sábado, 29 de octubre de 2011

EL PODER DE LA TELEVISION SOBRE EL TELEVIDENTE


Así nos quejemos ante la Defensoría del Televidente, a mi juicio, nada, de lo que le conviene a los intereses de los canales de televisión, cambia; las utilidades políticas y económicas están por encima de lo que le desagrada al televidente. Es importante tener en cuenta que el arrollador poder de la televisión obedece a las todopoderosas leyes del mercado y, por ende, a la lógica consumista dentro de nuestro oprobioso  y torticero sistema de producción capitalista. No hay que ser tan ingenuo: así la Comisión Nacional de Televisión y otras instancias gubernamentales dicten leyes para proteger a los televidentes, éstas no son respetadas; las únicas leyes que NO se violan son “las leyes del mercado”…

Amparado en mi soberano derecho a la libertad de opinión y de expresión, considero que como los medios de información, y en este caso la televisión (pública y privada), son parte de los diversos “aparatos ideológicos de Estado” y están al servicio de los monopolios y se rinden a los intereses del poder, alienando, cosificando y
masificando, diciendo qué pensar, qué decir, qué comprar y qué hacer, no van alterar su dinámica productiva porque unos televidentes no están de acuerdo con
la programación que emiten. Cuando los televidentes entiendan que eso es un negocio como cualquier otro, que lo anima la obtención de pingües beneficios
económicos, entonces cesarán las inútiles quejas, reclamos o querellas. El sistema no va a cambiar porque los televidentes se sientan atropellados en sus derechos…
 


Ante esta inobjetable realidad, lo único que debemos hacer es desarrollar nuestra conciencia crítica, para no “tragar entero”, dejar de ser “borregos” y pensar
por nosotros mismos, con el fin de ser televidentes críticos; y si uno no está de acuerdo con el contenido de los programas que se emiten, cambiar de canal o
apagar el televisor. A nadie obligan a ver televisión. Un “adulto responsable”, es decir, quien tiene espíritu crítico, iconoclasta, irreverente, anticonvencional, contestatario, cuestionador y controversial, sabrá ver
televisión y orientar a sus hijos cuando éstos miren los programas…

Resulta paradójico que en una democracia, en donde debe imperar la justicia y la verdad, los medios de información, con sus intereses consumistas y de poder
comunicacional, algunas veces mienten de diversas maneras, entre las que encontramos la publicidad y la difusión de noticias.

Pareciere que quienes diseñan la dinámica televisiva no tuvieren claridad conceptual. Un ejemplo característico que respalda este aserto lo encontramos en televisión.
Antes de comenzar un programa advierten que “no contiene escenas de sexo o de violencia”. Sin embargo, durante la dinámica del programa, ya se trate de una novela, una película, un noticiero, un espectáculo, etcétera, se observan “escenas de sexo” por cuanto aparecen hombres o mujeres, y la expresión “sexo” se refiere a lo masculino y a lo femenino. Sexo quiere decir diferencia. Sexo es lo que somos y no lo que hacemos.  Según el Diccionario de la Lengua Española, sexo es la “condición orgánica que distingue al macho de la hembra en los seres humanos, en los animales y en las plantas”. Así este razonamiento, se estaría mintiendo porque sí aparecen “escenas de sexo”: un macho o una hembra. Tal parece que se confunde sexo con genitalidad. En lugar de decir “no contiene escenas de sexo”, se debería decir “no contiene escenas de genitalidad”. ¿Pero qué censurable tienen las “escenas de genitalidad”? ¿Luego no es lo más sublime de la naturaleza? Aquí nos encontramos con un problema de doble moral. Socialmente se condena a la “genitalidad” y se acepta la agresividad.

Así mismo, cuando se advierte que un programa “no
contiene escenas de violencia”, encontramos otra incongruencia, porque se presentan “escenas de violencia” en diversas manifestaciones. Sí, es cierto,
algunos programas “no contienen escenas de violencia” física, ¿pero de la violencia psicológica qué? Cuando se presentan escenas de agresión psicológica, de actos de injusticia, de falta de respeto por las diferencias, de expresión de dicterios e invectivas, de ademanes y miradas torvas, de despidos injustificados, de deslealtad entre las personas, de humillaciones, de hurtos, de
corrupción, etcétera, ¿esas escenas no contienen violencia? Los comerciales contienen, además de elementos alienatorios, una carga sutil de violencia al
incitar a las personas al consumo: “¡Compre
ya! “¡Llame ya!” “¡No lo dude más!” “¡No deje pasar esta oportunidad!”, etcétera, etcétera. Y de la publicidad que incita a al consumo de bebidas alcohólicas y de cigarrillos, ¿qué? ¿Será que sujetarle la subjetividad a un sujeto con ese tipo de publicidad tan “agresiva”, no es una forma de violentarlo?   La violencia se define como un comportamiento deliberado que puede provocar daños físicos o psíquicos al prójimo. Como se aprecia, la violencia no es sólo física. ¿La advertencia solamente se refiere a la violencia física? Para una adecuada claridad conceptual, se debería decir que el siguiente programa “no contiene escenas de violencia física”.


