lunes, 14 de mayo de 2012

CONTEMOS CUENTOS A LOS NIÑOS










CONTENIDO


Introducción

La vida y la muerte, dos realidades antagónicas.
Meditaciones de una tortuga.
Joselito, el niño que salvó su vida porque aprendió a leer.
Leonardito, el niño que quería conocer la esencia de los cuentos infantiles.
Andresito, un niño inquieto por la verdad.
Juanito, el niño que quería a los animales.
La ignorancia, el peor enemigo del hombre.
Jorgito, el niño que se convirtió en burro.
Pedrito, el niño polizón.
Honorato, un hombre íntegro.
Geranio, un hombre que amaba la naturaleza.
Fatalidad.
Buscador encontró su verdad.
La muerte se llevó a un gran hombre
El dialéctico inquisidor
El cerro de los abismos
Soledad en su mundo de ensoñación







 
Introducción

Los niños se diferencian de los adultos  por su natural espontaneidad y autenticidad. Esto es muy bien sabido y no se discute. Cada una de sus actuaciones es espontánea y auténtica. Como los adultos no tenemos alma de niño, desconocemos su complejo mundo y no los toleramos y aceptamos como son. Contrario a lo que se piensa,  los niños han de tener mucha tolerancia con los adultos.

Muchas veces por nuestra intolerancia y falta de empatía (capacidad de ponernos en el lugar  de los demás) no tenemos la capacidad de entender su universo y permitir que sean ellos mismos. Siempre estamos destruyendo su creatividad, autenticidad y espontaneidad con nuestro autoritarismo  e incomprensión.

Como ser padre (en todo el sentido de la palabra) es una tarea sumamente difícil, que no se aprende de la noche a la mañana, debemos ir aprendiendo este arte para hacer de nuestros hijos futuros adultos seguros, responsables, auténticos, maduros, espontáneos, creativos, con liderazgo y capacidad de tomar decisiones acertadas; circunstancias que les permitirán conocer su realidad y transformarla, para el mejoramiento de su calidad de vida.

Una de las formas de contribuir a que el niño se desarrolle integralmente comienza por recrearles su infinito mundo de fantasía a través de los cuentos infantiles. En éstos se encierra una incalculable sabiduría, que muchas veces los adultos no somos capaces de comprender porque nos olvidamos de que alguna vez fuimos niños y porque no sabemos explorar su complejo universo.

Los padres estamos en la obligación de leerles cuentos a nuestros hijos, explicándoselos con detalle para que aprendan a diferenciar la realidad de la ficción, y a que éstos los interpreten, comprendan y encuentren el mensaje y la sabiduría que cada cuento tiene.

Es importante que el niño comprenda los cuentos, ya que éstos tienen su esencia que nos deja siempre grandes enseñanzas.

Cuentos tan famosos como "Juan Salvador Gaviota" y "El Principito" son tratados de sabiduría. El primero nos da mensajes acerca de la libertad, la búsqueda de la perfección, el derecho de cada individuo a ser lo quiere y el encuentro de una razón que justifique nuestra existencia. El segundo nos muestra el valor de la amistad, el complicado mundo de los adultos, la búsqueda del sentido de la vida y la soledad.

Como se puede apreciar, a través de estos dos ejemplos, cada cuento contiene su sabiduría que es importante que el niño conozca.


Por eso, además leerles cuentos a los niños, es necesario enseñarles a que aprendan a leerlos ellos mismos con sentido crítico y analítico. No sólo se recrearán en su ilimitado mundo de fantasía sino que empezarán a comprender cosas importantes para encontrar sentido a su vida, una de las más grandes metas del ser humano.

Es importante que les contemos cuentos a nuestros hijos. Con esto estaremos en comunicación con éstos a través de un lenguaje que ellos entienden y, lo más importante, les estaremos demostrando nuestro afecto. Y el efecto contribuye al desarrollo integral del niño.

Consciente de todo esto me he dedicado no sólo a contarles cuentos a mis hijos y a enseñarlos a leer, sino a escribir algunos cuentos para ellos.

Es así como en este pequeño "librito" se encuentran varios de los cuentos que he escrito en mis ratos de ocio, pensando en esos seres tan maravillosos que son los niños.

En cada cuento he tratado de plasmar mi forma de percibir, interpretar y sistematizar mi realidad y mi fantasía, buscando alegrar el extraño y complejo universo de los niños que tengan la dicha de oír o leer estos cuentos.

Si por lo menos aunque sea un solo niño  se entera de uno de mis cuentos, me sentiré  satisfecho de haber contribuido a llenar de fantasía su infinito mundo.




                           LA VIDA Y LA MUERTE, DOS REALIDADES ANTAGONICAS


Una vez, en un espacio ignoto adonde la imaginación de los hombres no puede llegar, se reunieron la Vida y la Muerte, dos realidades antagónicas, que nunca antes se habían reunido. Las dos, cansadas de dar vida y de quitarla, decidieron que era mejor dialogar para tratar de llegar a un acuerdo y no seguir causándose problemas.

- Muerte, ¿para dónde te llevas a las personas a quien yo les doy la vida? -preguntó la Vida.
- Eso no lo sé ni yo misma -respondió con amargura la Muerte-. Lo único que sé es que me los tengo que llevar, y mientras tenga esta misión no se me escapará nadie.
- ¡Un momento, Muerte! ¿Por qué tiene que llevártelos a todos?
- Porque así debe ser.
- Pero debe haber alguna explicación -repuso la Vida.
- No la hay. Además, si la hubiera yo no la daría -repuso la Muerte con arrogancia y desprecio por la vida.
- ¿Por qué? -interrogó muy intrigada la Vida.
- Porque es uno de los muchos enigmas del Universo. No es bueno que el hombre sepa muchas cosas. Como él no sabe qué   hacer con lo que sabe, es mejor que no lo sepa -respondió filosóficamente la Muerte.

En vista de que la Muerte no le daba las respuestas adecuadas que le aclararan muchos interrogantes a la Vida, ésta decidió conciliar.

- Bueno, Muerte -propuso la vida-, ya que no tienes respuestas a mis preguntas, ¿por qué no intentamos ponernos de acuerdo en algo tan importante, y que a las dos nos preocupa?
- Está bien, habla Vida. Proponga lo que quiere en que nos pongamos de acuerdo, pero pronto porque tengo que llevarme a muchas personas para ignotos siderales.
- Mira, Muerte ¿por qué no dejas de llevarte a las personas para... para donde... donde se las lleva?
- No puedo hacer eso. Mi oficio es ese y no dejaré de hacerlo, porque me encanta ver sufrir a los vivos  por sus muertos, que se apegan a sus seres queridos y lloran cuando a éstos les llega la hora de dejar el mundo material. ¡Cuándo van a entender que inexorablemente esto se debe cumplir, y por lo tanto aceptar serenamente esta realidad: la única segura!

La Vida, percibiendo la arrogancia, la dureza y el engreimiento de la Muerte, por un momento se sintió derrotada.

- Muerte, está bien. Veo que no hay forma de hacerla cambiar.
- Es mejor que así lo entiendas -repuso la Muerte con desdén-. Aunque yo podría tener en cuenta su proposición, pero lo haría con una condición.
- ¿Cuál? -interrogó entusiasmada la Vida.
- Que no dé más Vida a los seres humanos -le dijo la Muerte.

La Vida, muy decepcionada ante semejante estupidez, le dijo:

- ¡Eso nunca! Yo tengo la misión de dar vida a los humanos, y eso haré siempre.

- Bueno -refutó la Muerte con ademán desdeñoso-, entonces mi misión es hacer que los humanos mueran, y eso haré siempre.
- Definitivamente, Muerte, veo que con usted no se puede; eres muy intransigente.

La Vida, con esas ansias de dar existencia a la obra más grandiosa de la creación (el hombre), seguía con su obstinada idea de buscarle una solución a la problemática de la muerte, y por eso le propuso lo siguiente a la Muerte:

- Como no está interesada en permitir la vida del hombre, al menos deja su misión durante algún tiempo.

A la Muerte le pareció razonable la propuesta. Fue así como aceptó.

- Esta bien, Vida. Voy a descansar por un tiempo. Cuando me necesites, búscame. Estaré en cualquier sitio descansando.
- Estoy segura que nunca tendré que buscarte -le dijo la Vida muy contenta-. Permanezca por allá todo el tiempo que quieras, mientras yo doy vida a los seres humanos.

La Vida, toda llena de felicidad, sabiendo que la Muerte se había marchado lejos, empezó a darle existencia a muchos seres humanos.

Todas las personas en la tierra estaban muy felices porque la Muerte se había ido y no los molestaba. Ya nadie le temía. Todos celebraban con alborozo la pretendida dicha de vivir eternamente. Por ello en todo momento reían y saltaban de felicidad.

En la tierra la existencia pasaba alegremente; todo era felicidad y cada día nacían muchas personas. La tierra se poblaba rápidamente. Los países se volvieron numerosos. Por todas partes había muchas personas. Los seres humanos estaban atiborrando la tirra. A medida que iban envejeciendo, las personas se volvían incomprensibles y padecían muchas enfermedades. Los ancianatos estaban saturados de personas de la tercera edad. Se estaban convirtiendo en un problema los ancianos.

La Vida se percató que la tierra se estaba superpoblando y los productos escaseaban, y esto empezaba generar conflictos entre los seres humanos.

La Vida muy preocupada por lo que estaba pasando se retiró a una colina muy elevada a meditar, con el fin de tratar de buscar una solución.

Después de tanto cavilar, tomó la decisión de no traer más seres humanos a la tierra. Era una decisión que atentaba contra su misión y que iba en contra de sus ideales, pero ante esta circunstancia no le quedaba otra alternativa. Con esto creyó solucionar la problemática.

La Vida, convencida de que había encontrado la solución buscada, se retiró también, al igual que la Muerte, a descansar.


Los días iban pasando, la situación se normalizó temporalmente. Pero como el mundo es dinámico, se evidenció con el tiempo que en la tierra sólo habían viejos. Poco a poco se iban acabando los niños, luego los jóvenes y los adultos, y sólo quedaban ancianos intransigentes, incomprensibles, obstinados, enfermos y achacosos.

La Vida, al regresar de su descanso, se encontró con tan extraña situación, y se preocupó demasiado al ver que sólo había viejecitos por todas partes. Estos empezaron a mirar con desdén a la Vida, y cada día le reclamaban y le agobiaban con sus quejas y dolencias.

La Vida empezó a desesperarse porque los viejos decrépitos no hacían sino molestarla con sus problemas, lamentos y enfermedades. Fue cuando se acordó de la Muerte, y decidió ir en su búsqueda.

La buscó durante mucho tiempo. "¿Dónde se habrá metido la muerte?" -se preguntaba la Vida muy preocupada-. Por más que  buscaba y  buscaba, no lograba encontrar rastros de la Muerte. La Muerte se había muerto seguramente. Esta posibilidad aterrorizó a la Vida.

A medida que los días pasaban y el problema de los ancianos la desesperaban más y más, empezó a angustiarse y a invocar con mucha vehemencia a la Muerte. Esta, que descansaba plácidamente, gracias a sus extraños poderes, logró escuchar el llamado de la Vida. "¿Ahora que querrá la Vida?" -se preguntó molesta la muerte-. Entonces, de mala gana, decidió acudir al llamado de la Vida.

- Vida, ¿para qué me quieres?
- ¡Muerte, bendita sea! -exclamó muy alegre la Vida-. Siquiera que acudió a mi llamado. Tengo muchos problemas.
- ¿Qué problemas? Yo no puedo resolver problemas. Así es que no sé para qué me quieres? -dijo en tono petulante la muerte.

La Vida le contó lo que estaba ocurriendo. Entonces la Muerte con su arrogancia de siempre, le dijo:

- Eso no es problema mío. No sé que tengo yo que ver en todo esto...
- Mucho, mucho -le interrumpió la Vida-. Desde que se fue a descansar, yo di existencia a muchos seres humanos y ahora no sé qué hacer con tantas personas. Ante su ausencia la tierra se superpobló, y esto se convirtió en un problema para los seres humanos y para mí. ¡Quiero que vuelva a cumplir con su misión! -le suplicó la Vida.
- ¡Bueno, pero quién entiende a la Vida! Primero me suplicaba que no me llevara a las personas, y ahora quiere que me las lleve...
- Muerte, no es momento para recriminaciones -volvió a interrumpir  sumisamente la vida-. Deseo que siga cumpliendo con su misión.

La Muerte, que siempre había sido orgullosa y malvada, ahora se sentía más arrogante y presumida que antes: se creía la dueña del mundo. Fue entones que decidió continuar con su funesta misión.

- Está bien, Vida. Empezaré desde este momento a realizar mi trabajo, pero no quiero que me vuelvas a molestar con sus propuestas de vida eterna. Los seres humanos no están creados para vivir eternamente. La omnisciente y omnipotente Naturaleza sabe cuánto tiempo debe vivir cada persona, y ni la Vida ni la Muerte podemos decidir cuándo debe nacer o morir un ser humano. En la Naturaleza las cosas ocurren porque tienen que ocurrir, y ocurren cuando deben ocurrir, no antes ni después. Eso es decisión de ella; nosotros sólo somos sus intermediarias.



MEDITACIONES DE UNA TORTUGA


En una pradera verde cerca de una laguna vivía una tortuga junto con otros animales. Desde muy pequeña se había mostrado muy curiosa por aprender cosas importantes y hacía muchas preguntas a los demás animales.

No le gustaba la forma de vida que llevaba, pues consideraba que todos los reptiles de su especie estaban en desventaja con los demás animales. No se sentía bien por su lentitud al caminar y por estar condenada a vivir dentro de un caparazón.

No obstante tener todo lo que deseaba para ser feliz, pensaba que sus limitaciones eran las causantes de su inconformidad.

Un día mientras caminaba lentamente sobre unas rocas, cayó y quedó de espaldas sobre la tierra, moviendo insistentemente sus patas para tratar de voltearse y seguir caminando. Por más que lo intentó muchas veces no lograba dejar esa incómoda posición.

Los días pasaban y la tortuga no podía voltearse; continuaba de espaldas sobre la tierra. Esta situación empezó a preocuparla. Entonces en su pequeño cerebro se agitaron los pensamientos angustiosos y pesimistas. "¡Qué vida tan miserable la mía!", se lamentaba. "¡Esto me faltaba!  -continuó meditando-. Como si no fuera suficiente el ser un animal lento y tener que cargar con esta dura y pesada caparazón que me quita la libertad, ahora tengo que soportar esta incomodidad".

A medida que la tortuga se lamentaba el tiempo iba pasando, soportando el calor del día, el frío de la noche y la humedad de la lluvia. Hacía vanos esfuerzos para dejar la incómoda posición, pero todo era inútil. ¡Pobre tortuga, creía que se acercaba su final! "Me voy a morir y no sé que he hecho de mi vida -meditaba-. Solamente me la he pasado lamentándome y no he disfrutado nada en realidad. ¿Esta es la vida de una tortuga? ¿Estamos todas condenadas a vivir esta vida absurda y miserable? Si esto es así, es mejor morir de una vez y no seguir esta incesante lucha. ¿Acaso no es mejor la muerte que vivir prisionera dentro de esta caparazón que no me permite moverme, doblarme, rascarme, inclinarme, levantarme, agacharme, saltar, correr y subirme a los árboles? Definitivamente, las tortugas estamos condenadas a llevar la peor vida..."

En todas estas meditaciones se encontraba la tortuga, cuando una jauría de animales, que huían raudamente de un cazador, al pasar junto a ella, hicieron que una piedra rodara y cayera junto a la tortuga, permitiendo que ésta lograra dejar la posición que tenía y prosiguiera caminando. "¡Por fin me ocurrió algo bueno!", pensó con un poco de satisfacción la tortuga. Luego de esta difícil experiencia, la tortuga aprendió que debía ser más precavida al caminar. Por eso nunca más le volvió a ocurrir esa eventualidad.  "El dolor es vehículo de conciencia", sacó como conclusión de ese desafortunado incidente.


La vida continuaba y la tortuga cada vez se dedicaba más a reflexionar sobre su existencia. Un día que se encontraba sumida en sus cavilaciones observó a un viejo búho asomando su cabeza desde el interior del hueco de un añoso árbol de cedro.

- ¿Por qué me miras así? -preguntó la tortuga-.
- Veo como te atormentas tu vida con sus lamentos -contestó el búho-. No sabes vivir, tortuga.
- ¿Por qué dices que no se vivir? -preguntó inquieta la tortuga.
- Desde que te conozco no he notado otra cosa que lamentos, eternos lamentos. ¿Por qué no aprecias tu vida?
- ¿Cómo quieres que no me lamente, si yo siempre he sido un animal muy desgraciado? -preguntó la tortuga.
- Recuerda que es tu forma de pensar la que te hace ver la vida así. Cambia de pensamiento y verás que cambia tu forma de ver la realidad.
- ¿Cómo se cambia de pensamiento? -preguntó intrigada la tortuga.
- Muy sencillo. Teniendo pensamientos positivos sobre tu existencia. No se te olvide que somos lo que pensamos, pero sobre todo lo que pensamos de nosotros mismos, es decir, somos lo que pensamos que somos. Quien piensa positivamente, actuará positivamente, tendrá resultados positivos y se sentirá realizado y feliz. Aceptándose como eres. Sin lamentarse por lo que no eres. Estás en el mundo porque tienes una función que cumplir, y así quiso el creador que fuera: con caparazón y lenta en sus movimientos.
- Tortuga, ¿sabes quién eres? -preguntó el búho.
- ¡Claro que lo sé! -se apresuró a contestar la tortuga sin reflexionar.
- ¿Quién eres? -insistió el búho.
- Yo soy... soy... ¿Quién soy? La verdad es que no sé quién soy.
- Te diré quién eres -dijo sabiamente el búho-. Formas parte de las diversas especies de reptiles del orden de los quelenios. Tu cerebro a pesar de ser  pequeño y sencillo tiene la capacidad de reconocer a las personas que te alimentan. ¿No te parece esto un prodigio de la Naturaleza? Además, gracias a tu resistencia eres capaz de vivir mucho tiempo tras graves mutilaciones y resistir varios días sin comer. Son pocos tus enemigos, porque tu caparazón te protege, y vives durante muchos años. Tu larga vida es una de tus principales características. A diferencia de ciertos  animales, puedes vivir en el agua y en la tierra. Todas estas cualidades, ausentes en algunos otros animales, deben ser motivo de felicidad en tu vida.

