martes, 24 de mayo de 2011

LAS MEJORES OBRAS LITERARIAS


Escudriñando en las diferentes clasificaciones o listas de las mejores novelas, encuentro que muchos coinciden en su enumeración de las novelas que consideran como tales. Como las 10 mejores coinciden en elegir las siguientes: 1. El Quijote. 2. Hamlet. 3. La Divina Comedia. 4. Crimen y Castigo. 5. Madame Bovary. 6. La Guerra y la Paz. 7. Ana Karenina. 8. En Búsqueda del Tiempo Perdido. 9º. Ulises. 10. Cien Años de Soledad.

Cualquier lista de clasificación de novelas como las mejores de la historia es arbitraria y subjetiva. Es cuestión de gustos y de preferencias, inclusive de nacionalidades. La elección obedece al disfrute que hemos obtenido de las novelas o de su influencia en nuestras vidas. Algunas nos interesan por la maestría narrativa, por el cautivador estilo o por la profundidad filosófica y psicológica. Así como hay lectores que prefieren las novelas clásicas por su sabiduría (¿o subrepticia apología de la ideología dominante?), hay otros que prefieren las novelas modernas porque contienen nuevas propuestas narrativas. El derecho que tenemos a ser diferentes nos permite “amar” unas novelas y rechazar otras. Es posible que el consenso lector difiera profundamente en la elección de las 10 mejores novelas de Occidente. Digo de “Occidente” porque no es correcto afirmar que sean las mejores de la historia o de la literatura universal, debido a que en esas listas no encontramos (salvo contadas excepciones) novelas orientales y africanas.

De acuerdo con mis gustos, preferencias y mi manera de percibir, interpretar y sistematizar la realidad literaria, he realizado cuatro clasificaciones o listas (en su orden) de las que considero las 10 mejores, así:


A.      NOVELAS CLÁSICAS.
Como criterio de elección he considerado la genialidad de sus autores.

1º. El Quijote                                                Miguel de Cervantes Saavedra
2º. Hamlet                                                     William Shakespeare
3º. La Ilíada*                                                Homero
4º. La Divina Comedia                                 DanteAlighieri
5º. Cien Años de Soledad                            Gabriel García Márquez
6º. Crimen y Castigo                                    Fedor Dostoievski
7º. Ulises                                                       James Joyce
8º. La Guerra y la Paz                                 León Tolstoi
9º. En búsqueda del Tiempo Perdido       Marcel Proust
10º. Ana Karenina                                       León Tolstoi
*Aunque La Ilíada no es una novela, sino un poema, la incluyo en esta lista por el criterio establecido.

B.      MEJORES ESCRITORES.
Como criterio de elección he considerado la totalidad de su obra.

1º. Miguel de Cervantes Saavedra            
2º. William Shakespeare                            
3º. Honoré de Balzac                                 
4º. Fedor Dostoievski
5º. Jorge Luis Borges
6º. Gabriel García Márquez
7º. Franz Kafka.
8º. Thomas Mann.
9º. Marcel Proust.
10º. Sófocles.


C.      NOVELAS QUE MÁS ME HAN GUSTADO.
El criterio de elección obedece a la maestría narrativa y a la profundidad filosófica y psicológica.

1º. El Quijote                                                 Miguel de Cervantes Saavedra
2º. Hamlet                                                     William Shakespeare
3º. Cien años de Soledad                            Gabriel García Márquez
4º. La Insoportable Levedad del Ser         Milán Kundera
5º. El Lobo Estepario                                  Hermann Hesse
6º. Madame Bovary                                     Gustavo Flaubert
7º. Crimen y Castigo                                    Fedor Dostoievski
8º. La metamorfosis                                    Franz Kafka
9º. Pedro Páramo                                        Juan Rulfo
10º. Juan Salvador Gaviota                         Richard Bach

D.     LIBROS QUE ME HAN AFECTADO PROFUNDAMENTE
El criterio de elección obedece a la profunda influencia que han ejercido sobre mí y a la contribución del fortalecimiento de mi espíritu crítico y a las formas de ver el mundo en que vivo.

1º. Así hablaba Zaratustra                          Federico Nietzsche
2º. Padre Rico, Padre Pobre.                      Robert T. Kiyosaki
3º. El Hombre Mediocre                             José de Ingenieros
4º. El Mundo de Sofía                                  Justin Gardner
5º. Ética para náufragos                              José Antonio Marina
6º. Amar o Depender                                  Walter Risso
7º. De Sobremesa                                        José Asunción Silva
8o.El Eccehomo                                            Federico Nietzsche
9º. Más Platón y Menos Prozac                  Lou Marinoff
10º. La inteligencia Emocional                   Daniel Goleman

Estas clasificaciones, arbitrarias y subjetivas como las demás, son netamente personales. Es posible que en el futuro, a medida de que lea otras novelas y obras literarias, cambie de parecer, y algunas desaparezcan de mis listas para dar paso a otras.

