sábado, 23 de febrero de 2013

SANTA SOFIA DE LA PIEDAD, UNA MUJER CENTINELA DE SUS MISERIAS



Hay quienes opinan que un escritor cuando crea una novela no tiene otra intención que dejar volar su fecunda imaginación, sin que sus personajes encarnen personas reales; tampoco que la obra se una denuncia social o el retrato de la sociedad de un tiempo pasado o presente. Otros piensan, por el contrario, que cada novela es el testimonio de una o múltiples realidades: económicas, sociales, políticas, ideológicas, filosóficas, familiares, etcétera. Yo asumo que estos puntos de vista pueden estar en lo cierto: así como han existido y existen escritores contestatarios, irreverentes e iconoclastas, que defienden o combaten ideologías, y, por lo tanto, se les considera como escritores “comprometidos”, también hay autores que escriben sólo por el gusto de escribir, sin que los animen causas sociales o de otra índole.
Considero que Gabriel García Márquez puede pertenecer a los escritores “comprometidos”, a pesar del irrefutable desborde de imaginación, fantasía y ficción, evidente en su novela “Cien años de soledad*”, y de su “realismo mágico”. Así, al momento de escribirla, éste no tuviera la intención de denunciar la condición indigna y de servidumbre de Santa Sofía de la Piedad, me dispongo, sin mayor hondura hermenéutica, semiológica, ontológica, sicológica y sociológica disertar sobre este conmovedor personaje, debido a que la escena o la narración del momento en que ésta abandona Macondo me estremeció profundamente y el impacto que ejerció sobre mi ser ese episodio de la obra literaria afectó mi sensibilidad humana hasta el delirio.
No considero que García Márquez haya tenido la intención de mostrar, a través de las mujeres que desfilan por su novela, y, principalmente, de Santa Sofía de la Piedad, la condición miserable e indigna de la mujer en una sociedad en donde el poder del hombre o el “macho” se impone sobre la indefensa mujer. Tampoco se le puede tildar de “machista” o que inconscientemente hubiera querido “exorcizar” su atracción por el incesto (tema predominante en la obra). Intuyo que sus personajes requerían de toda una compleja sicología, y lo logró; sin que por ello se haya propuesto, deliberadamente, “retratar” o caricaturizar, mostrando las grandezas y las miserias del alma humana, a una sociedad incestuosa, vesánica, violenta, marginada, ilusa…
Desde esta perspectiva pretendo reflexionar sobre este personaje tan conmovedor: Santa Sofía de la Piedad. Y comienzo diciendo que éste (a mi juicio, uno de los personajes más importantes de la novela) desempeña el papel de la esposa sumisa de José Arcadio (Arcadio) y la abnegada madre de Remedios la bella y de los gemelos Aureliano Segundo y José Arcadio Segundo.  Esta mujer, que “tenía la rara virtud de no existir por completo sino en el momento oportuno”, vivió anónimamente durante gran parte de la novela, arrastrando una existencia impersonal, vacía y sinsentido; no porque ella así lo hubiera querido, sino porque las circunstancias lo dispusieron de esta manera.
 El incesto (piedra angular en “Cien años de soledad”), indirectamente, propició el negro destino de Santa Sofía de la Piedad. Para evitar que se consumara un acto de incesto entre Pilar Ternera y su hijo José Arcadio Buendía Ternera, conocido sólo como Arcadio, Santa Sofía de la Piedad fue comprada a sus padres para que reemplazara a Pilar Ternera en el lecho y tuviera intimidad con Arcadio. “Era virgen y tenía el nombre inverosímil de Santa Sofía de la Piedad. Pilar Ternera le había pagado cincuenta pesos, la mitad de sus ahorros de toda la vida, para que hiciera lo que estaba haciendo. Arcadio la había visto muchas veces, atendiendo la tiendecita de víveres de sus padres, y nunca se había fijado en ella, porque tenía la rara virtud de no existir por completo sino en el momento oportuno. Pero desde aquel día se enroscó como un gato al calor de su axila. Ella iba a la escuela a la hora de la siesta, con el consentimiento de sus padres, a quienes Pilar Ternera había pagado la otra mitad de sus ahorros”.
Pilar Ternera (otra víctima de las circunstancias), violada a los 14 años y que llegó con los fundadores de Macondo, parió a Arcadio, producto de la relación clandestina con José Arcadio Buendía Iguarán, hijo del patriarca José Arcadio Buendía y de la matrona Úrsula Iguarán. Al igual que su nuera Santa Sofía de la Piedad, se muestra bajo la genial pluma de García Márquez como un ser anodino e intranscendente; como una mujer más del montón.
