INTRODUCCIÓN
Aunque que para
mí, como para muchos intelectuales, Paulo Coelho, no es un escritor que nos
agrade mucho, es importante sintetizar su conocida novela El Alquimista, por cuanto nos “enseña” que las cosas hay que
buscarlas donde ellas se encuentran y no desperdiciar la vida buscándolas en
otra parte.
ARGUMENTO.
Santiago, un joven pastor de ovejas, realiza un viaje desde
la provincia de Andalucía, en España, hasta las pirámides de Egipto, en busca
de un tesoro; pero al llegar allí descubre que el tesoro no está ahí sino en el
lugar de partida.
RESUMEN Y ANALISIS
Santiago, citado en la novela como “el muchacho”, a pesar
de la insistencia de sus padres de que fuera sacerdote y se quedara a vivir en
su aldea natal, decidió hacer lo que más le gustaba: viajar. Viajar era la
razón de su vida. Por eso se convirtió en un pastor de ovejas, porque los
pastores viajan. “Desde pequeño soñaba con conocer el mundo, y esto era mucho
más importante que conocer a Dios o los pecados de los hombres”. No se
explicaba cómo buscaban a Dios en un seminario. Como pastor podría viajar, que
era el sueño de su vida. “Cuando se cansase de los campos de Andalucía, podía
vender sus ovejas y hacerse marinero. Cuando se cansase del mar, habría
conocido muchas ciudades, muchas mujeres, muchas ocasiones de ser feliz”.
Estudió latín, español y teología. Era aficionado a la
lectura, pero ésta no le dejaba muchas enseñanzas. Sus ovejas le enseñaban más
que los libros. Llevaba un libro grueso que noche le servía de almohada. Como
él pensaba que las ovejas le entendían lo que les decía, “solía leer para ellas
los pasajes de los libros que le habían impresionado o hablarles de la soledad
y de la alegría de un pastor en el campo, o comentarles las últimas novedades
que veía en las ciudades por donde solía pasar”.
A pesar de la vida monótona, rutinaria y mecánica de sus
ovejas, que sólo se preocupan por comer y beber, él aprendía mucho de ellas.
“Encuentro que no son ellas quienes enseñan: soy yo quien aprendo”, pensó.
Ellas nunca tenían que tomar decisiones, posiblemente porque estaban junto a
él. Sólo les bastaba alimentarse y dormir. Como eran bien cuidadas y
alimentadas, confiaban en el muchacho y se olvidaban de sus instintos. “Siempre que le era posible buscaba un
camino diferente para andar... El mundo era grande e inagotable y si él dejase
que las ovejas le guiasen tan sólo un poquito, terminaría descubriendo más
cosas interesantes. El problema es que ellas no se dan cuenta de que están
haciendo caminos nuevos cada día. No se percatan de que los pastos cambian, de
que las estaciones son diferentes, porque están sólo ocupadas con el agua y la
comida”.
Un día, mientras descansaba con su rebaño junto a una vieja
iglesia abandonada, donde crecía un sicomoro en donde antes estaba la
sacristía, por segunda vez tuvo un sueño, en el cual una vieja le contaba que
junto a las Pirámides de Egipto había un tesoro; pero en el momento en que le
iba a revelar el sitio exacto donde estaba, se despertaba. Como pensaba que la posibilidad de realizar
un sueño era lo que hacía la vida interesante, decidió visitar a una gitana que interpretaba los
sueños en la ciudad de Tarifa. La vieja, que sostenía que “los sueños son el
lenguaje de Dios”, le dijo que ella sólo los interpretaba, pero que no los
hacía realidad. Y ésta fue su interpretación: “Debes ir hasta las Pirámides de
Egipto. Jamás oí hablar de ellas, pero si fue una criatura quien te las mostró,
es porque existen. Allá encontrarás un tesoro que te hará rico”. A cambio de
esta interpretación le exigió el 10% del tesoro. El muchacho pensó que se
trababa de una charlatana más y que lo había engañado, ya que “la gente decía
que la vida de un gitano era siempre engañar a los demás”. Por eso “salió
decepcionado y decidió nunca volver a dar más crédito a los sueños”.