LUIS ANGEL RIOS PEREA

lunes, 17 de octubre de 2011

LA COMUNICACIÓN Y EL DERECHO A SER DIFERENTES



Un aspecto clave de la comunicación auténtica es el respeto por las diferencias; en este aspecto radica el éxito de la comunicación, porque si reconocemos que los demás son diferentes a nosotros, estaremos abiertos a aceptar opiniones y puntos de vista que difieren de nuestra forma de comprender la realidad, permitiendo que los demás se expresen libremente. En una sociedad –señala el filósofo Gianni Vattimo- tienen que convivir diferentes miradas, y eso es el relativismo.

Leo Buscaglia[1] señala que tenemos el derecho de escoger nuestro propio yo, aunque ese yo sea diferente del yo de los demás. Tenemos el derecho a sentir lo que sentimos, aunque esos sentimientos sean desaprobados por los demás. Sólo a través de una sana relación con los otros se puede estructurar la personalidad autónoma y auténtica de cada uno de nosotros. Esto no significa que tenemos el derecho a imponernos a los “otros” más de lo que deseamos que los demás se nos impongan. Significa que tenemos el derecho de decidir, de desarrollarnos y de vivir congruentemente con nosotros mismos y de compartir sin justificación.

Entender al “otro” implica reconocerlo, tolerarlo y aceptarlo como es; sin tratar de cambiarlo, sin pretender que sea como nosotros, que piense y actúe como nosotros.  El otro, por ser diferente puede ser complemento o quizás mi opositor, pero nunca mi enemigo. No existen enemigos; existen opositores con los cuales puedo acordar reglas para resolver las diferencias y los conflictos, y luchar juntos por la vida. Es importante aprender a valorar la diferencia como una ventaja que me permite ver y compartir otros modos de pensar, de sentir y de actuar. Hay que valorar la vida del otro como mi propia vida.
La autoafirmación se puede definir como el reconocimiento que le dan los otros a mi forma de ver, de sentir e interpretar el mundo. Yo me afirmo cuando el otro me reconoce y el otro se afirma con mi reconocimiento. Todo acto de comunicación busca transmitir un sentido, una forma de ver el mundo, que se espera sea reconocida por los otros. La primera función de la comunicación es la búsqueda de reconocimiento, por eso el rechazo a la comunicación del otro produce hostilidad y afecta su autoestima.
Quien sabe comunicarse consigo mismo, sabe comunicarse con los demás. Porque quien no se oye a sí mismo no puede oír a los demás. Tendremos la impresión de escucharlos, pero no de oírlos verdaderamente. No basta con escuchar al “otro”, también hay que entenderlo. Los demás son esenciales en la relación de comunicación; si vemos al otro como persona, le estaremos reconociendo su igualdad.
No esperemos que nadie sea perfecto. La otra persona tiene derecho a ser diferente. Uno de los sellos de la madurez es reconocer la validez de múltiples realidades, y entender que la gente piensa, siente y reacciona de diferentes maneras. La única persona a la que podemos cambiar y controlar es a nosotros mismos.  No seamos reformadores. Vivamos y dejemos vivir. La comunicación es tan trascendental en nuestra existencia, que el secreto de vivir está en el saber comunicarse con los demás, en saber relacionarse con los demás. En este sentido sería bueno reflexionar sobre lo que nos dice  Michele, citada por Buscaglia:

Mi felicidad soy yo, no tú. No solamente porque tú puedes ser temporal, sino también porque tú quieres que sea lo que no soy. No puedo ser feliz cuando cambio meramente para satisfacer tu egoísmo; ni me puedo sentir contenta cuando me criticas por no pensar tus pensamientos o por no ver como tú. Me llamas rebelde, pero cada vez que he rechazado tus creencias, te has rebelado contra las mías. Yo no trato de moldear tu mente, sé que tratas con firmeza de ser sólo tú y no puedo permitir que me digas lo que debo ser porque me concentro en ser yo[2].

Según el investigador Nicolás Buenaventura[3] y el filósofo Estanislao Zuleta, el derecho a ser distinto, esencia del humanismo moderno, es la síntesis de todos los derechos humanos, que giran alrededor del derecho a ser distinto.  El reconocimiento de la diferencia, del ser otro, de ser tolerante, es el derecho que impera sobre los demás derechos. Opinar es el derecho a ser distinto. La privacidad, ser minoría o tener derecho a la vida, es el derecho a ser distinto.

En la ética humana, en la ética del amor, es imperativo respetar la diferencia, la opinión, la actitud y la actividad contraria de buena manera, ser tolerante, reconocer al otro como un ser distinto. El respeto por la diferencia implica respetar la libertad de cada uno, sus linderos, su pensamiento, sus palabras, sus ideas, sus gustos, sus vicios y sus virtudes, en fin, su particular estilo de vida, su peculiar ser como una totalidad. El respeto por la diferencia, junto con la pluralidad, el multiculturalismo, la tolerancia, la aceptación de lo diverso y la tolerancia son principios democráticos esenciales de la sociedad contemporánea para la coexistencia pacífica.