Como si la ruindad de sus padres de venderla no hubiera sido un atropello a su dignidad, la vida se encargó de propinarle golpes de toda índole, entre los que se cuenta la temprana muerte de su marido, fusilado poco tiempo después de haberse vinculado en concubinato con ella. En los albores de su juventud quedó viuda y embarazada. Desde entonces, hasta su partida de Macondo, no hizo otra cosa que desempeñar laboriosa y diligentemente las tareas domésticas de la casa Buendía, sin recompensa alguna, bajo el control y férrea disciplina de Úrsula Iguarán, la abuela de sus hijos, quien dispuso cómo habrían de llamarse sus descendientes. Santa Sofía de la Piedad fue otro ser milimétricamente sincronizado en el sistema planetario de la matrona de los Buendía.  
Santa Sofía de la Piedad, “la silenciosa, la condescendiente, la que nunca contrarió ni a sus propios hijos”, pertenece a esa horda de mujeres centinelas de sus propias miserias, porque no fue capaz de oponerse a las determinaciones de sus padres ni a la cosificación de la cual fue objeto durante su larga permanencia al servicio de la familia Buendía. En su adolescencia, cuando todas las mujeres buscan entregar su virginidad al joven amado, debió entregar sus afectos y su castidad, sin que hubiera sido una decisión libre y autónoma, a un hombre que no era de su elección, sino al que las circunstancias le impusieron.
Esta mujer, ejemplo de entrega y abnegación, consagró media vida de su miserable existencia, en medio de la “soledad y el silencio”, a la crianza de sus hijos y sus nietos, sin saber que era la bisabuela de Aureliano Babilonia, producto de los amores furtivos y prohibidos (por Úrsula Iguarán) de su nieta Renata Remedios, conocida como Meme, con Mauricio Babilonia. Gracias a su laboriosidad, la casa de los Buendía se sostuvo por largo tiempo, resistiendo a fenómenos naturales, destruyendo la maleza, limpiando telarañas, sacudiendo el polvo  y combatiendo la invasión de insectos, lagartos,  ratones, sanguijuelas y hormigas coloradas.
Como en esa “casa de locos” ninguno se preocupaba por la felicidad de los demás, Santa Sofía de la Piedad dormía en esteras y no tenía atuendos suficientes para vestirse. Petra Cotes, la concubina de su hijo Aureliano Segundo, a quien nunca conoció, era la única que se compadecía de ella. “Estaba pendiente de que tuviera un buen par de zapatos para salir, de que nunca le faltara un traje, aun en los tiempos en que hacían milagros con el dinero de las rifas”. Fernanda del Carpio, su nuera (esposa de Aureliano Segundo), pensó que era una “sirvienta eternizada, y aunque varias veces oyó decir que era la madre de su esposo, aquello le resultaba tan increíble que más tardaba en saberlo que en olvidarlo”.
Pareciere que el autor hubiera querido ensañarse con esta mujer hasta llegar al extremo de hacerla degollar a uno de sus hijos, después de muerto, “para asegurarse de que no lo enterraran vivo”. Esta mujer no pudo descender más al fondo de sus miserias. Luego de esto, ¿qué queda para rebajarle a semejante condición de indignidad? ¡Qué vida tan cruel y degradada la de Santa Sofía de la Piedad!
Dada su loable nobleza, nunca se molestó por su humilde condición de subalterna. Siempre se mantenía ocupada en el cuidado y mantenimiento de la casa donde vivió, en condición de doméstica, durante muchos años. Después de la muerte de Úrsula Iguarán, su anónima capacidad de trabajo disminuyó. “No era solamente que estuviera vieja y agotada, sino que la casa se precipitó de la noche a la mañana en una crisis de senilidad”. Fue así, como después de tanta lucha y olvido, se rindió ante Aureliano Babilonia, que vivía ensimismado en el cuarto de Melquíades, tratando de descifrar sus pergaminos. -Me rindo -le dijo a Aureliano-. Esta es mucha casa para mis pobres huesos. Aureliano le preguntó para dónde iba, y ella hizo un gesto de vaguedad, como si no tuviera la menor idea de su destino”.