Mientras el búho le hablaba a la tortuga con inteligencia, prudencia y naturalidad, un león hambriento intentó devorarla, pero ésta se introdujo rápidamente dentro de su inexpugnable caparazón. El león la metió en su boca y con sus afilados dientes intentó inútilmente comérsela. Su caparazón impidió que el rey de los animales le hiciera algún daño. Como el león no pudo lograr su propósito la dejó tranquilla y se fue en busca de otra presa.

- ¡Qué susto te llevaste! -dijo el búho.
- Gracias a mi caparazón salvé mi vida -dijo muy satisfecha la tortuga.
- ¿Te das cuenta por qué no debes sentirse insatisfecha por tener esa apariencia física? Lo físico no importa tanto para ser feliz; la felicidad está en nuestros pensamientos. Piensa que eres feliz y serás feliz.


- Después de lo que me has dicho y de lo que acabó de pasar, creo que voy a cambiar de actitud y de mentalidad -reconoció la tortuga-. A partir de este momento me aceptaré como soy, sin lamentarle por lo que no soy. Simplemente viviré lo que soy. Me he dado cuenta que soy muy importante y tengo cualidades que otros animales no tienen. Debo tener muchas más, y estoy seguro que las voy a descubrir. Esto, con seguridad me ayudará ser feliz.

- Así me gusta que hables -la felicitó el búho-. Piensa positivamente y acéptate como eres. Fíjese en mí: yo no veo durante el día, por eso debo dormir cuando hay la maravillosa luz y salir a cazar cuando cae la misteriosa noche. Así me siento feliz. La vida hay que vivirla como se nos presenta. Cambiemos lo que se pueda cambiar; lo demás aceptémoslo como es. Ese es el secreto de la felicidad.





                                           JOSELITO, EL NIÑO QUE SALVO SU VIDA
                                                     PORQUE APRENDIO A LEER


Joselito vivía con sus padres en una ciudad ubicada a la orilla del mar. Desde muy pequeñito se iba de la casa sin la autorización de sus padres y se sentaba en la playa a mirar los barcos que llegaban y partían para rumbos lejanos.

Su familia lo quería mucho pero él era muy rebelde, desobediente, grosero y molestón; no respetaba nada y siempre estaba dañando las cosas de la casa y fastidiando a los demás. Se salía de la casa sin permiso, y cuando sus buenos padres le llamaban cariñosamente la atención, se molestaba mucho y empezaba a responder con rabietas y "pataletas".

Sus padres lo matricularon en un buen colegio para que estudiara, pero Joselito no iba a clase, y cuando lo hacía se dedicaba a molestar en el salón, a interrumpir y a no dejar que los demás niños aprendieran cosas importantes, ya que la educación forma a la persona para vivir una vida alegre y feliz.

Como en la casa no le permitían, por su bien, que hiciera todo lo que él quería, un día salió del colegió y se fue al puerto adonde llegaban y partían los barcos.

En un descuido de la tripulación se subió a un barco, se escondió dentro de una bodega y allí se estuvo hasta que el barco zarpó del puerto con destino a países lejanos.

"¡No quiero saber más de mi escuela ni de mi casa!", pensaba Joselito. Se levantó del sitio donde estaba; salió a la cubierta del barco; se acercó a la baranda, y empezó a mirar el paisaje. Veía como, poco a poco, se iba alejando del puerto, y al cabo de poco tiempo éste se iba desapareciendo de su vista. De un momento a otro desaparecieron los paisajes de su horizonte, y sólo empezó a ver agua y cielo por todas partes.

"¡Me voy bien lejos! ¡No sé adónde, pero me voy! ¡No quiero estudiar, no quiero estar con mis padres! ¡Quiero aventuras!", cavilaba Joselito, mientras su mirada se perdía en lontananza. Se quitó el maletín donde tenía sus libros y lo arrojó al mar. "¡Peces, ahí les entrego mis cuadernos y mis libros para que estudien! ¡Yo no quiero estudiar; el estudio no me sirve para nada! ¡Yo quiero hacer mi propia vida, y para ello no necesito estudio ni conocimientos!", meditaba Joselito mientras veía cómo el maletín se alejaba del barco hasta que ya no lo volvió a ver.

El barco seguía avanzando por las azules aguas, bajo el inmenso cielo. La noche se acercaba y con ella se anunciaba una tormenta con relámpagos y truenos.


A la media noche, debido a la tormenta y a la marea alta, el barco se empezó a hundir. Joselito, muy asustado y arrepentido de haberse subido a esa embarcación, empezó a gritar desesperado llamando a sus padres y a la profesora; pero todo era inútil: ellos no estaban allí para auxiliarlo.

Como pudo, Joselito se agarró de un madero que empezó a flotar, y allí permaneció durante toda la noche a la deriva y sin que nadie fuera en su auxilio.

"¡Papa, mamá, profesora, ayúdenme! ¡Prometo ser un niño bueno! ¡Voy a estudiar y a portarme bien! ¡Lo prometo!", Joselito gritaba y lloraba desesperadamente, pero era inútil: nadie lo escuchaba. Estaba solo en medio del misterioso mar embravecido.

Cuando amaneció, Joselito vio que su madero lo acercaba a una isla. Se puso muy feliz. Como pudo se acercó a la orilla. Se bajó del madero y corrió tierra adentro. Llamaba angustiosamente a las personas, pero nadie le contestaba. La isla estaba desierta.

Joselito caminaba y caminaba, sin rumbo fijo, pues no sabía adónde ir ni qué hacer. ¡Pobre Joselito, estaba realmente desesperado!

Luego de caminar mucho tiempo por la isla, donde no veía sino animales, los que huían asustados cuando notaban su presencia, encontró oculto dentro de la espesa vegetación un palacio muy hermoso por dentro y por fuera.

Joselito entró al lujoso palacio. En él sólo encontró una enorme biblioteca con muchísimos libros. En una de sus  paredes había un letrero grande, que decía: "Sólo podrá salir de esta isla la persona que sepa leer bien".

Joselito miró el letrero, pero como no sabía leer bien no lo entendió. No le dio importancia, pues no sabía de qué se trataba. ¡Pobre Joselito, no sabía que allí estaba su salvación!


Empezó a deambular por el palacio, y por donde iba sólo veía libros y más libros. ¡Sólo libros!

Como no encontró comida, ni televisión, ni personas... nada, salió del palacio y fue en busca de frutas para comer y agua para beber.

Así pasaron los días. Joselito, cada vez se desesperaba más, lloraba y se arrepentía de haber abandonado a sus padres y a su escuela para embarcarse como polizón en un barco que no sabía adónde iba. Estaba muy arrepentido el pobrecito.

Joselito se desesperaba más y más porque no tenía con quién comunicarse, con quién hablar. Estaba solo y lejos de las demás personas. Recordaba que su maestra le dijo que una persona que no se comunica con los demás corre el riesgo de enloquecerse. Esto lo preocupaba más y más. ¡Pobre Joselito!

Cierto día, frente a toda esa cantidad de libros, recordó que su profesora le había dicho que leer libros era una manera de comunicarse con los demás. Entonces tomó un libro en sus manos, lo abrió e intentó leerlo, pero se acordó que no sabía leer. Se sintió más desgraciado y se entristeció; empezó a llorar y a llamar a sus padres.


Como en su cabeza le repicaba la frase de su profesora que "leer era una forma de comunicarse con los demás", se acercó al letrero grande. Intentó leerlo poco a poco, recordando las pocas letras que había aprendido en la escuela.

Durante muchos días intentaba leerlo, y después de mucho intentarlo y esforzarse logró leerlo y entenderlo. Cuál sería su sorpresa al saber que la clave para salir de esa isla estaba en la lectura de esos libros.

Fue así como empezó a ejercitar su lectura. Como no tenía nada más que hacer y quería regresar a su casa, leía con mucha motivación, y a medida que leía y leía, se iba entusiasmando por la lectura y cada día le gustaba más. Entonces entendió que sí era cierto que leer era una forma de comunicarse con los demás.

A medida que los días pasaban Joselito se iba tranquilizando porque la lectura de esos libros le estaba enseñando muchísimas cosas buenas. En cada libro que leía encontraba algunas respuestas a las dudas que siempre había tenido. En los libros hallaba frases como: "En la lectura se encuentra el camino de la felicidad". "Quien lee aprende muchas cosas útiles para triunfar". "La persona que lee aprende a tener criterio propio, a autoestimarse, conocerse así mismo, a tomar sus propias decisiones y a no ser manipulado por nadie, porque el ser humano es demasiado grande para ser pequeño".

El tiempo se le fue haciendo menos tedioso, y notaba que en la lectura encontraba muchas respuestas a lo que desde muy pequeñito quería saber.

Al cabo de mucho tiempo, luego de leer muchísimos libros, empezó a comprender muchas cosas que le ayudaron a encontrar el sentido a su Vida.

Cuando Joselito se hallaba muy feliz con la lectura halló un libro que le indicó cuál era la forma y el camino para salir de la isla donde se encontraba.

El libro le indicaba que debajo de una pesada piedra se encontraba una puerta que conducía por un túnel a una isla vecina, donde habían muchas personas.

Como Joselito había aprendido muchas cosas en los libros, se las ingenió y con la ayuda de maderos, corrió la piedra. Entró a través de una puerta, y se fue por un túnel que lo llevó a una hermosa isla donde encontró muchísimas personas que lo recibieron alegremente. El les contó lo ocurrido y lo felicitaron porque, gracias a la lectura, había podido salir de la isla desierta y salvar su vida.

Con la ayuda de esas personas, Joselito regresó a su casa; les pidió perdón a sus padres y prometió no portarse mal. También regresó a la escuela e hizo la promesa de continuar leyendo, porque se había dado cuenta que la lectura es la única manera de aprender muchas cosas importantes para mejorar su calidad de vida y ser feliz.




                         LEONARDITO, EL NIÑO QUE QUERIA CONOCER LA ESENCIA
                                                   DE LOS CUENTOS INFANTILES


Leonardito era un niño que le gustaban mucho los cuentos infantiles. Siempre le pedía a su padre que le contara cuentos. El se los contaba con mucho cariño, y desde muy niño había enseñado a Leonardito a leer.

Como a Leonardito le encantaban tanto los cuentos infantiles y sabía leer, cuando no estaba oyendo los cuentos que le contaba su padre, estaba leyendo los que podía leer.

Leonardito era un niño muy inteligente, alegre, obediente y espontáneo. A veces decía y hacía cosas que asombraba a los mayores. Sus padres, sus vecinos, sus amigos y sus profesores lo querían y admiraban mucho, porque era un buen niño. Cada vez que su padre le contaba un cuento le quedaba una vaga sensación de que algo le ocultaba su padre al contarle los cuentos. Leonardito, por más que lo intentaba, no sabía con precisión qué era lo que le faltaba a los cuentos que su padre le contaba. Por eso no quedaba satisfecho y se mostraba inquieto.

Leonardito vivía con sus padres en una región cubierta de espesa vegetación, con árboles de vistosos follajes en los que revoloteaban exóticos pajaritos. La casa de habitación, ubicada a la orilla de un caudaloso río, estaba rodeada de un bello jardín, en donde vagaban mariposas de la más bella policromía y libaban el néctar los colibríes.

A medida que pasaban los años, Leonardito se mostraba más inquieto por los cuentos infantiles. Se refugiaba en su cuarto a leerlos, y cada vez que veía a su padre o a su madre desocupados les pedía que le leyeran o le contaran cuentos.

Con frecuencia Leonardito salía discretamente de su casa, sin que nadie lo detectara, y se adentraba en el bosque. Al rato regresaba muy contento. Esta actitud se volvió una costumbre en Leonardito, pero sus padres no se percataban de ello.

Cierto día su padre notó la ausencia del niño, pero no se precocupó porque sabía que su hijo era muy responsable. Pero como sus viajes al bosque eran tan frecuentes, un día su padre lo siguió discretamente. El niño se internó en la espesa vegetación, y al poco rato ingresó en una vetusta vivienda que se encontraba dentro del bosque. Su padre se percató de ello; se devolvió a su casa, sin preocuparse pero muy intrigado por la actitud de Leonardito. Se preguntaba a qué iba su hijo a ese extraño lugar.

Cuando Leonardito regresó a la casa, su padre cariñosamente le preguntó dónde estaba. El niño, que nunca mentía, le contó a su padre lo que siempre había estado haciendo. Su padre, con mucha atención, lo escuchó.

- Padre -le dijo Leonardito-, como tú sólo me contabas los cuentos, pero no me hablaba de ellos, a mí me intrigaba saber que había detrás de cada cuento infantil, cuál era su esencia. Un día que estaba en el bosque descubrí una vieja casa. Entré en ella y allí encontré a un abuelito que tenía muchos libros.

Su padre lo escuchaba muy entusiasmado. El niño prosiguió con su relato:

-El abuelito, que se llama don Autodidacto Buscador Cavilante, me invitó a seguir y me mostró muchos libros. Yo le dije que me gustaban mucho los cuentos. El me contaba cuentos y me hablaba de éstos.

Su padre seguía sin interrumpirlo. Lo miraba con aprecio, porque quería mucho a su hijo, fruto de un amor verdadero con su esposa.

-Don Audotidacto -prosiguió Leonardito-, me explicó que la palabra cuento deriva del latín "computum", que significa cálculo, cómputo, enumeración, clasificación. De cálculo y enumeración pasó a significar la enumeración de hechos, y, por extensión, cuento significa recuento de acciones o sucesos reales o fantásticos.

Así mismo -continuó Leonardito-, don Autodidacto me dijo que históricamente el cuento es una de las más antiguas formas de la literatura popular de transmisión oral, que sigue viva, como lo demuestran innumerables recopilaciones modernas que reúnen cuentos folclóricos, exóticos, regionales y tradicionales. El origen último de estas narraciones ha sido muy discutida; pero lo innegable es que lo esencial de muchas de ellas se encuentra en zonas geográficas muy alejadas entre sí y totalmente incomunicadas; sus principales temas, han sido agrupados en familias, se han transmitido por vía oral o escrita, reelaborados incesantemente, es decir, contados de nuevo, por los autores más diversos.

Desde el punto de vista histórico -siguió Leonardito-, el cuento proviene de las narraciones y relatos de Oriente, y aunque durante siglos ha tenido significados equívocos e imprecisos (a menudo se confunden con la fábula) debemos considerar como cuentos a las numerosas manifestaciones literarias de la antigüedad, de características muy diversas, como: "La Historia de Sinuhé", en la literatura egipcia, o la de "Rut", en el antiguo Testamento; "Las Mil y Una Noches", y más modernamente, escritos hagiográficos (vida de santos) como "Las Florecillas de San Francisco" o "La Leyenda Aurea".
Sin ninguna duda -precisó el niño-, son cuentos algunos de los relatos en verso del "Libro del Buen Amor" del Arcipreste de Hita, las historias que narra "Turmeda" o "Los Ejemplos del Conde Lucanor", de don Juan Manuel. Sin embargo, hasta el siglo XIV, con "El Decamerón", de Bocaccio, no se afirma y consolida la idea de cuento en sentido moderno de la palabra.

Así mismo -prosiguió el niño explicando y su padre escuchando-, que los cuentos más importantes son, en su orden, "Caperucita Roja", "La Cenicienta", "Blanca Nieves y los Siete Enanitos", "La Bella Durmiente", "Pulgarcito" y "Pinocho". Su padre no se cansaba de escuchar a Leonardito. Por eso continuaba extasiado con el relato de su hijo.

Lo que más me llamó la atención -agregó Leonardito-, fue que el viejecito me reveló el secreto que yo siempre había estado buscando, algo que me daba vueltas en mi mente, pero que no podía saber qué era. Me dijo, con mucha sabiduría, que  los cuentos había que leerlos con sentido analítico para poder entenderlos, porque detrás de cada cuento infantil se esconde un mensaje, una moraleja, una enseñanza. Esto sólo se logra comprender si se leen los cuentos con mentalidad reflexiva y alma de niño. "Los cuentos infantiles no sólo hay que leerlos sino entenderlos", me recalcó.

Los niños -aseguró Leonardito-, por ser tan espontáneos y aún no estar programados por la sociedad, comprenden muchas cosas que los adultos no comprenden o no quieren comprender por vivir girando en la esfera del hacer, del tener y del consumir. Sólo se dejan llevar por la corriente de las circunstancias en la inmediatez de la vida, en su cotidianidad. Las personas mayores no pueden comprender nunca por sí mismas, y es molesto para los niños tener que estar dándoles siempre explicaciones. Los adultos siempre tienen necesidad de que se les explique.

El viejecito me dijo -agregó Leonardito-, que así como los cuentos tienen sabiduría oculta, que nosotros debemos descubrir y aplicar en nuestra vida para ser mejores y vivir felices, en cada uno de nosotros se encuentra oculta la gran sabiduría. Pero, me advirtió, que ésta no se logra encontrar en forma tan sencilla; para ello se necesita mucha reflexión, conocernos a nosotros mismos, querernos, comprendernos y tolerarnos a nosotros mismos, para poder querer, comprender y tolerar a los demás. "Ahí está la felicidad", me dijo el abuelo.

El padre, luego de escuchar aquella sabia lección de labios de su hijo, lo abrazó y lo estrechó contra su pecho; prometiéndole que desde ese momento, cada vez leyera un cuento, lo haría con visión analítica y sentido crítico, para encontrar su esencia. Igualmente, le prometió que iba a vivir una vida más reflexiva, para ser mejor, vivir feliz y comprender a los demás, especialmente a los niños.

