Por
LUIS ANGEL RIOS PEREA
Luvina111@yahoo.com
Contenido
Introducción
El concepto de cultura
Los
convencionalismos y otros condicionamientos culturales
La búsqueda de las relaciones
de sentido de nuestra cultura
La tiranía de los
condicionamientos culturales
La programación cultural
Las creencias moldean nuestra percepción de
la realidad
La importancia de la diferencia
Comunicación y relaciones de pareja
Conclusión
Introducción
En el presente ensayo pretendo
disertar sobre la dificultad que impone nuestra cultura para la dinámica de una
auténtica comunicación y las relaciones interpersonales, debido a los múltiples
condicionamientos culturales.
El concepto de cultura
Para comenzar, es pertinente develar el sentido del concepto de
cultura, que es muy amplio, variado y problemático. Es todo ese quehacer
material, espiritual y social que el hombre realiza en su intento de “dominar”
a la naturaleza y adecuarla a sus condiciones de vida: “el quehacer específico
del hombre en su interacción con la naturaleza”[1]. La podemos entender como “la acción del hombre que desarrolla y
perfecciona su ser”[2]. El psicólogo social David G. Myers señala que este concepto se
refiere a “la conducta, ideas, actitudes y tradiciones perdurables compartidas
por un numeroso grupo de personas y transmitidas de una generación a la
siguiente”[3]. El concepto de cultura se relaciona con el hombre en el nivel de su
humanización, que se “expresa en los modos específicamente humanos de pensar,
de proceder y actuar en sociedad”[4]. La educadora e investigadora Nancy
Saavedra Montoya señala que “la cultura es lo que le permite a los hombres
construir una sociedad, es decir definir las condiciones de su voluntad para
convivir, los códigos para reconocerse y distinguirse de los demás, así como la
manera de organizar sus relaciones con las demás personas”[5] Cultura es el conjunto total de los actos humanos en una comunidad:
prácticas económicas, artísticas, científicas, políticas, jurídicas, religiosas,
discursivas, comunicativas, sociales en general o cualesquiera otras; es decir,
las prácticas espirituales y materiales. “Toda práctica humana que supere la
naturaleza biológica es una práctica cultural”[6].
La
cultura, dimensión universal y
diferenciante del ser del hombre, que
no se limita a un sector del quehacer humano sino a la totalidad de sus
creaciones, está conformada por el nivel de las industrias (entorno o sistema
técnico, que comprende medios
técnicos de la producción), de las instituciones (entorno
o sistema social, que comprende el conjunto de normas y organizaciones), de los valores (entorno o sistema axiológico, que comprende formas peculiares como un grupo aprecia y estima los
distintos aspectos significativos de la existencia) y de lo ecológico (entorno o sistema natural, que comprende un
ecosistema al que está integrado el ser humano como a su casa que lo nutre).
“Los modos y los usos culturales no son simples expresiones ideológicas, sino
modos de ser y estar ante la realidad, soportes primarios y constitutivos que
señalan el arraigo y la permanencia de grupos determinados más allá de los
condicionamientos socioeconómicos”[7]. La sicóloga Ana Bonilla precisa que empleamos el término cultura en
el sentido que alude a toda la obra que realiza el hombre y que se ha ido
distinguiendo del mundo natural. “De este modo, dentro de la esfera de la
cultura se encuentran el arte, la ciencia, la filosofía así como las técnicas,
las formas de la vida religiosa, política, doméstica y económica. Tanto lo
grande como lo pequeño del hacer humano queda así comprendido: el lenguaje, el floklore, las modas del vestir, los humildes utensilios de la vida cotidiana”[8].
Los convencionalismos y otros condicionamientos culturales
El quehacer cultural ha entronizado el poder tirano de los
convencionalismos y de las tradiciones que muchas veces son un obstáculo para
las relaciones interpersonales y nos imponen absurdos condicionamientos.
Convencionalismo, que procede del término convención (Norma o práctica admitida tácitamente, que responde a precedentes o a
la costumbre[9]) es el “conjunto de opiniones o procedimientos basados en ideas
falsas que, por comodidad o conveniencia social, se tienen como verdaderas”[10] Tradición es la “doctrina, costumbre, etc., conservada en un pueblo
por transmisión de padres a hijos”[11] Estamos en la tradición, pertenecemos a la tradición. Se trata de
algo que nos viene dado… La tradición es “transmisión” condicionante. “Estar
dentro de la tradición es estar sometido al influjo de prejuicios que limitan
la posibilidad de una autoconciencia perfecta y una verdad acabada y objetiva…
Siempre nos acercamos con prejuicios a un texto que queremos comprender. Por lo
tanto nos acercamos condicionados por el poder de una tradición …[12] El tradicionalismo es conservadurismo cuando se fija la vida a lo
pasado, negándole el carácter proyectivo y creador del sujeto. “Al hombre no se
le puede negar su carácter proyectivo, utópico, creador, a nombre de lo dado o
tradición. El tradicionalismo, en cuanto actitud que trata de conservar lo
dado, fijando la vida humana en formas pretéritas y preteridas, es un estéril
conservadurismo”[13].
Los convencionalismos procedimentales u “operativos”, aquellos que
nos orientan en la realización de quehaceres cotidianos como conducir un
vehículo por la derecha, esperar el bus en el paradero, utilizar la tarjeta
débito en los cajeros, etc., nos resultan de mucha utilidad en la vida
práctica. En cambio, la mayoría de convencionalismos sociales (esas reglas
fundadas en la costumbre), no siempre son útiles y sí más bien representan un
obstáculo para nuestra libertad y el libre desarrollo de la personalidad por lo
absurdos que resultan. En lugar de
hacernos la vida más “llevadera”, nos encadenan. “En
opinión de la psicóloga Leonor Noguera Sayer[14],
algunos convencionalismos posibilitan la sobrevivencia, nos ponen “a salvo del
riesgo de vivir”; pero la gran mayoría, convertidos en arma de doble filo,
ahogan la identidad y desdibujan el verdadero yo. “Es a ti, convencionalismo, a
quien quiero desterrar de mi casa, para abrirle las puertas a la felicidad, tan
anhelada en este mundo de falsos rituales… Necesito rebelarme contra tu
tiranía, la del convencionalismo social y creador de hombres y mujeres en
declive espiritual y falsos actores de una vida que han construido otras
personas que vivieron mil años antes que ellos”[15] Quienes
obedecen a su tiranía, viven “ajenos a cualquier análisis a fondo sobre sí
mismos”. Al pertenecer al conjunto de los que “hacen lo mismo”, adoptan una
actitud que se torna rutinaria, “psíquicamente muy económica”, y permiten que
“la energía para reflexionar y pensar que virtualmente está disponible para
tareas ajenas a la propia vida, que, en cuanto transcurre tranquilamente, se
considera resuelta”. También se disuelven en lo cotidiano, que se les convierte
“en un hondo motivo de vacío interior, con sentimientos dolorosos de ansiedad,
desasosiego, insatisfacción, inseguridad e incertidumbre. Los convencionalismos
son el “ropaje formal que silencia los tonos y los llamados para una
reflexión…”. El reconocido psicólogo y escritor Wayne Dyer, con acertado
fundamento, señala que “el condicionamiento a la sociedad o medio cultural
puede ser muy útil a veces, pero si esto es llevado a un punto extremo, puede
convertirse en una neurosis, particularmente si el resultado de esta adaptación
a los "debes hacer esto o aquello" es la infelicidad, la depresión o
la ansiedad”[16].
La
vida auténtica exige que desdeñemos “los
absurdos convencionalismos sociales y las reglas que nadie sabe de dónde
salieron pero que la inmensa mayoría respeta a ciegas, tontamente a ciegas”[17] Las
tradiciones nos imponen modelos de vida que debemos seguir acríticamente, sin
preguntarnos el porqué y el para qué de éstas. Muchos, simplemente siguen esas
tradiciones porque sí, porque es lo tradicional. “Las costumbres y los
comportamientos se diferencian cada vez más y algunos mensajes educativos
proponen auténticos estereotipos culturales, es decir, normas que tienden a
fijarse como inmutables a lo largo del tiempo”[18] Los
convencionalismos y las tradiciones condicionan algunas maneras de ser y de
hacer. Parafraseando a Javier Veliz[19] podría
afirmar que mucho de lo convencional está envenenado desde su concepción y es
por lo tanto peligroso pues es agente de su propio veneno. “¡Qué diablos!, el
deber, es sentir lo que es grande, amar lo que es bello, y no aceptar todos los
convencionalismos de la sociedad, con las ignominias que ella nos impone”[20] El
antropólogo Edward Burnett Tylor
señala que "la cultura incluye todas las manifestaciones de los hábitos
sociales de una comunidad, las reacciones del individuo en la medida en que se
ven afectadas por las costumbres del grupo en que vive, y los productos de las
actividades humanas en la medida que se ven determinadas por dichas
costumbres". Cuando disentimos de estos fenómenos sociales, se nos
rechaza; quien no los acepte es tildado de persona incómoda. El hecho de
cuestionarlos genera conflicto y comunicación inadecuada. A la persona que no
se someta dócilmente a la tiranía de los convencionalismos y tradiciones se le
atropella su derecho a ser y a vivir diferente; se le rechaza su particular
manera de ser y de estar en el mundo.
El psicoanalista Erich Fromm nos dice que,
toda vez que el sujeto de las ideas es la entidad básica del proceso social,
para entender la dinámica de éste “tenemos que entender la dinámica de los
procesos psicológicos que operan dentro del individuo, del mismo modo que para
entender al individuo debemos observarlo en el marco de la cultura que lo
moldea”[21]. La
relación del hombre con la cultura es doble.