Es necesario amar, apasionarse, interesarse e intrigarse por la diferencia. No basta con aceptar y respetar al otro como ser distinto, hay que aceptar que nos gusta, que nos atrae, que nos enamoramos de la diferencia. Con el encuentro de las relaciones sociales y sociables se busca trascender la ética del deber por la ética del amor. Se requiere de un nuevo modelo ético fundado en la construcción de sí mismo, del reconocimiento del otro y del respeto por la diferencia. “Una cultura de la tolerancia debe fundarse en el reconocimiento del otro y en la medida que haya un reconocimiento del otro hay una sensibilización para el diálogo y la resolución de los conflictos”[4].

Aceptar la diferencia implica aprender a escuchar al otro, palabra a palabra, e interiorizar su discurso, como el único regalo que damos al otro. La opinión contraria merece mi interés, mi respeto, mi amor, mi apropiación. El mismísimo Aristóteles, antaño, planteaba en La política que el Estado no sólo se componía de cierto número de individuos, sino que se conformaba  “también de individuos específicamente diferentes”, porque los elementos que la conformaban no eran semejantes. “La unidad sólo puede resultar de elementos de diversa especie, y así la reciprocidad en la igualdad… es la relación necesaria entre individuos libres o iguales…”[5].

La diferencia  exige oír las palabras y los silencios del otro, de mi interlocutor, en procura de facilitar, promover y posibilitar el diálogo de éste que busca luces para proseguir o esclarecer sus ideas. Oír a los demás es oírse a sí mismo. El arte de saber oír equivale al arte de amar. En este sentido hay que demostrar entusiasmo ingenuo y apasionamiento espontáneo por lo distinto, por la diferencia. Las relaciones de tolerancia y respeto mutuo llevan de la ética del deber a la ética del amor.