ANDRESITO, UN NIÑO INQUIETO POR LA VERDAD


Andresito era un niño muy inteligente, inquieto y con muchos deseos de buscar la verdad y el porqué de las cosas. Desde sus primeros años de vida se mostraba interesado por investigar sobre todo lo que le rodeaba y saber qué eran y cómo funcionaban las cosas. Como sus padres eran tan pobres y no les preocupaba el futuro sino el trabajo para acumular dinero, no tenían televisor, radio, no leían periódicos ni libros; tampoco tenían elementos útiles como espejos, muebles, sanitarios higiénicos y agua potable.

Vivía con sus padres en una casa muy humilde, alejada de las grandes ciudades, en la ladera una escarpada montaña. Andresito le gustaba mucho asomarse por la ventana de su casa y mirar hacia la alta colina que circundaba la vivienda. Se extasiaba contemplando la naturaleza; disfrutaba mucho viendo como los animales emitían sus chillidos, bramidos, cánticos, ladridos, balidos, gorjeos y demás formas de expresar que eran unos seres más en el universo. La colina estaba plantada de árboles de vistoso follaje sobre los que revoloteaban mariposas, insectos y pajaritos.

En la cima de la colina, en un pequeño lugar sin vegetación, brillaba algo en algunos instantes del día. Andresito vivía muy intrigado por ello, y quería saber qué era lo que brillaba en ese lugar. Para satisfacer su curiosidad preguntaba a sus padres, quienes por vivir muy ocupados no le daban las respuestas adecuadas; por salir del paso le decían: "Eso debe ser una lata". Pero como el niño no quedaba satisfecho con esas respuestas, seguía insistiendo con sus interrogantes. Sus padres, quienes al igual que muchos padres no entendían el complejo mundo de los niños, le recriminaban con regaños, a y veces le decían: "No pregunte bobadas. Es que no tiene nada más qué hacer?".

Como Andresito notaba que sus padres no le daban respuestas satisfactorias a sus múltiples interrogantes sobre el mundo que lo rodeaba, le preguntaba a las personas que visitaban su casa. "Niño, eso debe ser un espejo o una lata que brilla", le decían algunos; otros afirmaban: "Haga algo productivo y deje de preguntar pendejadas".

Insatisfecho con las respuestas de los adultos, quienes no comprendían su inquieto mundo, muchas veces intentó ir hasta la cima de la colina para saber por él mismo qué era lo que brillaba, pero al ver tan lejos y tan alta la colina se desanimaba. Sin embargo, como no quería darse por vencido, lo intentaba y lo intentaba, hasta que un día se decidió y emprendió el difícil ascenso a la colina.

Luego de caminar durante un poco rato se sintió un poco cansado; hizo una pausa. Se sentó sobre una piedra y empezó a observar el pequeño valle que rodeaba su casa. Una vez se sintió con alientos, prosiguió su ascenso. Caminó nuevamente hasta que se volvió a cansar; volvió a sentarse sobre una piedra a descansar. A medida que descansaba y veía el amplio panorama, donde, allá abajo, estaba su humilde casa, pensaba que la vida era muy bella y que merecía la pena vivirla.

Cuando se sintió con nuevos ánimos continuó con su caminata montaña arriba, mientras veía que la cima de la colina se observaba más cercana. Como Andresito era tan solo un niño, prontamente se volvió a cansar. Por un momento intentó devolverse. Se sintió triste porque si los adultos le hubieran explicado qué era lo que brillaba en la cima de la colina, el se hubiera evitado tan extenuante caminata. Pero él quería saber qué era eso, no le quedó una otra alternativa que seguir ascendiendo.

Con sus pocas fuerzas que aún le quedaban continuó su marcha. Al poco rato sintió cansancio, sed y hambre. Empezó a preocuparse y se preguntó si no había sido una imprudencia lo que estaba haciendo. Su preocupación lo llevó a pensar negativamente: "Qué tal que me muera". "Y si no soy capaz de llegar". "Qué tal si me pierdo". Todo esto lo atemorizó. Por ello se sentó a descansar y a reflexionar.

Al poco rato volvió a sentir fuerzas y tuvo el valor para apartar esos pensamientos negativos de su pregunta. Sabía que si se dejaba impresionar por esa forma de pensar, no lograría su meta: saber qué era lo que brillaba en la colina. "Descansaré un poco y seguiré mi caminata sin rendirme. Yo seré un triunfador; no un derrotado", se dijo a sí mismo.

Como no quería ser un derrotado prosiguió son su cada vez más dura y difícil jornada, ya que a medida que se empinaba la colina se sentía más cansado y el aire se le enrarecía. Miraba hacia arriba y hacia abajo, y esto lo animaba; sabía que faltaba menos que cuando había iniciado su recorrido.

Tras caminar con cansancio, sed y hambre, se volvió a sentir muy agotado. Se sentó sobre un árbol derribado que obstaculizaba el camino. Observó allá, muy abajo, su casa; se veía muy pequeña; las personas se veían reducidas de tamaño, un poco diminutas. Nuevamente pensó en regresar a su casa; se sentía sin alientos y con demasiada sed y hambre. Volvió a sentir temor y preocupación.

Cuando se disponía a regresar a su casa, se agachó y observó a una hormiguita cargando una hoja como cinco veces más grande que la hormiga. "Si esa hormiga tan pequeña es capaz con esa carga tan pesada, yo tengo que ser más fuerte que ella porque no llevo ninguna carga a cuestas", reflexionó Andresito. Por más que molestó a la hormiguita para que dejara su carga y se devolviera, no lo consiguió; la hormiga insistía en continuar con su pesada carga ascendiendo por el abrupto terreno. Esta actitud del insecto lo hizo meditar: "Si ese animalito tan pequeño es capaz de subir con su carga, yo también debo ser capaz de seguir".

Mientras retomaba fuerzas para continuar subiendo, observó maravillado cómo los pájaros volaban y trinaban muy felices. Como Andresito era un niño muy inquieto y curioso cogió unas ramas de un árbol e intentó volar como las aves, pero sólo consiguió caerse y golpearse contra el suelo. Entonces comprendió que él nunca podría volar como los pajaritos.


Apenas se alivió de sus dolores tras el golpe contra el piso, se repuso y continuó su ascenso. A medida que avanzaba por la inclinada pendiente pensaba porqué se sentía cada vez más cansado y su cuerpo le pesaba más. Al tocar con sus pies una piedra vio cómo rodaba por la pendiente abajo hasta perderse en lo profundo. Entonces pensó que si él no tenía cuidado también podría rodar por colina abajo. Para evitar eso tomó precauciones y se iba teniendo de las árboles que encontraba a lado y lado de su camino. Esta experiencia le dejó como conclusión que la tierra debía tener algo que atraía los cuerpos hacia abajo, pero no supo qué era eso.

Sin aliento, con sus pies heridos y maltratados por la dura caminata, poco a poco se acercaba a la cima de la colina. Cuando su cuerpo ya no le respondía, miró más cerca lo que brillaba, y se esforzó por llegar. Motivado porque el brillo cada vez más cercano, intentó un último esfuerzo hasta que por fin llegó sin ningún aliento, y cayó desmayado.

Al cabo de un rato despertó en una casa que estaba junto a la colina, pero que desde abajo no se veía. Una señora estaba junto a él. Ella preguntó cómo se llama y cómo había llegado hasta allí. Andresito le dijo su nombre y le contó todo. La mujer le dio de comer y de beber, y Andresito recuperó las fuerzas.  "Andresito esto que tú ves que brilla es un espejo que arrojé a la basura hacia algunos días porque se partió", de le dijo la señora, mostrándole el pedazo de espejo a Andresito. "Cuando sol se refleja en el espejo, entonces brilla", le explicó la señora.  Este lo tomó muy alegre e impresionado, y su imagen se reflejó en el espejo: "!Me he visto a mí mismo; seré un triunfador!", exclamó Andresito muy seguro y lleno de felicidad.





                                  JUANITO, EL NIÑO QUE QUERIA A LOS ANIMALES

Juanito era un niño muy bueno que vivía con su familia en una granja, junto a una hermosa colina. Su casa estaba rodeada de una espesa vegetación con árboles de vistoso follaje por donde revoloteaban los pajaritos y vagaban mariposas con vaivén incierto.
En el extenso valle, que se divisaba desde la colina, vivían en completa armonía todo tipo de animales que disfrutaban de su medio ambiente.

Juanito iba todos los días al bosque adonde estaban los animales. Se sentaba junto a un frondoso árbol de Cedro, y miraba maravillado el revolotear de las aves, el trinar de los pájaros, el vagar de las mariposas y la mansedumbre de los demás animales que habitaban el lugar. A veces éstos se acercaban a él, y muy extasiado los observaba detenidamente mientras se preguntaba por qué el hombre los perseguía y cazaba en su afán de obtener dinero, sin tener en cuenta que los animales contribuyen al equilibrio ecológico.

Un día Juanito encontró malherido un león a causa de la bala disparada por un desalmado cazador. Corrió al pueblo y compró medicinas veterinarias para curar el animal. Luego  de atender la herida del león, a los pocos días se recuperó y pudo caminar. Juanito se alegró mucho.

El cazador volvió a insistir en la caza del león. Cuando le iba a disparar su arma se trabó; entonces el león se le abalanzó ferozmente. El cazador al huir rápidamente cayó a un profundo hueco. El león muy enfurecido se acercó al hueco y lo amenazaba con sus afilados colmillos mientras rugía temerosamente. El cazador empezó a gritar muy asustado pidiendo ayuda. "¡Por favor, ayúdenme!", suplicaba el cazador.

Juanito al escuchar los gritos acudió rápido al bosque. Cuando se percató de lo ocurrido, se acercó a león y le acarició su melena, mientras se oían los gritos del cazador suplicando ayuda. "¡Ayúdame niño, no quiero ser comido por el león!", pedía con llanto el cazador.

Juanito, que era un niño muy justo, le propuso al cazador:
- Cazador, si me prometes una cosa te ayudo a salir de ese hueco.
- ¡Si, le prometo lo que quiera, pero ayúdame a salir de aquí! -gritaba muy asustado el cazador.
- Quiero que no vuelvas a molestar a los animales de este bosque...
- ¡Si, yo lo prometo, lo prometo y así lo cumpliré; pero sácame de aquí! -le interrumpió aterrorizado el cazador.

Fue así como Juanito lo ayudó a salir del hueco. El cazador al encontrarse libre huyó velozmente gritando que no volvería molestar a los animales.

Luego de haber aprendido la lección, con la ayuda de Juanito, el cazador aprendió a querer y a cuidar a los animales convirtiéndose en su amigo.

Juanito siguió su vida cotidiana y todas las noches al acostarse le daba gracias al Creador por haber dado vida a los animales y a las plantas que tanto bien le hacían a la Naturaleza.




LA IGNORANCIA, EL PE0R ENEMIGO DEL HOMBRE.

Cierto día la ignorancia, que desde hace muchos millones de años se ha paseado por todas las generaciones ocasionado muchas dificultades en la existencia de las personas, se encontraba descansando porque su ocupación la había dejado muy agotada. Al poco rato, cuando recuperó sus fuerzas, decidió continuar con su trabajo especialmente en algunos hogares donde los niños no se preocupaban por estudiar ni por superarse.

La ignorancia se dirigió a la casa de un niño que no le gustaba ir al colegio a estudiar, y cuando iba se dedicaba a molestar sin que le interesara para nada el aprendizaje. Cuando se cansó de interrumpir las calases se quedó dormido en un rincón de salón.

Mientras dormía, la ignorancia se acostó junto a él, y con intención malvada pensó: "A partir de ahora voy a perseguir y a hacerle la vida infeliz a este niño insoportable que no quiere estudiar". Fue así como el niño comenzó a soñar que se encontraba en un extraño pueblo, donde las costumbres eran muy distintas y el idioma no era entendido por él.

Caminaba por las calles sin ningún rumbo fijo y ninguna persona de las que encontraba a su paso le contestaban lo que él preguntaba porque no entendían su idioma. Lo miraban como a un ser extraño porque se veía en sus ojos la ignorancia.

Estaba preocupado porque tenía hambre, sed y sueño, y no tenía dinero con qué comer, beber y dónde dormir. Las personas que pasaban junto a él lo miraban muy extrañados, pero no decían nada; le temían a la ignorancia.

Sin fuerzas, por la falta de comida, bebida y dormida, cayó en el centro de la plaza. Varias horas estuvo allí sólo bajo el sol y luego bajo la lluvia. Cuando se aproximaba la noche una anciana que pasaba por allí se compadeció de él y lo llevó a su casa.

La anciana que era una persona muy estudiada y sabía muchos idiomas, luego de darle de comer y deber, le preguntó cómo se llamaba. Gracias a los conocimientos que tenía la mujer logró comunicarse con el ignorante niño. Al cabo de muchos meses de permanecer en el hogar de la anciana, el niño seguía con su pereza por el estudio y por más que ésta le explicaba la importancia de aprender cosas, él no mostraba el menor interés por estudiar.

Para tratar de motivarlo por el estudio la anciana le explicaba que la ignorancia era el peor enemigo del ser humano porque no lo dejaba ser feliz y su vida se les complicaba, pero el niño no se interesaba por aprender, se sentía cómodo perseguido por la ignorancia. A pesar que de muchas maneras intentó mostrarle las graves consecuencias que ocasionaban la malvada ignorancia y todo el sufrimiento que le podría traer a su vida, él seguía con su terco pensamiento de no aprender nada. La ignorancia dominada al niño, y él se sentía bien en su mundo infeliz. "Aprender es muy difícil y a mí me gusta perder el tiempo; quiero ser amigo de la ignorancia", decía irresponsablemente el niño. La ignorancia se sentía muy feliz porque este niño no se interesaba por leer ni estudiar. "Una víctima más para mi insaciable apetito", se decía muy complacida la ignorancia.

Manipulado y dominado por la malvada ignorancia el niño se marchó de esa casa, dejando muy triste a la anciana que deseaba que el niño dejara de ser ignorante, por cuanto ella sabía que la ignorancia es mala y esclaviza a la personas. La experiencia de esta mujer le había mostrado lo importante que era estudiar y aprender muchas cosas en la vida, y por eso detestaba a la ignorancia y le huía hasta el punto de que ésta no entraba en esa casa porque allí no tenía nada qué hacer.

Acompañado de la ignorancia, que en todo momento le daba malos consejos al niño, lo guiaba por caminos equivocados y quería convertirlo en hombre inmaduro, irresponsable, malo, celoso, orgulloso, envidioso, malvado y violento, el niño se fue de ese pueblo y llegó a otro donde la ignorancia le estaba prohibido entrar. La ignorancia trató de evitar que el niño entrara en ese pueblo, pero como el niño era tan necio no le hizo caso: fue la única vez que se rebeló contra la ignorancia.

Al llegar a ese pueblo altas paredes de concreto aparecieron, y el niño quedó encerrado en ese extraño pueblo donde las personas eran demasiado malvadas por culpa de la ignorancia. Entonces empezó a sentir miedo al ver que todos los que pasaban por su lado tenían aspecto de criminales. Uno de ellos le dijo con voz de trueno y mirada de malhechor: "¿Usted qué conocimientos tiene? ¿Qué estudios ha adelantado? ". Muy asustado el niño dijo: "Ninguno". El malvado sujeto soltó una risotada que retumbó en todo el pueblo. "Entonces no tiene salvación porque acá odiamos la ignorancia y todo el que sea ignorante no podrá salir del pueblo y morirá dentro de él en medio de los más crueles tormentos", sentenció el extraño hombre en tono criminal. "Si hubieras estudiado podrías salir de este pueblo y librarse de la muerte, pero como no sabe nada, morirá aquí, ahora mismo", agregó el malvado. "Como la ignorancia en el pasado nos hizo mucho daño en este pueblo la odiamos y también detestamos a los ignorantes, porque todo ignorante es un problema porque está muerto en vida", dijo finalmente el sujeto y se marchó riéndose, no sin antes advertirle: "¡Mañana morirás, se lo aseguro, niño ignorante".

Al día siguiente fue llevado al centro de la plaza, y en medio de mucha gente malvada, que le gritaba "¡Muera el niño ignorante y la ignorancia!", fue amarrado de pies y manos a una enorme campana que sonaba con ruidos infernales que le taladraban los oídos hasta reventárselos. El verdugo con una afilada lanza en la mano se abalanzó sobre el niño y mientras le clavaba la punta, con voz terrorífica le dijo: "¡Morirás por ignorante..!" En ese momento el niño se despertó gritando, y muy asustado abrazó a la profesora y le prometió a ésta y a sus compañeros que desde ese momento estudiaría muy juicioso, para huir de la ignorancia, el peor enemigo del hombre.





                                  JORGITO, EL NIÑO QUE SE CONVIRTIO EN BURRO


Érase una mañana muy soleada en un pueblecito llamado La Primavera. Desde la ventana de su casa, Jorgito miraba la colina con muchos árboles; vio pasar una bandada de palomas que volaban raudas  al palomar oteando en lontananza.

Jorgito, sin motivo aparente, se sentía aburrido porque sus buenos padres no le permitían andar con niños malos, quienes se dedicaban a molestar a las personas que pasaban por la calle, a robar y a cometer otras fechorías.

Entonces, viendo volar las palomas, pensó que él también quería ser libre con ellas. Fue por eso que, sin decírselo a nadie, se marchó de su casa.

Luego de caminar sin rumbo fijo por las calles, se sentó en un andén; todos los que pasaban lo miraban mal. "¿Qué hará este niño vagando por las calles?", se preguntaban algunos transeúntes.

Siguió caminando, y estuvo a punto de ser arrollado por un vehículo que conducía un borracho irresponsable.

Cansado de tanto caminar ingresó en una casa abandonada. Allí había una extraña vieja de aspecto muy feo y repugnante. Jorgito tuvo miedo por un instante, pero luego se acercó.

- ¿Qué quieres, niño intruso? -preguntó airada la mujer.
- ¡Nada, nada..! -contestó muy asustado el niño.
- ¡Mire niño, yo soy una bruja; puedo hacer lo que desees!
- Yo quiero que me haga crecer, para tomar mis propias decisiones -propuso Jorgito.
- Lo convertiré en una persona adulta -dijo con una risa maliciosa la bruja.

