TEMA
El determinismo en la vida de Jesús
ARGUMENTO
Se narra la historia de Jesús, desde el momento de su
concepción (humana y divina) hasta su crucifixión, recreando su apasionante y
atribulada existencia matizada de penas,
alegrías, rebeldía, vida errabunda, labores de pastoreo, amores con María de
Magdala, milagros, encuentros con el diablo y Dios, pactos con éste,
predicación y cumplimiento de la voluntad divina.
RESUMEN
En una humilde “casa igual que casi todas, una especie
de cubo inclinado hecho de adobe y ladrillos, pobre entre pobres”, localizada
en “una aldehuela llamada Nazaret, tierra de poco y de pocos, en la región de
Galilea”, José, un “carpintero de oficio, regularmente hábil en el menester,
aunque sin talento para perfecciones cuando le encomiendan obra de más finura”,
muy “piadoso y justo”, de 20 años, y María, una mujer dedicada a rudimentarias
labores domésticas, “quien no ha cumplido siquiera los dieciséis años” y que
“no es piadosa ni justa”, en la invisible presencia de Dios, que “está en todas
partes”, concibieron a su primogénito Jesús, una mañana “de belleza casi
insoportable”.
Cuatro meses después de lo anterior, un ángel,
personalizado en un mendigo, se le presentó a María para comunicarle que estaba
embarazada; situación que intrigó a José, viéndose precisado a consultar con el
Consejo de Ancianos, porque le preocupó la conversación de su esposa con el
pordiosero y una tierra brillante o luminosa que dejó éste en una escudilla que
entregó a María. Los ancianos indagaron sobre la presencia del mendigo, pero
nadie dijo haberlo visto. Finalmente, decidieron enterrar la tierra brillante,
depositarla “fuera del alcance e investigación por la desconfianza de José y la
prudencia de los ancianos”.
Tiempo después, José y María, viajan a Belén, con el
propósito de cumplir la orden del emperador César Augusto, pues debían censarse
todas las personas residentes en el territorio romano gobernado por el cónsul
Publio Sulpicio Quirino. Durante el recorrido José vio al ángel, otrora
mendigo, personalizado en un hombre extraño, junto a María que iba montada en
un burro; presencia que no percibió ésta, a pesar de que José intentó
persuadirla que él iba junto a ella. En una cueva, en tierra de pastores, cerca
de Belén, nació Jesús, cuyo parto fue recibido por la comadrona Zelomi.
Luego del nacimiento de Jesús, su padre le hizo
practicar la circuncisión, una práctica inveterada de la cultura judía. Como
María debía permanecer en la cueva mientras se cumplía su convalecencia, José
decidió buscar trabajo en un lugar cercano a Belén. Luego José y María llevaron
a Jesús al templo de Jerusalén. Para reconocer y confirmar la purificación de
María se sacrifican dos tórtolas en el templo.
Como Herodes se enteró de que en Belén nacería un niño
que sería rey de los judíos, dio la orden de matar a todos los infantes menores
de tres años. Cuando José regresaba de su trabajo escuchó a unos soldados que
decían que iban a matar los niños por orden de Herodes. José, muy preocupado y
angustiado, disimuladamente se dirige a la cueva para poner a salvo a su hijo Jesús.
Esa noche los soldados asesinaron a unos 25 niños y se fueron. Cuando se
disponían a huir, el ángel, personificado en un pastor, se le apareció de nuevo
a María para decirle que José había cometido un crimen al no haber avisado
oportunamente a los padres para que salvaran de Herodes a los niños de Belén, y
que por esta razón los pecados de los padres debían expiarlos sus hijos. Al día
siguiente emprendieron el regreso a Nazareth de Galilea. A su regreso
encontraron en el lugar donde enterraron la luz brillante “una extraña planta,
sólo tronco y hojas, que ya desistieron de cortar, tras haber intentado
inútilmente arrancarla de raíz, porque cada vez volvía a nacer y con más
fuerza”. Ocho meses después se supo que el rey Herodes había muerto.
Mientras José continuaba con su ánimo decaído,
soñoliento y durmiendo con extrañas pesadillas donde, entre otros asuntos
desagradables, él era asesino de niños, María quedó nuevamente embarazada. Ésta
se sorprendió porque esta vez el ángel no le había anunciado este embarazo. A
los cinco años Jesús fue a la escuela.
Más hijos fueron llegando al hogar de José y María, y
éste proseguía atribulado por sus frecuentes pesadillas. Muchos judíos rebeldes
se levantaban en armas en contra del dominio romano; los judíos morían a manos
de los soldados del imperio. Ananías, un vecino de José y María, se fue a
luchar en el ejército de Judas de Galilea. José, enterado de que su vecino
había sido herido, fue a Séforis para auxiliarlo. Cuando éste lo encontró,
Ananías le dijo que se regresara a Nazareth porque él ya estaba moribundo; al
día siguiente lo encontró muerto. Desconocidos robaron el burro de José, que
tanto tiempo había estado a su servicio. Sospechoso de pertenecer a los
rebeldes, los soldados romanos crucificaron a José, en presencia de los
habitantes de Séforis como una manera de hacerles saber que esa suerte le
esperaba a quien osara levantarse en contra del poderoso imperio. “El
carpintero llamado José, hijo de Heli, era un hombre joven, en la flor de la
vida, acababa de cumplir treinta y tres años”. Séforis fue incendiada por los
soldados romanos.
Como José no regresaba de Séforis, Jesús y María
deciden ir allí porque se enteran que la ciudad había sido quemada y
crucificados muchos judíos. Encontraron el cadáver de José con sus sandalias.
Los deudos de los muertos, en compañía de Jesús, sepultaron a los fallecidos,
entre ellos José, con lo cual se cumplió la profecía que “el hijo del hombre
enterrará al hombre…” Al morir, José tenía 33 años y era el padre de nueve
hijos: Jesús, Tiago, José, Judas, Simón, Justo, Samuel, Lisia y Lidia.
Jesús, además de las sandalias y la túnica de su padre,
heredó los sueños y pesadillas de éste. Su madre le contó que José soñaba que
unos soldados romanos lo iban a matar. También le relató que ese sueño surgió
luego de que no hubiera alertado a los padres de los niños de la aldea de Belén
de que Herodes había dado la orden de matar infantes. Jesús acusó a su padre de
ser el asesino de esos niños por no haberlos alertado. María volvió a ver el
ángel personificado en un pastor que pasaba con unas ovejas. Molesto, atribulado y convencido de que su padre “vivió inocente,
pero no murió inocente”, Jesús, a sus trece años, se fue de Nazareth. El ángel,
nuevamente personificado en mendigo, se le apareció a María y se llevó la
planta que había nacido donde enterraron la tierra brillante.
Luego de tres días de recorrido y de haber sido
asaltado, Jesús, que iba en búsqueda del lugar donde nació y con la intención
de indagar sobre la matanza de los inocentes, llegó a Jerusalén. Como Jesús no
tenía qué comer ni dónde dormir, un fariseo le dio de comer y le regaló dos
monedas, diciéndole que tomara ese dinero y volviera a su casa, porque el mundo
era aún demasiado grande para él. Entró en contacto con “los ancianos y los
escribas que según la antigua costumbre disertaban allí sobre la Ley, respondían a cuestiones y
daban consejos”. Jesús preguntó al escriba si era verdad que la culpa de los
padres la heredaban los hijos, y éste, enigmáticamente, le contestó: “La culpa
es un lobo que se come al hijo después de haber devorado al padre”. Para Jesús
era claro que “los padres por las culpas que tuvieron, los hijos por las que
acabaron teniendo”. Su padre era culpable, porque “calló cuando debería haber
hablado…” Siguiendo su camino, en Belén, encontró la cueva donde nació y su
partera, la esclava Zelomi. Jesús, profundamente atribulado y afectado por la
matanza de los niños, sufría “el remordimiento de aquello que no hizo, pero de
lo que, mientras viva, será, ¡oh incurable contradicción!, el primer culpable”.
Jesús soñaba que se encontraba en medio de la plaza confesando su tremenda
culpa: “Yo soy, dirá el espíritu con la voz del cuerpo, aquel que trajo la
muerte a vuestros hijos, juzgadme, condenad este cuerpo que os traigo, el
cuerpo del que soy ánimo y alma, para que lo podáis atormentar y torturar, pues
sabido es que sólo por el castigo y por el sacrificio de la carne se podrá
alcanzar la absolución y el premio del espíritu”.