“Por una parte la cultura es producto del hombre. Pero, por otra, el hombre
es producto de la cultura”[22]. La
realidad se nos impone y nos determina. El ser o la realidad determina el
conocer. Dependiendo de los intereses, el objeto determina el sujeto o éste
determina el objeto. “No se puede pensar haciendo caso omiso de las
circunstancias que rodean al sujeto pensante. El sujeto en cuanto actividad
pensante hay que concebirlo siempre inmerso en situaciones, pero no separado
del mundo que le rodea”[23]. En
opinión del filósofo Danilo Cruz Vélez, el hombre y la cultura son términos
correlativos, en la medida que no se puede pensar al hombre sin la cultura, ni
la cultura sin el hombre. "La cultura es gracias al hombre; pero sin la
cultura el hombre no puede ser hombre… La existencia humana es ser en la
cultura. No es, por ende, una substancia, sino ese movimiento del salir de sí
hacia la cultura, movimiento en que ésta surge, ya sea mediante creación o
gracias a la actualización"[24].
El pensador Edgar Morín precisa que los
hombres conocemos, pensamos y actuamos de conformidad con los paradigmas
culturalmente inscritos en ellos. Entonces el paradigma habita entre nosotros y
nosotros hablamos en el paradigma. “Un paradigma controla no sólo las ideas y
las teorías, sino también el campo cognoscitivo, intelectual y cultural donde
nacen y se reproducen esas ideas”[25]. El
paradigma nos permite indagar sobre las raíces enmarañadas e inconscientes de
nuestros conocimientos y de nuestras acciones, no sólo a nivel personal, sino
también a nivel sociocultural. Un paradigma, desde su dimensión
ideológica, pretende imponer la
evidencia y la realidad. “Hace creer que los discursos, las teorías, los datos
y las lógicas que sustenta son evidentes, constituyen la realidad misma,
mientras que las tesis contrarias, -regidas por otro paradigma- son
consideradas como irreales meras apariencias, engaños e ilusiones”[26].
Cuando un interlocutor, libre no sólo de
convencionalismos y de tradiciones, esquemas, marcos referenciales, prejuicios,
ideologías, simbolismos, imposturas, supuestos, pareceres y modelos sociales
acríticos, expresa su pensamiento, así sea de manera asertiva y empática, la
otra persona o las personas que participan en el evento comunicativo, y que aún
se encuentran encadenadas por estos fenómenos culturales, reaccionan de manera
inadecuada, muchas veces dificultando y hasta imposibilitando la comunicación.
Como sobre estas situaciones de la vida
cotidiana no se reflexiona, “cuando algo de lo que sucede parece estar fuera
del orden esperado y aceptado por nuestra sociedad y cultura nos sorprendemos,
nos molestamos o nos desconcertamos”[27]. Si
alguien no es como los modelos culturales lo determinan, surge la contrariedad,
sin ser conscientes que, dada nuestras diferencias, los demás hacen sus cosas a
su manera y nosotros también las hacemos a nuestra manera. Cuando estemos
molestos o nos sintamos frustrados a causa de una persona o de una situación,
debemos recordar que este estado no es contra ésta y aquélla, sino contra
nuestros sentimientos acerca de esa persona o de esa situación. Responsabilidad
es no culpar a nadie o a nada de nuestra situación. Todos los problemas nos
ofrecen una oportunidad que nos permite transformarlos en una situación o cosa
mejor. Hay un significado oculto en todos los hechos, y éste trabaja a favor de
nuestra evolución. La actitud no defensiva consiste en que nuestra conciencia
abandona su actitud defensiva y nosotros renunciamos a la necesidad de
convencer o persuadir a los demás de que nuestro punto de vista es el correcto.
Si miramos a quienes nos rodean, vemos que se la pasan defendiendo inútilmente
sus puntos de vista, sin saber que esto les genera una considerable pérdida de
energías. “Como peces en el agua, estamos tan inmersos en nuestra cultura que
debemos saltar fuera de ella para comprenderla”[28] El
desconocimiento de otras realidades, de las realidades del interlocutor que ha
trascendido todos estos determinismos, producto de nuestra cultura, “con su
fementido brillo de feria, ordinario y de hojalata”[29], lo
condicionan para oponerse a lo diverso, al disenso y a lo
multidimensional. “Aunque todavía hay
muchas personas que siguen pensando que sólo existe una realidad, también es un
hecho que hay quienes creemos más bien en la existencia de múltiples
realidades, sobre todo cuando se trata de situaciones humanas… cómo a partir de
distintas creencias, ideas y valores, podemos tener diferentes interpretaciones
de una situación humana y por consiguiente maneras diferentes de comunicarnos y
de actuar. Estas creencias, ideas y valores son una construcción social, en una
cultura dada. Y responden a las características de la sociedad que las
construye; están influidas por las condiciones económicas, políticas,
religiosas e históricas en las que se han desarrollado… Suponer, entonces, que
todos tenemos los mismos imaginarios sociales puede dar lugar a múltiples
equívocos, distorsiones y desencuentros en la comunicación interpersonal, y de
ahí derivar en distanciamientos y conflictos en las relaciones humanas”[30] Según
Denis de Moraes, “el imaginario social está compuesto por un conjunto de
relaciones imagéticas que actúan como memoria afectivo-social de una cultura,
un substrato ideológico mantenido por la comunidad. Se trata de una producción
colectiva, ya que es el depositario de la memoria que la familia y los grupos
recogen de sus contactos con el cotidiano. En esa dimensión, identificamos las
diferentes percepciones de los actores en relación a sí mismos y de unos en
relación a los otros, o sea, como ellos se visualizan como partes de una
colectividad… Se trata de un lugar estratégico en que expresan conflictos
sociales y mecanismos de control de la vida colectiva. El imaginario social se
expresa por ideologías y utopías y también por símbolos, alegorías, rituales y
mitos. Estos elementos plasman visiones de mundo, modelan conductas y estilos
de vida, en movimientos continuos o discontinuos de preservación de la orden
vigente o de introducción de cambios… Esa concepción dinámica del imaginario
nos posibilita observar la vitalidad histórica de las creaciones de los sujetos
- esto es, el uso social de las representaciones y de las ideas. Los símbolos
revelan el que está por tras de la organización de la sociedad y de la propia
comprensión de la historia humana. Su eficacia política va a depender del grado
de reconocimiento social alcanzado por la producción de imágenes y
representaciones en el cuadro de un imaginario específico a una cierta
colectividad, la cual "designa su identidad haciendo una representación de
sí; marca la distribución de los papeles y posiciones sociales; expresa e
impone creencias comunes que determinan principalmente modelos formadores”[31].
Todo intérprete está ubicado en una
situación marcada sobre todo por el lenguaje. “En una situación de diálogo el
factor más importante es, sin duda, el lenguaje”[32] El
enorme poder del lenguaje nos impone, en muchas ocasiones, la realidad y no la
percibimos tal como ella es. Al respecto, el sociólogo Manuel Castells Oliván
(citado por Nancy Saavedra Montoya), señala lo siguiente: "No vemos la
realidad como es, sino como nuestros lenguajes son. Y nuestros lenguajes son
nuestros medios de comunicación. Nuestros medios de comunicación son nuestras
metáforas. Nuestras metáforas crean el contenido de nuestra cultura"[33] El
lenguaje por naturaleza enmascara en el entretejido estructural y semántico del
texto. El lenguaje, además de considerarse como “el espejo existencial de una
comunidad”, es el instrumento de “la vida
mental y de la comunicación” y “el elemento fundamental del ser del hombre en
el mundo”. Ludwig Wittgenstein, filósofo del lenguaje, plantea que conocer el
lenguaje es conocer la realidad. El lenguaje es el espejo de la realidad. “El
mundo humano, que es el mundo total, está afincado en el lenguaje y encuentra
sus límites allí donde el lenguaje es incapaz de avanzar. No podemos abandonar
los límites del lenguaje y tal aspiración nos aboca a contradicciones ilímites”[34].
Los hermeneutas precisan que la dimensión
fundamental que caracteriza al ser humano es la dimensión lingüística. En
opinión de Martín Heidegger, el lenguaje no es solo lo que nos abre al mundo,
lo que nos sitúa en el mundo. “El lenguaje es la sede, el lugar en el que el
mundo deviene mundo… El lenguaje es la
sede en la que la cosa deviene cosa”[35]. En
concepto de Martín Heidegger, el lenguaje es la morada del ser y el hombre su
pastor, la casa donde habita éste, el gran intérprete que responde a esa llamada y que
en ella y desde ella desvela la inconclusión de su propio decir. La
forma de decir condiciona la de pensar y la de ser. El ser habla
por nosotros y en nosotros. “El lenguaje es un modo del ser, la forma de
decirlo, como mostró Aristóteles, que a su vez determina la manera de ese ser”[36]. De
acuerdo con Hans Gadamer, sólo podemos pensar dentro del lenguaje; el
conocimiento de nosotros mismos y del mundo implica siempre el lenguaje, el
nuestro propio; el lenguaje es la verdadera huella de nuestra finitud. “El
mundo que conocemos y del que hablamos es inseparable del lenguaje con el que
nos expresamos; que usamos. El lenguaje es el horizonte de toda ontología: la
forma lingüística y el contenido transmitido no pueden separarse de la
experiencia hermenéutica. Si cada lengua es una acepción del mundo, no lo es
tanto en su calidad de representante de un determinado tipo de lengua (que es
como considera la lengua el lingüista), sino en virtud de aquello que se ha
hablado y transmitido en ella”[37].