LUIS ANGEL RIOS PEREA


lunes, 16 de mayo de 2011

EL DIALÉCTICO INQUISIDOR




-¿Usted cómo se llama?
-Yo no me llamo, señor juez; a mí me llaman.
-Yo le pregunto por su identidad
-¿Mi identidad? ¿Es necesario referirle mi identidad?
-Sí, necesito saber cuál es su identidad.
-Aunque es una pregunta difícil, trataré de responderla.
-¿Difícil?
-Sí, señor juez, ¡muy difícil!
-Necesito saber quién es usted.
-¿Quién soy yo? Ésta sí que es una pregunta muy difícil de responder. ¡Qué mortal puede comprender su propia esencia!
-¿Acaso no sabe quién es usted?
-Saber quién soy implica conocerme a mí mismo. Señor juez, el conocimiento de uno mismo es uno de los problemas que más ha inquietado al hombre desde que es hombre, y cuando digo hombre me refiero a los seres humanos. Responder a sus preguntas demandaría de un tiempo prudencial, porque…
-La justicia no dispone de tiempo.
-Si sus preguntas de cuál es mi identidad y quién soy me las formula de manera superficial, se las puedo responder de manera superficial; pero si me las plantea con profundidad, necesito tiempo prudencial para tratar de contestárselas.
-Como el tiempo apremia, contéstamelas de manera superficial.
-A mí me llaman Libertario Dialéctico Iconoclasta.
-¿Ése es un nombre de persona?
-Los nombres, señor juez, son convención y consentimiento de los hombres, tienen su origen en la ley y en el uso…
-Le pregunto qué si ése es su nombre.
-Sí, a si me llaman. Además, yo quise que me llamaran así.
-¿Por qué?
-Porque uno debe responder al nombre que uno mismo escoge y no al que nos escogen e imponen por capricho nuestros padres.
-¿Acaso ése no fue el nombre que le escogieron e impusieron sus padres?
-No. Antes de que desarrollara mi espíritu crítico y aprendiera a pensar por mí mismo respondía a otro nombre, otra era mi “identidad”. Uno debe responder al nombre que, además de “identificarlo”, le defina su esencia…
-¿Por qué dices que las preguntas sobre la identidad y la del saber quién es usted, formuladas con profundidad, no son fáciles de contestar?
-Porque resolver el problema de la identidad es una tarea compleja que se inicia en los albores de nuestra adolescencia, y si no lo sabemos hacer, es posible que nunca definamos nuestra identidad. El logro satisfactorio de nuestra identidad implica saber, entre otras inquietudes existenciales, ¿quiénes somos?, ¿dónde estamos? y ¿para dónde vamos? La identidad es la esencia de nuestro ser…
-En aras de la rapidez y la eficacia de la justicia no hay tiempo para responder a esas preguntas que no le interesan a la justicia.
-¿No le interesan a la justicia? Entonces ¿qué le interesa a la justicia?
-Lo justo.
-¿Y qué es lo justo?
-Lo justo es… ¿Lo justo? Lo justo es lo justo… Ah, pero no trate de confundirme. Lo que, por ahora, le interesa a la justicia es, precisamente, hacer justicia.
-¿Qué es hacer justicia?
-Investigar y esclarecer los crímenes.
-¿Eso es hacer justicia, señor juez?
-No más preguntas. Aquí el que pregunta soy yo. Por ahora, para cumplir con los formalismos de ley, necesito que jures decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
-¿Qué es jurar?
-Según el diccionario, es “afirmar o negar algo, poniendo por testigo a Dios, o en sí mismo o en sus criaturas”.
-¿”Testigo a Dios”? ¿Qué es Dios? ¿Quién es Dios?
-¿No sabes qué es y quién es Dios? Todos lo saben.
-¿Todos? Yo no lo sé.
-El único Dios, el creador, el todopoderoso, el rey de reyes, el amo de todo lo existente.
-Ese es el Dios judeo-cristiano. ¿Luego no hay otros dioses?
-Sí, pero esos dioses no nos interesan.
-A mí me interesan todos y no me interesa ninguno…
-No siga, Libertario, porque este tema es sagrado y la justicia no permite la herejía.
-Reconozco que el problema de Dios es complejo…
-Entonces diga la verdad.
-¿Que es la verdad, señor juez?
-La verdad es la verdad. ¿Acaso no sabe qué es la verdad?
-No lo sé, y no creo que haya persona alguna que sepa ¿qué es la verdad?
-¿Qué no sabe qué es la verdad?
-¿Y usted si lo sabe, señor juez?
-¡Claro que lo sé! Por algo represento a la justicia, que es la encargada de buscar y hacer brillar la luz de la verdad en el limbo oscuro de la criminalidad.
-Si lo sabe, entonces ¿qué es la verdad, señor juez?
-La verdad es decir lo que es.
-¿Eso es para usted la verdad?
-Sí.
- Esa es una definición de la verdad, su “verdad”. ¿Pero qué tipo de verdad quiere que yo le diga? ¿La verdad lógica? ¿La verdad ontológica? ¿La verdad de hecho? ¿La verdad de razón? ¿La verdad pragmática? ¿La verdad sintética? ¿La verdad analítica? ¿La verdad semántica? ¿La verdad verbal? ¿La verdad apodíctica? ¿La verdad moral? ¿La verdad diacrónica? ¿La verdad sincrónica? Examinemos, por ejemplo, la verdad ontológica y la verdad lógica. La verdad ontológica es la adecuación o la conformidad de la cosa, el ser, el ente, la realidad, el fenómeno o el objeto con el pensamiento, el yo, el intelecto, la inteligencia, el entendimiento o la idea. La verdad lógica es la adecuación o la conformidad del pensamiento, el yo, el intelecto, la inteligencia, el entendimiento o la idea con la cosa, el ser, el ente, la realidad, el fenómeno o el objeto. La verdad ontológica se da a niel del concepto. La verdad lógica se da a nivel del juicio. A través de la verdad ontológica logramos un conocimiento sintético, absoluto, especulativo e intuitivo, propio de la metafísica; busca conocer la realidad inefable o la esencia de las cosas. Mediante la verdad lógica se obtiene un conocimiento analítico, reflexivo, relativo, práctico, fragmentario y abstracto, propio de la ciencia; tiende a la manipulación de los objetos…