Su alegría era encontrarse en Tarifa con la hija de un rico
comerciante, la cual había conocido el año anterior. En consecuencia, estaba
muy feliz. Sin embargo, le preocupaba que ella ya lo hubiera olvidado, ya que
por allí pasaban muchos pastores. “No importa –dijo el muchacho a sus ovejas-.
Yo también conozco a otras niñas en otras ciudades”.
Le gustaba su vida como pastor, porque podía viajar y conocer
gente que modificaban su vida. “Uno siempre acaba haciendo nuevos amigos y no
tiene necesidad de estar con ellos un día tras otro. Cuando la gente ve siempre
las mismas personas acabamos haciendo que pasen a formar parte de nuestra vida.
Y como forman parte de nuestra vida, pasan también a querer modificar nuestra
vida. Si no actuamos tal como ellas esperan, se disgustan. Porque todas las
personas tienen una idea exacta de cómo debemos vivir nuestra vida. Y nunca
tienen idea de cómo deben vivir la suya propia”.
En Tarifa se encontró con su primer maestro: Melquisedec,
un viejo que decía ser el rey de Salem. El muchacho le contó lo que hacía, le
platicó de sus sueños y le habló de los libros que leía. El viejo, luego ojear
un libro que llevaba el muchacho, dijo que “es un libro que dice que lo que
dicen casi todos los libros. De la incapacidad de las personas para escoger su
propio destino. Y termina haciendo que todo el mundo dé crédito a la mayor
mentira del mundo”. Esa mentira consistía en que “en un momento determinado de
nuestra existencia, perdemos en control de nuestra vida, y ella pasa a ser
gobernada por el destino”. El muchacho dijo que con él no había ocurrido lo
mismo, porque sus padres querían que fuera sacerdote y decidió ser pastor. Como
creía que el viejo era otro gitano charlatán, pensó que éste decía cosas
extrañas. “A veces es mejor estar con las ovejas, que son calladas y se limitan
a buscar alimento y agua. O es mejor estar con los libros, que cuentan
historias increíbles siempre que queremos oírlas. Pero cuando uno habla con
personas, éstas dicen algunas cosas y nos quedamos sin saber cómo continuar la
conversación”.
Cuando el muchacho estaba a punto de dejar al viejo y
continuar, pensó en su sueño, entonces el rey de Salem le dio una demostración
de que en realidad sabía cosas y que no era un gitano. Entonces el muchacho le
preguntó por qué un rey hablaba con un pastor. “Existen varias razones. Pero
digamos que la más importante es que tú has sido capaz de cumplir tu Historia
Personal”, dijo el viejo, quien le explicó que ésta “es aquello que tú siempre
deseaste hacer. Todas las personas, al comienzo de la juventud, saben cuál es
su Historia Personal. En esa altura de la vida todo está claro, todo es
posible, y ellas no tienen miedo de soñar y desear todo aquello que les
gustaría hacer en sus vidas. No obstante, a medida que va transcurriendo el
tiempo, una fuerza misteriosa empieza a tratar de demostrar que es imposible
realizar la Historia
Personal”. Las fuerzas misteriosas “son las fuerzas que
parecen malas, pero en realidad te están enseñando el modo de realizar tu
Historia Personal. Están preparando tu espíritu y tu voluntad, porque existe
una gran verdad en este planeta: seas quien seas o hagas lo que hagas, cuando
quieras con voluntad alguna cosa, es porque este deseo nació en el alma del
Universo. Es tu misión en la
Tierra”. El muchacho pensaba que con esto de las “fuerzas
misteriosas” iba a descrestar a la hija de comerciante.
El viejo, convencido de que el muchacho trataba de vivir su
Historia Personal y estaba a punto de desistir de ella, le dice que la única
obligación de los hombres es cumplir su Historia Personal, advirtiéndole que si
uno quería una cosa, todo el Universo conspiraría para que se realice ese
deseo. Todos estamos en condiciones de realizar lo que soñamos. “La personas
aprenden muy pronto su razón de vivir. Quizá sea por esto que también desisten
muy pronto. Pero así es el mundo”, dijo el viejo. Este dijo al muchacho que si
quería saber acerca del tesoro, tendría que darle una décima parte de sus
ovejas. El muchacho le ofreció una décima parte del tesoro. “Si quieres empezar
prometiendo lo que aún no tienes, vas a perder tu voluntad de conseguirlo”, le
advirtió el viejo. Como todo en la vida tiene un precio, el viejo le exigió la
décima parte de las ovejas para enseñarle “cómo conseguir el tesoro escondido”.
