INTRODUCCIÓN
En el presente escrito me propongo reseñar, sin pretensiones de
hondura filosófica y literaria, el extenso diálogo “La República o de justo”, del genial Platón. La metodología
consiste en leer y releer el texto platónico, efectuar una breve síntesis,
resumir capítulo por capítulo, destacar su importancia, pedagogía y vigencia,
y, finalmente, resaltar sus aportes para la cultura de nuestro tiempo.
Con el propósito de enriquecer la importancia, pedagogía y
vigencia de “La República”, efectué
una “pequeña” investigación ecléctica, consultando libros y otros textos de la
infinidad de publicaciones que abundan en Internet sobre la inmortal obra del
filósofo griego. Uno de los documentos más estudiado y consultado fue el
extenso y apasionante libro de Werner Jaeger “Paideia”. Acudí a diversas fuentes para que el trabajo tuviera un
tono multivalente de voces y no se reflejara solamente mi punto de vista. Consulté
textos que no contuvieran estudios profundos de la obra, porque muchos de ellos
confunden, son demasiado abstractos y ahondan sesudamente, y mi propósito es
elaborar un escrito fácil de comprender, dirigido a personas que, como yo, no
somos estudiosos apasionados de este diálogo y, en general, de toda la obra
platónica, que es vasta y compleja, y los temas tratados en “La República” también son abordados en
otros diálogos y escritos platónicos.
Lo expuesto literalmente por las fuentes consultadas se encuentra
entre comillas. Al finalizar el texto citado, dentro de paréntesis, consigno el
apellido de su autor; en la bibliografía cito la fuente completa y otras que
utilicé para este trabajo.
TEMA
Investigación sobre la justicia o lo justo, constitución del
Estado justo, ideal, bueno o perfecto, y tratado pedagógico.
SÍNTESIS
El diálogo “La República o
de lo justo” se realiza en la casa de Céfalo. En él participan Céfalo,
Polemarco (hijo de Céfalo), Trasímaco (sofista = maestro de moral y retórica),
Glaucón, Adimanto (hermanos de Platón) y Sócrates, el personaje principal (“la
voz de Platón”). La discusión se abre con el debate entre Céfalo y Sócrates
sobre la riqueza y la vejez. Céfalo afirma que la riqueza, aunque no otorga la
felicidad, ayuda a llevar una vida buena y realizar lo moralmente justo, porque
si uno tiene dinero dice la verdad, no engaña y paga a sus deudores. Sócrates
lo refuta, debido a que una vida justa no consiste en decir la verdad, devolver
lo prestado o pagar nuestras deudas. La vejez del hombre sabio es la mayor
gracia posible. Céfalo, ante los argumentos de Sócrates, abandona la discusión
porque le parece abstracta la discusión.
Polemarco, discrepando con Sócrates, sostiene que la justicia, o
hacer lo justo, consiste en darle a cada cual lo que le corresponde o le
conviene: el bien a los amigos y el mal a los enemigos. Sócrates lo refuta
porque esta concepción de la justicia es de poca utilidad, por cuanto dar a
cada uno le que le pertenece no es viable cuando damos un cuchillo a su dueño
en momentos en que está furioso y puede causar un mal. Polemarco reformula su
tesis, aclarando que la justicia consiste en hacer el bien a los amigos buenos
y el mal a los enemigos malos. Sócrates disiente ya que no es justo devolver el
mal que nos hacen, porque hacer el mal hace que los hombres malos sean más
malos, y sólo es justo el hombre bueno; el deber del hombre justo no consiste
en hacer a los injustos más injustos de lo ya son. Sócrates concluye que nunca
está bien, o es justo, hacer el mal o causar daño a ningún hombre. Polemarco
termina aceptando provisionalmente las refutaciones de su interlocutor.
Trasímaco insta a Sócrates
a definir la justicia, ante lo cual éste dice no saberlo. Trasímaco manifiesta
que lo que está bien o es justo es todo aquello que redunda en el interés del
partido más poderoso, es decir, de los gobernantes. Así mismo, afirma que la
justicia es una virtud para los cobardes, ignorantes y necios. Para los fuertes
e inteligentes, la injusticia tiene un valor superior. Éstos evaden impuestos y
son corruptos, y de esta manera son más felices que los justos. La vida de los
poderosos o gobernantes tiranos es mejor que la de los débiles y cobardes,
debido a que la justicia es la virtud de éstos. Según él, vivir bien es
adueñarse de toda la riqueza, el poder y el placer que uno pueda del modo más
eficaz posible. Sócrates no está de acuerdo con Trasímaco, por cuanto el deber
del gobernante no es ser injusto, sino hacer el bien a los gobernados, ser
justo. Sócrates, para rebatir a Trasímaco, postula que el hombre justo es más
inteligente y sabe más que el injusto; que la injusticia no es fuente de poder
y que la injusticia no procura la felicidad. La teoría de Trasímaco podría llamarse “razón de la fuerza”. Sócrates
aclara que la injusticia no es una virtud; la justicia, sí. La virtud es una cualidad
por medio de la que las cosas desempeñan sus funciones apropiadamente. Por
ejemplo, la función del hombre es vivir. La justicia es la virtud humana más
importante. Trasímaco, impotente ante las refutaciones de su contendiente,
guarda silencio.
Glaucón, inconforme con los argumentos de Sócrates, quiere que le
convenza que la vida justa es mejor que la injusta. Defendiendo los planteamientos de Trasímaco,
sostiene que la justicia surgió por temor recíproco entre los hombres; que los
humanos son justos por conveniencia, solamente porque es necesario serlo; y que
es mejor parecer justo que ser justo. Es decir, la justicia y la moralidad
surgen porque los hombres se temen entre sí;
las personas son justas no porque crean que sea bueno serlo, sino sólo
porque les parece necesario; la justicia carece de valor en sí misma.
Adimanto, agregando su parecer a lo expuesto por Glaucón, señala
que hay que ser justos, no porque sea bueno, sino por la buena reputación y el
prestigio social que da el hecho de ser justo. Así las cosas, no recomienda la
justicia en sí, sino la respetabilidad que ofrece la justicia. Ser justos no
trae beneficios ni goces; siendo injustos la vida será fácil, si uno se las
arregla para mantener una buena reputación. Adimanto dice que Trasímaco está en lo cierto
cuando señala que, a condición de que uno sea rico, poderoso y con buena
reputación, es mejor llevar una mala vida que una buena vida. Adimanto,
teniendo en cuenta que los poetas están de acuerdo con Trasímaco, pide a Sócrates
que demuestre que la justicia es en realidad algo bueno y la injusticia es algo
malo, independientemente de los castigos, las recompensas o la reputación.
Entonces, Sócrates comienza afirmando que la justicia es una
propiedad que tienen los individuos y la comunidad o el Estado. Se propone
establecer en qué consiste la justicia dentro del Estado, para luego considerar
lo que es ésta en el hombre. Sobre el origen del Estado señala que las personas
se reúnen para formar una comunidad, porque éstas, a nivel individual, no son
autosuficientes. Para que el Estado sea justo (el Estado ideal), cada quien,
según sus talentos y aptitudes, debe desempeñar un solo trabajo para el cual
esté mejor preparado, sin entrometerse en el del otro. Sócrates es reiterativo en
que a cada hombre debe corresponder un trabajo específico. Las personas no
pueden elegir su oficio, sino que reciben el que les corresponde de acuerdo a
su preparación, habilidades y talentos. Cada persona sólo debe tener un trabajo.
Cada individuo es feliz si realiza el trabajo para el cual está preparado.
Aunque Sócrates no aboga por la libertad individual, sino colectiva, sí
reconoce que la libertad es importante para la felicidad. La cualidad que hace
bueno a un Estado es la misma que hace bueno al individuo: la virtud de la
justicia. Una virtud, como ya se dijo, es una cualidad por medio de la que las
cosas desempeñan sus funciones apropiadamente.
Sócrates está interesado en averiguar en qué consiste la justicia.
Pero antes de averiguarlo, es necesario indagar sobre la educación de los
guardianes (gobernantes y soldados o auxiliares), quienes deberán poseer un
temperamento filosófico. En el Estado ideal, en donde no existen las luchas
políticas, es necesario educar la mente y la personalidad de los guardianes e
instruirlos moralmente. Se les deben contar historias de héroes y dioses. Están
proscritos los relatos de Homero y los poetas que traten de acciones criminales
de los dioses, los mitos con temas de maldad e inmoralidad y los relatos que
infundan miedo a la muerte. Si están permitidos los relatos de actos de
valentía que insten a los auxiliares a ofrecer su vida si es necesario en bien
del Estado. Las narraciones de efectos morales positivos son materia de la
educación. Son inadmisibles los relatos de historias de literatura imitativa o
dramática, porque ésta tiene sus peligros, ya que los estudiantes pueden imitar
la maldad de las personas representadas en los dramas. Tampoco es procedente
dejarlos oír música triste y de taberna; sólo canciones moralmente buenas. Se
deben ejercitar en la parte física. Es indispensable consumir alimentos
sencillos y nutritivos, con moderación. Esta educación ideal tiene como
objetivo que los niños aprendan a reconocer y valorar las cosas buenas y
hermosas, que éstas tendrán sobre su carácter un efecto benéfico y duradero;
formar su personalidad para luego ponerlos en contacto con lo malo.
El Estado ideal estará conformado por gobernantes (hombres de
oro), soldados o auxiliares (hombres de plata) y artesanos (hombres hierro). Los
gobernantes deben tener experiencia, sabiduría e inteligencia para que busquen
el interés común de sus gobernados. Los hombres sabios, poseedores de la areté o excelencia humana (que los aleja
de del afán de riquezas o de reconocimientos), son los llamados a gobernar y a
distinguir lo justo de lo injusto. Es necesario que sean íntegros para que no
se corrompan. Los guardianes no podrán poseer propiedades ni dinero; su
manutención, vestuario y cuidados estarán a cargo de los artesanos. No podrán
dejarse influenciar por sucedáneos, como el soborno, las riquezas, las
posesiones y el disfrute de la vida privada, entre otros que los puedan alejar
de su virtud o función para la cual están formados. No tendrán otro poder
distinto al de servir a los intereses de la comunidad. Los artesanos no podrán ser
ni muy ricos ni muy pobres para no caer en extremos de riqueza o de miseria, ya
que si un artesano es extremadamente rico ya no querrá hacer su correspondiente
oficio y si es extremadamente pobre no podrá comprar los instrumentos y
herramientas para hacer su trabajo. Las ventajas de ser guardianes consisten en
tener prestigio y la exención de realizar trabajos manuales. Las ventajas de
los artesanos son el dinero, las posesiones y la vida privada; es decir, las
que no pueden tener los gobernantes. Las diferentes clases de hombres (oro, plata,
hierro) pueden tener movilidad social dentro de la jerarquía establecida: un
artesano, haciendo los méritos suficientes, podrá ser un guardián. Así se evita
que exista la envidia y que unos quieran entrometerse en la función de los
demás o existan discordias entre las clases sociales. Esto será posible que se
realice si los hombres creen que fueron hechos por los dioses para desempeñar una
función concreta en la vida, y, por lo tanto, los ciudadanos deben obrar con
honradez en sus relaciones con los demás.
Adimanto le dice a Sócrates que sus planteamientos harían
infelices a los guardianes. Sócrates acepta que la vida de éstos no puede
calificarse de lujosa, pero aclara que la felicidad no depende de cosas
externas, como riqueza y posesiones. Su Estado ideal no busca que sólo los
guardianes sean felices, sino que todos sus miembros lo sean en conjunto. El Estado ideal no necesita de muchas leyes.
Los gobernantes, que tienen una educación rigurosa, deben procurar el bien de
los gobernados. Según Sócrates, de esta manera queda fundado el Estado ideal,
justo, bueno o perfecto, y, si es perfecto, en él encontramos las cuatro
virtudes cardinales: la prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia.
Luego razona sobre la localización de estas virtudes en el Estado.
La prudencia o la sabiduría se encuentra en los gobernantes, debido a que éstos
son quienes saben distinguir lo justo de lo injusto y lo que está bien y lo que
está mal para la comunidad en su conjunto; un Estado es prudente a causa de sus
gobernantes. La fortaleza o el valor se encuentran en los soldados o auxiliares.
La templanza, la disciplina, el autodominio o el autocontrol, que permite que
las personas sean dueñas de sí mismas y controlen sus deseos con el poder de la
razón, no se localiza en una clase concreta de la sociedad, sino en la forma en
que las clases se relacionan entre sí. El Estado ideal es disciplinado porque
los gobernantes gobiernan sabiamente a los auxiliares y los artesanos, que son
las clases menos sabias, y por eso deben someterse disciplinadamente a la clase
gobernante. La templanza es una especie de armonía natural o concordia entre
las diversas secciones de la comunidad, en donde los prudentes gobiernan a los
demás, quienes se avienen a ser gobernados. La justicia, que es la virtud más
importante, la virtud de las virtudes, la raíz de las demás virtudes, la
cualidad que posibilita la existencia de las otras virtudes (porque nadie puede
ser prudente, valeroso y disciplinado si no es justo), se asienta sobre el
principio de que cada individuo puede desempeñar un trabajo y sólo uno. Lo que
hace que el Estado ideal sea justo consiste en que cada hombre realice un
trabajo en la vida, actividad, oficio, rol o papel para el que esté mejor
preparado. Interferir en el trabajo de los demás es una injusticia, y ello hace
un Estado injusto. La justicia en el Estado es el principio de que cada uno
debe limitarse a su propio trabajo.
Sócrates, habiendo
argumentado cómo se define y encuentra la justicia en el Estado, se propone
argumentar cómo se define y encuentra la justicia en el hombre. El hombre justo
es aquel cuya razón, deseos y emociones funcionan equilibrada y armoniosamente.
Un hombre es prudente si la parte racional de su mente posee sabiduría y es
valeroso si existe fortaleza en su parte emocional o anímica. Un hombre tiene
templanza o autodominio cuando su razón manda y cuando sus emociones y sus
deseos no se rebelan contra la razón. En el hombre instruido y bueno la razón
siempre controlará las dos partes de su mente. La razón corresponde con los
gobernantes, la parte emocional con los auxiliares y el deseo con los
artesanos.
Seguidamente, Sócrates se propone responder a la pregunta: ¿Qué es
la justicia o qué es un hombre justo? Un hombre es justo si todas y cada una de
sus partes (razón, emociones y deseo) desempeñan sus funciones correspondientes,
sin interferir las unas con las otras. Un hombre justo es aquel cuya mente está
en buen estado; un hombre sano es aquel cuyo cuerpo está en buen estado. Ser
bueno consiste en tener una mente o alma bien ordenada. Quien tiene el alma
bien ordenada, obra bien y ejecuta acciones buenas y justas. El alma bien
ordenada significa que en un hombre justo, los deseos nunca dominan la
voluntad. Sin embargo, los deseos no se pueden ahogar o reprimir, sino que se
les debe permitir desempeñar las funciones que les corresponde: informar cuando
el cuerpo necesita satisfacer racionalmente algunas necesidades básicas, como
comer, beber, dormir, etc. La razón debe controlar las acciones del hombre, de
la misma forma que los gobernantes deben controlar lo que pasa en el Estado. Las
emociones pueden funcionar, pero sometidas al imperio de la razón. En el hombre
bueno, las emociones se aliarán con el corazón cuando haya un conflicto con los
deseos.
Para responder a Trasímaco, Glaucón y Adimanto, Sócrates debe
demostrar que para un hombre siempre es mejor ser justo que injusto. Como la
justicia es una especie de armonía interna en el Estado o en la mente del
hombre, la injusticia es una especie de discordia o desavenencia entre la
razón, las emociones y los deseos. Existe injusticia en el Estado y en el
individuo. Si las emociones se adueñan de la razón, habrá injusticia en el
Estado y en sujeto. Habrá injusticia si los deseos gobiernan al hombre. Si se
trastoca el orden natural de la razón los deseos y las emociones, el resultado
será la injusticia. Sólo hay un tipo de bondad o bien, pero muchos tipos de
maldad. Para que exista le felicidad, tanto el hombre como el Estado deben
tener una personalidad unificada.