Inmediatamente la bruja preparó una poción. Se la dio a Jorgito. Al instante Jorgito no se convirtió  en una persona adulta sino en un burro.
- ¡Ahhhh!, pero ¿qué he hecho? -se lamentó la bruja y empezó a reírse-. Le eché demasiado poder a la poción.

Jorgito quedó convertido en un burro. ¡Pobre Jorgito! Podía pensar, pero no podía hablar. "Mire en lo que me he metido", pensaba muy desesperado Jorgito. Entonces salió del casucho de la bruja y empezó a caminar por las calles. Los niños lo maltrataban sin saber que el burro era un niño. Los carros casi lo atropellaban. No encontraba qué comer. El pobre se sentía muy mal. "¡Cómo volveré a mi estado normal?", se preguntaba angustiado. A las casas adonde entraba era sacado a palo. Como no tenía nada qué comer y tenía hambre intentó comer pasto como un burro de verdad, pero no le gustó. Entonces decidió regresar a su casa. Allí no lo recibieron porque no sabían que se ese burro era Jorgito. Sus padres y hermanos estaban muy preocupados por Jorgito, sin saber que ese burro era él.


Como se sentía con hambre, triste y rechazado se arrepintió de haber cometido la locura de irse de su casa, donde sus padres lo querían mucho y no le hacía falta nada; todo lo tenía. En la calle, como un burro, le hacía falta todo: comida, dormida, amor de las personas y respeto. Fue entonces que decidió regresar a la casa de la bruja en procura de que ésta lo convirtiera en el niño que era antes. El deseaba decirle a ella que lo transformara en un niño de nuevo, pero como no podía hablar tuvo que callarse. Estaba más desesperado que nunca.

Luego de pensar en una solución decidió meter su hocico dentro de la olla donde la bruja tenía sus extrañas pociones. Probó un poco; le supo a feo. Al poco rato vio cómo su cuerpo iba tomando la forma de un ser humano. Se puso muy feliz cuando se dio cuenta que era el mismo niño de antes. Salió corriendo a su casa; les pidió perdón a sus padres.  Prometió no volver a dejar su casa y obedecer, sin intentar reunirse con niños malos y dedicarse por completo a sus estudios para triunfar en la vida al lado de los seres que más amaba en el mundo: sus padres y hermanos.




PEDRITO, EL NIÑO POLIZON



Pedrito vivía con su familia en un pueblecito costero. Siempre soñaba con viajar y conocer muchos países, ya que tenía un alma de aventurero. Todos los días iba hasta el puerto y permanecía durante largo rato viendo como los barcos partían para lugares muy lejanos.

Un día le dijo al capitán de un barco, grandísimo como una iglesia, que lo llevara a conocer otros países. El capitán se negó a hacerlo. Ante esa negativa Pedrito aprovechó un descuido de la tripulación y se metió dentro del barco, escondiéndose en la bodega.

Antes de partir el barco el capitán ordenó a sus subalternos:

- ¡Revisen bien el barco para evitar que se haya metido algún polizón! ¡Si encuentran alguno, láncenlo al mar!

Los hombres revisaron detalladamente la embarcación, pero como los adultos a veces no hacen las cosas bien, no buscaron bien en la bodega. Cuando salieron de ésta, Pedrito respiró tranquilo, y pensó: "Siquiera que no me encontraron. Ahora si podré viajar por el mundo entero".

A pocas horas de zarpar la embarcación las olas empezaron a moverla bruscamente. El movimiento propició que un bulto de los tantos que iban dentro de la bodega cayera sobre Pedrito. Trató inútilmente de quitárselo de encima. Entonces empezó a gritar pidiendo auxilio.

Al escuchar los gritos la tripulación se dirigió a la bodega. El capitán lleno de ira le dijo a Pedrito:

- ¡Maldita sabandija, conque viajando de polizón!

El capitán, que era un hombre de recio carácter y desalmado, se tocó el bigote, y con voz autoritaria ordenó:

- ¡Sáquenlo de ahí y llévenlo a cubierta!

Una vez en cubierta, el Capitán se dirigió a Pedrito con mirada atemorizadora.

- ¡Muchacho bandido, le voy aplicar la ley del mar!
- ¿Cuál es la ley del mar? -preguntó Pedrito Muy asustado.
- La ley del mar, jovencito -aseguró el malvado capitán- es que todo polizón es arrojado a los tiburones.

Pedrito tembló de pánico al oír estas palabras y empezó a gritar suplicándole que no lo hiciera. Su corazón latía muy rápido, como si se le fuera a salir del pecho.

- ¡Capitán, no lo haga, por favor! -suplicaba Pedrito.

El malvado capitán no atendió el ruego de Pedrito. Lo tomó de un brazo, lo alzó y lo subió en la borda, y en presencia de la tripulación lo arrojó al mar.


Sin que el perverso capitán se diera cuenta, uno de los tripulantes le lanzó una pequeña canoa con la esperanza de que Pedrito se salvara. El barco continuó su rumbo, y el niño se quedó sólo en el ancho mar abandonado a su suerte.

Pedrito nadó hasta la canoa y se subió en ella, sin dejar de gritar y llorar. Se quitó la ropa mojada y las puso a secar en los bordes de la canoa. El candente sol le quemaba el cuerpo. Luego se puso la ropa, y empezó a remar en busca de la costa. Sólo se veía a cada lado el inmenso mar; no se divisaba la costa. El niño se preocupaba y desesperaba más y más. Pensó que iba a morir.

Pedrito navegó a la deriva durante dos días sin lograr acercarse a la orilla. Se encontraba perdido en el mar y no sabía cómo orientarse. Cuando las fuerzas lo abandonaban observó a lo lejos la costa. Por un momento pensó que era un espejismo. Sin embargo siguió remando con las pocas fuerzas que le quedaban y llegó hasta la playa. Allí cayó sin sentido sobre la cálida arena.

Cuando volvió en sí, se levantó y se internó dentro de la selva costera. Luego de haber caminado un largo trecho llegó a una casa. Un señora le ofreció unos mendrugos de comida. Pedrito los comió con tal voracidad que no se dio cuenta en qué momento desocupó el plato. El pobrecito tenía mucha hambre.

A los pocos días cuando el niño se había repuesto totalmente le contó lo ocurrido a la señora que lo acogió en su casa, y ella prometió ayudarlo para que volviera a su casa.

Cuando regresaba el barco donde había sido arrojado Pedrito al mar, por culpa de una tempestad estuvo a punto de naufragar. Con los bruscos movimientos del barco se cayeron los maderos y éstos golpearon y dejaron mal heridos a sus ocupantes. Como consecuencia de la tempestad el barco se acercó demasiado a la orilla, y quedó anclado sin poder continuar con su marcha.

La tripulación muy mal herida no podía bajarse del barco. Como éste había quedado cerca del lugar donde había llegado Pedrito, éste pronto se percató de su presencia. Cuando lo reconoció se acercó y notó que la tripulación estaba herida. Entonces como pudo ingresó al barco, y empezó a tratar de ayudar a los heridos.

Cuando el capitán que lo había lanzado al mar lo vio, le suplicaba ayuda para quitarse un madero que le aprisionaba una pierna. El niño acudió prontamente y gracias a su creatividad se las ingenió para quitarle el madero de encima de la pierna. Apenas estuvo libre, entre los dos procedieron a ayudar a los demás heridos.

El capitán al percatarse que el niño que lo salvó fue la misma persona que él arrojó al mar, le ofreció disculpas a Pedrito, y le dijo que le pidiera algo que él se lo daría en pago de lo que había hecho. El niño, que no le guardaba rencor a pesar de lo que ocurrió en el mar, le pidió que lo llevara a conocer muchos países.

Fue así como el capitán muy arrepentido le prometió que iba a ser una persona más buena y humana. A partir de ese momento nombró a Pedrito como uno más de sus tripulantes y lo llevó a conocer todos los países que el niño siempre había soñado conocer.






HONORATO, UN HOMBRE INTEGRO



Honorato dormía plácidamente.  En lo más recóndito de su conciencia escuchó una vocecita, que le decía: “¡Levántese! Ya está amaneciendo; puedes llegar tarde a su trabajo.  Recuerde que hoy es primer día de labores.  ¡Dese prisa!”  Se despertó de inmediato, y sobresaltado se preguntó:  “Quién me habla?”  Miró en todas direcciones y no observó a nadie.  “Soy la voz de la conciencia; no me puedes ver, pero en todo momento estoy contigo para guiarlo por el buen sendero y aconsejarlo”.

Se levantó y se dirigió hacia la ventana; la abrió, y contempló la majestuosidad del nuevo día.  Luego se paró junto al espejo, se miró detenidamente y se persuadió que era una persona joven que gozaba de buena salud física y mental.  Su conciencia le dijo: “Hoy empiezas a trabajar como funcionario público.  Inicias una nueva vida; principias a ganarse el pan con el sudor de su frente.  Como fue admitido en ese cargo tan importante, deberás ser un empleado eficiente, responsable y honesto, pues manejarás dineros del Estado. Deberás ser una persona íntegra, porque un hombre sin probidad no es más que un mediocre, una escoria humana.  ¡Cuidado con la corrupción! Lo escogieron para ese empleo confiando en su honorabilidad. No vayas a defraudar a quienes creyeron en su integridad·”  Cuando su conciencia terminó de aconsejarlo, Honorato se dispuso a marcharse para su lugar de labores.

Honorato llegó puntualmente a su trabajo, luego de haber caminado rápidamente por las transitadas calles.  Durante el  trayecto a la oficina observó cómo las personas se abrían paso entre la multitud, afanadas por llegar prontamente a sus sitios de destino, soportando calladamente el ruido, la contaminación, la falta de cultura y solidaridad de algunos.

Honorato cumplió a satisfacción con su primer día de actividades.  Al terminar su ardua faena se sintió muy feliz por lo que había realizado.  Cuando se disponía a salir de su oficina, se le acercó un de sus compañeros y se presentó:
-  Mi nombre es Roberto hurtado.
-  El mío es Honorato Caballero bueno.
- Lo invito a que nos tomemos unos aguardientes  -repuso Roberto.
-  Está bien -aceptó Honorato.
- Entonces vayamos -dijo Roberto, palmoteando la espalda de Honorato-.

El nuevo día despuntaba refulgente.  Por la ventana de la habitación entraba un rayito de luz que se posaba en la frente de Honorato.  “¡Levántese! Vas a llegar tarde a su trabajo”, le advirtió su conciencia.  Entonces se despertó.  En su cabeza había mucha confusión.  “¡Mira el estado en que se encuentras!”, le recriminó su conciencia.  “Claro, como llegó a las tres de la madrugada en una borrachera que no se podía ni tener.  Dirás que como era su primer día de trabajo, se tomó unas copitas. Pues le digo que comienzas mal; así inician los alcohólicos: de copita en copita.  Quiero que sepas que la embriaguez degrada al ser humano, reduciéndolo a la más mínima expresión como persona hace perder la voluntad, causando lástima y repudio de la sociedad.  Además, destruye las neuronas que son las células que le permiten pensar y actuar coherentemente.  ¡Insensato!” Honorato prometió no volver a embriagarse en esa forma.  Se alistó prontamente, y se dirigió a su trabajo.

Luego de su segundo día de labores, cuando se encaminaba a su casa, una hermosísima mujer, seductoramente vestida, se le acercó y le dijo coquetamente:

- Te espero esta noche en mi casa.  Encontrarás la puerta sin seguro...
- ¿Pero dónde vives? -pregunto un tanto sorprendido.
“El diablo con apariencia de mujer”, le previno su conciencia.
- ¡Toma! En este papelito encontrarás mi dirección.   No faltes.  Te estaré esperando, -le entregó el papelito, y se marchó apresuradamente la enigmática mujer, confundiéndose entre la muchedumbre.

Ansiosamente Honorato esperó que la noche avanzara.  A las doce en punto ingresó en la dirección que aparecía en el papelito.  Estaba muy oscuro.  Reinaba un silencio sepulcral en la vivienda; a lo lejos se oía la pitada de un celador.  Atravesó un patio extenso.  Como la oscuridad no permitía ver nada, tropezó con una matera, produciendo un estrepitoso ruido, cayendo de bruces  sobre un gato que acechaba un ratón, recibiendo dolorosos arañazos del felino que hoyó raudo maullando estentóreamente.  “¿Pero qué haces, torpe?”, le recriminó su conciencia.  “¡Salgas rápidamente antes que lo sorprendan y confundan con un vulgar ladrón! ¡Cómo es posible que ingenuamente hayas aceptado visitar a esa desconocida!  ¿Por qué no averiguó más sobre ella? ¿Qué tal que esto sea una trampa? Recuerde que manejas dineros de los contribuyentes, y puede estar interesada en hacerle una propuesta indecorosa, o quién sabe qué otro propósito persigue.  Cuando vuelvas a verla, trates de saber más de ella, pero no cometas el error de acudir a ese tipo de citas.  Que esto le sirva de experiencia para tener más cuidado con las mujeres.  Aunque éstas son el ser más bello de la creación, no debes confiarse: hay unas buenas y otras perversas.”  Fustigado por las recriminaciones de su conciencia, Honorato salió veloz con destino a su casa.

Al otro día madrugó al levantarse.  Sentía un dolor agudo en el brazo derecho.  Observo el arañazo del gato, y vino a su memoria el desagradable episodio de la noche anterior.  Se friccionó con linimento tratando de cubrir la herida.  Se miró al espejo, y su conciencia lo recriminó: “¡Eres un tonto! ¡Cómo puedes ser tan torpe! Espero que lo ocurrido anoche no le vuelva a suceder”.  Al poco rato ya estaba dispuesto y se marchó hacia su oficina.

Trabajó todo el día con su acostumbrada diligencia; por eso terminó muy exhausto.  Al retornar a su casa encontró  la puerta entreabierta.  Se dirigió a su alcoba.  Tremenda sorpresa se llevó al ver en su cama, muy seductora, a la mujer que había visto el día anterior.

- ¡Hola, Honorato! ¿Cómo estás?
- ¡Qué haces aquí? ¡Por qué sabes mi nombre?
- ¡Cómo supo mi dirección?
- ¡Un momento! -le interrumpió su conciencia lo increpó: “Espero que no seas tan imbécil como para contarle la verdad.  ¡No, no; eso ni pensarlo! ¡Quedarías como un grandísimo estúpido! Dile que perdió el papelito con la dirección...”
-  Por qué no acudiste a la cita, Honorato? -volvió a preguntar la hermosísima mujer.
- Bueno, bueno... lo que pasó fue... se me perdió el papelito con la dirección -vaciló Honorato, pero tuvo el valor para mentir pues no acostumbraba a hacerlo.
- La próxima vez trate de tener más cuidado con las cosas que recibes -le recriminó la mujer.
- ¿Cómo te llamas? -se atrevió a preguntar Honorato muy trémulo de emoción.
- Creo que eso no interesa -le respondió con mirada seductora la extraña dama-.  Lo que debe interesarle es lo que le voy a proponer.  Quiero ser directa y no dar tantos rodeos.  El cargo que desempeñas es propicio para que, a través de una maniobra fraudulenta, se apropie de parte de los dineros que manejas.  Nadie lo notará.  Yo puedo contactarlo con las personas indicadas.  Así podremos sacar buen provecho y nos lucraremos fácilmente.  Eso la hacíamos con el empleado anterior...
- ¡Basta, circe! -le interrumpió visiblemente molesto-. Se equivoca señorita.  Soy un hombre correcto.  ¡Jamás me prestaré para ese género de ilícitos! Y ahora ¡vete de mi casa!
- ¡Bueno, pero no es para tanto! Nunca pensé que se molestara por algo tan simple como mi oferta.  Todos lo hacen...  Sin embargo, piénsalo bien, y hablaremos después.  ¡Tranquilo que nadie lo notará! Otros servidores públicos lo hacen y nada les ha pasado...
- ¡Váyase ya! ¡Jamás haré algo semejante!
La portentosa mujer salió esbozando una irónica sonrisa. Honorato se dispuso a tomar un merecido descanso.

Honorato prosiguió con su trabajo sin que se le presentara ninguna eventualidad, dado que se desempeñaba magistralmente y con el debido profesionalismo.  Asiduamente recibió propuestas de sus compañeros de trabajo para que ejecutara actividades ilegales con los dineros del erario. Intenciones que rechazó tajantemente, sin el menor asomo de duda. 

Tanto lo acecharon con las sucias insinuaciones que un día no aguantó más y reprendió duramente a Roberto Hurtado en momentos en que lo invitó a ejecutar acciones contrarias a sus principios. “¿Es que aquí no piensan en otra cosa? ¿Es que por donde paso a diario siempre voy a encontrar funcionarios ímprobos que sólo piensan en apropiarse de dineros de la Nación? ¿Por qué tanto afán de lucrarse ilegalmente? Si el hombre no es íntegro, su vida no tiene sentido.  Quien pierde la honradez, nada le queda por perder.  ¿Has pensado en que si nos apropiamos de dineros del Estado, estaríamos dejando sin presupuesto a los hospitales, colegios y muchas otras entidades de servicio comunitario; además de obstaculizar el desarrollo de obras de beneficio común? ¡Por qué tanta insensatez de la gente! No nos limitemos a buscar solamente el bienestar de nosotros a costa del sufrimiento de los demás.  ¡Jamás actuaría en forma tan mezquina y ruin!   Si ustedes quieren hacerlo, no esperen mi encubrimiento”.  Muy contrariado Honorato culminó sus faenas y se marchó para su casa.

Como de costumbre, Honorato se levantó temprano.  Se colocó delante del espejo; se notó un poco preocupado.  Entonces inició un monólogo: “He notado que mis compañeros muestran cierta aversión hacia mí.  Observo en cada mirada su indiferencia.  Debe ser porque no cohonesto con sus reprochables conductas.  No puedo participar en esos ilícitos, ni permitir que los demás lo hagan.  ¿Por qué ese afán lucrativo de las personas? ¿Acaso el dinero es lo más importante en la vida? No, lo fundamental es el amor sincero, el altruismo, la filantropía y tantas otras acciones buenas para hacer el bien en lugar del mal.  Como mis compañeros no piensan de esta manera, renunciaré a mi empleo...” Su conciencia lo interrumpió: “¿Piensas renunciar por eso? Dimitir sería improcedente.  En el desempeño de sus funciones es como puedes iniciar una campaña de concientización para que las personas actúen con pulcritud y honorabilidad.  Puede ser que no lo consigas, pero tendrás la satisfacción de haberlo intentado.  La justicia de los hombres o la divina no dejará impune a los corruptos.