Cuando despertó, Jesús, dentro de la cueva, recibió la
visita del ángel, personificado en un pastor gigante, quien, luego de un breve
diálogo, le entregó un rebaño de ovejas para que las cuidara, ya que no podría
“perder de vista las cabras y ovejas del patrón”, sin saber cuál era el
patrón. Jesús, “divididos sus
sentimientos entre una indefinible sensación de terror, como si su alma
estuviese en peligro, y otra aún más indefinible, de sombría fascinación”, se
entregó a su labor como pastor. Jesús discutió con el ángel sobre sus
creencias, quedando claro que éste no tenía fe y que la desnudez no tenía nada
de vergonzante.
Un viajero le dio a Jesús un cordero para el sacrificio
en la fiesta de Pascua. Con el borrego, Jesús se dirigió a Jerusalén; pero, una
vez allí, “decidió, contra el respeto y la obediencia, contra la ley de la
sinagoga y la palabra de Dios, que este cordero no morirá, que lo que le había
sido dado para morir seguirá vivo, y que, habiendo venido a Jerusalén para
sacrificar, de Jerusalén partirá más pecador de lo que entró, como si no le
bastasen las faltas antiguas, ahora cae en otra más, el día llegará, porque
Dios no olvida, en que tendrá que pagar por todas ellas”. Entonces huye del tempo llevándose al
corderito.
Cuando huía con el cordero Jesús se encontró con su
madre, a quien enteró que trabajaba como pastor y que no permitiría que el
animal fuera sacrificado, ya que éste sólo moriría cuando le llegara su hora.
Luego de que Jesús le contara a María que había conocido a un pastor,
sostuvieron el siguiente diálogo:
-Ese
hombre es un demonio.
-¿Cómo
lo sabes, te lo dijo él?
-
No, la primera vez que lo vi me dijo que era un ángel, pero que no se lo dijera
a nadie.
-¿Cuándo
lo viste?
-El
día en que tu padre supo que estaba embarazada de ti, apareció en nuestra
puerta como un mendigo y dijo que era un ángel.
-¿Lo
volviste a ver?
-En
el camino, cuando tu padre y yo fuimos a Belén a censarnos, en la cueva donde
naciste y la noche después del día en que te fuiste de casa, entró en el patio,
yo pensé que serías tú, pero era él, lo vi por la rendija de la puerta
arrancando el árbol que estaba al lado de la entrada, recuerdas, el árbol que
nació en el sitio donde se enterró el cuenco con la tierra que brillaba.
-¿Qué
cuenco, qué tierra?
-Nunca
lo has sabido, fue el cuenco que el mendigo me dio antes de irse, una tierra
que brillaba dentro del cuenco donde comió lo que le di.
-Si
de la tierra hizo luz, sería realmente un ángel.
-Al
principio creí que lo sería, pero también el diablo tiene sus artes.
María, preocupada, le rogó a Jesús que no escuchara más
las palabras de ese ángel demoníaco, y que volviera a casa; pero Jesús no
escuchó los ruegos de su madre, y dijo que en ese momento quería más a su
borreguito que a su propia familia. Con su ovejito se unió nuevamente al rebaño
que pastoreaba, y se volvió a encontrar con el ángel pastor, quien convenció a Jesús
que le quitara una oreja del corderito.
Unos tres años después, el corderito, sin su oreja, se
le perdió a Jesús. Éste emprendió, descalzo y desnudo, su búsqueda. Cuando la
encontró escuchó la voz de Dios, que se le apareció en forma de nube, y le dijo
que con el tiempo encontraría el poder y la gloria después de su muerte. Dios
le dijo que sacrificara la oveja, y Jesús así lo hizo; ésta desapareció y sólo
quedó la sangre regada en el piso. Dios le dijo que a partir de ese momento le
pertenecía por su sangre, porque entre ellos se había realizado una
alianza. Cuando se encontró con el ángel
pastor le contó que había visto a Dios y que había sacrificado la oveja. Jesús
se encontraba contento de haber visto a Dios, pero ignoraba que “no había hoy
un solo hombre en toda Israel que pudiera envanecerse de haber visto a Dios y
sobrevivir”. El ángel pastor, del que hasta ese momento Jesús no sabía si era
ángel bueno o malo, se molestó por el sacrificio de la oveja. “No has aprendido
nada, vete”, le dijo. Jesús, confundido, “se fijó obsesivamente en un pensamiento,
por qué un cordero que había sido salvado de la muerte acabó muriendo oveja…”
Entonces descubrió a una mujer desnuda bañándose y creyó que era el cordero
sacrificado que se había transformado en mujer.
Jesús abandonó su labor de pastor y se fue a vivir su
vida. En sus andanzas hizo el milagro de la pesca abundante a los hermanos
Simón y Andrés. Como este milagro despertó curiosidad en la aldea, decidió
regresar a Nazareth. En el camino encontró a una prostituta llamada María de
Magdala, quien le dio albergue y le curó las heridas. Ella había nacido en
Betania, lugar donde tenía dos hermanos: Lázaro y Matha. Los dos cohabitaron, luego de que ella lo
bañara, le diera de comer y le aliviara las heridas. Jesús, diciéndole a María
de Magdala que lo que le enseñaba ella no era prisión, sino libertad, convivió
con ésta durante ocho días. “Gozaron, pues, María y Jesús de tranquilidad
durante aquellos ocho días, durante los cuales las lecciones dadas y recibidas
acabaron por ser un discurso solo, compuesto de gestos, descubrimientos,
sorpresas, murmullos, invenciones, como un mosaico de teselas que no son nada
una por una y todo acaban siendo después de juntas y puestas en sus lugares…
desde el primer día, en la casa cerrada, este hombre y esta mujer habían
dividido y multiplicado entre sí los sentimientos y los gestos, los espacios y
las sensaciones, sin excesivos respetos
de regla, norma o ley… aquél que preguntó en el Templo, aquél que contempló los
horizontes, aquél que encontró a Dios, aquél que conoció el amor de la carne y
en él se reconoció hombre…. El cielo estaba nublado por igual, como un forro de
lana sucia, al Señor no le sería fácil ver, desde lo alto, lo que estaban
haciendo sus ovejas.” María, esa mujer que le había curado una dolorosa llaga,
puso “en su lugar la insoportable herida del deseo”. Según María de Magdala, desde que Jesús entró
en su casa, dejó de ser una prostituta. Jesús, que le parecía haber nacido
después de yacer carnalmente con ella, frisaba entonces los 18 años. José se fue
para Nazareth, y María le dijo que a pesar de que se fuera, él permanecería en
ese lugar. “Si me buscas, aquí me encontrarás”, dijo María. “Mi deseo será
encontrarte siempre”, repuso Jesús. “Me encontrarías incluso después de morir”,
aseguró María. Esta humilde mujer, que no había conocido “el amor de la madre
por su hijo, conoció al fin el amor de la mujer por su hombre, después de haber
aprendido y practicado antes el amor falso, los mil modos del no amor”.
Después de cuatro años de ausencia, Jesús regresó a su
casa en Nazareth. María y sus 8 hermanos lo recibieron con júbilo. “Jesús contó
que anduvo de pastor en el mayor de los rebaños que el mundo ha visto, que en
los últimos tiempos había estado en el mar pescando y ayudó a sacar de él
grandes y maravillosas redadas, y también que le sucedió la más extraordinaria
aventura que podía caber en la imaginación y en la esperanza de los hombres,
pero que de ella sólo hablaría en otra ocasión, y no a todos”. Aún conservaba
restos de la túnica y de las sandalias de su padre. Jesús dijo que no traía
dinero, pero al abrir su alforja encontró veinte monedas que, María de Magdala,
disimuladamente había puesto allí en el momento de su partida. El no supo
explicarle a su familia de dónde había sacado ese dinero. Jesús dijo que ese
dinero no procedía del diablo, y María aclaró que ni tampoco de Dios.
Convinieron que gastarían las monedas en el gobierno de la casa en la dote de
su herma Lisia que pronto se casaría. María señaló que ignoraba cuánto valían
esas monedas, y Jesús agregó sonriendo que tampoco lo sabía, pero lo que sí
sabía era el valor que tenían. Cuando se acostó ya no tuvo el sueño en donde su
padre quería matarlo, sino sueños de alegría y de exultación; la llegada a su
vida de María de Magdala no había transformado. “No lo consiguió esta noche,
pero la antigua pesadilla no volverá más, de aquí en adelante, en vez del miedo
le vendrá la exultación, en vez de la soledad tendrá la compañía, en vez de la
muerte aplazada, la vida prometida, expliquen ahora, si es que pueden, los
sabios de la Escritura,
qué sueño fue el que Jesús tuvo, qué significan el río y la corriente, y las
ramas colgadas, y las nubes bogando, y el ave callada, y por qué, gracias a
todo esto, reunido y puesto en orden, se pudieron juntar padre e hijo, pese a
que la culpa de uno no tenía perdón y el dolor del otro no tenía remedio”.