Cuestionado Sócrates, por Polemarco y Adimanto, sobre el papel de
la familia en el Estado ideal, éste responde que, así sea más débil que el
hombre, la mujer tiene los mismos derechos de los hombres; podrán ser
gobernantes, auxiliares o artesanos, pero desempeñando labores más livianas que
las de los hombres; por lo tanto, recibirán la misma educación que se les
ofrece a los hombres. Como los guardianes no pueden tener esposa y, por ende,
familia, es pertinente que, para la satisfacción de los instintos sexuales, se
reglamente el apareamiento o coito genital. En consecuencia, se celebrarán
fiestas nupciales, durante las cuales los hombres y las mujeres se acoplarán sólo
para procrear. Los gobernantes de mayor
edad serán los encargados de seleccionar las mujeres más aptas, moral y
físicamente, para que se engendren los mejores hijos posibles para la sociedad.
Ningún hijo conocerá la identidad de sus padres y serán criados en una
guardería estatal.
Sus interlocutores dudan que este modelo de sociedad sea aplique
en la práctica. Sócrates responde que el objetivo es la creación de un Estado
ideal, no necesariamente un Estado real. Agrega que nada puede ser tan perfecto
en la práctica como en la teoría. De acuerdo con su cosmovisión, la sociedad o
el Estado ideal que ha descrito, sólo se realizará siempre y cuando los
gobernantes sean filósofos y el poder político y la filosofía vayan así a parar
a las mismas manos. Argumenta que un filósofo es quien ama la sabiduría, busca
apasionadamente el conocimiento y la verdad, y siente curiosidad y avidez por
aprender todo lo posible.
Como Glaucón está en desacuerdo con esta definición de filósofo,
Sócrates tiene que explicar su doctrina sobre la naturaleza del conocimiento y
la verdad. Afirma que existe la belleza y que ésta es una sola cosa: un rostro hermoso,
un color hermoso, una forma hermosa, etc., comparten la misma cualidad en
común: la belleza. Sólo aquel que es capaz de reconocer la naturaleza propia de
la belleza, se asemeja al hombre que está completamente despierto y la mira la genuina
realidad. El hombre que ve la belleza en sí misma, posee la ciencia o el
conocimiento auténtico y contempla la esencia de la belleza; los demás sólo ven
las cosas hermosas en su apariencia y poseen pura y simple opinión. Si un
objeto no existe en realidad, no es realmente posible conocerlo. Los objetos de
la opinión o de la experiencia no existen en sentido pleno, sólo existen los
objetos del conocimiento, es decir, los objetos o cosas reales; los objetos de
la opinión son menos reales que los del conocimiento o la ciencia. La belleza
es un objeto del conocimiento, mientras
que un rostro o un sonido hermoso son objetos de la opinión. Aunque hay sonidos
agradables o desagradables, la belleza en sí misma no puede ser desagradable.
Una persona que sea capaz de ver y comprender la naturaleza del tamaño en sí
mismo posee conocimiento, pero si sólo ve y percibe objetos grandes y pequeños
no pasa de la opinión. El tamaño y la belleza son plenamente reales e
inmutables. Sólo las cualidades abstractas, como estas dos, pueden llegar a
conocer la verdad. Los filósofos se inclinan a la propia realidad; sólo ellos
son conscientes de que las cosas ordinarias de la vida son imágenes efímeras y
cambiantes (apariencias) de lo que es verdaderamente real. Solamente los
filósofos tienen conocimiento de las formas. En consecuencia, el filósofo reúne
todas las cualidades necesarias para ser un buen gobernante. Según Sócrates, el
filósofo es la persona mejor preparada para gobernar, porque sabe qué es la
justicia y la bondad o idea del Bien (el Bien en sí y la Belleza en sí son lo
mismo; la Forma o Idea de la Belleza en sí es el principio y fundamento del ser
y de la verdad); conoce las formas, tiene buen carácter, es bueno, sincero,
honrado, altruista, generoso, valiente y disciplinado; ama la verdad y posee
las cuatro virtudes cardinales: prudencia, fortaleza, templanza y justicia.
Según la teoría de las Ideas o de las Formas, que expone Sócrates
(Platón), éstas son cualidades abstractas, como la belleza, el tamaño, la
justicia, la bondad o la idea del Bien, etc. Una cualidad es algo que comparten
una cantidad de cosas diferentes. La belleza es la cualidad que tienen en común
todas las cosas hermosas. La belleza
absoluta, el tamaño absoluto, la bondad absoluta, etc., no existen en la
realidad; sólo pueden ser comprendidas por el pensamiento puro. Las formas o
cualidades son eternas, inmutables, intangibles e indivisibles, mientras que
los objetos, que tienen formas en común, están sujetos al cambio y la
decadencia: las cosas hermosas se hacen feas, los hombres justos se vuelven
injustos; pero la belleza no puede nunca ser desagradable y la propia justicia
no puede nunca dejar de ser justa. Un sonido hermoso es una copia o imagen de
la belleza. El filósofo, la única persona que no se contenta con las copias,
imágenes o la apariencia de las cosas que percibimos con los sentidos, es capaz
de obtener el auténtico conocimiento. Así las cosas, si deseamos descubrir la
verdadera naturaleza de la justicia, de nada sirve presentar ejemplos de
hombres justos y acciones justas, pues estos no son otra cosa que imágenes de
la forma.
Adimanto discrepa de Sócrates, debido a que algunos de los
filósofos de su tiempo no tienen esas cualidades. Sócrates está de acuerdo con
el reproche; pero aclara que la filosofía no es la responsable de ello, sino la
sociedad que no respeta el conocimiento o la sabiduría. En una sociedad, como
la de Sócrates, un buen filósofo no puede aspirar a ser útil. La misma sociedad,
con sus vicios y sus maldades, corrompe a los filósofos. Los políticos no son
admirados por su sabiduría, sino que halagan al pueblo y le satisfacen sus más
bajos deseos e instintos.
Este ideal socrático (platónico) parece utópico, por cuanto la
política es un asunto práctico y un gobernante ha de ser, ante todo, una
persona práctica y experimentada. Pero para que los gobernantes filósofos
cumplan con el ideal platónico, deben recibir una instrucción más profunda en
el campo intelectual, porque la formación literaria, musical y militar en
insuficiente; éstos deben acceder a las formas más altas de conocimiento: las
formas, la justicia, la belleza y, principalmente, la bondad o idea del Bien. A
menos que un hombre sepa en qué consiste la bondad, no podrá comprender por qué
la justicia y la belleza son buenas cualidades. La forma de la bondad o idea del
Bien es la más alta y más importante de todas las formas.
Glaucón pide a Sócrates le explique en qué consiste la bondad o
idea del Bien, pero éste dice ignorarlo. No obstante expone una analogía del
sol en la que afirma que así como la luz proviene del sol, la verdad proviene
de la bondad en sí misma. Y aunque no diga qué es la bondad o idea del Bien, expone
una idea de la relación que la bondad mantiene con otros objetos inteligibles o
cognoscibles. La bondad es una forma que no está al nivel de las otras formas,
debido a que las otras formas derivan su verdad y su realidad de la bondad. El
primer grado de conocimiento, la clase más elevada y superior de éste, es el
conocimiento real de la propia bondad en sí misma; el segundo nivel o grado de
conocimiento es el conocimiento real de las formas; el tercer grado es el
conocimiento aparente de las cosas ordinarias; y el cuarto es el conocimiento aparente
de las sombras e imágenes. El primer y segundo grado son objetos del
conocimiento real e inteligible, y el tercero y el cuarto son los objetos de la
opinión o ininteligibles e incognoscibles.
Así mismo, Sócrates acude a la conocida Alegoría de la Caverna (y
por ser tan popular acá no la describo), en la cual trata de los diversos
grados o clases del conocimiento (real y aparente, verdad y opinión). Dentro de
la caverna las personas encadenas por la ignorancia que les es impuesta, sólo
contemplan las sombras de la realidad; pero si se atreven a liberarse de las
cadenas y salir del antro, se encontrarán con la luz del sol que,
figuradamente, es la luz de la verdad. El interior de la caverna corresponde a
la opinión y el exterior corresponde al conocimiento de la verdad. Con esta
alegoría Platón demuestra cómo todo el conocimiento está encadenado entre sí.
Si no conocemos las formas, no podemos conocer y comprender en realidad el
mundo exterior. Señala Sócrates que no podemos comprender en esencia las formas
sino conocemos la bondad o idea del Bien. Si conocemos la bondad en sí, podemos
conocer todo lo que de ella depende: todo lo que es posible conocer. Ya había
dicho que la bondad es la fuente de toda verdad. El conocimiento matemático y
político está unido en el conocimiento de la bondad. La finalidad de estas exposiciones
de Sócrates, es demostrar que los filósofos gobernantes del Estado ideal deben
ser educados para que sean capaces de conocer las formas y, concretamente, la
propia bondad o idea del Bien. Afirma que es innegable que los filósofos
gobernantes alcanzarán la felicidad suprema si les permitiéramos quedarse a
contemplar las formas y la bondad. Pero si son buenos gobernantes, participando
en la dura tarea de la política, propenderán por el bienestar del resto de la
sociedad.
Seguidamente, Sócrates expone cómo se deberá completar la educación
de los futuros guardianes, cuya finalidad es conducirlos desde la esfera de la
opinión a la esfera del conocimiento, para que aprendan las formas y comprendan
la naturaleza de la propia bondad. Este estudio se encamina a potenciar y
fortalecer el intelecto. Para conocer las formas es necesario aprender a pensar
de manera abstracta, empezando por el conocimiento matemático: aritmética,
geometría plana, geometría sólida, astronomía y armonía. Aprender las formas es
aprender a entender la naturaleza de la realidad; para ello se debe aprender a
razonar con lógica. En consecuencia, se debe enseñar la dialéctica: ciencia del
razonamiento lógico. La dialéctica es la única ciencia que sistemáticamente se
propone definir la naturaleza esencial de las cosas. Sócrates precisa que la
dialéctica busca la verdad de manera exhaustiva y profunda. Para comprender
algo es necesario poder definirlo con el propio entendimiento, siguiendo todos
los pasos de la dialéctica. Esta ciencia es la única que permite encontrar el
auténtico conocimiento. La dialéctica es el método argumentativo que utiliza
Platón en sus diálogos.
Como los futuros gobernantes, además de lo ya expuesto, deben ser
honrados, valerosos, trabajadores, intuitivos, etc., su educación se divide en
seis etapas: (1) Hasta los 18 años recibirán instrucción literaria, musical y
matemáticas elementales. (2) Entre los 18 y 20 años recibirán instrucción
militar y física de forma intensiva. (3). Después viene la instrucción
matemática durante 10 años. (4) Quienes hayan sido capaces de responder a toda
la instrucción anterior, se entrenarán rigurosamente en el arte de la
dialéctica durante cinco años. (5) A los 35 años, con toda la educación
anterior, los alumnos ya se habrán convertido en filósofos. Ahora recibirán,
durante 15 años, la experiencia práctica necesaria para gobernar. (5) A sus 50 años,
los filósofos gobernantes habrán completado la educación requerida para el
desempeño de su función. Sin embargo, deberán seguir llevando una vida
contemplativa y filosófica. Así estarán listos ese tipo de ciudadanos para la
vida pública y política, gobernando y dirigiendo al Estado, procurando hacer lo
que le conviene a la comunidad, debido a que ya conocen la bondad o idea del
Bien y saben qué es ésta en sí misma. Sólo quien sepa esto con la debida
certeza podrá garantizar que es un gobernante que, además de ser auténticamente
justo, hará siempre lo mejor.
A continuación, Glaucón le recuerda a Sócrates que aún continúa
pendiente el tema de la injusticia. Por lo tanto, Sócrates comienza diciendo
que hay cuatro clases de sociedades o gobiernos: timocracia (gobierno de los
ricos), oligarquía (gobierno de la clase social privilegiada), democracia
(gobierno de todos) y tiranía (gobierno de los tiranos). Este tipo de gobiernos
son injustos porque sus gobernantes son injustos. La timocracia es la que más
se acerca al Estado justo, ideal o perfecto, y la tiranía o despotismo es la
más injusta de todas. El hombre timocrático será injusto porque su parte
anímica o emocional no está controlada por la razón. El oligarca es injusto
porque no está controlado por la razón, sino por el deseo de riqueza y
privilegios. El hombre democrático, que da a todos sus deseos un trato de
igualdad (ya sean buenos o malos), es injusto porque, abusando de sus
libertades, hará siempre lo que quiere y cuando quiere, viviendo sólo para el
placer del momento. Su temperamento, en apariencia versátil y atractivo, nos
muestra que no tiene orden y control sobre su vida. El tirano será injusto
porque gobierna despótica y totalitariamente, sin límites legales y crueldad;
no tiene otro mérito que la fuerza y la violencia. Estos tipos de gobierno son
injustos porque cada gobernante busca su bienestar personal, sin tener en cuenta
el de los demás o el de la comunidad. Ninguno de estos gobernantes, con las
características descritas, será justo; no lo será porque no han recibido la
educación pertinente para que sean gobernantes buenos, justos y conocedores de
la verdad y la bondad en su misma esencia. En consecuencia, no procederán
respecto a lo que le conviene a la comunidad en su conjunto. Sólo los filósofos
tendrán la educación, instrucción, preparación y formación para gobernar y
dirigir un Estado ideal de manera justa.
Con esta argumentación sobre el hombre injusto, Sócrates demuestra
a sus interlocutores que el hombre injusto vive una vida de tormento interior o
está amargado por una pasión dominante e incontrolable. Sigue explicando a
éstos que es mejor ser justo que injusto, mediante los siguientes argumentos:
(1) Un hombre esclavo de sus pasiones es infeliz. El hombre justo no es esclavo
en ningún sentido. (2) El hombre justo, el hombre que domina sus pasiones racionalmente,
difícilmente será juzgado. Experimenta los placeres del conocimiento, que es el
placer más grande de todos, y supera los placeres del éxito y la satisfacción
(placeres irreales o ilusorios). El hombre justo disfruta de una felicidad que es
la mejor clase de felicidad, porque vivencia el placer del conocimiento, que es
el más grande de los placeres, un placer real. (3) El hombre justo es más feliz
porque experimenta el auténtico conocimiento, que es el conocimiento placentero
en sí mismo (porque es un conocimiento genuinamente positivo, verdadero y
real). Por esta razón es el más feliz de todos los hombres. Según Sócrates, un
hombre completamente justo es 729 veces más feliz que el hombre completamente
justo. Con esta exposición argumentada, Sócrates explica a Trasímaco, Glaucón y
Adimanto que es mejor ser justo que injusto, porque el hombre injusto ha sofocado la parte de él que es auténticamente
humana (su razón) y fortalecido su peor e inhumana parte (sus pasiones o
apetitos). Para el injusto no hay riqueza, buena reputación y placer corporal
que puedan justificar el mal que se hace a sí mismo. El hombre injusto, a la
postre, será infeliz. Si un hombre quiere ser feliz y vivir una vida,
inexorablemente debe estar guiado y gobernado por su propia razón. El artesano,
para ser feliz, deberá estar gobernado por la razón y la inteligencia de los
filósofos gobernantes. Así, gobernantes, auxiliares y artesanos serán buenos y
felices. De esta manera, Sócrates ha demostrado que la existencia del hombre
justo es mejor que la del hombre injusto, independientemente de recompensas
externas que puedan recibir.
