En el presente texto sintetizo la novela La Caverna, de José Saramago.
TEMA PRINCIPAL
El fenómeno de la globalización.
TEMAS SECUNDARIOS
-
El
deshumanizante imperio de las “leyes” del mercado.
-
La
contundente dinámica perversa del capitalismo.
-
La
angustia vital.
-
La
inseguridad.
-
El
amor.
-
Los
conflictos familiares.
-
La
viudez.
-
Los
crímenes de Estado.
-
La
miseria de los sitios periféricos a las grandes ciudades.
-
El
problema del tiempo.
ARGUMENTO
En un pueblecito, ubicado a unos 20 kilómetros de una
metrópoli industrial y comercial (“El Centro”), reside el alfarero Cipriano
Algor (“algor” significa frío intenso del cuerpo, preanuncio de fiebre), viudo,
de 64 años, junto con su hija Martha, quien se encuentra casada con Marcial
Gacho (“gacho” es la parte del cuello del buey en que se asienta el yugo),
guarda estatal, cercano a los 30 años, y un perro de nombre “Encontrado”, que
repentinamente apareció en la casa del protagonista Cipriano Algor. Allí, en
una rústica y antiquísima alfarería, éste y su hija se dedican a fabricar
artículos en barro, como loza, jarrones, damajuanas, etc., para venderle al
“Centro”. Estos utensilios son llevados por Cipriano Algor al “Centro” en una
vieja furgoneta, transitando por una concurrida carretera (en regular estado de
conservación), en cuyos lados hay muchas “aglomeraciones caóticas de chabolas hechas de
cuantos materiales, en su mayoría precarios”, lugar donde residen delincuentes que
perpetran múltiples ilícitos en la carretera, especialmente hurtos, atracos y
asaltos.
De un momento a otro, abruptamente, el “Centro” deja de
comprarle los productos de alfarería que produce Cipriano Algor, único medio de
conseguir sus sustento diario, porque habían aparecido “unas piezas de plástico que imitan al barro, y lo
imitan tan bien que parecen auténticas, con la ventaja de que pesan menos y son
mucho más baratas”. A pesar de que Cipriano Algor le argumentó que ese
no era motivo para que se dejaran de comprar sus artesanías, porque “el barro siempre es barro, es auténtico, es natural”, el jefe de
compras del “Centro” le dijo que fuera a decirle eso a los clientes, y agregó: “No quiero angustiarlo, pero creo que a partir de ahora sus lozas
sólo interesarán a los coleccionistas, y ésos son cada vez menos”, a la vez
que le advirtió que tenía pocos días para que retirara los utensilios de
alfarería que el “Centro” le devolvía porque ya no se estaban vendiendo. Ante
esta absurda realidad, Cipriano se devolvió a su pueblo con su cargamento de alfarería, y se expuso
deliberadamente a que lo atracaran y le robaran la mercancía, pero, para colmo
de su “desgracia”, ni siquiera esto ocurrió; por el contrario, uno de los
residentes de las chabolas acudió en su ayuda pensando que le había ocurrido
algún percance; cuando Cipriano le ofreció gratis los productos de alfarería,
el malhechor le dijo que él no necesitaba esos utensilios.
Cipriano
Algor, junto con su hija Martha, decidieron fabricar figurillas de barro para
tratar de vendérselas al “Centro”. El jefe de compras del “Centro”, luego de un
tiempo le dijo que, definitivamente, no le seguían comprando los utensilios de
alfarería ni las figurillas de barro porque a las personas esos muñecos no les
llamaban la atención.
Como
Marcial Gacho fue ascendido en su cargo de guardia del “Centro”, Cipriano
Algor, en contra de su voluntad y su deseo y como ya no tenía trabajo para
realizar, se fue a vivir a un apartamento sin ventanas que el “Centro” les
proporcionaba a los guardias ascendidos. Allí, en ese incómodo y aburridor lugar,
Cipriano Algor vivió muy pocos días junto con su hija Martha y su yerno Marcial
Gacho. Luego de descubrir unos restos humanos en un sitio en donde el “Centro”
hacía demoliciones para construir centros comerciales, y que era custodiado por
Marcial Gacho y otros guardias, Cipriano Algor decidió regresarse a su pueblo.
A los
pocos días Marcial Gacho, inconforme con su trabajo tras el descubrimiento de
los cadáveres, renunció y regresó a donde su suegro, acompañado de su esposa
Martha que estaba embarazada. Los tres decidieron irse de ese pueblo, y en
compañía de una vecina de nombre Laura Estudiosa, también viuda, de quien se
había enamorado Cipriano Algor, y el perro Encontrado, abordaron la furgoneta
con rumbo desconocido.
