se aprecia que Platón (genial en la concepción de su obra, en cuanto a unidad de forma y contenido) no era partidario de la esclavitud, propendía por la igualdad de los sexos, además de mostrar que lo justo, que es lo sano, es a lo que debe aspirarse y debe hacerse, por lo único adecuado a la naturaleza del alma. Su obra, que describe las constituciones con maestría sicológica, es un paralelismo entre el Estado justo y el hombre justo. Nos sensibiliza que la causa del mal hay que buscarla en la educación y no en la naturaleza, que por sí misma es buena.

Es muy posible que el Estado platónico no se haya realizado ni pueda realizarse, pero sí podemos y debemos construir incesantemente el Estado en nosotros. Aunque su Estado sea una utopía, el valor de ésta es interesante por cuanto sienta las bases del Estado y del hombre justo. El hombre justo platónico solamente es ciudadano en el pleno sentido de la palabra dentro del Estado que alberga en su alma y cuya ley aspira a cumplir cuando realiza de ese modo su deber. Podemos observar cómo la discusión culmina en la fundación del “Estado en nosotros”, de la personalidad humana, que es la meta de toda la obra. La finalidad principal (sólo secundaria) de Platón no es fundar un Estado real, sino enfocar su conocimiento hacia el logro de la educación del hombre. Según Platón, la educación por medio de la filosofía es la única verdadera. Uno de los aspectos de interés para la posteridad lo encontramos en la intención de fundar la política sobre bases éticas, debido a que la transformación política debe partir de la educación ética del hombre, por cuanto la ética es el principio de conducta de la comunidad y del Estado que rige el comportamiento humano.

Independiente de que algunos afirmen que “La República” es el origen del comunismo y de los totalitarismos, y haya en ella cierto determinismo al “condenar” a cada persona a realizar una sola actividad, debo rescatar su valor pedagógico y la forma argumentada de discutir, respetando los puntos contrarios a nuestra manera de pensar, convenciendo sólo con argumentos y razones, mas no con imposiciones.

Como el Estado ideal no se ha concretado en el mundo “real”, no podemos saber si Platón estaba o no estaba en lo cierto. Al leer la obra, más de dos mil años después de haber sido escrita, nos parece un disparate en nuestro tiempo y contexto político, económico, social y cultural. Actualmente sería imposible implementarla. ¿Pero qué tal que ese Estado ideal hubiera prosperado? ¿Cómo estaríamos: mejor o peor? Eso no lo podremos saber  nunca con la debida certeza. Lo cierto es que la obra sí es un referente en filosofía política, filosofía del derecho, ética y, sobre todo, en educación. Ningún estudioso de la política, del derecho, la ética y la educación puede ignorar el contenido y el sentido de esta magna obra filosófica.

Si los gobernantes tuvieran en cuenta sus enseñanzas, serían mejores dirigentes y, específicamente, mejores personas. Sin duda alguna, si los gobernantes fueran filósofos o los filósofos fueran gobernantes, su manera de gobernar sería más justa y sabia. No pretendo que los gobernantes actuales, para ser justos, conocer la verdad y la esencia del bien y de la belleza, deban someterse a esa educación tan extensa y rigurosa, no poseer riquezas ni tener familia (esposa e hijos). Sin necesidad de esta abrumadora carga académica y esas privaciones, algunos de los filósofos actuales podrían ser excelentes gobernantes y desempeñar convenientemente el rol de “rey filósofo” que les asignaba Platón. “Hasta que los filósofos sean reyes no habrá justicia ni bien en el Estado” (Stewart).

Estoy completamente de acuerdo con el aserto platónico de que los filósofos buscamos el conocimiento de la verdad y penetramos en la esencia de las cosas, somos justos y construimos el Estado ideal en nosotros. ¡Qué lástima que en nuestra sociedad actual, tan pragmática, utilitarista, consumista y competitiva, los filósofos no sean “útiles”! ¿Qué “útiles” pueden ser si en esta sociedad no impera la verdad, la justicia, la libertad, la belleza, el arte, la ética, la educación libertaria y la auténtica política? El filósofo busca que estos ideales “imperen” en la sociedad, para que sea una mejor sociedad. Como decía Platón, no es que el filósofo no sirva, sino que la sociedad no lo deja servir.



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