Si queremos vivenciar la grata experiencia de
amar en libertad sin depender de la persona amada, es conveniente leer el libro“¿Amar
o depender?” de Walter Riso.
Aproximación
al contenido.
Este excelente libro nos muestra cómo la dependencia
afectiva convierte nuestra vida amorosa en una experiencia desagradable y nos
hacemos demasiado daño. “La adicción
afectiva es el peor de los vicios”. Si
nos apegamos excesivamente a la persona que decimos amar, el amor se torna en
adicción y dependencia. Con la tesis de que “es posible amar sin apegos”, el
autor advierte que su obra está dirigida “a todas aquellas personas que quieren
hacer del amor una experiencia plena, alegre y saludable”. La dependencia afectiva genera sufrimiento y
depresión. La dependencia genera temores
e inseguridad. “Un amor inseguro es una bomba de tiempo que puede estallar en
cualquier momento y lastimarnos profundamente”.
El libro consta de tres partes: 1. Entendiendo el apego afectivo. 2.
Previniendo el apego afectivo. 3. Venciendo el apego afectivo. La primera parte
muestra los inconvenientes del apego afectivo, aclarando que el apego es adictivo,
que el deseo no es apego, que el desapego no es indiferencia y que el apego
desgasta y enferma. El esquema central de todo apego es la inmadurez emocional.
Somos inmaduros emocionalmente porque tenemos bajos umbrales para el
sufrimiento, baja tolerancia a la frustración y la ilusión de que nuestra
relación afectiva es eterna o permanente. Nos apegamos por la vulnerabilidad al
daño (apego seguridad/protección), por el miedo al abandono (apego a la
estabilidad/confiabilidad), por la baja autoestima (apego a las manifestaciones
de afecto), por los problemas de autoconcepto (apego a la admiración) y por el
bienestar y placer “normal” de toda buena relación. La segunda parte nos
explica cómo promover la independencia afectiva sin que se afecte nuestra forma
auténtica de amar. Entendiendo el principio de la exploración y el riesgo
responsable, comprenderemos por qué éste genera inmunidad a la dependencia. El
principio de autonomía (hacerse cargo de uno mismo) nos invita a la defensa de
nuestra territorialidad y a la soberanía afectiva, al rescate de la soledad, a
la autosuficiencia y la autoeficacia. Este principio nos demuestra que la
autonomía genera inmunidad al apego afectivo. La tercera parte (venciendo el
apego afectivo) nos orienta para desligarnos de amores enfermizos y no fracasar
en tan difícil compromiso. El principio del realismo afectivo nos dice que no
debemos excusar o justificar el poco o nulo amor recibido; que no demos
minimizar los defectos del otro; que debemos resignarnos a la pérdida y no
creer que todavía hay amor en donde no lo hay; que no debemos tratar
obstinadamente en recuperar un amor perdido, y que no es conveniente alejarse
poco a poco. El principio del autorrespeto y la dignidad personal nos explica
que el amor debe ser recíproco, que no nos merece quien nos lastima, que
jamás debemos humillarnos y que debemos eliminar toda forma de autocastigo.
Finalmente, se trata sobre el principio del autocontrol, que consiste en hacer
un análisis parcializado conveniente, hablar con personas que están de nuestra
parte y efectuar control del estímulo o las buenas evitaciones.
Análisis
y comentario.
PRIMERA
PARTE (ENTENDIENDO EL APEGO AFECTIVO)
Al iniciar la apasionante incursión por este grandioso
libro, nos preguntamos si ¿amamos o dependemos? Al finalizarlo seremos
plenamente conscientes si al enamorarnos ¿amamos o dependemos? Si amamos sin
dependencia, no hay problema; pero si dependemos de la persona que amamos,
estamos en serias dificultades. El libro nos enseña cómo amar con
independencia. ¿Listos para cambiar su forma de amar? Veamos.
El autor es claro y concreto cuando nos advierte que
“depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida, un acto
de automutilación psicológica donde el amor propio, el autorrespeto y la
esencia de uno mismo son ofrendados y regalados irracionalmente”. Esta es una
campanada de alerta para que empecemos a despertar. Se debe reflexionar
profundamente sobre este axioma. La forma tan inapropiada como amamos es la
responsable de nuestros tormentos pasionales, porque “bajo el disfraz del amor
romántico, la persona apegada comienza a sufrir una despersonalización lenta e
implacable hasta convertirse en un anexo de la persona amada, un simple
apéndice”. Si el libro no trajera sino estas dos afirmaciones, tan claras y
precisas, serían suficientes para persuadirnos que el amor debe ser una
experiencia maravillosa y no una fuente de sufrimiento. Hay que darle
demasiada importancia al término “despersonalización”, porque tiene una
profunda significación; si somos conscientes de sus implicaciones, sabremos qué
nos espera si dependemos afectivamente de la persona que supuestamente amamos.