Vieja, cansada y solitaria se marchó de Macondo. Su irrefutable abnegación y entrega al servicio de los residentes y visitantes de la casa Buendía, lo mismo que su sacrificio de entregarse, en venta, a Arcadio, sólo valieron catorce pescaditos de oro que le dio su bisnieto Aureliano. Sólo se llevó, de sus ahorros, “un peso y veinticinco centavos”. ¡Qué condición tan indigna la de esta humilde y sumisa mujer! Su sacrificio y su tiempo de servicio doméstico solamente valieron eso: catorce pescaditos de oro y un peso con veinticinco centavos.
Huérfana y viuda, luego de la muerte de sus hijos se marchó con rumbo desconocido, y no se volvió a saber más de ella. Un ser tan grandioso termina así su participación en la vida de Macondo. Esta dolorosa partida, en mi concepto el momento más conmovedor y sublime de la narración, me extasió. No sólo se fue Santa Sofía de la Piedad, se fue una parte de mi ser. Santa Sofía de la Piedad, paradigma de lo que una mujer jamás debe ser, se llevó parte de mi tranquilidad. Me afectó profundamente el momento en que Aureliano Babilonia “la vio atravesar el patio con su atadito de ropa, arrastrando los pies y arqueada por los años, y la vio meter la mano por un hueco del portón para poner la aldaba después de haber salido”.
Culmina así su papel en el juego de la vida una mujer que nunca fue dueña de sus propias decisiones y soberana de sí misma. Los demás decidieron por ella, sin que tuviera otra opción que aceptar. Otra mujer más de las que no tienen ni “la menor idea de su destino”. Su miserable vida ¿a qué mujer le puede interesar? Una mujer sin espíritu crítico, sin capacidad de pensar por sí misma, sin ánimo contestatario, y resignada no puede ser el destino de ninguna mujer que quiera vivir plenamente. Quienes hemos leído con hondura hermenéutica esta novela no podemos estar de acuerdo que una mujer viva una vida así de impersonal y alienada. Una mujer tiene que vivir una vida auténtica, siendo ella misma, pensando por sí misma y tomando sus propias decisiones de manera autónoma, libre y soberana.
¡Qué paradójico! Ella que irrumpió abruptamente en la novela para evitar la consumación de un incesto, uno de sus descendientes vivió una vida incestuosa: su bisnieto Aureliano Babilonia engendró, con su tía Amaranta Úrsula, a un niño con cola de cerdo, el último de la dinastía Buendía. La novela comenzó y terminó con el fenómeno del incesto. Aunque, sin saberlo ni proponérselo, Santa Sofía de la Piedad evitó un hecho incestuoso, pero no pudo evitar que su descendiente incurriera en un acto de incesto.
Santa Sofía de la Piedad es una mujer, que por estar cuidando sus miserias, nunca intentó liberarse de la servidumbre ni se comprometió con su existencia; sólo se limitó a sobrevivir y a dejarse arrastrar por la corriente de las circunstancias. Ni siquiera estableció un vínculo afectivo ni genital con otro hombre, luego de la muerte de su esposo. Decidió quedarse sola, sobrevivir en soledad. ¿De qué le servía estar rodeada de sus descendientes y de otras personas, si en el fondo estaba sola? Ignorada por sus hijos, sus nietos y los demás habitantes de la casa, nunca buscó reivindicar su esencia de mujer y siempre permitió que le fueran conculcados sus derechos. Pareciere que Santa Sofía de la Piedad, como muchas mujeres, les gustara, por decisión propia, vivir una vida impersonal e inauténtica.  Solamente cuando se percató que la vetusta y desvencijada casa se iba convirtiendo, poco a poco, en ruinas, decidió abandonarla e irse de Macondo, sin ser consciente que de su vida sólo se llevaba las ruinas en que se había transformado su aciaga existencia.
La condición miserable e indigna de  Santa Sofía de la Piedad es un vehemente llamado a todas las mujeres que han leído o que lean esta novela con conciencia o espíritu crítico. Aunque haya muchas “Santa Sofía de la Piedad” en nuestra sociedad, las mujeres no pueden permitir que su vida sea objeto de tan inhumana degradación. La vida literaria de esta mujer tiene que ser un urgente llamado a que ninguna mujer acepte una vida así de indigna. Ninguna mujer puede ser como Santa Sofía de la Piedad: una mujer centinela de sus propias miserias.  Hay que vivir una vida que valga la pena vivirla.

*GARCIA MARQUEZ, Gabriel. Cien años de soledad. Editorial Oveja Negra, Bogotá, 1982.

LUIS ANGEL RIOS PEREA, 2013.