En este sentido hay que tener en cuenta el punto de vista del filósofo Estanislao Zuleta, porque identifica democracia con el derecho a la diferencia, “la esencia misma del humanismo moderno” y no reconoce la democracia como el gobierno de la mayoría, sino como el derecho del individuo a diferir contra la mayoría; a diferir, a pensar y vivir distinto, en síntesis, al derecho a la diferencia.  La UNESCO declaró que "todos los individuos tienen el derecho a ser diferentes, a considerarse diferentes y a ser considerados como tales". Una de las competencias ciudadanas dice que reconocemos que los derechos de los demás se fundan en la igualdad de las personas, aunque cada uno sea, se exprese y viva de manera diferente. Herman Hesse decía que conocer a un individuo es descubrir en él aquellas notas que lo distinguen de los demás. Uno de los personajes de su novela Narciso y Goldmundo (el maestro Nicolao) le dice a otro (Goldmundo): “Difiero de tu modo de pensar pero te comprendo y comprendo lo que quieres decir”[6].
El mismo Voltaire, desde el siglo XVIII, nos invitaba a la práctica de la tolerancia, porque no hay ninguna ventaja en perseguir a aquellos que no son de nuestra opinión y en hacernos odiar de ellos. Decía que la intolerancia había cubierto la tierra de matanzas, que eran la vergüenza de los pueblos que no conocen la tolerancia. Tolerancia proviene del nombre de la ciudad española de Toledo, donde lograron convivir armónicamente, durante siglos sin enfrentamientos por religiones, culturas, idiomas o razas, moros, cristianos y españoles.
La tolerancia, como actitud y comportamiento, individual, social o institucional, caracterizado por la consciente permisividad hacia los pensamientos y acciones de otros individuos, sociedades o instituciones, se relaciona estrechamente con la democracia y la libertad. “La tolerancia tiene su origen en la razón, en el logos, como lo entendían los griegos, como razón y como palabra, esto es, como capacidad para comprender y para hacerse comprender. El hombre es hombre precisamente por poseer, a diferencia de otros animales, la razón. La tolerancia tiene su origen en la razón, en el logos, como lo entendían los griegos, como razón y como palabra, esto es, como capacidad para comprender y para hacerse comprender. La razón o logos, en este doble sentido, como fuente de toda tolerancia y la tolerancia como única posibilidad de convivencia… La tolerancia, es la sofrosine para los griegos, es decir, temperancia que significa templanza, moderación; y la intolerancia es la hibris que es intemperancia que significa inmoderado, falta de templanza. La intolerancia ha convertido a otros hombres, otros pueblos y otras culturas en seres inferiores, ha negado la posibilidad de pensar distinto, de tener otras opciones de vida, de fundar la vida a partir del respeto por la diferencia. La intolerancia llevada a los más lejanos rincones del universo. ¿Para qué? Sólo para tratar de demostrar lo de siempre, que unos hombres son más hombres que otros, que unos pueblos tienen más derecho que otros, que sólo existe una razón, una justicia, una libertad y un orden: la del más irracional, la del más injusto, intolerante y brutal. Los niveles sociales de la intolerancia son tan estrechos y cortos de dimensión humana que sólo se ven las cosas desde una sola perspectiva inmóvil, fija y obsesiva. La intolerancia es la neurosis de nuestro tiempo. El hombre se niega a reconocer al otro en su misma dimensión humana como un ser poseedor de razón. La intolerancia ha generado las más absurdas guerras, catástrofes y las más grandes atrocidades en nombre de la libertad y de la razón. Reconocernos en la diferencia y la pluralidad es reconocernos en la cultura, en una cultura de la tolerancia… Pensar distinto, lo otro, también es una opción, un ejercicio de la libertad y de la imaginación. La imaginación también como el derecho a pensar la vida de otra manera y a vivirla utópicamente… En la diferencia está la libertad. En la libertad está la pluralidad. La dignidad del otro no puede estar fundada sobre presupuestos morales o ideológicos para que haya un reconocimiento de la diferencia… En la diferencia el hombre se reconoce igual a otros porque los hombres estarán en las mismas condiciones de igualdad social en términos de reconocimiento. Este reconocimiento de la otredad es un reconocimiento de sí mismo en tanto que el otro se reconoce en mí y a su vez en mí se reconoce el otro, y sólo cuando la sociedad se reconoce a sí misma en su diferencia puede reconocer a los otros en su propia diferencia”[7].
En la diferencia se reconoce la pluralidad. Reconocernos en la diferencia es reconocernos en la tolerancia. “El reconocimiento de la diferencia en la pluralidad y la tolerancia debe tener en la sociedad una función social, materializarse en la esfera de lo político, lo cultural y lo social, cubrir todas las esferas de la sociedad, es decir, debe legitimarse en la vida cotidiana de los individuos y en la vida institucional de la sociedad, de lo contrario es un discurso que no tiene una función social, una abstracción teórica sin fundamento en el orden social… La tolerancia es el respeto por la diferencia; una opción política étnica, racial o sexual diferente a los códigos del orden social, al estado de cosas existentes, a las costumbres o tradiciones, etc. En la tolerancia se funda la diferencia. En la diferencia se funda el reconocimiento”[8]. El Estado Liberal se fundamenta en el principio de la tolerancia para  sentar las bases jurídicas, políticas y económicas de sus estructuras promoviendo el estado de derecho fundado en el respeto y la garantía jurídica de los derechos de libertad. “El Estado Social de Derecho reacciona contra las formas represivas y amplía el espacio para la tolerancia”[9].
Tolerancia es respeto sincero y efectivo de las creencias y opiniones de los demás. “En las sociedades modernas –decía Voltaire-, la tolerancia es importante porque sólo ella hace soportable la sociedad”. Las conductas intolerantes son un ataque a la intimidad e identidad de los otros, y constituyen una grave lesión al derecho a ser diferentes. La tolerancia está ligada con la libertad y la responsabilidad. “Vivir en una democracia moderna quiere decir convivir con costumbres y comportamientos que uno desaprueba”.[10] El gran humanista Erasmo de Rótterdam, ya desde el Renacimiento, nos alertaba sobre la intolerancia y el fanatismo. “Siendo él mismo el menos fanático de todos los hombres, un espíritu acaso no de suprema categoría pero del saber más dilatado, un corazón no mugiente de bondades pero de proba benevolencia, veía Erasmo en toda forma de intolerancia de opiniones el pecado original de nuestro mundo. En su opinión, casi todos los conflictos entre hombres y entre pueblos podían ser resueltos sin violencia, mediante mutua tolerancia, porque todos caen dentro de los dominios de lo humano; casi toda conflagración podía resolverse por medio de árbitros si los incitadores y exaltados de una y otra parte no dieran tensión al arco de la guerra… No puedo hacer otra cosa si no odiar la discordia y amar la paz y la comprensión entre las gentes; pues he reconocido lo obscuros que son todos los asuntos humanos”.[11]
En nuestro país, la adecuada difusión de los derechos constitucionales, particularmente del derecho a la diferencia, resulta fundamental para que nuestra comunidad política alcance y mantenga niveles plausibles de justicia social, estabilidad y legitimidad. En este sentido, el maestro Estanislao Zuleta nos dice lo siguiente, en su famosísimo Elogio de la dificultad:
“Un síntoma inequívoco de la dominación de las ideologías proféticas y de los grupos que las generan o que someten a su lógica doctrinas que les fueron extrañas en su origen, es el descrédito en que cae el concepto de respeto. No se quiere saber nada del respeto, ni de la reciprocidad, ni de la vigencia de normas universales. Estos valores aparecen más bien como males menores propios de un resignado escepticismo, como signos de que se ha abdicado a las más caras esperanzas. Porque el respeto y las normas sólo adquieren vigencia allí donde el amor, el entusiasmo, la entrega total a la gran misión, ya no pueden aspirar a determinar las relaciones humanas. Y como el respeto es siempre el respeto a la diferencia, sólo puede afirmarse allí donde ya no se cree que la diferencia pueda disolverse en una comunidad exaltada, transparente y espontánea, o en una fusión amorosa.
No se puede respetar el pensamiento del otro, tomarlo seriamente en consideración, someterlo a sus consecuencias, ejercer sobre él una crítica, válida también en principio para el pensamiento propio, cuando se habla desde la verdad misma, cuando creemos que la verdad habla por nuestra boca; porque entonces el pensamiento del otro sólo puede ser error o mala fe; y el hecho mismo de su diferencia con nuestra verdad es prueba contundente de su falsedad, sin que se requiera ninguna otra”[12].