En el amplio universo del lenguaje, la palabra es problemática como la
realidad misma, aunque la palabra no es la realidad. La palabra no es el
objeto; sólo lo designa, lo nombra. “La palabra no es la cosa, ésta reenvía,
sin lugar a dudas, a un referente, pero, por su abstracción misma, designa
también una noción”[38]. La palabra no es el objeto ni tampoco el objeto es exactamente la
palabra que lo designa. “El medio con que lo expresamos es la palabra; pero la palabra no
es el objeto que realmente existe: por tanto, no expresamos a nuestro prójimo
una realidad existente, sino solamente la palabra, que es una realidad distinta
del objeto...”[39]. La palabra es finalidad en sí misma y medio para entender el mundo de
otra manera, más que hablar de la realidad externa. La palabra, además no ser la
realidad ni el objeto, tampoco es el concepto ni el ser. Platón planteaba que
el análisis de la realidad debería hacerse siguiendo las ideas, no las
palabras. “El lenguaje implica gran capacidad de abstracción y las palabras no
se refieren sólo a objetos o a hechos concretos, sino también a abstracciones”[40]. Como el sofisma pretende
defender con palabras lo falso, “la palabra no puede identificarse con la realidad,
desde el momento, en que con palabras, es posible falsear la realidad”[41]. Erich Fromm,
reflexionado sobre el ser y el tener, señala que en el modo de tener, no hay
una relación viva entre mi yo y lo que tengo:
“Las cosas y yo nos convertimos en objetos, y
yo las tengo, porque tengo poder para hacerlas mías; pero también existe una
relación inversa: las cosas me tienen, debido a que mi sentimiento de
identidad, o sea, de cordura, se apoya en que yo tengo cosas (tantas como me
sea posible). El modo de existencia de
tener no se establece mediante un proceso vivo, productivo, entre el sujeto y
el objeto; hace que objeto y sujeto sean cosas.
Su relación es de muerte, no de vida… El idioma es un factor importante
para vigorizar la orientación de tener.
El nombre de la persona (todos tenemos un nombre y quizá tendremos un
número, si continúa la actual tendencia a la despersonalización) crea la
ilusión de que es inmortal y eterno. La
persona y su nombre se vuelven equivalentes; el nombre demuestra que la persona
es una sustancia duradera, indestructible, y no un proceso. Los sustantivos comunes tienen la misma
función; o sea, el amor, el orgullo, el odio, la alegría causan la impresión de
ser sustancias fijas, pero estos nombres no tienen realidad y sólo oscurecen la
idea de que nos enfrentamos a procesos que se desarrollan en los seres humanos;
pero hasta los sustantivos que denominan cosas, como "mesa" o
"lámpara", son engañosos. Las
palabras indican que nos referimos a sustancias fijas, aunque las cosas sólo
son procesos de energía que causan ciertas sensaciones en nuestro sistema
corpóreo, pero estas sensaciones no son percepciones de cosas específicas, como
una mesa o una lámpara, sino resultado de un proceso cultural de aprendizaje,
proceso que hace que ciertas sensaciones adquieran la forma de representaciones
mentales específicas. Ingenuamente
creemos que cosas como las mesas y las lámparas existen como tales, y no advertimos
que la sociedad nos enseña a transformar las sensaciones en percepciones, que
nos permiten manipular el mundo que nos rodea para sobrevivir en una cultura
dada. Después de que bautizamos estas
representaciones mentales, el nombre parece garantizar su realidad absoluta e
inmutable”[42].
A esta realidad problemática
de la palabra se le agrega el hecho de “nunca oímos lo que se dice, sino algo
que tiene una complica relación accidental con lo que se dice”, tal como lo
reconoció el filósofo Bertrand Rusell, citado por el escritor y ensayista
Germán Espinosa[43]. En opinión de José Manuel Redondo Ornelas, “decir
es también escuchar; el lenguaje dice y nos dice –nos habla- al hablar, nos
interpela en nuestro decir”[44]. Espinosa
señala que Rusell solía alertar sobre el ingenuo realismo con que
irreflexivamente consideramos el mundo. “La relación accidental entre la
palabra oída y la palabra hablada empieza por un proceso puramente físico de
ondas sonoras que parten de la boca del hablante y se dirigen al oído del que
escucha. Sobrevine un segundo y complejo proceso en el oído y en los nervios, y
luego algo se produce en el cerebro, pero todo ello se encuentra sujeto a
cierto número de condiciones físicas, cuya variabilidad permite deducir altos
márgenes de error. Pensemos, si no, en los frecuentes malentendidos de que
somos víctimas o culpables bajo circunstancias aparentemente normales. No sólo,
pues, resulta imposible identificar la palabra con el objeto ni con el concepto
que representa, sino ni siquiera la palabra hablada con la palabra escuchada.
Los terrenos quebradizos se hacen aquí movedizos…”[45]. Para
Flaubert, la palabra ni define el ovejo ni es éste. “La palabra no es el objeto, ni siquiera lo define. La
palabra es el lugar en donde los hombres convivimos con las cosas”[46].
Es tan problemático el tema del lenguaje que ya Hobbes, en su Leviatán, destacó que verdad y falsedad no está en los
hechos, sino que son atributos del lenguaje, lo que se afirma es verdadero o
falso, no el hecho. Y el problema se hace más complejo e insondable si tenemos
en cuenta que no existen “hechos” sino interpretaciones…
Es cierto que los
condicionamientos culturales logran una cohesión social en procura de una
comunidad homogénea, y así percibimos el mundo como los demás integrantes de
nuestra sociedad. Este “orden establecido” nos permite cierta seguridad dentro
de nuestro contexto social, económico y político. “Sin embargo, estas normas sociales provocan
ciertos desafíos bastante particulares… El condicionamiento
cultural tiene un papel importante en nuestras vidas… El materialismo que se ha
impuesto ha ligado erróneamente los conceptos de la felicidad y de la posesión.
Esta visión nos hace creer que entre más cosas poseemos, más felices somos. La
búsqueda de la felicidad ha sido sustituida por la búsqueda de placer… Aunque
la libertad individual es muy grande en el mundo occidental, asimilamos de la
misma manera las creencias que limitan nuestra vida cotidiana. El individuo se
confina por lo tanto a vivir una vida que no se asemeja a su ideal. Se siente
atrapado en una trampa dentro de un torbellino de circunstancias
incontrolables. Toma decisiones en función de lo que hacen los demás y se
convence de que la vida con la que sueña en secreto, es inaccesible. Y por lo
tanto se aísla cada vez más. Prefiere conservar su status quo. Y se resigna”[47] Con respecto a la tiranía ideas (ídolos) y convencionalismos,
convendría reflexionar un poco sobre lo siguiente:
“Es mentira que debemos morir como animales en un sacrificio, mientras
otros se llenan por la vida de herencias de los mejores manjares. La vida es
para vivirla, y no morir esperando las migajas de la mesa. ¿No tiene derecho el
ave de volar en libertad sin sentirse amarrada? ¿No sentimos indignidad por aquellos
que se dejan adornar los cabellos por mirra, oro y espejos? La vida es cambio y
evolución, y de ustedes depende mover las tuercas y ver la luz de sol, aunque
esta pueda causar dolor, pues es sabido que para vivir a plenitud hay que
sacudirse las cadenas de la tiranía de las ideas y convencionalismos”[48].
La búsqueda de las relaciones de
sentido de nuestra cultura
La persona, como ser cultural, como ser que hace cultura y que se hace
gracias a la cultura, necesita buscar el sentido de su cultura. Como la cultura
es su habitación o su morada, busca las relaciones de sentido de ese mundo de
posibilidades que es su cultura, teniendo en cuenta que “las cosas cobran
sentido cada vez más profundo y cambian de sentido cada vez que son sometidas a
nuevas relaciones”[49] La intencionalidad, como comunicación de sentido, anima el obrar de
una persona, y ese obrar transforma su mundo exterior (vida social) e interior
(vida personal). “Todo cambio intencional en la vida personal o en la vida
social, obedece a una nueva valoración de relaciones, tiene un sentido”[50] La cultura es un esfuerzo por hacer sentido nuevo.
En la búsqueda de las
relaciones de sentido se requiere interpretar los símbolos implícitos en
nuestra cultura. Un símbolo es una “representación sensorialmente perceptible
de una realidad, en virtud de rasgos que se asocian con esta por una convención
socialmente aceptada”[51]. Los símbolos comportan demasiada importancia hasta el punto de
afirmarse que el hombre es ser simbólico. “Símbolo es toda realidad, natural o
artificial, en la que se halla impresa una relación formal para el hombre. La
palabra casa
es símbolo porque los sonidos que la conforman
tiene un significado determinado. El hombre ha convertido esos sonidos en una forma de identificación que permite la comunicación interhumana. Lo mismo
sucede con un rito, una pintura, un gesto de un saludo, un vestido, una fórmula
química, etc. Todas las realidades culturales poseen un contenido simbólico,
consistente en una formalidad con sentido para el hombre en general o para un
determinado grupo humano”[52]. La antropología simbólica concibe a “cada cultura como un contexto en
el cual los sujetos, pueden entender que se está comunicando, cómo debe
interpretarse un gesto, una mirada, y por lo tanto, qué gestos deben hacerse
para dar a entender algo, qué palabras deben usarse y cuáles no, etcétera. Es
decir la cultura es una red de signos que permite, a los individuos que la
comparten, atribuir sentido tanto a las prácticas como a las producciones
sociales”[53] La práctica cultural ha permitido la construcción de símbolos que es
necesario interpretar y clarificar, y develar su sentido profundo, oculto y
velado. “El pensamiento simbólico y la conducta simbólica se hallan entre los
rasgos más característicos de la vida humana y que todo el progreso de la
cultura se basa en estas condiciones”[54] Hay quienes aceptan que el hombre es un animal simbólico. “Cassirer dice que el símbolo es la significación
de la existencia humana. Hay un sentido que envuelve toda la realidad, que cada
existencia humana lo vive, lo plasma, lo trasmite; cuando ese sentido es vivido
por cada uno de nosotros ese sentido se transforma en una significación, y que
se nos hace visible en un símbolo”[55] El
símbolo es portador de un sentido y exige una comprensión. Cassirer dice que el
símbolo es la significación de la existencia humana. La significación es el
sentido vivido, incorporado. El símbolo es plasmación del sentido. “Qué es lo
que el símbolo pretende presentar, hacer visible: el sentido inherente a la
existencia humana”[56].