-No trate de confundirme. Quiero que me diga la verdad, la verdad verdadera.
-No sé qué es la verdad. Ésta es una de las preguntas más complejas que ha formulado la humanidad, y todavía no se ha encontrado una respuesta definitiva a tan insondable pregunta...
-Usted me desespera con su dialéctica. Me da la impresión que quisiera eludir la acción de la justicia.
-Yo no lo desespero, usted mismo se desespera. Esa es su “impresión”, mas no mi intención. Soy un defensor de la justicia y, aunque no tengo bien claro qué es, no quiero eludir su acción.
-Entonces limítese a contestar a mis preguntas.
-Pero es que usted, señor juez, me hace unas preguntas para las cuales no tengo una respuesta concreta.
-Decir la verdad es narrar lo que usted presenció.
-¿Me pides entonces la correspondencia con la realidad objetiva?
-Sí, efectivamente.
-Pero, ¿qué es la realidad? Definir el concepto de realidad depende de la concepción del mundo que tengamos. El idealista dirá que es el pensamiento el que impone las condiciones de la realidad. El materialista expresará que es la realidad la que impone las condiciones del pensamiento.
-Sea como sea, realidad es la existencia real y efectiva de algo.
-¿Esa es su definición de la realidad?
-Sí, esa.
-¿Acaso la realidad no depende también de lo que entendamos por “real”?
-¿Qué es lo real?
-Depende de la cosmovisión…
-¡No siga, que ya sé que va a decir! Intentas confundirme con su dialéctica. Yo lo que quiero es que exponga la realidad objetiva sin tantos rodeos.
-¿Llama usted, señor juez, “rodeos” a la precisión semántica?  A la búsqueda de la verdad semántica. ¿No es este despacho es el “templo da la verdad”? Si queremos hablar con claridad es necesario tener claridad conceptual…
-¡Basta! La realidad objetiva es lo que coincide con la realidad en general.
-Tornamos otra vez al problema de la realidad y de lo real…
-Usted, señor Dialéctico, me desespera con su dialéctica.
-¿Qué hacemos? No busques quietud en los seres inquietos. Si uno no es dialéctico, entonces “traga” entero. Y “tragar” entero en ser credulón, incapaz de cuestionar todo aquello que los demás dan por sentado o prefieren no cuestionar. Si “tragamos” entero significa que no tenemos conciencia crítica…
-¡Deténgase, señor Dialéctico! Aquí lo que interesa a este despacho es conocer la existencia real y efectiva de un hecho punible.
-¿Pero cómo puede ser “real y efectiva”, si los sentidos nos engañan?
-No siempre.
-Si nos adentramos en los profundos laberintos epistemológicos, podremos constatar que los sentidos nos engañan permanentemente: lo que percibimos no corresponde con la llamada realidad. Los datos sensibles son sólo apariencias de lo real. El auténtico ser de las cosas no se revela ante nuestros sentidos. De los fenómenos no conocemos su realidad sino sus apariencias. Carecemos de la habilidad para ver detrás de las apariencias. No percibimos las cosas como son en realidad sino como somos nosotros. Si analizamos el problema del conocimiento, tendríamos que reflexionar sobre la posibilidad, el origen y la esencia de éste, adentrándonos en los intrincados laberintos del dogmatismo, del escepticismo, del relativismo, del pragmatismo, del racionalismo, del empirismo, del intelectualismo, del apriorismo, del objetivismo, del realismo…
-¡Basta, Libertario!
-¿Acaso no dice que le relate lo que supuestamente presencié?
-¡Sí! ¡Eso es lo que quiero!
-Entonces volvemos al fundamento epistemológico. Y además de analizar el problema del conocimiento, desde la cosmovisión filosófica y científica, habría que examinarlo desde el paradigma de la mecánica cuántica. Como sabemos, desde este nuevo paradigma, indeterminista, que vino a superar el paradigma de la mecánica clásica, determinista, con el sólo hecho de percibir un fenómeno ya estamos alterándolo…
-¡Ya no más, por favor, Libertario! ¡Diga la verdad!
-Ni quiero ni puedo decir la verdad porque no sé qué es la verdad. En el hipotético evento que pudiera decirle la verdad, surgiría otro problema: el criterio de verdad. El criterio de verdad es la norma o regla que nos sirve para distinguir un conocimiento verdadero de uno falso. La norma para distinguir la verdad de lo falso no puede ser la autoridad de quien dice saber o quiere imponer su saber o su poder…
-¡No siga! Para la justicia, la verdad es relatar los hechos como ocurrieron.
-Señor juez, volvemos otra vez al fundamento epistemológico. Pero si no quiere oír mis razonamientos, entonces acepto que, para la justicia, la verdad es “relatar los hechos como ocurrieron”.
-Sí, eso es, más o menos. ¿Cómo ocurrieron los hechos?
-¿Cuáles hechos?
-Los hechos en que fue asesinado el señor Noé Rey Roa, en que murió esta persona.
-¿No estaría ya muerto antes de ser asesinado?
-¿Cómo así? ¡Explíquese!
-Porque hay muchas personas “muertas en vida”. Recuerde que “no son muertos los que en paz descansan en la tumba fría; muertos son los que teniendo el alma muerta viven toda vía”, como dijer el poeta. Vivir no es sólo estar en el mundo…