Al día siguiente les contó que había visto a Dios. Como
no le creyeron, “Jesús se levantó, los miró desde lo alto, y dijo: Cuando en mí
se cumpla la promesa que el Señor hizo, os veréis obligados a creer lo que
entonces de mí se diga”. Jesús les dijo que se regresaba a su vida errante.
María le ofreció una escudilla; y cuando Jesús eligió una entre cuatro, su
madre le dijo que aún no le creía su relato, y menos ahora que había elegido la
escudilla de color de tierra negra, que era la señal del diablo.
Cuando Jesús regresó a donde María de Magdala comió el
pan de la verdad, como un pacto para confiar en ellos. José trató de conseguir
trabajo en la aldea, pero no lo consiguió. Entonces, junto con María de
Magdala, se fueron de ese lugar.
El ángel visitó nuevamente a María, le recordó lo de la
mezcla del simiente de Dios y de José para engendrar a su hijo Jesús, pero no
le pudo aclarar quién era el verdadero padre. El ángel le reprochó por no haber
creído en Jesús, pues éste le confirmó que en realidad su hijo había visto a
Dios, y María se sintió arrepentida y triste. El ángel le aconsejó que buscara
a Jesús, que había ido en búsqueda de la oveja perdida. Tiago y José salieron
en búsqueda de su hermano Jesús.
Luego de buscarlo y buscarlo entre pescadores lograron
encontrarlo en compañía de María de Magdala. En presencia de ésta, porque Jesús
así lo quiso, Tiago y José le dijeron que ahora si creían en él y que volviera
a casa. Jesús se negó a regresar porque no habían creído en él inicialmente. De
regreso a Nazareth, Tiago y José entraron a la casa quemada donde había vivido
María de Magdala, y encontraron “una caña de las que se usan para coger los
higos de las higueras”, y se la llevaron. Jesús, con su vida de vagabundeo,
estaba beneficiando la industria de la pesca y sus derivados. Calmaba
tempestades y hacía prodigios por la abundancia de peces que caían en las redes
de los pescadores. Las gentes admiraban a Jesús, “el que ordenaba a los peces
que salieran de las aguas para los hombres, el que ordenaba a las aguas que no
llevaran a los hombres a los peces”. Sin embargo, Jesús “piensa que no es vida
andar continuamente de un lado a otro, embarcando y desembarcando, siempre los
mismos gestos, siempre las mismas palabras, y que, siendo cierto que el poder
de la pesca abundante le viene del Señor, no ve la razón para que el Señor
quiera que su vida se consuma en esta monotonía hasta que llegue el día en que
se sirva llamarlo, como ha prometido”. Los pescadores y lugareños, al ver tanto
prodigio y milagro de Jesús resolvieron acompañarlo adonde él fuera.
Con el correr del tiempo, Jesús y María de Magdala
fueron a las bodas de Caná. Su madre y hermanos estaban allí, y los recibieron
con júbilo y recelo. María le dijo a su nuera: “Cuida a mi hijo, que un ángel
me dijo que le esperan grandes trabajos y yo no puedo hacer nada por él”, y
ésta respondió: “Lo cuidaré, lo defendería con mi vida si ella mereciera
tanto…” María la bendijo por el bien que le había hecho a su hijo. Como hacía
falta vino, Jesús hizo el milagro para que el vino abundara en la fiesta. Jesús
y María de Magdala se fueron a proseguir con su vida errabunda.
A sus 25 años Jesús hizo el milagro de curar de fiebre
a una mujer. También evitó que apedrearan a una mujer adúltera, diciéndole:
“¡Márchate y no vuelvas a pecar en adelante!”. Jesús, en lo profundo de su ser,
iba lleno de dudas. Jesús seguía calmando tempestades y haciendo llenar de
peces las redes. También expulsó los demonios de un poseso, y los espíritus
malignos entraron en el cuerpo de unos cerdos que se arrojaron al mar. Cada vez
más era evidente que Jesús era hijo de Dios, y así lo reconocían las personas.
“Dijo Simón: que no eras un hombre como nosotros, ya lo sabíamos, véase el
pescado que no pescaríamos sin ti, la tempestad que estaba a punto de acabar
con nosotros, el agua que convertiste en vino, la adúltera a la que salvaste de
la lapidación, ahora los demonios expulsados de un poseso”. Un hombre llamado Juan y Jesús sostuvieron el
siguiente diálogo:
-¿Por
qué no nos dijiste que eres hijo de Dios?
-No
sé si soy hijo de Dios.
-¿Cómo
es posible que lo sepa el Diablo y no lo sepas tú?
-Buena
pregunta es esa, pero la respuesta sólo ellos podrán dártela.
-¿Ellos,
quiénes?
-Dios,
de quien el Diablo dice que soy hijo, el Diablo, que sólo de Dios podría
haberlo sabido.
Jesús siguió haciendo milagros, y en una ocasión
realizó el conocido milagro de la multiplicación de los panes y de los peces.
Con el ánimo de saber quién era él y para qué servía, una mañana nubosa, Jesús,
“que pescador de oficio no es, aunque con los pescadores sea su vivir y
trabajar”, se fue al mar a reunirse con los pescadores, a quienes, desde hacía
algún tiempo, venía acompañando y haciéndoles milagros. Como ese día ningún
otro pescador había ido a pescar, debido a la espesa nieve, Jesús, en su barca
entró en la mar y empezó a remar. En el centro del mar de Galilea se encontró a
Dios. “Es un hombre alto y viejo, de barbas fluviales derramadas sobre el
pecho, la cabeza descubierta, el pelo suelto, la cara ancha y fuerte, la boca
espesa, que hablará sin que los labios parezcan moverse. Va vestido como un
judío rico, con túnica larga color magenta, un manto con mangas, azul, orlado
de oro, pero en los pies lleva unas sandalias gruesas, rústicas, de esas de las
que se dice que son para andar, lo que muestra que no debe ser persona de
hábitos sedentarios”. Los dos sostuvieron este primer diálogo:
Dijo
Jesús:
-He
venido a saber quién soy y qué voy a tener que hacer de aquí en adelante para
cumplir, ante ti, mi parte del contrato.
Dijo
Dios:
-Son
dos cuestiones, vayamos por partes, ¿por cuál quieres empezar?
-Por
la primera: ¿Quién soy yo?, preguntó Jesús.
-¿No
lo sabes?, preguntó Dios a su vez.
-Creía
saberlo, creía que era hijo de mi padre.
-¿A
qué padre te refieres?
-A
mi padre, al carpintero José, hijo de Helí, o de Jacob, no sé bien.
-¿El
que murió crucificado?
-No
pensaba que hubiera otro.
-Fue
un trágico error de los romanos; ese padre murió inocente y sin culpa.
-Has
dicho ese padre, ¿eso significa que hay otro?
-Me
asombras, eres un chico experto, inteligente.
-En
este caso no me sirvió la inteligencia, lo oí de boca del Diablo.
-¿Andas
con el Diablo?
-No
ando con el Diablo, fue él quien vino a mi encuentro.
-¿Y
qué fue lo que oíste de boca del Diablo?
-Que
soy tu hijo…
-Sí,
eres mi hijo.
-¿Cómo
puede ser un hombre hijo de Dios?
-Si
eres hijo de Dios, no eres un hombre.
-Soy
un hombre, vivo, como, duermo, amo como un hombre, luego soy un hombre y como
hombre moriré.
-En
tu lugar, yo no estaría tan seguro de eso.
-¿Qué
quieres decir?
-Esa
es la segunda cuestión, pero tenemos tiempo. ¿Qué le respondiste al Diablo que
dijo que eras hijo mío?
-Nada,
me quedé a la espera del día en que te encontrase, y a él lo expulsé del poseso
al que andaba atormentando, se llamaba Legión y eran muchos.
-¿Dónde
están ahora?
-No
lo sé.
-Dijiste
que los expulsaste.
-Seguro
que sabes mejor que yo que, cuando se expulsan diablos de un cuerpo, no se sabe
adónde van.
-¿Y
por qué tengo que saber yo los asuntos del Diablo?