Honorato se entregó a la difícil misión de concientizar a sus compañeros sobre la importancia de ser personas correctas.  Sus esfuerzos resultaron en vano, pues el influjo del dinero corruptor pudo más que sus buenas intenciones.  Fue entonces que sus colegas se dieron a la ilícita labor de apropiarse de los dineros  públicos.  Muy poco disfrutaron de su ilegal procedimiento porque, como suele ocurrir, el ansia desmesurada por el dinero fácil permitió que se descubriera el desfalco.  La justicia actuó, y los culpables debieron responder por sus conductas antisociales.

El draconiano juez que procesó a los corruptos, luego de condenarlos a severas penas para que expiaran sus culpas, acotó: “Si todos actuáramos con debida probidad con que lo hace el señor Honorato Caballero Bueno, habría más justicia social.  Funcionarios como éste, de acrisolada reputación y acrisoladas virtudes, son los que requiere el país.  Así las instituciones del Estado no serían objeto de cuestionamientos.  Es urgente que tomemos conciencia de nuestras actuaciones, encaminándolas por el sendero de la rectitud, para poder ser como Honorato, un hombre íntegro”.

Al salir de su lugar de trabajo, Honorato fue abordado por la extraña mujer con quien había tenido el desagradable episodio.  Mostrando sincero arrepentimiento, le dijo:
- ¡Honorato, por favor, escúcheme un instante! Como sé que soy indigna de su amistad, pues mi nombre mancharía su intachable conducta, sólo quiero su perdón.
- Estás perdonada.  No eres culpable.  El desaforado interés por el dinero fácil se apodera de la voluntad de las personas. Honorato colocó su agenda  bajo su brazo izquierdo y lentamente se confundió entre la multitud de transeúntes.






GERANIO, UN HOMBRE QUE AMABA LA NATURALEZA

Luego de muchos años de andar errante, Geranio Rosales Robles regresó a su pueblo natal.  Hastiado de tanta violencia, envidias, rencores, falta de afecto y solidaridad que encontró al pueblecito que lo vio nacer.

Quedó muy impresionado al notar que lo que fuera un hermoso lugar, bañado por caudalosos ríos y circundado por árboles de vistosos follaje, donde anidaban las más exóticas aves y convivían pacíficamente diferentes clases de animales, sólo quedaban un paraje desolado, sin vegetación, ríos y animales.

Muy compungido por el desolador estado del lugar que otrora fuera un paraíso donde pasó los mejores años de su juventud, indagó con su familia, y se enteró que el afán desmedido por el dinero, había motivado a algunos de sus moradores a deforestar y a cazar los animales.  Como consecuencia de esto disminuyó el caudal de los ríos y los animales murieron o emigraron; y de la antaño ubérrima pradera sólo quedaba un terreno estéril.

Atribulado por la falta de conciencia de las personas que, impulsadas por el deseo de lucrarse, sin importarles el daño ecológico que causaran, acabaron con la exuberante vegetación, Geranio prometió a sus padres:
- Me vincularé a cualquier organismo encargado de preservar los recursos naturales.  Esta falta de sentido de las gentes no puede continuar así, porque si permitimos que los depredadores sigan arrasando con la sabia naturaleza, estaremos en graves problemas ecológicos.

Luego de allanar los consabidos obstáculos en prosecución de su empleo, logró ingresar a una entidad estatal destinada a la conservación del medio ambiente.  Entonces emprendió una denodada e ímproba labor de concientización para que las personas no acabaran con la naturaleza.  Al principio encontró oposición de muchos sectores de la sociedad.  Pero, sin cejar en su noble empeño, prosiguió su ardua tarea.

Cierto día sorprendió a unos hombres talando indiscriminadamente un espeso bosque, cerca de un nacimiento de agua.
-  ¿Por qué hacen eso? - Preguntó Geranio -. ¿Es que no se dan cuenta que con esa insensata actitud están alterando el equilibrio ecológico?
- ¿Qué es ecología? -preguntó uno de los hombres.
- Es una parte de la biología que estudia la relación de los seres vivos con la naturaleza y la defensa del medio ambiente.
- Eso no nos interesa, lo que nos interesa es la madera tan costosa que hay en este bosque, por la que obtendremos un buen dinero.  Creemos que  con tumbar  estos árboles no se va acabar toda el agua de este mundo -le dijo despectivamente uno de ellos.
- Señores, lamento comunicarles que están procediendo indebidamente.  Si talan esa vegetación se seca el nacimiento de agua, ocasionando graves perjuicios a las personas que utilizan el preciado líquido, los animales mueren y la tierra se vuelve desértica.
- Usted puede decir lo que quiera, pero, como ya le dijimos, esto nos produce dinero, y no vamos a desaprovecharlo.
- Quiero que sepan que sus conductas violan leyes vigentes.
- Eso se arregla con dinero; no hay riesgo de que vayamos a la cárcel.
- Pero en esta ocasión eso no ocurrirá -les advirtió Geranio.
- ¿Usted cuánto nos cobra por dejarnos tranquilos? -propuso irónicamente uno de ellos.
-  ¡Se equivocan!, ¡Soy un funcionario  íntegro! ¡Mi conciencia  no está en venta! Les prometo que recibirán el rigor de la ley por sus mezquinas conductas.

Geranio continuó con su altruista labor.  No obstante las dificultades que encontraba,  siguió luchando por la conservación de los recursos naturales. Algunas personas, luego de conocer el enorme daño que causaban a la ecología con sus insensatas actuaciones, como talar bosques, hacer quemas, contaminar, arrojar desechos y otros actos contrarios a la preservación del medio ambiente, decidieron cambiar su actitud, y en lugar de continuar con la depredación, se encaminaron por el sendero que contribuyera a mejorar el equilibrio ecológico.

Al cabo de un considerable tiempo se empezaron a ver los buenos resultados.  Las personas iniciaron a plantar muchos árboles, a cuidar los hontanares, a reciclar las basuras y a descontaminar.  Entonces se percataron que todo lo que hicieran en contra de la naturaleza,  repercutiría en detrimento del bienestar de futuras generaciones.  Pero como en todos los estratos sociales hay seres con mezquinos propósitos, continuaran deforestando, contaminando, extinguiendo los animales y otros atropellos a la naturaleza, en procura de pingües ganancias económicas.  Algunos recibieron escarmiento de las autoridades, los demás quedaron impunes.

Exhausto de su ingente misión en favor de la ecología, Geranio murió un día, satisfecho de haber trabajado íntegramente por la naturaleza que tanto amó, pero muy desilusionado por la falta de sensatez de muchos,  que harían cualquier cosa por dinero, sin importarles la destrucción del patrimonio más valioso: ¡La Naturaleza!
     


FATALIDAD



   Noé Rey Roa se levantó muy temprano. Había pasado toda la noche sin dormir. No durmió porque estuvo meditando sobre su pasado, su presente y su futuro. En su pasado no encontró nada bueno que rescatar. Había vivido una niñez carente de afecto y de comprensión; durante su adolescencia nunca fue comprendido y aceptado por nadie; su juventud fue una época donde vagó sin rumbo fijo por muchas ciudades, entrando en contacto con oscuras amistades que contribuyeron a que se inclinara por el camino del mal. Cuando fue un adulto se dedicó a la comisión de ilícitos, razón por la cual estuvo muchas veces prisionero. En su presente no había encontrado cosas buenas, y su futuro lo vislumbró aciago e incierto.

   Ahora, a sus 55 años, Noé Rey Roa comprendió que su vida había, era y sería un completo fracaso. No tenía padres, esposa e hijos; no había recibido educación y no tenía ni siquiera dónde vivir.

   Desde muy pequeño se mostró muy inquieto por saber dónde, a qué hora y cómo había nacido. Su madre -que murió cuando él tenía 10 años- le dijo que él había nacido en una humilde vivienda, el 4 de octubre de 1.925, a las 5 de la madrugada, y que el parto lo había atendido una comadrona.
  
“¿Por qué mi padre te maltrataba, me maltrataba y un día nos abandonó?”, le preguntó un día Noé Rey Roa a su madre. “Por falta de compromiso, hijo mío; porque algunos padres no sabemos ser padres”, le había respondido su madre cuando agonizaba como consecuencia de los múltiples maltratos de que fue víctima durante los 15 años que vivió con su malvado esposo. 

   Durante su desvelada noche había tomado la decisión que él consideró la más acertada. Por ello se lavó un poco su cicatrizada cara; se miró al espejo, se tocó su espesa y desordenada barba, se ajustó su harapienta ropa, y salió de su sórdida habitación.

    “Debo estar en el lugar donde nací en la misma fecha y a la misma hora de mi nacimiento; tengo que celebrar mis 56 años en ese lugar de una manera muy especial”, pensó mientras caminaba por el peligroso barrio donde vivía. “Pero antes de emprender el viaje, debo comprar lo único que necesito para realizar el largo viaje al lugar donde nací. Sólo llevaré eso; sin eso no puedo viajar”, se dijo a sí mismo, y se encaminó hacía un viejo callejón donde deambulaban indigentes y peligrosos malhechores.

    - ¿Cuánto vale éste? -preguntó Noé Rey Roa a un sujeto de aspecto criminal.
   - ¿Está seguro que quiere éste instrumento? Le puede salir costoso, porque está bueno -dijo su interlocutor.
    - Sí, quiero éste -aseguró Noé Rey Roa.
    - Este aparatico le vale mucha plata -repuso.
   - ¡No importa! ¡Véndamelo! Le doy todo el dinero que tengo en esta alcancía; lo he venido ahorrando desde hace muchos años.
   - Está bien, se lo vendo en ese dinero -aceptó el ocasional vendedor.
    Noé Rey Roa tomó el “aparatico” en sus manos, lo guardó dentro de un viejo bolso, y pensó: “Ahora sí ya tengo lo que necesitaba. Emprenderé ahora mismo mi viaje”.

   Durante muchos días caminó porque estaba muy distante del sitio donde había nacido. Cada vez que se cansaba, bajo el inclemente sol, se sentaba a la sombra de un árbol y meditaba. “Debo estar en el sitio donde nací la hora en que nací”, se recordaba. “Estoy seguro de lo que debo hacer en ese lugar a esa hora, porque es la mejor decisión que voy a tomar en mi vida. ¿Por qué no lo hice antes? Todo hubiera sido mejor”, se dijo a sí mismo.

 Después de haber caminado durante un largo tramo se detuvo a la orilla de un cristalino arroyo y bebió agua con mucha avidez; estaba muy sediento. Luego se sentó debajo de un frondoso árbol y empezó a meditar.

  Recordó todo su oscuro pasado. Recordó todas las veces en que estuvo prisionero por robo, homicidio y secuestro. Recordó que su cara estaba cicatrizada como consecuencia de las múltiples peleas que tuvo que sostener en la cárcel para poder sobrevivir en ese complejo y peligroso mundo.

  Recordó que en la televisión siempre vio y oyó hablar de presidentes, escritores, filósofos, médicos, científicos, artistas... pero se sintió muy triste porque él nunca fue más que un vulgar delincuente, un hombre rechazado y marginado por la sociedad; un hombre a quien no se le brindaron oportunidades; que no tuvo la fortuna de asistir a la escuela, que no fue amado por sus padres y comprendido por los adultos; porque no fue más que un hombre del montón.

 Al llegar al sitio donde había nacido se sintió más seguro que nunca de haber tomado esa decisión. Eran las 2 de la madrugada del día 4 de octubre cuando llegó. “Esperaré tres horas, porque yo nací a las cinco de la mañana”, pensó con una amarga sonrisa en sus labios.

  Durante esas tres horas no hizo más que meditar y meditar en lo que había sido su miserable vida. No tuvo padres y amigos de verdad. “¿Qué ha sido de mi vida”?, se preguntó. “Si no fui una persona valiosa para la sociedad, ¿quién tuvo la culpa de ello? ¿Yo? ¿Mis padres? ¿La sociedad?”, se preguntó en voz alta, aprovechando la oscuridad y el silencio de la noche. Podía hablar en voz alta porque allí en su lugar de nacimiento ya no vivía nadie y sólo quedaba la vetusta vivienda, destruida por el paso del tiempo. “Tal vez todos tuvimos la culpa: fallé yo, fallaron mis padres y falló la sociedad”, concluyó.

  Como la noche estaba iluminada por la luna se veían las paredes de la destartalada vivienda. “El tiempo todo lo destruye, todo lo acaba; acaba con las personas, con las cosas, con todo. Acaba con los sueños, con las esperanzas, con las ilusiones, con las metas... Acaba con los buenos y los malos”, decía en voz alta.

  Luego de un extraño silencio, introdujo su mano en el bolso, sacó el “aparatico” y se lo colocó en la frente. “Como nunca debí haber nacido aquí, regresaré al ignoto lugar de donde nunca debí venir”, gritó con voz lastimera, mientras la detonación de un arma despertó la naturaleza a las cinco de la mañana.



                                               BUSCADOR ENCONTRO SU VERDAD

Buscador acostumbraba  visitar una colina, desde donde se divisaba el pueblo donde había nacido y vivido siempre; también se oteaba en lontananza el ancho mar. Detrás de la colina se observaba un hermoso valle regado por un caudaloso río.

Cierto día, sentado sobre el tronco de un árbol derribado, Buscador, observando con detenimiento el inmenso mar, se puso a meditar sobre su existencia. "He vivido 30 años y no he encontrado la felicidad -pensaba con nostalgia-. He sido desafortunado en el amor; he querido mucho, pero nadie me ha querido a mí. No he comprendido a las mujeres y ellas tampoco me han comprendido. Los celos me han hecho mucho daño. He sido muy posesivo, egoísta, intolerante, huraño, envidioso y mentiroso. No he tenido éxito. No he triunfado. He sido un hombre mediocre. Un individuo temeroso, indeciso, angustiado, deprimido, tímido, sin autoestima, sin creatividad, sin liderazgo, sin metas y sin ambiciones. Me he limitado a ser uno más del montón.  Y lo más preocupante: no le he encontrado sentido a mi vida.

Desde la colina, Buscador veía como los barcos llegan y salían del puerto. Entonces pensó que los barcos llegaban a su destino porque sabían para dónde iban y porque llevaban un guía. Luego miró hacia atrás y observó que el río arrastraba maderos, hojas, desechos y animales muertos. Vio como eso se dejaba arrastrar, sin saberse adónde iba a parar. Pensó que él era sólo eso: ¡una persona que se dejaba arrastrar por la corriente de la vida, sin ningún destino, sin ninguna guía!

Después de meditar durante largo tiempo, Buscador se preguntó: "¿Será qué esa es toda la verdad de la vida? ¿El hombre está condenado a vivir una vida así como la que he vivido? ¿Existe la felicidad? ¿Podré algún día liberarme de estas cadenas que me condenan a vivir una vida deshumanizada?"

Luego de formularse estas y otras preguntas sobre su existencia, tuvo la intuición de que su vida tenía un sentido, pero que había que buscarlo. Sumido en estas meditaciones resolvió, por un instante, cerrar sus ojos y olvidarse de todo cuanto le rodeaba. Cuando su mente estuvo libre de pensamientos y de imágenes negativas, creyó haber escuchado una voz interior que le decía: "¡Si quieres respuestas a estas y otras preguntas deberás buscar la verdad! La puedes encontrar aquí, ahora mismo, pero si quieres búscala en otra parte. Si decides buscarla en otro lugar, sólo deberás regresar a este sitio una vez que la hayas encontrado; antes no. Pero ten siempre presente que la búsqueda de la verdad implica saber para dónde vamos, porque sólo el que sabe para dónde va, sabe cómo, cuándo y a dónde llegar".

Al oir lo anterior, Buscador se paró sobresaltado del lugar donde estaba sentado. Muy intrigado, se preguntó: "¿La verdad la puedo encontrar aquí, ahora mismo? Pero, ¿dónde está? Aquí es imposible que la encuentre". Convencido de no encontrar la verdad ahí, en ese momento, Buscador resolvió iniciar la búsqueda de la verdad en otra parte. Reunió todo el dinero que había ahorrado hasta entonces y emprendió su viaje en búsqueda de la verdad.

En la primera persona que creyó encontrarla fue en un pesimista.

- ¿Dónde puedo encontrar la verdad? -le preguntó Buscador.
- La verdad la tenemos los pesimistas.
- ¿Por qué? -inquirió Buscador.
- Porque la vida del hombre es absurda y miserable, una culpa original  que se arrastra en el suelo de la experiencia  -contestó el pesimista-. El mundo es un campo de lucha en el que cada cual quiere ser dominador. El mal, el dolor y la crueldad del mundo expresan la naturaleza básica de la realidad. Por más que trabajes, nunca tendrás dinero. Por más que luches y te esfuerces, nunca lograrás más de lo tienes. Por más que quieras, nunca te querrán.   Por más que te sacrifiques, nunca alcanzarás el éxito. Si eres bueno, los demás no lo serán contigo. Si eres honrado, serás tan sólo un pendejo más. En esta vida por más que se intente, nadie podrá ser feliz. Cuando nacemos ya estamos destinados para ser lo que somos: ricos o pobres, felices o infelices, sabios o ignorantes, buenos o malos, libres o esclavos, afortunados o desafortunados. ¡Esta es la verdad! ¡No hay otra!

Tras la respuesta del pesimista, durante  cierto tiempo Buscador creyó haber encontrado la verdad y se resignó a vivir esa vida.

Tiempo después, luego de meditar sobre las palabras del pesimista, se sintió insatisfecho y decidió buscar la verdad en otra persona. Entonces le preguntó a un comerciante:

- ¿Dónde puedo encontrar la verdad?
- La verdad está en el consumismo -se apuró a responderle el comerciante-. En este mundo sólo vale la persona que se vista bien, la que tenga dinero, la que esté a la moda, la que viva en el mundo de la tecnología, la que compre todas las cosas para vivir bien. En ninguna otra parte está verdad.