-Prosiga, Libertario, sin tanta retórica.
-¿Retórica? Pero, en fin, ¿quién dijo que yo presencié tales hechos?
-Lo dicen los hechos y la investigación.
-¿Eso dicen?
-Eso dicen.
-¿Y si dijeran otra cosa? ¿Acaso no le dije que los sentidos nos engañan? Si los sentidos nos engañan, ¿no nos engañará también el entendimiento?
-¡No nos engañan! ¡Las cosas son así!
-¿Las cosas son así? Si el señor juez  piensa y dice que las cosas son así, ¿las cosas son así? ¿Se puede uno contentar aceptando que las cosas son así? ¿Será que las cosas no podrán ser de otro modo? Las cosas no son lo que parecen ni parecen lo que son…
-Le repito que las cosas son así, y a los representantes de la justicia no nos engañan nuestros sentidos, ni mucho menos nuestro entendimiento. Nuevamente pregunto: ¿cómo ocurrieron los hechos?
-Ocurrieron como ocurrieron.
-Veo que no quiere decir la verdad.
-Otra vez con la “verdad”. ¿Qué es la verdad?
-Libertario, ¿usted por qué pregunta tanto?
-Porque el ser humano es problema, y como tal pregunta y se pregunta. El hombre, según el poeta, pregunta y pregunta hasta que un puñado de tierra le cierra la boca…
-¿Pero para qué tanto preguntar?
-Porque el preguntar es un modo de ser de la existencia. Preguntamos para saber qué somos. Sólo aquél que posea un espíritu crítico y se atreva a pensar por sí mismo tendrá el hábito y el deleite de preguntar y preguntarse, no en procura de respuestas definitivas y absolutas, sino temporales y relativas, por cuanto no hay respuestas definitivas y absolutas para las preguntas fundamentales y esenciales que formulamos los seres humanos, que nunca se cierran, que están siempre abiertas. Nuestra condición humana nos plantea muchos interrogantes. El hombre es el único ser que se pregunta por su ser. La existencia es pregunta. Cuando preguntamos, por ejemplo, “¿qué es la justicia?”, queremos saber lo que la justicia es, queremos la definición del concepto de justicia, queremos saber ¿cuál es la esencia de la justicia? y ¿en qué consiste la justicia?; no queremos saber si existe o no existe la justicia. “¿Qué es?” significa “dar razón” de algo...
-¿Hasta dónde pretende llevarme con su dialéctica?
-Como dialéctico, tengo el hábito de  dialogar, razonar, argumentar y discutir. Señor juez, no pretendo llevarlo a ningún lado; lo que pretendo es que se atreva a pensar…
-¿A pensar? Yo sé pensar.
-¿Está seguro que sabe pensar?
-¡Claro que sé pensar! Todos pensamos.
-Eso es cierto, pero sólo en apariencia, porque…
-¡Detente, Libertario!
-Usted y su manía de interrumpir. ¿Por qué me interrumpe cada vez que pretendo razonar?
-Porque no tengo tiempo para razonar. La justicia sólo tiene tiempo para investigar, juzgar y condenar, y yo tengo que juzgar y condenar. Además, la justicia tiene que ofrecer resultados; ésta trabaja por resultados. Las víctimas y sus familiares piden resultados. El legislativo pide resultados. El Gobierno pide resultados. Los entes de control piden resultados. Los medios de información piden resultados. La opinión pública pide resultados. ¡Todos piden resultados! Las personas necesitan satisfacer su necesidad de justicia. La justicia tiene el imperativo de hacer justicia.
-¿Investigar, juzgar, condenar, dar resultados y hacer justicia?
Sí.
-A propósito de justicia, ¿qué es la justicia, señor juez?
-No estoy para entrar en disquisiciones jurídicas, filosóficas y epistemológicas sobre la justicia; estoy para investigar, juzgar y condenar, porque la justicia tiene muchos casos que investigar, juzgar y condenar. Si la justicia se dedica a reflexionar con toda esa profundidad que usted pretende, no tendría tiempo para investigar, juzgar y condenar, y entonces se generaría impunidad, no se podría hacer justicia.
-¿Pero si no sabe que es la justicia, entonces cómo pretende investigar, juzgar, condenar, dar resultados y hacer justicia?
-Para investigar, juzgar y condenar no se necesita saber el concepto de justicia; lo importante es hacer justicia. Y como presiento que con usted no se puede hacer justicia, le ruego abandone este despacho judicial, porque el fin de la justicia es evitar la impunidad.
-¿Mi dialéctica puede contribuir a la impunidad?
-Es posible.
-Entonces me someto a sus preguntas, sin cuestionar ni refutar.
-Así se facilitan las cosas para la justicia. Libertario, ¿dónde se encontraba el día de los hechos?
-El día de los hechos en que fue asesinado Noé Rey Roa me encontraba fuera del país, tal como consta en estos tiquetes aéreos y en mi pasaporte…
-¿Me puede repetir su nombre completo?
-Libertario Dialéctico Iconoclasta. Así me llaman.
-¿Su segundo apellido es Iconoclasta?
-Sí, Iconoclasta.
-Me temo que aquí hay una confusión, señor Dialéctico. El testigo que requerí a este despacho fue a Libertario Dialéctico Idoloclasta. Usted no pudo ser el testigo del hecho investigado, afortunadamente para la justicia.
-¿Por qué “afortunadamente para la justicia”?
-Porque con dialécticos como usted a la justicia se le dificulta hacer justicia.
-Sí, en todas partes los intelectuales somos un problema para el sistema dominante.
-Los intelectuales, en lugar de disentir y ser contradictorios del sistema imperante, deberían acomodarse a éste y vivir felices.
-¿Señor juez, qué es la felicidad?
-¡Libertario Dialéctico Iconoclasta, con usted no se puede dialogar! ¡Ni una pregunta más!