Hasta aquí se han sintetizado nueve libros de la República, y la acción
principal ha terminado. El libro diez (el último) trata de reflexiones
socráticas sobre el arte (poesía, drama, pintura y escultura), inmortalidad del
alma y recompensas y castigos en el más allá, atacando las artes visuales y
dramáticas. Los artistas no crean, sino que imitan; realizan copias de la
realidad. Artistas, poetas y dramaturgos no cuentan la verdad sobre la
moralidad, la religión y todo lo demás, porque no conocen la verdad. El artista
sólo crea ilusiones. Los poetas y los dramaturgos dibujan con palabras imágenes
de hombres inestables e incontrolados que dan rienda suelta a sus emociones y
deseos. Como los poetas excitan las emociones (que son irracionales), estimulan
las partes inferiores de nuestra mente a expensas de la razón. Las artes
ejercen, incluso sobre las mejores personas, un efecto moralmente corruptor. Sócrates
recomienda seguir el ejemplo del amante que renuncia a una pasión que no le
está haciendo bien alguno. En una sociedad bien ordenada no hay espacio para la
poesía, excepto los himnos a los dioses y los poemas que alaban hombres
ilustres. Con respecto a la inmortalidad del alma, Sócrates precisa que, como
ésta es inmortal, los hombres que sean buenos y justos, al morir, recibirán
recompensas en el más allá. Como la enfermedad del alma es la injusticia, los
injustos tendrán su castigo en la eternidad. Sócrates concluye afirmando que
cada hombre es responsable de la vida que escoge llevar: justa o injusta. Cómo
él es autónomo y libre de escoger su estilo de vida (buena o mala, justa o
injusta), no deberá culpar a nadie por la toma de sus decisiones. Los hombres
son justos o injustos porque deciden serlo soberanamente por su propia
voluntad. Si eligen ser injustos, perderán la oportunidad de ser verdaderamente
felices. El hombre injusto no se dará cuenta que ese tipo de vida lo hará
infeliz. De esto colige, que la injusticia es un asunto de ignorancia. Según
Sócrates, bastaría con que el hombre injusto se dejara guiar por la razón para
darse cuenta de la desgracia y el sufrimiento que se está causando a sí mismo.
La vida buena es una vida de razón y conocimiento.
RESUMEN DE LOS 10 LIBROS
LIBRO PRIMERO
Sócrates
se reúne con Céfalo, Glaucón, Adimanto, Polemarco, Trasímaco y otras personas (que sólo escuchan, pero no
intervienen), en la casa de Céfalo, en El Pireo, en la ciudad griega de Atenas.
Comienzan dialogando sobre la vejez. Céfalo, hombre rico, se siente bien con su
vejez. Considera que ésta “es un estado de reposo y de libertad respecto de los
sentidos”. Los problemas en este estado los causa el carácter. “Con costumbres
suaves y convenientes, la vejez es soportable; pero con un carácter opuesto, lo
mismo la vejez que la juventud son desgraciadas”. Las riquezas garantizan una
buena vejez, pero con sabiduría. “Sin la sabiduría nunca las riquezas la harían
más dulce”. Las riquezas procuran ventajas, cuando el viejo ha sido justo y no
tiene remordimientos.
En
la extensa discusión sobre la justicia, Sócrates pregunta si “está bien
definida la justicia haciéndola consistir simplemente en decir la verdad, y en
dar a cada uno lo que de él se ha recibido”. Según él, en esto no consiste la
justicia. Para el poeta Simónides, esto es la justicia: “La justicia es dar a
cada uno lo que se le debe”. Sócrates arguye que Simónides pensaba que “debe
hacerse bien a sus amigos y no dañarles en nada”. Simónides piensa que había
que “dar a cada uno lo que le conviene”. Del concepto de Simónides, se
desprende que “la justicia hace bien a sus amigos y mal a sus enemigos”.
Simónides llama justicia “hacer bien a sus amigos y mal a sus enemigos”.
Polemarco piensa que la justicia “consiste siempre en favorecer a sus amigos y
dañar a sus enemigos”. Para Sócrates, la justicia es una verdad. El hombre
justo no puede causar mal a nadie. “Nunca es justo hacer daño a otro”.
Sócrates,
convencido que la justicia no consiste en lo anterior, pregunta en qué
consiste. Trasímaco, de manera arrogante y sofista, sostiene que “la justicia
no es otra cosa que lo que es más útil al más fuerte”. Tratando de justificar
su aserto dice que “en cada Estado la justicia no es más que la utilidad del
que tiene la autoridad en sus manos, y, por consiguiente, del más fuerte”.
Aunque Sócrates conviene con Trasímaco en que “la justicia es una cosa
ventajosa”, con su mayéutica disiente de la concepción de Trasímaco. Éste
piensa que la naturaleza de lo justo y de lo injusto es un bien para todos,
“menos para el injusto”; que la justicia es útil para el más fuerte, el que
manda, y dañosa para el débil; “que la injusticia ejerce su imperio sobre las
personas justas, que por sencillez ceden en todo ante el interés del más
fuerte, y sólo se ocupan en cuidar los intereses de éste abandonando a los suyos [...] El
hombre justo siempre lleva la peor parte cuando se encuentra con el hombre
injusto”. Cree que el injusto, teniendo un gran poder, “se vale de él para
dominar constantemente a los demás”. Convencido de su planteamiento, insiste en
que “la justicia es el interés del más fuerte, y la injusticia es por sí misma
útil y provechosa”. Como Sócrates considera que la justicia es “la regla de
conducta que cada uno debe seguir para gozar durante la vida la mayor felicidad
posible”, piensa que no es “más ventajoso ser malo que hombre de bien [...], aunque
el malo tenga el poder de hacer el mal, sea por fuerza o sea por astucia, nunca
creeré que su condición sea preferible a la del hombre justo”. No concede a
Trasímaco que la justicia sea el interés del más fuerte. Trasímaco insiste en
que la justicia es más ventajosa que la justicia perfecta. Para él, la
injusticia es sabiduría. Los injustos son buenos, virtuosos y sabios. Para
Sócrates la injusticia es cosa vergonzosa y mala. Trasímaco le atribuye a la
injusticia títulos como la fuerza y la belleza. El injusto es inteligente y
hábil; el justo no lo es. Sócrates, con sus irónicas preguntas, persuade a
Trasímaco que “el justo es hábil y sabio, y el injusto ignorante e inhábil”.
Para su concepción de justicia, Trasímaco se funda en la opinión de poner la
justicia en el manejo de los bienes penosos que no merecen nuestros cuidados
por la gloria y las recompensas que producen. Los dos están de acuerdo en que
“la justicia es habilidad y virtud, y la injusticia es ignorante e inhábil”;
que la justicia es una virtud y la injusticia es un vicio; que el alma (cuya
función es pensar, gobernar y deliberar) justa y el hombre justo viven bien, y
el injusto vive mal; que el que vive bien es dichoso, y el que vive mal es
desgraciado. “El justo es dichoso y el injusto desgraciado”. Trasímaco reconoce
que es falso que la justicia sea más provechosa que la injusticia. Al término de este
diálogo Sócrates no sabe aún qué es la justicia.
LIBRO SEGUNDO
Sócrates incluye la justicia dentro de los
bienes que deben amarse por ellos mismos y por sus resultados. Glaucón, que no
queda satisfecho de la discusión entre Sócrates y Trasímaco en pro y en contra
de la justicia y de la injusticia, quiere “saber cuál es su naturaleza y qué
efecto producen ambas inmediatamente en el alma, sin tener en cuenta ni las
recompensas que llevan consigo ni tampoco ninguno de sus resultados, buenos o
malos”. Glaucón cree que el gran mérito de la injusticia consiste en parecer justo
sin serlo. Quiere que se decida sobre la felicidad del justo y del injusto. Él
está de parte de los que prefieren la injusticia a la justicia. Adimanto expone
su tesis de los que toman el partido de la justicia contra la injusticia. “Nada
es más bello, ni al mismo tiempo más difícil y más penoso que la templanza y la justicia [...] Nada hay más dulce que
la injusticia y el libertinaje [...] La virtud no tiene más trabajos y penalidades
que ofrecerme [...] La apariencia de la virtud puede contribuir más a mi bienestar
que la realidad de la misma
[...]”. Sólo se inclina por la justicia porque todo le sale bien
si es injusto. Nadie ha probado que la injusticia sea mala y la justicia sea
buena. Adimanto pide a Sócrates que, además de probar que la justicia es
preferible a la injusticia, explique los efectos que ambas producen por sí
mismas en el alma. Sócrates para responder plantea la formación de un Estado
ideal, justo o perfecto, en procura de descubrir cómo la justicia y la
injusticia nacen en él. Cree que lo que da origen a la sociedad es la
impotencia en que cada hombre se encuentra incapaz de bastarse a sí mismo y la
necesidad de muchas cosas que experimenta. La aglomeración de necesidades que
reúne a muchos hombres hará auxiliarse mutuamente, dando nacimiento al Estado.
Propone a sus interlocutores construir un Estado con el pensamiento, en cuya
base están las necesidades de alimento, la habitación y el vestido. Cada uno
deberá hacer lo que sabe hacer en virtud de su profesión y de acuerdo con su
talento. Cada uno debe limitarse a los suyo propio. Ese Estado necesitará de un
número mayor de labradores y obreros; también de comerciantes. Se necesita un
mercado y una moneda. También son necesarios los guerreros con carácter de
perros de buena raza: dulces con quien conocen y agresivos con los
desconocidos. La filosofía y el valor serán las cualidades de los guerreros. El
guardián debe ser valiente y filósofo. El instinto del perro es el ideal porque
“ladra a los que no conoce aunque no haya recibido de ellos ningún mal, y
halaga a los que conoce, aunque no le hayan hecho ningún bien”. Un buen
guardián del Estado debe tener valor, fuerza, actividad y filosofía. ¿Cuál es
la educación desde niños para los guerreros? “Formar el cuerpo mediante la
gimnasia y el alma mediante la música”. No se les deben contar fábulas a los
niños que impliquen crímenes, venganzas e injurias. No se podrán contar fábulas
de Hesíodo, Homero y otros poetas, porque representan a los dioses y a los
héroes distintos de como son. No se debe hablar de los combates de los dioses,
ni de los lazos que se tendían unos a otros. Se les deben contar cosas que los
conduzcan en la virtud. Los poetas deben representar a Dios tal como es; debe
decirse que Dios es bueno. Los bienes deben atribuirse a Dios. Una primera ley
es que “Dios no es el autor de todas las cosas, sino sólo de las buenas”. No se
debe mentir, porque la mentira es ignorancia que afecta el alma del que es
engañado; la mentira es expresión del sentimiento que el alma experimenta. Dios
no miente ni engaña. La segunda ley prohíbe hablar y escribir respecto a los
dioses como encantadores, mutantes y que engañan con discursos y acciones. En
los discursos no debe haber quejas ni lamentaciones.
LIBRO TERCERO
Para que los guerreros sean valientes, los
poetas no deben escribir versos en donde se desprecie la muerte y no se elogien
los infiernos, para que prefieran morir en combate antes que ser derrotados o
esclavizados. En la poesía no debe haber lamentaciones y quejas en boca de los
hombres grandes. No debe haber lágrimas ni gemidos en los hombres; sólo en las
mujeres más débiles. Los poetas no deben representar a los dioses llorando. La
mentira nunca es útil, solamente para los médicos en ciertos casos. “Sólo a los
magistrados supremos pertenece el poder mentir, a fin de engañar al enemigo o a
los ciudadanos para bien de la República. La mentira no debe nunca permitirse a
los demás hombres”. No se les debe mentir a los magistrados. Hay que
desarrollar en los jóvenes guerreros la templanza. Los principales efectos de
la templanza es hacerlos sumisos para con los que mandan y dueños de ellos
mismos en todo lo relativo a comer y beber y en los placeres de los sentidos.
“Los poetas y los autores de fábulas se engañan gravemente con relación a los hombres,
cuando dicen que los malos son dichosos en su mayor parte y los hombres de bien
desgraciados; que la injusticia es útil en tanto que permanece oculta, y, por
el contrario, que la justicia es dañosa al que la práctica y útil a los demás”.
Estos discursos serán prohibidos. “En la poesía y en toda ficción hay tres
clases de narraciones. La primera es imitativa, y pertenece a la tragedia y a
la comedia. La segunda se hace en nombre del poeta (los ditirambos). La tercera
es una mezcla de una y otra, y nos servimos de ella en la epopeya y en otras
cosas”. Los poetas no pueden hacer narraciones puramente imitativas. Los
guerreros no deben ser imitadores. “Un hombre sólo no puede imitar muchas cosas
lo mismo que una sola [...] Menos podría aplicarse a una función importante y al mismo tiempo
imitar muchas cosas y sobresalir en la imitación, cuando se ve en dos cosas,
que tanto se dan la mano como la comedia y la tragedia, es difícil que un mismo
hombre sobresalga en ambas
[...] No se puede sobresalir a la vez en los dos géneros”. Los
guerreros no deben imitar nada; libres de toda ocupación deben “consagrarse
únicamente a conservar y defender la libertad del Estado”. Si imitan algo, esto
los debe conducir al valor, a la templanza, a la grandeza del alma, a la
santidad y a las demás virtudes. No se debe imitar nada que sea bajo y
vergonzoso. Para éstos la virtud es un deber. No podrán imitar a una mujer, sea
joven o vieja, ni a los esclavos, ni a los hombres malos o cobardes. No deben
remedar a los locos. El guerrero “debe conocer a los dementes y a los malos, a hombres y mujeres,
pero no se les debe imitar ni parecérseles. No debe imitar obreros ni hacer lo
que éstos hacen. No debe imitar relinchos de caballos, murmullo de ríos, del
mar, del rayo ni de nada más”. El zapatero será zapatero y no piloto; el
labrador, labrador y no juez; el guerrero, guerrero y no comerciante; y así los
demás. La melodía se compone de palabras, armonía y número. En consecuencia,
las palabras cantadas deben componerse según las disposiciones anteriores; la
armonía y el número deben corresponder a las palabras. No se permitirán los
tocadores y constructores de flauta; sólo la lira y el laúd “para la ciudad, y
para los campos el caramillo, que usarán los pastores”. Se deben preferir los
instrumentos musicales inventados por Apolo y no por el sátiro Marsias. Se
deben “buscar artistas hábiles, capaces de seguir la huella de la naturaleza de
lo bello y de lo gracioso, a fin de que nuestros jóvenes, educados en medio de
sus obras como en una atmósfera pura y sana, reciban sin cesar saludables
impresiones por los ojos y por los oídos, y que desde la infancia se vean
insensiblemente conducidos a imitar y amar lo bello, y a establecer entre éste
y ellos mismos un perfecto acuerdo”. La música es importante en la educación,
porque, “insinuándose desde muy temprano en el alma, el número y la armonía se
apoderan de ella, y consiguen que la gracia y la armonía se apoderen de ella, y
consiguen en ella, siempre que se dé esta parte de educación como conviene
darla, puesto que sucede todo lo contrario cuando se la desatiende”. Educado
adecuadamente un joven en la música, “advertirá con la mayor exactitud lo que
haya de imperfecto y de defectuoso en las obras de la naturaleza y del arte, y
experimentará a su vista una impresión justa y penosa; alabará por la misma
razón con entusiasmo la belleza que observe, le dará entrada en su alma, se
alimentará con ella, y se formará por este medio en la virtud”. El verdadero
músico amará a todos en quienes encuentre armonía. Además de la música, los
jóvenes se deben formar en la gimnasia. Un cuerpo bien constituido hace buena
al alma. Un guerrero no podrá embriagarse. Los guerreros deben alimentarse y
dormir bien. “Deben estar, como los perros, siempre alerta, verlo todo, oírlo
todo, mudando sin estar en campaña el alimento y la bebida, sufrir el frío y el
calor, y, por consiguiente, temer un cuerpo a prueba de todas las fatigas”. Una
buena educación es necesaria para que tengan dulzura tanto los unos respecto de
los otros, como respeto de aquellos cuya defensa les está encomendada. “Además de esta educación, todo hombre
sensato habrá de convenir en que las habitaciones y la fortuna que se les
asigne, deben ser tales que no les impidan ser excelentes guardianes, ni les
induzcan a dañar a sus conciudadanos”. No deben tener propiedades. Comerán en
comedores comunes. No necesitan oro ni plata, porque Dios puso en sus almas oro y plata
divina. Si tienen pertenencias, se convertirán en comerciantes, y, en lugar de
defender el Estado, se vuelven en contra de éste.