Aunque Buscador no desechó la verdad del pesimista, creyó nuevamente haber encontrado ésta en los dos. Con estas dos verdades, se dijo con cierta complacencia: "¡Creo que ya encontré la verdad! Si me resigno a ser lo que ya soy y consigo mucho dinero, sin duda, seré muy feliz".

Buscador se sentía tan bien con su verdad, que intentó regresar a la colina. Cuando se dirigía a ésta, sintió que la verdad que había obtenido no lo dejaba satisfecho. Fue así que desistió en su intento y continuó con su búsqueda, y para ello le preguntó a un sacerdote:

-¿Dónde puedo encontrar la verdad?
- La verdad, hijo mío, sólo la encuentra en la religión. No la hallarás en ninguna otra parte -le respondió el sacerdote-.

Confundido con la respuesta del religioso, indagó en diversas religiones, y allí creyó haber encontrado le verdad, sin prescindir de las verdades del pesimista y del comerciante.

Convencido de haber encontrado la verdad siguió viviendo con la de los tres anteriores. Al cabo de un tiempo se percató que esas verdades no le permitían ser plenamente feliz. Por eso reemprendió su búsqueda, y le preguntó a un científico:


- ¿Dónde puedo encontrar la verdad?
- La verdad únicamente se encuentra en la ciencia, todo lo que no sea producto de ésta, es una verdad a medias. Sólo se puede confiar en lo que se haya comprobado científicamente. No existe otra verdad que la científica que es empíricamente verificable y por consiguiente, no hay modo alguno de llegar a la verdad al margen de la ciencia. Para mejorar nuestro nivel de vida sólo sirve el conocimiento científico. Lo demás son especulaciones, y éstas no corresponden a la realidad. En ninguna otra parte encontrarás la verdad.

Luego de escuchar al científico, Buscador, muy seguro, se dijo: "¡Por fin encontré la verdad! Lo que no se pueda comprobar ¿cómo va a mostrarnos la verdad? La ciencia tiene la verdad".

Buscador, sin prescindir de la verdad del pesimista, del comerciante y del sacerdote, incorporó a su vida la del científico, y se creyó en posesión de la verdad verdadera. Por eso decidió no buscarla más.

Al cabo de algún tiempo descubrió que aún no había encontrado la verdad, que las anteriores verdades no le permitían encontrarle sentido a la vida. Entonces siguió su búsqueda, e interrogó a un artista:

- ¿Dónde puedo encontrar la verdad?
- En el arte, por supuesto -le respondió el artista-. Sólo en el arte. Únicamente la cosmovisión estética muestra la verdad bajo el criterio de lo bello. No la busque en otra parte.
La respuesta del artista le pareció muy complicada, y aunque no la descartó, seguía convencido que aún no encontraba la verdad. Por eso buscó a un político y lo interrogó:

- ¿Dónde puedo encontrar la verdad?
- La verdad está en el poder, quien tiene el poder tiene la verdad -le contestó muy ufano el político-. El poder es la verdad, porque con él uno puede hacer lo que quiere: utilizar a las personas, sacar provecho de las circunstancias y buscar nuestros  propios intereses. La verdad no está en otra parte, mi querido amigo.

Durante mucho tiempo meditó sobre esta verdad, e incursionó en la actividad política, pero en ésta no se sintió satisfecho, tal vez porque consideró que allí tampoco estaba la verdad. Como su deseo era encontrar la verdad, le preguntó a un optimista:

- ¿Dónde puedo encontrar la verdad?
- La verdad está en el optimismo, en pensar positivamente, en pensar que uno es capaz de hacer lo que se propone -le respondió muy seguro y alegre el optimista-. Uno es lo que piensa que es. Sólo si miramos la vida con optimismo encontraremos la verdad. La verdad está en ser optimista.

Buscador estaba tan confundido buscando inútilmente la verdad, que esta respuesta le pareció muy facilista, y ni siquiera  dedicó tiempo para meditarla. Se sentía cada día más confundido, porque su vida iba pasando y no encontraba la verdad. Entonces recordó que el juez era el cargado de buscar la verdad, por eso acudió a éste:

- ¿Dónde puedo encontrar le verdad?

- En las leyes, sólo éstas nos muestran la verdad -afirmó con seguridad el juez-. Lo que no se pruebe mediante la ley, no existe como verdad real. Por eso no la busques en ninguna otra parte. ¡La verdad está solamente en las leyes!

Aunque por un momento tuvo la falsa idea de haber encontrado la verdad en las leyes, supo que allí no estaba toda la verdad.

Después de meditar concienzudamente sobre lo que había sido su vida y su intensa e inútil búsqueda de la verdad, tuvo la vaga sensación de que en la filosofía encontraría la verdad que tanto había estado buscando.

Cuando logró encontrar a un filósofo, le comentó que desde hacía mucho tiempo estaba buscando la verdad, pero que hasta ahora sólo la había encontrado a medias. El filósofo sabiamente  reflexionó:

- Buscador, aún no has encontrado la verdad que buscas; ésta tampoco la encontrarás en la filosofía. Aunque la filosofía es amor a la verdad o búsqueda de la verdad, no la encontrarás en ella, porque cada escuela o cada corriente filosófica, cada pensador o cada filósofo tiene su propia verdad, cada uno tiene sus criterios de verdad.  La verdad que tú buscas está más cerca de lo que te imaginas. Yo ya la encontré. Todos debemos buscar la verdad, porque ésta nos hace libres. El hombre que no ha encontrado su verdad es un esclavo de las circunstancias, que lo hacen vivir una vida despersonalizada. Uno debe construir su propia verdad. Sigue buscándola, pero recuerde que la búsqueda de la verdad entraña también la eliminación de la falsedad. Estoy seguro que la encontrarás. Aquí mismo, en este lugar encontrarás la verdad. ¡Búscala!

- Si la verdad no la tiene el pesimista, el comerciante, el sacerdote, el científico, el artista, el político,  el optimista, el juez ni tú, señor filósofo, ¿dónde puedo encontrar la verdad? -le preguntó muy decepcionado Buscador.

- Antes de continuar con tu búsqueda, debes tener bien claro que cada una de esas personas tiene su propia verdad, pero se trata de la verdad de cada uno; la que han podido conocer a través de su percepción, interpretación y sistematización de su realidad -le advirtió el filósofo-. Cada quien tiene su verdad, y por eso cada quien opina desde su ignorancia o desde su sabiduría. Aunque nunca lograrás encontrar la verdad absoluta o toda la verdad, sino escasamente aproximaciones a ésta, la verdad  que  buscas debes descubrirla tú mismo. ¡Búscala! Seguro que la encontrarás.

- Pero antes de buscarla -le advirtió el filósofo-, debes entender que el saber buscar sólo lo pueden vivir aquellos seres que saben  lo que quieren, porque el que sabe lo que quiere, sabe a dónde va. Sólo busca aquel que sabe lo que q quiere. El que no sabe lo que quiere es un perdido en la existencia.

Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo no encuentra nada. La limitación hace que el hombre pierda el sentido de búsqueda. La actitud del hombre en este mundo es de búsqueda, determinada por factores como el interés, el entusiasmo y la voluntad.


Saber buscar -prosiguió el filósofo- implica ser consciente de que nada de lo que es visible y palpable representa la realidad verdadera: la realidad auténtica no es perceptible por los sentidos. El verdadero conocimiento exige que el hombre desvíe su mirada  de todo cuanto le rodea y descienda dentro de sí mismo, allí donde está la verdad tan ansiosamente buscada. El mundo exterior es el universo de las ciencias. La única realidad que una persona puede llegar a conocer es aquella que puede interpretar. El hombre sólo puede conocer la verdad si está poseído de ella; entonces es necesario sacarla a la luz, hacerla brillar.

En la búsqueda de la verdad se debe tener presente que lo que realmente nos afecta no es la realidad en sí misma, sino la forma en que la percibimos.

Cada persona tiene una verdad "relativa"; razón por la cual ésta no es propiedad privada ni absoluta de nadie.

Las verdades religiosas, llamadas dogmas, son simples creencias, por cuanto no se debe aceptar como verdad algo que no se ha verificado de alguna manera. Cada ser humano tiene una verdad inherente a sus experiencias, en la medida en que aprenda a conocerse, descubriendo grandes realidades de la existencia, teniendo cuidado con los sofismas de distracción que nos desubican de la realidad. De lo contrario se corre el riesgo de vivir esclavizados por desconocer nuestra propia verdad.

Tenga siempre presente que el hombre superior busca en sí mismo todo lo que quiere, en cambio el hombre inferior lo busca en los demás. La lucha del hombre por descubrir la verdad es interminable; ésta es siempre escurridiza, relativa, multifacética.

El auténtico buscador no debe partir de sus prejuicios, o de las ideas que han elaborado otros; tiene que enfrentarse al problema que se presenta a su mente, sin más ayuda que su capacidad de discernir o discurrir. El buscador de la  verdad necesita saber que el hombre y su vivir en el mundo son el punto de partida de toda sabiduría destinada al ejercicio de la vida virtuosa al servicio de la comunidad.

Antes de iniciar esa búsqueda, primero debemos encontrarnos a nosotros mismos, debido a que cuando el hombre no se encuentra a sí mismo no encuentra nada. La propia ignorancia sitúa al hombre frente a su propia realidad, y al mismo tiempo lo induce a reflexionar sobre su propio yo.

Uno de los problemas de mayor trascendencia en la vida de todo hombre, tiene que ver con encontrar "una verdad", que le permita aclarar el sentido de su existencia. Pero necesitamos mirar más allá de lo puramente superficial. La verdad no está en lo más simple y obvio.

No es frecuente en nuestro mundo, que la gente tenga como meta encontrar la perfección; tal vez porque esto implica esfuerzo y tenacidad. Por lo tanto, preferimos engañarnos y vivir en la inmediatez de las cosas, en la cotidianidad.
Sólo cuando cuestionamos nuestro mundo cotidiano, cuando reflexionamos sobre lo que normalmente es "natural" a nuestros ojos, estamos siendo diferentes a los demás y hemos iniciado el primer gran descubrimiento de nuestras vidas, ése que desde adentro nos grita que seamos especiales, únicos en el universo -puntualizó el filósofo.

Al escuchar todo esa sabiduría del filósofo, Buscador se convenció que éste ya había encontrado la verdad. Por eso a partir de ese momento, siguiendo las enseñanzas del filósofo, a quien Buscador llamó "El Hombre Sabio", prefirió orientar en otro sentido su vehemente e incansable búsqueda.  

Fue entonces que, convencido que la verdad podría estar en la Universidad, decidió ingresar a ésta. Durante muchos años inició semestres de una y otra carrera, pero no encontraba la verdad. Rendido ante esta búsqueda, resolvió terminar una carrera profesional. Como en ella tampoco encontró la verdad tan ansiada, estudió dos carreras más. Como tampoco éstas le permitieron encontrar la verdad, se dedicó de lleno a la lectura de los más complejos libros sobre diversos temas del conocimiento, pero allí tampoco encontró la verdad. Lo único importante que logró aprender fue a reflexionar, a ver la realidad con visión crítica y analítica, a cuestionar las verdades de los demás.

Luego de mucho tiempo de reflexión, cuando estuvo convencido de estar en poder de la verdad, decidió regresar a la colina. Una vez en ese lugar, empezó a meditar profundamente. Entonces una vocecita dentro de su interior, le preguntó: "¿Ya encontraste la verdad?". Muy seguro, se respondió a sí mismo: "Ya". Nuevamente escuchó la voz interior: "¿Sabe quién eres tú?". Creyéndose en poder de la verdad se dijo: "Sí. Yo soy... yo soy... ¿Quién soy yo, me preguntas?". Entonces la vocecita intervino: "¿Te das cuenta que aún no has encontrado la verdad? Tu encontraste la verdad de otros, que es muy respetable, pero esta verdad no le permitirá ser auténtico ni vivir una vida completamente feliz ni ser un triunfador. Ve y continúa su búsqueda. Seguro que la encontrarás. Me extraña mucho que no la hayas encontrado, si en realidad está mucho más cerca de lo que tú crees.

Buscador,  que había aprendido que en la vida se debe luchar para alcanzar los ideales, muy intrigado y un tanto desconcertado, reinició su búsqueda.

Buscó la verdad en el trabajo. Allí no la encontró, pero si comprendió que el trabajo, cualquiera que sea, se debe hacer con amor y motivación, para que éste no se convierta en algo desagradable y tedioso. También la buscó en la familia, sin encontrarla. Trató de hallarla en la sociedad, en el hogar, en los niños, en los adolescentes, en los adultos y en los ancianos. No logró encontrarla; lo que pudo comprender fue que cada uno tiene su verdad; que el mundo de los niños y el de los adolescentes es demasiado complejo y los adultos no lo entienden, y esto genera conflictos familiares y sociales. Además, comprendió que para vivir en sociedad es indispensable la comunicación, la tolerancia y la empatía. En fin, entendió muchas cosas fundamentales para vivir bien, pero no encontró la verdad.


Desilusionado por no encontrar la verdad, por un momento quiso renunciar en su intento. Pensó que tal vez no existía la verdad que él buscaba. Pero como la verdad de otros le había enseñado algunas cosas importantes, entre ellas, que en la vida para obtener algo había que luchar sin descanso, prosiguió con su búsqueda.

Convencido de que la verdad ya no era posible encontrarla en su país, decidió viajar por muchos lugares del mundo. Entró en contacto con diversas culturas, tradiciones y sociedades. Cuando creyó haber encontrado la verdad por todo el bagaje que le había brindado la vida, por todo lo que había estudiado y conocido, decidió regresar a la colina.

En ese lugar, luego de acomodarse muy bien sobre el añoso tronco del árbol derribado tantos años atrás y en donde siempre se había sentado cada vez que visitaba la colina, se entregó por completo a la meditación. Fue entonces cuando se dijo a sí mismo: "He buscado tanto la verdad sin encontrarla. No sé dónde más buscarla".

Por instante recordó que cuando inició su búsqueda había escuchado una voz en su interior: "La puedes encontrar aquí, ahora mismo". De inmediato vino a su mente que el que el filósofo le había advertido lo mismo. Una fugaz intuición lo iluminó y pudo inferir que la verdad podría estar dentro de él mismo. "¡Por fin encontraste la verdad! -exclamó la vocecita interior-. La auténtica verdad está dentro de uno mismo. Esa es la verdad que todos debemos buscar, la que tenemos dentro. La verdad que nos muestra que uno de los secretos de la felicidad es el dominio racional de sí mismo y la aceptación serena de las adversidades. La que nos dice que una de las metas sublimes del hombre es la imperturbabilidad del ánimo; no tenerle miedo a nada ni a nadie, ni siquiera al sufrimiento o a la muerte; es decir, tener control de sí mismo, serenidad para actuar, estar por encima de los acontecimientos sin dejarse destruir de ellos y conservar la paz interior. La que nos evidencia que si queremos ser felices debemos hablar y actuar con inteligencia, prudencia y naturalidad, siendo coherentes con el pensar, el sentir y el hacer".


Buscador, aunque estaba tan lleno de alegría, se recriminó: "¡Debí buscar la verdad durante 40 años! Ahora que tengo 70, ¿para qué quiero esa verdad?". La vocecita interior le reprochó: "Entonces ¿por qué no la descubriste cuando eras un niño?; desde ese momento ya se puede encontrar la verdad; no hay que esperar a estar viejo para hallarla. La verdad que uno mismo construye, nuestra propia verdad, nos permite ser libres, tomar nuestras propias decisiones, conocernos a nosotros mismos, ser auténticos, ser felices, encontrarle sentido a la vida, buscar la perfección, disfrutar de todo lo que nos brinda la Naturaleza, autoestimarnos, ser líderes, respetarnos, tolerarnos, comprendernos y amarnos de verdad, para poder respetar, tolerar, comprender y amar a los demás. Nuestra propia verdad nos permitirá saber quiénes somos, reconociéndonos como personas únicas e irrepetibles, como las criaturas más perfecta de la Naturaleza, producto de millones de años de sabia evolución; que estamos en este mundo porque tenemos una misión: alcanzar la felicidad, la realización y la paz. Por eso quien logre encontrar pronto su verdad, tendrá una mejor calidad total de vida. Esta nos permitirá desarrollar una alta autoestima, un entusiasmo inagotable, una honestidad a toda prueba, una actitud conciliatoria, una labor mancomunada, una responsabilidad global y una ambición por aprender. Por eso calidad total de vida significa excelencia en el ser y en el hacer. La calidad total de vida favorecerá la conquista de un hombre mejor para un mundo mejor.

Buscador comprendió que para uno conocer su propia verdad, debía ser una persona reflexiva, analítica y crítica; que debía salir de la cotidianidad; que no podía estar haciendo y repitiendo lo que otros ya habían hecho y dicho; que cada cosa que se haga en la vida debía ser reflexionada; que antes de tomar cualquier decisión, ésta debía someterse a su respectiva reflexión.

Así mismo, entendió que una vida reflexionada nos permite un buen autoconocimiento, y éste facilita una buena autovaloración, y ésta, a su vez, genera aceptación, cambio, alegría, confianza, generosidad, solidaridad, respeto, entusiasmo, liderazgo y autocontrol.



LA MUERTE SE LLEVO A UN GRAN HOMBRE

Luego de haber asistido a las interminables guerras mediante las cuales el hombre pretende imponer su dominio y eliminar a los que piensan distinto, la muerte se recostó en su cama y empezó a meditar, porque a la muerte, a pesar de su maldad, también le gusta meditar.

Pensaba que su trabajo la tenía muy agotada porque el hombre, ese pequeño ser en tan vasto universo, no respetaba la vida de los demás, y por su intolerancia y su insaciable anhelo de poder ocasionaba enfrentamientos y disputas donde el hombre moría asesinado precisamente por otro hombre, por otra persona con ganas de vivir. "¡Qué contradictorio es el hombre: desea vivir, pero no se preocupa porque los demás vivan!", pensaba. "Quiere vivir pero no quiere que otros vivan", agregó.