LUIS ANGEL RIOS PEREA

lunes, 9 de mayo de 2011

MI COSMOVISION DE “CIEN AÑOS DE SOLEDAD”



Esta novela, una equilibrada y armónica mezcla de realidad y fantasía, es el espejo de una sociedad marginada, inexpugnable, solitaria, conflictiva, soñadora, guerrera, alienada, sometida y perdida en el espacio y el tiempo. Sus personajes son seres inauténticos, solitarios, vacíos, perdidos en la existencia, sin esperanzas, sin criterio propio ni sentido crítico; viven sólo por la inercia de la existencia. Cual leños en embravecidos remolinos, se dejan arrastrar por la corriente de las circunstancias. Nacen, se reproducen y mueren; algunos ni se reproducen. El amor pasional, filial o fraternal es ajeno a su naturaleza humana. Las mujeres son objetos para tomar, utilizar y dejar. Los habitantes de Macondo y sus visitantes son personas intrascendentes, anodinas, mediocres y viven una existencia sin sentido, expectativas ni propósitos.
La sociedad macondiana, profundamente afectada por la guerra civil, el diluvio, el militarismo, el abandono estatal, la incomunicación y el aislamiento, no emerge de la cotidianidad; solamente se enclaustra en su marginado universo a vivir por vivir. Los lugareños se conforman con lo que les llevan los escasos visitantes (gitanos, árabes y comerciantes). Pareciere que sólo cuenta la familia Buendía (“locos de nacimiento”[1]) con su compleja problemática de falta de reales y estrechos vínculos afectivos. Gran parte de ésta vivió en la misma casa (remodelada por Úrsula), pero cada quién por su lado, cada quién absorto en sus ocupaciones, sus quimeras, su holgazanería y en su locura.
La casa de los Buendía, escenario propicio para la ubicuidad de Úrsula y el deambular de espectros de los muertos (Prudencio Aguilar, Melquíades y los familiares de Úrsula), es el teatro principal para la representación histriónica y aciaga de la dinámica de tan extraña, misteriosa y compleja familia. Es allí donde fluyen las pasiones ocultas e insanas de Amaranta, Aureliano José, Arcadio, Meme, Aureliano Babilonia y Amaranta Úrsula. También es lugar de presagios, de alucinaciones, de profecías, de quimeras, de luchas estériles e inútiles. Úrsula ahí se convirtió en madre de Aureliano y de Amaranta; sufrió por sus eternos temores del nacimiento en su familia de un descendiente con cola de cerdo. A pesar de que esta fue su peor pesadilla en vida, el destino no le permitió presenciar esa premonición, ese temor; cuando nació un niño de su saga con cola de cerdo, ella ya había muerto. Esta omnipresente y valerosa mujer desde ese microuniverso construyó y dominó su macrouniverso; su sistema planetario funcionó con mecanismo de relojería. Fue la esposa, la madre, la abuela y la bisabuela que dirigió rítmicamente la orquesta, ya fuera mandando, disponiendo, ordenando, educando y trabajando. Ella fue la persona que llevó las riendas de ese potro brioso y desenfrenado que fue su familia, una familia de locos.
Llama poderosamente la atención la profunda soledad y el desolador sinsentido de la vida de las mujeres macondianas: seres anónimos, solitarios, ensimismados, tristes, alienados. Úrsula, la matrona; una trabajadora incansable, que murió ciega, relegada y como instrumento de juego de sus descendientes Aureliano Babilonia y Amaranta Úrsula. Pilar Ternera, la pitonisa, la prostituta, la “alegre, indiferente, dicharachera”; la “mujer alegre, deslenguada, provocativa, que ayudaba en los oficios domésticos y sabía leer el porvenir en la baraja”; la mujer que fue madre de dos Buendía, pero que no fue tenida en cuenta por la familia como persona sino como objeto; la mujer que fue violada a sus catorce años por un hombre casado, la que “conservaba intacta la locura del corazón”, la que hizo hombres a los hermanos José Arcadio y Aureliano Buendía, la de la risa explosiva que “espantaba a las palomas”, la que tuvo un romance secreto con José Arcadio Buendía (hijo); la que enterraron sin ataúd, la que conoció todos los misterios del corazón de los Buendía. Rebeca, la pobre huérfana (con los huesos de sus padres a cuestas), la que, gracias a Úrsula, se ganó un lugar digno en la familia Buendía; la que nunca se alimentó de la leche de Úrsula “sino de la tierra y la cal de las