No nos llamemos a engaños: ¡no existe pócima mágica para curar el apego
afectivo!; simplemente se necesita entender los apegos, prevenirlos y vencerlos
con mucha fuerza de voluntad, la cual se encuentra en una buena autoestima, en
un evidente autorrespeto, en reforzar los umbrales de tolerancia al dolor, en
superar la tolerancia a la frustración, en ser autónomos, en no ir en
contra de la realidad, en encontrarle sentido a la vida, en defender
nuestro territorio, en aprender a disfrutar de la soledad, en ser
autosuficientes y autoeficaces, y en ser conscientes que no merece nuestro
afecto quien no valora el amor que le profesamos.
Muchas
veces ignoramos, para desgracia nuestra, que “una buena relación de pareja
también debe fundamentarse en el respeto, en la comunicación sincera, el deseo,
los gustos, la religión, la ideología, el humor, la sensibilidad, y cien
adminículos más de supervivencia afectiva”. El autor advierte que el apego
biológico (de padres a hijos o viceversa, por ejemplo) no es nocivo; lo es el
apego mental o dependencia psicológica. El apegado no sabe resignarse y
renunciar, y esto trae graves consecuencias. “La persona apegada nunca está
preparada para la pérdida, porque no concibe la vida sin su fuente de seguridad
o placer. Lo que define el apego no es tanto el deseo como la incapacidad de
renunciar a él”. La inseguridad es
responsable de una gran parte del apego, porque si la persona es incapaz de
hacerse cargo de sí misma, tendrá temor a quedarse sola, y se apegará “a
las fuentes de seguridad disponibles representadas en distintas personas”. El
autor nos aclara que el desapego no es indiferencia. “El desapego no es
desamor, sino una manera sana de relacionarse, cuyas premisas son:
independencia, no posesividad y no adicción”. Esta aclaración es muy diciente;
por eso es bueno no ignorarla: una relación gratificante debe ser
independiente, no posesiva y no adictiva. ¿Será que nos cuesta mucho trabajo
entender esto tan elemental? Si bien es cierto que no podemos vivir sin
amar, también lo es que el amor no debe esclavizarnos.
Como
el apego desgasta y enferma, hay personas activo y pasivo dependientes. Las
primeras son susceptibles a los celos, a la ira, a las obsesiones, a las
agresiones y hasta pueden atentar contra ellas mismos. Los segundos “tienden a
ser sumisos, dóciles y extremadamente obedientes para intentar ser agradables y
evitar el abandono”. El dependiente erróneamente centra toda su capacidad de
disfrute en su pareja. “Con el tiempo esta exclusividad se va convirtiendo en
fanatismo y devoción”, hasta llegar al colmo de afirmar que su pareja lo es
todo. Lo siguiente es una incontrovertible realidad; desconocerla es ser un
poco estólido: “El apego enferma, castra, incapacita, elimina criterios,
degrada y somete, deprime, genera estrés, asusta, cansa, desgasta y,
finalmente, acaba con todo residuo de humanidad disponible”. Si esto es tan
cierto, ¿por qué a veces nos cuesta tanto trabajo entenderlo, y no somos
capaces de amar sin apegos? ¿Será que somos estólidos? Estólido es una persona
carente de entendimiento y razón. Esto debe analizarse con mucho detenimiento,
porque cuando nos enamoramos como que nos volvemos estólidos.
Es
muy gravísimo no madurar en el aspecto emocional, porque la madurez emocional
es el esquema central de todo apego, tal como nos lo demuestra con abrumadores
argumentos en autor. Veamos: “La inmadurez emocional implica una perspectiva
ingenua e intolerante ante ciertas situaciones de la vida, generalmente
incómodas o aversivas. Una persona que no haya desarrollado la madurez o
inteligencia emocional adecuada tendrá dificultades ante el sufrimiento, la
frustración y la incertidumbre”. ¿Por qué nos costará tanto trabajo entender
este axioma? Esta inmadurez se manifiesta en los bajos umbrales para el
sufrimiento, la baja tolerancia a la frustración y la ilusión de permanencia.