La muerte, a pesar de que por naturaleza era mala, se sintió muy triste al saber que el hombre, tan insignificante y tan pequeño en comparación con la grandeza del mundo, se creía muy grande cuando en realidad no era capaz de conocer la verdad, buscar la perfección y la excelencia, comunicarse y tolerar a los demás, mucho menos respetar los derechos humanos. "Por donde voy sólo percibo sinrazón en la razón del hombre", filosofó la muerte. "¿Será que el hombre algún podrá vivir en comunidad sin violencia?", se preguntaba angustiada la muerte. "Me tienen hastiada las muertes violentas", se quejó.

La muerte se sentía decepcionada del planeta tierra porque el hombre no respetaba al hombre y destruía la naturaleza. Esta terrible realidad la había descubierto durante sus viajes por todo el mundo, pues la muerte es una viajera incansable y no hay lugar en el mundo que ella no haya visitado. Ella si tiene autoridad para opinar porque ha vivido en todas las épocas, ha estado en todos los lugares y ha conocido a todas las clases sociales. "El hombre en esencia es el mismo en todas partes. ¡Lástima que algunos hombres pretendan ser más que los demás! Es por esto que no es más que un pobre iluso. ¡Todos son iguales! Nadie es más importante que nadie. Después que yo me los llevo para dimensiones desconocidas, allí se dan cuenta de que en realidad son iguales. En mi reino no hay diferencias, al igual que en el reino de los vivos", reconoció sabiamente la muerte.

La muerte reflexionaba sobre estas realidades cuando decidió descansar un poco de la guerra para ir a visitar un pueblo apacible y de clima templado, un lugar donde la violencia no tiene mucha acogida porque el hombre aún es bueno.

Como el trabajo de la muerte es quitarle la vida al hombre, pensó malignamente que en ese pueblo debía haber alguna víctima, y se fue en su búsqueda. No podía regresar sin un muerto.

Cuando llegó se sorprendió que ese pueblecito continuara tan bonito y acogedor. Su parque estaba adornado de flores, palmeras y árboles. Allí iban los niños, los jóvenes, los viejos, los solteros, los novios, los casados, los viudos y los divorciados. En ese lugar pasaban tardes muy alegres dialogando sobre su cotidiano y prosaico mundo.

La muerte deambuló por las calles durante muchos días e ingresaba a las casas pero no encontraba a quién llevarse. A veces se sentaba en el parque y miraba ansiosamente cuál sería su próxima víctima. La verdad era que en ese pueblo era difícil encontrar víctimas porque en un pueblo tranquilo son muy escasos los posibles candidatos.

Después de visitar el hospital, el ancianito, la cárcel, las "guaraperías" y las cantinas comprobó que allí seguramente no iba a encontrar a nadie para despacharlo de este mundo.

Empezaba a desesperarse, porque la verdad es que la muerte se desespera cuando no encuentra oficio. Está tan acostumbrada a matar que le parece extraño que no haya víctimas. "A pesar de las pocas paleas que hay en este pueblo, el hombre no es tan insensato e irracional como matar al hombre", reconoció la muerte.

Rendida la muerte ante la evidencia de que allí no sería fácil encontrar a quién llevarse, decidió echarse una última pasadita por la plaza de toros. Allí no encontró nada. Entonces, con la intención de marcharse, tomó la ruta en dirección a la salida del pueblo, desplazándose lentamente por una calle con subidas y bajadas.

En un declive de la calle, frente a un pino, observó a un humilde y venerable anciano que se encontraba sentado jugueteando con su nietecita, una niña muy inquieta. La muerte se quedó mirando a ese buen hombre, en cuyo rostro se reflejaba la imagen de un gran ser humano, un hombre honesto, responsable, trabajador, buen padre y esposo. Sus canas lo mostraban con un hombre de mucho respeto.

En forma discreta, sin que el abuelito se diera cuenta, la muerte se le acercó y se sentó a su lado; la niña, como si hubiera notado la llegada de la muerte, se entró asustada a su casa sin decir nada.

La muerte miró detenidamente a ese grande hombre; le pareció una persona muy respetable. "Este es un hombre ejemplar", aseguró la muerte. "A pesar de ser un hombre que merece mi más profunda admiración y respeto, debo llevármelo", sentenció la muerte. "Yo que he sido tan malvada, me siento sin el valor suficiente para arrancárselo a su familia que tanto lo ama", vaciló la muerte. "No me queda otra alternativa: ¡debo llevármelo! De este hermoso pueblo no me puedo ir con las manos vacías. En mi reino este hombre tendrá un lugar especial, porque en verdad merece todo mi respeto. Hombres como este deberían vivir más, pero su cuerpo ya no tiene fuerzas suficientes para continuar con la dura lucha que significa vivir en este mundo cruel", precisó muy triste la muerte.

Acosado por la muerte, el respetado hombre debió ser recluido en el hospital. Hasta allí lo siguió la muerte. A pesar de que varios médicos lo atendieron, la muerte consideró que ellos no la podrían vencer, y decidió que ese buen hombre debía partir de este mundo.

Toda la noche lo estuvo molestando. No lo dejó tranquilo, porque el oficio de la muerte es no dejar tranquilo a sus víctimas en sus últimos momentos de vida. A medida que el tiempo avanzaba y la muerte se apoderaba de tan valioso hombre, lo iba recriminando porque no había sido más feliz pudiendo haberlo sido. Le reprochó por haber irrespetado su cuerpo con algunas borracheras, pero reconoció que ese hombre era un gran señor porque no había tenido más vicios. Le agradeció por haber sido un padre ejemplar y haber educado muy bien a sus nueve hijos; por haberlos enseñado a trabajar honestamente y a luchar en la vida.

Luego de haberle hecho entender que por no haber estudiado se había perdido de muchas cosas importantes que nos ofrece el conocimiento obtenido en la escuela, en el colegio y en la universidad, y de enterarlo que por no haber aprendido a leer su vida no se había desarrollado plenamente, la muerte se llevó de este mundo a don José Antonio, el padre del autor de este cuento, una gris mañana del 9 de junio de 1.997.





EL DIALÉCTICO INQUISIDOR

-¿Usted cómo se llama?
-Yo no me llamo, señor juez; a mí me llaman.
-Yo le pregunto por su identidad
-¿Mi identidad? ¿Es necesario referirle mi identidad?
-Sí, necesito saber cuál es su identidad.
-Aunque es una pregunta difícil, trataré de responderla.
-¿Difícil?
-Sí, señor juez, ¡muy difícil!
-Necesito saber quién es usted.
-¿Quién soy yo? Ésta sí que es una pregunta muy difícil de responder. ¡Qué mortal puede comprender su propia esencia!
-¿Acaso no sabe quién es usted?
-Saber quién soy implica conocerme a mí mismo. Señor juez, el conocimiento de uno mismo es uno de los problemas que más ha inquietado al hombre desde que es hombre, y cuando digo hombre me refiero a los seres humanos. Responder a sus preguntas demandaría de un tiempo prudencial, porque…
-La justicia no dispone de tiempo.
-Si sus preguntas de cuál es mi identidad y quién soy me las formula de manera superficial, se las puedo responder de manera superficial; pero si me las plantea con profundidad, necesito tiempo prudencial para tratar de contestárselas.
-Como el tiempo apremia, contéstamelas de manera superficial.
-A mí me llaman Libertario Dialéctico Iconoclasta.
-¿Ése es un nombre de persona?
-Los nombres, señor juez, son convención y consentimiento de los hombres, tienen su origen en la ley y en el uso…
-Le pregunto qué si ése es su nombre.
-Sí, a si me llaman. Además, yo quise que me llamaran así.
-¿Por qué?
-Porque uno debe responder al nombre que uno mismo escoge y no al que nos escogen e imponen por capricho nuestros padres.
-¿Acaso ése no fue el nombre que le escogieron e impusieron sus padres?
-No. Antes de que desarrollara mi espíritu crítico y aprendiera a pensar por mí mismo respondía a otro nombre, otra era mi “identidad”. Uno debe responder al nombre que, además de “identificarlo”, le defina su esencia…
-¿Por qué dices que las preguntas sobre la identidad y la del saber quién es usted, formuladas con profundidad, no son fáciles de contestar?
-Porque resolver el problema de la identidad es una tarea compleja que se inicia en los albores de nuestra adolescencia, y si no lo sabemos hacer, es posible que nunca definamos nuestra identidad. El logro satisfactorio de nuestra identidad implica saber, entre otras inquietudes existenciales, ¿quiénes somos?, ¿dónde estamos? y ¿para dónde vamos? La identidad es la esencia de nuestro ser…
-En aras de la rapidez y la eficacia de la justicia no hay tiempo para responder a esas preguntas que no le interesan a la justicia.
-¿No le interesan a la justicia? Entonces ¿qué le interesa a la justicia?
-Lo justo.
-¿Y qué es lo justo?
-Lo justo es… ¿Lo justo? Lo justo es lo justo… Ah, pero no trate de confundirme. Lo que, por ahora, le interesa a la justicia es, precisamente, hacer justicia.
-¿Qué es hacer justicia?
-Investigar y esclarecer los crímenes.
-¿Eso es hacer justicia, señor juez?
-No más preguntas. Aquí el que pregunta soy yo. Por ahora, para cumplir con los formalismos de ley, necesito que jures decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
-¿Qué es jurar?
-Según el diccionario, es “afirmar o negar algo, poniendo por testigo a Dios, o en sí mismo o en sus criaturas”.
-¿”Testigo a Dios”? ¿Qué es Dios? ¿Quién es Dios?
-¿No sabes qué es y quién es Dios? Todos lo saben.
-¿Todos? Yo no lo sé.
-El único Dios, el creador, el todopoderoso, el rey de reyes, el amo de todo lo existente.
-Ese es el Dios judeo-cristiano. ¿Luego no hay otros dioses?
-Sí, pero esos dioses no nos interesan.
-A mí me interesan todos y no me interesa ninguno…
-No siga, Libertario, porque este tema es sagrado y la justicia no permite la herejía.
-Reconozco que el problema de Dios es complejo…
-Entonces diga la verdad.
-¿Que es la verdad, señor juez?
-La verdad es la verdad. ¿Acaso no sabe qué es la verdad?
-No lo sé, y no creo que haya persona alguna que sepa ¿qué es la verdad?
-¿Qué no sabe qué es la verdad?
-¿Y usted si lo sabe, señor juez?
-¡Claro que lo sé! Por algo represento a la justicia, que es la encargada de buscar y hacer brillar la luz de la verdad en el limbo oscuro de la criminalidad.
-Si lo sabe, entonces ¿qué es la verdad, señor juez?
-La verdad es decir lo que es.
-¿Eso es para usted la verdad?
-Sí.
- Esa es una definición de la verdad, su “verdad”. ¿Pero qué tipo de verdad quiere que yo le diga? ¿La verdad lógica? ¿La verdad ontológica? ¿La verdad de hecho? ¿La verdad de razón? ¿La verdad pragmática? ¿La verdad sintética? ¿La verdad analítica? ¿La verdad semántica? ¿La verdad verbal? ¿La verdad apodíctica? ¿La verdad moral? ¿La verdad diacrónica? ¿La verdad sincrónica? Examinemos, por ejemplo, la verdad ontológica y la verdad lógica. La verdad ontológica es la adecuación o la conformidad de la cosa, el ser, el ente, la realidad, el fenómeno o el objeto con el pensamiento, el yo, el intelecto, la inteligencia, el entendimiento o la idea. La verdad lógica es la adecuación o la conformidad del pensamiento, el yo, el intelecto, la inteligencia, el entendimiento o la idea con la cosa, el ser, el ente, la realidad, el fenómeno o el objeto. La verdad ontológica se da a nivel del concepto. La verdad lógica se da a nivel del juicio. A través de la verdad ontológica logramos un conocimiento sintético, absoluto, especulativo e intuitivo, propio de la metafísica; busca conocer la realidad inefable o la esencia de las cosas. Mediante la verdad lógica se obtiene un conocimiento analítico, reflexivo, relativo, práctico, fragmentario y abstracto, propio de la ciencia; tiende a la manipulación de los objetos…
-No trate de confundirme. Quiero que me diga la verdad, la verdad verdadera.
-No sé qué es la verdad. Ésta es una de las preguntas más complejas que ha formulado la humanidad, y todavía no se ha encontrado una respuesta definitiva a tan insondable pregunta...
-Usted me desespera con su dialéctica. Me da la impresión que quisiera eludir la acción de la justicia.
-Yo no lo desespero, usted mismo se desespera. Esa es su “impresión”, mas no mi intención. Soy un defensor de la justicia y, aunque no tengo bien claro qué es, no quiero eludir su acción.
-Entonces limítese a contestar a mis preguntas.
-Pero es que usted, señor juez, me hace unas preguntas para las cuales no tengo una respuesta concreta.
-Decir la verdad es narrar lo que usted presenció.
-¿Me pides entonces la correspondencia con la realidad objetiva?
-Sí, efectivamente.
-Pero, ¿qué es la realidad? Definir el concepto de realidad depende de la concepción del mundo que tengamos. El idealista dirá que es el pensamiento el que impone las condiciones de la realidad. El materialista expresará que es la realidad la que impone las condiciones del pensamiento. Así mismo, depende de la concepción que del ser se tenga. Un herácliteano argumentará que la realidad es devenir, dinámica, cambio. Un parménideano asegurará que la realidad es estática, no cambia; la realidad es siempre la misma. Como si todo esto no representara una dificultad compleja, se nos aparece el problema del lenguaje, debido a que la palabra enmascara la realidad…
-Sea como sea, realidad es la existencia real y efectiva de algo.
-¿Esa es su definición de la realidad?
-Sí, esa.
-¿Acaso la realidad no depende también de lo que entendamos por “real”?
-¿Qué es lo real?
-Depende de la cosmovisión…
-¡No siga, que ya sé que va a decir! Intentas confundirme con su dialéctica. Yo lo que quiero es que exponga la realidad objetiva sin tantos rodeos.
-¿Llama usted, señor juez, “rodeos” a la precisión semántica?  A la búsqueda de la verdad semántica. ¿No es este despacho un “templo da la verdad”? Si queremos hablar con claridad es necesario tener claridad conceptual…
-¡Basta! La realidad objetiva es lo que coincide con la realidad en general.
-Tornamos otra vez al problema de la realidad y de lo real…
-Usted, señor Dialéctico, me desespera con su dialéctica.
-¿Qué hacemos? No busques quietud en los seres inquietos. Ya sabe usted que la dialéctica se basa en el diálogo, en la discusión con el adversario con el fin de convencerlo o refutarlo. Si uno no es dialéctico, entonces “traga” entero. Y “tragar” entero en ser credulón, incapaz de cuestionar todo aquello que los demás dan por sentado o prefieren no cuestionar. Si “tragamos” entero significa que no tenemos conciencia crítica…
-¡Deténgase, señor Dialéctico! Aquí lo que interesa a este despacho es conocer la existencia real y efectiva de un hecho punible.
-¿Pero cómo puede ser “real y efectiva”, si los sentidos nos engañan?
-No siempre.
-Si nos adentramos en los profundos laberintos epistemológicos, podremos constatar que los sentidos nos engañan permanentemente: lo que percibimos no corresponde con la llamada realidad. Los datos sensibles son sólo apariencias de lo real. El auténtico ser de las cosas no se revela ante nuestros sentidos. De los fenómenos no conocemos su realidad sino sus apariencias. Carecemos de la habilidad para ver detrás de las apariencias. No percibimos las cosas como son en realidad sino como somos nosotros. Si analizamos el problema del conocimiento, tendríamos que reflexionar sobre la posibilidad, el origen y la esencia de éste, adentrándonos en los intrincados laberintos del dogmatismo, del escepticismo, del relativismo, del pragmatismo, del racionalismo, del empirismo, del intelectualismo, del apriorismo, del objetivismo, del realismo…
-¡Basta, Libertario!
-¿Acaso no dice que le relate lo que supuestamente presencié?
-¡Sí! ¡Eso es lo que quiero!
-Entonces volvemos al fundamento epistemológico. Y además de analizar el problema del conocimiento, desde la cosmovisión filosófica y científica, habría que examinarlo desde el paradigma de la mecánica cuántica. Como sabemos, desde este nuevo paradigma, indeterminista, que vino a superar el paradigma de la mecánica clásica, determinista, con el sólo hecho de percibir un fenómeno ya estamos alterándolo…
-¡Ya no más, por favor, Libertario! ¡Diga la verdad!
-Ni quiero ni puedo decir la verdad porque no sé qué es la verdad. En el hipotético evento que pudiera decirle la verdad, surgiría otro problema: el criterio de verdad. El criterio de verdad es la norma o regla que nos sirve para distinguir un conocimiento verdadero de uno falso. La norma para distinguir la verdad de lo falso no puede ser la autoridad de quien dice saber o quiere imponer su saber o su poder…
-¡No siga! Para la justicia, la verdad es relatar los hechos como ocurrieron.
-Señor juez, volvemos otra vez al fundamento epistemológico. Pero si no quiere oír mis razonamientos, entonces acepto que, para la justicia, la verdad es “relatar los hechos como ocurrieron”.
-Sí, eso es, más o menos. ¿Cómo ocurrieron los hechos?
-¿Cuáles hechos?
-Los hechos en que fue asesinado el señor Noé Rey Roa, en que murió esta persona.
-¿No estaría ya muerto antes de ser asesinado?
-¿Cómo así? ¡Explíquese!
-Porque hay muchas personas “muertas en vida”. Recuerde que “no son muertos los que en paz descansan en la tumba fría; muertos son los que teniendo el alma muerta viven toda vía”, como dijer el poeta. Vivir no es sólo estar en el mundo…
-Prosiga, Libertario, sin tanta retórica.
-¿Retórica? Pero, en fin, ¿quién dijo que yo presencié tales hechos?
-Lo dicen los hechos y la investigación.
-¿Eso dicen?
-Eso dicen.
-¿Y si dijeran otra cosa? ¿Acaso no le dije que los sentidos nos engañan? Si los sentidos nos engañan, ¿no nos engañará también el entendimiento?
-¡No nos engañan! ¡Las cosas son así!
-¿Las cosas son así? Si el señor juez  piensa y dice que las cosas son así, ¿las cosas son así? ¿Se puede uno contentar aceptando que las cosas son así? ¿Será que las cosas no podrán ser de otro modo? Las cosas no son lo que parecen ni parecen lo que son…
-Le repito que las cosas son así, y a los representantes de la justicia no nos engañan nuestros sentidos, ni mucho menos nuestro entendimiento. Nuevamente pregunto: ¿cómo ocurrieron los hechos?
-Ocurrieron como ocurrieron.
-Veo que no quiere decir la verdad.
-Otra vez con la “verdad”. ¿Qué es la verdad?
-Libertario, ¿usted por qué pregunta tanto?
-Porque el ser humano es problema, y como tal pregunta y se pregunta. El hombre, según el poeta, pregunta y pregunta hasta que un puñado de tierra le cierra la boca…
-¿Pero para qué tanto preguntar?
-Porque el preguntar es un modo de ser de la existencia. Preguntamos para saber qué somos. Sólo aquél que posea un espíritu crítico y se atreva a pensar por sí mismo tendrá el hábito y el deleite de preguntar y preguntarse, no en procura de respuestas definitivas y absolutas, sino temporales y relativas, por cuanto no hay respuestas definitivas y absolutas para las preguntas fundamentales y esenciales que formulamos los seres humanos, que nunca se cierran, que están siempre abiertas. Nuestra condición humana nos plantea muchos interrogantes. El hombre es el único ser que se pregunta por su ser. La existencia es pregunta. Cuando preguntamos, por ejemplo, “¿qué es la justicia?”, queremos saber lo que la justicia es, queremos la definición del concepto de justicia, queremos saber ¿cuál es la esencia de la justicia? y ¿en qué consiste la justicia?; no queremos saber si existe o no existe la justicia. “¿Qué es?” significa “dar razón” de algo...
-¿Hasta dónde pretende llevarme con su dialéctica?
-Como dialéctico, tengo el hábito de  dialogar, razonar, argumentar y discutir. Señor juez, no pretendo llevarlo a ningún lado; lo que pretendo es que se atreva a pensar…
-¿A pensar? Yo sé pensar.
-¿Está seguro que sabe pensar?
-¡Claro que sé pensar! Todos pensamos.
-Eso es cierto, pero sólo en apariencia, porque…
-¡Detente, Libertario!
-Usted y su manía de interrumpir. ¿Por qué me interrumpe cada vez que pretendo razonar?
-Porque no tengo tiempo para razonar. La justicia sólo tiene tiempo para investigar, juzgar y condenar, y yo tengo que juzgar y condenar. Además, la justicia tiene que ofrecer resultados; ésta trabaja por resultados. Las víctimas y sus familiares piden resultados. El legislativo pide resultados. El Gobierno pide resultados. Los entes de control piden resultados. Los medios de información piden resultados. La opinión pública pide resultados. ¡Todos piden resultados! Las personas necesitan satisfacer su necesidad de justicia. La justicia tiene el imperativo de hacer justicia.
-¿Investigar, juzgar, condenar, dar resultados y hacer justicia?
Sí.
-A propósito de justicia, ¿qué es la justicia, señor juez?
-No estoy para entrar en disquisiciones jurídicas, filosóficas y epistemológicas sobre la justicia; estoy para investigar, juzgar y condenar, porque la justicia tiene muchos casos que investigar, juzgar y condenar. Si la justicia se dedica a reflexionar con toda esa profundidad que usted pretende, no tendría tiempo para investigar, juzgar y condenar, y entonces se generaría impunidad, no se podría hacer justicia.
-¿Pero si no sabe que es la justicia, entonces cómo pretende investigar, juzgar, condenar, dar resultados y hacer justicia?
-Para investigar, juzgar y condenar no se necesita saber el concepto de justicia; lo importante es hacer justicia. Y como presiento que con usted no se puede hacer justicia, le ruego abandone este despacho judicial, porque el fin de la justicia es evitar la impunidad.
-¿Mi dialéctica puede contribuir a la impunidad?
-Es posible.
-Entonces me someto a sus preguntas, sin cuestionar ni refutar.
-Así se facilitan las cosas para la justicia. Libertario, ¿dónde se encontraba el día de los hechos?
-El día de los hechos en que fue asesinado Noé Rey Roa me encontraba fuera del país, tal como consta en estos tiquetes aéreos y en mi pasaporte. Afirmar que yo me encontraba en el país el día de los hechos materia de investigación, es atentar contra la lógica, el arte de razonar correctamente, por cuanto se violentaría el principio de no contradicción que sostiene que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo. Si yo estaba allá no podía estar acá…
-¿Me puede repetir su nombre completo?
-Libertario Dialéctico Iconoclasta. Así me llaman.
-¿Su segundo apellido es Iconoclasta?
-Sí, Iconoclasta.
-Me temo que aquí hay una confusión, señor Dialéctico. El testigo que requerí a este despacho fue a Libertario Dialéctico Idoloclasta. Usted no pudo ser el testigo del hecho investigado, afortunadamente para la justicia.
-¿Por qué “afortunadamente para la justicia”?
-Porque con dialécticos como usted a la justicia se le dificulta hacer justicia.
-Sí, en todas partes los intelectuales somos un problema para el sistema dominante.
-Los intelectuales, en lugar de disentir y ser contradictorios del sistema imperante, deberían acomodarse a éste y vivir felices.
-¿Señor juez, qué es la felicidad?
-¡Libertario Dialéctico Iconoclasta, con usted no se puede dialogar! ¡Ni una pregunta más!