paredes”; la del “corazón impaciente, la del vientre desaforado”; la “única que tuvo la valentía sin frenos que Úrsula había deseado para su estirpe”; la que no pudo decidir sobre su destino amoroso, porque fue sometida por la fuerza y la imponencia de José Arcadio para convertirla en su esposa; la mujer abandonada, solitaria, encerrada, sin hijos, sin ilusiones, sin nada… Amaranta, la solterona, la de la “voluntad de piedra”, la que murió virgen; “la mujer más tierna que había existido jamás”; la que perdió el rumbo de su vida por una decepción amorosa, la que odió a Rebeca y Fernanda, la que soportó estoicamente el tormento de sus atribulados y equívocos instintos, la que murió sin amor y sin hijos, la que expió sus culpas con el fuego que le quemó su mano… Santa Sofía de la Piedad, “la silenciosa, la condescendiente, la que nunca contrarió ni a sus propios hijos”, la concubina a la fuerza, la concubina comprada; la del “cabello chorreado sobre los hombros y sus pestañas que parecían artificiales”; la mujer que no se le tomó en cuenta para escoger su esposo, la madre abnegada, la esclava, la ama de casa silenciosa, sufrida; la “mujer sigilosa, impenetrable”, a la que nunca se le oyó un lamento; la que consagró toda una vida de soledad y silencio a la crianza de niños que apenas si recordaban que eran sus hijos y sus nietos, y que se ocupó de Aureliano como si hubiera salido de sus entrañas, sin saber ella misma que era su bisabuela”. Fernanda, la frustrada, la amargada; la mujer que sacrificó sus sueños, sus quimeras y sus fantasías para convertirse en la esposa de un hombre holgazán y desleal, la mujer nacida en cuna de oro y muerta en el lodazal del olvido; “la mujer más hermosa que se había dado sobre la tierra… cuya belleza se había reposado con la madurez”. Remedios, la bella, el ser que no nació para el amor ni para lo terrenal sino para lo celestial; la que no fue hecha para amar y ser amada, la que ocasionó (sin quererlo) la fatalidad de sus pretendientes… Petra Cotes, la compartida por los hermanos, la de las rifas, la de la entrega a cambio de nada, “la del misterioso corazón”, la concubina, la resignada; “la de los desafueros jubilosos”; la mujer cuyo rostro tenía “la ferocidad de una pantera”, la del “corazón generoso” y su “magnífica vocación para el amor”; la mujer que le trajo porvenir a su amante Aureliano Segundo, la que se humilló ante su rival (Fernanda) y en secreto le dio de comer, luego de la muerte de Aureliano Segundo… Meme, la dócil, la sometida; la mujer que no dispuso de su destino porque su férrea y dominante madre se lo trazó a su imagen y semejanza; la mujer que fue un títere de su madre y de las circunstancias, la que tuvo que deshacerse de su hijo (Aureliano Babilonia) y morir lejos, con su nombre cambiado, alejada de su terruño y de su patria. Amaranta Úrsula, la libertina, la caprichosa; la de la “voluntad resuelta y vigorosa”, la “mujer sin prejuicios, alegre y moderna, con los pies bien asentados en el mundo”; la activa e indomable “y casi tan provocativa como Remedios, la bella”, la que estaba dotada de un raro instinto para anticiparse a la moda; la del buen humor, la espontánea, la emancipada, la de espíritu moderno y libre; la mujer que dio rienda suelta a sus instintos, a su insana pasión, la que disfrutó del amor y de la satisfacción carnal con su sobrino Aureliano Babilonia, la que murió cuando tuvo un hijo con cola de cerdo…
Tanto los hombres como las mujeres que desfilaron por el solitario y triste escenario de Macondo son seres que despiertan en el lector sentimientos de ternura, conmiseración, desazón, porque son seres inauténticos, sin identidad propia, sin rumbo y sin destino; movidos apenas por la corriente y la vorágine de la existencia que, cual hidra de Lerna, los devoró con sus múltiples cabezas…
Los tristes seres macondianos, las pobres miserias humanas, fueron personas que vivían sin saber por qué vivían. Azotados por el absurdo de la guerra, por la peste del insomnio y del olvido, por el dominio militar y por la hegemonía conservadora; agobiados por la influencia imperialista, el diluvio, la decadencia y la destrucción, estos seres pasaron por este mundo, pero sin vivir, sin existir; fueron simplemente sombras, marionetas del destino.