El muchacho, pensando en que a veces era mejor dejar las
cosas como estaban, se dirigió a un lugar alto de la ciudad, donde reflexionó
sobre su sueño y su destino. “Estoy entre las ovejas y el tesoro”, pensaba.
Tenía que decidir entre lo que se había acostumbrado o lo que le gustaría
hacer. Era importante la hija de comerciante, pero lo eran más sus ovejas. Ella
ya ni se acordaría de él. “Tenía la certeza de que si no apareciese dentro de
dos días la niña no lo notaría: para ella todos los días eran iguales y cuando
todos los días resultan iguales es porque las personas dejaron de percibir las
cosas buenas que aparecen en sus vidas siempre que el sol cruza el cielo”.
Luego de haber vendido rápidamente sus ovejas, pensó que
eso era una buena señal, lo que el viejo llamaba Principio Favorable. “Si fueses a jugar a las cartas por primera
vez, casi con certeza ganarías. Suerte de principiante... Porque la vida quiere
que vivas tu Historia Personal”, dijo el viejo. “¿Dónde está el tesoro?”,
preguntó el muchacho. “El tesoro está en Egipto, cerca de las Pirámides... Para
llegar hasta allí, tendrás que seguir las señales. Dios escribió en el mundo el
camino que cada hombre debe seguir. Sólo se trata de leer lo que él escribió
para ti”, respondió sabiamente el viejo. Una mariposa revoloteó entre los dos
como señal de buena suerte. El rey le entregó dos piedras: una blanca y una
negra. “Se llaman Urim y Tumim. La negra quiere decir sí, la blanca quiere decir no.
Cuando no consigas descifrar las señales, ellas te servirán. Haz siempre una
pregunta objetiva. Pero de un modo general, procura tomar tus decisiones. El
tesoro está en las Pirámides y esto ya lo sabías; pero tuviste que pagar seis
ovejas, porque yo te ayudé a tomar una decisión... No te olvides que todo es
una cosa solamente. No te olvides del lenguaje de las señales. Sobre todo no te olvides de ir hasta el final
de tu Historia Personal”. Le dijo que esas piedras sólo servían a quien sabía
lo quería. Luego le contó una historia, en donde le dijo que el secreto de la
felicidad estaba en contemplar todas las maravillas del mundo, sin olvidarnos
de nosotros mismos.
Con el dinero de la venta de sus ovejas se dirigió hacia la
ciudad africana de Tanger. Allí le advirtieron que tuviera cuidado con los
ladrones. Entró a un bar y estableció diálogo con un árabe, a quien le dijo que
lo llevara a las Pirámides de Egipto. El árabe le dijo que sí, pero que le
diera el dinero porque en ese puerto habían muchos ladrones. El dueño del bar intentó de alertarlo sobre
la inconveniencia de este individuo, pero éste le hizo una seña y salieron del
bar. En la calle el árabe escapó con el dinero, aprovechando que el muchacho se
distrajo mirando una espada muy bella. El muchacho se sintió triste y se acordó
de la señal del dueño del bar. Entonces pensó que era como todas las personas:
“no veo el mundo de la manera que desearía que sucediesen las cosas y no de la
manera como realmente suceden”. No quería llorar, pero lloró. “El muchacho
lloró porque Dios era injusto y premiaba de este modo a las personas que creían
en sus propios sueños... Me siento triste y desgraciado. ¿Qué voy hacer?” Se
sintió traicionado por quien le había prometido llevarlo a las Pirámides.
“Ahora seré más listo”, fue la lección que aprendió.