-Siendo
Dios, tienes que saberlo todo.
-Hasta
cierto punto, sólo hasta cierto punto.
-¿Qué
punto?
-El
punto en que empieza a ser interesante hacer como que ignoro.
-Al
menos sabrás cómo y por qué soy tu hijo y para qué.
-Observo
que estás mucho más despabilado de espíritu, incluso te noto un poco
impertinente, considerando la situación, que cuando te vi por primera vez.
-Era
un muchacho asustado, ahora soy un hombre.
-¿No
tienes miedo?
-No.
-Lo
tendrás; tranquilo, el miedo llega siempre, hasta a un hijo de Dios.
-¿Tienes
otros?
-Otros,
¿qué?
-Hijos.
-Sólo
necesitaba uno.
-¿Y
yo, cómo pude llegar a ser tu hijo?
-¿No
te lo ha dicho tu madre?
-¿Lo sabe acaso mi madre?
-Le
envié un ángel para que le explicara cómo ocurrieron las cosas, creí que te lo
habría contado.
-¿Y
cuándo estuvo ese ángel con mi madre?
-Déjame
ver, si no me equivoco, fue después de que tú salieras de casa por segunda vez
y antes de hacer lo del vino en Caná.
-Entonces
mi madre lo sabía y no me lo dijo, le conté que te vi en el desierto y no lo
creyó, pero después de aparecérsele un ángel, tendría que haberlo creído, y no
lo quiso reconocer ante mí.
-Deberías
saber cómo son las mujeres, vives con una, ya lo sé; tienen todas sus manías,
sus escrúpulos.
-¿Qué
manías y qué escrúpulos?
-Yo
mezclé mi simiente con la de tu padre antes de que fueras concebido, era la
manera más fácil, la que menos llamaba la atención.
-¿Y
estando las simientes mezcladas, cómo sabes que soy tu hijo?
-Es
verdad que en estos asuntos, en general, no es prudente mostrar seguridades y
menos una seguridad absoluta, pero yo la tengo, de algo me sirve ser Dios.
-¿Y
por qué has querido tener un hijo?
-Como
no tenía ninguno en el cielo, tuve que buscármelo en la tierra; no es original,
hasta en las religiones con dioses y diosas que podían hacer hijos entre sí, se
ha visto a veces que uno bajaba a la tierra, para variar, supongo, y de camino
mejorar un poco a una parte del género humano con la creación de héroes y otros
fenómenos.
-¿Y
este hijo que soy, para qué lo quisiste?
-Por
gusto de variar no fue, excusado sería decirlo.
-¿Entonces
por qué?
-Porque
necesitaba a alguien que me ayudara aquí en la tierra.
-¿Como
Dios que eres, no debías necesitar ayudas?
-Esa
es la segunda cuestión.
Mientras conversaban, llegó nadando a la barca el
diablo, que era como si fuera gemelo de Dios, pues físicamente tenían un
evidente parecido. Dios le dijo a Jesús que ese era el diablo del que antes
habían hablado. Ese era el mismo diablo que se le había aparecido a Jesús años
atrás con aspecto de pastor. “- Hijo mío,
no olvides lo que voy a decirte, todo cuanto interesa a Dios, interesa al
Diablo”. Para que no hubiera confusión, Dios pidió que llamaran Pastor al
diablo. Dios dijo que hablaran sobre la segunda cuestión.
-La insatisfacción, hijo mío, fue puesta en el corazón
de los hombres por el Dios que los creó, hablo de mí, claro, pero esa
insatisfacción, como todo lo demás que os hace a mi imagen y semejanza, la
busqué donde ella estaba, en mi propio corazón, y el tiempo que ha pasado desde
entonces no la ha hecho desvanecerse, al contrario, parece como si el tiempo la
hubiera hecho más fuerte, más urgente, de mayor exigencia… Desde hace cuatro
mil y cuatro años, soy dios de los judíos, gente de natural conflictiva y
complicada, pero de la que, haciendo balance de nuestras relaciones, no me
quejo, una vez que me toman en serio y así se mantendrán a lo largo de todo lo
que puede alcanzar mi visión de futuro.
-Por tanto estás satisfecho, dijo Jesús.
-Lo estoy y no lo estoy, o mejor dicho, lo estaría si no
fuera por este inquieto corazón mío que todos los días me dice: Sí señor,
bonito destino, después de cuatro mil años de trabajo y preocupaciones, que los
sacrificios en los altares, por abundantes y variados que sean, jamás pagarán,
sigues siendo el dios de un pueblo pequeñísimo que vive en una parte diminuta
del mundo que creaste con todo lo que tiene encima. ¿Dime tú, hijo mío, si
puedo vivir satisfecho teniendo ésta, por así llamarla, vejatoria evidencia
todos los días ante los ojos?
-Yo no he creado ningún mundo, no puedo valorala.
-Es verdad, no puedes valorarla, pero sí puedes ayudar.
-¿Ayudar a qué?
-A ampliar mi influencia para ser dios de mucha más gente.
-No entiendo.
-Si cumples bien tu papel, es decir, el papel que te he
reservado en mi plan, estoy segurísimo de que en poco más de media docena de
siglos, aunque tengamos que luchar, yo y tú, con muchas contrariedades, pasaré
de dios de los hebreos a dios de los que llamaremos católicos, a la griega.
-¿Y cuál es el papel que me has destinado en tu plan?
-El de mártir, hijo mío, el de víctima, que es lo mejor
que hay para difundir una creencia y enfervorizar una fe.
Las dos palabras, mártir, víctima, salieron de la boca
de Dios como si la lengua que dentro tenía fuese de leche y miel, pero un
súbito hielo estremeció de horror los miembros de Jesús, parecía que la niebla
se hubiese cerrado sobre él, al mismo tiempo que el Diablo lo miraba con
expresión enigmática, mezcla de interés científico e involuntaria piedad.
-Me dijiste que me darías poder y gloria, balbuceó
Jesús, temblando aún de frío.
-Y te los daré, te los daré, pero recuerda lo que
acordamos en su día, lo tendrás todo, pero después de la muerte.
-¿Y de qué me sirven poder y gloria si estoy muerto?
-Bien, no estarás precisamente muerto, en el sentido
absoluto de la palabra, pues siendo tú mi hijo estarás conmigo, o en mí, aún no
lo tengo decidido de manera definitiva.
-En ese sentido que dices, ¿qué es no estar muerto?
-Es, por ejemplo, ver, siempre, cómo te veneran en
templos y altares, hasta el punto, puedo adelantártelo ya, de que las personas
del futuro olvidarán un poco al Dios inicial que soy, pero eso no tiene
importancia, lo mucho puede ser compartido, lo poco no.
Jesús miró a Pastor, lo vio sonreír, y comprendió.
-Ahora entiendo por qué está aquí el Diablo, si tu
autoridad se prolonga a más gente y a más países, también se prolongará su
poder sobre los hombres, pues tus límites son sus límites, ni un paso más, ni
un paso menos.
-Tienes toda la razón, hijo mío, me alegro de tu
perspicacia, y la prueba de eso la tienes en el hecho, en el que nunca se
repara, de que los demonios de una religión no pueden tener acción alguna en
otra religión, como un dios, imaginando que hubiera entrado en confrontación
directa con otro dios, no lo puede vencer ni por él ser vencido.
-¿Y mi muerte, cómo será?
-A un mártir le conviene una muerte dolorosa, y si es
posible infame, para que la actitud de los creyentes se haga más fácilmente
sensible, apasionada, emotiva.
-No vengas con rodeos, dime cuál va a ser mi muerte.
-Dolorosa, infame, en la cruz.
-Como mi padre, tu padre soy yo, no lo olvides.
-Si puedo todavía elegir un padre, lo elijo a él,
incluso habiendo sido él, como fue, infame una hora de su vida.
-Has sido elegido, no puedes elegir.
-Rompo el contrato, me desligo de ti, quiero vivir como
un hombre cualquiera.
-Palabras inútiles, hijo mío, aún no te has dado cuenta
de que estás en mi poder y de que todos esos documentos sellados a los que
llamamos acuerdo, pacto, tratado, contrato, alianza, en los que figuro yo como
parte, podían llevar una sola cláusula, con menos gasto de tinta y papel, una
que prescribiese sin más florituras.
-Todo cuanto la ley de Dios quiera es obligatorio, las
excepciones también, ahora, hijo mío, siendo tú, de cierta y notable manera,
una excepción, acabas siendo tan obligatorio como es la ley, y yo que la hice.