El coronel Aureliano Buendía, que había revelado desde niño “una rara intuición alquímica”, a pesar de sus locuras, ideales y sueños, no fue más que una persona del montón, un ser que nunca supo por qué o por quién luchó; un “chafarote” que jugó a la guerra, sin saber qué era ésta; un estafermo que fue liberal, porque algo había que ser… En fin, un hombre anodino y mediocre que guerreó  sin saber lo que hacía y que perdió sus inútiles guerras. En palabras de José Arcadio Segundo, “el coronel Aureliano Buendía no fue más que un farsante o un imbécil”. No obstante, en mi concepto, a pesar de la enorme influencia de Úrsula, el coronel Aureliano Buendía es el personaje principal de la novela.
Como lector atento me conmovieron y afectaron profundamente las vidas inauténticas de los personajes, principalmente las mujeres… ¡Qué vida tan superflua y vacía la de las mujeres Buendía, incluyendo a Pilar Ternera, Rebeca, Santa Sofía de la Piedad, Petra Cotes y Fernanda! Con la partida de la casa Buendía de Santa Sofía de la Piedad, vieja y acabada, se fue una parte de mí…  Como si yo fuera Aureliano Babilonia  la vi “atravesar el patio con su atadito de ropa, arrastrando los pies y arqueada por los años”, y también la vi  meter la mano por un hueco del portón para poner la aldaba después de haber salido…”  Y para rematar mi tristeza: “Jamás se volvió a saber de ella”.
Uno se compadece de seres como una vida tan inauténtica y miserable como la de Santa Sofía de la Piedad y Meme. La primera, un ser anónimo, que sólo vivió para criar hijos y servirle a los demás; un ser que a quien se le murieron dos hijos en el mismo instante, y a uno le tocó degollarlo en cumplimiento de una promesa; una mujer utilizada por los demás e ignorada por su esposo e hijos; la que soportó a un esposo bárbaro e irracional, que la convirtió en viuda aún siendo joven. Es triste saber cómo al final se quedó sola en el mundo: sin esposo, sin hijos, sin padres, sin casa… ¡Qué vida tan miserable la de Meme! Todo el tiempo sumisa a su severa madre, quien decidía por los demás. Esta mujer sí que estuvo extraviada en la existencia, pero no por voluntad propia; su madre dispuso a su antojo de ella. Además de la infame condición de estudiar lo que Fernanda le impuso, también debió renunciar al intenso amor que sentía por Mauricio Babilonia y, como si esto fuera poco, “deshacerse” de su hijo Aureliano y morir lejos de su pueblo y de su familia, como una más del montón.
A pesar del infortunio y la fatal condición de Amaranta Úrsula, es digno de rescatar en esta mujer la lucha por su independencia, su alegría de vivir, el disfrute de su cuerpo y de su genitalidad; el hecho de haberse atrevido a decidir por ella misma, a ser ella misma, rompiendo convencionalismos, moralidad y otras absurdas prohibiciones y convenciones que impiden vivir una vida personal y auténtica. Ese aire de libertad que ella respiró es el aire que deben respirar las mujeres que en realidad estén interesadas en vivir, especialmente su aquí y su ahora…
Otro personaje que me impactó fue José Arcadio Buendía, un viejo soñador –que “se le secó la mollera buscando la piedra filosofal”-, un alfarero de ilusiones, un quijote; un ser que dejó su vida pragmática y sin sentido para ir tras ideales, locuras, quimeras… Este tipo de hombre representa a la persona que no quiere vivir una vida en una sola dirección, que no quiere recorrer los caminos andados, trillados, sino que busca nuevos caminos, nuevos horizontes por donde y para dónde ir. Este hombre que hizo de sus últimos años un remanso de locura, de ideales, de experimentos y que quiso construir alas para echar a volar sus sueños, es un hombre que nos invita a salir del estrecho mundo de lo cotidiano, de lo establecido, de lo dado. José Arcadio Buendía fue ese hombre que, a pesar de que ya estaba en las fauces de la muerte, tuvo el valor de no morirse sin haber dado un dictamen concreto y rotundo a sus creencias infundidas: Dios no existe.