La tolerancia es el respeto de las opiniones y prácticas ajenas, aun contrarias a las propias. “La tolerancia no es posible hoy sin un reconocimiento y un respeto por el otro y en esa dirección se hace necesario construir una cultura de la tolerancia, como objetivo específico, y del reconocimiento en el ejercicio de la política, la religión o la sexualidad… La construcción social de una cultura de la democracia en donde impere la tolerancia tiene que estar articulado a un proyecto social donde se expresen los pluralismos y multiculturalismos que existen en la sociedad y, en la reformulación de una ética que no sea la de la dominación, el consumismo, la competencia y la acumulación… Para que la paz sea posible se requiere no sólo el desarme militar sino, sobre todo, el desarme cultural, esto es, el aceptar al otro sin discriminación sin prejuicios y sin inhibiciones”[13].

El reconocido filósofo Fernando Savater señala que el derecho a la diferencia es lo que comparten todos los diferentes y lo que, pese a sus diferencias, los une. Así mismo, sostiene que éste es, sin duda, respetable, pero tanto en lo que tiene de salvaguardar las diferencias como en la exigencia de respetar un derecho que los ampara a todos. La vida en comunidad le impone a la persona el deber de respetar los derechos de los demás. Mientras más piensen otros más posibilidades tengo yo de pensar. Zuleta insiste en que todo derecho consiste en tratar como iguales a individuos que son desiguales. Cuando nos tratamos como iguales nos damos cuenta de nuestras diferencias. Y somos iguales, debemos tratarnos con justicia, porque ésta se relaciona estrechamente con la tolerancia y el reconocimiento del otro. El hombre no sólo desea que se le reconozca como hombre, sino que además sea reconocido por otros hombres… La posibilidad de comprender a otros, implica mi autorreconocimiento, aunque comprender a otros no significa tener que estar de acuerdo con ellos.

José Luis Álvarez González[14]  subraya que ante la preocupante realidad de injusticia en nuestro entorno latinoamericano que degrada, despersonaliza y atenta contra la dignidad humana, se necesita una verdadera y eficaz justicia, que permita entregar al otro lo que le corresponde, lo que tiene derecho. Demanda estar en permanentemente búsqueda del bien del otro. La verdadera justicia reconoce al otro y lo libera de la injusticia. Hay que dar a cada uno lo suyo. Como seres humanos, iguales por naturaleza, merecemos que se haga justicia en todas nuestras circunstancias existenciales. Justicia es reconocer, respetar y dar al otro lo que le pertenece. La justicia debe propender porque todos vivamos en igualdad de condiciones; que todos tengamos derechos. Justicia es respetar los Derechos Humanos. A sí mismo, justicia se relaciona con igualdad, es decir, con la “virtud ética y política que exige tratar a todos los seres humanos con el mismo rasero por ser a la vez portadores de la misma dignidad eminente y titulares de los mismos derechos fundamentales”[15].

Precisamente, Colombia, como “Estado social de derecho” y República “democrática, participativa y pluralista”, debe ser el escenario propicio para que la comunidad sea tolerante tal como lo contempla el derecho a la diferencia. La Nueva Declaración Universal de los Derechos Humanos (1998) precisa que todos tenemos “derecho a obrar de acuerdo con nuestra conciencia” (art. 6) y a expresar las “ideas de palabra, por escrito, o en cualquier otra forma, realizar sus actividades con plena autonomía y libertad” (art. 7), inclusive el artículo 8 otorga el derecho a ser amados por los demás.

El derecho a la diferencia se relaciona con la alteridad, la cual no sólo reconoce al otro como diferente sino como distinto. ¿Qué es alteridad? “Es ser capaz de aprehender al otro en la plenitud de su dignidad, de sus derechos y, sobre todo, de su diferencia. Cuanta menos alteridad existe en las relaciones personales y sociales, más conflictos suceden”[16]. El reconocimiento de la alteridad facilita la coexistencia entre la extrema rareza y la reciprocidad. “Mientras su horizonte sea la unidad —o la identidad—, el habla sólo contribuirá al aumento de la violencia, a la caída en la entropía. Debe tenerse en cuenta que el espacio de las relaciones, el espacio del diálogo, no es plano, ni unidimensional”[17]. El temor del primer contacto, contrariamente a nuestra expectativa, no elimina al otro sino que lo refuerza en su ser. “El otro no viene tratado como un obstáculo ante mis deseos, o como medio de consecución de estos, sino como la misma condición de posibilidad de que yo, dinámicamente, pueda vivir como un ser humano”[18]. Para decir yo necesito un tú, sentenció Martín Búber. “Descubrir un tú en el otro es romper la esfera del egoísmo individualista (ya que el otro me mueve a hablar)”[19]. La alteridad supone aceptar al otro como diferente. “El hombre sólo llega a su propio ser por conducto del otro, jamás por el solo saber. Llegamos a ser nosotros mismos sólo en la medida en que el otro llega a ser él mismo, a ser libre sólo en la medida en que el otro llega serlo. De ahí que la intercomunicación humana sea el problema central de nuestra vida”[20].