-Pero, con el poder que sólo tú tienes, sería mucho más
fácil, y éticamente más limpio, que fueras tú mismo a la conquista de esos
países y de esa gente:
—No puede ser, lo impide el pacto que hay entre los
dioses, ese sí, inamovible, de nunca interferir directamente en los conflictos,
me imaginas acaso en una plaza pública, rodeado de gentiles y paganos,
intentando convencerlos de que el dios de ellos es un fraude y que el verdadero
Dios soy yo, esas no son cosas que un dios le haga a otro, aparte de que a
ningún dios le gusta que le hagan en su casa aquello que sería incorrecto que
él hiciese en casa de los otros.
-¿Entonces os servís de los hombres?
-Sí, hijo mío, sí, el hombre es, podríamos decir, palo
para cualquier cuchara, desde que nace hasta que muere está siempre dispuesto a
obedecer, lo mandan para allá y él va, le dicen que se pare y se para, le
ordenan que vuelva atrás y él retrocede, el hombre, tanto en la paz como en la
guerra, hablando en términos generales, es lo mejor que le ha podido ocurrir a
los dioses.
-¿Y el palo de que yo fui hecho, siendo hombre, para qué
cuchara servirá, siendo tu hijo?
-Serás la cuchara que yo meteré en la humanidad para
sacarla llena de hombres que creerán en el dios nuevo en el que me convertiré.
-Llena de hombres para que los devores.
-No es necesario que yo devore a quien a sí mismo se
devorará.
Jesús, molesto con Dios y el diablo, amenazó con
regresar a la orilla y decirles a los pescadores que esos seres tan parecidos
eran dios y el diablo, e intentó hacerlo, pero no pudo, porque estas dos
fuerzas sobrenaturales se lo impidieron. La conversación prosiguió.
“-Volvamos a empezar, dijo Jesús, pero toma nota
de que me niego a hacer milagros y, sin milagros tu proyecto no es nada, un
aguacero caído del cielo que no alcanza para matar ninguna sed verdadera.
-Tendrás razón si estuviese en tu mano el poder de hacer
o no hacer milagros.
-¿Y no es así?
-Qué idea, los milagros, tanto los pequeños como los
grandes, soy yo quien los hace siempre, en tu presencia, claro, para que
recibas los beneficios que me convienen, en el fondo eres un supersticioso, crees
que basta con que esté el milagrero a la cabecera de un enfermo para que el
milagro acontezca, pero queriéndolo yo, un hombre que estuviera muriéndose sin
tener a nadie a su lado, solo en la mayor soledad, sin médico, ni enfermera, ni
pariente querido al alcance de su mano o de su voz, queriéndolo yo, repito, ese
hombre se salvaría y seguiría viviendo, como si nada le hubiera ocurrido.
-¿Por qué no lo haces entonces?
-Porque él imaginaría que la curación le había venido
por gracia de sus méritos personales y se pondría a decir cosas como ésta: Una
persona como yo no podía morir, ahora bien, ya hay demasiada presunción en el
mundo que he creado para que ahora permita que a tanto puedan llegar los
desconciertos de opinión.
-Es decir, todos los milagros son tuyos.
-Los que hiciste y los que harás, e incluso admitiendo,
aunque esto es una mera hipótesis útil para clarificar la cuestión que aquí nos
ha traído, admitiendo que llevaras adelante esa obstinación contra mi voluntad,
si fueses por el mundo, es un ejemplo, clamando que no eres hijo de Dios, lo
que yo haría sería suscitar a tu paso tantos y tan grandes milagros que no
tendrías más remedio que rendirte a quien te los estuviera agradeciendo y, en
consecuencia, a mí.
-Entonces, ¿no tengo salida?
-Ninguna, y no hagas como el cordero rebelde que no
quiere ir al sacrificio, y se agita, gime hasta romper el corazón, pero su
destino está escrito, el sacrificador lo espera ya con el cuchillo.
-¿Yo soy ese cordero?
-Lo que tú eres, hijo mío, es el cordero de Dios, aquel
a quien el propio Dios lleva hasta su altar, que es lo que estamos preparando
aquí…
-No has aprendido nada, vete, ahora comprende Jesús que
desobedecer a Dios una vez no basta, aquel que no le sacrificó el cordero, no
debe sacrificarle la oveja, que a Dios, no se le puede decir Sí para después
decirle No, como si el Sí y el No fuesen mano izquierda y mano derecha, es
bueno sólo el trabajo que las dos hiciesen. Dios, pese a sus habituales
exhibiciones de fuerza, él es el universo y las estrellas, él los rayos y los
truenos, él las voces y el fuego en lo alto de la montaña, no tenía poder para
obligarte a matar la oveja, sin embargo, tú, por ambición, la mataste, la
sangre que ella derramó no la absorbió toda la tierra del deserto, mira cómo
llega hasta nosotros, es aquel hilo rojo sobre el agua que, cuando nos vayamos
de aquí, seguirá nuestro rastro, el tuyo, el de Dios, el mío. Dijo Jesús a
Dios:
-Anunciaré a los hombres que soy tu hijo, el unigénito,
pero no creo que ni siquiera en estas tierras que son tuyas eso sea suficiente
para que se ensanche, como quieres, tu imperio.
-Te reconozco, hijo mío, al fin has abandonado las
fatigosas veleidades de resistencia con que estuviste a punto de irritarme, y
entras, con tu propio pie, en el modus faciendi, ahora bien, entre las
innumerables cosas que a los hombres pueden ser dichas, cualquiera que sea su
raza, color, credo o filosofía, una sola es pertinente a todos, una sola, a la
que ninguno de estos hombres, sabio o ignorante, joven o viejo, poderoso o miserable,
se atrevería a responderte Eso que estás diciendo no va conmigo.
-¿De qué se trata?, preguntó Jesús, ahora sin disimular
su interés.
-Todo hombre, respondió Dios, en tono de quien da una
lección, sea quien fuere, esté donde esté, haga lo que haga, es un pecador, el
pecado es, por así decir, tan inseparable del hombre como el hombre se ha hecho
inseparable del pecado, el hombre es una moneda, le das la vuelta y ves el
pecado.
-No has respondido a mi pregunta.
-Respondo, sí, y de esta manera, la única palabra que
ningún hombre puede rechazar como cosa no suya es ¡Arrepiéntete!, porque todos
los hombres cayeron en pecado, aunque sólo fuese una sola vez, tuvieron un mal
pensamiento, infringieron una costumbre, cometieron un crimen mayor o menor,
despreciaron a quien los necesitaba, faltaron a sus deberes, ofendieron a la
religión o a sus ministros, renegaron de Dios, a esos hombres no tendrás que
decirles más que Arrepentíos, Arrepentíos, Arrepentíos.
-Por tan poco no necesitarías sacrificar la vida de aquel
de quien dices ser padre, bastaba con que hicieras aparecer a un profeta.
-Ya ha pasado el tiempo en que escuchaban a los
profetas, hoy necesitamos un revulsivo fuerte, algo capaz de conmover la
sensibilidad y arrebatar los sentimientos.
-Un hijo de Dios en la cruz.
-Por ejemplo.
-¿Y qué más le diré a la gente, aparte de exigirles un
dudoso arrepentimiento, si, hartos de tu advertencia, me dan la espalda?
-Sí, mandar que se arrepientan no creo que sea
suficiente, tendrás que recurrir a la imaginación, y no digas que no la tienes,
todavía hoy estoy sorprendido con el modo como conseguiste no sacrificarme el
cordero.
-Fue fácil, el animal no tenía nada de que arrepentirse,
Graciosa respuesta, aunque sin sentido, pero hasta eso es bueno, hay que dejar
inquietas a las personas, envueltas en dudas, inducirlas a pensar que si no
consiguen entender, la culpa es suya.
-¿Tengo que contarles historias?
-Sí, historias, parábolas, ejemplos morales, aunque
tengas que retorcer un poco la ley, no te importe, es una osadía que las gentes
timoratas siempre aprecian en los otros, a mí mismo, pero no por ser timorato,
me gustó tu manera de librar de la muerte a la adúltera, y mira que lo que digo
no es poco, pues esa justicia la puse yo en la regla que os di.
-Permites que te subviertan las leyes, es una mala
señal.
-Lo permito cuando me sirve, incluso llego a quererlo
cuando me es útil, recuerda la explicación sobre la ley y las excepciones, lo
que mi voluntad quiere, se hace obligatorio en el mismo instante.
-¿Moriré en la cruz?, dijiste: Esa es mi voluntad.