Los bajos umbrales están determinados genéticamente y por el tipo de educación
recibida. La sobreprotección durante la niñez es otra causa. Los bajos umbrales
ocasionan miedo a lo desconocido y apego al pasado. Una persona así se siente
incapaz de renunciar al placer/bienestar/seguridad que le brinda la persona que
dice amar y de soportar su ausencia. No tolera el dolor. Sin importarle que tan
dañina sea la relación, no quiere sufrir su pérdida. Se cree débil. No está
preparada para el dolor. La persona con baja tolerancia a la frustración es
egocentrista; si las cosas no son como ella quiere, se torna furiosa. Desconoce que “tolerar la frustración de que
no siempre podemos obtener lo que esperamos, implica saber perder y resignarse
cuando no hay nada que hacer”. No sabe aceptar que la vida no gira a nuestro
alrededor, que el mundo no es como nosotros queramos que sea. “Lo
infantil reside en la incapacidad de admitir que no se puede”. Para este
individuo el “yo quiero” es más importante que el “no puedo”. Sufre porque no
puede tener todo bajo su control. Si su pareja le dice que hay que finalizar la
relación o que ya no lo quiere, afirma con berrinche: ”¡Pero si yo lo quiero!” Mucha atención a lo que sigue, porque es una
realidad irrefutable: “Como si el hecho que querer a alguien fuera suficiente
razón para que lo quisieran a uno”. Esta es una de las afirmaciones más
importantes del libro. No podemos desconocerla. Es muy difícil reconocerlo y
aceptarlo, pero no tiene discusión: si yo amo no implica que me deban amar.
“Las otras personas tienen el derecho y no el deber de amarnos. No podemos
subordinar lo posible a nuestras necesidades. Si no se puede, no se puede”.
Esta última frase es muy cierta. Esta clase de “enamorados” piensan lo
siguiente: “No soy capaz de aceptar que el amor escape a mi control. La persona
que amo debe girar a mí alrededor y darme gusto. Necesito ser el centro y que
las cosas sean como a mí me gustaría que fueran. No soporto la frustración, el
fracaso o la desilusión. El amor debe ser a mi imagen y semejanza”. La ilusión
de permanencia nos hace creer que el afecto que nos tienen o que la relación es
eterna, que nunca puede acabarse. “En el afán de conservar el objeto deseado,
la persona dependiente, de una manera ingenua y arriesgada, concibe y acepta la
idea de lo permanente, de lo eternamente estable. Todo esfuerzo por aferrarnos
a lo transitorio es inútil, porque todo pasa, todo cambia, todo muere. En toda
relación se debe aceptar el riesgo, la incertidumbre, la imprevisión y ser
atrevidos. “No hay relación sin riesgo. El amor es una experiencia peligrosa,
eventualmente dolorosa y sensorialmente encantadora. Este agridulce implícito
que lleva todo ejercicio amoroso puede resultar especialmente fascinante para
los atrevidos y terriblemente amenazante para los inseguros. El amor es poco
previsible, confuso y difícil de domesticar. La incertidumbre forma parte de
él, como de cualquier otra experiencia”. Estas personas, al perder a su
“amado”, dicen: “¡No lo puedo creer!” “¡Jamás pensé que esto me pasara a mí!”
“¡Me parece imposible!” Hay que ser realistas, la pareja no dura para siempre. No
podemos confundir posibilidades con probabilidades. Uno debe afirmar: “Hay
muy pocas probabilidades de que mi relación se dañe, remotas si se quiere, pero
la posibilidad siempre existe”. La persona con ilusión de permanencia piensa
que es imposible que “nos dejemos de querer”. Cree que el amor es inalterable,
eterno, inmutable e indestructible. “Mi relación afectiva tiene una inercia
propia y continuará para siempre, para toda la vida”.
Cuando el autor se pregunta a qué
cosas de la relación nos apegamos,
contesta que el motivo del apego es una “supersustancia”, compuesta por
placer/bienestar más seguridad/protección. Los tipos de apego son:
1 Apego a la seguridad/protección (vulnerabilidad al daño). Este individuo tiene muy baja
autoeficacia, y no es capaz de hacerse cargo de sí mismo. Necesita de una
persona sicológicamente más fuerte para que se haga cargo de él. “Aquí no se
busca amor, ternura o sexo, sino supervivencia en estado puro. Lo que se
persigue no es activación placentera y euforia, sino calma y sosiego”. Esto es
realmente enfermizo. ¿Cuál es su origen? Sobreprotección paternal durante la
niñez y creencia aprendida de que el mundo es peligroso y hostil. Esta
situación genera dependencia, coarta la autonomía e impide la libertad. Una persona así no le importa si su relación
de pareja está bien, sino que el otro esté junto a ella. Muy grave esta
realidad.
2. Apego a la estabilidad/confiabilidad (el miedo al abandono). “En
ciertos individuos la búsqueda de estabilidad está asociada a un profundo temor
al abandono y a una hipersensibilidad al rechazo afectivo”. No importa que la
otra persona no sea el amante ideal, sino que dé la garantía de estar siempre
con ella. La persona que actúa así ha sufrido despechos, infidelidades,
rechazos, pérdidas o renuncias amorosas que no ha podido procesar
adecuadamente. El problema es de susceptibilidad al desprendimiento. “El
objetivo es mantener la unión afectiva a cualquier costo”.