La
persona, prisionera en la cárcel cultural, necesita, a manera de una
“revolución cultural”, desinterpretar y reinterpretar su intrincado universo
simbólico, conformado por el lenguaje, los mitos, el arte, las creencias, los
rituales, las rutinas, las tradiciones, las costumbres, los convencionalismos,
la religión, etc., que con la urdimbre de la experiencia humana. “Cassirer dice
que el universo del hombre no es un universo físico, es un universo simbólico;
está plasmado, está configurado por múltiples y variadas formas. Las formas
simbólicas son de diferentes tipos: el lenguaje, el arte, la religión, el mito,
las ciencias que en el fondo constituyen las diferentes expresiones culturales.
Cuál es la función de estas formas culturales que son formas simbólicas: son el
medio a través de las cuales nuestra experiencia se manifiesta, se expresa (la
manifestación es simbólica); la experiencia del hombre se manifiesta a través
de estas expresiones culturales; es una forma distinta de ver la realidad”[57] Para
conocer su realidad, la persona debe interpretar todo ese mundo artificial. “La
realidad física parece retroceder en la misma proporción que avanza su
actividad simbólica. En lugar de tratar con las cosas mismas, en cierto
sentido, conversa constantemente consigo mismo. Se ha envuelto en formas
lingüísticas, en imágenes artísticas, en
símbolos míticos en ritos religiosos, en tal forma que no puede ver o conocer
nada sino a través de la interposición
de este medio artificial. Su situación es la misma en la esfera teórica
que en la práctica… Vive, más bien, en medio de emociones, esperanzas y
temores, ilusiones y desilusiones imaginarias, en medio de sus fantasías y de
sus sueños”[58].
Para comprender determinada cultura y a las personas que viven en ella,
es importante el estudio de los símbolos. “Sin una labor de interpretación de
los símbolos se nos escapa el sentido profundo de las realidades que
constituyen nuestra propia cultura”[59] La semiología y la hermenéutica de la cultura se encargan del estudio
de los símbolos. Estamos rodeados de todo tipo de símbolos que nos están
"diciendo" infinidad de cosas que es necesario interpretar para un
mejor existir. La realidad es un “texto” simbólico que hay que interpretarlo y comprenderlo para
no "perdernos" en ésta.
Gracias al esfuerzo semiológico
evitamos ser manipulados por los símbolos y ser pasivos ante las creencias y
las valoraciones. En palabras del semiólogo Charles
Morris nos sirve como antídoto para la explotación de la vida individual. El
estudio semiológico de los símbolos le permite al ser humano ser autónomo, “ni
desconfiado con exceso ni fácilmente mistificable, un centro de vida y no un
animal hipnotizado”[60] La semiología (que también estudia los signos) diseña e interpreta las
condiciones de producción de sentido, los modos de producción de significación
de los fenómenos sociales. En el contexto que nos ocupa, la semiología o
semiótica es la “disciplina que nos permite dar cuenta de la construcción de
los fenómenos sociales partiendo de la base de entender dichos fenómenos como
configuraciones significativas”[61]. Por consiguiente, el semiólogo tiene “la responsabilidad de dar
cuenta de los procesos discursivos mediante los que las diferentes culturas
logran dar inteligibilidad a sus propias prácticas sociales… Si nada de lo que
nos rodea en el plano social es natural, todo es construido a partir de procesos
que generan sentido sobre la materialidad circundante, eso quiere decir que
existe la posibilidad de "otro" mundo, de generar otro sentido...”[62]. La semiología nos permite una correcta interpretación objetiva de la
realidad, no del sujeto; interpretación a partir de sus manifestaciones
objetivas y no como nosotros queremos acomodarla; porque no vemos las cosas
como son en realidad sino como somos nosotros o como los demás quieren que las
veamos.
La hermenéutica de la cultura
ejerce un papel demasiado preponderante en la interpretación de los símbolos
culturales, por cuanto éstos, en algunos casos su interpretación no requiere
mucho esfuerzo, mientras que en otros exigen un profundo trabajo de
interpretación. Dado que un símbolo puede poseer más de un sentido o
significado, se debe acudir a la interpretación o exégesis. “La cultura no es
algo que se tiene (como generalmente se dice), sino que es una producción
colectiva y esa producción es un universo de significados, ese universo de
significado está en constantes modificaciones”[63] La interpretación, según Heidegger, es el modo de estar del hombre en
el mundo. Dilthey consideró la hermenéutica como autoexplicación de la
comprensión de la vida. “Elaborar los proyectos correctos y adecuados a las
cosas, que como proyectos son anticipaciones que deben confirmarse en las
cosas, tal es la tarea constante de la comprensión”[64] Con la hermenéutica se nos propone una idea de cultura como diálogo y
conversación. La hermenéutica de la cultura se “hace necesaria porque las
expresiones culturales poseen una estructura funcional que responde a un
sentido oculto o porque concatenan varios sentidos insospechados”[65] El símbolo es susceptible a múltiples y variadas lecturas, interpretaciones.
“Los símbolos constituyen un aspecto del mundo, aspecto que no resulta evidente
a la experiencia inmediata. Los símbolos expresan situaciones, ciertas
estructuras de la existencia que son imposibles expresar de otro modo. Por lo
tanto en los símbolos la existencia humana queda comprometida”[66].
Para comprender el sentido de
la cultura y la cosmovisión de una comunidad se requiere desentrañar su
intrincada red simbólica. “Fiestas, ritos, canciones, imágenes, costumbres
forman una masa rica en sentidos aparentes, ocultos o semiocultos, que no se
revelan totalmente ni siquiera a los mismos miembros del pueblo”[67] La vida del espíritu no se puede aprehender si no captamos el sentido
de sus manifestaciones. Comprender es el modo originario de ser. “Interpretamos
desde dentro de la tradición y esa interpretación jamás es definitiva… Por más
que tratemos de interpretar nuestros símbolos culturales, no existe la
interpretación definitiva, pues en la medida en que cada nuevo intérprete se
incorpora al sentido que hay que comprender, también cada nueva época puede
interpretar correctamente y de forma distinta el texto u objeto de que se
trata”[68].
Esta labor hermenéutica es
compleja por la multiplicidad de símbolos que aparecen en todas las dimensiones
culturales, por la profundidad oscura en que se alojan algunos sentidos
simbólicos y por la variedad de intenciones con que pueden ser concatenados los
sentidos de un símbolo o la variedad de modelos de simbolización. “De esta
multiplicidad de formalizaciones o simbolizaciones culturales, surge una
multiplicidad de modelos interpretativos”[69] Los más representativos y expresivos, dada su oposición de
intencionalidad, son el de la continuidad de sentidos y el que rompe con éstos.
“La primera forma hermenéutica se basa en la continuidad de sentido entre los
distintos planos de un símbolo. Un sentido aparente nos lleva a otro oculto
mediante un mecanismo de lógica o de sentimiento universal. El trabajo
hermenéutico, en este caso, se convierte en una restauración de sentido, en un
develamiento de la verdad profunda que confiere sentido definitivo al símbolo.
El hermeneuta supone aquí que el símbolo posee una verdad. Y se coloca a la
escucha de la palabra que le revelará esa verdad. Su actitud interpretativa es
de atención y confianza. Este modelo hermenéutico es utilizado, por ejemplo, en
la exégesis bíblica, en las investigaciones antropológicas, en los análisis
literarios, etc. La segunda forma, al contrario, se basa en el corte, la
ruptura entre los niveles de sentido. No es la analogía, como en el caso
anterior, sino la equivocidad lo que sustenta la ambigüedad del simbolismo. La
tarea hermenéutica consiste aquí en el ejercicio de la sospecha… El hermeneuta
pretende reducir ilusiones, desmitificar creencias, denunciar máscaras y falsas
justificaciones. Su actitud arranca de la desconfianza. Sólo destruyendo las
máscaras, las simulaciones, los ídolos, las ilusiones es posible reconstruir el
sentido auténtico…”[70] La palabra, nos decía Antoine de Saint-Exupéry, es fuente de malos
entendidos.