LIBRO CUARTO
Las riquezas y la pobreza dañan a las artes y
a sus ejercitantes. Los magistrados deben estar alerta sobre esto. “La
opulencia y la pobreza, porque ambas engendran la molice, la
holgazanería y el amor a las novedades; y a la otra este mismo amor a las
novedades, la bajeza y el deseo de hacer mal”. Todas las cosas deben ser
comunes entre amigos. Una buena educación forma un buen carácter. “Los que
hayan de estar a la cabeza de nuestro Estado vigilarán especialmente para que
la educación se mantengan pura; y, sobre todo, para que no se haga ninguna
innovación ni en la gimnasia ni en la música”. Los magistrados harán de la
música la ciudadela del Estado. Los niños deberán estar callados delante los
ancianos, “levantarse cuando éstos se presenten, cederles siempre el puesto de
honor, respetar a los padres, conservar el modo de vestir, de cortarse el pelo
y de calzarse, todo lo relativo al cuidado del cuerpo y otras mil cosas semejantes”.
El Estado debe ser prudente, templado y justo. “Todo Estado organizado
naturalmente debe su prudencia a la ciencia que reside en la más pequeña parte
de él mismo”. Este tipo de Estado es la justicia misma. “La justicia consiste
en que cada uno haga lo que tiene obligación de hacer”. Un Estado que tenga
templanza (dominio de sí mismo), fortaleza y prudencia encarnará la justicia.
Estas tres virtudes contribuyen a la perfección de la sociedad civil. La
justicia, en unión de la prudencia, la templanza y la fortaleza, asegura el
bien del Estado. “La justicia asegura
cada uno la posesión de lo que le pertenece y el ejercicio libre del
empleo que le conviene”. La injusticia es un crimen contra el Estado. El hombre
justo no se diferencia en nada de un Estado justo. En el alma del hombre hay
tres principios, que responde a los tres órdenes del Estado. El particular debe
ser prudente y valiente. “Lo que hace el Estado justo, hace igualmente justo al
particular”. Pertenece a la razón mandar porque en ella reside la prudencia.
“La razón deliberará; la cólera combatirá, y, secundada por el valor, ejecutará
las órdenes de la razón”. Debe haber armonía entre la parte que manda y la que
obedece.
LIBRO QUINTO
Con respecto a la educación de las mujeres y
de los niños, dice que, debido a las naturalezas diferentes, entre el hombre y
la mujer, tendrán oficios diferentes. “Por consiguiente, las mujeres de
nuestros guerreros deberán abandonar sus trajes, puesto que la virtud ocupará
su lugar. Participarán con sus maridos de sus trabajos de la guerra y de todos
los que exija la guarda del Estado, sin ocuparse de otra cosa. Sólo se tendrá
en cuenta la debilidad de su sexo, al señalar las cargas que deban
imponérseles. El que se burle a la vista de las mujeres desnudas que ejerciten
su cuerpo para un fin bueno, recoge fuera de su sazón los frutos de su
sabiduría; no sabe ni lo que hace, ni por lo que se ríe; porque hay y habrá
siempre razón para decir que lo útil es bello, y que sólo es feo lo que es
dañoso”. Todos los oficios deben ser comunes entre los guerreros y sus mujeres.
“Las mujeres de nuestros guerreros serán comunes todas y para todos; ninguna de
ellas cohabitará en particular con ninguno de ellos; los hijos serán comunes y
los padres no conocerán a sus hijos ni éstos a sus padres”. Las mujeres procrearán entre los 20 y 40
años; los hombres, “desde que hayan pasado el primer fuego de juventud hasta
los 55 años”. Los ciudadanos participarán en común de los intereses de cada
particular, y se regocijarán y se afligirán todos por unas mismas cosas. Todo
debe ser común entre los hombres y las mujeres. En lo relativo a la educación,
a los hijos y a la guarda del Estado, las mujeres permanecerán en la ciudad;
juntos irán a la guerra y compartirán las fatigas, es decir, irán a mediar en
todas las empresas de las guerras. El verdadero filósofo debe ser gobernante.
Pero el auténtico filósofo es aquel que ama la sabiduría, toda y por entero. El
filósofo es “el que lleva de frente todas las ciencias con ardor igual, que desearía
abrazarlas todas y tiene un deseo insaciable de aprender”. Los verdaderos
filósofos son los que gustan contemplar la verdad. Los contempladores de la
verdad “son los únicos a quienes conviene el nombre de filósofos”. El alma del
filósofo auténtico es capaz de elevarse hasta la esencia de la belleza misma,
reconocerla y unirse a ella. Sólo el verdadero filósofo es capaz de elevarse
hasta lo bello en sí y contemplarlo en su esencia. Sólo el filósofo auténtico,
que es capaz de contemplar la belleza, sea
en sí misma, sea en lo que participa de su esencia, que no confunde lo bello y
las cosas bellas, y que no toma jamás las cosas bellas por lo bello, vive en la
realidad y no en el sueño. El filósofo ama la sabiduría, toda y por entero. Sus
conocimientos, fundados en una vista clara de los objetos, son una verdadera
ciencia; los que descansan en la apariencia, corresponde al universo de la
opinión, y ésta no es otra cosa que la facultad que tenemos de juzgar por la
apariencia”. La opinión es una intermediaria en la ciencia y la ignorancia.
“Por consiguiente, para los que ven la multitud de cosas bellas, pero que no
distinguen lo bello en su esencia, ni pueden seguir a los que intentan
demostrárselo, que ven la multitud de cosas justas, pero no la justicia misma,
y lo mismo todo lo demás, diremos que todos sus juicios son opiniones y no conocimientos [...] Los que
contemplan la esencia inmutable de las cosas tienen conocimientos y no
opiniones”. El nombre de filósofo sólo se dará a “los que se consagran a la contemplación
de la esencia de las cosas”.
LIBRO SEXTO
El gobernante debe ser filósofo. Pero hay que
distinguir cuáles son los auténticos filósofos. “Los verdaderos filósofos son
aquellos cuyo espíritu puede alcanzar el conocimiento de lo que existe siempre
de una manera inmutable”; quienes giran alrededor de muchos objetos mudables no
son filósofos. Los magistrados (los gobernantes) serán los más adecuados para
mantener leyes y las instituciones en todo vigor. Deberán “fijar por medio de
leyes lo que es honesto, bueno y justo en las acciones humanas”; deberán
conocer la esencia de las cosas. El gobernante debe ser capaz de unir la
experiencia con la especulación. El filósofo debe amar con pasión la ciencia
que puede conducirle al conocimiento de las esencias. El filósofo debe amar la
sabiduría y desechar la mentira, porque “el espíritu verdaderamente ávido de
ciencia debe, desde la primera juventud, amar y buscar la verdad”. En el alma
del verdadero filósofo no habrá “nada
que le rebaje, porque la pequeñez no puede tener absolutamente cabida en un
alma que debe abrazar en sus indagaciones todas las cosas divinas y humanas”.
El hombre justo debe ser moderado en sus deseos, exento de concupiscencias, de
bajeza, de arrogancia y de cobardía. El alma nacida para la filosofía desde
pequeña mostrará equidad y dulzura; también deberá tener habilidades para
aprender mucho y tener buena memoria. El filósofo deberá estar “dotado de
memoria, de penetración, de grandeza de alma, de afabilidad”; ser amigo de la
verdad, de la fortaleza y de la templanza. Deberá ser un hombre perfeccionado
por la educación y la experiencia. Sólo a ellos se les debe confiar el gobierno
de un Estado. Para ser un verdadero sabio es necesario amar la verdad, que debe
buscarse en todo y por todo. “El auténtico filósofo debe recibir de la
naturaleza la facilidad de aprender, la memoria, el valor y la grandeza del alma [...] Desde la
infancia será el primero entre sus iguales, sobre todo si las perfecciones del
cuerpo corresponden en él a los del alma [...] Cuando haya llegado a la edad madura, sus
padres y sus conciudadanos se apresurarán a servirse de sus talentos y a
confiarle sus intereses y los del Estado”. El verdadero filósofo no podrá ser
un sofista. Del mal filósofo saldrán “pensamientos frívolos, sofismas,
opiniones desprovistas de verdad, de buen sentido y solidez”. La idea del Bien
es el objeto del más sublime conocimiento y la justicia y las demás virtudes
deben a esta idea su utilidad y todas sus ventajas. Algunos hacen consistir el
bien en el placer y otros en el conocimiento. El seguro guardador de lo justo y
de lo honesto es el que conozca las relaciones que mantienen con el bien.
“Nuestro Estado estará bien gobernado, si tiene por jefe un hombre que una el
conocimiento del bien al de lo bello y de lo justo”. Las cosas bellas o buenas
son objeto de los sentidos; las ideas de lo bello y de lo bueno son objeto del
espíritu. Cuando los objetos están iluminados por los astros de la noche y no
por el sol, apenas se les puede distinguir. “Lo mismo sucede respecto al alma.
Cuando fija sus miradas en objetos iluminados por la verdad y por el ser, los
ve claramente, los conoce y muestra que está dotada de inteligencia; pero
cuando vuelve sus miradas sobre lo que está envuelto en tinieblas, sobre lo que
nace y perece, su vista se turba, se oscurece, y ya no tiene más que opiniones,
que mudan a cada momento; en una palabra, parece completamente privada la inteligencia [...] Lo que
derrama sobre los objetos de las ciencias la luz de la verdad, lo que da al
alma la facultad de conocer, es la idea del Bien, que es el principio de la
ciencia y de la verdad, en cuanto caen bajo el dominio del conocimiento. Por
bellas que sean la ciencia y la verdad, puedes conseguir, sin temor de
engañarte, que la idea del bien es distinta de ellas, y las supera en belleza.
Y así como en el mundo visible hay razón para creer que la luz y la vista
tienen analogía con el sol, pero sería falso decir que son ellas el sol; en la
misma forma en el mundo inteligible pueden considerarse la ciencia y la verdad
como imágenes del bien, pero no habría razón para tomar la una o la otra por el
bien mismo, cuya naturaleza es de un valor infinitamente más elevado”. Lo que
las apariencias son a las cosas que ellas representan es la opinión al
conocimiento. La pura inteligencia, el conocimiento razonado, la fe y la
conjetura son las cuatro operaciones del alma.
LIBRO SÉPTIMO
Sócrates refiere a Glaucón la
Alegoría de la Caverna, en donde los hombres sólo perciben sombras. “El hombre
de la caverna comienza por verse libre de sus cadenas; después, abandonando las
sombras, se dirige hacia las figuras artificiales y hacia la luz que las
alumbra. En fin, sale de este lugar subterráneo para subir hasta los sitios que
ilumina el sol; y como sus ojos, débiles y ofuscados, no pueden fijarse, desde
luego, ni en los animales, ni en las plantas, ni en el sol, recurre a las
imágenes de los mismos, pintadas en la superficie de las aguas y en sus
sombras, pero estas sombras pertenecen a seres reales y no a objetos
artificiales como sucedía en la caverna; y no están formadas por aquella luz,
que nuestro prisionero tomaba por el sol [...] El antro subterráneo es este mundo invisible;
el fuego que le ilumina es la luz del sol; este cautivo, que si ve a la región
superior y que la contempla, es el alma que se eleva hasta la esfera inteligible [...] En los
últimos límites del mundo inteligible está la idea del Bien, que se percibe con
dificultad; pero una vez percibida no se puede menos de sacar la consecuencia de
que ella es la causa primera de todo lo que hay de bello y de bueno en el
universo; que, en este mundo visible, ella es la que produce la luz y el astro
de que ésta procede directamente; que en el mundo invisible engendra la verdad
y la inteligencia; y en fin, que ha de tener fijos los ojos en esta idea el que
quiera conducirse sabiamente en la vida pública y en la privada”. La vista
puede afectarse de dos maneras y por causas opuestas: “por el tránsito de la
luz a la oscuridad o por el de la oscuridad a la luz; y aplicando a los ojos
del alma lo que sucede a los del cuerpo, cuando vea a aquella turbada y
entorpecida para a distinguir ciertos objetos, en vez de reír sin razón al
verla en tal embarazo, examinará si éste procede que el alma viene de un estado
más luminoso, o si es que al pasar de la ignorancia a la luz, se ve deslumbrada
por el excesivo resplandor de ésta”. La Alegoría de la Caverna está dirigida al
hombre que busca la verdad, y nos dice que el conocimiento es como una
liberación de este mundo, el de los sentidos, y nos sitúa en el ámbito de la
auténtica realidad: el mundo de las ideas; intenta demostrarnos la validez de
su planteamiento sobre el conocimiento; nos explica que la realidad auténtica,
para los encadenados serían sólo las sombras que ellos han visto durante toda
su vida, proyectadas sobre la pared; quiere darnos a entender que el mundo que
nosotros captamos a través de los sentidos es como las sombras que ven los
encadenados. Según el autor, sólo el alma sería capaz de ver la auténtica
realidad, como así le ocurrió al que fue liberado de sus cadenas. El legislador debe buscar la felicidad de
todos los gobernados, sin ningún tipo de excepción. En el Estado Gobernado por
el auténtico filósofo ha de reinar la concordia. En una República bien ordenada
sólo mandarán los gobernantes verdaderamente ricos en sabiduría y en virtud,
porque estas riquezas constituyen la verdadera felicidad. El filósofo debe
despreciar las dignidades y los sucedáneos. El gobernante debe estar instruido
por la ciencia de gobernar. La ciencia que eleva el alma desde lo que nace
hasta lo que es (el conocimiento del bien) debe ser útil a los guerreros, y esa
ciencia es la de los números y del cálculo. Eleva el alma al puro conocimiento
y la conduce a la contemplación del ser.
Conducen al conocimiento de la verdad. “Ellas son necesarias al guerrero para
disponer bien un ejército, y al filósofo para salir de lo que nace y muere, y
elevarse hasta la esencia misma de las cosas, porque sin esto no será nunca un
verdadero aritmético”. A quien se confía la guarda del Estado es guerrero y
filósofo. “Demos una ley a los que hemos destinado en nuestro plan de ocupar
los primeros puestos, para que se consagren a la ciencia del cálculo, para que
estudien, no superficialmente, sino hasta que, por medio de la pura
inteligencia, hayan llegado a conocer la esencia de los números, no para
servirse de esta ciencia en las compras y ventas, como hacen los mercaderes y
negociantes, sino para aplicarla a las necesidades de la guerra y facilitar al
alma el camino que debe conducirla desde la esfera de las cosas perceptibles
hasta la contemplación de la verdad y del ser”. La ciencia del número tiene la
virtud de elevar el alma, “obligándola a razonar sobre los números, tales como
son en sí mismo, son consentir jamás que sus cálculos recaigan sobre números
visibles y palpables”. Esta ciencia obliga al alma a servirse del entendimiento
para conocer la verdad. La geometría mueve al alma a contemplar la esencia de
las cosas. Tiene por objeto el conocimiento de lo que existe, y no de lo que nace
y perece. “La geometría atrae al alma hacia la verdad, forma en ella es
espíritu filosófico, obligándola a dirigir a lo alto sus miradas, en lugar de
abatirlas, como suele hacerse, sobre las cosas de este mundo”. La astronomía es
otra ciencia de interés para el guerrero y el gobernante, porque necesitan
conocer las estaciones, los meses y los años. Las matemáticas, la geometría y
la astronomía son ciencias que tienen mucho valor, que pocos saben apreciar. “Purifican
y reaniman un órgano del alma extinguido y embotado por las demás ocupaciones
de la vida”. La astronomía obliga al alma a mirar a lo alto a contemplar las
cosas del cielo. El verdadero astrónomo creerá “que el que ha hecho el cielo ha
dado a su obra la belleza que el artista humano ha dado a la suya. Y así nos
serviremos de los astros en el estudio de la astronomía, como nos servimos de
las figuras en la geometría, sin detenernos en lo que pasa en el cielo, si
queremos hacernos verdaderos astrónomos y sacar algún provecho de la parte
inteligente de nuestra alma, que sin esto no nos sería de utilidad alguna”. La
dialéctica es otra ciencia importante porque es completamente espiritual. “El
que se dedica a la dialéctica, renunciando en absoluto al uso de los sentidos,
se eleva sólo mediante la razón, hasta la esencia de las cosas; y si continúa
sin indagaciones hasta que haya percibido mediante el pensamiento la esencia
del bien, ha llegado al término de los conocimientos inteligibles, así como el
que ve el sol ha llegado al término del conocimiento de las cosas visibles”.