3. Apego a las manifestaciones de afecto (baja autoestima). Una
persona así no pretende evitar el abandono, sino sentirse amado. “Si una
persona no se quiere a sí misma, proyectará ese sentimiento y pensará que nadie
podrá quererla. El amor se refracta siempre en lo que somos. El miedo al
desamor (carencia afectiva) rápidamente se transforma en necesidad de ser
amado”. Una persona así se sorprende cuando alguien la pretende. “Si se fijó en
mí, algo malo debo tener”. La nueva conquista le genera incertidumbre, por el
miedo al sufrir como en su anterior relación. Hay que tener bien claras las
cosas, porque la necesidad de amor es distinta a la necesidad de genitalidad.
“Los hombres podemos desear y no sentir afecto, las mujeres pueden amar y no
desear al ser amado, y viceversa en cada caso. El sexo no está hecho para tasar
valores afectivos, sino para consumirlos”. Como se considera poco atractiva o
fea, puede aferrarse fácilmente a quien se siente atraído por ella.
4. Apego a la admiración (problemas de autoconcepto). El autoconcepto
nos muestra qué tanto nos aceptamos. Qué pensamos de nosotros mismos. La
carencia, en este caso, no es de amor sino de reconocimiento y adulación. “El
bajo autoconcepto crea una marcada sensibilidad al halago”. Así la persona no
se sienta querida, lo que le importa es que la reconozcan, que hablen bien de
ella. De ahí que muchas mujeres sucumban ante los elogios de un hombre distinto
a su esposo, ya que éste nunca le satisface su necesidad de reconocimiento.
5. Apego “normal” al bienestar/placer de toda buena relación. A pesar
de que los apegos son nocivos, los siguientes generan bienestar y son
“normales”: apego sexual, mimos/contemplación, compañerismo/afinidad y
convivencia tranquila y en paz. Estos apegos hay que revisarlos con
detenimiento porque pueden privar a la persona de otros placeres y alegrías.
“Su frecuente utilización y la incapacidad de renunciar a ellos, los convierte
en potencialmente tóxicos”.
SEGUNDA PARTE (PREVINIENDO EL APEGO AFECTIVO)
Ya
“entendido” el apego y sus causas, tenemos suficientes razones y argumentos
para rechazar el apego afectivo y empezar a ser independientes de la persona
que amamos, pues debemos saber que no somos un apéndice de ella. Somos dos
seres únicos e irrepetibles, libres y autónomos. “Si no eres tú en persona, la
verdadera, la única, la irreproductible, sólo serás una incipiente imitación”.
Así las
cosas, pasemos a la segunda parte, en donde aprenderemos a prevenir el apego
afectivo. Mucha atención. Veamos. Los principios de exploración, de autonomía y
del sentido de vida nos permiten desarrollar una actitud en contra del apego
afectivo. Tengamos bien presentes estos principios. “Una persona audaz, libre y
realizada es un ser que ha ganado la batalla a los apegos”. No podemos vivir
exclusivamente para nuestra pareja ni reducir las opciones de bienestar a la
relación afectiva, porque se agotan otras posibilidades de disfrute de la vida.
¡Qué tontería vivir para una sola persona!
El principio de exploración y el riesgo responsable nos recuerda la tendencia
que tenemos para indagar y explorar el entorno. Éste sostiene que la persona
que amamos es importante, pero no es lo único que tenemos. Establecer una
relación no implica esclavizarnos. El amor no es estancamiento. Al
enamorarnos no podemos perder los intereses vitales. Amar no tiene porqué ser
un sacrificio. “Amar no es anularse, sino crecer de a dos… Querer a
alguien no significa perder sensibilidad… sin más interés que lo mundano…
Vincularse afectivamente no es enterrarse en vida, ni reducir tu hedonismo
(placer) a una o dos horas al día”. Herman Hesse decía en una de sus obras: “Él
había amado y se había encontrado a sí mismo. La mayoría, en cambio, aman
para perderse”. El enamoramiento con dependencia se convierte en una
experiencia o un proceso enajenatorio en donde yo me pierdo en el otro. Muy
lamentable esta situación. Esto es demasiado grave. La persona dependiente es
tan ridícula que siente celos porque su pareja disfruta de la vida cuando no
está con ella. Como es insegura quiere quitarle la creatividad al otro. Este
principio genera inmunidad al apego afectivo, ya que las personas atrevidas y
arriesgadas generan más tolerancia al dolor y a la frustración; produce una
actitud audaz para descubrir fuentes de disfrute; “hace que la mente se abra,
se flexibilice y disminuya la resistencia al cambio, y elimine el miedo a lo
desconocido”; y se desarrolla un espíritu inquieto que quiere saber el porqué
de las cosas.