Cuando el muchacho preguntó si iba a encontrar el tesoro,
intentó sacar las piedras del bolsillo pero se le cayeron porque el saco estaba
roto. Esto lo interpretó como una señal. Recordó que el viejo le había dicho
que debía aprender a respetar y seguir las señales. Entonces guardó las
piedras. “Había comprendido que algunas cosas la gente no debía preguntar, pero
no huir del propio destino”. Se dijo a sí mismo: “Prometí tomar mis propias
decisiones”. Luego de reflexionar si volverse a España a continuar con su vida
de pastor y desistir de su sueño, o convertirse en un buscador del tesoro, se
dijo que él era “un aventurero en busca de un tesoro”.
Sin dinero en su bolsillo, pero con mucha fe en la vida,
buscó trabajo en Tánger. Con mucha creatividad asesoró a un Mercader de
Cristales, y éste le dio trabajo en su tienda de cristales. El muchacho le
indicó cómo mejorar el negocio para vender más y prosperar. Al cabo de un año
el comerciante había obtenido cuantiosas ganancias y el muchacho había ahorrado
suficiente dinero. Pensó que con éste podría regresar a España y comprar
ovejas. Pero ante el desánimo de volver a España con la cabeza baja, recordó
que el rey le había dicho que nunca debía desistir de sus sueños y que siguiera
las señales.
Con la idea de regresar a España, era consciente que las
ovejas le habían enseñado que había en el mundo un lenguaje que todos
comprendían. “Era el lenguaje del entusiasmo, de las cosas hechas con amor y con voluntad, en busca de
algo que se deseaba o en lo que se creía”. Recordando las enseñanzas del rey,
decidió continuar en busca del tesoro. El mercader del cristales lo ayudó a
embarcase en una caravana que iba para el oasis de Al-Fayoum. Cuando se
despidió del mercader sabía que “tenía más confianza en sí mismo y tenía la
voluntad de conquistar el mundo”. El valor es lo más importante para quien
busca el Lenguaje del Mundo.
En la caravana se conoció con un inglés que iba en busca
del Alquimista. Dialogaron sobre libros. El inglés había leído mucho sobre
alquimia. El muchacho se había percatado que las decisiones eran el comienzo de
algo. “Cuando alguien tomaba una decisión, en realidad estaba sumergiéndose en
una corriente poderosa, que lleva a la persona a un lugar que nunca había
soñado a la hora de decidir”. El inglés le dijo que en la vida todo eran
señales. “El universo está hecho por una lengua que todo el mundo entiende,
pero que ya se olvidó”. El inglés buscaba el Alquimista para le enseñara el
Lenguaje Universal. “Por eso estoy aquí. Porque tengo que encontrar un hombre
que conoce este Lenguaje Universal. Un Alquimista llama suerte a la señales. Si yo pudiese, escribiría una
gigantesca enciclopedia sobre las palabras suerte
y coincidencia. Es con estas palabras
es que se escribe el Lenguaje Universal”.
El guía de la caravana advirtió que el desierto era una
mujer caprichosa y aveces dejaba locos a los hombres, y agregó que “en el
desierto, la desobediencia significa la muerte”. El muchacho siguió dialogando
con el inglés. La cadena misteriosa que iba juntando una cosa con otra, desde
ser pastor hasta encontrarse en el lugar donde estaba, le hizo pensar al
muchacho que “cuanto más se llega cerca del sueño, más se va convirtiendo la Historia Personal
en la verdadera razón de vivir”. Un camellero, que era musulmán, comentaba que él había comprendido la palabra
de Alá: “Nadie siente miedo a lo desconocido, porque cualquier persona es capaz
de conquistar todo lo que quiere y necesita. Sólo sentimos miedo de perder
aquello que tenemos, ya sea nuestras vidas o nuestros cultivos. Pero este miedo
desaparece cuando comprendemos que nuestra historia y la historia del mundo
fueron escritas por la misma mano”.
El inglés llevando libros que el muchacho no comprendía le
explicaba que un Alquimista poseía la Piedra Filosofal,
que servía para convertir metales en oro, y el Elixir de la Larga Vida. Le decía
que los alquimistas hablaban un lenguaje difícil para lo entendieran sólo
aquellos que tenían la responsabilidad de entender, porque si no todos
transformarían metales en oro, y éste no valdría nada. “Únicamente los
persistentes, únicamente aquellos que investigan mucho son los que consiguen la Gran Obra. Por eso
estoy en medio de este desierto. Para encontrar un verdadero Alquimista, que me
ayude a descifrar los códigos”. El muchacho le devolvió los libros al inglés.