Todas estas ciencias elevan la parte más noble del alma hasta la contemplación
del más excelente de los seres. ¿En qué consiste la dialéctica, en cuántas
especies se divide y por qué camino se llega a ella? Es un método para
descubrir la esencia de cada cosa. “El método dialéctico es el único que, dejando a un lado las hipótesis, se
eleva hasta el principio para establecerlo firmemente, sacando poco a poco el
ojo del alma del cieno en que estaba sumido, y elevándose a lo alto con el
auxilio y por el ministerio de las artes”. Dialéctico es el que conoce la razón
de la esencia de cada cosa. “Un hombre que no puede separar por el
entendimiento la idea del Bien de todas las demás, de dar de ella una
definición precisa, no vencer todas las objeciones, como un hombre de corazón
en un combate, ni demostrar esta idea de una manera real, destruyendo todos los
obstáculos mediante un razonamiento irresistible, ¿no dirás de él que ni conoce
el bien por esencia, ni ningún otro bien; que si percibe algún fantasma de
bien, no es mediante la ciencia sino mediante la opinión como él la comprende;
que su vida se pasa en un profundo sueño, acompañado de ensueños, del que no
saldrá en este mundo antes de bajar a los infiernos, donde dormirá un sueño
verdadero”. La dialéctica, como ciencia de interrogar y de responder de la
manera más sabia posible, es “el coronamiento y el colmo de las demás ciencias;
que no hay ninguna que pueda colocarse por encima de ella, y que cierra la serie de ciencias que importa
aprender”. El buen gobernante debe prepararse desde su juventud. “Desde la edad
más tierna es preciso destinar nuestros discípulos al estudio de la aritmética,
de la geometría y demás ciencias que sirvan de preparación a la dialéctica;
pero es necesario desterrar de la enseñanza todo lo que sean trabas y coacciones [...] Un espíritu
libre no debe aprender nada como esclavo. Que los ejercicios del cuerpo sean
forzados o voluntarios, no por eso el cuerpo deja de sacar provecho; pero las
lecciones que se hacen entrar por fuerza en el alma, no tienen en ella ninguna fijeza [...] No emplees
la violencia con los niños cuando les des las lecciones; haz de manera que se
instruyan jugando y así y te podrás mejor en situación de conocer las
disposiciones de cada uno”. En un buen Estado todo será común: “mujeres, hijos,
educación, ejercicios propios de la paz y de la guerra”. Los hombres consumados
en la filosofía y en la ciencia militar deben designarse como jefes de Estado.
LIBROS OCTAVO Y NOVENO
Sócrates plantea sus formas de gobierno:
timocracia, el más alabado; oligarquía, expuesto a un gran número de males;
democracia, poco estimado; y tiranía, la mayor enfermedad que pueda padecer un
Estado. Se examinan todos estos tipos de gobiernos, mostrando la inconveniencia
de cada uno de ellos y la manera en que se transforman en otro peor. Son
inapropiados para el modelo de Estado que se diseña en La República. Se inclina
por la aristocracia, como la mejor forma de gobierno.
LIBRO DÉCIMO
En el modelo de Estado platónico se debe
prohibir la poesía imitativa. “El arte de imitar está muy distante de lo
verdadero, y si se ejecutan tantas cosas es porque no toma sino una pequeña
parte de cada una; y aun esta pequeña parte no es más que un fantasma. El
pintor, por ejemplo, nos representará un zapatero, un carpintero o cualquier
otro artesano, sin conocer nada estos oficios. A pesar de esto, si es un
excelente pintor, alucinaría a los niños y al vulgo ignorante, mostrándoles de
lejos el carpintero pintado, de suerte que tomarán la imitación por la verdad [...] Si estuviera
realmente versado en el conocimiento de lo que imita, creo que querría más
dedicarse a producir por sí, que no imitar lo que hacen los otros; que haría un
esfuerzo en distinguirse, dejando para la posteridad, como otros tantos
momentos, numerosos trabajos y preciosas obras; en una palabra, que preferiría
merecer elogios a los demás a tener que tributarlos él a éstos [...] Digamos de
todos los poetas, comenzando por Homero, que ya traten en sus versos de la
virtud o de cualquiera otra materia, no son más que imitadores de fantasmas,
sin llegar jamás a la realidad. Y lo mismo que dijimos antes del pintor, el
cual hará un retrato de un zapatero, aunque ningún conocimiento tenga de este
oficio, con un parecido tal que los ignorantes, engañados por el dibujo y por
colorido, creerán ver un verdadero zapatero [...] El poeta, sin otro
talento que el de imitar, sabe, con un barniz de palabras y de expresiones
figuradas, dar tan bien a cada arte los colores que le convienen, ya hable de
zapatería, ya trate de la guerra o de cualquier otro objeto que, con la medida,
el número y la armonía de su lenguaje, convence a los que le escuchan, y que
juzgan sólo por los versos de que está perfectamente instruido en las cosas de
que habla; ¡tan poderoso es el prestigio de la poesía! Por lo demás, ya sabes,
por otra parte, el papel que hacen los versos cuando se les quita el colorido
musical; no puedes menos de haberlo observado [...] El imitador no tiene ni
principios seguros, ni una opinión fija, tocante a lo que debe ser bueno o malo
en todo lo que imita”. Todo imitador no tiene sino un conocimiento superficial
de lo que imita. Todos los que se dedican a la poesía dramática son imitadores.
Todo arte que consiste en la imitación, está muy distante de la verdad en todo
lo que ejecuta; esta parte de nosotros mismos con la que el arte de imitar está
en relación, se encuentra también muy distante de la sabiduría, y no inspira
nada verdadero ni real. “La poesía imitativa nos representa a los hombres
entregados a acciones forzosas o voluntarias, de cuyo resultado depende que se
crean dichosos o desgraciados y que se abandonen a la alegría o a la tristeza”.
La poesía no debe versar sobre la parte débil del hombre, sino de la fuerte.
“La poesía imitativa produce en nosotros el mismo efecto con respecto al amor,
a la cólera y a todas las pasiones del alma que tienen por objeto el placer y
el dolor, y que nos sitian constantemente. En lugar de hacer que se sequen poco
a poco, las rocía y las alimenta. La poesía imitativa nos hace viciosos y
desgraciados a causa de la fuerza que da a estas pasiones sobre nuestra alma,
en vez de mantenerlas a raya y en completa dependencia, para asegurar nuestra virtud
y nuestra felicidad” Para el Estado platónico, Homero no es el indicado. Cuando
oigas decir a los admiradores de Homero que este poeta ha formado la Grecia, y
que, leyéndole, se aprende a gobernar y conducir bien los negocios humanos, y
que lo mejor que se puede hacer es someterse a sus preceptos, deberás tener
toda clase de miramientos y de consideraciones con los que empleen este
lenguaje, como si estuvieran dotados del mayor mérito, y hasta entre los
trágicos; pero el mismo tiempo no pierdas de vista que en nuestro Estado no
podemos admitir otras obras de poesía que los himnos a los dioses y los elogios
de los hombres grandes; porque tan pronto como des cabida a la musa voluptuosa,
sea épica, sea lírica, el placer y el dolor reinarán en el Estado en lugar de
las leyes, en lugar de esta razón, cuya excelencia han reconocido todos los
hombres en todos los tiempos”. La injusticia, la intemperancia, la cobardía y
la ignorancia hacen mala el alma. La injusticia, como la enfermedad, conduce a
la muerte. Los que dan entrada en su alma a la injusticia, mueren más o menos
pronto. “Convencidos de que nuestra alma es inmortal y capaz por su naturaleza
de todos los bienes como de todos los males, marcharemos siempre por el camino
que conduce a lo alto, y nos consagraremos con todas nuestras fuerzas a la
práctica de la justicia y de la sabiduría”.
IMPORTANCIA Y VIGENCIA DE OBRA
La República, de Platón, es uno de los textos de
filosofía más leídos, comentados, estudiados,
interpretados y discutidos. Se trata de una obra monumental,
formidable e interesantísima. El texto ha sido objeto de múltiples, dispares y
discrepantes interpretaciones. Sobre ella se ha escrito y comentado mucho. No
es una obra de derecho político-administrativo. No se trata de un estudio de
legislación y política (en el sentido tradicional de esté término), sino de un
tratado educativo para “modelar almas”. En esencia trata sobre un profundo
estudio del alma humana. “La formación del alma es la palanca por medio de la
cual hace que su Sócrates mueva todo el Estado” (Jaeger). A pesar de que la investigación sobre la justicia es el tema central, el aspecto medular de la disertación es el problema cardinal de
la paideia o educación. De acuerdo con Rousseau, más que de una teoría del Estado, es el más hermoso estudio sobre la educación. El régimen,
constitución, organización política,
derecho de ciudad, ciudadanía, prerrogativas políticas o lo
concerniente al Estado (politeia) y la educación (paideia) son la
esencia o la médula del libro. “Su objeto es demostrar la necesidad moral, así para el Estado como
para el individuo, de regir toda su conducta según la justicia; esto es, según la virtud, es
decir, según la idea del bien, principio de buen orden para las sociedades y
para las almas, origen de la felicidad pública y privada; principio, que es el
Dios de Platón” (Azcárate).
Platón pretende mostrar la “imagen plástica”
de un Estado ideal en el ámbito de su problemática ético-social. En Platón existe
una afinidad mayor entre educación y nutrición, que en un principio eran
términos casi idénticos. No se reflexiona sobre un Estado histórico o ya
constituido, geográfico, antropológico, ciudad determinada o lo relacionado con
la población, vicisitudes, costumbres y nivel de vida de una colectividad en
particular. El Estado constituye tiene una misión moral y educadora. “El tema
central de la República de Platón es su teoría de la justicia y del Estado
justo como condición de posibilidad del desarrollo humano, que se basa en su
visión de las relaciones entre las formas de la polis y las formas del alma. La
obra comienza con una discusión sobre la justicia, continúa con sus tesis sobre
el Estado bien constituido y el gobierno aristocrático y expone la manera como
este se degrada o se corrompe, hasta acabar en la democracia y la tiranía”
(Cuéllar).
En el libro se
debaten aspectos de interés en torno de la justicia e injustica, la educación
de los “guardianes” (gobernantes y auxiliares), la cultura gimnástica, poética
y musical, el problema del valor de las ciencias abstractas, la dialéctica, el
conocimiento de la verdad y las formas de Gobierno, entre otros temas
indispensables para la conformación del Estado ideal, formal, bueno, justo, perfecto
o excelente. El problema de la justica platónica es un tema de palpitante
actualidad y vigencia para los juristas contemporáneos. “Como todos los diálogos de
Platón, La República es un conjunto de
ideas, vislumbres, sugerencias, invenciones sobre una gran variedad de temas,
expuestos sin mayor preocupación por un orden lineal o un deseo de concluir.
Es, sobre todo, como su género literario lo indica, una conversación, es decir,
una mezcla de voces más o menos inteligentes, más o menos informadas, más o
menos concluyentes” (Manguel).
Platón, investigando sobre el problema de la
justicia (la virtud política por antonomasia), se encuentra con el ideal del
Estado perfecto, paradigma del verdadero Estado, en el que se estableciera un
orden social justo y duradero. Su punto de partida es el problema de la
justicia (la salud espiritual del alma o del hombre) con carácter general. “La
justicia, ha sido siempre un tema presente
en la filosofía y con más notoriedad en la filosofía clásica, por ello
resulta saludable, atractivo y de valor el análisis de los textos griegos al
respecto. En este punto, Platón es quizás el más estudiado, siempre sus
diálogos resultan útiles para quien
recorre sus páginas, ya convertidas en
verdaderos monumentos de la filosofía, con
pasajes y afirmaciones hasta hoy irrefutables, además haciendo de su maestro Sócrates un
personaje invalorable para la sabiduría universal […] La justicia queda en
claro, es un bien moral, y como tal es un bien espiritual y por ello está
sujeto a la decisión personal, por tanto sólo puede llegar a el quien posee el
conocimiento adecuado, el sabio, el filósofo. La justicia con Sócrates, desde
este importante trabajo, se inserta como un asunto también de prioridad
política, que no queda en el vacío o suspendido en la metafísica, sino que debe
ser resuelto de manera práctica, en la cotidianeidad de hombre, que se reafirma
por todo ello, como un ser social por naturaleza. Se demuestra, que la justicia
como objetivo para la polis, fue uno de las principales preocupaciones y metas
de la filosofía de Platón” (Olivari).
La relación entre el Estado y el alma del hombre es
estrecha. El tema del Estado es planteado sólo como un medio con la finalidad
de evidenciar y resaltar la esencia y la función de la justicia en el interior
del hombre o en su alma. “Platón se propuso en la
presente obra estudiar lo justo y lo injusto. Lo hace con excelencia y bajo el
tradicional método del diálogo, antigua forma de raciocinio que en manos del
Sócrates ‘platónico’ el libro se hace excelso. Como afirman muchos con validez
indiscutible hasta nuestros días, esta forma literaria presenta una gran
belleza, haciendo del escrito por tanto algo atractivo y excitante, pues induce
al lector a la participación en el debate y la búsqueda de un final que obtenga
un resultado de la confrontación de ideas y puntos de vista” (Olivari).
La justicia es la virtud que determina la auténtica
o verdadera felicidad. El reino de la justicia debe instaurarse en el individuo
y en la colectividad o Estado. El principio de la justicia, respecto de que
cada cual debe realizar solamente un oficio, para el cual esté mejor preparado,
se relaciona con la areté o
excelencia: perfección de la obra realizada por cada ser y de cada una de sus
partes. El Estado justo se logra si cada cual, en sintonía con sus habilidades
y vocaciones, ocupe su lugar, realice su trabajo, sin invadir los espacios o
fueros ajenos. “Entendida allí primeramente la justicia como principio rector
de las relaciones entre los hombres y causa, por tanto, del Estado, sostiene Trasímaco
que no es otra cosa que el interés del más fuerte; Sócrates deriva luego la
palabra hacia el concepto subjetivo, ordinario y moral de la justicia: temple,
hábito y conducta de la persona humana. Aceptado esto, Trasímaco afirma que el
hombre justo es víctima del injusto y que éste triunfa, por lo menos cuando su
injusticia es total, como en el caso del tirano. Con esto se suscita el
problema de la relación entre la justicia y la felicidad, que se extiende por
todo el tratado. Tras refutar la doctrina de Trasímaco y la del contrato social
defendida más tarde por Glaucón, Sócrates aúna los conceptos de la justicia
considerada en el alma humana y en la sociedad mediante el principio de la
función específica; la justicia consiste en que cada ser desempeñe la función
que le es propia, y esto se aplica tanto a las «partes» del alma como a las
clases de la ciudad. El paralelismo así establecido entre la comunidad social y
el individuo se llevará adelante hasta el fin e informará la exposición de los
regímenes políticos: los gobernantes filósofos corresponden a la razón de los individuos;
los auxiliares, a su principio colérico; la clase de los artesanos, a sus apetitos
y pasiones. El hombre y el Estado serán clasificados en razón del predominio de
cada uno de estos elementos: el individuo será feliz por la justicia,
consistente en el imperio de la razón; la ciudad, por el mando de los mejores
ciudadanos, los gobernantes filósofos” (Fernández-Galiano).
La educación de los guardianes (cuyo oficio es
velar por la libertad del Estado) debe comenzar por la cultura musical o
paideia musical (que hace referencia al tono, ritmo y logos o palabra hablada,
incluyendo los géneros poético, épico y dramático), porque ésta contribuye a
formación del alma. “Música, que quiere
decir el reino de las musas, incluye
un concepto casi tan amplio como lo que hoy llamamos cultura. Incluye las artes
literarias, visuales y musicales. Desde los cuentos, los mitos, la literatura,
poesía, el arte dramático, hasta los cantos y las melodías. Pero Platón impone
una severa censura desde los primeros años sobre la literatura y la música
accesible para los jóvenes. Los jóvenes hasta cierta edad no deben ver nada
feo, ni vicioso. Rechaza todo relato que no tenga un contenido moral adecuado.