Es apasionante su delirante empeño por sacar provecho de lo nuevo, de lo moderno. Sobrecoge la manera como se apasionaba, como niño inquieto, por saber para qué servían los inventos, cómo estaban hechos y hacer nuevos. Todo nuevo objeto, todo nuevo invento, lo disfrutaba con esa curiosidad y espontaneidad de un niño. Su decisión de “dejar de ser serio” y tomarse la vida en delirantes empresas, sueños y “locuras” tiene que sensibilizarnos, es  un vehemente llamado a vivir nuestra vida oníricamente, de cierta manera en forma “irracional”, distanciados “racionalmente” de la vida “práctica”, instrumentalizada y condicionada por esquemas meramente racionales. Nos invita a tener nuestras propias convicciones e ideales (sin importar cuan delirantes sean) y defenderlos… así haya que “perder” el juicio…
Sólo encuentro reprochable en José Arcadio Buendía el haber golpeado violentamente con el revés de su mano en la boca a su hijo José Arcadio, ocasionándole sangre y lágrimas, porque le dijo a su padre que el oro despegado del casquete metálico era “mierda de perro”. Por esto José Arcadio sintió rencor contra su progenitor.
Me identifico con José Arcadio Buendía, Pilar Ternera, Petra Cotes, Aureliano Segundo y Amaranta Úrsula por el intento de vivir una vida personal, como ellos quisieron, sin imposiciones ni ataduras, solamente escuchando a sus instintos y sus convicciones. Si hubiera que “ser” un personaje de éstos me inclinaría por Aureliano Segundo porque disfrutó de la riqueza y de su monogamia y no se dejó esclavizar por el trabajo agotador… No me identifico con seres como Úrsula, porque vivió llena de temores, trabajando en exceso, mandando y disponiendo de la vida de los demás a su antojo. Con Fernanda tampoco por su imponencia y arrogancia; por decidir e imponerse sobre la voluntad de sus hijos y renegar de la vida que ella y sus padres “eligieron”. Menos con Amaranta, un ser que hizo de su vida una miseria y un desastre. Esta mujer, que se condenó a sí misma, no merece el reconocimiento como modelo a imitar: ella misma creó la cárcel en la que deliberadamente se encerró y no pudo salir. Se negó al amor, se autoflaglageló, se atormentó y, lo más degradante, se negó a vivir…
Úrsula y José Arcadio Buendía parecían estar determinados desde su nacimiento por cuanto su matrimonio era previsible; determinismo que prosiguió con la denominación de su descendencia con nombres similares o parecidos.
A pesar de que los hombres de la familia Buendía Iguarán fueron unos “locos”, también fueron hombres soñadores e idealistas. Aunque fracasaron, Aureliano quiso ser militar; José Arcadio Buendía, “inventor”; Arcadio, militar y educador; José Arcadio Segundo, establecer la navegación por el río de Macondo; José Arcadio, “Papa”…
Úrsula insistía que los Buendía eran “locos de nacimiento” y vivían en una “casa de locos”, y Fernanda decía que Macondo era un “pueblo de bastardos” y una “paila del infierno”. Los Buendía, además de retraídos, eran ensimismados y retraídos; no hacían alarde ni expresaban sus sentimientos; cada uno se encontraba perdido en su estrecho y alienado mundo; todos se dejaban arrastrar por la corriente de las circunstancias; aunque tenían ambiciones y proyectos no lograban concretarlos, y se caracterizaban por “el vicio de hacer para deshacer, como el coronel Aureliano Buendía con los pescaditos de oro, Amaranta con los botones y la mortaja, José Arcadio Segundo con los pergaminos y Úrsula con los recuerdos”. Lo mismo que atemorizaba a José Arcadio (el seminarista), era la causa de perdición de la familia Buendía: “las mujeres de la calle, que echaban a perder la sangre; las mujeres de la casa, que parían hijos con cola de puerco; los gallos de pelea, que provocaban muertes de hombres y remordimientos de conciencia para el resto de la vida; las armas de fuego, que con sólo tocarlas condenaban a veinte años de guerra; las empresas desacertadas, que sólo conducían al desencanto y la locura, y todo, en fin, todo cuanto Dios había creado con su infinita bondad, y que el diablo había pervertido”.
Es evidente la denuncia sobre la influencia y el poder de los Estados Unidos en la nación, ya que los directivos de la compañía bananera hacían y deshacían en Macondo y sus alrededores con el beneplácito y protección del régimen conservador.

LUIS ANGEL RIOS PEREA
2011


[1] Las frases entre comillas pertenecen a Cien años de soledad, Gabriel García Márquez. Editorial Oveja Negra, Bogotá, 1983.