No lo habían gustado porque eran muy complejos y llenos de símbolos. “He
aprendido que el mundo tiene un alma, y que quien entienda ese Alma, entenderá
el lenguaje de las cosas. He aprendido que muchos alquimistas vivieron su
Historia Personal y acabaron descubriendo el Alma del Mundo, la Piedra Filosofal
y el Elixir. Pero, sobre todo, he aprendido que estas cosas son tan sencillas
que pueden escribirse en una esmeralda”. Esta realidad decepcionó al inglés.
“Los años de estudio, los símbolos mágicos, las palabras difíciles, los
aparatos de la laboratorio, nada de esto había impresionado al muchacho”. El
pensaba que el muchacho no comprendía. El muchacho se decía a sí mismo: “Cada
uno tiene su manera de aprender. Su manera no es la mía, y mi manera no es la
suya. Pero los dos andamos en busca de nuestra Historia Personal, y yo lo
respeto por esto”.
El camellero, amigo del muchacho, le comentaba que él no
temía a las guerras en el desierto, porque vivía su aquí y su ahora. “Estoy
vivo. Mientras estoy comiendo, no haga nada que no sea comer. Si estuviese
caminando, sólo caminaría. Si tengo que luchar, será un día tan bueno para
morir como cualquier otro. Porque no vivo en mi pasado, ni en mi futuro. Tengo
sólo el presente y sólo él me interesa. Si puedes permanecer siempre en el
presente, entonces serás un hombre feliz. Percibirás que en el desierto existe
vida, que el cielo tiene estrellas, y que los guerreros luchan, porque esto
forma parte de la raza humana. La vida será una fiesta, un gran festival,
porque ella es siempre y sólo el momento que estamos viviendo”.
Al llegar al oasis, el inglés busco al Alquimista. Obtuvo
la información que necesitaba. El inglés le dijo al muchacho que ahora no tenía
miedo a fracasar. “El miedo de fracasar fue lo que me impidió probar la Gran Obra hasta hoy”. El
muchacho, por su parte conoció a la bella Fátima, y se enamoraron mutuamente.
Ella dijo que se amaba porque se amaba. “No hay ninguna razón para amar”. El
muchacho prometió que algún día volvería por ella.
El alquimista convenció que al muchacho para que continuara
en busca del tesoro. Compraron dos caballos, y prosiguieron para las Pirámides.
El Alquimista era un hombre sabio. “Sólo existe una manera de aprender. Es
mediante la acción. Todo lo que tú necesitabas saber, el viaje te lo enseñó”,
le dijo el Alquimista. Sobre lo que él llamaba acción, dijo: “Los sabios
entendieron que este mundo natural es solamente una imagen y una copia del
Paraíso. La simple existencia de este mundo es una garantía de que existe un
mundo más perfecto que él. Dios lo creó para que, a través de las cosas
visibles, los hombres pudieran comprender sus enseñanzas espirituales y las
maravillas de su sabiduría”. Le advirtió que muchos alquimistas se habían
equivocado porque buscaban sólo oro. “Buscaban el tesoro de su Historia
Personal, sin desear vivir la propia historia”. El alquimista dijo que lo que
estaba escrito en la Tabla
de Esmeralda no sólo era comprendido por la razón. “La Tabla de Esmeralda es un
pasaje directo para el Alma del Mundo”. Le dijo que la traición era un golpe
que uno no esperaba. El muchacho había aprendido que pocos seguían el camino
trazado, el de la Historia
Personal y el de la felicidad, porque el mundo les asustaba.
“Les parece que el mundo es una cosa amenazadora, y por esto el mundo se
convierte en una cosa amenazadora”. El Alquimista le dijo que debía saber lo
siguiente: “Siempre antes de realizar un sueño, el Alma del Mundo decide
examinar todo aquello que se aprendió durante la caminata. Ella hace esto no
porque sea mala, sino para que podamos, junto con nuestro sueño, conquistar
también las lecciones que aprendemos siguiendo en dirección a él. Es el momento
en que la mayor parte de las personas desiste... Una búsqueda empieza siempre
con la suerte de principiante. Y termina siempre con la Prueba del Conquistador”.