La práctica cotidiana del derecho a la diferencia permitirá la generación de nuevos espacios de tolerancia para que mejore la convivencia, por cuanto se propiciarán escenarios de respeto por las ideas, los pensamientos, las actitudes, las conductas, los ademanes, las opiniones y la cosmovisión de las personas. En nuestra convivencia tenemos que aceptar que no existen rivales o enemigos, sino interlocutores válidos que piensan, sienten y actúan en forma diferente. “Una forma de maltratar al prójimo es no considerarlo un interlocutor válido. Repudiarlo y no verlo como un otro legítimo en la convivencia… Te cosifico en tanto no te reconozco como sujeto, como un ser pensante con voz y voto. Aceptar al otro como un sujeto válido es mirarlo como un fin en sí mismo, como alguien que merece respeto y tiene derechos, así no estemos de acuerdo. Respetar es tomar al otro en serio, y tomarlo en serio es aceptar que tiene algo para decir que vale la pena escuchar. Umberto Eco afirmaba que la ética comienza cuando los demás entran en escena, es decir, cuando nos vemos obligados a defender y fundamentar las propias decisiones bajo la mirada ajena. Entonces ser ético es descentrarse y ponerse en los zapatos del otro”.[21] Para los intolerantes, los demás no son personas para amar sino competidores a los que hay  que ganarles y hay que tumbar. Si respetamos la diferencia, además del evidente progreso en las relaciones interpersonales y la disminución de los conflictos, se abrirán escenarios para la comunicación asertiva, empática, biunívoca; es decir, una dialéctica, entendida como el arte de dialogar, argumentar y discutir, en donde los interlocutores experimenten un acto comunicativo que sea intercambio recíproco y armónico de mensajes y no un canje de agravios.

El reconocimiento del derecho a la diferencia y la generación de escenarios donde se practique el hábito de la comunicación auténtica, capaz de interpelar a las comunidades, de inscribirse en su interior y de dinamizar procesos que fortalezcan un proyecto consistente de modernidad, son ingredientes de interés para la convivencia. Este “proyecto consistente de modernidad”, según el comunicador social Campo Elías Narváez Carranza[22],  debe permitir el florecimiento de escenarios donde construir ciudadanía y generar procesos de participación democráticos que sean la antesala a una sociedad no tanto en permanente armonía celestial y por tanto inexistente, sino en permanente conflicto y tensión, pero capaz de convivir con la diferencia y con lo diferente sin apelar necesariamente a la aniquilación física, social o política del otro o de los otros. José Saramago nos advierte que el “respeto por los sentimientos ajenos es la mejor condición para una próspera y feliz vida de relaciones y afectos”[23]. William Ospina señala en su libro ¿Dónde está la franja amarilla? que en nuestro país desde hace mucho tiempo se dio la tendencia a excluir y clasificar a los demás, a los otros, con la concomitante generación de intolerancia y de hostilidad social.

Reconocer el derecho a la diferencia, practicar la tolerancia y experimentar la alteridad es vivir racionalmente, vivir de acuerdo a los dictados de la razón, que es una facultad intelectual del hombre que le permite pensar, discurrir y juzgar, actuar acertadamente o distinguir lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso. La función de la razón (que, según Kant, es una para todos los hombres) en la práctica social  “es la de instaurar un reino de libertad, de justicia, de igualdad, de tolerancia, de paz perpetua, de reconocimiento de la dignidad de la persona, de respeto de los derechos humanos, de democracia política”[24]. Los ideales de la modernidad (época a partir de la cual el hombre se debe guiar por la razón, atreviéndose a pensar por sí mismo), tal como los replantea Jurgen Habermas, deben estar “en función de una nueva realidad social donde reine  no la arbitrariedad sino la tolerancia, el antidogmatismo, el reconocimiento de la particularidad y singularidad de los individuos y de las pequeñas comunidades, el respeto por la pluralidad de formas de vida, de manifestaciones culturales, de juegos del lenguaje… El reconocimiento de nuestra contingencia, de nuestra pluralidad, de nuestras diferencias constituyen de por sí la base para proponernos consensos acerca de aquello que nos permitirá trascendernos, humanizarnos y humanizar el mundo de nuestra vida cotidiana. Ciertamente, no existe la igualdad. Es un ideal, Pero la igualdad no es cuantitativa. Es razonable que existan razones para que en el trato humano se den diferencias que no pueden ser demostradas pero si argumentadas”[25]. Daniel Herrera Restrepo nos advierte que nuestro yo sólo será reconocido como yo cuando descubra y reconozca en el yo al otro y el otro descubra en sí a mi yo. “El filósofo Daniel Herrera señala que el proyecto de construcción de una sociedad democrática tiene que fundamentarse en la cultura, que mientras ésta sea sólo dada en la esfera de lo público o de lo organizativo, pero no toque la cotidianidad, concretamente la familia, la escuela y el trabajo se tendrá una que otra práctica formalmente democrática, mas no la representación simbólica que le da sentido a la misma. La democracia interesa, sobre todo como forma de vida y en esa perspectiva solo puede valer como proyecto ético. Se hace necesaria la construcción de un ethos cultural democrático y ello es responsabilidad de la sociedad civil. Lo esencial para la construcción de una cultura democrática no es solo la libertad de cada cual y la igualdad de todos ante la ley, si no la fraternidad: el convencimiento moral de que debemos ser solidarios y respetuosos con los demás. Más allá de la representación política, de las reglas que permiten la coexistencia dialéctica entre gobierno y oposición, del marco constitucional y jurídico en que mora una ciudadanía hay un universo de actitudes, creencias, tolerancias y concepciones, es decir, todo un universo cultural. Esto constituye también la democracia. Permea tanto la cosa pública como la privada. Es el universo de la ciudadanía, de sus convicciones y responsabilidades, de su civismo y su fraternidad. Sin él no hay democracia”[26]. Se requiere de la construcción de “una sociedad verdaderamente democrática, la cual se fundamenta en el respeto a la diferencia, el reconocimiento del otro y, ante todo y sobre todo, en el irrestricto respeto a la vida”[27].