Estos modelos no son
antagónicos sino complementarios, porque ambos son dos momentos en el análisis
interpretativo. Si se excluye uno de ellos, el otro se vuelve totalizador. No
obstante hay que mantenerlos en tensión dialéctica. “No hay que olvidar que
todo iconoclasmo obedece a la búsqueda de otro sentido; ni que tampoco es
imposible identificar un rostro enmascarado mientras no se le destruya su
máscara. Toda sociedad posee una carga mítica. De ahí la necesidad de comenzar
por hacer morir los ídolos, por desenmascarar y desmitificar las realidades
culturales, para poder llegar a la verdad profunda de sus símbolos… Cualquier
expresión lingüística, en el sentido más comprensivo del término, puede ser un
símbolo preñado de sentidos ocultos. Descifrar estos símbolos es la tarea
reservada a quien pretenda descubrir la cultura de un pueblo”[71]
La tiranía de los condicionamientos
culturales
Los seres humanos, encadenados a la cultura propia de nuestro contexto,
encontramos dificultades en la dinámica de nuestras relaciones interpersonales,
debido a los condicionamientos, convencionalismos, tradiciones, imposturas, determinismos,
supuestos, creencias, marcos referenciales, esquemas compartidos, construcción
de la realidad social, yo colectivo, pensamiento grupal, imaginarios socioculturales, inconsciente colectivo, masificación y
cosificación, entre otros fenómenos culturales, que nos tiranizan con su velado
poder hasta el extremo de imponernos qué pensar, qué sentir, qué decir y qué
hacer. “Todos saben que las influencias sociales de la cultura son enormes… la
cultura y sus normas y papeles moldean nuestras identidades y conductas…”[72] Las diversas situaciones sociales influyen poderosamente en nosotros,
pero nosotros también influimos en las situaciones sociales. Individuos y
situaciones sociales interactuamos. Existe un estrecho vínculo entre lenguaje y
cultura y cultura y comunicación. “Lenguaje
y cultura están íntimamente ligados, uno depende del otro para existir, sin
palabras el hombre no puede pensar racionalmente… La comunicación y la cultura
son un solo campo de estudio. La cultura no es un ente fijo, una herencia; es
un proceso que se construye en la interacción”[73]. Con
respecto al lenguaje como “camisa de fuerza”, que condiciona el decir, el
psiquiatra y filósofo Luis Carlos Restrepo Ramírez precisa lo siguiente:
“Porque
el lenguaje se constituye también en camisa de fuerza que expresa un orden y
relaciones jerárquicos, con censuras implícitas y caminos prohibidos. El niño
queda inscrito desde el momento de la concepción en una trampa lingüística que
asigna un lugar y destino a sus deseos, señalando como buenos los que se
amoldan a su estructura y condenando al ostracismo los que no se avienen a las
normas valorativas, fonéticas y gramaticales predominantes en el grupo cultural
al que pertenece… Como afirma Max Horkheimer, la coherencia y el nexo lógicos
que se dan en los diferentes quehaceres de la vida cotidiana, responden a las
necesidades de dominio de una élite que gracias a la diferenciación lingüística
y conceptual asegura la continuidad, regularidad y uniformidad del proceso
productivo. La capacidad señalizadora y discriminativa del lenguaje se pone al
servicio de un interés de poder, objetivando relaciones eficientes entre las
personas, subdividiéndolas y clasificándolas según las funciones que deben
cumplir al interior de la estructura social, recurriendo al aparato lingüístico
para justificar y encadenar su actividad…
…El lenguaje, dice Lacan, es
una trama que preexiste a la llegada del sujeto y como tal, portadora de la
tradición y experiencia central de la comunidad, a más de fundamentadora de las
estructuras elementales de la cultura. El lugar del sujeto está ya definido en
el momento del nacimiento, atrapado en un discurso que lo trasciende y le
impide decir algo que no esté codificado en las permutaciones fonéticas y
gramaticales que la lengua autoriza. El lenguaje es la ley, el pacto social
congelado que tiene el poder de señalar los límites entre la realidad y el
sinsentido. Al constituir, el lenguaje construye también un mundo de tinieblas,
de no dichos, de cosas imposibles de decir, de deseos y vivencias que entran a
conformar lo que se conoce como inconsciente…”[74]
Encarcelado en la prisión de los
condicionamientos culturales, el individuo vive en la soledad, padece una
crisis de soledad. La soledad es su compañera. Prisioneros de la soledad no
sabemos convivir con la soledad. “A la gente le aterra la soledad porque no
sabe estar consigo misma. La soledad no es estar uno solo, sino saber estar uno
solo. Las más complejas relaciones son las de uno consigo mismo. Para llegar al
sentido de concentración se necesita saber estar consigo mismo”[75]. La
comunicación incomunicadora lo aísla más y más. “La soledad vigila las
relaciones con espíritu prevenido; la comunicación se establece únicamente en
base a criterios profesionales, diplomáticos, ocupacionales o simplemente
convencionales. Dicha comunicación es banal porque no hay identificación
posible con el otro. Es ocasional, permanece sólo mientras se satisfacen
intereses transitorios; es competitiva, de confrontación, no de animación y
búsqueda de la verdad; es pobre, no procede del enriquecimiento y conocimiento
mutuos; no puede dar ni recibir valores, de cuya posesión ningún espíritu
aislado es totalmente pródigo o mendigo”[76]. La
comunicación es auténtica y liberadora si está animada por la búsqueda de la
verdad. “Cuando dos personas rompen las barreras de su intimidad para permitir
una comunicación profunda, la claridad de la relación supera las actitudes
ficticias, las conductas estudiadas; la verdad irrumpe necesariamente como don
y como requerimiento. Se experimenta la sensación de encontrarse a sí mismo, de
reconocerse a través del otro, buceando con placer en ideas y sentimientos que
se enriquecen, perfeccionan y complementan mutuamente. La comunicación se
establece en lo profundo del YO y, por tanto, es auténtica y liberadora”[77].
En nuestra cultura, las normas culturales en
el ámbito social (reglas para la conducta aceptada y esperada), que nos
restringen y nos controlan, afectan de manera sutil pero poderosa nuestras
actitudes y conducta. “La diversidad notablemente amplia de las actitudes y
conductas de una cultura a otra indica el grado en que somos los productos de
las normas culturales”[78] Si bien es cierto que las tradiciones culturales nos proporcionan
beneficios, éstas nos “cobran” un alto precio, especialmente en nuestra cultura
occidental, profundamente individualista y competitiva. En ésta las personas
disfrutan de más libertad personal, pero el precio es soledad, violencia y
tensión emocional.
Además de los convencionalismos, las
tradiciones, las costumbres, los esquemas, los marcos referenciales, las
imposturas, los supuestos, los pareceres, las creencias y los modelos sociales
acríticos, también condicionan la dinámica de la comunicación y, por ende, las
relaciones interpersonales, fenómenos como los atavismos, los estereotipos, los
contextos, la socialización, la educación (¿domesticación?) y la ideología. Las
personas vivimos condicionadas por estos hechos sociales. “El hombre no vive
únicamente su vida personal como individuo, sino que también, consciente o
inconscientemente, participa de la de su época y de la de sus contemporáneos.
Aunque inclinado a considerar las bases generales e impersonales de su
existencia como bases inmediatas, como naturales, y a permanecer alejado de la
idea de ejercer contra ellas una crítica… el individuo puede idear toda clase
de objetivos personales, de fines, de esperanzas, de perspectivas, de los
cuales saca un impulso para los grandes esfuerzos de su actividad; pero cuando
lo impersonal que le rodea, cuando la época misma, a pesar de su agitación,
está falta de objetivos y de esperanzas, cuando a la pregunta planteada,
consciente o inconscientemente, pero al fin planteada de alguna manera, sobre
el sentido supremo más allá de lo personal y de lo incondicionado, de todo
esfuerzo y de toda actividad, se responde con el silencio del vacío, este
estado de cosas paralizará justamente los esfuerzos de un carácter recto, y
esta influencia, más allá del alma y de la moral, se extenderá hasta la parte
física y orgánica del individuo. Para estar dispuesto a realizar un esfuerzo
considerable que rebase la medida de lo que comúnmente se practica, sin que la
época pueda dar una contestación satisfactoria a la pregunta «¿para qué?», es
preciso un aislamiento y una pureza moral que son raros y una naturaleza
heroica o de vitalidad particularmente robusta”[79]
Aquí no se trata de entrar en abierta “revolución”
y rebelión contra estos fenómenos sociales, profundamente arraigados en el
inconsciente, dada la programación cultural; lo que se pretende es que se
cuestionen, se revisen, se analicen, se replanteen y se prescinda,
paulatinamente, de aquellos que se convierten en obstáculos para la
comunicación y las relaciones interpersonales. El hecho de que no podamos
escapar de las cadenas culturales no puede impedirnos tomar conciencia de los
condicionamientos que nuestra cultura nos impone y tratar, en la medida de
nuestras posibilidades, liberarnos de su tiranía avasalladora.
Las
costumbres merecen una profunda revisión, porque hay costumbres a las cuales
uno no debe “acostumbrarse”. Un espíritu libertario, crítico, iconoclasta y
contestatario, propio de los intelectuales, no se acostumbra dócilmente a las
costumbres. Por consiguiente, explora y reinventa nuevas maneras y estilos de
comunicación y de relaciones interpersonales, diferentes a las tradicionales, a
las que nos hemos “acostumbrado”, con el fin de posibilitar la convivencia
armónica y pacífica. Un detractor de las costumbres acríticas y tiranas nuca se
sube al remolque de la multitud y sabe morir en la soledad.
La
programación cultural
Como
vivimos “programados” culturalmente, procedemos mecánicamente: a tal pregunta,
tal respuesta; a tal contrariedad, tal reacción. Las personas que buscan
motivos para ofenderse siempre los hallarán, pero son ellas quienes tienen un
problema. Y su problema es que necesitan ofenderse. “Y funcionamos como
autómatas. La cultura nos inculca unas leyes rígidas, cuya única razón es que
así se ha hecho siempre. Y con esta razón tan endeble somos capaces de matarnos
por defender: honor, patria, bandera, raza, familia, buenas costumbres, orden,
ideales, buena fama y muchas más palabras que no encierran más que ideas sin
sentido real, que nos han inculcado como cultura. Y lo mismo ocurre con las
ideas religiosas... Toda esa actitud sólo depende de nuestra programación.