La educación debe cultivar la seriedad, el decoro, el valor y el amor hacia la
verdad. Cuentos y mitos, así dramas y obras teatrales contiene una visión
distorsionada de la realidad, más mentiras (meras apariencias) que verdades. En
ellos se estimula la mentira, el fraude, la injusticia y la frivolidad; no
pueden ser un buen ejemplo” (Esobat). En la Grecia de Platón, música y poesía son
hermanas inseparables. En la cultura musical, la poesía tiene una importancia
fundamental como valor educativo. Es por eso que proscribe de su Estado ideal la
poesía imitativa (mímesis) y dramática (principalmente la de Homero, quien era
considerado por los sofistas y la tradición griega como el educador por
antonomasia). “La imitación es condenada en la poesía y, por consecuencia, en
la vida: ella se opone al principio de la técnica, de que cada cual ha de
practicar un solo y particular ejercicio; constituye un falseamiento del propio
ser y lo hace peor por la reproducción de lo peor” (Fernández-Galiano).
Sin negar el valor estético y artístico de la
poesía griega, no la considera adecuada para educar, porque la poesía versa
sobre la apariencia en oposición la filosofía que es el instrumento óptico y
apropiado para educar, ya que versa sobre el conocimiento de la verdad. Consciente
que la poesía seguirá siendo siempre materia de goce artístico, pero no será
asequible a ella la dignidad suprema: la de convertirse en educadora del
hombre. “La República apenas
trata de la política, como su nombre induciría a pensar; la República trata
sobre todo de la educación, algo, sin embargo, eminentemente político en la
Grecia de Platón. Además, de la educación se ocupaban los poetas. Por eso hay que
considerar que la poesía no es una mera actividad literario-estética, sino fundamentalmente
política y constitutiva de la polis. De hecho, es tan constitutiva que no cabe
en la polis ideal de Platón. El sistema educativo tradicional griego, basado en
los poetas, es sometido a examen y condenado” (Zazo).En este sentido, la
filosofía toma conciencia en sí misma como paideia y reivindica para sí la
primacía de la educación de los guardianes.
A pesar de que Homero es referente de educación, Platón
no lo considera así porque, como maestro y caudillo de la tragedia, el elemento
patético impulsivo que la acción poética ejerce sobre el alma puede afectar el
ánimo y temple de los guardianes. “Homero es la referencia poética de Platón. Primer escritor de Occidente,
también se puede considerar a Homero como una etapa final de una larga
tradición de poetas orales. Este carácter mixto, superpuesto, permite realizar una
historia de Occidente a través de las recepciones de Homero. La primera en importancia
y sistematicidad es la de Platón, quien a su vez expulsa a los poetas, con
Homero a la cabeza, de su ciudad. Aunque hay que señalar que no sólo se trata
de Homero cuando Platón censura a los poetas, Homero es el prototipo de poeta
oral que quedaría extramuros” (Zazo).
Platón disentía de la opinión de los griegos
respecto al valor propedéutico de la poesía homérica (y la de otros poetas como
Hesíodo). Los poetas no pueden ser educadores, porque sólo representan las
imágenes reflejas de la areté humana,
sin acercarse a la verdad. De todas las
artes educadores que le atribuyen a Homero, a Platón sólo le interesa saber si
tenía el arte político y si era capaz de educador. Así, Platón transforma la
tradición educativa griega, procurando que la verdad (filosofía) prime sobre la
apariencia (poesía). El poeta crea un mundo de mera apariencia. La poesía
corrompe los juicios estimativos. “La condenación de determinados instrumentos
y modos musicales por el efecto afeminador que producen en los hombres tiene en
sustancia el mismo fundamento que la condenación de la poesía. Era ésta entre
los griegos depositaria y vehículo de las creencias religiosas que, superando
primitivas concepciones locales, habían hallado aceptación general; pero, cuando
la filosofía alcanzó una más alta idea de la Divinidad, no pudo menos de
condenar las leyendas homéricas y hesiodeas en que se atribuían a los dioses
toda suerte de flaquezas y maldades. Platón, cuyo supremo empeño es dar al
Estado por él concebido una base teológica, tuvo que preocuparse en primer término
de desterrar de la mente de sus hombres aquellas falsas representaciones
tradicionales e imbuirles un concepto más puro de Dios: éste no es causa del
mal y, por tanto, tampoco de la mayor parte de las cosas que ocurren al hombre,
que son malas; la causa del mal hay que buscarla en otro lado. Igualmente indignos
del concepto divino son aquellos enmascaramientos y transformaciones que de los
dioses se refieren, y la condenación se extiende a los cuentos y consejas de
las madres que hacen de aquéllas «cocos» o «búes» para asustar a sus hijos.
Dios es algo enteramente simple y verdadero en hecho y en palabra, incapaz de
engañarse ni de engañamos” (Fernández-Galiano).
El valor de la filosofía se impone al valor de la
poesía como instancias pedagógicas: la verdad sobre la apariencia. La poesía
imitativa y trágica perjudica el espíritu del estudiante, si éste no tiene como
hábito el conocimiento de la verdad a través de la filosofía. Sólo la verdad
encierra la belleza auténtica y duradera que no posee la poesía. El poeta no
posee el saber de la verdad, en el sentido filosófico de la palabra, por cuanto
su obra es mero reflejo de prejuicios e ideales imperantes, sin el verdadero
arte de la medida (la filosofía) que permite eludir el engaño y la mentira. La
poesía únicamente habla a los instintitos y las pasiones para exacerbarlos, y
no lo hace a lo mejor del alma del aprendiz: la razón (le hablaría al
“corazón”, las emociones, a los sentidos y no a la razón, la inteligencia). La
poesía no contribuye a que el estudiante domine sus pasiones mediante el poder
de la ley y la razón, que ordenan y ponen freno a las emociones. Los dictados
de la ley ayudan a la razón o parte pensante del alma en su resistencia al poderoso
efecto de los instintos, pasiones, afectos o emociones. La poesía imitativa
influye nocivamente en el ama del educando porque alienta las miserias del alma
humana en contra del espíritu pensante. “El poeta incapacita al alma para
distinguir lo importante de lo que no lo es, pues representa las mismas cosas
unas veces como cosas grandes y otras veces como cosas pequeñas, según el fin
que en cada caso persigue. Y esta relatividad es precisamente la que demuestra
que el poeta crea ídolos y no reconoce la verdad” (Platón).
La paideia (cultura intelectual, cultivo
del espíritu) no debe comenzar por la verdad, sino por la mentira, contándoles
mitos a los niños, porque éstos así no sean verdaderos encierran una parte de
verdad, pero proscribe la poesía (principalmente la de Homero y Hesíodo),
porque considera que en ella se pintan mundos verdaderos que no son sino meras
apariencias, se hacen relatos de desobediencia, insubordinación, incitación a
los placeres, codicia de dinero y corrupción, y muestran a los dioses como
seres malvados o engañosos; así mismo, porque la poesía es incompatible con los
criterios filosóficos. Esa poesía puede
atentar contra la valentía y la templanza, dos de las cuatro virtudes
cardinales que deben imperar en el alma del hombre. “Y asimismo se prohíbe todo mito en que lo
sencillamente perfecto, lo inmutable y lo eterno se presente como encarnado en
figuras mudables y múltiples de esencia finita, o en que se achaque a la
divinidad un designio de engaño o de extravío” (Jaeger). La tradición poética
no conviene a la educación por cuanto pretende infundir la creencia falsa de
que el destino de los hombres depende del capricho o la acción de los dioses. Esta creencia riñe con su premisa de la autodeterminación
moral del yo sobre el fundamento del conocimiento del bien. No obstante, no
pretende extirpar la poesía que no responde a sus criterios y negar su valor
estético, sino expresar que ésta no tiene cabida en su Estado ideal. “El poeta carece de conocimiento
debido a que, confrontado con el usuario de un objeto, nada conoce del uso de
las cosas; el poeta carece de ‘opinión correcta’ sobre los objetos fabricados,
pues siendo un imitador, no sabe cómo funcionan las cosas. Platón encuentra así
que la poesía se halla ‘alejada en tres veces de lo real’, y de este modo, su
crítica epistemológica parte de la teoría tripartita del alma” (Pájaro).
Si bien es cierto que el Estado y la poesía son
fuentes de moral, la filosofía o conocimiento de la verdad le indica cómo debe
ser el cambio si quieren convertirse en postulado educativo. Platón no deshecha
la poesía por su poder de goce estético y artístico, sino por su improcedencia
como fuente de paideia o modeladora
de almas. “Y, sin embargo, pese a todo
esto, a Platón no se le pasa siquiera por las mientes la idea de que la poesía,
considerada como potencia educativa, pueda sustituirse por los conocimientos
abstractos de la filosofía” (Jaeger). Su poética es una crítica de la poesía
considerada como paideia. Los guardianes
no pueden presenciar ni participar en representaciones dramáticas (excepto las
que personifiquen las formas de la auténtica areté), ni hacer ningún tipo
de imitaciones o actos que riñan con el ideal de genuino caballero. “En cierta medida, Platón cree que el poder más
perverso de los poetas no es que cuenten las fábulas sobre los dioses, sino que
introducen la confusión. Por ello considera perverso al arte, porque, desde su
teoría de las Ideas, sólo el filósofo está habilitado para manejar la imitación
(y los asuntos políticos de la ciudad) y el teatro no. El arte es una mímesis (imitación)
que copia las cosas que, a su vez, son reflejo de las Ideas. La obra de arte
imita el reflejo de la Idea. Una obra que representa la realidad está
distanciada de la existencia real. Es tan sólo una mera evocación, una sombra.
No hay realidad en una obra de arte. El artista es un ilusionista, y sólo el filósofo
puede interpretar las formas divinas a través de un proceso de razonamiento” (Herreras).
De la música se censura su
tendencia a embriagar los sentimientos y exacerbar las pasiones. Prohibiendo y
recomendando el uso de ciertos instrumentos musicales, expresa como aceptables
aquellas melodías que expresan el ethos
del hombre valiente o sereno. La cultura música es el auténtico alimento
cultural. El ritmo y la armonía es lo que más profundamente penetra en el alma
del educando. El joven educado en lo músico experimenta una seguridad infalible
del goce de lo bello y odio de lo feo. “Por tanto, para Platón el camino que
conduce a la educación de los ojos de la inteligencia es el de la educación del
carácter, la cual, sin que el hombre tenga conciencia de ello, modifica su
naturaleza de tal modo por la acción de las fuerzas espirituales más vigorosas:
la poesía, la armonía y el ritmo, que por último le es dable alcanzar el
principio supremo a través de un proceso que va acercándole a su misma esencia”
(Jaeger). Para que exista la educación es necesario que el Estado funja como
autoridad legislativa, como medio ambiente y como la atmósfera que respira el
hombre. “En la
República establece Platón detalladamente el programa de estudios que debería
imperar en la ciudad ideal, haciendo especial hincapié en el educación de los
gobernantes. Todos los niños y niñas deberían recibir inicialmente la misma
formación. Platón considera que la educación recibida en los primeros años de
la vida es fundamental para el desarrollo del individuo, por lo que en la
ciudad ideal nadie ha de ser privado de ella, ni en razón de su sexo ni por
ninguna otra causa: el proceso educativo tiene, al mismo tiempo que un objetivo
formativo, la misión de determinar qué tipo de alma predomina en cada
individuo, es decir, su naturaleza, en virtud de la cual formará parte de una u
otra clase social” (Webdioania).
La gimnasia es otro
componente de la paideia de los
guardianes. “La gimnástica comprende todo lo que es
cuidado del cuerpo y tiende a absorber la medicina o a suprimirla; entraña un
régimen no sólo de alimentación, sino de conducta, con condenación de los
excesos de gula y de lujuria. Lo más significativo es que, en último término,
la gimnasia, como la música, se endereza al provecho del alma mediante la ayuda
que presta a la formación del carácter” (Fernández-Galiano). Esta clase educación se refiere al ejercicio
físico, la alimentación y los hábitos saludables. Luego de la formación
espiritual en su plenitud, viene el cuidado del cuerpo mediante la gimnasia, ya
que el atleta es el prototipo de la fuerza física y sirve para desarrollar y
templar el ánimo de los guerreros o soldados; por ello no podrán embriagarse. Así
como los guardianes educados con la cultura música no necesitan de jueces ni
leyes, tampoco necesitan de consejos médicos si están educados en la gimnasia. Mientras
la gimnasia educa el cuerpo del soldado, la música forma su alma; sin embargo,
la gimnasia y la música, de manera equilibrada y armónica, educan
primordialmente el alma. “Esa parte física basada principalmente en un culto a las fuerzas y
en un culto a la pureza era la Gimnasia, y la parte espiritual era la Música,
pero por Música entendían el ejercicio de las Musas. Sabido es que las Musas
eran las antiguas Diosas que regían la Historia, la Oratoria, la Música
propiamente dicha, la Pintura, el Teatro, o sea, que el joven tenía estas dos
grandes vertientes, se pretendía un cuerpo sano y se pretendía un espíritu
cultivado, un espíritu propenso a las artes y a todo lo que fuese humanista”
(Cortez). Como la gimnasia y la música son una unidad
inseparable de utilidad para la paideia, estos dos tipos de educación se impartirán
con la debida moderación, sin incurrir en extremos o excesos que afecten el
espíritu y la conducta del hombre. “La armonía de la paideia musical y atlética
es la educación sana” (Platón). En esta bella
armonía se condensa el difícil arte de la verdadera paideia. “Los ejercicios físicos siempre
han tenido en Grecia un papel preponderante. Esto por su potencial bélico y
cívico. Cuando Platón describe su Estado ideal da cuenta de la importancia de
la educación de los ciudadanos, cada uno educado de acuerdo a las funciones que
tendría en ese Estado: si es artesano será educado en su arte, si es guardián
será formado a través de la música y la gimnasia con el fin de proteger y
vigilar la Polis, si es gobernante será educado para gobernar a través de la
música, la gimnasia y la filosofía (matemáticas, astronomía, armonía musical y
dialéctica) […] El objetivo con todo esto es la transformación del individuo, y
por esto la gimnasia es un ejercicio espiritual cuyo objetivo es ejercitarse en
la fogosidad, la velocidad, la fuerza y la formación del carácter […]Lo que
hemos dicho hasta ahora es que la gimnasia tiene una función específica en el
contexto de la educación en Atenas, una función política, bélica y ética. Todo
esto, en última instancia, está enmarcado en el interés de Platón por lograr
que la persona se gobierne a sí misma y luego pueda proteger y gobernar a la
comunidad. Si bien Platón le da una mayor importancia a la práctica de la
gimnasia por parte de los guardianes y los gobernantes, no podemos perder de
vista el sentido que tiene ésta en su visión del mundo y de la persona. Para
Platón los ejercicios físicos son ejercicios espirituales porque están
orientados a la transformación del individuo y la polis. Pero no es una
práctica aislada, ella es una entre otras que harán que el individuo luche
contra las pasiones del cuerpo y poco a poco se vaya elevando hacia el mundo de
las formas como anticipo de lo que ‘vivirá’
luego de su muerte. El objetivo en la vida filosófica es vivir conforme a la
virtud. La gimnasia ayudará a la formación del carácter del guardián, del
gobernante y en general del ciudadano que desee, porque al igual que el
filósofo, motivará a llevar una vida buena en donde los ojos tengan como
referente la belleza, signo de la verdad” (Rúa).