SOLEDAD EN SU MUNDO DE ENSOÑACIÓN

-Para empezar, queridos estudiantes, debo hacer la siguiente aclaración: en mi escuela no hay espacios para la fantasía, la imaginación y la ensoñación.
La inflexible profesora, luego de sentenciar su “aclaración”, prosiguió en tono enérgico con su estentórea voz:
-Esta sociedad competitiva requiere de niños prácticos, niños de acción; no de ilusos soñadores…
Mientras la profesora proseguía con su “aclaración”, la pequeña pero inquieta Soledad, sentada en su incómodo pupitre, cabalgaba en el corcel alado de su fantasía, su imaginación y su ensoñación hasta un tranquilo bosque con frondosos árboles, cristalinas aguas y apacibles animales.
Extasiada con la belleza de la estancia rural que la acogía, plena de encanto observó la gracia y el donaire de una serpiente de coral que descendía mágicamente desde lo alto de las ramas de un centenario samán.
-Las serpientes son animales repugnantes y peligrosos; son el símbolo del mal y del engaño-, le había advertido su madre años atrás.
Soledad, embelesada con los colores de la serpiente y con su particular manera de desplazarse, decidió seguirla, mientras el ofidio se adentraba en la maraña del bosque.
-¿Cómo caminan las serpientes si no tienen patas, mamá?-, había preguntado en cierta ocasión Soledad.
-Hija mía, esos animales del demonio parece que no tuvieran patas, pero las tienen; lo que ocurre es que la persona que se las vea, ¡morirá inmediatamente!
-Mamá, eso es puro imaginario popular.
Mientras la serpiente continuaba inofensiva y garbosa ocultándose tras los matorrales, Soledad la seguía intrigada por todo lo que se decía en contra de esos fantásticos animales. La vio salir del matorral, treparse a un árbol, cazar un pájaro y descender de él, sumergirse en un arroyo y salir de éste.
-Las culebras fueron malditas por Dios porque desobedecieron sus prohibiciones-, le dijo su madre a Soledad, en una ocasión en que le impartía clases de religión.
-Mamá, todo eso que me has dicho de las serpientes no son más que mitos y leyendas. 
 Mientras la serpiente danzarina avanzaba por el bosque, Soledad corría tras ella como hechizada por el indescriptible serpentear de tan fantástico animal. Ensimismada con el singular espectáculo, prosiguió tras el colorido y llamativo cuerpo del reptil. Sin perderla de vista ni por un efímero instante, la observó cómo reptaba con singular encanto por la espesa vegetación. Quería seguirla hasta donde fuera posible. Siguiéndola, probablemente podría tratar de desentrañar el misterio que se oculta detrás de los mitos y leyendas.
Luego de varias horas de seguimiento, decidió descansar un poco, aprovechando que la serpiente se detuvo a engullirse un ratón. Las fuerzas poco a poco abandonaban a Soledad y sus pasos se hacían cada vez más lentos, a pesar de las frutas que comía y el agua que bebía. Sacando alientos y valor de lo más recóndito de su ser, se dispuso a seguirla después que la serpiente continuara con su largo viaje.
Tras de salir del bosque y atravesar la carretera, la serpiente ascendió rauda por una pendiente y descendió hasta un valle, para luego cruzar un río e internarse en un árido y caluroso desierto. Soledad, casi sin fuerzas, la había seguido sin que de sus ojos desapareciera la imagen de aquel animal que tanto la cautivaba. Adentradas en lo profundo del desierto, la serpiente y Soledad, hambrientas, sedientas y laceradas por la inclemencia de la arena caliente, cayeron rendidas. Soledad deliraba, no podía distinguir entre la fantasía y la realidad. Cuando la serpiente, que yacía, casi muerta, junto a ella, se puso de espaldas a la arena para evitar que el candente sol quemara su colorida piel, Soledad le observó las patas, y al instante murieron las dos.
-¡Soledad, despierta!-, gritó la profesora con su atronadora e imponente voz-. Aquí no se viene a soñar. Ya les aclaré que en mi escuela no hay espacio para la fantasía, la imaginación y la ensoñación.
-Profesora, no quiero estudiar.
-¿Por qué, Soledad?
-Porque su escuela no me deja aprender.

EL CERRO DE LOS ABISMOS

-¡Buenos días, señor!
-Buenos días.
-¿Dónde queda el Cerro de los Abismos?
-¿El Cerro de los Abismos? ¿Para qué quiere saberlo?
-Deseo ir a ese lugar.
-¿En realidad desea ir al Cerro de los Abismos?
-¡Sí! ¡Para allá voy!
-Si ese es su deseo, sígueme que yo vivo cerca al Cerro de los Abismos. ¡Pero vamos rápido!
-¿Rápido? La gente tiene prisa por llegar; no sabe adónde, pero cuanto antes…
¿Qué dice?
-Que vayamos rápido, entonces.
-¡Sígueme! Por acá va el camino.
-A mí me llaman Juvenal. ¿A usted como lo llaman, amigo?
-Mi nombre es Lorenzo.
-¿Está muy lejos el Cerro de los Abismos?
-El cerro que vemos, allá a lo lejos, es el Cerro de los Abismos. ¿A qué va a ese lugar?
-A tomar fotografías y a contemplar el horizonte, que, según dicen, se mira desde la cima.
-Dicen que la sensación de libertad que se experimenta no se puede explicar con palabras…
-La “sensación” y las desgracias que allí ocurren misteriosamente.
-¿Desgracias? ¿Qué desgracias?
¿Acaso no lo sabe?
-No.
-En el profundo abismo, que hay detrás del cerro, cada año encuentran una persona muerta. Por cada muerto también encuentran una cruz sobre el cerro. Es curioso, pero en cada cruz aparece un número, empezando por el uno. Hay once cruces.
¿Quién clava las cruces con los números?
-No se sabe. Lo cierto es que no lo hacen los familiares de los muertos.
-¿Y esa cruz que veo allí a la orilla del camino?
-Esa sí la clavaron los familiares de una persona que encontraron asesinada.
-¿Asesinada?
-¡Sí! ¡Asesinada y sin corazón! Le habían sacado el corazón. El asesino, posiblemente, se lo llevó, pues no lo encontraron.
-¡Qué crimen tan macabro!
-Y extraño…
-¿Usted es feliz?
-¿Feliz? No lo sé.
-¿Falta mucho para llegar al Cerro de los Abismos?
-Sí.
-¿Usted ha ido al Cerro de los Abismos?
-¡Dios me libre! No quiero correr riesgos ni peligros.
-Dicen que uno debe vivir la vida en el peligro, en el riesgo, en la aventura…
-Yo no quiero vivir la vida así. Como vivo, estoy tranquilo.
-¿Sin riesgo, sin peligro y sin aventura, se vive “tranquilo”?
-¡Claro que sí! ¿A qué voy a ir a ese cerro donde han ocurrido otros hechos extraños y misteriosos?
-¿Hechos extraños y misteriosos? ¿Cuáles?
-A uno hombre le sacaron los ojos y a otro le cortaron la mano derecha.
-¡Qué horror! ¡Cómo es  posible tanta crueldad! ¡Cuánta gente malvada anda por el mundo haciendo daño! Pareciere que el ser humano es perverso por naturaleza.
-No sé de esas cosas.
-¿Qué han hecho las autoridades para investigar y esclarecer esos crímenes?
-Han hecho mucho, pero no han podido esclarecer los hechos. Todo esto es un misterio. Los investigadores y nosotros estamos desconcertados.
-¿Desconcertados?
-¡Así es! Ellos y nosotros estamos desconcertados.
-Pero debe haber una explicación. Tarde o temprano habrá una explicación. Todo hecho tiene una explicación.
-Ojalá haya una explicación.
-¿Usted es libre?
-¿Libre? No sé.
-¿Ya casi llegamos al cerro?
-Ya casi. Dentro de pocos minutos llego a mi casa, y allí me quedo. ¿Aún sigue con el deseo de visitar el Cerro de los Abismos?
-¡Claro que sí! ¡Para allá voy, y allá llegaré!
-Allá usted con sus deseos.
-¿Su vida tiene sentido?
-¿Mi vida tiene sentido? No sé.
-¿Quién será el responsable de esos crímenes?
-Se dice que debe ser alguien con mente criminal… Por el mundo van personas con doble personalidad: aparentan ser una persona, pero en realidad son otra diferente. Dicen que vivimos en un mundo de apariencias…
-¿Un mundo de apariencias? ¿Cómo así?
-Cuando era niño un señor que leía mucho decía que un tal Platón afirmaba que existe un mundo real y un mundo aparente… La verdad es que nunca entendí eso, porque, según él, eran cuestiones filosóficas difíciles de comprender.
-Sí, la filosofía es para pensadores.
-Además decía que en esos mundos las cosas no son lo que parecen ni parecen lo que son… ¡Ah, hasta aquí lo acompaño! Allí está mi casa. Que le vaya bien.
-¿Falta mucho para llegar al cerro?
-Falta poco.
-¿Por qué no me acompaña hasta el cerro?
-¿Qué lo acompañe? ¡Eso no es posible!
-¿Por qué no? ¿Acaso tiene miedo?
¿Y quién no lo tiene?
-Ese es el gran problema de la gente: el miedo, la cobardía. “Todo está en nuestras manos, y por cobardía dejamos que todo se nos escape; sólo por cobardía”, decía un escritor.
-Es posible que por cobardía se nos escape todo, pero el miedo o la cobardía a veces es prudencia.
-Pero usted no es ningún cobarde.
-No sé.
¿Desea saberlo?
-Sí.
-¡Entonces, inténtelo! ¡Acompáñame!
-En contra de mis deseos, lo acompaño.
-Así me gustan los hombres: ¡valientes!
-Sigamos, entonces.
-¡Sigamos!
-¿Nuestro mundo será un mundo mecanicista y determinista o un mundo cuántico e indeterminado?
-¿Mecanicista y determinista? ¿Cuántico e indeterminado? Usted si pregunta y dice cosas raras, como de loco. No sé. No pregunte más.
-¡Vivir no es sólo estar en el mundo!
-No entiendo…
-Lo entenderá…
-Como le venía contando, esos crímenes han llenado de temor a las gentes de esta región.
-El miedo, el temor o la cobardía son los enemigos del ser humano, le repito.
-Dicen que el miedo es lo único que está bien repartido en este mundo injusto, donde todo está injustamente repartido.
-Pero no debería ser así.
-Una de las causas del miedo es porque hay muchos locos sueltos en este mundo.
-Sí, el mundo está lleno de locos.
-¿Será que todos estamos locos?
-A los que son y piensan diferente se les dice que están locos.
-Dicen que la vida es un misterio incomprensible.
-Abandona su vida si quieres vivir…
-Ya llegamos.
-¡Entonces a contemplar los abismos!
-Contémplelos usted, porque yo no quiero hacerlo.
-¡Acérquese! ¡No tenga miedo! Este paisaje es demasiado hermoso. Se siente una sensación indescriptible de libertad. ¿Quiere sentirla?
-¡No!
-¡Inténtalo! ¡Es maravilloso! ¡Ven! ¡Acérquese! ¿Quiere ser libre? ¿Quiere liberarse de los convencionalismos sociales, de las tradiciones, de las costumbres, de los esquemas, de las creencias, de los marcos referenciales, de las rutinas, de los determinismos y demás condicionamientos culturales que no dejan vivir en libertad? Es hora de que se liberes de las ataduras que le impiden vivir plenamente.
-¡Claro que sí! ¡Quiero liberarme!
-¡Entonces, ven acá!
-Es verdad, se siente una encantadora sensación de libertad.
-Con este empujoncito hacia el abismo serás libre para siempre.
-¿Qué dices? ¡No lo hagas! ¡No me empuje al abismo! ¡No lo hagas, malvado criminal! ¡No lo hagaaaaassss...!
-Ahora sí, en el fondo del abismo, alcanzarás la anhelada y esquiva libertad que ya han alcanzado antes once personas más… Al fin y al cabo ya estabas muerto en vida… Nuestra civilización ha construido una cultura artificial, llena de absurdos condicionamientos, y en ella muchos se encuentran prisioneros… Seguiré concediendo la libertad a otras personas… Sólo me resta clavar la cruz número doce… Tres hombres se enamoraron de mi novia; uno no pudo seguirla amando porque se quedó sin corazón, otro no pudo verla más porque se quedó sin ojos y otro no pudo escribirle más cartas porque se quedó sin su mano derecha…


LUIS ANGEL RIOS PEREA 
2012