Estamos programados desde niños por las conveniencias sociales, por una mal
llamada educación y por lo cultural. Vivimos por ello programados y damos la
respuesta esperada ante situaciones determinadas, sin pararnos a pensar qué hay
de cierto en la situación, y si es consecuente con lo que de verdad somos esa
respuesta habitual y mecánica… Cuando eres un producto de tu cultura, sin
cuestionarte nada, te conviertes en un robot. Tu cultura, tu religiosidad y
las diferencias raciales, nacionales o regionales te han sido estampadas como
un sello y las tomas como algo real. Te enseñaron una religiosidad y una forma
de comportarte que no has elegido, sino que te vinieron impuestas desde fuera,
antes de que tuvieses edad o discernimiento para decidir, y sigues así, con
ellas colgadas, como una piedra al cuello. Sólo lo que nace y se decide adentro
es auténtico y te hace libre. Lo que haces como hábito y que no puedes dejar de
hacer porque te domina, te hace dependiente, esclavo de lo que crees, porque te
lo han programado. Sólo lo que surge de dentro lo analizas, lo pasas por tu
criterio y te decides a ponerlo en práctica asumiéndolo; es tuyo y te hace
libre”[80] Es que,
desde antes de nacer, ya estamos programados. “En el ser humano la relación
entre sujeto y objeto de conocimiento está atravesada por el orden de la
subjetividad. Es imposible la constitución de una objetividad humana que no
esté atravesada por la subjetividad, desde los comienzos de la vida. ¿Qué
significa esto? La madre inscribe sus esquemas representacionales (su peculiar
visión de la realidad, las cosas a las que le presta atención, los recortes que
hace del mundo) en el inconsciente del niño, sin ser consciente que lo hace.
Dice Silvia Bleichmar que el hijo parasita biológicamente a la madre y la madre
lo parasita simbólicamente”[81]. Para
el relativismo antropológico, el ser humano no es más que el producto de normas
culturales que lo moldean y programan. Por su parte, Marx pensaba que “la esencia
del hombre no es más que el conjunto social en que vive”[82]. Una
persona, a pesar de ser producto de sus condicionamientos y del medio ambiente
que le rodea, “puede dar un sentido a su vida, sin que se deje dirigir
completamente por sus condicionamientos”[83]. La
programación comienza desde que somos niños, o si no leamos los siguientes
versos de Juan Manuel Serrat, quien nos lo dice de una manera sencilla y bella:
"Cargan con nuestros dioses y
nuestro idioma, / con nuestros rencores y nuestro porvenir. / Por eso nos
parece que son de goma / y que les bastan nuestros cuentos / para dormir. //
Nos empeñamos en dirigir sus vidas / sin saber el oficio y sin vocación. / Les
vamos trasmitiendo nuestras frustraciones / con la leche templada y en cada
canción"[84].
Esas leyes (instrumentos de poder), tácitas
o establecidas sociojurídicamente, ejercen un enorme poder alienatorio que
sujeta a los sujetos. Cuántas veces, la ley, que debe estar al servicio de la
persona o de la colectividad, termina, contraria a su espíritu, tiranizando,
esclavizando. “La esclavitud a la ley es una de las más serias consecuencias a
que han conducido las estructuras socioeconómicas y políticas al hombre en
todos los tiempos; el sometimiento a esquemas, la reproducción en serie de
tipos ideales, construidos según maquetas estáticas que obedecen a normas y a
principios que lejos de servir al hombre le recortan, han creado dentro de las
instituciones hombres serviles, fanáticos o anárquicos, tipos cada uno bien
funesto para la sociedad, que tiene como función facilitar el camino del
destino creador de cada hombre... Los esclavos de la ley son aquellos que sin
comprender su sentido, se acogen a ella literalmente, más como defensa que como
esfuerzo, más como componenda que como argumento, son los que le sirven
estérilmente y en lugar de fieles se convierten en serviles. El espíritu de la
ley queda reemplazado por la obediencia ciega, por la letra muerta; el hacer se
convierte en un no hacer. El deber ser en
un tener que, lo cual despersonaliza
al individuo, comunicándole una configuración bien deformada… El sentido de la
ley debe enriquecer mi persona; para ello es necesario rescatar y conquistar
dicho sentido a cada instante; las opciones concretas a las que ella me somete
deben producir en mi un sentimiento de dignidad personal, que se apoya en el
reconocimiento de mi libertad. La ley así me permite tomar conciencia, me hace
libre, me dignifica y pone en movimiento en lugar de esclavizarme”[85]. Dyer
afirma que las leyes son necesarias y el orden es parte importante de la sociedad
civilizada, pero aclara que “la obediencia ciega a los convencionalismos es
algo completamente distinto, algo que puede ser mucho más destructivo para el
individuo que el hecho de violar las leyes. A menudo estas leyes son absurdas y
las tradiciones dejan de tener sentido”[86].
Prisioneros de la tiranía de las costumbres
no reconocemos el derecho que tienen los demás a expresarse libremente, el
derecho a la libertad de expresión. Cuando alguna persona emite su opinión,
contraria a la de los otros, la mayoría se molesta y la toma como una agresión,
y, como tal, reaccionan defendiéndose o atacando. Los demás tienen derecho a
emitir opiniones o expresiones a favor o en contra de otras personas, y esto no
tiene por qué molestarlas; si ello ocurre, estaríamos ante un flagrante
episodio de intolerancia. Si las opiniones de los demás no concuerdan con lo
que la otra persona es, quien las recibe no tiene por qué acudir al ataque o a
la defensa. Si la persona se conoce a sí misma, si sabe quién es en realidad, dónde
está y para adónde va, las opiniones o las expresiones de los demás no pueden
inquietarla, molestarla o intranquilizarla. Molestarse por lo que los demás
opinan de uno, sería desconocer el derecho a la libertad de expresión. Pero si
bien es cierto que toda persona tiene derecho a la libertad de expresión, éste
no es absoluto: tiene sus limitaciones, sus restricciones. Como no es absoluto, el derecho a
la libre expresión no puede invadir abruptamente la esfera de la intimidad de
las personas, por cuanto se incurre en vituperios, infamias, calumnias,
consejas y escarnios, rebasando límites éticos, morales y jurídicos.
Las
creencias moldean nuestra percepción de la realidad
Nuestras
creencias, un fenómeno psicosocial, también necesitan de nuestra reflexión. Las
creencias, mayoritariamente impuestas por la tradición religiosa, que ejerce
una profunda influencia en la manera en que percibimos, interpretamos y
sistematizamos la realidad, condicionan nuestra manera de ser y de estar en el
mundo. Este tipo de convicciones de superstición y de prejuicios, constituyen
el pensamiento que “representa la realidad, o lo que es tomado por realidad,
presente en nosotros en grado mayor que las ficciones y hace que pese más sobre
el pensamiento y que tenga una influencia superior sobre las emociones y sobre
la imaginación”[87]
Nuestras
creencias impiden ver la realidad tal como es. La vemos tal como nosotros, tan
programados como estamos, creemos que es. “Como soy, así veo”, sentenció Ralph
Waldo Emerson. Las creencias no sólo moldean nuestra interpretación de todo,
también nuestras percepciones y recuerdos. “Hay una realidad objetiva allá
afuera, pero nosotros la vemos a través de los anteojos de nuestras creencias,
actitudes y valores”[88]
Obsesionados por verificar nuestras creencias, no buscamos evidencias para
refutarlas. En el plano epistemológico las creencias impiden la búsqueda de la
verdad, pues “con notable facilidad formamos y sostenemos creencias falsas”[89], sin
que establezcamos certeza de nuestras percepciones e interpretaciones de la
realidad, por cuanto no comportan criterios de objetividad incontrastables. “Las
sociedades en su conjunto siguen impregnadas de condicionamientos culturales,
donde lo religioso siempre tiene su lugar, y quizás más todavía hoy con el
ascenso de los fundamentalismos que representan un retroceso del pensamiento,
una vuelta atrás de algunas decenas de años incluso hasta de varios siglos”[90].
Dentro del amplio y variado espectro de las
creencias encontramos los dualismos que dividen arbitrariamente la realidad,
que por naturaleza es compacta, empezando por nuestro ser personal: cuerpo y
alma o materia y espíritu. Así mismo, la dualidad, propia de nuestra cultura,
nos clasifica en buenos y malos, feos y bonitos, pobres y ricos, sabios e
ignorantes, etcétera, etcétera. Por consiguiente, producto de nuestra cultura,
adoptamos posturas dogmáticas, actuando sólo como amigos o enemigos: “O él o
yo”, pareciere ser nuestra manera de interrelacionarnos. “El sentido de la
dualidad ha interpretado el sentido de que puede existir lo bueno y lo malo. No
existe lo malo, existe la desviación de lo bueno. Las cosas no tienen doble
cara; las cosas son lo que son. No nos preocupamos por hacer las cosas bien,
sino por no hacer las cosas bien. El dualismo nos ha hecho perder el sentido
del universo: en lugar de mejorar lo que es, siempre atacamos lo que nos parece
que no es. No digamos: Esta persona no es
buena; digamos: Esta persona tiene
que ser más buena"[91]. En
consecuencia, nuestras creencias nos convierten, en muchas ocasiones, en
personas intransigentes, agresivas, conflictivas, dogmáticas e intolerantes, sin
que afloren espacios de diálogo argumentado y nuevas formas de relaciones
interpersonales en donde impere el respeto por la diferencia, por lo diverso,
por lo múltiple. “Si los demás no son y
se comportan como yo quiero, son objeto de mis críticas, de mis denuestos, de
mi rechazo y de mi animadversión”, se impone como máxima que rige la
dinámica de nuestra “convivencia”. “En lugar de discutir un razonamiento se le
reduce a un juicio de pertenencia al otro –y el otro es, en este sistema,
sinónimo de enemigo-, o se procede a un juicio de intenciones. Y este sistema
se desarrolla peligrosamente hasta el punto en que ya no solamente rechaza toda
oposición, sino también toda diferencia: el que no está conmigo está contra mí,
y el que no está completamente conmigo, no está conmigo”[92].