Los gobernantes o regentes del Estado justo, que
deben ser filósofos y los mejor educados, poseerán las supremas virtudes
guerreras y pacíficas de los guardianes que posean sabiduría práctica, talento,
incorruptibilidad, carácter fuerte, autodominio y preocupación por el interés
colectivo. “Revisando con cierta intensidad y detalle, las opiniones de Platón sobre
la justicia y lo justo, es importante reconocer que siempre mantuvo con mucha
fuerza la idea central de que la figura del filósofo, del hombre sabio,
dedicado a la política podía ser la garantía de un régimen tan ideal como él lo
anhelaba, en el reino de la justicia. Su final preferencia del personaje o la
figura, del gobernante o del responsable, sobre el sistema o la forma de
gobierno en sí misma, es también un tema que destaca, pues aunque poco amigo,
diremos mejor muy poco amigo de la democracia, sus simpatías parecen ir siempre
a favor de la monarquía, además es obvio que siendo su proyecto ‘salvador’ el
de un ‘rey-filósofo’ esta no implica ‘per-se’ una forma monárquica” (Olivari). Lo ideal es aprovechar al
máximo las condiciones inherentes al alma y transformarlo en el genuino
defensor del Estado y la sociedad. En el Estado ideal gobernarán los mejores,
es decir, los más educados. “Hasta que los filósofos gobiernen como reyes o, aquellos que ahora
son llamados reyes y los dirigentes o líderes, puedan filosofar debidamente, es
decir, hasta tanto el poder político y el filosófico concuerden, mientras que
las diferentes naturalezas busquen solo uno solo de estos poderes
exclusivamente, las ciudades no tendrán paz, ni tampoco la raza humana en
general.
Platón describe a estos ‘reyes filósofos’ como aquellos que ‘aman ver la verdad esté donde esté con los medios que se disponen’ y soporta su idea con la analogía de un capitán y su navío o un médico y su medicina. Navegar y curar no son prácticas que todo el mundo esté calificado para hacerlas por naturaleza. Gran parte de La República está dedicada a indicar el proceso educacional necesario para producir estos ‘filósofos reyes’” (Nardini).
Platón describe a estos ‘reyes filósofos’ como aquellos que ‘aman ver la verdad esté donde esté con los medios que se disponen’ y soporta su idea con la analogía de un capitán y su navío o un médico y su medicina. Navegar y curar no son prácticas que todo el mundo esté calificado para hacerlas por naturaleza. Gran parte de La República está dedicada a indicar el proceso educacional necesario para producir estos ‘filósofos reyes’” (Nardini).
El gobernante debe ser sensitivo, agudo, ligero,
fuerte y valiente; dedicarse al cultivo del conocimiento, la belleza corporal,
la dulzura del trato y la proporción musical y oratoria; ser dueño de sí mismo,
visionario de la suprema idea del bien y conocer la verdadera esencia de las
cosas. No se trata de formar en la areté
a la nobleza de sangre, sino educar una nueva élite mediante la selección de
los representantes de la suprema areté.
El gobierno de los mejores se fundamenta en la mejor educación, que fructificará
en las mejores aptitudes naturales. Los mejores sólo pueden ser engendrados por
los mejores, mediante un plan de reproducción controlado por el Estado. El
gobernante se guiará por el poder intelectivo, iluminador y orientador de la
razón Luego prosigue un estricto,
sistemático, extenso, perfecto y complejo proceso de educación, durante el cual
será sometido a diversas pruebas para verificar su integridad física,
intelectual y moral. A cambio de una constitución que regule sus posibles debilidades
que atenten contra el deber ser de gobernar, recibirá una excelsa y elevada
educación. Los guardianes no podrán tener una vida familiar. El verdadero
problema será el de la paideia. El regente es producto supremo de la educación,
y éste será, a su vez, el mejor educador supremo del Estado. Su vida se
caracterizará por la pobreza, severidad y sobriedad. La buena educación es la
base esencial y justa del Estado justo o ideal para que existan hombres
excelentes como seres sociales y morales. La educación es el remedio a los
males que aquejan al Estado. El Estado es el punto de partida de la investigación
del problema de la justicia. El profundizar en el problema de la educación
redunda en beneficio del problema de la justicia. Si se alcanza la meta de
verdadera educación, también se alcanza la de la verdadera justicia. La virtud
de la justicia es una cualidad inherente al alma humana. El mejor Estado
posible y concebible es aquel en donde los regentes, auxiliares e industriales
se limiten a realizar con perfección su oficio correspondiente. Cada cual
poseerá su virtud respectiva: el regente, la sabiduría; el auxiliar, la
valentía; y el artesano, la templanza; la justicia será la virtud en común para
todos. La justicia consiste en la armonía interior del alma que, con arreglo a
sus partes, realiza lo que le corresponde “y el hombre es capaz de dominarse y
de enlazar en la unidad la variedad de contradicciones de sus fuerzas
interiores” (Platón).
La justicia en el Estado construido orgánicamente
consiste en que cada cual la función encomendada por la naturaleza, de acuerdo
con los dotes y talentos de cada hombre (o mujer). La justicia es la salud del
alma, por cuanto es el valor moral de la personalidad. La justicia es la fuente
única de la verdadera dicha y de la auténtica satisfacción. El hombre verdaderamente
justo se halla en posesión de la areté
(el propio valor interior, lo único que hace dichoso al hombre) perfecta y es verdaderamente
dichoso, mientras que el injusto es desgraciado. La justicia es la salud y la
armonía del alma humana. La justicia es el bien supremo o la verdadera
naturaleza del alma, y la órbita de la verdadera liberad. Una vida es digna si
es justa. Exista una sola forma de justicia, pero muchas de su degeneración. La
justicia es el mayor bien al cual puede aspirar un Estado.
El Estado ideal
es la verdadera patria del filósofo. Aunque en la República se diserta, debate y argumenta sobre el Estado, el tema
central es el hombre verdaderamente justo, y su capacidad para crear el Estado
justo. Es, fundamentalmente, una obra de formación humana. Su teoría del Estado
perfecto no es una teoría constitucional, sino una teoría del hombre. La
verdadera educación solamente puede darse en el Estado perfecto. El hombre
perfecto solamente puede formarse en el Estado perfecto y el Estado perfecto
sólo puede formarse por el hombre perfecto. El ideal de hombre justo sólo puede
concretarse en un Estado justo. Como el Estado platónico es un Estado
paradigmático, es un Estado justo, bueno y ético. Si el poder político y el
espíritu filosófico coinciden se superan todos los males de la sociedad. La
miseria política sólo termina cuando los gobernantes sean filósofos, tal como
lo muestra el postulado central de la obra. El filósofo, por naturaleza, está
llamado o destinado a ser gobernante. “El filósofo debe gobernar porque sólo él
posee el verdadero conocimiento, el conocimiento de las Ideas y, entre ellas,
de la idea suprema del Bien. Y porque tiene el verdadero conocimiento, tiene
también, conforme a la concepción socrático-platónica, la verdadera virtud. El
que sea destinado para filósofo-gobernante debe poseer un alma noble, exenta de
bajeza y dotada de facilitad para aprender, pero tales cualidades han de ser
perfeccionadas por la educación; y su fidelidad al servicio del Estado ya los
buenos hábitos aprendidos ha de ser repetidamente comprobada”
(Fernández-Galiano). La filosofía
permite el conocimiento de la idea de bien o de bondad, la suprema virtud de la
cual derivan todas las demás. Únicamente el filósofo posee el conocimiento del
bien. Platón coloca a la filosofía en el centro de la vida. El filósofo, que no
se entrega a la multiplicidad de impresiones sensoriales ni se deja arrastrar
por el oleaje de las opiniones, es el único que sabe qué es lo bello y lo
justo. “El filósofo es el hombre que lleva en su alma un paradigma diáfano”(Platón).
La filosofía contribuye a la solución de los problemas fundamentales y
acuciantes de la sociedad. La búsqueda de la verdad en gracia al conocimiento
caracteriza a la filosofía. “El conocimiento de la norma suprema, que el
filósofo alberga en su alma, es la clave de bóveda en el sistema del estado
educativo platónico” (Jaeger). La “norma suprema” también se le conoce como “la
imagen modelo” de todo lo que en mundo merece llamarse bueno; lo más dichoso de
todo lo existente. La idea del bien es
el supremo paradigma cuyo conocimiento alberga en su alma el filósofo. “Por el
lento camino descrito, ascético en su comienzo, racional después y místico en
su final, es llevado el filósofo a la contemplación del Bien, que es en el
mundo inteligible lo que el sol en el sensible. Platón se ha expresado respecto
a él de manera entusiasta, pero misteriosa y en ciertos aspectos contradictoria,
por lo que no es extraño que el «Bien platónico» quedara entre los antiguos
como constante símbolo de lo oscuro y enigmático. El Bien procura el
conocimiento y la verdad, pero es superior a ambos; a la manera que el sol da a
los objetos sensibles no sólo la posibilidad de ser vistos, sino la generación,
el medro y el sustento sin ser generación él mismo, así a los objetos
inteligibles o ideas otorga el Bien no sólo la posibilidad de ser conocidos,
sino la existencia y la esencia sin ser él esencia, sino algo superior a ella
en majestad y poder” (Fernández-Galiano).
El filósofo no
es el intelectual abstracto de nuestro tiempo, sino un hombre desapegado de
bienes materiales, no vive de sucedáneos, desprecia la jactancia, posee cierto
encanto, es dialéctico, amigo de la verdad, dueño de sí mismo y practicante de
la justicia y la valentía. Como busca la armonía del espíritu y el carácter, es
un kaloskagathos o caballero. El
regente no procede de la nobleza de nacimiento, sino de la nobleza del
espíritu. Quien pretenda ser regente tendrá que remontarse, a través de la
suprema paideia, a la más alta cumbre de la cultura espiritual. Los
gobernantes, además de filósofos, deberán ser bellos, fuertes y distinguidos, y
temperamentos seguros y valientes, poseer una cultura superior del espíritu
(agudeza, facilidad de comprensión, memoria y tenacidad), aptos para el juego
ágil de la dialéctica, amar la verdad y detestar las mentiras, matemáticos,
etc. Los regentes despreciarán los honores que se les confieran, puesto que su
honor consistirá sólo el de instaurar un verdadero reinado basado en la
justicia.
Mientras que la
enseñanza de las matemáticas, como propaideia, debe comenzar desde la niñez, la
cultura espiritual debe iniciar más tarde, para evitar que el aprendiz, por ser
aún niño, no demuestre interés por aprender; interés que no se puede imponer
mediante la coacción y el castigo, debido a que el saber impuesto al alma no se
adhiere a ella. Se debe enseñar como si fuera jugando. Mediante la pedagogía
lúdica se puede detectar para qué está mejor dotado cada cual. No se debe impartir
educación mecánica. Si la educación se degenera se vuelve patológica, y, por
ende, se degeneran las formas de gobiernos y se convierten en injustos por
culpa de sus gobernantes injustos. La timocracia, en donde mandan sólo los
ricos; la oligarquía, en la gobiernan unos pocos “privilegiados” y favorecidos
por la fortuna y la cuna de nacimiento; la democracia, en la que aparentemente
mandas todos, y la tiranía, en la cual gobierna un tirano despótico y
totalitarista, son formas de gobiernos degenerados e injustos. Todas las formas
de Estado, excepto la del Estado educativo puro, son manifestaciones patológicas. Por la
patología de la educación del hombre ideal en el Estado ideal, tanto el hombre
justo como el Estado justo degeneran en gobernantes y gobiernos degenerados: el
hombre ideal y el Estado o gobierno ideal degenera en timocracia, la timocracia
en oligarquía, la oligarquía en democracia y ésta en tiranía, que la peor forma
de gobierno injusto y el tirano el peor de los hombres injustos. “Platón concebía
lo primitivo como lo más perfecto, y, a partir de ese régimen admirable de
tiempos remotísimos y no atestiguados, se sucedían las cuatro formas políticas
de la ciudad por este orden: timarquía [timocracia], oligarquía, democracia,
tiranía. La evolución del Estado tiene su paralelo en la evolución del
individuo: el predominio de cada una de las partes del alma corresponde al predominio
de una determinada clase social en aquél, y así el individuo timocrático pasa a
hacerse oligárquico, el oligárquico se convierte en democrático y este último
en tiránico” (Fernández-Galiano). Como el hombre tiránico (que no controla sus
apetitos superfluos) elimina a los mejores hombres (los justos), necesita de
hombres muertos (injustos) para su alma muerta (injusta). “El tipo tiránico de
hombre surge del predominio de una vida instintiva anormal en el alma. Es el
fruto de una recaída en su fase prehumana de lo psíquico, la cual, encadenada
generalmente a lo subconsciente, sólo vive dentro de nosotros una existencia
subterránea (…) Los sentimientos de vida del hombre tiránico no conocen la
verdadera amistad ni la verdadera libertad. Vive lleno de recelos y su
verdadera esencia es la injusticia. El hombre tiránico y su imperio son el
reverso completo del hombre justo y del estado justo. Y así como el hombre
justo es dichoso, pues la justicia no es otra cosa que la salud del alma, el
tirano es desgraciado, porque en su interior se ha roto el orden natural […]
¿No es acaso el alma del tirano como la ciudad gobernada tiránicamente, no
sufre de la misma enfermedad que ésta? Es de todas las formas del alma humana
la más esclavizada, pues no conoce la libertad y se halla dominada por
instintos exaltados a manías. No es, pues, lo mejor, sino lo peor lo que impera
en ella. Se halla poseída constantemente por la inquietud y el arrepentimiento.
Es pobre e insaciable, llena de temor y de quejas, de depresión y de dolores” (Jaeger).
Este tipo de denegación patológica de los gobiernos influye perniciosamente
entre las relaciones de los padres con los hijos. “La timocracia nace de la
oposición del hijo contra el modo de vida del padre, exento de ambiciones y
preocupado sólo de su propia obra. […]el hijo del hombre democrático no se
contenta con el postulado de los anhelos superfluos cuya satisfacción
consideraba su padre como signo de verdadera libertad y humanidad, sino que se
convierte en un aventurero lanzado a navegar sobre el mar agitado de los
instintos anormales… La tiranía nace en el alma del joven por el hecho de
convertirse en juguete de sus instintos. El padre y todos los que tienen alguna
influencia educativa sobre él se esfuerzan en desviar sus afanes de los cauces
de lo ilegítimo, por los que discurren, hacia derroteros menos peligrosos” (Jaeger).
“El hombre tiránico es el que deja sus bajos apetitos por dueños de sí mismo, y
el tirano político, el que, una vez conseguido el poder, los entroniza sobre la
ciudad entera” (Fernández-Galiano).
Como quiera que
el futuro regente, gobernante o estadista del Estado perfecto, requiere de una
“lección mayor” (mediante el camino de la “cultura política”), debe tener un
conocimiento pericial y exacto del supremo bien de toda conducta humana
mediante el cultivo de la ciencia dialéctica. Transformar el Estado en una
institución educativa enfocada en el desarrollo integral del alma humana como
el más alto valor individual y social, es la suprema misión de la educación en
el Estado ideal. La “lección mayor o fundamental” es la idea del Bien: todo lo
bello, justo, etc., es provechoso y saludable. El filósofo es el llamado a
gobernar, porque solamente conoce la esencia de la idea del Bien. Quien desconozca la idea
del Bien, ¿cómo puede tomarla como paradigma, esto es como el fin que dé
integridad a su persona tanto en su vida privada como pública? Quien desconoce la idea
del Bien, tampoco se conoce a sí mismo, y por eso ignora qué es buen para él, para el Estado y sus gobernados. Desconoce su propia naturaleza, su
función y la areté propia del alma humana. “Sin
embargo, por más que el filósofo conozca la esencia de la idea del Bien y de la
Belleza, nunca poseerá la sabiduría, que es exclusiva de los dioses. “Ellos son
sabios (sofoi), los hombres, en
cambio, solo son amantes de la sabiduría (filosofoi).
Aun cuando pueden llegar a soportar (anasxesthai)
la contemplación de las Formas inteligibles y el Bien, no han dispuesto siempre
de ella ni pueden permanecer constantemente en ella. Pretender lo contrario es
una forma de desmesura también basada en el desconocimiento de sí. Pues, en
contraste con los dioses, el hombre en cuanto hombre es un ser indigente: Ninguno de nosotros se basta a sí mismo,
señala Platón como razón para la formación de la polis” (Gutiérrez).