A Jesús no le quedó otra
alternativa que aceptar lo impuesto. “¡Hágase entonces en mí según tu
voluntad!” Jesús intentó exigir una condición, pero Dios no la aceptó. Dijo
Dios:
-Habrá una iglesia, que, como sabes, quiere decir
asamblea, una sociedad religiosa que tú fundarás, o que en tu nombre será
fundada, lo que es más o menos lo mismo si nos atenemos a lo que importa, y esa
iglesia se extenderá por el mundo hasta confines que hoy todavía son
desconocidos, y se llamará católica porque será universal, lo que,
desgraciadamente, no evitará desavenencias y disensiones entre los que te
tendrán como referente espiritual, más, como ya te dije, a ti que a mí mismo,
pero eso será durante algún tiempo, sólo unos miles de años, porque yo ya era
antes de que tú fueses y seguiré siéndolo cuando tú dejes de ser lo que eres y
lo que serás”. Le dijo, además, que los hombres perseguirían la promesa de una
vida eterna a su lado, en el cielo, donde necesita hombres que irán allá, luego
del juicio final, gracias a la crucifixión de Jesús. Siguió este diálogo:
“-Los hombres siempre morirán por los dioses, hasta por
falsos y mentirosos dioses.
-¿Pueden los dioses mentir?
-Pueden.
-¿Y tú, entre todos, eres el único verdadero, único y
verdadero, sí?
-Y siendo verdadero y único, ni siquiera así puedes
evitar que los hombres mueran por ti, ellos que debían haber nacido para vivir
para ti, en la tierra, quiero decir, no en el cielo, donde no tendrás para
darles ninguna de las alegrías de la vida.
-Alegrías falsas, también ellas, porque nacieron con el
pecado original, pregúntale a tu Pastor, él te explicará cómo fue.
-Si hay entre tú y el Diablo secretos no compartidos,
espero que uno de ellos sea el que yo aprendí con él, aunque él diga que no
aprendí nada…
-Estoy a la espera.
-¿De qué?, preguntó Dios, como si estuviera distraído.
-De que me digas cuánto de muerte y sufrimiento va a
costar tu victoria sobre los otros dioses, con cuánto de sufrimiento y de
muerte se pagarán las luchas que en tu nombre y en el mío sostendrán unos
contra otros los hombres que en nosotros van a creer.
-¿Insistes en querer saberlo?
-Insisto.
-Pues bien, se edificará la asamblea de que te he
hablado, pero sus cimientos, para quedar bien firmes, tendrán que ser excavados
en la carne, y estar compuestos de un cemento de renuncias, lágrimas, dolores,
torturas, de todas las muertes imaginables hoy y otras que sólo en el futuro
serán conocidas…
-¿Todos esos tendrán que morir por ti?, preguntó Jesús.
-Si planteas la cuestión en esos términos, sí, todos
morirán por mí.
-¿Y después?
-Después, hijo mío, ya te lo he dicho, será una historia
interminable de hierro y sangre, de fuego y de cenizas, un mar infinito de
sufrimientos y de lágrimas…
Luego Dios le refirió a Jesús una
interminable lista de personas vejadas, torturadas, quemadas, degolladas,
asesinadas, como consecuencia de la influencia de Jesús y de la Iglesia Católica.
Así mismo, le anuncia sobre las tropelías que generarán las Cruzadas y la Inquisición.
“Entonces el Diablo dijo: Es
necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre”. El diablo le pidió a
Dios que lo aceptara nuevamente como uno de sus ángeles buenos, y con ello se
acabaría el mal; petición que Dios no aceptó,
“porque este Bien que yo soy no existiría sin ese Mal que tú eres, un
Bien que tuviese que existir sin ti sería inconcebible, hasta el punto de que
ni yo puedo imaginarlo, en fin, que si tú acabas, yo acabo, para que yo sea el
Bien, es necesario que tú sigas siendo el Mal, si el Diablo no vive como
Diablo, Dios no vive como Dios, la muerte de uno sería la muerte del otro…” El
diablo le pidió a Jesús la escudilla que le había dado su madre, y con ella se
marchó, molesto porque Dios no aceptó su petición. Dios habló, finalmente:
“-Mandaré a un hombre llamado Juan para que te ayude, pero tendrás que
convencerlo de que eres quien dirás ser”. Luego desapareció Dios. Jesús había
permanecido en la barca cuarenta días. Al regresar a la playa les contó lo
sucedido y les advirtió a sus seguidores: “-A partir de hoy todas mis palabras
serán palabras de él, y aquellos que en él crean, en mí creerán, porque no es
posible creer en el Padre y no creer en el Hijo, si el nuevo camino que el
Padre escogió para sí, sólo en el hijo que yo soy podrá empezar”. Además, dijo
que diría a las gentes que “se arrepientan de sus pecados, que se preparen para
el nuevo tiempo de Dios que ahí viene, el tiempo en el que su espada flameante
obligará a inclinar el cuello a aquellos que rechazaron su palabra y escupieron
sobre ella”. A Jesús se le unieron los apóstoles Felipe, Bartolomé, Mateo,
Simón, Tiago, Judas Tadeo y Judas Iscariote; luego lo hicieron Tomás, Andrés,
Pedro y Juan.
Jesús empezó a cumplir lo
dispuesto por Dios, predicar y realizar más milagros. “No se crea, sin embargo,
que nuestro Jesús anduvo por aquellas tierras del Señor malbaratando el poder
de curar y la autoridad de perdonar que el mismo Señor le otorgó”. Jesús dijo a
María de Magdala: “Yo soy el pastor que con el mismo cayado lleva al sacrificio
a los inocentes y a los culpables, a los salvos y a los perdidos, a los nacidos
y a los por nacer, quién me librará de este remordimiento, a mí que me veo hoy
como se vio mi padre en aquel tiempo, pero él responde de veinte vidas, y yo
por veinte millones”.
Jesús y María de Magdala, en su
vida errabunda, fueron a Betania, el lugar de nacimiento de ésta. Allí, Jesús
curó al leproso Lázaro, hermano de María, e hizo otros milagros. Muchos no
creían en sus milagros ni tampoco que fuera hijo de Dios. Luego del encuentro
con Juan, tal como se lo había anunciado Jesús, fue bautizado por éste.
Después, Jesús y sus apóstoles fueron a Jerusalén. María de Magdala se quedó en
Betania.
En Jerusalén, Jesús expulsó a los
comerciantes del templo. Cuando regresaron a Betania encontraron muerto a
Lázaro. María impidió que Jesús lo resucitara, lo cual molestó a su hermana
Martha. “Pasados unos días, Jesús se unió con los discípulos, y María de
Magdala fue con él. -Miraré tu sombra si no quieres que te mire a ti, le dijo,
y él respondió. -Quiero estar donde mi sombra esté, si es allí donde están tus
ojos. Se amaban y decían palabras como éstas, no sólo porque eran bellas o
verdaderas, si es posible que sean lo mismo al mismo tiempo, sino porque
presentían que el tiempo de las sombras estaba llegando a su hora, y era
preciso que empezaran a acostumbrarse, todavía juntos, a la oscuridad de la
ausencia definitiva”.
Jesús se enteró de la muerte de
Juan el bautista por haber criticado el concubinato del rey romano Herodes.
Jesús se llenó de tristeza por esa muerte tan mezquina. Tiempo después, luego
de la traición de Judas Iscariote, para que de esta manera se cumpliera lo
dispuesto por Dios, Jesús fue apresado por ser “el rey de los judíos”. Judas se
ahorcó, tal como estaba predestinado, en el árbol de higuera. Los soldados
llevaron a Jesús al palacio del procurador romano Pilatos, quién lo interrogó:
-¿Qué dices tú que eres?, preguntó el procurador.
-Digo lo que soy, rey de los judíos.
-¿Y qué es lo que pretende ese rey de los Judíos que
dices ser, todo lo que es propio de un rey?
-Por ejemplo, gobernar a su pueblo y protegerlo.
-¿Protegerlo de qué?
-De todo cuanto esté contra él.
-¿Protegerlo de quién?
-De todos cuantos estén contra él.
-Si no entiendo mal, lo protegerías de Roma.
-Has entendido bien.
-¿Y para protegerlo atacarías a los romanos?
-No hay otra manera.
-¿Y nos expulsarías de estas tierras?
-Una cosa lleva a la otra, evidentemente.
-¿Luego eres enemigo de César?
-Soy rey de los judíos.
-Confiesa que eres enemigo de César.