La importancia de la diferencia
En opinión del
investigador Salvador Moreno López, si bien es cierto que entre nosotros hay
semejanzas significativas, también encontramos en los demás importantes
diferencias. Es por ello que piensa que es “difícil sostener que existe sólo un
conocimiento válido de la realidad, compartido de la misma forma por todas las
personas”[93].
Por el hecho irrefutable de ser personas únicas e irrepetibles, tenemos que
consentir, así nos resulte difícil, que el otro piense y se exprese libremente,
haciendo uso legítimo de su inalienable derecho a ser diferente. “Por
pertenecer a culturas diferentes, los hombres son diferentes, poseen distintos
modos de vida, se expresan de manera diferente, interpretan y valoran la
realidad según patrones diversos”[94]
Los modelos culturalmente impuestos y
aceptados eclipsan nuestro espíritu crítico, impidiéndonos entender la
importancia de las diferencias. “Cada uno tiene su propia sensibilidad, una
tendencia natural a preferir ciertas actitudes y comportamientos respecto a los
demás. Por otra parte, si no hubiera diferencias, incluso profundas, entre los
individuos, nunca tendrían lugar los procesos de renovación que transforman, a
menudo de forma radical, normas y estereotipos que habían permanecido
inmutables durante mucho tiempo”[95]
Revelándonos contra los dictados culturales, “se requiere de una protección
contra la tiranía de las opiniones y pasiones dominantes, contra la tendencia
de la sociedad a imponer como reglas de conducta sus ideas y costumbres a los
que difieren de ellas, contra su tendencia a obstruir el desarrollo e impedir
la formación de individualidades diferentes… El principio de la libertad humana
requiere la libertad de gustos y de inclinaciones, la libertad de organizar
nuestra propia vida siguiendo nuestro modo de ser. No se puede llamar libre a
una sociedad, cualquiera sea la forma de gobierno, si estas libertades no son
respetadas”[96].
A pesar de que compartimos una biología
similar, somos socialmente diferentes. Biológicamente somos parecidos, pero
diferentes socialmente. Nuestra biología compartida posibilita nuestra
diversidad social. “Debido a que nuestras mentes no ven la realidad de modo
idéntico, cada uno de nosotros responde a una situación según la construyamos”[97]
Libres de los condicionamientos culturales,
podremos comprender que los mecanismos sociales están encaminados
deliberadamente a que tengamos una visión compartida de las situaciones
humanas, que desconocen la pluralidad y las diferencias, para que las personas
piensen de acuerdo con el rebaño y se “aclimaten” dentro de él, con el ánimo de
que se anule el pensamiento crítico y se desconozcan otras realidades distintas
a las que nos imponen dichos mecanismos. “Bajo la justificación de que las
sociedades necesitan de mecanismos y procesos que las mantengan unidas, y que
preserven el orden social necesario para la convivencia, muchas veces se
esconden formas de dominación, manipulación, imperialismo o totalitarismo.
Dichos mecanismos y procesos se hacen también presentes en la comunicación y en
las relaciones interpersonales. Es así que encontramos contenidos y formas de
comunicación que, si bien es cierto contribuyen a mantener también una
desigualdad entre hombres y mujeres, y entre adultos y niños, por ejemplo, son
sancionadas positivamente por muchos, incluso por aquellos y aquellas que
padecen la injusticia, la desigualdad o el mal trato”[98].
Quienes manipulan los diversos mecanismos
socioculturales, tendientes a la homogenización o a la “visión compartida”,
generan ambientes inapropiados para que la dinámica comunicativa fluya, por
cuanto pretenden “eliminar” las diferencias y que todos piensen y sientan de la
misma manera, en aras de favorecer oscuros intereses, generalmente inherentes a
las relaciones de poder y de dominación. Por consiguiente, el ser humano en
nuestro sistema productor de mercancías, además de estar extraviado en la
racionalidad instrumental, viviendo de sucedáneos que lo despersonalizan, lo
cosifican y masifican, no se reconoce a sí mismo como un ser diferente, ni
reconoce en los demás una condición análoga. Perdido como está dentro de los
estrechos límites de su marco cultural, no desarrolla habilidades comunicativas
ni es capaz de aceptar, en su mundo anónimo y vacío, que su realidad es
distinta de la de los demás, y que en toda praxis comunicativa se tiene que
permitir que aflore la realidad de los interlocutores y se les posibiliten
espacios para disentir, controvertir, debatir y opinar de manera diferente a
como conciben la realidad intrínseca y extrínseca.
Comunicación
y relaciones de pareja
Las
relaciones de pareja (profundamente condicionadas por las tradiciones, los
convencionalismos y las costumbres) y su complejo universo afectivo y
comunicacional se ven hondamente condicionadas y afectadas por la concepción
que se tiene de ésta en nuestra cultura y los roles genéricos (“formas típicas
de comportarse para uno y otro sexo”) que impone la misma. La psicoterapeuta
María Consuelo Cárdenas señala que la dinámica de la pareja se ve profundamente
expuesta a irreconciliables inconvenientes por la diferencia en la concepción y
expectativas que a priori se tienen de ésta; también influyen la resistencia al
cambio, el mito de que hay que compartirlo todo, las relaciones de poder, el
nivel de entrega, la incompatibilidad en las diferencias en las expectativas de
rol y los factores socioeconómicos. Considera que las diferencias genéricas en
las expectativas respecto a la relación de pareja obedecen a las socialización
de roles que se hace todavía en nuestro contexto sociocultural. Los roles
arbitrarios, socioculturalmente establecidos, pretenden que la mujer “sienta” y
el hombre “piense”, y encasillar a la mujer en el rol “expresivo” y al hombre
en el rol “instrumental”. “Esto limita al hombre en su expresividad, a la vez
que dificulta la comunicación con la mujer porque definitivamente su marco de
referencia es otro… En nuestro medio parece prevalecer la idea de que cada uno
de los géneros, hombre y mujer, le corresponden determinadas expresiones y
actividades en relación con el otro. Se sigue suponiendo que la mujer debe
expresar sus sentimientos, verbalizar necesidades, y al hombre esto parece
estarle negado o al menos limitado… En pocas palabras, todo el terreno de la
llamada vida privada sigue siendo
responsabilidad fundamental de la mujer, y se asigna al hombre el terreno de lo
público. Esta concepción de los roles
genéricos lleva implícito un círculo vicioso: mantiene una separación de
esferas de vida y de formas de expresión que dificultan la comunicación entre
los miembros de la pareja y garantizan, por consiguiente, que nada cambie… en
la práctica lo que permite la existencia de la relación de pareja es que cada
pareja, cada persona, es única, diferente y construye su propia forma de vivir,
y bienvenida sea la creatividad y la iniciativa para hacerlo”[99] La
psicóloga plantea la necesidad de cambiar la socialización de roles que nos
muestran como seres opuestos y que nos definen como contrarios por siempre. No
se trata de invertir los roles del hombre por los de la mujer, pero sí de
modificarlos de manera que el otro “no se vea como el opuesto, o el superior o
el inferior en una jerarquía, sino como una persona, diferente, por supuesto,
pero de igual nivel”[100] Cada
vez que surjan conflictos en la pareja por la diferencia de roles, sus
integrantes deben estar dispuestos a introducir algunos cambios para encontrar
nuevas formas de enfrentarlos y solucionarlos.
Como quiera que, según la experiencia
terapéutica de Cárdenas, muchos de los diversos problemas de pareja tienen su
origen en las múltiples diferencias y en la discrepancia sobre los roles
adecuados a cada uno de sus componentes, es procedente “enseñar habilidades de
comunicación y expresión de todos aquellos sentimientos, creencias, deseos y
actitudes que cada cual trae a la relación, para que a través de esta
comunicación se compartan las diferencias, que siempre estarán presentes, y que
son, precisamente, las que hacen atractiva la idea de establecer una relación
con otro porque es distinto y se
mantiene diferente, porque si se anula la diferencia ese atractivo dejaría de
serlo”[101].
Las relaciones de pareja, dada la
programación cultural “machista” del varón, se tornan un tanto difíciles en el
ámbito de la dinámica comunicativa, por cuanto el hombre adopta, en muchas
ocasiones, un lenguaje autoritario e intimidatorio. Para que éste propicie de
diálogo armónico y participativo, debe conocer la naturaleza femenina, bien
diferente a la suya. ¡Qué paradoja! La mujer, un ser profundamente fervoroso y,
según una mujer, “religiosa por naturaleza”[102],
es víctima de sus creencias. ¿Acaso el mismísimo San Pablo no sentenció como
axioma irrefutable que la mujer estará sometida al marido? “Que la
esposas se sometan a sus maridos… En efecto, el marido es cabeza de su esposa…
cuerpo suyo… Y así como la Iglesia se somete a Cristo, así también la esposa
debe someterse en todo a su marido”[103].