El principio de autonomía o hacerse cargo de uno mismo
nos persuade de que “cuando las personas deciden hacerse dueñas de su vida y
de sus decisiones, el crecimiento personal no tiene límites”. Es tan
importante la autonomía que las personas dueñas de sí mismas, “desarrollan un
sistema inmunológico altamente resistente a todo tipo de enfermedades”. Sin
autonomía, la persona no es libre y se le dificulta vencer el apego. La
búsqueda de la libertad genera defensa de la territorialidad, una mayor
utilización de la soledad y un incremento en la autosuficiencia. Sin espacios
propios, sin territorialidad, no puede haber una buena relación. “Una cosa
es entregar el corazón y otra el cerebro”. Sin incurrir en libertinaje ni
en descompromiso, se deben establecer límites en la privacidad. “La
independencia (territorialidad) sigue siendo la mejor opción para que una
pareja perdure y no se consuma… Sin autonomía no hay amor, sólo adicción
complaciente”. Así se considere como inconveniente la soledad, a veces es buena
para los dependientes. Sin que nos convirtamos en ermitaños, la soledad es
buena porque favorece la autoobservación y el conocimiento de sí mismo;
posibilita que la relajación y la meditación sean eficaces, y nos permite
superar el miedo y lanzarnos a la aventura de conquistar la vida auténtica.
“Abrazar la soledad no significa que debas incomunicarte y aislarse de tu
pareja”. Si nos atenemos a los demás y nos creemos incapaces, perderemos
autosuficiencia y autoeficacia. “Sentirse incapaz es una de las sensaciones más
destructivas, pero no hacer nada y resignarse a vivir como un inválido es
peor”. Las personas autónomas vencen el miedo a la incapacidad, a sufrir y a la
soledad. Para ser autónomo y superar la dependencia es bueno hacerse cargo de
uno mismo, disfrutar la soledad e intentar vencer el miedo. ¿Por qué se nos
dificulta entender esto y ponerlo en práctica, para no sufrir cuando amamos? No
seamos tan estólidos.
El principio del sentido de vida nos enseña que las personas
autorrealizadas poseen fortaleza, no se estancan y no andan buscando a qué aferrarse
para sentirse protegidas. El sentido de vida se evidencia en la
autorrealización y en la trascendencia. La autorrealización es la capacidad
de reconocer los talentos naturales que poseemos. Es un derecho que tenemos
por el solo hecho de haber nacido. “Son
aquellas habilidades singulares que surgen espontáneamente de nosotros, sin
tanto alarde ni especializaciones”.
Desarrollamos esos talentos si nos gusta lo que hacemos, si lo que
hacemos ha surgido naturalmente y porque la gente valora lo que hacemos. “Las
personas que han encontrado el camino de su autorrealización o que poseen
fortaleza espiritual, son difíciles de vencer. Se mueven más fluidamente y no
suelen quedarse estancadas en idioteces. No andan buscando a qué aferrarse para
sentirse protegidas… Las personas autorrealizadas no son posesivas: son
independientes y fomentan la honestidad interpersonal. No necesitan tanto el
apego, porque la pérdida y la terrible soledad ya no los asustan… Una persona
que ha encontrado su vocación y siente pasión por lo que hace, se vuelve inmune
a la adicción afectiva porque su energía vital se abre a otras experiencias”.
La trascendencia nos recuerda que tenemos un proyecto de vida en construcción.
“Trascender significa tomar conciencia (darse cuenta) de que soy,
posiblemente, mucho más de lo que creo ser”. Participar en un proyecto
universal nos fortifica, nos aleja de los sensorial y nos interroga cuál es
nuestro fin en la vida. Los ideales nos hacen crecer. “Crecer espiritualmente
no es discrepante con el amor terreno, pícaro y cariñosamente contagioso que
sentimos por la pareja”. Fortalecer la vida interior nos ayuda a combatir el
apego. “Las personas que adquieren un sentido de vida logran distanciarse de
las cosas mundanas y adquieren una visión más completa y profunda de la vida…
El desarrollo de los talentos naturales permite una expansión de la conciencia
afectiva… Las personas con una vida espiritual intensa son más fuertes ante la
adversidad, y emocionalmente más maduras… Participar en la idea de un proyecto
universal me otorga un sentido de pertenencia especial”. No matemos nuestra
vocación. “En la vida nunca hay que resignarse a vivir infeliz”.
Expandamos la conciencia preguntándonos quién soy, dónde estoy y para dónde
voy. En síntesis, “el principio del sentido de vida te enseña a desligarte de
muchas de tus ataduras. Te permite tener una visión más holística del universo
y de ti mismo. Te ayuda a desprenderte de lo superfluo y de lo inútil. Te
otorga mayor riqueza interior e independencia sicológica”. Si sabemos cómo
prevenir el apego afectivo, ¿vamos a seguir amando con dependencia?