Antonio Acevedo Linares resalta la importancia de la construcción de una cultura de la tolerancia, desde la perspectiva habermasiana y savateriana.

“La sociedad contemporánea debe estar fundada sobre una cultura de la tolerancia, el pluralismo ideológico y el respeto por la diferencia, la facultad de pensar distinto de los demás sin tener que asesinar al otro para imponer una idea, una causa o una razón. Una cultura de la tolerancia nos permitirá pensar una sociedad abierta, democrática, pluralista y participativa que realice los sueños y la imaginación de los hombres con todas sus potencialidades y audacias desde las diferentes perspectivas de pensar la sociedad, la realidad, el mundo y la vida. Desde las diferentes perspectivas de pensar la vida se hace más humana y sensible fundar una sociedad basada en la defensa de los derechos humanos como un proyecto político que permita consolidar en la sociedad la vida como el estado más natural y necesario para fundar la posibilidad de una utopía en la sociedad, construida desde un pluralismo político - ideológico para el consenso como un ´nuevo discurso filosófico de la modernidad’, en una acción orientada al entendimiento para la creación de espacios de consenso y participación. Un diálogo para la tolerancia implica fundar una sociedad con capacidad de lenguaje y diálogo para que armonice en el mundo. La relación de los individuos en la sociedad tiene que darse sobre la base de que el mundo no se divide en blanco y negro, la vida tiene muchos matices y perspectivas sobre lo mismo y en donde quiera que cada individuo se sitúe, siempre es posible pensar dentro de una ‘racionalidad comunicativa’ acaso no mediada por una ‘acción estratégica’ para la búsqueda de un acuerdo con un mínimo de entendimiento para que la interacción de la sociedad y los individuos tenga sentido… Una cultura de la tolerancia en la sociedad garantiza el no - surgimiento de la violencia de la intolerancia conformada por el sicariato y los escuadrones de la muerte, que niegan la posibilidad de pensar la vida y la realidad desde otras perspectivas que no sean las de la defensa de los valores tradicionales del establecimiento que son tenidos como valores sacrosantos y perpetuos para la existencia de su denominado mundo libre…

La legitimación de una cultura de la tolerancia tiene que pasar por ese entendimiento y diálogo de los individuos que conforman la sociedad en tanto el consenso garantice su ejercicio y la internalización en el corazón de la sociedad. Una sociedad sensibilizada en la cultura de la tolerancia hará que los individuos se sitúen en la perspectiva del otro, en la cosmovisión del ‘mundo de la vida’ al que pertenece la cultura y la sociedad, en una nueva racionalidad que no vea el mundo en una sola dirección, en tanto que mi perspectiva, situada en la perspectiva del otro y a su vez la perspectiva del otro situada dentro de mi perspectiva, enriquecerá nuevas perspectivas del mundo y los individuos serán más consecuentes, porque racionalmente habrán desarrollado la facultad de pensar por cuenta propia, situarse en la perspectiva del otro enriquece su propia perspectiva en los términos de los principios de una racionalidad kantiana. La diferencia es el respeto por el otro, por su perspectiva, saber que podemos pensar la realidad y la sociedad desde perspectivas opuestas sin que por ello genere un conflicto por la diferencia de nuestras perspectivas. El respeto por la diferencia nos sitúa en el más alto grado de desarrollo de la cultura de una sociedad y nos proporcional el conocimiento, la sensibilidad y la madurez intelectual necesaria para alcanzar una mayoría de edad en el ámbito político y filosófico en la concepción de la vida.