Son tan oprobiosos estos axiomas paulinos para la dignidad de la mujer, que,
precisamente, un sacerdote, obrando como imprimatur[104],
aclara que “entre cristianos no cabe el prejuicio masculino de que hay que
someter a la mujer…”[105]
En pleno siglo XX cuántas mujeres siguen creyéndose ese cuento tan absurdo e
indigno de que “la esposa debe someterse en todo a su marido”. Y pensar que esa
doctrina paulina es el dogma “oficial” que se repite en la celebración del
matrimonio en los rituales católicos tradicionales. ¿Será que un hombre que
siga al pie de la letra el imperativo de San Pablo verá a la mujer como un ser
igual y como un interlocutor válido durante un evento comunicativo?
Como secuela de los absurdos “preceptos
sociales” se estableció arbitrariamente cómo debe ser y qué debe hacer la mujer
y cómo debe ser y qué debe hacer el varón. Así, debido a estas imposiciones
culturales, se configuró a la mujer “como dependiente y sumisa, tierna e
intuitiva, débil y temerosa, caprichosa y superficial, voluble e incomprensible”[106];
constituyéndose el mito de lo femenino, contrario a lo viril, “caracterizado
por la fuerza y el valor, la inteligencia y la decisión, el dominio, la
autoridad, cualidades indispensables para el ejercicio del poder”[107].
Por consiguiente, esta injusta discriminación ha facilitado que el hombre se
imponga sobre la mujer atropellando sus derechos y su dignidad humana. Esta
oprobiosa realidad no le ha permitido a la mujer buscar su verdad, sino que ha
tenido que aceptar la verdad impuesta por el hombre. Las palabras de la
investigadora María Luz del Socorro nos invitan a reflexionar:
“(…) Este hecho de juzgar la verdad al contacto con
los otros la han llevado muchas veces a adquirir una configuración mental
impuesta desde fuera, con criterios universales, elaborados frecuentemente por
el hombre. La mujer se ha limitado a las fronteras que le han sido impuestas y
ha aprendido la verdad a través de la imagen que se le ha querido comunicar.
Esto lo ha asimilado de una manera tan candorosa, que pocas veces intenta
recurrir a sí misma para descubrirse plenamente…
…La visión poética que matiza la contemplación
femenina, la lleva finalmente a construcciones mentales impregnadas de este
sentimiento (debilidad de la especie), impulsándola a desempeñar papeles
heroicos tales como el silencio, el
anonimato, la entrega y el pleno sacrificio”[108].
Gustavo Flaubert nos dejó
una interesante reflexión en labios de Madame Bovary:
“Un hombre, al menos, es libre; puede recorrer las
pasiones y los países, atravesar los obstáculos, gustar los placeres más
lejanos. Pero a una mujer esto le está continuamente vedado. Fuerte y flexible
a la vez, tiene en contra de sí las molicies de la carne con las dependencias
de la ley. Su voluntad, como el velo de su sombrero sujeto por un cordón,
palpita a todos los vientos; siempre hay algún deseo que arrastra, pero alguna
conveniencia social que retiene”[109].
Daniel López les habla a
los hombres a través de la canción Corazón de mujer, interpretada por
una mujer. ¡Escúchenlos!
“Devuélveme la vida, /
no me hagas más llorar; / no sujetes ya mis alas / que hoy quiero volar; /
tengo sentimientos, sueños y deseos, / mi voz grita con fuerza ¡libertad!”
Conclusión
Para liberarnos de las cadenas de los
condicionamientos e imposiciones culturales y poder desarrollar habilidades
comunicativas, además de fortalecer nuestro espíritu crítico, iconoclasta,
contestatario, anticonvencional, libertario y controversial, se requiere
explorar, así sea de manera superficial, las diversas ciencias que se
relacionan con el lenguaje y, por ende, con la comunicación, como la
sociolingüística (estudio de las interrelaciones entre estructura social y
sistema lingüístico), la lingüística (estudio del lenguaje), psicolingüística
(estudio del proceso de la adquisición del lenguaje), la neurolingüística
(estudio de los mecanismos del cerebro humano que facilitan el conocimiento y
la comprensión del lenguaje), la psicología social (estudio de la manera en que
las personas piensan unas de otras, se influyen y se relacionan entre sí), la
sociología del lenguaje (estudio de los factores socioeconómicos y
sociopolíticos que condicionan el lenguaje), la filosofía del lenguaje (estudio del
uso y el entendimiento del lenguaje, el significado, la verdad, el aprendizaje
y la creación del lenguaje), la semiología (estudio de los
sistemas de comunicación dentro de las sociedades humanas), la hermenéutica
(arte de interpretar los discursos escritos o hablados), la gramática (arte de
hablar y escribir correctamente una lengua), retórica (arte de bien decir, de
embellecer la expresión de los conceptos, de dar al lenguaje escrito o hablado
eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover), la dialéctica (arte de
dialogar), la lógica (estudio de la rectitud de las operaciones y actos del entendimiento), la
quinesia (estudio del lenguaje corporal) y las funciones del lenguaje
(representativa o referencial, expresiva o emotiva, apelativa o conativa,
poética o estética, fática y metalingüística). ¿Por qué es necesario conocer,
así sea de manera somera, estas ciencias relacionadas con el lenguaje? Porque
“desde el momento en que estamos dentro del ser-lenguaje estamos siempre
acercándonos a la realidad con “prejuicios” que predeterminan la comprensión,
que la anticipan”[110]. Los
prejuicios son subjetivos, y, como se sabe, la lente de la subjetividad es un
espejo deformante. El ideal de la Ilustración (supremacía del poder de la
razón) era combatir los prejuicios. “La razón tiene como cometido fundamental
ser clarificadora y autoclarificarse: la razón consiste siempre en no afirmar
ciegamente lo tenido por verdadero, sino en ocuparse de ello críticamente”[111].
Todo lo anterior nos llevará a entender que
nuestros interlocutores, además de ser emisores válidos, son personas que
tienen su particular manera de interactuar y comprender su mundo en una forma
muy diferente a la nuestra, pero que es digna de todo nuestro respeto y
aceptación. Así no compartamos su peculiar cosmovisión, tenemos el deber de
aceptarla; de lo contrario, se presenta una accidentalidad del diálogo, del
acto comunicativo. “Los interlocutores son llevados por el diálogo y
nunca pueden saber a priori a qué lugar les va a llevar el diálogo ni donde va a terminar éste. Cuando uno de los
interlocutores intenta controlar la conversación lo que hace es acabar con
ella”[112]
Si somos
seres pluriétnicos y multiculturales, nos debe animar el imperativo categórico
de reconocer y aceptar las diferencias. “Mientras nos preparamos para jugar,
trabajar y vivir con personas cuya cultura y género difieren del nuestro,
necesitamos comprender cómo cada uno de nosotros ha llegado a ser quien es. Y
al aceptar nuestras diferencias, nuestras sociedades necesitan también abrazar
ideales unificadores que los mantengan juntos. Hacerlo así puede finalmente
ayudarnos a ampliar nuestros círculos de amor para abarcar no sólo a nuestras
familias, vecinos y grupos étnicos, sino a la comunidad humana completa en
nuestra nave espacial planetaria”[113]
Finalmente, convendría reflexionar sobre las
palabras de la sicóloga María Luz del Socorro:
“La comprensión de la persona como tal
exige de inmediato la comprensión de su devenir, es decir, de su realidad de
ser en movimiento, cuya última finalidad es la realización plena de sus
potencialidades y de sus aspiraciones”[114].
LUIS ANGEL RIOS PEREA
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[45] ESPINOSA, Germán. Ob. Cit. P. 35.
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[66] CASSIRER,
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[67] GONZALEZ
ALVARES, Luis José. BELTRAN PEÑA, Francisco. Ob. Cit. p. 138.
[68] CIURANA,
Emilio Roger. Ob. Cit.
[69]
Ibídem, p. 139.
[70] Ibídem,
p. 140.
[71]
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[72]
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[73]
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[74]
RESTREPO RAMIREZ, Luis Carlos. La trampa de la razón. Arango editores,
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[77] Ibídem, p. 72.
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[87] MARTINEZ ECHEVERRI, Leonor y Hugo. Diccionario de filosofía. Panamericana,
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[88]
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[89] Ibídem, p. 66.
[91]
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[92]
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[93] MORENO
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[96] ACEVEDO LINARES, Antonio. La tolerancia como presupuesto fundamental
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[97] MYERS, David g. ob. Cit. P. 215.
[98]
Ibídem.
[99] CARDENAS SAENS
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1990, p. 36, 55 y 174.
[102]
DEL
SOCORRO, María Luz. Ob. Cit. P. 27.
[103]
SAN PABLO. Carta a los efesios. Cap. 5,
ver. 22 y 24.
[104]
“Un Imprimatur es una declaración oficial por la jerarquía de la Iglesia
Católica de que una obra literaria o similar está libre de error en materia de
doctrina y moral católica, y se autoriza por lo tanto su lectura por los fieles
católicos”. http://www. es.wikipedia.org.
[105]
SANCHEZ B., Manuel. Arzobispo de
Concepción (Chile). Sagrada Biblia
Latinoamericana. Edición familiar. C. D. Stampley Enterpriss, Charlote
(USA), 1991, p. 290 (Nuevo Testamento).
[107] Ibídem.
[109]
FLAUBERT, Gustavo. Madame Bovary. Oveja
Negra, Bogotá, 1982.
[111]
Ibídem.
[112]
Ibídem.
[114]
DEL SOCORRO, María Luz. Ob. Cit. P.
93.
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