TERCERA PARTE (VENCIENDO EL APEGO AFECTIVO)
Hasta aquí las cosas han quedado
muy claras: aprendimos a conocer y a prevenir el apego. A estas alturas ya
estamos preparados para vencerlo. Si al terminar esta última parte, seguimos
con la dependencia afectiva, no nos queda más remedio que preguntarnos si somos
seres humanos pensantes, razonadores y cuerdos. Empecemos a vencer semejante
problema.
Cuesta reconocerlo pero hay
muchas personas encarceladas en relaciones enfermizas, de las cuales no
pueden o no quieren liberarse, ignorando las graves consecuencias físicas y
mentales. “Con el tiempo, estar mal se convierte en una costumbre. Es como si
todo el sistema psicológico se adormeciera y comenzara a trabajar al servicio
de la adicción, fortaleciéndola y evitando enfrentarla por todos los medios
posibles”. Entonces el amor se convierte en una ilusión, en algo imposible para
esas personas. Y lo más grave: “A pesar del letargo afectivo, de los malos
tratos y de la constante humillación de
tener que pedir ternura, la persona apegada a una relación disfuncional se
niega a la posibilidad de un amor libre y saludable”. Todo esta compleja e
inmadura problemática se puede superar, siendo realistas en el amor,
autorrespetándonos y desarrollando autocontrol.
El principio del realismo afectivo nos persuade de que “hay que ver la
relación de pareja tal cual es, sin distorsiones ni autoengaños”. El autor
recomienda analizar honesta y abiertamente el intercambio amoroso, como un
requisito para “allanar el camino hacia una relación afectiva y
psicológicamente placentera”. A veces, con el pretexto de no perder la persona
que decimos amar, “sesgamos, negamos, justificamos, olvidamos, idealizamos,
minimizamos, exageramos, decimos mentiras y cultivamos falsas ilusiones”.
¿Alguna vez nos ha ocurrido esto tan absurdo? Sin duda que sí. Ya es hora de “coger
juicio”. Estamos tan apegados que no nos importan las evidencias, los
desplantes, las humillaciones, los informes y muchas otras realidades que nos
demuestran de manera irrefutable que la otra persona no nos quiere y no está
comprometida con el afecto recíproco, y sin embargo seguimos obstinados y
obsesionados por una relación que no funciona. “El realismo afectivo sugiere
que debemos partir de lo que verdaderamente es nuestra vida amorosa. Lo que es,
y no lo que nos gustaría que fuera”. Mucha atención con esto y con lo que
sigue. “Si logramos comprender la relación en el aquí y en el ahora, sin
pretextos ni evasivas, podremos tomar las decisiones acertadas, generar
soluciones o comenzar a desapegarnos”. Excusar el poco amor recibido, minimizar
los defectos de la pareja, creer que todavía hay amor en donde no lo hay,
persistir tozudamente en recuperar un amor perdido y alejarse, pero no del
todo, son distorsiones cognitivas (mentales) que impiden ser realistas en la
relación afectiva y facilitan el apego. Veamos una por una.
Excusar o justificar el poco o
nulo amor recibido hace que la persona dependiente se diga o piense ilusamente:
“Me quiere pero no se da cuenta”. “Los problemas sicológicos que tiene, le
impiden amarme”. “Ésa es su manera de amar”. “Me quiere, pero
tiene impedimentos externos”. “Se va a separar”. Minimizar los defectos
de la pareja o relación, implica tratar de justificar: “Nadie es perfecto o hay
parejas peores”. “No es tan grave”. “No recuerdo que haya habido nada malo”.
Creer que todavía hay amor donde no lo hay, motiva a decir muchos todavías: “Todavía me llama, todavía me
mira, todavía pregunta por mí”. “Todavía hacemos el amor”. “Todavía no tiene a
otra persona o todavía está disponible”. “Se va a dar cuenta de lo que valgo”.
No nos llamemos a engaños: no hay todavía que valga. Cuando no lo quieren a
uno, no lo quieren, y punto. Persistir tozudamente en recuperar un amor
perdido hace decir estúpidamente a los dependientes: “Dios me va ayudar”. “Me
hice echar las cartas”. “Me hice la carta astral”. “Intentaré nuevas
estrategias de seducción”. “Mi amor y mi comprensión lo curarán”. Alejarse,
pero no del todo motiva a quienes no quieren aceptar la pérdida a decir: “Voy a
dejarlo de a poquito”. “Sólo seremos amigos”. “Sólo seremos amantes”. Todas
estas afirmaciones irracionales, no son más que “pañitos de agua tibia”, que en
nada solucionan nuestra dependencia afectiva. Todos estos pensamientos
“obedecen a la misma necesidad: retener la fuente de apego mediante el
autoengaño”. Es difícil y muy doloroso aceptar que no nos quieren, pero qué
vamos a hacer. Hay que aceptar. Así como llega el amor, así se puede ir.