-Soy rey de los judíos, y mi boca no se abrirá para
decir otra palabra...
-¡Cállate!, y, volviéndose a Jesús, preguntó:
-¿Qué más tienes que decir?
-Nada, respondió Jesús.
-Me obligas a condenarte.
-Cumple con tu deber.
-¿Quieres elegir tu muerte?
-Ya la he elegido.
-¿Cuál?
-La cruz.
-Morirás en la cruz…
Jesús fue crucificado y le
colocaron un letrero que decía: “Jesús, rey de los judíos”. Al momento de
morir, Dios apareció vestido de blanco, diciendo con vos estentórea que Jesús
era su hijo amado y en él ponía toda su complacencia.
Entonces comprendió Jesús que vino traído al engaño como
se lleva al cordero al sacrificio, que su vida fue trazada desde el principio
de los principios para morir así, y, trayéndole la memoria el río de sangre y
de sufrimiento que de su lado nacerá e inundará toda la tierra, clamó al cielo
abierto donde Dios sonreía. -Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que
hizo. Luego se fue muriendo en medio de un sueño, estaba en Nazaret y oía que
su padre le decía, encogiéndose de hombros y sonriendo también: Ni yo puedo
hacerte todas las preguntas, ni tú puedes darme todas las respuestas. Aún había
en él un rastro de vida cuando sintió que una esponja empapada en agua y
vinagre le rozaba los labios, y entonces, mirando hacia abajo, reparó en un
hombre que se alejaba con un cubo y una caña al hombro. Ya no llegó a ver,
colocado en el suelo, el cuenco negro sobre el que su sangre goteaba.
COMENTARIO
La novela, que para efectos de
entenderla mejor, la dividí en 20 “capítulos”, colocándole a cada uno título
(sin que ello aparezca en el original).
Capítulo 1 La concepción de Jesús
Capítulo 2 El ángel mendigo
Capítulo 3 El censo
Capítulo 4 Viaje a Belén
Capítulo 5 Nacimiento de Jesús
Capítulo 6 José, María y Jesús en Belén y Jerusalén
Capítulo 7 La matanza de los niños
Capítulo 8 El retorno a Nazareth
Capítulo 9 Los sueños y pesadillas de José
Capítulo 10 La muerte de José
Capítulo 11 Los sueños y las tribulaciones de Jesús
Capítulo 12 Jesús en Jerusalén y Belén
Capítulo 13 Jesús y el ángel
Capítulo 14 Jesús, pastor en Judea
Capítulo 15 El regreso de Jesús a Nazarteh
Capítulo 16 La revelación del ángel
Capítulo 17 La vida errabunda de Jesús
Capítulo 18 Diálogo entre Jesús y Dios
Capítulo 19 Jesús en Betania
Capítulo 20 Muerte de Jesús
El autor, a través de un estilo y
una gramática muy particular, en donde no se utilizan el punto y coma y los
diálogos no se inician con el tradicional guión (sin embargo, yo, a la manera
convencional, le coloqué los puntos y coma y los guiones para entenderla mejor),
sino después de una coma, narra, de una manera diferente a los conocidos
evangelios “oficiales” y los “apócrifos”, la existencia de Jesús, la de sus
padres, sus ocho hermanos, la de los apóstoles y todo lo ocurrido en su
contexto espacio-temporal que ya conocemos por el Nuevo Testamento. Se aprecia
el vasto conocimiento de Saramago sobre el contexto histórico de Jesús y el
dominio magistral del lenguaje apropiado y situado para nombrar y describir el
mismo.
La obra nos muestra a un Jesús,
producto de la mezcla de la simiente de José y Dios, que vive una vida como
cualquier ser humano con su rebeldía, pasiones, sueños, pesadillas, tristezas,
alegrías, aciertos y desaciertos. Desde un comienzo se aprecia cómo el destino
de los hombres está en manos de Dios. Es él quien decide, en últimas, que hace
cada quien con su existencia. El determinismo es evidente, por cuanto “el
destino de cada uno en manos de los otros está”.
Jesús, a pesar de ser un rebelde
y un ser valiente, no puede escapar al poder, la manipulación, la arrogancia y
los planes divinos. Dios se nos muestra como un ser ambiguo, físicamente
similar al diablo, dogmático, manipulador, arrogante, cruel, pragmático,
omnipotente y omnisapiente; que tiene trato con el diablo, a quien utiliza como
mensajero; que sabía el cruento destino que les esperaba a los defensores de la
fe de Jesús y las vejaciones de la Iglesia
Católica, y la violencia de las Cruzadas y de la Inquisición, y que
“quiso lo que hizo e hizo lo que quiso”. Bien es cierto que “la historia de
Dios no es del todo divina”. Jesús, a pesar de su lucha por ser él mismo y de
su rebeldía para evitar las imposiciones, nada puede hacer ante el poder de su
“padre” divino. Su vida, desde el mismo momento de su iniciación, ya estaba
totalmente determinada, porque “su vida fue trazada desde el principio de los
principios”: su doble origen (humano y divino), su nacimiento en una mísera
cueva, su persecución por parte de Herodes, sus sueños y pesadillas, su
rebeldía, sus encuentros con el diablo y Dios, su vida errabunda y de pastor,
su pasión afectiva y carnal con María de Magdala, sus desavenencias familiares,
sus milagros, su predicación y su muerte.
En esta particular cosmovisión de
la vida terrenal de Jesús, se evidencian las grandezas y miserias del alma
humana, implícita en cada una de las personas que, a la postre, no son más que
dóciles marionetas en las hábiles manos de su creador y dominador: el dios de
Saramago, quien nos deja claro que “la voluntad del Señor no se contenta con
prevalecer sobre todas las cosas, ella hace que todo sea lo que es”. Así nos
persuadimos de “la ofuscadora evidencia de que el hombre es un simple juguete
en manos de Dios, eternamente sujeto a hacer sólo lo que a Dios plazca, tanto
cuando cree obedecerle en todo, como cuando en todo supone contrariarlo”.
FRAGMENTOS DE PROFUNDIDAD
PSICOLOGICA Y FILOSÓFICA:
“Qué es lo que en nosotros sueña lo que soñamos. Quizá los sueños son
recuerdos que el alma tiene del cuerpo…
El barro al barro, el polvo al polvo, la tierra a la tierra, nada empieza
que no tenga fin, todo lo que empieza nace de lo que se acabó.
Hablarles poco y oírlas aún menos, es la divisa de todo hombre prudente
que no haya olvidado los avisos del rabino Josephat ben Yohanán, palabras
sabias entre las que más lo sean. A la hora de la muerte se pedirán cuentas al
varón por cada conversación innecesaria que hubiere tenido con su mujer.
Quien cree livianamente, tiene un corazón liviano…
…que Eva fue creada después que Adán y de una costilla suya, cuándo
aprenderemos que hay ciertas cosas que sólo comenzaremos a entender cuando nos
dispongamos a remontarnos a las fuentes.
…ya sabes cómo son las cosas, una palabra tira de la otra, las buenas
tiran de las malas, y acabamos diciendo siempre más de lo que queríamos.
…Dios quiso lo que hizo e hizo lo que quiso…
Lo curioso es que, sin que pudieran descubrir por qué, pues las cosas no
llevan siempre, conjuntamente, su propia explicación…
…desierto no es aquello que vulgarmente se piensa, desierto es toda
ausencia de hombres, aunque no debamos olvidar que no es raro encontrar
desiertos y secarrales de muerte en medio de multitudes.
…el común de los hombres padece de inestabilidad emocional...
…el destino existe, el destino de cada uno en manos de los otros está.
…sólo el silencio es cierto.
Dios es tanto más Dios cuanto más inaccesible resulte…
…Dios mío, Dios mío, qué frágiles nos has hecho y qué fácil es morir.
… cuál es la abeja que puede decir, ésta miel la he hecho yo.
…cuando dijo que aquel mar de gente que iba en el funeral, esclavos,
soldados, guardias reales, plañideras, tocadores de pífano, gobernadores,
príncipes, futuros reyes, y todos nosotros, dondequiera que estemos y
quienquiera que seamos, no hacemos más en la vida que ir buscando el lugar
donde quedarnos para siempre.
…con lo que queda probado que la única cosa realmente firme, cierta y
garantizada es el destino…
…los designios del Señor, aparte de obviamente inescrutables, son también
desconcertantes…
…véase el caso de Herodes, tanto poder, tanto poder, y si fuéramos a
verlo ahora ni siquiera podríamos recitar: Yace muerto y pudriéndose, ahora
todo es hedor, polvo, huesos sin concierto y trapos sucios.