Tres guerreros los interceptaron, pero no los robaron
porque pensaron que el Alquimista y el muchacho estaban locos por las
explicaciones sobre la
Piedra Filosofal y el Elixir de la Larga Vida. El
Alquimista dijo al muchacho que no los habían robado porque “cuando tenemos los
grandes tesoros delante de nosotros, nunca nos damos cuenta. ¿Y sabes por qué?
Porque los hombres no creen en los tesoros”. Según el Alquimista, alquimia “es
penetrar en el Alma del Mundo y descubrir el tesoro que ella reservó para
nosotros... El alquimista es el hombre que conoce la naturaleza y el mundo”.
Mediante la alquimia cada hombre encuentra su tesoro. Los alquimistas “muestran
que, cuando tratamos de ser mejores de lo que somos, todo a nuestro alrededor
se vuelve mejor también”.
Más adelante fueron interceptados por un ejército. Los iban
a matar porque los acusaron de ser espías. El Alquimista dijo al general que a
cambio de sus vidas, el muchacho era capaz de transformarse en viento. El
general les dio tres días de plazo, pero les quitó el dinero y los caballos. El
muchacho se asustó demasiado y recriminó al Alquimista por haber dicho eso, ya
que él no sabía transformarse en viento. El Alquimista lo tranquilizó,
pidiéndolo que no se desesperara, porque se le dificultaría hablar con su
corazón. “El que vive su Historia Personal sabe todo lo que precisa saber. Sólo
una cosa hace imposible un sueño: el miedo de fracasar”.
Al tercer día se presentaron ante el general. El muchacho
invocó al desierto, al viento y al sol para que lo transforman en viento, pero
éstos no pudieron hacerlo porque no conocían el amor. “El amor no es estar
parado como el desierto, ni correr el mudo como el viento, ni ver todo de
lejos... El amor es la fuerza que transforma y mejora el Alma del Mundo. Cuando
penetré en ella por primera vez, encontré que era perfecta. Pero después vi que
era un reflejo de todas las criaturas, y tenía sus guerras y sus pasiones.
Somos nosotros quienes alimentamos el Alma del Mundo, y la tierra donde vivimos
será mejor o peor, si nos hacemos mejores o peores. Es ahí donde entra la
fuerza del amor, porque cuando amamos, siempre deseamos ser mejores de lo que
somos”. Entonces se volvió hacia la
Mano que Todo lo Había Escrito. En lugar de decir nada,
sintió que el Universo se queda en silencio y quedó él en silencio también.
“Una fuerza de amor brotó de su corazón, y comenzó a rezar. Era una oración que
nunca había hecho antes, porque era una oración sin palabras y sin peticiones.
No daba gracias porque las ovejas hubieran encontrado un pasto, ni imploraba
para vender más cristales, ni pedía para que la mujer que había encontrado
esperase su regreso. En el silencio que siguió, el muchacho entendió que el
desierto, el viento y el sol también buscaban las señales que aquella Mano
había escrito, y trataban de cumplir sus caminos sin entender lo que estaba
escrito en una sencilla esmeralda. Sabía que aquellas señales estaban
esparcidas por la Tierra
y por el Espacio, y que en su apariencia no tenían ningún motivo o significado,
y que ni los desiertos, ni los vientos, ni los soles y ni los hombres sabían
por qué habían sido creados. Pero aquella Mano tenía un motivo para todo esto,
y sólo ella era capaz de obrar milagros, de transformar océanos en desiertos y
hombres en viento. Porque sólo ella entendía que un designio mayor empujaba al
Universo hacia un punto en el que los seis días de la creación se trasformarían
en la Gran Obra.
Y el muchacho se sumió en el Alma del Mundo, y vio que el Alma del Mundo era
parte del Alma de Dios, y también vio que el Alma de Dios era su propia alma. Y
que podía, entonces, realizar milagros”. El viento sopló intensamente. El
general los dejó libres y dispuso que fueran escoltados hasta donde ellos
quisieran, pero no les devolvió el dinero.