“Quedarte quieto y mirar la realidad afectiva en la cual estás inmerso, es lo
único que debes intentar. Si logras observar las cosas como realmente son,
dejando los sesgos y las mentiras a un lado, tus esquemas irracionales
comenzarán a tambalear”. Ser inteligentes y maduros emocionalmente, es
reconocer que ¡si no nos quieren, no nos quieren!; que por el solo hecho
de estar enamorado de una persona, ésta no está en la obligación de correspondernos,
y lo más importante: alejarnos oportunamente de la persona que no nos ama,
porque la adicción afectiva no mide consecuencias. Si la relación nos
deja más sinsabores que alegrías, ¡alejémonos! Así de sencillo: alejémonos. No
seamos tan “bobitos”.
El principio del autorrespeto y la dignidad personal nos alerta que
“bajo la abrumante urgencia afectiva somos capaces de atentar contra la propia
dignidad personal… Vendemos lo que no está en venta, negociamos con el respeto
y nos arrastramos más allá de lo imaginable con tal de conseguir la dosis
afectiva que necesitamos”. Mucho cuidado, porque si no me respeto no puedo
respetar a los demás. Este principio intenta definir límites entre las
personas. “El reducto último, donde los principios y los valores me definen
como humano. Lo que no es negociable. Cuando estos puntos están claros, nos
volvemos invencibles porque sabemos cuándo pelear y cuándo no”. Nuevamente, no
nos llamemos a engaños: ¡el amor debe ser recíproco! El amor universal
no funciona en la relación de pareja, porque ésta es entre dos, personalizada.
Se ama a María no a todas las “Marías”. Se ama a Pedro y no a todos los “Pedros”.
Amamos a las personas comunes y corrientes, con defectos y virtudes, con
aciertos y desaciertos. Seres concretos y no abstractos. “Mientras el amor
universal no requiere de nada a cambio, el amor interpersonal necesita de
correspondencia. Para que una relación afectiva sea gratificante, debe haber
reciprocidad, es decir, intercambio equilibrado. El amor recíproco es aquel
donde el bienestar no es privilegio de una de las partes, sino de ambas”.
Aunque el amor auténtico no es un “toma y dame”, si es importante tener en
cuenta que “si yo doy diez, me conformo con un ocho. Más aún, si el amor me lo
permitiera, hasta un siete estaría bien, pero con menos recompensa empezaría a
preocuparme. Jamás podría contentarme con una relación que no me llenara…
Cuando se trata de aspectos esenciales, recibir se convierte en una cuestión de
derechos y no en un culto al ego… Si soy fiel, espero fidelidad; si soy
honesto, espero honestidad; si soy cariñoso, espero ternura. De no ser así, no
me interesa”. ¡Qué bueno tener el valor de decir y hacer esto último! Ahora
vienen dos aspectos importantísimos, que nos deben hacer reflexionar
detenidamente, porque son cruciales: no debemos amar a quien nos lastime y
jamás debemos humillarnos. Estos dos principios sí que son de mucha atención.
“Si una persona no aprecia lo que doy, no lo comprende y no lo traduce, el amor
se deshace en el camino, no da en el blanco y desaparece… No podemos amar a
quien no me quiere. No tiene sentido entregarme a alguien que no quiere
estar conmigo. Si no me aman, no me respetan o me subestiman, no me merecen
como pareja… Cuando damos lo mejor de nosotros a otra persona, cuando decidimos
compartir la vida, cuando abrimos nuestro corazón de par en par y desnudamos el
alma hasta el último rincón, cuando perdemos la vergüenza, cuando los secretos
dejan de serlo, al menos merecemos comprensión… Cuando amamos a alguien que,
además de no correspondernos, desprecia nuestro amor y nos hiere, estamos en el
lugar equivocado. Esa persona no se hace merecedora del afecto que le
prodigamos. La cosa es clara: si no me siento bien recibido en algún lugar,
empaco y me voy”. Si tenemos muy presente la
siguiente afirmación, tal vez despertemos. “En cualquier relación de
pareja que tengas, no te merece quien no te ama, y menos aún, quien te
lastime. Y si alguien te hiere reiteradamente sin mala intención, puede que te merezca pero no te conviene”. La
invitación a no humillarnos sí que es diciente. “Someterse por amor puede
generar dividendos a corto plazo, pero a la larga la persona que se rebaja
produce fastidio. Es muy difícil amar a un ser que se doblega para obtener
afecto. Un amor indigno es una forma de esclavitud. Y los dueños nunca aman a
sus esclavos; los explotan o se compadecen de ellos”. Entre más grande sea el
apego, más grandes serán los comportamientos y las tácticas humillantes:
reclamos indecorosos o preguntas indebidas, comportamientos degradantes y
manipulativos, desviar la propia esencia para el gusto del otro, no expresar
los gustos y necesidades y compartir la persona amada con otra. Hay que
eliminar toda forma de autocastigo, porque cuando una relación anda mal, no hay
un solo responsable. Los dos son responsables: unos por defecto y otros por
exceso. El dependiente se echa siempre la culpa de ser el directo responsable
de que la relación termine o no funcione bien. Cree que no merece ser feliz.