A la idea del Bien,
Platón le asigna el más alto rango en el reino de los valores. La belleza, la
simetría y la verdad caracterizan a la idea del bien. El principio supremo es
la ideal del bien. Tal idea es la fuente de verdad y cognoscibilidad, y la que
posibilita que el mundo cognoscible sea cognoscible. El conocimiento del bien
no es el bien en sí mismo. La verdadera pauta es el bien en sí. La idea del
bien es en sí buena, lo bueno bajo su forma más perfecta, lo más bello de
cuanto existe. “La idea del Bien es, en la República, la norma absoluta que
sirve de base a la noción de la filosofía como el supremo arte de la medida, que aparece ya desde muy pronto en el
pensamiento Platónico y que se mantiene en él hasta el final” (Jaeger). El bien
y la dicha son una y la misma cosa. El bien en sí del bien en sí se revela como
la divina causa última de todo ser y de todo pensar. La plena humanidad sólo
puede realizarse en la medida eterna (o en la semejanza a lo divino). La
metafísica de la paideia es una ontología que culmina en la ideal del Bien. Al
ser ontología se halla ligado al hombre y a su voluntad. “La idea del Bien que
colma de sentido y de valor el mundo de las ideas de Platón aparece como la
meta natural de todas las aspiraciones y su conocimiento reclama del hombre y
de sus actos una adecuada actitud” (Jaeger). El conocimiento de la idea del Bien,
medida de las medidas, es la meta suprema de la paideia.
La educación
consiste en sacar, con la ayuda de la dialéctica, el conocimiento de la verdad
que yace en el alma del niño, ya que dentro de su ser interior están latentes
las dotes de cada uno. En volver o hacer girar todo el alma hacia la luz de la
idea del bien, que es el origen de todo, consiste la esencia de la educación
filosófica. Las matemáticas, encargadas de despertar el pensamiento en el
educando, se constituyen, dentro del proceso pedagógico, en la propaideia de los futuros regentes. “La
ciencia aritmética es indispensable para la formación de los
"regentes", entre otras razones, por su valor militar” (Platón). En
concepción de éste, las matemáticas es un estudio humanístico, sin el cual el
hombre no sería hombre. El estudio de
las matemáticas constituye apenas el preludio o preparación para toda la
paideia de los gobernantes. “Los estudios matemáticos previos comprenden la aritmética,
la geometría, la estereometría o geometría de los sólidos, la astronomía y la
armonía musical; considérase la necesidad y provecho de cada una para llegar,
por fin, a la suprema disciplina de la dialéctica” (Fernández-Galiano).
La reconocida Alegoría de la caverna es una imagen de
la paideia. Este mito representa la
encarnación simbólica de la esencia de la paideia. “Los hombres son como unos prisioneros encadenados en el
interior oscuro de una caverna
(representa el mundo sensible), lo único que conocen del mundo son las sombras que se proyectan en la
pared de la misma y piensan que estas sombras son realidades, cuando únicamente
son ‘opiniones’. Pero si se atreven a salir de la caverna, es
decir, de la ignorancia o
de la mera opinión, descubrirán que las sombras que se reflejaban en la pared
no eran más que apariencias de la verdadera realidad, las Ideas, representada
por el exterior de la caverna. Ahora bien, no todos
los hombres se atreven a salir de la ignorancia del mundo sensible,
sólo los filósofos lo hacen, y al conocer la verdadera realidad son los más
capacitados para gobernar la polis, de acuerdo con las ideas de Justicia y Bien” (Ficus). Sus prisiones sólo contemplan las sombras, a las que toman por
verdadera realidad. Quien logra liberarse de las cadenas y contemplar la luz se
da cuenta que las sombras no constituyen la verdadera realidad. Las sombras
corresponden al mundo sensible, aparente, material e ininteligible; la luz
pertenece al mundo racional, real, ideal e inteligible. Esta alegoría
representa la naturaleza humana y su
actitud ante la cultura (paideia) y
la incultura (apaideusia). Aquí se
enfoca la paideia desde el punto de vista del hombre, es decir, como la
trasformación y purificación del alma para poder contemplar el ser supremo. La
alegoría simboliza el ascenso del alma al reino de la luz y de la verdadera
realidad. El Estado ideal, el conocimiento de la causa última del universo
(fundamento de todo lo bueno que hay en el mundo), se convierte en la base y la
meta del Gobierno. En política, el conocimiento del bien (meta de todos los
actos) posibilita el reinado de los filósofos.
En el simbolismo de la caverna se evidencia la siguiente imagen: así como
la luz del sol ilumina el universo físico, también la idea del bien ilumina el
universo moral del hombre individual y colectivo. “Lo que esta alegoría refleja
en la experiencia visual vivida por los cautivos es el camino del espíritu: su
ojo intenta, después de volverse hacia la salida de la caverna y hacia el mundo
real, mirar por vez primera los seres vivos, luego las estrellas y por último
el mismo sol” (Jaeger). La caverna contiene la metafísica de la condición
humana. En esta alegoría, la caverna física simboliza el mundo sensible o de
los sentidos, mundo aparente en el que viven engañados los hombres; los
prisioneros que moran atados en el interior de la caverna simbolizan los
hombres ignorantes que se dejan llevar por las apariencias. La luz del sol
simboliza la guía que permite conocer las cosas reales, y la idea del bien:
causa de todo lo bueno, bello, recto, virtuoso, justo y verdadero. “De este
modo ha de ser entendido el símil del sol: es éste el que permite que veamos
los objetos sensibles y, al mismo tiempo, el que les da ser y medro
conveniente; pues bien, la bondad es igualmente la que da madurez a las ideas,
la que las hace «perfectas»” (Fernández-Galiano).
La alegoría de la
Caverna, que simboliza el camino que va desde el conocimiento aparente hasta el
conocimiento verdadero, presenta a la educación y a la filosofía como el medio
para acceder al conocimiento o sabiduría. Simboliza los grados del
conocimiento, los grados ontológicos de la realidad, y la cosmovisión política,
ascética, mítica y teológica del autor. “Esta alegoría señala que elevarse a un
nivel más alto requiere esfuerzo y disciplina, por eso le da tanta importancia
a la educación, para conducir a los jóvenes al conocimiento de la verdad y los
valores eternos y absolutos y para salvar a la humanidad de pasar la vida en un
sombrío mundo de errores, mentiras, prejuicios, ciegos de los verdaderos
valores” (La Guía Filosófica 2000).
La cultura dialéctica ocupa un lugar primordial en la paideia platónica. La filosofía dialéctica constituye la auténtica paideia. “La dialéctica lleva al conocimiento de las ideas o realidades primeras inteligibles, que existen antes de las cosas y separadamente de ellas y por las cuales las cosas son lo que son” (Fernández-Galiano). Según Platón, el dialéctico es el sinóptico que ve la concatenación y la afinidad de las materias y los campos del saber. La dialéctica, que es el verdadero camino hacia el conocimiento verdadero, permite penetrar mediante al pensamiento a la esencia de las cosas. “El carácter de la dialéctica sólo puede determinarse poniéndolo en relación con los demás tipos del saber humano” (Jaeger). El conocimiento que confiere la dialéctica es tan superior al conocimiento matemático (auxiliar de la dialéctica) en cuanto al contenido del ser como las cosas reales del mundo visible lo son respecto a sus sombras o imágenes reflejas. Platón plantea que el dialéctico es el hombre que comprende la esencia de cada cosa y sabe dar cuenta de ella. El dialéctico discierne la idea del bien de todas las demás, separando “lo bueno en sí” de las distintas cosas, personas, actos, etcétera, que solemos llamar “buenas”. La verdadera fuerza de esta paideia, que enseña a preguntar y contestar científicamente, es el estado perfecto de vigilancia que infunde a la conciencia. La dialéctica es la cultura propia de los regentes y constituye la cumbre de todo conocimiento. “El conocimiento del sentido es la meta final del conocimiento del ser” (Jaeger). La preocupación por el problema de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, constituye la meta de la dialéctica. “Uno de los principales campos de investigación lo constituyó la dialéctica, concebida como el arte de pensar ligado al lenguaje, como una gramática de las ideas, elaboración técnica de los conceptos y de sus relaciones. La dialéctica es la forma suprema de la actividad pedagógica: discusión, discurso, argumentación [...] Una educación estricta, dispensada por el Estado, está destinada a formar esta élite intelectual. Para conseguir la armonía y la justicia de esta ciudad platónica, es necesaria una educación gimnástica y musical para la formación del alma. La educación, especialmente los cinco años que recomienda Platón al estudio de la Dialéctica, para todos los jóvenes que muestren capacidad para ejercer las funciones de gobierno, reviste una importancia decisiva en su proyecto político. Platón piensa en un Estado gobernado por filósofos, es decir, por intelectuales maduros que posean la ciencia suprema de la dialéctica, la ciencia de las Ideas, cuyo punto culminante es el conocimiento de la Idea del Bien. La Dialéctica es, como la llamará en el Sofista, la ciencia de la totalidad que sólo poseen los verdaderos filósofos, que se convierten así en educadores y son la conciencia crítica de la polis, por su visión abarcante del mundo y de los hombres, orientada según la verdad, el bien y la justicia […] El pensamiento de Platón sobre educación y política tiene en su centro un acercamiento a lo educativo como un hecho humano fundamental, que se resume en el término paideia. La areté, objeto de toda paideia y de todo arte político, se resume en el conocimiento y práctica del bien y la justicia. Ni paideia ni política son actividades indiferentes en sí, sino que son formas de ser y de vivir un ideal virtuoso. Aparece siempre una constante en los diálogos platónico: no existe política sin paideia y toda paideia se orienta a la construcción de la sociedad y del estado” (Nardini).
APORTES PARA LA POSTERIDAD
“La República” (considera por algunos críticos como la primera
“utopía” de Occidente), que una es un tratado de una riqueza temática y
enciclopédica formidable, se constituye en un patrimonio cultural que aborda
diversos aspectos de interés para la humanidad, como política, estética,
pedagogía, ética, epistemología, metafísica, sociología, medicina, derecho, antropología,
economía, ontología, dialéctica, axiología, crítica literaria, teología y psicología,
entre otros.
Si bien es
cierto que esta obra responde a las problemáticas puntuales del tiempo,
contexto y cultura de la Grecia antigua, el aporte a la posteridad es innegable:
contribuye a sentar las bases del derecho internacional; propende por la igualdad de oportunidades
entre ambos sexos; sienta las
bases de la pedagogía; defiende
la pedagogía lúdica; muestra
que el arte de gobernar puede ser aprendido; determina por sí mismo la esencia y el valor
de la justicia; enseña que
la justicia es la verdadera y auténtica naturaleza del alma; descubre al hombre
absolutamente justo y define la esencia del hombre absolutamente injusto; plantea que la vida feliz es la
vida sabia y virtuosa (la vida justa); determina que la verdadera justicia sólo
existe en la estructura interior del hombre y en la relación adecuada de las
diversas partes de su alma entre sí; indica que el gobierno de la razón señala el límite a nuestros
apetitos y ordena nuestras emociones en base al conocimiento de lo que
realmente es bueno, debido a que nuestros deseos de honores y prestigio, de
riqueza, poder y sexo son naturalmente insaciables y por eso mismo no pueden
conducir a la realización plena de nuestro ser (la eudaimonía) sino que, antes bien,
pueden tener como consecuencia la desintegración de la persona y su
sometimiento a la búsqueda exclusiva e ilimitada de esos bienes como fines en
sí mismos; establece
que la verdadera característica esencial de la democracia es la igualdad de
derechos y la provisión de cargos por sorteo; demuestra cómo el ideal filosófico de vida se
convierte en el verdadero ideal de vida humano; persuade que el exceso de
libertad es el camino más corto hacia la carencia absoluta de libertad, etc.
Se aprecia que Platón (genial en la concepción de su obra, en
cuanto a unidad de forma y contenido) no era partidario de la
esclavitud, propendía por la igualdad de los sexos, además de mostrar que lo
justo, que es lo sano, es a lo que debe aspirarse y debe hacerse, por lo único
adecuado a la naturaleza del alma. Su obra, que describe las constituciones con
maestría sicológica, es un paralelismo entre el Estado justo y el hombre justo.
Nos sensibiliza que la causa del mal hay que buscarla en la educación y no en la
naturaleza, que por sí misma es buena.
Es muy posible que el Estado platónico no se haya realizado ni
pueda realizarse, pero sí podemos y debemos construir incesantemente el Estado
en nosotros. Aunque su Estado sea una utopía, el valor de ésta es interesante
por cuanto sienta las bases del Estado y del hombre justo. El hombre justo
platónico solamente es ciudadano en el pleno sentido de la palabra dentro del Estado
que alberga en su alma y cuya ley aspira a cumplir cuando realiza de ese modo
su deber. Podemos observar cómo la discusión culmina en la fundación del “Estado en nosotros”, de la personalidad
humana, que es la meta de toda la obra. La finalidad principal (sólo
secundaria) de Platón no es fundar un Estado real, sino enfocar su conocimiento
hacia el logro de la educación del hombre. Según Platón, la educación por medio
de la filosofía es la única verdadera. Uno de los aspectos de interés para la
posteridad lo encontramos en la intención de fundar la política sobre bases
éticas, debido a que la transformación política debe partir de la educación
ética del hombre, por cuanto la ética es el principio de conducta de la
comunidad y del Estado que rige el comportamiento humano.
Independiente de que algunos afirmen que “La República” es el origen del comunismo y de los totalitarismos, y
haya en ella cierto determinismo al “condenar” a cada persona a realizar una
sola actividad, debo rescatar su valor pedagógico y la forma argumentada de
discutir, respetando los puntos contrarios a nuestra manera de pensar,
convenciendo sólo con argumentos y razones, mas no con imposiciones.
Como el Estado ideal no se ha concretado en el mundo “real”, no
podemos saber si Platón estaba o no estaba en lo cierto. Al leer la obra, más
de dos mil años después de haber sido escrita, nos parece un disparate en
nuestro tiempo y contexto político, económico, social y cultural. Actualmente
sería imposible implementarla. ¿Pero qué tal que ese Estado ideal hubiera
prosperado? ¿Cómo estaríamos: mejor o peor? Eso no lo podremos saber nunca con la debida certeza. Lo cierto es que
la obra sí es un referente en filosofía política, filosofía del derecho, ética
y, sobre todo, en educación. Ningún estudioso de la política, del derecho, la
ética y la educación puede ignorar el contenido y el sentido de esta magna obra
filosófica.
Si los gobernantes tuvieran en cuenta sus enseñanzas, serían
mejores dirigentes y, específicamente, mejores personas. Sin duda alguna, si
los gobernantes fueran filósofos o los filósofos fueran gobernantes, su manera
de gobernar sería más justa y sabia. No pretendo que los gobernantes actuales,
para ser justos, conocer la verdad y la esencia del bien y de la belleza, deban
someterse a esa educación tan extensa y rigurosa, no poseer riquezas ni tener
familia (esposa e hijos). Sin necesidad de esta abrumadora carga académica y
esas privaciones, algunos de los filósofos actuales podrían ser excelentes
gobernantes y desempeñar convenientemente el rol de “rey filósofo” que les
asignaba Platón. “Hasta que los filósofos sean reyes no habrá justicia ni bien
en el Estado” (Stewart).
Estoy completamente de acuerdo con el aserto platónico de que los
filósofos buscamos el conocimiento de la verdad y penetramos en la esencia de
las cosas, somos justos y construimos el Estado ideal en nosotros. ¡Qué lástima
que en nuestra sociedad actual, tan pragmática, utilitarista, consumista y
competitiva, los filósofos no sean “útiles”! ¿Qué “útiles” pueden ser si en
esta sociedad no impera la verdad, la justicia, la libertad, la belleza, el
arte, la ética, la educación libertaria y la auténtica política? El filósofo
busca que estos ideales “imperen” en la sociedad, para que sea una mejor
sociedad. Como decía Platón, no es que el filósofo no sirva, sino que la
sociedad no lo deja servir.
BIBLIOGRAFÍA
AZCÁRATE, Patricio. Argumento de la República. http://www.filosofia.org/cla/pla/azf07007.htm
CORTEZ,
Johana. La música según Platón.
http://www.diariodecuyo.com.ar/home/new_noticia.php?noticia_id=548851
CUÉLLAR
SAAVEDRA, Óscar. Nota sobre la teoría
política de la República de Platón.
http://rcci.net/globalizacion/2013/fg1616.htm
FERNÁNDEZ-GALIANO,
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