COMENTARIO
A través de un exquisito lenguaje y de una gramática
muy particular, Saramago nos relata la dinámica de una familia, que de un
momento a otro, pierde su tradicional medio de sustento, porque la absurda e
inexorable dinámica de las “leyes” del mercado de nuestro sistema capitalista
así lo determina. Coincido con el profesor José Luis Rodríguez Reguera en
cuanto que Cipriano Algor aparece como representante del mundo moderno basado
en la producción, aunque en su versión más humanista; mientras que Marcial
Gacho representaría la era del Capitalismo Global en la que estamos inmersos.
Cipriano pertenece al mundo de la producción y Marcial al mundo del consumo.
“Cipriano intenta vivir su vida a su manera, manteniendo esa Utopía que le
convierte en protagonista de sus aventuras, aunque éstas no sean más que
simples platos de arcilla. Marcial en cambio es
uno de esos chicos inquietos, en búsqueda siempre de algo que no acaba
de encontrar, pues nunca depende de sí mismo, sino de quienes tienen en sus
manos su destino”[1].
Es evidente la profundidad psicológica, filosófica,
metafísica, religiosa y económica que enaltecen a esta fascinante novela, cuyo
protagonista es una persona que lucha por sobrevivir en la voracidad de nuestro
sistema productor y consumidor de mercancías. Se aprecia como el “salvajismo”
de las “leyes” del mercado imperan por encima de las necesidades humanas, por
encima de la persona misma. El plástico prima sobre el barro, lo artificial
sobre lo natural. O el producto interesa
o el producto no interesa. Las
cosas son importantes en tanto posean valor de uso y valor de cambio. “La constatación que
se ha pasado de una sociedad agraria-artesanal con unos ritmos, ritos y
relaciones específicamente identificables a sociedades más industrializadas,
altamente tecnificadas, de velocidades impresionantes, ritmos de vida rápidos y
sensaciones de extrañamiento y desarraigo en las grandes ciudades, es lo que se
percibe en la historia de los protagonistas”[2].
La obra nos muestra como el “omnipotente” “Centro”
(símbolo del capitalismo) ejerce un enorme poder la economía, sobre el
comercio, sobre el trabajo y sobre las personas. Para el “proletariado” no hay
otra salida que someterse al imperio de este oprobioso sistema de producción. El
Centro es el Capitalismo global o de consumo, las catedrales del consumo como
escenarios de una nueva civilización del capitalismo global frente a la periferia.
En la obra se refleja “el dominio del hombre sobre la naturaleza poniéndola a
su servicio ha sido el eje fundamental sobre el que se ha construido el orden
racionalista burgués y las fronteras sobre las que se buscaba escenificar esta
relación de control”[3]. El centro sólo valora lo
práctico: “yo no soy bueno, soy práctico”, le dice el jefe de compras a
Cipriano. El Centro, tal como nos dice Osorio Arenas, “tiene la capacidad de
influir sobre la gente, sobre sus maneras de sentir, percibir, pensar y obrar”
y, además, “determina el gusto de la
gente, el poder de decidir está en sus manos, tiene la pretensión y la
capacidad de homogeneizar física y psíquicamente a sus empleados, así se
proclame que las personas no se repiten, que las personas no salen de moldes,
como afirma Cipriano Algor, la verdad es otra”[4].
El problema de la globalización, expresado a través de
esa alegoría, de esa metáfora, es el tema principal de la novela. Problema que
nos inserta en el vacío que nos ha dejado la modernidad, entendida negativamente
en su dinámica consumista, y no en el sentido de un movimiento cultural y
espiritual que posibilitó el progreso de la humanidad. Globalización y
modernidad como símbolo de las sombras que imponen la realidad a los habitantes
de la caverna. Cipriano Algor, Martha, Marcial Gacho y Laura simbolizan la
caverna, a la cual “El Centro” le impone la “verdad”, el hacer, el pensar, el
hacer y hasta el ser…
“El Centro” es símbolo del totalitarismo del sistema
Neoliberal; es quien tiene la última palabra. Decide qué comprar y qué no
comprar. Arrebata la palabra a los habitantes de la caverna. En “El Centro” no
existen los derechos humanos ni la democracia; es éste quien impone la dinámica
consumista y los estilos de vida y los patrones del hacer, del tener y del
consumir. Superar esta ignominiosa realidad implica salir de la caverna,
abandonar el encaustramiento que nos impone abusivamente la sociedad
consumista, así como lo hicieron Cipriano, Martha, Marcial, Laura y hasta el
perro Encontrado… huyendo con destino incierto, en procura de huir de la
deshumanizante caverna.
LUIS ANGEL RIOS PEREA
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