Piensa que no es merecedor de que lo quieran. Busca compañías parecidas a la
que es fuente de su dolor. Se entrega al mejor postor; se vincula, por
despecho, con el primero que se le “atraviesa” en el camino. “Autocastigarse es
la manera más degradante de humillación, porque proviene de uno mismo”.
Reflexionemos sobre el siguiente llamado de atención: “Tu pareja, por encima
de todo y sin excusas, debe amarte y respetarte. Si ninguna de las dos cosas se
dan, estás con la persona equivocada… El autorrespeto es una guía, una luz
en la mitad de la oscuridad. Es el punto de referencia psicológico que te dirá
cuándo has perdido el norte. Si la dignidad personal se activa, el apego se
diluye y pierde fuerza… Defender tus derechos y negarte a la humillación te
vuelve más querible y eliminar el autocastigo te hace libre… Para vencer el
apego y no volver a caer en él, tu mente debe acostumbrase a no negociar los
principios. Un ser carente de ética es un individuo sin dirección,
fácilmente influenciable y esencialmente contradictorio”.
El principio de autocontrol consciente nos enseña que cuando se pierde
una relación afectiva, la opción es el autocontrol y la resistencia activa.
Entre más estemos cerca de esa persona, más adicción generaremos. “Cuando la
persona apegada pierde toda esperanza de reconciliación afectiva o de mejoría,
y acepta que no hay nada que hacer, apenas comienza a procesar realmente la
ausencia… Si se desea acabar realmente con una relación enfermiza y no recaer
en el intento, la extirpación debe ser radical… La ruptura debe ser total y
definitiva”. Hay que hacer un análisis parcializado conveniente. “Cuando se
trata de relaciones muy enfermizas, la mejor estrategia es concentrarse en lo
malo y hacer un análisis algo parcializado del vínculo”. A veces es bueno y
saludable tener en cuenta los aspectos negativos de la pareja; esto nos ayuda a
desapegarnos. Debemos hablar con personas incondicionales que nos animen y
apoyen en la decisión de dejar a la persona que no nos conviene. “Si quiero
alejarme de una relación anormal o inconveniente, no necesito imparcialidad y
mesura sino que me ayuden a escapar del suplicio y alejarme. En estos casos,
los mejores amigos son los que nos
dicen lo que necesitamos oír para no volver atrás”. Hay que ejercer control
y evitar las recaídas. “Durante un tiempo es mejor no llamar ni hablar con la
persona que se quiere dejar; no verla, evitar lugares nostálgicos o gente que
nos la recuerde”. Tenemos que ser disciplinados. “La autodisciplina es lo
opuesto de la inmadurez; fortalecerla es madurar emocionalmente y aprender a
manejar los impulsos que el apego desencadena. No puede haber adicción si hay
autocontrol”.
A manera de
conclusión.
Amar es una experiencia agradable
sólo para personas maduras emocionalmente. Antes de establecer una
relación afectiva, deberíamos preguntarnos si realmente somos personas
realmente maduras. La inmadurez es la responsable de todo el sufrimiento que
nos afecta cuando nos vinculamos afectivamente. Amar es un arte difícil,
y amar sin apegos implica tener grandes capacidades que no son muy sencillas de
manejar. “Amar sin apegos es amar sin miedos. Es asumir el derecho a explorar
intensamente el mundo, a hacerse cargo de uno mismo y a buscar un sentido de
vida. También significa tener una actitud realista frente al amor, afianzar el
autorrespeto y fortalecer el autocontrol”. No podemos vivir sin afecto; nadie
puede hacerlo, pero sí podemos amar sin esclavizarnos. El amor es ausencia de
miedo. Hay que aprender a renunciar cuando hay que renunciar.
Un llamado
de atención para pensar.
Si sabemos qué es el apego
afectivo, como prevenirlo y cómo vencerlo, ¿seguiremos haciéndonos daño al
amar, seguiremos con esos amores enfermizos? Si sabemos dónde estamos, ¿nos
vamos a quedar ahí?
LUIS ANGEL
RIOS PEREA
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