Marginada, María se iba dando cuenta de que había cosas que no podía
preguntar, se trata de un método antiguo de las mujeres, perfeccionado a lo
largo de los siglos y milenios de práctica, cuando no las autorizan a
preguntar, escuchan y al poco tiempo lo saben todo, llegando incluso a lo que
es el súmmum de la sabiduría, a distinguir lo falso de lo verdadero.
…ya lo dice el Talmud: Del mismo modo que es obligatorio alimentar a los
hijos, también es obligatorio enseñarles una profesión manual, porque no
hacerlo será lo mismo que convertir al hijo en un bandido.
El trabajo del niño es poco, pero quien lo desdeña es loco, es lo que
luego se llamaría trabajo infantil.
…al mismo tiempo está abierto y cerrado, miramos dentro y podemos ver lo
acontecido, la vida pasada, convertida en destino cumplido, pero de lo que está
por ocurrir, sólo alcanzamos unos presentimientos, unas intuiciones…
…la necesidad de ganar el pan para hoy, que el día de mañana no se sabe a
quién pertenece, hay quien dice que a Dios, es una hipótesis tan buena como la
otra, la de que no pertenece a nadie, y todo esto, ayer, hoy y mañana, no son
más que nombres diferentes de la ilusión.
“Uno no puede elegir los sueños que tiene. Son los sueños los que eligen
a las personas”.
Ni tú puedes hacerme todas las preguntas, ni yo puedo darte todas las
respuestas.
La cuestión no está en divorciarme de ella, la cuestión estaría en
divorciarme de mí…
…es ley de la vida, el olvido.
…las mujeres aprendieron con la dura experiencia a tragarse las lágrimas,
por eso decimos, tan pronto lloran como ríen, y no es verdad, en general están
llorando por dentro.
¿Por qué estoy aquí? ¿Qué razón conocida o ignorada me explica? ¿Cómo
será el mundo en que yo ya no esté, siendo éste lo que es? A Ananías, si lo
preguntase, le podríamos responder que las piedras, al menos, continúan como
antes, si el viento, la lluvia y el calor las desgastaron, apenas fue nada, y
que pasados veinte siglos probablemente aún estarán allí, y otros veinte siglos
después de esos veinte, el mundo se habrá ido transformando a su alrededor,
pero para esas dos preguntas primeras sigue sin haber respuesta.
…el tiempo no es una cuerda que se pueda medir nudo a nudo, el tiempo es
una superficie oblicua y ondulante que sólo la memoria es capaz de hacer que se
mueva y aproxime.
…qué es el hombre para que te intereses por él, qué es el hijo del hombre
para que de él te preocupes, el hombre es como un soplo, sus días pasan como la
sombra, cuál es el hombre que vive y que no ve la muerte, o que consigue que su
alma escape de la sepultura…
…esa blanca sangre que son las lágrimas.
Llora amargamente y rompe en gritos de dolor, observa el luto según la
dignidad del muerto, un día o dos por causa de la opinión pública, después
consuélate de tu tristeza, y escrito está también: No debes entregar tu corazón
a la tristeza, sino que debes apartarla de ti, recuerda tu fin, no te olvides
de él, porque no habrá retorno, en nada beneficiarás al muerto y sólo te
causarás daño a ti mismo.
…a éste le gustaba la aventura, el riesgo, los viajes, un horizonte
diferente…
…en esto de mentir y decir la verdad hay mucho que opinar, lo mejor es no
arriesgar juicios morales perentorios porque, si damos tiempo al tiempo,
siempre llega un día en el que la verdad se vuelve mentira y la mentira verdad.
…muy cierto es lo que se ha dicho, que cada persona tiene su hora y cada
cosa su tiempo.
…todo hombre es un mundo, bien por las vías de lo trascendente…
…el tiempo nos lleva hasta donde una memoria se inventa, fue así, no fue
así, todo es lo que digamos que fue.
El Señor conoce sus fines, el Señor elige sus medios…
El querer de Dios puede ser un no querer y su no querer, su voluntad.
…siempre ha habido adolescentes con dudas, desde Caín y Abel, en general
hacen preguntas que los adultos reciben con una sonrisa de condescendencia y
una palmadita en la espalda. Crece, crece y verás cómo esto no tiene
importancia, y los más comprensivos dirán, Cuando yo tenía tu edad también
pensaba así.
…la voluntad del Señor no se contenta con prevalecer sobre todas las
cosas, ella hace que todo sea lo que es.
…bien sabido es que las evidencias de la obviedad cortan las alas al
pájaro inquieto de la imaginación…
Poco puede la mano de Dios si no basta para interponerse entre el
cuchillo y el sentenciado.
…la ofuscadora evidencia de que el hombre es un simple juguete en manos
de Dios, eternamente sujeto a hacer sólo lo que a Dios plazca, tanto cuando cree
obedecerle en todo, como cuando en todo supone contrariarlo.
…no me gustaría verme en la piel de un dios que al mismo tiempo guía la
mano del puñal asesino y ofrece el cuello que va a ser cortado.
Si Dios podrá rechazar como obra no suya lo que llevas entre las piernas,
¿dime sí o no? No puede. -¿Por qué?
-Porque el Señor no puede no querer lo que antes quiso.
…tu Dios es el único guardián de una prisión donde el único preso es tu
Dios.
…satisfacción del sucio cuerpo con el que la límpida alma tiene que
vivir.
…y ésta fue una manera mentirosa de decir la verdad o de poner la verdad
al servicio de la mentira.
…para eso mismo fue puesta la humanidad en este mundo, para adorar y
sacrificar.
Andando, siempre se acaba por llegar…
…los pensamientos son lo que son, sombras que pasan, no son ni buenos ni
malos en sí, sólo las acciones cuentan.
No eres nadie si no te quieres a ti mismo, no llegas a Dios si no llegas
primero a tu cuerpo.
La medida del Señor no es la medida del hombre, sino la de su justicia.
Huye del encuentro con una mujer liviana para no caer en sus celadas, y
después. No andes mucho con una bailarina, no sea que perezcas en sus encantos,
y finalmente, nunca te entregues a las prostitutas si no quieres perder tus
haberes y perderte tú mismo…
Lo que me enseñas no es prisión, es libertad.
Siempre, a la hora de comer, el diablo trae uno más.
Tampoco yo sé cuánto valen, sólo sé el valor que tienen.
Quien te hizo pastor, te perdió…
…el silencio tiene, si le damos tiempo, una virtud que aparentemente lo
niega, la de obligar a hablar.
No te preocupes, hombre, que no es para tanto, lágrimas, sollozos, qué es
eso, todos pasamos por momentos difíciles, pero hay un punto importante del que
nunca hemos hablado, te lo digo ahora, en la vida, ya te habrás dado cuenta,
todo es relativo, una cosa mala puede incluso convertirse en soportable si la
comparamos con una cosa peor, seca esas lágrimas y pórtate como un hombre, ya
has hecho las paces con tu padre, qué más quieres, y esa tozuda de tu madre, ya
me encargaré de eso cuando llegue el momento, lo que no me ha gustado mucho es
la historia con María de Magdala, una puta, pero en fin, estás en la edad,
aprovéchate, una cosa no impide la otra, hay un pecar y un tiempo para tener
miedo, tiempo para vivir y tiempo para morir. Jesús se secó las lágrimas con el
dorso de la mano, se sonó sabe Dios con qué, realmente no valía la pena
quedarse allí el día entero, el desierto es como se ve, nos rodea, nos cerca,
de algún modo nos protege, pero dar, no da nada, sólo mira…
…la verdad es que no sé qué os creéis cuando sois solo míseros esclavos
de la voluntad absoluta de Dios.
…el destino no es como lo creemos, pensamos que está todo determinado
desde un principio cualquiera, cuando la verdad es muy distinta…
…con el entendimiento pasa lo mismo, si el Señor nos lo dio, fue para que
lo usáramos según nuestro deseo y nuestra voluntad.
…ya se sabe que las palabras pronunciadas por el corazón no tienen lengua
que las articule, las retiene un nudo en la garganta y sólo en los ojos se
pueden leer.
…el corazón del hombre es un eterno insatisfecho…
Las mujeres tenemos otros modos de pensar, quizá porque nuestro cuerpo es
diferente, debe de ser por eso, sí, debe de ser por eso.
…la historia de Dios no es toda divina”.
LUIS ANGEL RIOS PEREA
www.librostauro.com.ar
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