Al llegar a un monasterio, el Alquimista transformó con la Piedra Filosofal
un metal en oro. Lo dividió en cuatro partes iguales. Una se la entregó al
muchacho, otra al monje que los había atendido, otra para el alquimista y otra
para que el monje se la diera al muchacho cuando regresara, en caso que la
necesitara. Los dos se separaron. El muchacho siguió para las Pirámides, luego
que el alquimista le dijera que el tesoro estaba en donde él se arrodillara y
llorara.
Cuando el muchacho llegó a ese lugar, empezó a cavar pero
unos ladrones le robaron el oro que le había dado el Alquimista y lo golpearon
pensando que allí más oro enterrado. El muchacho les dijo que estaba buscando
un tesoro en ese sitio. Los ladrones se rieron y uno le dijo que él había
tenido un sueño que en una vieja iglesia abandonada, junto a un sicomoro, había
un tesoro. Entonces el muchacho pensó que había encontrado el tesoro. Con la
parte del oro que el Alquimista había entregado al monje, el muchacho regresó
al lugar de partida (la vieja iglesia), y allí bajo el sicomoro cavó hasta
encontrar un grandioso tesoro compuesto por oro, piedras preciosas e ídolos de
piedras incrustados de diamantes. “Realmente la vida es generosa con el que
vive su Historia Personal”, pensó. Entonces fue en busca de Fátima.
COMENTARIO
“El Alquimista” es una novela profunda y llena de un
complejo simbolismo. Su lectura comprensiva requiere de mucha reflexión, por
cuanto se trata de un extenso tratado de sabiduría. El autor, a través de este
sencillo lenguaje metafórico, nos enseña que debemos luchar, sin importar las
dificultades, para hacer realidad nuestros sueños, y que lo que nos ocurra,
bueno o malo, será una señal que no debemos desaprovechar para poder conquistar
los sueños. La cadena misteriosa de acontecimientos en nuestra vida nos
conduce, si la seguimos atentamente, sin descuidar las señales, a la
autorrealización y la conquista de la felicidad. Si queremos entender sus
complejos mensajes, debemos leerla comprensivamente y no tomar su contenido
literal sino de manera figurada, porque los sueños que vamos alcanzar no son
materiales sino espirituales; los tesoros no son de oro y dinero, sino de vida
buena y de felicidad.
La obra en su
lenguaje figurado nos indica que para materializar nuestros sueños hay que
seguir las señales, no desistir nunca del sueño, no temer al cambio, ser
entusiastas, arriesgarnos, tener valor, soportar las adversidades, tomar
nuestras propias decisiones, confiar en las personas sabias, tener fe en la
vida, no desanimarnos ante los fracasos, perseverar, confiar en la suerte y en
las coincidencias, ver las cosas objetivamente, pagar el precio que la vida nos
cobra, no prometer lo que todavía no tenemos, estar preparados para las
sorpresas, buscar caminos diferentes en la vida, ser optimistas, vivir el aquí
y el ahora, huir de la rutina, vivir nuestra propia vida, hacer siempre lo que
deseamos y no lo que los demás quieran que hagamos, no perder el control de
nuestra vida, no permitir que los demás gobiernen nuestra existencia, a veces
dejar las cosas como están, leer lo que Dios escribió para cada uno de
nosotros, mirar las maravillas del mundo sin olvidarnos de nosotros, confiar en
sí mismo, tener voluntad para conquistar el mundo, ser valiente, no tener miedo
a lo desconocido, amar, creer en los tesoros, no desesperarnos, no temer al
fracaso, aprender a vivir, penetrar en el Alma del Mundo y cumplir la Historia Personal.
El muchacho es un ejemplo digno de superación, de libertad,
de autonomía, de lucha, de valor y de autorrealización. Quería siempre ser él
mismo y tomar sus propias decisiones. No le temía al cambio. Al mercader de
cristales no le gustaban los cambios. No quería cambiar porque no sabía cómo
hacerlo. Estaba acostumbrado a lo mismo. Por eso se oponía a los cambios y
reformas que le proponía al muchacho. El inglés nos evidencia al hombre teórico
que no logra concretar sus sueños por falta de práctica y hacer tan complejo lo
sencillo. El rey y el Alquimista representan a los hombres verdaderamente
sabios.
LUIS ÁNGEL RÍOS PEREA
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