La descentralización de las perspectivas de los individuos acerca de la manera de pensar la sociedad permitirá ir en la búsqueda de la verdad como la única posibilidad real de construir la sociedad donde la cultura de la tolerancia, el pluralismo ideológico y el respeto por la diferencia sean los aspectos naturales y esenciales de la existencia de una sociedad humana y solidaria. Un individuo capaz de lenguaje y acción comunicativa, estructura una personalidad que garantiza situarlo en condiciones de participación en procesos de entendimiento, para configurar una cultura de la tolerancia con un individuo de conciencia crítica que afirma su propia identidad en un proceso de interacción con los demás individuos y con la sociedad, generando la "reproducción cultural" que asegura una continuidad del ejercicio del saber y la tolerancia en la vida cotidiana, creando una "integración social" que consolida la legitimidad e identidad de los diferentes grupos sociales que interactúan en la sociedad como un proceso de ‘socialización’ de los individuos que aseguran a otras generaciones la capacidad de una acción comunicativa. La sociedad contemporánea tiene que educar al hombre desde su primer estadio de desarrollo para asumir la razón de la tolerancia y el respeto por las diferentes perspectivas que circulan en el mundo de la cultura, sobre el ordenamiento económico y político de una sociedad, sobre las múltiples concepciones del mundo y la vida, sobre la manera de asumir el deseo, la muerte o el amor. La utopía de una sociedad de entendimiento sólo es posible mediante la cultura. Ella será el cimiento sobre la que se construirá la tolerancia y el pluralismo con el respeto que las perspectivas ajenas nos merecen como una manera de que nos respeten nuestras propias perspectivas…

Una educación para la tolerancia es una educación para la cultura. En los espacios construidos por la libertad es posible la cultura como realización humana y emancipación individual y social. La cultura es la salida del hombre de su estado de barbarie. El ejercicio de la tolerancia permite reconocer al otro como un igual haciendo posible el entendimiento racional con el otro. Este reconocimiento de la alteridad a su vez permite ir en la búsqueda de la verdad, saber que no está la verdad en el ámbito de mi perspectiva sino también en la perspectiva del otro y en ese sentido es posible un diálogo sobre la sociedad que vivimos y queremos construir. Reconocerse en los otros es salir de mí para afirmarme en tanto que los otros me dan plena existencia. La subjetividad u objetividad en las interpretaciones del mundo tiene que reconocerse en la cultura desde donde emergen las diferentes perspectivas que hace la diferencia. La pluralidad ideológica permitirá hacer una lectura del mundo desde diversas perspectivas que enriquecerá el espectro del conocimiento y el pensamiento humano y asegurará la libertad social para poner en tela de juicio las concepciones teóricas que no posibilitan el desarrollo del mismo conocimiento y el de la sociedad que se fundamente en una participación democrática, libre y autónoma…

La educación debe formar a un ciudadano integral, completo, con sentido de sus obligaciones, con respeto a lo que hay que respetar, y también con capacidad de crítica y de autonomía frente al poder como este no funciona cuando es debido… debe educar para desconfiar en los absolutos. La educación debe desarrollar la capacidad de deliberar con argumentos racionales. La educación tiene la misión de formar ciudadanos en tanto que el concepto de ‘ciudadanos’, solo se da en la democracia. Hay que preparar a los individuos para la ciudadanía que es también el ejercicio del gobierno. Nadie puede ejercer la función de gobernar si no ha recibido una formación adecuada. En la democracia todos somos políticos, somos a la vez gobernantes y gobernados. La formación de ciudadanos son las personas capaces de ‘participar’ y no solamente de ´pertenecer’. La madurez ciudadana no implica el abandono de sus pertenencias pero si el desarrollo de las formas de participación. En la democracia cada ciudadano debe ser educado con total libertad. No se debe educar a nadie para ser súbdito. Se debe preparar a los individuos para ser dirigentes. De lo contrario se educaría para obedecer…

En conclusión, las manifestaciones de la cultura se hacen posibles mediante un espíritu de tolerancia y un espíritu de tolerancia se hace posible mediante la cultura; esto es, el hombre adquiere un espíritu de tolerancia por el conocimiento y la formación que proporciona la cultura, como la cultura se hace posible por el espíritu de tolerancia que impera en la sociedad. Allí se da una simbiosis, que quiere decir que entre más alto sea el nivel de la cultura de una sociedad, más alto será el nivel de espíritu tolerante, como entre más alto sea el espíritu de tolerancia, más alto será el nivel de la cultura porque estar inmersos en la cultura define una postura ética, una visión de respeto por las diferencias, un reconocimiento del otro"[28].

LUIS ANGEL RIOS PEREA
luvina1111@yahoo.com


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[7] ACEVEDO LINARES, Antonio. Ob. Cit.
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[13] ACEVEDO LINARES, Antonio. Ob. Cit.
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[24] HERRERA RESTREPO, Daniel. Postmodernidad, ¿ruptura con la modernidad?
[25] Ibídem.
[26] ACEVEDO LINARES, Antonio. Ob. Cit.
[27] PIZARRO LEONGOMEZ, Eduardo. Crónica de un sobreviviente. http://www.revistasemana.com.co
[28] ACEVEDO LINARES, Antonio. Ob. Cit.